Teleologías latinoamericanas. Latinoamérica es una región extraña para la racionalidad y la ética protestante que definió Max Weber. Estados Unidos pretende controlar esta región económica y culturalmente mientras que Europa se lanza fascinada a su encuentro de una forma extática. La ideología de la opulencia europea no puede comprender este terreno repleto de imaginación y realismo mágico. Necesitan intérpretes, como Jorge Luis Borges, Cortázar o Gabriel García Márquez. De esta manera, la dialéctica entre la táctica y la estrategia que tiene lugar en el primer mundo llega a América Latina transfigurada en una reyerta picaresca constante y en escaramuzas fantásticas que escapan a toda comprensión racional de la guerra. La ópera prima del galardonado actor Andrea Di Stefano como director equivoca el camino desde el titulo. En lugar de contar la increíble historia de Pablo Escobar, el director y guionista no cesa de preguntarse por la dualidad entre la violencia y el cariño familiar buscando una tensión que nunca logra crear. La imposibilidad de comprender a Escobar lleva a Di Stefano a implantar en la trama a un personaje anodino y estereotipado alrededor del mítico colombiano. Excluyendo extrañamente toda relación entre las guerrillas y los grupos paramilitares de Colombia, la historia se centra en un grupo de hippies canadienses que se mudan a una hermosa playa virgen cerca de Medellín para establecerse, vender comida, bebidas, practicar surf y vivir en un supuesto oasis natural. Uno de los jóvenes, Nick (Josh Hutcherson), se enamora de María (Claudia Traisac), la sobrina de Pablo Escobar (Benicio Del Toro), y a través de la extrovertida joven que se dedica a la ayuda social, el joven canadiense entra en la familia Escobar y emprende su calvario. La historia de amor se formaliza mientras la carrera política de Escobar crece debido a la popularidad de sus obras públicas y la asistencia social, pero tras una investigación y posterior denuncia del Ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla del gobierno del presidente Belisario Betancourt sobre su vinculación con el narcotráfico, Escobar y su red de sicarios comienzan una guerra contra el Estado que fue denominada en su momento narcoterrorismo por la prensa colombiana y norteamericana. A partir de los acontecimientos reales de esta guerra y la entrega voluntaria de “El Patrón” a las autoridades en 1991, el guión sigue a Nick en su comprensión gradual de las implicancias delictivas de su asociación filial, las cuales a su vez lo conducen a participar de forma absurda del plan de ocultamiento de la fortuna de Escobar alrededor del país. Ni la gran actuación de Del Toro ni la agilidad de la trama logran ocultar la falta de rumbo de la película y aún peor, de la respuesta ideológica cargada de un romanticismo a la inversa que coloca a Escobar como un monstruo y un asesino en lugar de indagar en la complejidad de su carácter ambicioso que supo construir un imperio a través de su falta de escrúpulos y su habilidad para los negocios y las alianzas. Escobar: Paraíso Perdido es de esta manera la visión de Europa sobre la política y los negocios en Latinoamérica, o sea, un conjunto de malentendidos y pruritos de clase media ante la violencia en medio de acontecimientos realmente interesantes como contexto.
El narcotráfico con mirada primermundista Es innegable que Pablo Escobar Gaviria, máximo representante de la trágica era en que los carteles colombianos dominaban el negocio del narcotráfico, se ha convertido en un icono de la historia política de finales del siglo XX. Su figura posee, además, el magnetismo cinematográfico de los grandes criminales de la historia, de Calígula a Adolf Hitler. Hay algo en el espanto que se cifra en esos nombres que el cine consigue sublimar, dando curso a la posibilidad de convertirse en espectador del horror y lo perverso. O más exactamente, de su puesta en escena. La dificultad y el desafío a los que se enfrentan proyectos como Escobar: Paraíso perdido, que intentan revelar el carácter humano detrás del monstruo (la “banalidad del mal” descrita con elocuencia por Hannah Arendt), radica sobre todo en la búsqueda de un equilibrio de múltiples extremos, entre los que se incluyen el reduccionismo, la exageración, la justificación, el relativismo o la exaltación. El objetivo es lograr que la ficción no se convierta en mentira y que la verdad no limite la puesta en escena. Porque de eso se trata el cine.Dificultades con las que apenas puede lidiar Escobar: Paraíso perdido, que representa el debut como director de Andrea Di Stefano, actor italiano que trabajó en películas como Una aventura extraordinaria, de Ang Lee, o Comer, rezar, amar, de Ryan Murphy. En primer lugar porque aunque Escobar, interpretado por Benicio del Toro, ocupa un lugar preponderante en la trama, el protagonista es un joven canadiense a quien el destino convierte en parte de la familia del narco. El chico se casa con una sobrina del traficante y pronto se ve preso de un círculo del cual el amor y el miedo le impiden salir. Este personaje representa un punto de vista ajeno a la realidad colombiana en la cual surge y crece el poder de Escobar y los carteles colombianos. Se trata de un mecanismo maniqueo que busca la identificación del espectador del primer mundo, interpelándolo de manera directa para tranquilizarlo y decirle que esas cosas sólo ocurren en lugares remotos, lejos de Europa o los Estados Unidos. Lejos de casa. Recurso que tiene un correlato estético en la clásica fotografía tórrida, saturada de naranjas, que es la que se utiliza por defecto para retratar realidades tercermundistas corruptas desde Traffic (2000, Steven Soderbergh) en adelante.Pero además ese punto de vista sirve para focalizar el horror en Escobar, para cerrarlo sobre su personalidad psicopática, que acá aparece como única causa de miles de asesinatos cometidos, relativizando la culpa de, por ejemplo, un ejército de sicarios cuyo papel se resume a ser meros vehículos de la voluntad de El Patrón. Algo que por acá en algún momento se conoció como obediencia debida. Ya desde el título el film propone una mirada paternal, definiendo al salvaje tercer mundo como un edén malogrado por sus propios habitantes. En el camino acaba siendo un retrato parcial y esquemático de uno de los criminales más grandes del siglo pasado. Suerte de manual narco para principiantes, Escobar: Paraíso perdido parece suponer que el mundo funciona a partir de compartimentos estancos y que basta con no cruzar a la vereda de enfrente para mantenerse a salvo del subdesarrollado abrazo del mal. 5-ESCOBAR: PARAISO PERDIDO Escobar: Paradise lost, España,Francia, Bélgica, Panamá, 2014Dirección: Andrea Di Stefano.Guión: Francesca Marciano y Andrea Di Stefano.Música: Max Richter.Intérpretes: Benicio del Toro, Josh Hutcherson, Brady Corbet, Claudia Traisac, Carlos Bardem y otros.
Un film clase B, lejano heredero de El padrino La corta, vertiginosa y fascinante vida de Pablo Escobar ha sido reconstruida en decenas de libros, producciones televisivas, documentales y películas de ficción. En este más que atendible debut en la dirección del actor italiano Andrea Di Stefano es Benicio del Toro el encargado de interpretar al narcotraficante colombiano en un papel que, si bien es secundario en cuanto a cantidad de minutos en pantalla, resulta esencial en la historia de ficción que se narra. El verdadero protagonista del film es Nick (Josh Hutcherson, el Peeta de la saga de Los Juegos del Hambre), un surfer canadiense que llega con su hermano (Brady Corbet) a Colombia en plan turístico y se enamora de María (la actriz española Claudia Traisac), una atractiva joven que desarrolla tareas asistenciales en zona carenciadas. Claro que María no es otra que la sobrina favorita de Escobar y, así, al poco tiempo Nick no sólo ingresará en el círculo íntimo del líder del Cartel de Medellín sino que se convertirá en una de las pocas personas de su confianza. Si la presencia de una veinteañero norteamericano en el universo del todopoderoso Escobar puede parecer un poco ridículo, hay que indicar que toda la trama (que incursiona en casi todos los géneros imaginables) resulta bastante absurda porque está construida en un tono de película clase B. Sin embargo, una vez aceptados los códigos y algunas carencias (como algunos personaje poco desarrollados) hay que admitir que Di Stefano regala largas y elegantes escenas de acción llenas de tensión y una descripción familiar que ubica a Paraíso perdido como una heredera (lejana, es cierto) de El Padrino de Francis Ford Coppola y del Vito Corleone de Marlon Brando. Otro de los aciertos de esta coproducción europea rodada por un italiano en locaciones de Panamá es la contratación de un puertorriqueño como Del Toro (que ya fue el Che Guevara). En cada una de sus apariciones, su Escobar resulta tan seductor como abominable, un monstruo perfecto que no necesita alzar la voz para asustar, que es capaz de regalar la sonrisa más amigable y a los pocos segundos mandar matar a una, diez o cien personas. En su amenazante y al mismo tiempo cautivante interpretación, y en el sorprendente oficio de un director debutante como Di Stefano se sostiene este film que, de alguna manera, cierra con dignidad la cartelera cinematográfica argentina de 2014.
El narcoterrorismo y sus alrededores El fllm de Andrea Di Stefano busca mostrar a Escobar como personaje periférico al conflicto central que se narra en la historia donde un canadiense conoce por casualidad al jefe narco en Medellín. Denuncia de trazo grueso. Desde la muerte de Pablo Escobar (diciembre de 1993) surgieron libros, ensayos, notas periodísticas, películas, series y narcoculebrones como el exitoso, en el plano rating, emitido por canal 9 durante el verano pasado, El patrón del mal. Escobar aun vende bien debido a sus contactos, excesos, arrogancia, encumbramiento, ocaso y caída de un personaje difícil de definir en cuatro o cinco trazos. Era de esperar, por lo tanto, que apareciera una coproducción (decisión temible) como Escobar: paraíso perdido, concebida por un actor italiano de prestigio emprendiendo su ópera prima, una buena inversión de dinero y una estrella actoral en la piel de ese todopoderoso emperador de Colombia y de otros países aledaños y lejanos. Las opciones eran varias: meterse en la piel del personaje y sus negocios, analizar sus contactos con Estados Unidos, hacer un biopic convencional o, entre otras posibilidades, exhibir a aquel dueño y señor como el Mal en persona. Andrea Di Stefano se dirigió a una zona curiosa: tomar a Escobar como personaje periférico al conflicto central, articulado desde otras miradas y situaciones que al inicio del film sólo bordean al famoso narcotraficante ultra millonario. De allí que aparezca un grupito de canadienses onda hippie setentista, fanáticos del surf y recién arribados a una playa cerca de Medellín. El nexo se produce cuando uno de ellos, Nick (Hutcherson, poca ductilidad actoral) conoce a María (Traisac, una chica linda), sobrina de Pablo Escobar (Del Toro). En ese momento, la película se corre de “Baywatch” a una zona difusa en sus implicancias narrativas, que oscilan entre un romance adolescente en parajes paradisíacos y un film de denuncia de trazo grueso que parece planificado por la CIA en los años de Reagan. Esa indecisión temática de Escobar: paraíso perdido, que hasta omite cualquier referencia a sus sutiles relaciones con Estados Unidos, convierte a la película en una trama de buenos y malos, inocentes y culpables, personajes inocentes y otros que merecen la condena inmediata. Sin embargo, cuatro o cinco momentos visuales, ajenos a un guión que parece escrito a las apuradas, se manifiestan como un punto a favor de film, en especial, cuando se describe por medio de planos generales a ese edén merquero y sexual con algunas escenas que recuerdan a Carlito’s Way de Brian De Palma. El otro acierto, pese a que se trata de una historia centrada en los alrededores que construyeron la leyenda, es la sólida caracterización de Del Toro. Ya personificó al Che, ahora Escobar, ¿se vendrá el comandante Chávez con el camaleónico Benicio?
La popularidad de Pablo Escobar sigue creciendo día a día junto con su leyenda, no solo en Latinoamérica sino también en Estados Unidos. Un personaje igual de macabro que fértil para contar un sin fin de historias, que sin bien la gran mayoría no son novedad, su espectacularidad pareciera que aumenta cada vez más por los nuevos detalles que se van conociendo. El gran éxito reciente en la televisión de El patrón del mal, que no solo fue furor en nuestro país y el resto del continente sino que también triunfa en la comunidad hispano-parlante de Norteamérica, ayudó mucho para que surjan nuevas propuestas para retratar la vida del mayor narcotraficante de todos los tiempos. Uno de esos proyectos es justamente Paraíso perdido, que cuenta con una soberbia personificación -protagónica- de Benicio Del Toro, y con el gran acierto de parte de los productores de conservar la lengua, o sea, se habla en español cuando corresponde y lo mismo en las partes en las cuales se tiene que hablar en inglés. Justamente ese es el gancho de esta historia para los anglosajones, el noviazgo de una de las sobrinas de Escobar con un canadiense. Excusa perfecta para castear a una estrella en ascenso como es Josh Hutcherson (Peeta de la saga de Los Juegos del Hambre), papel que desempeña muy bien y que incluso sorprende como le pone el cuerpo. Lo mismo sucede con Del Toro, cuyo parecido con Escobar no solo es impresionante sino que también hasta su timbre de voz suena parecido. Cabe destacar que esta película se trata de una ópera prima, y por ello hay que señalar un gran laburo por parte del director italiano Andrea Di Stefano por balancear muy bien el drama con el suspenso y la acción. Tal vez el punto flojo es que no se la jugaron en ningún aspecto técnico y que al tratarse de una historia real, se sabe el destino del protagonista máximo. Paraíso perdido es una película muy entretenida y que posee todos los condimentos de un buen thriller de acción donde el suspenso llega a un punto alto de la mano de sus protagonistas. Teniendo en cuenta todo esto, y si encima te interesa la leyenda de Pablo Escobar, está película es una gran opción para ver en el cine.
Benicio del Toro es Pablo Escobar, como ya lo ha hecho con otros personajes historicos como el Che Guevara y que tanto disfrute hacer. La figura de Pablo Escobar no necesita demasiada presentación para nadie que haya vivido durante la década del noventa en adelante. Fue objeto de varias producciones, libros, series de TV y películas, y llega el turno de verlo encarnado nada mas ni nada menos que por Benicio Del Toro. Escobar se centra mucho menos de lo esperado en la vida del líder narco del cartel de Medellín, y en cambio nos cuenta la relación que el personaje de Nick, encarnado por Josh Hutcherson (famoso entre nosotros por Zathura y la saga de Los juegos del hambre) mantiene con Escobar, devenido en la historia en su tío político. La composición del personaje que hace Benicio Del Toro es interesante, muestra realmente el carisma y la oscuridad que el líder del cartel ha tenido en la vida real, pero lamentablemente, la trama se desdobla tan rápido al conflicto del otro personaje y su historia de amor, que uno no llega a compenetrarse demasiado en la construcción actoral de Del Toro. Escobar es dinámica, sus dos horas de duración pasan rápido, pero la realidad es que es una historia que se ha visto mas de una vez, y la distancia que desde el guión se pone con Pablo Escobar es tal, que cualquier atisbo de interés particular que podría aparecer luego de la escena inicial, queda perdida en el genero de acción-drama al cual ya nos hemos acostumbrado demasiado. Escobar:Paraíso perdido es una película a la cual le convendría mucho mas una cartelera más bien carente de superproducciones, ya que como producto, podría funcionar muy bien para una audiencia genérica que no busque ninguna historia en particular.
El hombre detrás del asesino Benicio del Toro, más que conmover, asusta con el modo en que encarna a Pablo Escobar Gaviria. Un personaje puede tranquilamente deglutirse una trama, y con ello toda una película. Pablo Escobar Gaviria tuvo suficientes elementos en su vida como para crearle otros de ficción a su alrdedor, pero así y todo Escobar: Paraíso perdido se las arregla para que, con eso que es mentira, se construya una historia que sigue atrapando por el peso específico del personaje. Y por el de quien lo interpreta. En Escobar: Paraíso perdido el punto de vista no es el del zar del narcotráfico, si no el de un joven surfista y canadiense (Josh Hutcherson, Peeta en Los juegos del hambre), que llega hasta Colombia y se enamora de una sobrina de Escobar. Nick irá ingresando de a poco al círculo íntimo. La estrategia no es nueva, pero tampoco llega a ser como la de Missing, de Costa-Gavras, donde en verdad la dictadura pinochetista era un telón de fondo y lo que importaba -a los estadounidenses- era la suerte del hijo de Jack Lemmon y esposo de Sissy Spacek. Eran norteameicanos en una tierra extraña. Aquí por más que Nick -que aclara no es estadounidense, sino canadiense, “que no es lo mismo”- sea protagonista, importa la suerte de más gente. De su amada, de su hermano y de un pueblo. La mirada del actor Andrea Di Stefano, italiano que debuta en la realización, está puesta en cómo Escobar podía ser un padre de familia babeándose por sus hijos, pero también actuar con una crueldad inusual, pero ya reconocida. Tampoco es que Benicio Del Toro -cumple otra de esas caracterizaciones tan profundas, de adentro, que por el personaje que encarna, más que conmover, asusta- esté poco tiempo en pantalla, como le tocaba a Anthony Hopkins en El silencio de los inocentes, e igual era el protagonista. Aquí Del Toro impone su presencia cada vez que entra a cuadro. Y si no está en él, intimida desde el fuera de campo. Algunos verán una versión almibarada del personaje, pero lo cierto es que la ferocidad y las atrocidades no tardan en aparecer. Y que al mostrar a Escobar “como un ser humano más” el director no hace más que potenciar su salvajismo, una vez que lo ponga en práctica. La bonita Claudia Traisac proviene de la TV y, mal que le pese, se le nota en su actuación para la cámara. Hutcherson es más convincente en la pareja, un rol en el que el director depositó toda la empatía que debe poner el espectador para sentir el temor que despertó una figura, más que polémica, siniestra y contradictoria.
Una aproximación al malamente famoso Pablo Escobar, pero en realidad, es un personaje secundario y el protagonista es un canadiense que tuvo la mala suerte de enamorarse de una sobrina del temible traficante. Primero lo idolatra y luego sabe que lo matará y trata de huir. En ese sentido el film tiene su suspenso y una buena reconstrucción de época y escenarios. Pero tenerlo a Benicio del Toro y dejarlo en segundo plano es un pecado, para dejarle lucimiento a Jopsh Hutcherson.
El comienzo del 2014 presentó un demoledor efecto boca a boca con la presentación en la televisión local de la serie colombiana Escobar, El Patrón del Mal. El evento, un furor entre el público, narró el alzamiento y la caída del narcotraficante Pablo Escobar que fue seguido por los televidentes con una constancia casi religiosa. La distribuidora Alfa Films se anota un punto a su favor al terminar su año con la presentación de Escobar: Paradise Lost, ayudando a mantener el mito del icónico personaje colombiano en el debut como director del actor italiano Andrea Di Stefano. Con una historia de su propia autoría, Di Stefano presenta al inescrupuloso y calculador narcotraficante desde el punto de vista de un joven surfista canadiense, en la piel de la estrella Josh Hutcherson. Como si de una pura novela latina se tratase, el joven caerá rendido a los pies de la hermosa y sencilla María, que no es ni nada más ni nada menos que la sobrina de Escobar. Una cosa llevará a la otra y pronto, el idealista joven, se verá metido en el turbio mundo de la droga, donde llegar vivo al final del día es mas fácil de decir que hacer. Gracias a la potente interpretación de Benicio Del Toro es que Escobar... permite hacer la vista gorda a ciertos problemas que conlleva el film. De un momento a otro, Nick pasa a ser un hombre de confianza para Pablo, en una transición tan rauda que poco tiempo queda para digerir dicha relación entre primer y tercer mundo. Hay una mirada muy naif sobre la imagen del pobre chico canadiense -y no americano, como se encarga de repetir mil y una vez el personaje- que la película quiere subrayar como una locura lo que le está sucediendo, y no una situación a la que su propia ignorancia inducida lo condujo. Pasando del excepcional Del Toro como Escobar, y el superado por la situación Nick de Hutcherson, el resto del elenco tiene muy poca dimensionalidad, y tanto María como Dylan, el hermano de Nick -desperdiciado Brady Corbet- no ayudan demasiado a la trama. El choque entre Nick y Pablo es inverosímil, pero Di Stefano lo disfraza diestramente con grandes escenas de tensión y suspenso, aún cuando ciertas escenas son visibles mucho tiempo antes y el final esté telegrafiado desde el comienzo del film. No es que tampoco se explore mucho en la figura de Escobar y sus luchas internas sobre el Bien y el Mal. Aquí simplemente es un villano hecho y derecho, un ser detestable que pone su propia seguridad por encima de todos y todo. Haciendo la vista gorda para con la romántica idea que funciona como núcleo del film, y el aire a telenovela que transporta durante todo su metraje, Escobar: Paradise Lost sale airosa por su contenido cargado en tensión, y un destacable rol de Del Toro como el protagonista.
ESCOBAR: PARAÍSO PERDIDO nos presenta a Nick un surfista canadiense que de paso por Colombia se enamora de María, una bella mujer que resulta ser la sobrina del famoso narco Pablo Escobar. El joven será testigo de las atrocidades del llamado "patrón del mal". Una soberbia interpretación de Benicio del Toro, transformado físicamente en el mítico personaje, es la piedra fundamental de una cinta que navega entre el thriller y el drama romántico, de manera tan efectiva como cautivante. Una versión de Romeo y Julieta en clave NARCO que resulta toda una pintura tanto de la Latinoamérica del realismo mágico como de la región revolucionaria, tan cautivante como oscura.
El Patrón del Mal enicio Del Toro se pone en la piel del narcotraficante colombiano Pablo Escobar en Escobar: Paraíso perdido (2014). Pero la historia no se centra realmente en él, sino en el gringo (“¡Soy canadiense!”) que corteja a su sobrina y sufre en carne propia el infortunio de unirse al círculo familiar el rey cocalero. Ir a la galería de imágenes Película relacionada Escobar: Paraíso perdido (2014) El extranjero en tierra extraña es Nick (Josh Hutcherson), un surfista que en compañía de su hermano monta negocio en la costa selvática de Colombia hacia 1991. Allí conoce a la bella María (Claudia Traisac), quien intenta aleccionarle en turismo. “Ustedes los yanquis vienen y se creen que han encontrado el paraíso,” le dice, “Mientras ignoran todos los problemas del país”. Crítica irónica, porque ella misma ignora (o elige ignorar) los negocios de su tío Pablo (Del Toro). La primera mitad de la película nos muestra la relación entre Escobar y Nick, a quien recibe como hijo propio en su exuberante hacienda. Del Toro se roba todas las escenas en las que aparece. Escobar ama conjugar a su extensa familia en pomposas sesiones de fotografía y filmaciones que él mismo dirige. Tiene debilidad por el oro y las posesiones extravagantes. En una escena invita a Nick a sentarse en un coche agujereado a balazos. “En este auto mataron a Bonnie y Clyde,” le dice. “Tú estás sentado donde mataron a Bonnie”. La segunda mitad de la película lidia con el dilema personal de Nick sobre si llevar a cabo o no ciertas órdenes de Escobar, quien se está preparando para entregarse voluntariamente a prisión. La tensión se mantiene constante a lo largo de una larga secuencia de escape y persecución, bastante realista en su desarrollo y conclusión. Nick no es ningún héroe de acción, aunque el miedo y la desesperación por mantenerse vivo sacan lo mejor de él. Escobar: Paraíso perdido disfruta de la fuerte caracterización que hace Del Toro de Escobar. Nos deja con ganas de verle de protagonista, de tenerlo en el centro y no en los laterales de la película que lleva su nombre. De todas formas Hutcherson está bastante bien como contrapunto espectatorial. El estrecho foco de la película le da un gusto a telefilm, pero la historia de cómo “Nadie huye de Pablo Escobar” es una buena forma – acaso parabólica – de abordar la figura.
Bajo las órdenes del debutante Andrea Di Stefano, consolidado actor italiano que participó en pocas producciones hollywoodenses como “Nine”, “Comer Rezar Amar” o “Una Aventura Extraordinaria”, Benicio Del Toro vuelve a ponerse en la piel de un controvertido personaje latinoamericano; en 2008 fue Ernesto “Che” Guevara (film en dos partes de Steven Soderbergh) y ahora Pablo Emilio Escobar Gaviria. Vale aclarar que no es una biopic que se centra puramente en la historia del violento y peligroso narcotraficante colombiano sino que es un thriller sobre un joven surfista canadiense llamado Nick (Josh Hutcherson), quien allá por el año 1991 -es en ese año en el que se desarolla la trama-, se encuentra junto a su hermano Dylan (Brady Corbet) y su cuñada Anne (Ana Girardot) en Colombia disfrutando de sus playas y de olas perfectas, y con la intención de montar un negocio del rubro. Allí, el protagonista conoce a María (Claudia Traisac), una muchacha que resulta ser la sobrina de Pablo Escobar. Claro, él, como muchos de los propios habitantes de ese país, y hasta la propia chica, que trabaja para él, ignora la parte oscura del negocio de su tío, quien es admirado por su pueblo debido a que parte del dinero generado de sus actividades criminales, construye casas, hospitales y colegios para los pobres. Muy pocos sospechaban que fuera productor y traficante de cocaína, sobre todo porque, en aquel entonces, esa droga no estaba considerada como algo malo. En Colombia, Perú y Bolivia, la cocaína estaba considerada un medicamento. Sólo había que mascar las hojas para combatir la malaria o el resfriado. Durante la primera hora de las dos que dura esta película muy bien realizada, Nick y María se enamoran perdidamente y todo parece ir muy bien, hasta que Nick entra en el círculo de Pablo y de su “familia”, la literal y la no, y comienza a trabajar con ellos. Ya la segunda parte, las indirectas y las amenazas de sufrir ciertas consecuencias si el personaje de Hutcherson lo traiciona a Escobar (la escena juntos dentro del auto de Bonnie & Clyde lo dice todo) se tornan más realistas cuando el muchacho se enfrenta a un dilema personal sobre si llevar a cabo o no ciertas órdenes de este monstruo que, al mismo tiempo, ya había tomado la decisión de entregarse voluntariamente a prisión. Más allá de que el papel de Del Toro queda en un segundo plano, Hutcherson realiza un gran trabajo; un rol muy convincente en el que despliega su talento como actor. La tensión se mantiene en todo momento (mucho más hacia el final en el que Nick lucha por su vida, huyendo de los sicarios de Escobar y de los policías corruptos) y el desarrollo de la historia de esta co-producción franco-belga-española, guionada por el propio Di Stefano, está muy bien estructurada.
Famoso narco en la óptica de un surfer El titulo podría referirse a una historia poco optimista sobre una localidad bonaerense que no tiene un intendente de mano dura. Pero no, el Escobar del título es el narco colombiano famoso por sus extravagancias y crueldad para imponer su negocio a niveles inéditos para su época. Pero como Escobar, por más famoso que haya sido, finalmente era colombiano para esta coproducción internacional, la película sigue la estrategia de torcer su biografia como la de alguien demasiado extranjero, tipo Mao TséTung contando su vida, por ejemplo, desde el punto de vista de alguna inglesita que se pusiera de novia con el sobrino del líder chino. "Escobar: paraíso perdido" no tiene como personaje protagónico al legendario traficante que interpreta Benicio del Toro, sino al bastente menos atractivo surfer canadiense que empieza a salir con la sobrina de esta especie de raro Robin Hood de Medellín que drogaba a los ricos para asesinar a los pobres. De ahí que el punto de mayor interés del film, que seria tener un actor como del Toro encarnando un personaje histórico tan rico, se pierde y desaprovecha casi desde el momento en que en los títulos aparece primero Josh Hutcherson como el novio canadiense de la sobrina del magnate del clorhidrato de extrema pureza. Dando por sentado que todo el mundo conoce más o menos la biografia de Escobar, o vio la miniserie en "Canal 9", el guión casi soslaya muchos aspectos delirantes, dramáticos y ultraviolentos de la vida del narcotraficante, y se centra en las más bien limitadas experiencias personales del canadiense, que vive en Medellín con su pinta de gringo sin percatarse que hay algunos problemitas de inseguridad, y sin notar que la coca es más barata y de mejor calidad que en Toronto (pese a que en general los surfers que viajan a Colombia suelen tener bastante presente este ultimo ítem). Aunque parezca mentira, eso tiene un lado bueno, y es que cuando el tío de su novia lo percibe como un posible testigo peligroso, de golpe la pelícua arroja unos 40 minutos de excelente clima policial con mucho suspenso y creíble ambientación de época y lugar. Por eso merece verse, aunque el resto es un liviano intento de film histórico sobre el soberano de la coca, con meloso momentos de film testimonial sobre el flagelo de los criminales bigotudos megalómanos.
La propuesta de Andrea Di Stefano, un actor italiano devenido en director debutante, se vale de altas dosis de ficción telenovelesca para retratar la historia de Pablo Escobar; algo que no alcanza a concretarse, ya que el director -como si el protagonista que tiene no fuese suficiente para sostener un relato- decide crear otro personaje que adquiere el status de eje central de la película. Entonces, ¿por qué hacer una película que se titule Escobar: Paraíso Perdido, pero que no pretende relatar la famosa historia del jefe del Cartel de Medellín? Lo cierto es que esta ópera prima no lo tendrá al narcotraficante como figura central sino que seguirá las peripecias de Nick (un surfista canadiense), por más que la presencia de Benicio Del Toro como Escobar sobrevuele la trama como un cuervo a un cadáver descomponiéndose. Si el Escobar de Del Toro no genera el magnetismo que sí despertaron personajes como los Buenos Muchachos de Scorsese, Tony Montana o Don Vito Corleone, por nombrar algunos ecos que hay detrás de esta ópera prima y que Di Stefano intenta emular sin éxito, es porque el director no tiene idea de cómo explotarlo. Porque la única fuerza que mueve la película es Benicio Del Toro, como si quisiera cargársela en su espalda XL con su mera presencia en pantalla. Un personaje que es, ante todo, presencia física: desde la primera escena su cuerpo lo tapa todo, como el de una bestia contenida cuya furia está a punto de ser desatada. Y como si del mismo Hulk se tratara, cuando Del Toro mira, parece transformarse en un monstruo. Pero este es un monstruo que Di Stefano no entiende; que le queda grande, porque es uno de esos personajes “bigger than life” que se imponen ante la película por más que intenten reducirlos. El director no sabe cómo reflejar su carisma, la complejidad de su encanto ni su mirada sobre el mundo. Y sin comprender demasiado en qué se metió, comienza a rellenar todo espacio que rodea a su personaje hasta ahogarlo en un culebrón con alteraciones temporales, flashbacks innecesarios y personajes que no encuentran su lugar dentro de esta historia, porque no pertenecen a su universo sino que lo habitan de manera forzada. De hecho, Nick jamás se convierte en un hombre de confianza para Escobar; y como él, nosotros parecemos estar por fuera de ese círculo íntimo del personaje al que nunca accedemos. Di Stefano alcanza a mostrar apenas trazos superficiales de algunas de las excentricidades del zar de la cocaína, como tener un elefante en su hacienda o el auto en el que asesinaron a Bonnie y Clyde, y por momentos logra cierto nivel de tensión, aunque nunca llega a crear suspenso ni a profundizar en ningún aspecto del personaje. De la misma manera, tampoco construye la relación amorosa entre Nick y la sobrina de Escobar, ni entre Nick y su hermano, o entre Escobar y su familia, ni analiza su trabajo, los datos históricos y ni hablar de lo que representó su figura para la sociedad colombiana. Eso no parece interesarle demasiado al realizador, pero tampoco sabemos qué es lo que le interesa de Pablo Escobar o a dónde quiere llegar. El caso de Escobar: Paraíso Perdido es de esos en los que un personaje con mucho potencial es desperdiciado y lo que podría haber sido una gran biopic sobre el narcotraficante colombiano, termina siendo una telenovela o a lo sumo un mediocre telefilm que cuenta una historia mucho menos interesante que la que tenía entre manos.
El amor en tiempos de coca Un surfista canadiense se enamora de la sobrina de un narcotraficante todopoderoso. Estas son las coordenadas narrativas de un disparate que bien podría haber sido una comedia negra y reaccionaria, un culebrón sociológico, un thriller descabellado clase B, un drama romántico signado por la tragedia e, incluso, hasta un cómic, al menos si uno recuerda que el malvado de la película se llama Pablo Escobar, quien antes de convertirse en el Señor de la Coca intercambiaba revistas del género en la escuela secundaria. Como sea, Escobar: paraíso perdido es antes que nada un esbozo de tantas cosas que no puede conjurar su caída libre en el ridículo. Todo empieza en junio de 1991, antes de que Escobar se entregue, después de estar en “guerra” contra el Estado colombiano por un tiempo, a las autoridades de ese gobierno. Es un arreglo entre partes, acaso una derrota política, pero de lo que se trata aquí es de resguardar el poder económico. Es por eso que los hombres de confianza de Escobar serán convocados para esconder sus tesoros, entre ellos el novio de María, sobrina del fundador del cartel de Medellín y, según sus palabras, casi un “hijo”. Tendrá una misión difícil y a Pablo no se le puede fallar, porque todo lo ve (incluso al Altísimo lo vigila cada tanto con un telescopio). Así arranca Escobar en los primeros minutos y allí regresará en los últimos 30. En el medio, se trata del desarrollo de una historia de amor a primera vista entre matones. Nick ama a María y viceversa, y el dilema dramático pasa por saber si en este contexto particular sobrevivirán. La verdad es que en Escobar... no importan mucho los muertos civiles, la connivencia entre un Estado y un cartel de drogas, y menos aún el rol del comprador fundamental de la producción colombiana de cocaína (Estados Unidos como entidad implicada en la compra brilla por su ausencia). Es un poco como en Titanic: las muertes de los pasajeros es una anécdota, lo que importa es que un iceberg interfiera con la felicidad de los amantes. La traducción a este contexto es simple: la caída de un narcotraficante apenas es relevante en la medida en que se trate de un obstáculo causal y lógico de esta historia de amor. “Corre, Nick, corre” dice María en el desenlace que tiene lugar en una iglesia. Si estuviéramos en otro tiempo, un travelling hacia atrás para estetizar una secuencia con tres cuerpos colgando de un árbol –como el que se permite el debutante Andrea Di Stéfano– hubiera sido un escándalo, si es que uno conoce la controversia sobre el famoso “travelling de Kapò” alguna vez planteado por Jacques Rivette. Pero la estetización de la violencia hace tiempo que es nuestra lingua franca. Y este señalamiento tan sólo advierte una cuestión ética de la estética, pues los subrayados formales se multiplican de inicio a fin, como si el filme fuera un adicto full time a todos los lugares comunes con los que se concibe hoy toda puesta en escena en el cine impersonal de la globalización. Más que un filme sobre Escobar y su tiempo, lo que importa aquí es el “paraíso perdido”, un tópico tan inapropiado en el contexto como el diálogo que sostienen un cura y Escobar, diálogo que pretende poner de manifiesto la megalomanía del narcotraficante. Escobar perderá su “Xanadú” tropical, en donde vivió con los suyos rodeado de animales exóticos y dinosaurios falsos, al igual que Nick y su hermano, el placer de deslizarse en las olas. Todos pierden. Todos.
El filme es una mezcla de thriller y melodrama, de cine de terror y documento. La sombra del maléfico Pablo Escobar se ve a través de los ojos de Nick, un surfista canadiense que llega a Medellin en plan vacacional y que se enamorará de la sobrina del gran mafioso de todos los tiempos. Si hay amores que matan, este es uno. El filme tiene un buen arranque, con el “Patrón” a punto de entregarse. Reparte tareas, prepara la sucesión, da órdenes, ajusta detalles. Clima urgente, rostros crispados, detalles reveladores. Después, se centrará demasiado en esa historia de amor juvenil que vive en constante zozobra. Nick, mimado de Pablo, en un momento verá que todo es sucio y peligroso, se asusta y quiere tomar distancia, pero ya es tarde, porque siempre al lado de Escobar es tarde para decidir. En la primera parte está el Escobar servicial, el que ayuda a los pueblos, a las entidades a los municipios, el del clientelismo arrollador y el paternalismo culposo. Los ojos inocentes de Nick y su novia nos muestran su mejor cara. Pero lentamente hará su aparición el mafioso sangriento, el que hace justicia por mano propia, el que maneja con gran aplomo y mano dura al poder político, la curia y la policía, el que sólo parece enternecerse ante su familia y sobre todo ante su madre, el zar que repartía drogas, plata y muerte. De a poco el thriller irá eclipsando cualquier intento de reconstrucción. Y en esa marcha, el realizador italiano Di Stefano parece pedirle prestado a Nick sus ojos inocentes. Porque en lugar de penetrar más en el mundo de Escobar, el relato prefiere adoptar el trazo del policial más convencional, con lugares comunes y resoluciones narrativas algo forzadas, lunares que le quitan credibilidad y fuerza a los buenos momentos del comienzo, cuando la cámara se asoma a la intimidad de Escobar y en pocos pincelazos sentimos el eco de su colosal y despiadado imperio. Lo mejor del film es lejos Benicio Del Toro, un actor sobresaliente, un Escobar que infunde temor y curiosidad, que enriquece cada plano con su mirada, su andar, sus preguntas, sus pausas. Cuando sale de escena, la película decae, aunque nunca pierde interés. Del Toro, insistimos, es el punto más alto de un relato donde la droga a cada paso va reformulando el peso de la lealtad, el poder, la impunidad y el horror. (*** ½)
El amor es más fuerte, lamentablemente Entre la necesidad de cierto verismo periodístico, con la presencia de datos históricos puntuando el relato aquí y allá, y la apuesta por lo ficcional, con una historia de amor entre un surfer canadiense y una sobrina del narcotraficante Pablo Escobar Gaviria que obviamente se cruza con este personaje, sucede Escobar: paraíso perdido. El debut en la dirección del actor Andrea Di Stefano es una película que se nutre de esas ambigüedades para potenciar sus posibilidades pero que termina por ser inconsistente como retrato y escasamente interesante como espectáculo. Con ejemplos en el horizonte como la mayor El padrino, esta es una obra que continúa la idea de la mafia como una familia cuyos lazos atrapan y no sueltan: la ingenuidad del surfer interpretado por Josh Hutcherson se da de narices contra la fascinación sibilina del Escobar de Benicio Del Toro. Y la pelea es desigual, no sólo por el peso de cada personaje, sino también por actuaciones que no están a la par. Lo de Del Toro es arrollador, y en él se sostienen algunos de los atractivos del film. A Escobar: paraíso perdido lo que le termina jugando en contra es, precisamente, su ambición por acercarse no sólo a la figura del emblemático narco, sino también a la sociedad colombiana que vivía dominada por el imperio de Escobar. Sin la presencia de un personaje histórico con una carga simbólica tan fuerte, el film de De Stefano sería un thriller correcto, para nada virtuoso, pero al menos muy profesional y efectivo en términos dramáticos. Sin embargo, cuando libera su mirada horrorizada sobre el narcotráfico y simplifica lo que socialmente significó un personaje como Escobar, la película no puede dejar de construir un retrato primermundista que mira con cierto desdén. Esa superficialidad, aún cuando se pretende reflexiva -y especialmente por eso-, es lo que termina lastrando la potencia del film. Tampoco ayuda mucho la banalidad de los personajes, especialmente el del enamorado metido en un contexto que lo supera. Sus motivaciones son melifluas, el amor solo no alcanza cuando la historia quiere hablar de otros asuntos como las posibilidades de cambio en la vida, la forma de acceder a ellas y sus consecuencias. Pero por ahí andan, además, unos matones muy de tono grueso, metáforas visuales bastante berretas, música que carga de importancia imágenes que no lo son y unas referencias a cuentos clásicos que aún si tienen potencial se exhiben de manera tan grosera que pierden efectividad. Por suerte está Del Toro, más contenido que de costumbre y con un porte que sutilmente impone el mundo interior de un personaje tan fascinante como repudiable. En su actuación estaba la clave de una película mejor, pero a Di Stefano le pudo más el gusto por la analogía entre el narco y el surfer. Ecuación que, por supuesto, resta.
Una soberbia interpretación de Benicio del Toro. Esta historia llega a la cartelera de la mano del director y actor italiano Andrea di Stefano (42) quien trabajo como actor en “Una aventura extraordinaria “y "Comer Rezar Amar", entre otros.En este film se da ciertos lujos, como tener a Benicio Del Toro y tomar como principal protagonista al joven actor de 22 años Josh Hutcherson (la saga “Los juegos del hambre”, entre otras). Comienza en 1991 y va girando en torno a un joven surfista canadiense de nombre Nick (Josh Hutcherson) quien cree que todos sus sueños se han hecho realidad cuando va a visitar a su hermano Dylan (Brady Corbet,"Melancholia") en Colombia. Se desarrolla bajo un paisaje sublime, paradisiaco de aguas azules y hermosas playas. Nick conoce a la joven atractiva María (la bella actriz española Claudia Traisac), ella realiza trabajos comunitarios, ambos se enamoran y vivirán un idílico romance, pero María es la sobrina preferida del poderoso narcotraficante colombiano Pablo Emilio Escobar Gaviria (Benicio Del Toro) fundador y líder del Cartel de Medellín, y Nick lentamente se encuentra envuelto en sus negocios, trabajando para él y transformándose en su mano derecha. Todo lo que va sucediendo se ve a través de la mirada del joven Nick, desde sus penurias, su cambio en la forma de vida, y el peligro de muerte que corren: su hermano, su cuñada, su futuro sobrino, su novia y él mismo. Llega a encontrarse en un callejón sin salida, cuando quiere abrirse ya es demasiado tarde. Escobar Gaviria es un hombre muy rico y poderoso, compraba lo que quería, era un asesino temible y para tener parte del pueblo a su lado repartía dinero. Su relato atrae, se va mezclando la personalidad de este hombre con el romance entre María y Nick. Hay una escena bastante tensa, Escobar Gaviria le está leyendo un cuento a sus hijos y sus hombres respondiendo a sus ordenas están por matar a varias personas (en otro contexto algo similar sucedía cuando el Presidente George W. Bush "Fahrenheit 9/11" también leía un cuento a niños pero en un colegio). Buenas escenas de: acción, intriga, tensión, suspenso, un buen montaje; entretiene y posee una cautivante fotografía, la interpretación de Benicio Del Toro está muy lograda, puede llegar a ser admirado y odiado, sus sonrisas, gestos, etcétera. Lo que se podría señalar como negativo es que algunos actores secundarios están mal aprovechados y es un poco floja una parte de su narración.
El problema principal de ésta producción radica en el titulo dado por el nombre propio, que antecede a la metonimia relacionada con lo bíblico, es que la designación de Escobar dispara sobre el espectador un sinfín de interrogantes que el filme no desarrolla, ni el relato parece tener intención de hacerlo. Si el designio primario era posicionar al personaje, que fuera el rey del narcotráfico en la década final del siglo XX, como otro hombre común con poder, con sus ambiciones y contradicciones, dar cuenta de la idea de Hannah Arendt, sobre la “banalidad del mal”, eso sólo se logra por la performance actoral de Benicio del Toro quien, encarnando al zar de la cocaína, se apodera de la pantalla cada vez que aparece, sin ser el personaje principal. No lo es gracias al desarrollo del protagonista que puede establecerse ese parangón, en realidad, el verdadero “héroe” de la película es Nick, (Josh Hutcherson), un joven canadiense amante del surf, que cuando va a visitar a su hermano Dylan (Brady Corbet), cree haber encontrado el paraíso en Colombia. Nick supone empezar a cumplir sus sueños, reafirmándose dicha ilusión, cuando conoce a María (Claudia Traisac), una joven asistente social. Lo sublime ante sus ojos, son las playas de arena blanca, olas aptas para su deporte favorito, territorio plagado de mansas lagunas cristalinas. Ambos se enamoran perdidamente, la realmente hermosa joven hace honor al paisaje. Todo parece perfecto hasta que conoce al tío de la joven, un tal Pablo Escobar, a quien lo ve por primera vez haciendo obras de bien público. La historia está estructurada como un gran flash back, con rupturas temporales y paralelismos en ambas historias: la romántica, que termina teniendo el mayor peso, pero le hace perder contundencia desde lo narrativo, y la del descubrimiento de quién es en realidad el tío de quien, a esa altura del relato, es su esposa. Hay una frase interesante que parecía empezar a desplegar otra variable de lectura, pero se queda en eso, en sólo una frase, cuando a Nick se le revela la verdadera identidad de Pablo, María le dice: …”Hace mucha caridad con lo obtenido, sólo se dedica a vender al mundo el producto nacional por excelencia”. Ergo, cocaína. Lo que da por tierra con la supuesta ingenuidad del personaje femenino. El guión es de una simpleza apabullante, se centra mayormente en un personaje que no tiene matices, la realidad que vive lo va llevando no hay conflicto, o al menos ni lo presenta ni se lo representa a partir de la actuación de actor yankee. Mayormente cae en diálogos superfluos, deja de tener potencia, no atrapa pues lo interesante hubiese circulado por el desarrollo del patrón del mal. Sólo un par de pantallazos para mostrarlo como padre de familia, como un hombre que hasta puede ser cariñoso con su familia, haciendo alarde de todo su poder y fortuna, zoológico propio incluido, tratando de emular sin lograrlo al personaje de Don Corleone del filme “El Padrino” (1972). Termina siendo una mirada muy europea de una realidad latinoamericana que el director parece desconocer, razón por la cual se justificaría dejar de lado el género del thriller y abocarse a la historia de amor. que había cometido el creador de cartel de la droga de Medellín, pero nada se decía de su entorno, específicamente de la esposa. En ésta realización pasa exactamente lo mismo, la conyugue brilla por su ausencia. Con la intención de ser justos con la producción, debería aclararse que todos los demás rubros cumplen con su cometido. El diseño de sonido va en la misma onda que las imágenes, que poseen un trabajo de arte minucioso, desde el vestuario hasta la fotografía, los escenarios naturales son un personaje más, pero al igual que los verdaderos, desaprovechados. Lo dicho, constituido como relato casi clásico, el montaje hace lo propio para que el filme desde las formas y lo visto no aburran, pero como desde la primera secuencia ya sabemos el final, lo previsible se hace presente a cada instante y lo interesante nunca emerge. La radiografía diseccionante de Pablo Escobar, ese ser humano al que se lo determina para la tranquilidad del resto de la humanidad como un monstruo, deberá esperar otra oportunidad.
Como un granito de arena más para aumentar el morbo, llega a las salas cinematográficas, "Escobar: Paraíso Perdido", ópera prima como director y guionista del actor italiano Andrea Di Stefano. Oportunismo o mera casualidad, la película llega en medio de un “boom” de lo que ya se conoce como un subgénero en sí mismo “las narconovelas”; telenovelas realizadas en Colombia (u otra parte de América Latina), con la mirada puesta en Miami, centradas en la figura de algún “zar del narcotráfico”. Nuestro local Canal 9 se encuentra haciendo la comidilla hace ya dos años con ellas, introduciendo también programas periféricos que analizan los hechos reales y hacen investigaciones periodísticas de un rigor periodístico cercano a la revista Esto. La más conocida, "Escobar: El Patrón del mal". Lo que se esperaba aquí es un verdadero salto a la pantalla grande, algo que adopte un grandilocuente estilo de narración cinematográfico, más aun teniendo a una figura de primer nivel como Benicio del Toro haciendo de la famosa figura. Sin embargo, desde los primeros minutos lo podemos advertir, "Escobar: Paraíso Perdido" será el capítulo de larga duración de una telenovela, con todos los clichés y reglas del género establecidas. Podríamos decir que Pablo Escobar/Benicio del Toro no es el verdadero protagonista de la película; pero como en una buena telenovela, el villano termina siendo más seductor que la parejita protagónica. El muchacho es Nick (Josh Hutcherson, que sigue y sigue perdiendo expresividad desde que dejó su buena etapa de actor infantil) un surfista canadiense que junto a un grupo tan libertino como inocente, se instala en Colombia con la idea de realizar un negocio playero que les permita vivir. Ahí, dónde el sol calienta, el agua salpica fuerte y las pieles se broncean, Nick conoce a María (Claudia Traisac), y el flechazo de la pasión es inmediato. Pero hay un problema, María tiene una familia muy tradicionalista, y Nick debe ser presentado ante ella, sobre todo frente a su tío que parece ser quien maneja los hilos del clan. Por supuesto, el tío es Pablo Escobar. Si hasta ese momento, el argumento se aferra a la fórmula del amor inocente y el tercero que irrumpirá en la relación de una u otra manera, lo que sigue será aún más previsible. Escobar vive en la opulencia, es una suerte de Bon vivant del cual la familia, o por lo menos su sobrina, parece desconocer los orígenes del dinero; Nick poco a poco entrará en ese mundo, vivirá el poder del tío (es la etapa en la que Pablo Escobar pretende obtener poder político y terminará entregándose a la justicia) y cuando quiera salir ya será tarde. Hay algunos apuntes sobre la situación política y los sucios entramados entre el narcotráfico y el poder establecido de Colombia, pero todo tratado muy superficialmente y con la clara ideología de dejar en limpio a otros países en los que uno podría encontrar cierta complicidad en los hechos reales (aquí casi ni mencionados). "Escobar; Paraíso Perdido", producción franco/belga/española/panameña, adolece de los mismos inconvenientes que otras tantas películas extranjeras sobre la política latina, anteponen su ideología y creencia sobre el film en sí. Podríamos compararla con las versiones de El Che hachas por Mar Shariff o por el propio del Toro, con el musical basado en la figura de Evita, o la historia de narcotráfico latino de Oliver Stone Salvajes. Hay un preconcepto de que en el ser latino se aguarda cierto espíritu corrupto encarnado, a diferencia del anglosajón más inocente o pragmático. Pero aun dejando de lado un análisis sobre sus ideas, Paraíso Perdido pareciera un film de vuelo corto, si bien durante el segundo tramo hay algo de nervio y tensión, Di Stefano maneja todo a la altura de un telefilm, planos cortos y cercanos, ambiente altisonante, frases espetadas como si buscase expectativa antes de ir al corte. Entre todo esto, la cinta se rescata por cierto ritmo que no decae, y por la actuación del actor de "Traffic" que se devora todo a su paso en una interpretación mimética aunque por momentos rayana también en cierta caricatura de villano (más responsabilidad de sus parlamentos que del actor). "Paraíso perdido" será del gusto de quienes hace dos años se vienen sentado todas las noches a ver el nuevo capítulo de la narconovela y no se pierden ni un paso de la pseudo investigación de Marco. Más allá del ambiente cinematográfico, se ofrece el mismo material.
When Nick, a blonde Canadian surfer, meets María (Claudia Traisac), the girl soon to become the love of his (young) life, a story with heavy family connotation begins to unfold. For María’s uncle is no less than Pablo Escobar (Benicio del Toro), Colombian drug kingpin of all times. Out of the blue, Nick had happened to land in one of Colombia’s many gorgeous beaches with his brother Dylan (Brady Corbet) and his wife. Such a beautiful location near Medellín comes accross as sheer paradise for them. So in no time they decide to run a humble surf bussiness there. Sun, surf, and love, all together in one. But, when uncle Pablo helps out Nick with the trouble he and his brother are having with some local thugs, things begin to get muddy. For Escobar always wants to have something in return for his favours. That is to say that if he has killed a few hoodlums for Nick (even when Nick never asked him to do so), then eventually the surfer will have to kill a few men for him too. The thing is that Nick isn’t a killer. He’s just a gullible guy who has now lost the paradise he thought he’d found. Narrated from Nick’s point of view, Andrea Di Stefano’s Escobar: Paradise Lost is first and foremost a pointless feature. You’d think the protagonist would be Pablo Escobar and that the narrative would cover several aspects of his private and public life. That there would be an exploration of his many facets, some insights into the contradictions of his persona, or perhaps even some little known facts about him. But none of that is found here. And for two main reasons: 1) the protagonist is Nick, the naive blonde surfer, 2) instead of a portrayal of Escobar you get a one dimensional caricature. Why is Nick the leading man? I guess the idea is that in this way you’d get a more intimate, a behind the scenes account of the man in question. A drama with a personal take, if you will. Nick would be a character for viewers to identify with in his discovery of the mess he’s got into, meaning the ruthless world of Colombian drug dealers. Nick would be the nice guy viewers would care for as the story grows darker and darker. Not a very remarkable idea to begin with, considering it would put Escobar in second place, but had it been well executed it might have partly paid off. But just like Escobar, Nick is such an underwritten character that it’s impossible to take him seriously — let alone care for him. For that matter, all characters are mere cardboard figures. They literally have no personal traits whatsoever, they only perform the actions told on the script. And they do so in a very mechanic manner. So where is the pathos supposed to be found? Moreover, from the second half until the end, Escobar: Paradise Lost intends to become a suspense-filled story with some violent outbursts, but it also fails because of its very predictable and formulaic development. And as regards the many social, political and ideological angles a potential story of this kind has, you’d better forget all about them for they are never truly explored. That would be asking too much from a film that doesn’t even meet the basic expectations. Production notes Escobar, Paradise Lost (France/ Spain/Belgium, 2014) Written and directed by Andrea Di Stefano. With Benicio del Toro, Josh Hutcherson, Claudia Traisac. Cinematography: Luis Sansans. Editing: Maryline Monthieux, David Brenner. Music: Max Richter. Produced by Benicio del Toro, Josh Hutcherson, Moritz Borman, Dimitri Rassam. Running time: 120 minutes.
"Una vuelta de tuerca" El actor italiano Andrea Di Stéfano debuta como director en este drama con aires biográficos sobre el temerario jefe del cartel de Medellín, Pablo Escobar. El ambicioso papel estuvo reservado desde el principio a Benicio del Toro, quien logra imprimirle al personaje una escalofriante doble moral. El punto de vista es novedoso, ya que seguimos la historia de Nick, un “gringo” interpretado por Josh Hutcherson que ha tenido la brillante idea de comprometerse con la sobrina del “Tío Pablo”. Los dos personajes principales tienen en común los dos lados de sus personalidades. Por un lado, el Pablo Escobar de Benicio del Toro es francamente impresionante. Vemos el lado poco conocido popularmente de este criminal. No es como Scarface, sino que es un lobo con piel de oveja. Era hincha de fútbol, cantaba ópera y era fan de las películas de Disney que miraba con sus hijos. Pocos saben que había sido senador antes de traficante y que hacía gran cantidad de obras de caridad en la comunidad. El gringo surfista que enamora a su sobrina, bronceado, musculoso y sacado directamente de “The OC”, se gana el cariño del Tío Pablo. Y hasta aquí no damos dos pesos por este pobre personaje, y la verdad sea dicha no le tenía mucha confianza a la capacidad de Hutcherson para despegarse de Peeta de “Los Juegos del Hambre”. Pero conforme avanza la historia acompañamos a Nick descubriendo el lado oscuro de Escobar junto con su propio lado oscuro. La transformación del personaje tanto psíquica como física, sorprende. Está basado en la historia real de uno de los hombres de Escobar, aunque mucho de él sea añadido del director. Como la mayor parte de las biopic, puede resultar un poco lenta de a momentos. Sin embargo, la tensión es creciente, en especial en el plano psicológico. Es un acierto que el director haya decidido dejar de lado la violencia explícita, exagerada. De este modo podemos seguir los cambios psicológicos en los personajes. Conforme vamos descubriendo la doble moral de Escobar más complejo se vuelve este mundo oscuro, y más nos cuenta sobre detalles que no son demasiado conocidos. El momento culmine de Del Toro es un monólogo frente a un sacerdote donde tiene la arrogancia de amenazar incluso a Dios. Ahí deja ver la escalofriante sinceridad de un tipo con demasiado poder. El hecho de cambiar el punto de vista fue bastante criticado, un movimiento riesgoso por parte del director. Pero creo que funciona bien. Podemos establecer el todo por la parte, este mundo por uno de sus miembros. Hutcherson está a la altura, es buen actor aunque a muchos les moleste. Pero no es demasiado versátil y tiene momentos “estilo Peeta”. Sin embargo, si hubiéramos seguido al “Tío Pablo” nos hubiéramos perdido la tensión del descubrimiento y terminaríamos con un docudrama de Nat Geo al estilo de “Drogas: Negocio Redondo”. Una buena ópera prima para Andrea Di Stefano, un ex actor que trasladó la interpretación al guión. Un thriller psicológico que genera tensión en la medida justa aunque el inicio vaya un poco lento y nos demande paciencia. Benicio Del Toro nació para este papel, un trabajo impecable de un jefe de una mafia que en nada se parece a El Padrino y a la vez tiene puntos en común con él. Es una nueva interpretación de una historia que muchos conocemos, pero que ahora volvemos a conocer. Agustina Tajtelbaum
Un culebrón, en contexto de narcos Los 20 años de la muerte de Pablo Escobar buscan justificar esta mirada “humana” sobre el mafioso colombiano. Es 1983, y es Colombia, donde todo sucede. Nick (Josh Hutcherson, de Los juegos del hambre) es surfista, canadiense y llega a las playas de ese país de visita. Con sólo ver el mar siente que ha encontrado allí su lugar en el mundo; o el paraíso, con diosa incluida, una chica que responde al seductor nombre de María y es sobrina de Pablo Escobar, político multimillonario con una fuerte vocación solidaria. El idilio resulta perfecto hasta que a Nick se le ocurre preguntar de dónde viene tanto dinero, y la visión de su suerte se torna en una pesadilla que gana espacio en su vida --y en el relato-- a la par de la amenazante presencia del tío Pablo, capaz de adorar a su familia con la misma vehemencia con que venga la deslealtad. Escobar: Paraíso perdido se sitúa un año después de que el líder del cartel de Medellín fuera elegido suplente en la Cámara de Representantes de Colombia, y un año antes de que desatara una guerra de guerrillas que se llevó la vida de miles de personas. A dos décadas de la muerte de uno de los mafiosos más poderosos conocidos en tierra americana, esta cinta viene a sumarse a una ristra de serie, documentales y libros, procurando una visión más "humana" de Escobar. El mayor acierto es la elección para el protagónico de Benicio del Toro. Lo demás no supera al culebrón, donde el chico debe vencer los obstáculos más "increíbles" para defender su amor.