A pesar de que no soy fanático de Celina Murga, Escuela Normal, me pareció una interesante crónica del día a día en un colegio secundario de Entre Ríos, supuestamente la primera fundada por Sarmiento. Murga muestra dos puntos de vista: el de la directora recorriendo los pasillos y organizando las clases día a día, y por otro lado la evolución del sistema de elección de un Centro de Alumnos organizado por los mismos estudiantes. Es una lástima que el primer relato (el de la directora) termine teniendo tanto protagonismo ya que le resta interés a la mirada de los alumnos organizándose y reflexionando sobre la importancia de las elecciones...
Gloria y loor No es casual que Celina Murga encuentre en Frederick Wiseman su principal fuente de inspiración para Escuela Normal. Al igual que en High School, la directora coloca su cámara casi en la totalidad de esta película en un colegio. Pero esta no es cualquier escuela: es la primera institución educativa fundada por Domingo Faustino Sarmiento en 1870. Pero además es el lugar donde estudió Murga durante su adolescencia en Paraná. El objetivo de este documental resulta más complejo de lo que parece porque se introduce no solo en el ciclo lectivo, sino en la forma en que ciertos alumnos desarrollan su potencial participación ciudadana...
Entre los muros Los dos largometrajes de Celina Murga tenían una fuerte impronta documentalista y una gran empatía con los personajes, en su mayoría jóvenes, adolescentes y niños. Ahora, la talentosa directora de Ana y los otros y Una semana solos incursiona de lleno en el documental, pero -más allá de la inevitable veta observacional del trabajo- lo estructura cual relato de ficción. En el cine contemporáneo, se sabe, las fronteras entre lo puramente ficcional y lo estrictamente documental se van evaporando, son cada vez más imprecisas, difusas y, en definitiva, menos importantes. Escuela Normal tiene algún dejo autobiográfico (Murga es de Paraná y estudió en ese mismo colegio), pero está construida como la narración de un año lectivo en la secundaria de ese inmenso establecimiento que también tiene alumnos de jardín, de primaria y, por la noche, del ámbito universitario. En algunos momentos, remite casi inevitablemente a films recientes sobre el tema como Entre los muros, El estudiante o Ser y tener, pero aquí el eje no está puesto en los conflictos interraciales, las traiciones cruzadas o los dilemas de los docentes sino en la dinámica cotidiana, las pequeñas observaciones, la interacción tan caótica como fascinante de ese entramado social. La película -construida tanto con vertiginosos planos-secuencia con cámara en mano por los interminables pasillos como con largos planos fijos en las aulas- regala una multiplicidad de viñetas (los debates en medio de las clases de Educación Cívica, Francés, Literatura o Historia, las tareas de mantenimiento, la organización burocrático-administrativa, los códigos de (in)disciplina, los actos con bandas musicales, las experiencias en radios y biblotecas, la música, la política y los romances) que nos permiten acercarnos a ese mundo con reglas propias. Murga encuentra en la jefa de preceptoras (una mujer todorreno que se ocupa de mil y un detalles) a un personajes que resulta central en la "trama", mientras que ubica a la campaña electoral / votación / escrutinio del centro de estudiante como elemento de "suspenso". Además, consigue en la coda final (con las veteranas egresadas que se siguen reuniendo varias décadas más tarde) un desenlace acorde con el sentido (humanista, de pertenencia, de tradición) con el que quiere dotar al film. Mientras esperamos su próximo largometraje de ficción, La tercera orilla, actualmente en pleno rodaje, resulta un placer reencontrarnos con el cine siempre estimulante e inteligente de Celina Murga.
En estas horas, y luego de cierto recorrido festivalero (recuerdo una mención en Berlín, pero se que hay más, estuvo en Londres, Chile, BAFICI; Río de Janeiro), llega a salas, el documental de Celina Murga, “Escuela Normal”. A qué institución educativa se refiere la cineasta? Nada menos que al legendario establecimiento en la ciudad de Paraná, cuna de gran parte de la tradición normalista argentina. Todos sabemos de la importancia de esa institución (clave en la historia de la educación nacional), pero Murga elige mirar esta escuela con una cámara curiosa y centra su registro en la vida escolar de alumnos y profesores. Debo confesar que soy fan de Murga, desde "Una semana solos", film que me parece de los mejores locales de la útima década y que prácticamente pasó desapercibido para el gran público. Esta directora tiene una especial sensibilidad para acercarse al mundo de los niños y los adolescentes, por eso es que va a enfocar su lente de una manera singular a la hora de retratar la vida de un grupo de chicos, a lo largo de un año escolar. La cámara sigue a algunos personajes (alumnos, preceptores, auxiliares, rectora), por los largos pasillos del enorme edificio. Visitamos salones, presenciamos escenas de discusiones con docentes, vemos como se da la dinámica institucional y también, como se construye un proceso electoral dentro de dicha escuela (a través del voto para elegir a los que llevarán adelante el centro de estudiantes). Lo que al principio parece anodino, con el correr de los minutos, cobra interés, a la hora de presenciar algunos debates de las facciones rivales en vísperas de la elección y ver como se desenvuelve la interna, que impresiona por el detalle con que es registrada por Murga. O sea que podemos ubicarlo dentro de la línea de films de claustros educativos, porque ahí encaja perfecto. Si no les interesa la vida adolescente y sus inquietudes dentro de una escuela tan particular, quizás este documental no sea para ustedes: hay también muchas escenas de la cotidianeidad que no revisten mucho interés y tal vez ese sea punto débil. Se siente que la cineasta descubrió una historia rica en ese proceso eleccionario, pero hace contraste con otros elementos que también registra y dota de relieve, que no son tan atractivos y hacen que "Escuela Normal" no sea tan redonda como sus dos opus anteriores. Más allá de eso, Celina Murga es una de las más talentosas directoras nacionales y esperamos ansiosos su nueva ficción, "La tercera orilla", escrita nada menos que por Gabriel Medina. Como aperitivo "Escuela Normal" sirve para tenerla presente y eso, desde ya, amerita su visión.
El estudiante Tras haber realizado dos films de ficción (Ana y los otros, 2003; Una Semana Solos, 2008) Celina Murga ingresa en Escuela Normal (2011) al terreno del documental. No obstante, allí aborda con sensibilidad algunos de los temas que aparecían en sus dos primeras películas. Si habría que definir las mínimas coordenadas que definen al cine de Celina Murga, no sería inapropiado pensar en el naturalismo y en la sensibilidad que surge desde el universo cotidiano. El primer término (una derivación del realismo, más estudiado en teatro y en literatura) se hace evidente en el modo en el que los hechos se suceden. Las causas y las consecuencias no quedan expuestas de forma estructurada, programática. Por el contrario, en las secuencias de Escuela Normal los diálogos y sus conexiones argumentales se gestarán con un aura de espontaneidad y a través de la mirada de un espectador activo. La sensibilidad viene dada por lo que la realizadora decide exponer: un puñado de momentos de la vida de estudiantes secundarios, a los que filma con discreta distancia en algunos pasajes y con notable cercanía en otros, pero siempre con ternura (jamás impuesta) y sin bajadas de línea. No hay un único protagonista en este documental, pero a medida que avanza el relato se esbozará un protagonista grupal: el sistema educativo. Retratado de puertas adentro, aunque en unas pocas secuencias Murga ingresa a otros escenarios (una radio, la casa de un compañero). Esta decisión genera un micro-clima que deviene familiar, preludiado con un estupendo plano secuencia (hay, en verdad, muchos) con el que comienza la película. En él, vemos a un estudiante ingresando a esta escuela de Paraná en la que funcionan todos los niveles educativos. La misma en la que estudió la realizadora. Y no es casual: la puesta en escena da la sensación de que el espacio es conocido milimétricamente por quien lo registra. Si bien Escuela Normal es un documental, es evidente que la realizadora apela a mecanismos narrativos propios de la ficción, del mismo modo que en sus dos películas ficcionales aparecían elementos del cine documental. La narración ofrece diversos ejes, plasmados en diálogos que aparecen como “robados” de la realidad misma. Así, se genera una empatía con los chicos y con los docentes. La progresión dramática está debidamente dosificada, llegando a generar intriga en uno de los temas cruciales: la elección del Centro de estudiantes. La política educativa, las resoluciones ministeriales que condicionan el accionar docente, los métodos para corregir la indisciplina, el cuestionamiento a los contenidos curriculares, los signos patrios; algunos de los tópicos con los que Murga ingresa a esta escuela normal. Siempre con sensibilidad, sin menospreciar los detalles, haciendo de su trabajo un terreno para el debate a partir de un espacio que nos resulta esencial para la construcción de la ciudadanía. Pero que, al mismo tiempo, forma parte de nuestro anecdotario sentimental.
El futuro imperfecto Resulta más que una obviedad decir que el interés de la directora argentina Celina Murga por los adolescentes o los niños es evidente desde sus primeros trabajos en lo que a largometraje se refiere. Ella tendrá sus explicaciones o justificaciones para adentrarse en ese pequeño universo, poblado por mentes en desarrollo, que a su vez reflejan el arrastre de ciertas cicatrices sociales que lejos de sanarse supuran y cada vez con mayor intensidad. Al practicar un despojo de una mirada ingenua -o con cierto atisbo romántico- en el amplio sentido del término lo primero que se puede descubrir en Escuela Normal, opus documental y fronterizo con la ficción, es que el microclima de un Centro de Estudiantes del colegio Normal 5 de Paraná (colegio al que asistió Murga) funciona como reflejo distorsionado de la realidad política argentina: murmullo de consignas huecas y falta absoluta de propuestas con acciones concretas que hacen del juego de la política precisamente un juego que se debe ganar sin saber muy bien para qué. El primer interrogante que lejos de responderse se acentúa es entonces para qué sirve un centro de estudiantes sino para canalizar o representar el interés común de alumnos, en vez de para poner en acción un pseudo proyecto no inclusivo y personalista. Hay muy poca enseñanza detrás de una experiencia de este calibre porque no alcanza con el debate de ideas cuando todo termina siendo exactamente igual. La virtud de esta cercanía que logra la realizadora de Ana y los otros con una cámara que procura mantener una distancia dentro de ese caos es justamente multiplicar el atolladero de voces que no conducen a ningún lugar salvo la de los protagonistas de este film: una alumna que cuestiona las referencias a Dios en la Constitución Nacional y que adscribe al lema de su partido que se debe votar con responsabilidad -también es la que cuestiona a un docente la distribución proporcional en un acto comicial donde se reparten bancas-; la infatigable Machaca, quien recorre los pasillos del colegio, soluciona problemas y procura mantener un equilibrio entre alumnos y docentes ganándose cada centavo de su magro sueldo porque no dirige desde un escritorio. Y como contrapartida otra alumna que se da cuenta de que no está preparada para ejercer alguna responsabilidad porque ante la primera crítica recibida, desiste. El film de Murga (responsable del guión junto a Juan Villegas) llega justo en un momento donde se habló a lo largo del año que se acaba de ir del voto a los 16 (ya aprobado en el Congreso) y donde la educación a nivel nacional experimenta su mayor decadencia, con deserción de alumnos que deben elegir si trabajan o estudian no por tener la posibilidad de hacerlo -claro está-, en ese sentido es elocuente el corto segmento en que Murga escudriña en la antesala de una reunión entre docentes donde la claridad del análisis y de los problemas de la educación aparecen sin discursos ni falsas estadísticas y acompañados de resignación cuando el Estado está ausente de las necesidades de la gente. Ahora bien, en lo que al documental específicamente se refiere el único defecto surge en lo anecdótico y reiterativo que se vuelve este recorrido, dividido entre charlas triviales, clases, preparación para las elecciones estudiantiles y el escrutinio final, que si bien no pierde dinamismo en su conjunto tampoco descubre atajos o espacios novedosos más allá de un acotado mundo escolar. Se recomienda a los lectores interesados ver el documental La Educación Prohibida (Youtube lo tiene disponible) para así comparar realidades y ensanchar la mirada sobre un fenómeno complejo como el de la educación argentina.
El secreto es saber mirar Hay mucho de lo que Celina Murga buscó en su primera experiencia en el documental que Escuela Normal refleja con claridad, con elocuencia. El vértigo que supone no controlar todo lo que pasa delante de la cámara (algo que en la ficción es regla) y, en consecuencia, la disposición para entregarse a alguna situación inesperada, el buen ojo para capturar una buena escena en algún detalle imprevisto que sucede cerca del foco inicial de atención (son ejemplares en este sentido el registro visual de los comentarios por lo bajo de los alumnos en una clase, de algún arrumaco en medio de una discusión entre ellos de orden político y, sobre todo, de la magnífica coreografía improvisada por una nenita de esas que disfrutan de su propia fiesta en medio de una celebración para adultos). Todo el catálogo de investigaciones sobre el género que la propia directora entrerriana se propuso desarrollar, según contó en las entrevistas que dio para promocionar esta película -una de ellas publicada ayer en este mismo diario-, quedó plasmado entonces con solidez, astucia y convicción. La Escuela Normal del título es una fundada en Paraná, en 1871, por Domingo Faustino Sarmiento, con el objetivo de formar maestros que luego irían a trabajar a distintos puntos de la Argentina. Pero en lugar de inclinarse por el relato más convencional, el que ilustre con testimonios los hitos de la larga historia de esa institución, Murga puso el foco en la previa a la elección de las autoridades del centro de estudiantes y en la febril actividad de una jefa de preceptores que pone el cuerpo en lugar de dar instrucciones desde un escritorio. Y cierra el círculo con un emotivo homenaje del que participan un grupo de ancianas que pasaron por la escuela, proyectando en ese recorrido temporal la cifra de un cambio cultural: desde la alumna de principios del siglo pasado que no saludaba a su profesor de historia como silencioso reproche por el maltrato al que ese docente sometía a uno de sus hermanos hasta los jóvenes que en la actualidad pelean por un espacio destinado a defender sus intereses dentro de la escuela con las herramientas más vigentes de la política.
Describir el mundo escolar Tiene razón Celina Murga al expresar que su mirada al hacer un documental como Escuela normal no está tan lejos de los relatos de ficción de Ana y los otros y Un fin de semana solos, sus dos títulos anteriores. Tiene razón debido a la forma en que se acerca a la escuela de su infancia y adolescencia en Entre Ríos, su provincia natal, buceando en interminables pasillos, aulas y ámbitos de enseñanza donde se entremezclan el saber y los problemas cotidianos, los derechos de los alumnos y las necesidades de los profesores, las indicaciones y preguntas de una inquieta preceptora y las inminentes elecciones del centro de estudiantes. Y allí está Murga observando cada uno de los rincones, valiéndose de vertiginosos planos secuencia para mostrar el constante movimiento y la energía que caracteriza al lugar. A diferencia de Entre los muros de Laurent Cantet, la propuesta de Escuela normal no requiere de una "trama importante" en su afán por describir a un país a través de un ámbito educativo. La directora apunta –y vaya si lo logra – mirar al presente desde el instante, la fugacidad del momento, la tensión que provocan las elecciones internas de la escuela. En ese sentido, Escuela normal invita a la observación del detalle, a los primeros planos de alumnos con su actitud de sorpresa y resignación (sí, Celina Murga es una bienvenida heredera del corto Los mocosos y el largo La piel dura y de la secuencia de los títeres de Los 400 golpes, las tres de Francois Truffaut), al ocultamiento de la información antes del subrayado y el trazo grueso de tinte político y social. La coda final se juega por la emoción cuando al reunir a un grupo de veteranísimas alumnas de la escuela que cuentan algunas anécdotas y se animan a entonar el Himno a Sarmiento", que nunca resonó mejor como en las imágenes de Escuela normal.
Una mirada esperanzada al futuro Si bien "Escuela normal" es un documental, el guión de Murga y Juan Villegas, muestra una acertada preocupación por "incluir", elementos que hacen también al cine de ficción. Con mirada minuciosa, detallista, de gran observadora y de quién sabe lo que quiere contar, Celina Murga filmó su tercera película, en la Escuela normal, en que se formó, ubicada en la ciudad que nació, Paraná, en Entre Ríos. Si bien "Escuela normal" es un documental, el guión de Murga y Juan Villegas, muestra una acertada preocupación por "incluir", elementos que hacen también al cine de ficción. Ese hilo conductor que ayuda a evolucionar la historia, que por decirlo de algún modo, "ordena" esa anarquía que a veces de produce en la institución, cuando faltan los profesores, se rompe algo, o hay que resolver problemas de conducta, está representado por Macacha (Adelaida Pastorini), la jefa de preceptores de la escuela. CON EQUILIBRIO Es Macacha quien siempre con santa paciencia ayuda a superar obstáculos, a afrontar inconvenientes y es la que habitualmente tiene una solución que pone un equilibrio entre las necesidades del alumno y la escuela, a la que ella pertenece y representa de cuerpo y alma. "Escuela normal" está filmada en Paraná y la mayoría de sus escenas suceden en el interior de la escuela, en sus aulas, en sus pasillos, en el salón de actos. Celina Murga registra lo que ocurre en las clases, en los ratos libres, en las discusiones de los dos grupos que se postulan a ser elegidos para representar a los educandos, a través del Centro de estudiantes de la escuela y en la preparación de un acto. Ella capta la intimidad de esos jóvenes, que aportan y defienden sus propios pensamientos, respecto de la Constitución Nacional, su futuro, o los cambios que deberán afrontar. VIVIR EN DEMOCRACIA Celina Murga mantiene una preocupación constante: intentar ser objetiva y mostrar lo que piensan, dicen y hacen esos chicos y chicas de la escuela y como en su accionar van aprendiendo, incluso a través de los propios errores, lo que es vivir en libertad, en democracia. Con inteligencia, con originalidad, Celina Murga, parece no olvidarse de nada y va mechando situaciones que hacen al presente, el futuro y al pasado de la escuela. El pasado está representado con tierno humor, a través de una reunión de ex maestras, que le hacen un homenaje a Sarita Goncebitt de Conalens, una de las educadoras que se desempeñó a fines de la década de 1920, en la escuela creada por Sarmiento y que comenzó a funcionar en 1871. Un futuro optimista, comprometido, en el que además de la escuela también es esencial que el alumno cuente con el apoyo de la familia, es lo que muestra este documental de Celina Murga, ya un referente esencial del cine argentino.
Un documental profundo y encantador. Las cámaras están siempre en esa Escuela Normal de Paraná, los chicos en clases aburridos o participando, la jefa de preceptores tapando y solucionando problemas, una elección del centro de estudiantes, los docentes discutiendo, parte de los cuestionamientos de los alumnos a los profesores. Retazos de vida, conversaciones sesgadas, actitudes.
Este soberbio documental tiene como escenario la primera Escuela Normal de Argentina, una institución paradigmática en la empresa civilizatoria y liberal liderada por el controversial presidente Domingo F. Sarmiento, a fines del siglo XIX. La escuela, ayer y hoy, constituye una usina identitaria, un lugar público en el que se modela cívica y políticamente al ciudadano. Celina Murga, que fue alumna de esa institución, elige una estrategia observacional para mostrar estructuralmente el funcionamiento de la institución y sus efectos en la invisible intimidad del alumnado. El método es conocido, y la distancia implicada en este tipo de procedimiento formal curiosamente no conlleva ni frialdad ni asepsia antihumanista. La amabilidad democrática por cada uno de sus personajes es una de las virtudes del film: la directora, los profesores, los estudiantes, los padres de los alumnos, algunos ex-alumnos y el personal de limpieza son retratados como sujetos legítimos. El resultado es notable no sólo por el conocimiento espacial que permite encontrar en cada situación el encuadre justo (las panorámicas del patio central, los estudiantes subiendo por las escaleras, la perspectiva elegida para registrar una clase, una votación, un acto) sino también por sintetizar lúcida y lucidamente la totalidad de la práctica educativa a lo largo de un período lectivo. No es casual que el ligero centro narrativo del film gire en torno a la elección de los representantes del centro de estudiantes: la escuela es un entrenamiento juvenil para el ingreso cabal al orden social. En ese sentido, Murga consigue capturar la toma de conciencia por parte de una alumna que entiende el complejo lugar de cualquier político en una sociedad. Es un pasaje extraordinario porque se ve un instante de clarividencia repentina y el proceso final de un aprendizaje secreto. Y eso no es todo, ya que en el epílogo la directora juega una carta maestra con la que verifica las huellas de la experiencia educativa en el tiempo.
Un microcosmos cada vez más horizontal En su primer documental, la directora de “Ana y los otros” retrata un universo educativo, el de su viejo colegio, menos rígido que antes. La idea no es hacer periodismo del yo, sino aclarar desde dónde se escribe. El autor de estas líneas cursó el secundario en el Carlos Pellegrini, en plena dictadura. Un microcosmos fascista abordado, desde distintas perspectivas, en películas como el documental Flores de septiembre o la ficción La mirada invisible , que transcurría en el Nacional Buenos Aires, y se basaba en la novela Ciencias morales , de Martín Kohan. Estas menciones, ajenas hasta cierto punto a Escuela Normal , no son del todo arbitrarias. Porque el filme de Celina Murga dialoga, con agudeza y sin alzar la voz, con la educación escolar que cada uno haya tenido. Incluso con la que tuvo la realizadora, que estudió en la escuela de Paraná que retrata en esta película, en los ‘80, cuando, según lo que dijo ella en algunas entrevistas, los alumnos eran una suerte de “recipientes a ser llenados de conocimiento por los docentes”. La escuela de Escuela Normal es del siglo XXI: con menos objetos y más sujetos; sin tanta domesticación, sin tanto verticalismo. Murga, cineasta de sólida formación, no cae en la tentación de la apología ni la exégesis. Sutil, conocedora de las herramientas cinematográficas, abarca la diversidad de este universo educativo, con sus problemas, sus contradicciones, sus carencias; a pura observación, sin voces en off, sin cabezas parlantes, sin retórica. En las aulas vemos a alumnos que cuestionan y debaten con los profesores. Pero Murga le da mucho más tiempo al lenguaje visual. Nos muestra la naturalidad con la que se mueven los cuerpos, liberados de disciplicinas cuasi castrenses y, también, acostumbrados a la presencia de cámaras. O el modo en que los chicos ocupan los espacios. Espacios físicos o simbólicos, como el político. No es casual que el eje narrativo sea la elección de autoridades del centro de estudiantes, con sus contiendas y fricciones juveniles, a veces cándidas, siempre vitales y fervorosas. La base de un sistema más horizontal, más democrático. Sobre el final de la película, sin subrayados, Murga nos muestra un encuentro de graduados, gente muy mayor, y pone el foco en el conmovedor discurso de una egresada de la promoción 1928. ¿Y qué dice esta señora centeneria? Entre otras cosas, que le tenía bronca a un profesor, porque había maltratado a su hermano. Lo sintomático es que, a pesar de haber elegido esta anécdota, una espina clavada por décadas, aclara que no va a decir el nombre del docente: un respeto o un temor que ha trascendido la muerte. Otra vez el diálogo entre dos modelos de educación, entre dos épocas. Para no dar la única perspectiva de los alumnos (actuales y antiguos), Murga elige a la jefa de preceptores, una hiperactiva mujer apodada Macacha, a la que sigue -con la cámara sobre la espalda, al estilo dardenniano- a través de pasillos de pisos ajedrezados, en medio del caos y el griterío. Macacha es el personaje más cercano al protagonista de Entre los muros , pero en versión menos dramática, con estudiantes de clase media. Algunos pasajes transmiten humor; otros, restos de solemnidad -el discurso durante un acto patriótico o una banda policial tocando en la escuela-; casi todos, el avance de la política. Debates y búsquedas de consensos: el modo de formar ciudadanos menos obedientes y chatos, más libres.
La civilidad en las aulas La realizadora de Ana y los otros y Una semana solos concurrió a la Escuela Normal de Paraná, Entre Ríos –la primera que fundó Sarmiento–, para aunar en un documental lo público y lo personal, la historia y el presente, la política y lo cotidiano. “Ustedes, como críticos que son, como argentinos, ¿qué piensan de eso?”, pregunta la profesora de Historia de 5º o 6º año, en referencia al Preámbulo de la Constitución y, en particular, a la advocación a la “Justicia de Dios” que allí se hace. “A mí no me gusta que estén nombrando a Dios”, salta, como un resorte, una rubia brava, sentada en la última fila. “La Constitución nos incluye a todos, hay gente que no cree en Dios”, sigue. “¿Por qué me tengo que bancar que en la Constitución se diga que el país se va a formar con la ayuda de Dios?” Y se desencadena un debate. La invocación al espíritu crítico, el estímulo de la docente a repensar los hechos o documentos históricos, y la libre, desprejuiciada y fundamentada respuesta de los alumnos (si no de todos, sí de unos cuantos) hacen pensar en una institución de funcionamiento modélico. La Escuela Normal de Paraná, Entre Ríos, es la primera que fundó Sarmiento, allá por 1871. A ese verdadero emblema histórico y educativo concurrió Celina Murga, realizadora de Ana y los otros y Una semana solos. En Escuela Normal, lo público y lo personal, la historia y el presente, la política y lo cotidiano se aúnan. Que Murga haya comenzado a pensar la película en tiempos del Bicentenario la lleva a poner el acento en lo que podría considerarse “la civilidad argentina”, manifestada en el microcosmos escolar. Microcosmos por el que, tratándose de una institución más que centenaria, pasa inevitablemente la Historia. Guiada tal vez por el tipo de abordaje que el documentalista estadounidense Frederick Wiseman hizo sobre diversas instituciones a lo largo de su larguísima obra (instituciones sanitarias, legales, penales, y también educativas), Murga toma la Escuela (no la escuela en abstracto, sino esta concreta) como un todo. Muestra ámbitos de estudio y discusión, de sociabilidad, de romance, de ocio, de transición y también políticos. Es tiempo de renovación de autoridades en el Centro de Estudiantes y uno de los ejes de Escuela Normal pasa por la conformación de dos listas, las estrategias de campaña de cada una, las asambleas en las que ambas propuestas tienen ocasión de presentarse y, finalmente, el acto eleccionario. Civilidad en funcionamiento, mucho más educada que la de las campañas políticas nacionales, aunque con posibles coincidencias con el país “de afuera”. Una es la escasa diferenciación en las propuestas de ambas listas. Otra es que esas propuestas no se caracterizan por su riqueza, siendo de orden más administrativo que político: la concesión del comedor y cosas por el estilo. Civilidad en funcionamiento, sí. Pero daría la impresión de que con un uso bastante restringido de la política. Con guión coescrito junto al también realizador Juan Villegas (Sábado, Los suicidas, Ocio), Murga conecta los diversos ámbitos mediante un personaje que se ocupa de todo. Jefa de preceptoras, Macacha se ocupa, en verdad, bastante menos de la disciplina (en el sentido autoritario de la palabra) que de todo lo demás. Desde lo más banal (probar una nueva marca de jabón líquido en los baños) hasta actividades algo más esenciales. Como andar averiguando, aula por aula, qué divisiones no tienen clase, por ausencia de los profesores. Son muchas: una luz amarilla o roja ahí, apuntada sobre un déficit importante de la educación pública argentina, el ausentismo docente. La amabilidad y enérgica disposición de Macacha, que Murga sigue a paso firme, en largos travellings a través de los pasillos, le sirve también para que comunicar esa dinámica a la película entera. Dinámica que completa el montaje de Juan Pablo Docampo, carente de tiempos muertos. Salvo los que la realizadora quiere puntuar: los momentos de ocio también están, por ser parte de la vida escolar. Como los films previos de Celina Murga, Escuela Normal se caracteriza por un ritmo tenue pero sostenido, un continuo de picos dramáticos limados, una observación pudorosa, con protagonistas que, por más que no sean actores, no sienten la cámara como presencia intrusa. Una vez más, es como si esa cámara no existiera. Salvo en esos largos travellings por los pasillos, a los que se suma el plano secuencia de apertura, con un alumno llegando a la escuela e introduciendo así al espectador. Se nota allí la influencia de Martin Scorsese, con quien Murga se vinculó intensamente, tres o cuatro años atrás, durante un training de varios meses (hasta el punto de que el realizador de Hugo va a funcionar como consultor de su nuevo film de ficción, La tercera orilla; ver entrevista). Una reunión de ex alumnas más que octogenarias (una casi centenaria derrocha joie de vivre) es un broche perfecto, en tanto comunica en los hechos el flujo mismo de una historia común, con veteranas que parecen llevar la escuela Normal en el cuerpo, regalando a Escuela Normal un pico de emoción que la película jamás persigue con desesperación.
La escuela era un mundo El documental de Celina Murga, Escuela Normal, se adentra en los pasillos y aulas de un colegio de Entre Ríos, mostrando las interacciones entre alumnos, profesores y directivos, narrando los avatares de la elección del centro de estudiantes, las problemáticas diarias del edificio, las rutinas inquebrantables, los ritos instaurados, los debates a corto y largo plazo. Lo que consigue la directora, antes que nada, es un film muy entretenido y llevadero, especialmente porque hace aquello que parece muy difícil en el género: narrar (a veces pasa en los documentales que se convierten en grandes narraciones, este es el caso). A partir de la mirada que aporta Murga en Escuela Normal, no sólo se logra ese saber contar que lo hace tan fluido, sino que además surgen personajes estupendos como el de la rectora, que se convierte en una máquina que no para y hace cincuenta mil cosas a la vez: por ejemplo la escena donde va interrogando a diferentes chicos para averiguar quién tiró unas bombitas de agua es hilarante. Hay que remarcar que sin ser una maravilla, este documental resulta un atractivo esbozo de lo que podría ser una temática, un espacio memorable a analizar, pensar y disfrutar, como es el de la escuela secundaria. Y además logra lo más importante y a la vez difícil: introduce el cine en un lugar tan cotidiano como inasible de nuestras vidas. NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el BAFICI.
OTROS MUROS Documental de extraordinaria vigencia y vitalidad en el que la política ocupa el centro de la escena. Luego de dos largometrajes de ficción -Ana y los otros (2003) y Una semana solos (2007)- Celina Murga realiza su primer documental, un trabajo de observación sobre la comunidad educativa que conforma la Escuela Normal 5 de Paraná, Entre Ríos. Lo realmente importante en el film es donde elige posar la mirada Celina Murga, ya que resuelve que el centro de la escena lo ocupe la política. Así, la realizadora muestra como los chicos preguntan, aprenden, discuten, ponen en cuestión el sistema electoral vigente, la injerencia de la iglesia católica y la propia constitución nacional, reflexionan sobre la lucha por el poder y se disputan el centro de estudiantes del colegio. A propósito de esto la directora destacó en una entrevista concedida a Telam que se encontró con que los jóvenes tienen voluntad, compromiso y pasión por hacer política. Al mismo tiempo le imprime dinamismo al relato acompañando a la jefa de preceptores en sus habituales recorridos por la escuela. En sus rondas interactúa con los pibes, remarca las normas de convivencia, se preocupa por sus rendimientos académicos, por la asistencia de los profesores y se dedica a agilizar las soluciones a los problemas más urgentes del edificio. De otra manera, ella también hace política y por esto Celina Murga destaca su actividad y su actitud. Lo curioso del filme es el poco espacio que ocupan los profesores a la hora de debatir sobre su actividad formativa y pedagógica. O, dicho de otra manera, lo poco que debaten los profesores sobre sus roles a juzgar por el corpus cinematográfico que Escuela normal representa. También resulta interesante ver como la capital entrerriana, como la mayoría de las ciudades del “interior” del país, expulsa a sus alumnos con pretensiones universitarias, este tópico aparece en alguna de las conversaciones entre los alumnos. El final del documental pone de manifiesto la importancia de la escuela normal dentro de una comunidad, a la vez que homenajea al fundador del recinto, Domingo Faustino Sarmiento. Escuela normal es un documental de extraordinaria vigencia y vitalidad.
Recuerdos de provincia Escuela Normal resulta ser uno de esos prodigios discretamente elocuentes, cuya capacidad para observar el mundo con mirada perpleja y curiosa se encuentra por lo menos a la altura de su pertinencia y ambición. Celina Murga siempre fue una cineasta animada por la falta de certezas, y la película que nos ocupa no constituye en ese sentido una excepción dentro de su filmografía. La directora argentina observa lo que ocurre en el lapso de un ciclo lectivo en la escuela a la que asistió durante su adolescencia en la ciudad de Paraná y que fue fundada por Sarmiento. La cámara recorre los pasillos del establecimiento en largos planos secuencia y de a poco recorta, con precisión y lucidez, algunos rostros con el fin de volverlos familiares para el espectador y articular a partir de ellos alguna forma de relato, que en esta ocasión gira más que nada alrededor de las elecciones del centro de estudiantes del colegio, un acontecimiento que se integra con serena fluidez a la rutina escolar pero que Murga decide retratar como si en verdad se dispusiera a extraer de allí los destellos vitales que se irradian sin pausa hacia los recovecos de su película: los jóvenes alumnos parecen advertir, de pronto, con una súbita desazón que se disimula en la medición de fuerzas de los contrincantes, en los breves actos de espionaje y en la guerra de guerrillas que se despliega por momentos como un paso de comedia, que el ingreso en eso que de manera difusa se les presenta como ciudadanía entraña, quizá, alguna clase de desapego emocional para el que no saben si están preparados del todo. Escuela Normal renuncia de inmediato a todo alarde o amaneramiento formal, así como también al menor atisbo de suficiencia de orden moral: la belleza secreta de los planos de la película se compromete orgánicamente con la calidez democrática en el retrato de los personajes, entre los que se incluyen en mayor medida alumnos pero también algunos profesores, algún que otro padre y, sobre todo, una rotunda jefa de preceptores, todos trazados con un sigilo y una precisión exquisitas. Murga ejerce una ética de la discreción y la gracia, dos elementos con fuerte presencia en sus dos películas anteriores que constituyen un método pero también un horizonte. Casi sin proponérselo (o haciendo como que no lo hace, acaso recurriendo a un elegante “como quien no quiere la cosa”), la directora se vale de pronto de dos motivos visuales, dos niñas, una morocha y otra rubia, que pertenecen a cada una de las facciones en pugna en las elecciones, para delimitar de manera plástica campos provisoriamente enfrentados, dos porciones blandas del frente de batalla que cruza parte de la película y que le otorga su costado más dramático y luminoso en términos narrativos. De paso, la preeminencia de las mujeres en la película podría estar evocando una zona biográfica, sutilmente íntima y elusiva, que Murga despliega en retazos actualizados de una memoria que no es el pasado pero que tampoco termina de ser exactamente el presente: Escuela Normal puede ser vista como el retrato lúcido de una institución centenaria a la que solo se accede en penumbras, como ante un verdadero misterio, tan lejos de la premura diaria de las grandes ciudades cosmopolitas como de los fantasmas obligados de la militancia (un universo aislado, con una lógica que parece arcaica: la escuela antes de La cámpora, digamos), o un catálogo de breves epifanías juveniles en las que el intercambio con el otro se integra y acomoda sin alterarla a la quietud de una vida provinciana que parece forjada en otro mundo.
Después de dos ficciones perfectas (Ana y los otros y Una semana solos), ambas prodigios de observación, Celina Murga opta por el documental y muestra cómo funciona un secundario que carga, además, con el peso de una historia. No se trata de una muestra o una búsqueda didáctica de la pura información, sino de ejercer la mirada como un bisturí para encontrar el paisaje humano, el más atractivo y complejo. Un gran film que observa sin juzgar e invita al espectador a entrar en su mundo.
Se estrena hoy Escuela Normal una película de Celina Murga: una mirada sobre un grupo de adolescentes. Con sus dos primeros largometrajes, Ana y los otros (2003) y Una semana solos (2008), Murga obtuvo una buena cantidad de premios y participó en numerosos festivales. Ahora se encuentra en pleno rodaje de un largo de ficción, La tercera orilla, coproducido nada menos que por Martin Scorsese. Ganadora de un concurso del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (lncaa) con motivo de los festejos del Bicentenario, Murga afirmó que -siguiendo la línea de Philibert- eligió “plantar la cámara y esperar con paciencia a que la realidad se manifestara, pero con la idea de buscar cierta sensación de ficción en la puesta en escena”. Esta vez elige el documental, donde trabaja más de un año con mucha cámara en mano, con la idea de indagar sobre la vida cotidiana, sobre que piensan, que sienten, y como actúan los adolescentes. Previo casting dentro de la escuela para encontrar un grupo de chicos que pudiese dar cuenta con claridad de ese cambio de mirada que se produce a cierta edad sobre el mundo educativo. Es decir donde se pasa de estudiante a ciudadano. La convocatoria fue muy grande, y encontraron buenos personajes que le sirvieron para llevar adelante la historia. Interesada siempre en la problemática de los niños y adolescentes regresa está vez al escenario de su propia vida, pero no de un modo nostálgico detenido en sus experiencias y percepciones, Ese espacio es La Escuela Normal 5 de Paraná, la cual data de 1871, la primera fundada por Sarmiento, con la idea de formar maestros para el país: “En un país que recibía tanta inmigración, cuyo discurso era que había que normalizar la educación para formar a un ciudadano argentino. Su idea era “estandarizar la enseñanza y la educación para darles a todos las mismas herramientas para poder vivir en sociedad”. A medida que avanza el film somos testigos de que los alumnos poseen un Centro de Estudiantes que se encarga de representar a sus compañeros y pelear por sus derechos, como tener una cantina con precios más bajos o crear una biblioteca, lo cual implica pasión y compromiso por sus semejantes, y también vemos como cuestionan la existencia de Dios dentro del Preámbulo de la Constitución, lo cual da cuenta de que reflexionan y defienden sus propios pensamientos. Pero también muestra la problemática de padres que exigen más oportunidades para sus hijos de aprobar, lo cual muchas veces implica nivelar para abajo, del mismo modo que vemos a los profesores, y a la escuela más preocupada por los detalles más superfluos del control del orden y menos empapada de la realidad y sus necesidades. Sin lugar a dudas el escenario elegido de 1600 alumnos no deja de ser un recorte dentro de la realidad de la Argentina, aunque relevante y respetuoso de una minoría.
Aprendizajes 1. No hace falta leer entre líneas para notarlo: Escuela Normal es una película que habla todo el tiempo de la política y el poder. La visión levemente desencantada de Celina Murga surge del desfase existente entre la autoridad real de la rectora Machaca y las posturas más o menos idealistas y esperanzadas de los chicos de las dos listas que compiten en las elecciones del centro de estudiantes. El que avisa no traiciona: Escuela Normal no aspira a observar inocentemente el estado de cosas de un colegio de provincia, y por eso comienza con el movimiento de una cámara que sigue a la rectora mientras habla con profesores, pide información a alumnos y rellena los jaboneros de los baños. Ese plano secuencia inicial, en el que se la ve a Machaca como un pulpo capaz de atender varios problemas a la vez sin descuidar ninguno mientras recorre los pasillos de la escuela, construye la imagen de un poder con rostro humano pero que lo abarca todo, capaz de tocar incluso una cuestión insignificante como el rellenado de jabón líquido de los baños de alumnos. 2. Contra el control de Machaca van a chocar de frente los chicos durante los últimos días de clase cuando, después de realizada la elección, la rectora ordene restringir la entrada al establecimiento y Sofi, una de las integrantes de la lista ganadora, exultante tras su victoria apenas unos planos antes, tenga que discutir incansablemente con una ordenanza (que acata órdenes sin cuestionarlas) y una profesora solo para poder ingresar a la escuela y conocer su nota de matemáticas. No es casual que la película elija a Sofi para contar ese momento: antes de realizarse las elecciones, ella era la primera (y la única, quizás) que se percataba de lo complejo y enrevesado del ejercicio de la política, y lo comunicaba con un evidente desencanto. El hecho de impedirle la entrada justo a ella, flamante integrante del centro de estudiantes, confirma el abismo insalvable que se abre entre el carácter a veces meramente nominal de la política estudiantil y las decisiones concretas del poder real. 3. Las escenas de los chicos son alternadas con otras de Machaca y los docentes que funcionan a modo de separador, pero también como contrapunto obligado de los debates acalorados y a veces un poco cándidos de los chicos. De todas formas, Murga abre una puerta cada vez que filma a algún grupo y los captura en momentos de descanso, juego o charlas de política. En esas escenas no faltan los intercambios silenciosos, los secretos que se susurran y que la cámara solo puede observar pero nunca revelar mediante la escucha; son puntos ciegos que escapan del brazo institucional y que, no por nada, regalan algunos momentos fugaces de belleza y plenitud jóvenes como pocas o ninguna película argentina supo capturar. 4. El cierre empieza con la fiesta de fin de curso, con los chicos y sus padres festejando la finalización del secundario mientras bailan, toman y parecen recorrer por última vez los largos pasillos y salones del colegio. Es curioso que la película no muestre nada relacionado con la preparación de la fiesta; la decisión quizás se deba al hecho de negarse a proponer esa celebración última como un dispositivo calibrado y operado por las autoridades, cosa que podría restarle frescura y dinamismo a la celebración. Murga elige voluntariamente dejar fuera de campo aquello que podría empañar el brillo de la escena, como si en esa fiesta nocturna (que al principio recuerda un poco a la de Una semana solos) se estuvieran jugando cosas más importantes para el cine que cualquier develamiento político o de rituales institucionales. Murga no es una cineasta cínica ni fría, quiere de verdad a sus personajes, por eso su película se pregunta acerca del poder pero sin renunciar a su condición de cine profundamente humanista, que recala siempre en los individuos, en la calidez de la camaradería, en las caras expectantes de los chicos (aunque las chicas sean las verdaderas protagonistas), en los gestos más pequeños y al mismo tiempo (quizás por esa misma fragilidad) más encantadores, y no se interesa solo en el registro distanciado de los modos de reproducción del poder. 5. Sin embargo, la última escena viene a ensombrecer levemente la alegría de la fiesta de fin de curso. No hace falta contar todo lo que ocurre en esa reunión final de una promoción de mujeres de la década del 20, alcanza solo con decir que el himno a Sarmiento (fundador de la Escuela Normal de Paraná), previo aviso de la mujer que tiene el micrófono, es entonado por las participantes de manera casi mecánica, sin pasión, como exhibiendo los resultados de un aprendizaje que cala demasiado hondo, incluso al punto de convertirse en una memoria corporal automática.
En las aulas Interesante documental que muestra la vida cotidiana dentro de un escuela. Cada día, pasillo o clase logra registrar y narrar con mucha eficacia el andar estudiantil de estos tiempos. Aunque por momentos la historia se centra en una disputa política entre alumnos por la presidencia del centro de estudiantes, el documental navega en un mar de incertidumbre donde a medida que avanza el tiempo cada vez más va perdiendo la atención del espectador. "Escuela normal" tiene el principal logro de poder mostrar con extrema naturalidad el comportamiento de las aulas, desde como actúan los alumnos hasta el accionar de los adultos. Son los pequeños detalles, como un estudiante contando las cartas en plena clase o un docente un tanto incapaz de controlar a sus alumnos, lo que le permiten darle al espectador una noción bien fuerte sobre la cotidianidad no solo de este establecimiento sino de todas las escuelas del país. Murga logra a través de "Escuela normal" tener una mirada tan fuerte que la convierte en universal. Sin embargo, el documental presente una estructura bastante deshilachada que hacen parecer que no tiene un objetivo. Por un lado, aparece una jefa de preceptores cuyas caminatas por todas las instalaciones muestran el lado más caótico pero irrelevante del lugar y en el otro sector, aparece una competencia estudiantil que habla más de cómo los jóvenes se relacionan con la política que del hecho en sí. Lo cual solo se convierte en una falla para la película si la disputa no es cautivante y, en este caso, a pesar de darle muchos minutos a las elecciones en ningún momento se torna interesante la disputa. Asimismo, hay un choque bastante marcado a la hora de narrar las dos sub-tramas que tal vez no es demasiado significativo pero si debilita al documental. En el caso de la preceptora hay una acentuada contemplación observacional de acompañamiento al seguirla continuamente de espaldas, mientras que en las reuniones de los alumnos las escenas dan una noción de estar más escenificadas y planeadas al estar montadas con diferentes planos bien cercanos e invasivos a los rostros de los estudiantes. Por lo tanto, la película falla a la hora de tener un relato fuerte y conciso al no lograr mimetizar una naturalidad extrema (preceptora) con una realidad recreada (alumnos). No obstante, cualquier error que se encuentre en "Escuela normal" es menor en comparación con el gran logro de haber conseguido reflejar con extrema singularidad el mundo cotidiano de los adolescentes y su escuela. Es una película que luego de su exhibición invita cordialmente a pensar sobre lo acontecido.
Publicada en la edición digital Nº 4 de la revista.
Publicada en la edición digital #247 de la revista.