Copos de nieve frenéticos para el héroe occidental. La identidad y los roles son paradigmas que cambian a partir de cambios sociales, culturales y económicos. Estos cambios definen los estereotipos y las imágenes con las que cada sociedad crea su ideal de sujeto social. Estas imágenes aparecen en forma de valores que crean categorías sociales que definen distintos tipos de comportamientos deseables. En este sentido, la valentía y el arrojo son para la sociedad occidental valores que constituyen y han formado las epopeyas legendarias sobre las que se basan nuestros mitos. Force Majeure (2014) es un drama existencial sobre los desafíos de una familia moderna con padres incapaces de imponer límites y de enfrentar una situación traumática que los pone al borde del colapso en un centro de esquí europeo moderno. En medio de una serie de situaciones que se suceden tras el acontecimiento, Force Majeure crea un clima de perturbación a partir de las extraordinarias melodías furiosas de cuerdas de Ola Fløttum, combinadas con los ruidos nocturnos de explosiones que producen las avalanchas controladas, para imbuir la acción de una violencia sobrecargada pero reprimida, incapaz de ser transmitida o canalizada por los protagonistas. De esta forma, la última película del director y guionista sueco Ruben Östlund busca el máximo punto de tensión en cada situación llevando a una pareja y sus hijos a una situación límite que pone en peligro la relación y la autoestima del marido, durante las vacaciones de una familia sueca de clase media profesional de buen pasar económico. Las excelentes actuaciones de todo el elenco logran desarrollar los sentimientos de vergüenza y miedo para expresar las expectativas que se apoderan de los protagonistas en tanto sujetos sociales incapaces de dialogar y de expresarse en un contexto exacerbado por la situación post-traumática. Cada escena del film es una pequeña obra maestra que merece un análisis sociológico y psicológico por la mordacidad y la acrimonia de los diálogos, los cuales desatan las interpelaciones más insondables sobre la personalidad y el rol de la masculinidad en la sociedad actual. De esta manera, lo que parece una simple situación de cobardía durante una avalancha se convierte en un cuestionamiento de la falta de carácter del hombre y del ser humano en la sociedad moderna, que incita al debate sobre la dualidad humana, la cual oscila entre los valores culturales arbitrarios y el instinto. Sin titubeos, Force Majeure interpela a la sociedad occidental en sus construcciones sociales y en sus debilidades hurgando en las heridas de una clase que disfruta de la comodidad y no puede hacer frente ni procesar una situación límite. Mientras la figura del héroe mítico individual es recuperada hasta el hartazgo por el cine norteamericano con el fin de generar apatía en un espectador indolente, obras como Force Majeure atacan puntos específicos del comportamiento social para desatar las contradicciones de toda nuestra época en un estallido silencioso que genera una pequeña avalancha que se aproxima y crece ante nuestra necia impavidez.
Es de noche en los Alpes franceses. Unos tubos cilíndricos y metálicos salen del medio de la montaña nevada y descargan sus explosiones en la oscuridad. Una familia sueca a punto de quebrarse descansa en la habitación del hotel y centro de esquí. Las explosiones los inquietan. En su segundo día allí, van a almorzar a un restaurant con vista a los Alpes nevados. Se sientan en una mesa en la terraza, los cuatro: papá, mamá, hija e hijo. Arremete una de esas explosiones y eso desencadena una avalancha, en apariencia y según el padre, controlada. La masa de nieve se acerca rápida y certera a la terraza del restaurant. El padre saca su iPhone y filma el momento. La gente alrededor se da cuenta de que algo no está bien con esa avalancha. Se acerca. Se desesperan. Los chicos gritan. Todos gritan. La nieve llega pero frena justo antes del restaurant cubriendo todo con una bruma un poco blanca, un poco gris. El peligro pasó. Los comensales, como pueden, retoman sus lugares. La familia sueca también. Intentan comer pero algo los frena. Esa avalancha rompió algo entre ellos. Esa avalancha puso a prueba a esa familia y desestabilizó, con su fuerza y su nieve, todo lo establecido. Así arranca Force Majeure (2014), del director Ruben Östlund (Play, 2011; Involuntario, 2008), la nominación de Suecia para los Premios Oscars 2015 y la ganadora del Premio del Jurado (Un Certain Regard) en Cannes. Una película que pone en jaque a cada una de las fibras de nuestro cuerpo. Una crónica sobre la vida en pareja, la paternidad y las responsabilidades que esto conlleva. Östlund pone a prueba a los personajes. Juega con ellos y observa cómo reaccionan en este contexto. Pone en tela de juicio los roles preestablecidos en una familia por la sociedad occidental y hace de eso un manifiesto. ¿Cuál es el lugar del padre/ esposo aquí? ¿Qué lugar espera la madre/ esposa que ese hombre ocupe? La situación límite por la que pasa la familia es un obstáculo que ellos deben sortear y del cual, hay que decirlo, ninguno de los dos sale bien parado. Ella espera que él los salve. Que sea el héroe en ese caos. Pero las cosas no salen como ella quiere. O, por lo pronto, como ella creía que tenían que salir en caso de pasar por algo así. A partir de ahí, los personajes inician un viaje lleno de frustraciones compartidas, de reproches y de llantos desconsolados e imparables. Todo ello acompañado por una banda de sonido compuesta de sólo un tema: el Tercer Movimiento (Verano) de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Funciona como leitmotiv durante toda la película y añade, gracias a un montaje preciso, un dramatismo y una tensión, por momentos, insoportables (en el buen sentido). Force Majeure nos interpela. Durante los 118 minutos que dura la película, nos ponemos primero del lado del padre, luego del lado de la madre, después del lado de los hijos y más tarde del de la pareja de amigos que llega al mismo hotel y a la que los protagonistas le confiesan su malestar por la situación que les tocó vivir. Y son ellos los que también se plantean, luego de escuchar el relato de la avalancha, qué haría uno en una situación límite.
La crueldad y misantropía de su anterior film titulado Play, como también sus piruetas formales permanecen aquí fuera del registro y de la aproximación a los personajes en esta comedia en la que un grupo familiar de clase alta pasa sus vacaciones en los Alpes. El conflicto central surge de un fenómeno inusual: tras una avalancha filmada o inventada digitalmente de un modo formidable, el centro turístico situado en el medio de las montañas permanecerá intacto. En ese momento, varios turistas y la familia protagónica están almorzando en la terraza de un restaurant del hotel. Los comensales contemplan maravillados el fenómeno. Es sin duda una explosión majestuosa de la naturaleza, hasta que esa masa de nieve amenaza con acabar con sus vidas. En verdad, no pasará nada, pero la reacción del padre, más preocupado por salvar su I-Phone y sus lentes de sol que por proteger a su mujer y sus dos hijos, precipitará una avalancha de otra naturaleza en el balance emocional de toda su familia, en especial su esposa que no podrá procesar la reacción egoísta de su marido. “Soy un esclavo de mi propio instinto”, dirá el padre en cierto momento de catarsis. El trabajo formal Östlund es de una precisión admirable: la relación que establece entre los turistas y el espacio de ocio, entre una clase social pudiente y el personal de servicio que prácticamente es invisible pero siempre observa, conlleva a una lectura doble: por una lado, se pone a prueba una concepción metafísica del hábitat. Las panorámicas del centro de esquí permiten entender en escala el carácter rudimentario de la construcción en torno al mundo incivilizado de las montañas nevadas, la indefensión de los hombres frente a la naturaleza. A gran escala, el centro es una maqueta inmensa, una esfera de protección falible. Por el otro, la opulencia de una clase y sus placeres efímeros son insuficientes para garantizar un bienestar deseado y pagado. Deslizarse por la nieve y descansar en un lugar privilegiado se ve dislocado permanentemente debido a ese gesto paterno de avaricia ontológica. Película ingeniosa, acaso de tesis, cuya resolución es tan divertida como apabullante.
Naturaleza primitiva Premiada en el último festival de Cannes y enviada por Suecia para ser considerada en los Oscars 2015 como mejor película extranjera, Force Majeure: La traición del instinto (Force Majeure, 2014), es merecedora de estas distinciones por tratarse de un film como ningún otro, que decide cuestionar la figura del rol del hombre en nuestra sociedad. Una familia sueca viaja a los Alpes franceses para disfrutar de unos días de esquí en familia. Todo anda bien, hasta que durante un almuerzo, una avalancha pone en riesgo a todos, y cuando Ebba, (Lisa Loven Kongsli) llama a su marido (Johannes Kuhnke) para que la ayude con sus hijos, este agarra su Iphone y huye corriendo dejándolos solos. Todo podría indicar que Force Majeure: La traición del instinto va a encarnar un nuevo film del género Cine catástrofe en donde la familia tipo experimenta las consecuencias físicas y mentales post desastre natural, como ocurre con la premiada Lo Imposible (2012). De todos modos, ningún tipo de semejanza mantiene con este o cualquier otro film del estilo, ya que aquí se opta por ubicar a la avalancha en un segundo plano, (de hecho esta resulta ser una falsa alarma) y el foco está puesto en la reacción del padre de familia frente a esta situación alarmante. Aquí surge el verdadero conflicto, ya que esta reacción va en contra de la imagen construida de padre héroe y protector en la sociedad moderna, decepcionando así, a sus hijos y a su esposa Ebba. Force Majeure: La traición del instinto nunca se aleja del conflicto principal, el elefante en la habitación está permanentemente al acecho, y como consecuencia de esto, aparecen secuencias que reflejan momentos de extrema incomodidad, humillación y crisis individual y de pareja. La incomodidad es reforzada a través del recurso de planos largos, de la utilización de silencios y de la presencia de un tercero como testigo, con quien el espectador puede sentirse identificado en más de una ocasión. Son pocos los personajes que tienen presencia en cámara además de la familia, pero la elección de la pareja de amigos recién enamorados, encarna un contraste perfecto con el de Tomás y Ebba, generando un efecto cómico muy bien logrado en la secuencia en la que estos se juntan a cenar. Tampoco podemos dejar de mencionar la compenetración del espectador con el espacio, gracias a una estética brillante, que en compañía de la música y la presencia de los penetrantes efectos de sonido, (las botas, el roce de los esquís con la nieve, el teleférico, etc) contribuyen a la creación del clima intenso que su director Ruben Östlund busca conseguir. Solo queda por agregar, que en la búsqueda por encontrar films innovadores, Force Majeure: La traición del instinto sale airosa, ofreciéndonos un cine inquietante y repleto de matices.
Que pasa en un matrimonio cuando uno de los miembros decide tomar una decisión que afecta directa y potencialmente a todos los integrantes del grupo familiar? No importa si la decisión es acertada o incorrecta, tan solo la enunciación de la controversia como elección de construcción narrativa. De esto habla “Force Majeure, la traición del instinto” (Suecia, 2014), nuevo filme de Ruben Östlund y que a través de una estructura episódica y corno lógica nos permitirá introducirnos en la vida de un matrimonio mientras vacacionan junto a sus hijos en los Alpes franceses. Durante un almuerzo un hecho hará que Tomas (Johannes Bah Kuhnke) tome una decisión y esa acción disparará la narración de la clásica crónica vacacional hacia un drama intimista en el que la exposición de la intimidad de él y de Ebba (Lisa Loven Kongsli) solo genera incomodidad y rechazo hacia sus protagonistas. “Force Majeure” es el relato desesperado de la intensidad del dolor de una pareja ante la inevitabilidad de la separación como resolución de una situación determinante. Y más desesperante aun cuando el director decide contar la historia a través de primeros planos con la consecuente exposición del nerviosismo y la tensión de aquellos momentos en los que los acontecimientos y el punto de vista de cada uno se muestra. El él dijo ella dijo a la enésima potencia en un filme sin concesiones que recupera la clásica manera de relatar más con imágenes que con diálogos. Es que las palabras en “Force Majeure” restan en aquellos momentos en los que solo se busca la compensación por un hecho crítico y del cual somos testigos y parte. Justamente en este punto, es en donde “Force Majeure” encuentra con habilidad la manera de generar empatía o total rechazo para con la pareja que en crisis solo busca poder encontrar un cierre a su planteo y a sus vacaciones. El lugar, los Alpes franceses, también se convertirán en actor protagonista del relato, ya que no solo brindara el escenario para la crisis sino que, además, será quien desencadene la historia a partir de un hecho particular. Östlund reflexiona sobre la vida en pareja, la paternidad, los vínculos sociales, el consumo y los sueños, en un contexto de frivolidad y ocio que bien podría haber generado cualquier otro tipo de discurso. Pero no, el drama absorbe la narración y licúa cualquier otro tipo de enunciación posible. De la postergación de deseos, de la tardía aceptación de las consecuencias a partir de decisiones, y de la clara y notoria individualización frente a una catástrofe, “Force Majeure, la traición del instinto”, afirma su discurso sobre imágenes de una belleza extrema que contrastan con la dureza del planteo narrativo. Intensa.
Cada uno reacciona ante una catástrofe de manera diferente, es cierto; pero hay formas y formas de reaccionar, y en esos detalles también estará la formación del carácter y personalidad de las personas. Tomas y Ebba viajan con sus hijos en plan vacacional a los Alpes franceses. Son un matrimonio perfecto, una familia ideal, con sus rispideces como todas, pero nada importante; el momento es propicio para el puro placer de esquiar y distenderse en conjunto. Pero sucede la situación límite, hay un alerta de avalancha, la vida se pone en riesgo porque justo ellos están en el lugar menos indicado. Ebba llama a su marido para que los socorra, pero Tomas agarra sus cosas y huye para el otro lado, individualmente. No, no es Force Mjaeure un film catástrofe de esos por los que delira Roland Emmerich, la avalancha ni siquiera termina siendo lo anunciado. Sucede una catástrofe, pero no en el paisaje natural, sino en el seno familiar. ¿Cómo se ignora semejante actitud? ¿Es cuestionable? El director y guionista Ruben Östlund logra crear una acumulación, una avalancha, de emociones, en el marco de lo que pareciera un film pequeño. La primera elección correcta es su tono. Pese a lo que podría indicar su guión, Force Majeure no es (completamente) un drama; es una comedia que ajusta los tornillos de la incomodidad, que busca cierto ridículo allí donde el lugar común indicaría que debe estar el momento de llanto. Quizás no nos reiremos a carcajadas, es más, nos emocionemos, pero frente a un plano distendido y cargado de ironía. Östlund hace uso de todos los detalles que tiene a su alcance. El punto de vista será el de la mirada curiosa, observadora desde el afuera que se inmiscuye en una intimidad familiar. Del ambiente también sacará provecho, ese lugar gélido, inmenso, lleno de silencios y sonidos amplificados, será mucho más que una locación. Es más, la utilización del sonido también será un aporte para la incomodidad, como esos pequeños sonidos normales, de la cotidianeidad, que acá cobran una importancia desmesurada por el silencio y la incomodidad de la situación. Tampoco serán cualquiera los intérpretes, Johannes Kuhnke y Lisa Loven Kongsli como Tomas y Ebba le sacan jugo a sus personajes, los llenan de matices, y logran una no-química extraña y a la vez intrigante. Force Majeure interpela al espectador, no lo deja impávido; es inevitable preguntarse qué hubissse hecho uno mismo ante esa situación… y aunque de la boca para afuera lo primero que digamos es “no, yo hubiese salido a dar mi vida por mi familia”, interiormente nos preguntaremos si realmente es así. Premiada en Cannes y enviada por Suecia a la competencia por el Oscar Extranjero, este nuevo opus de Ruben Östlund es otro de los mejores films estrenados este año. Una gran película envuelta en lo que pareciese una anécdota.
La familia como un infierno blanco Con una puesta en escena de típico “estilo nórdico”, caracterizada por su impasibilidad entomológica e hipercontrol de todos los elementos, el cuarto largometraje del director sueco plantea una crisis familiar que traslada al espectador. Por Horacio BernadesDejando de lado el género de terror, donde desde los años ’70 constituye toda una variante genérica (desde Las colinas tienen ojos, Carrera contra el diablo y La violencia está en nosotros hasta Hostel & Cía), podría considerarse a Force Majeure representante de un tópico cinematográfico al que habría que nombrar como “de malestar vacacional”. Minitópico, en verdad, ya que la otra exponente del rubro que el cronista recuerda es la uruguaya Tanta agua (2013), donde dos chicos se aburrían junto a su papá en un recreo demasiado lluvioso. Aquí el escenario es, como en la también reciente La hermana (2012), una pista de esquí alpina. Todo está bien en el seno de una familia sueca (la película es mayormente de ese origen), hasta que todo empieza a estar mal. Elegida Mejor Película en la sección Un Certain Regard de la última edición de Cannes, Force Majeure –que en Argentina se estrena con el subtítulo La traición del instinto– plantea qué pasa con los lazos familiares, en una situación de “sálvese quien pueda”. Lo más interesante es el modo en que la pregunta pasa al espectador.Y no es que la cuarta película de ficción de Ruben Östlund (Suecia, 1974) sea una con la que se empatice fácilmente. No al menos en primera instancia. Puesta en escena con lo que podría llamarse “estilo nórdico” –impasibilidad entomológica, distancia, fijeza de los planos, hipercontrol de todos los elementos–, Force Majeure transcurre enteramente en esa pista de esquí innominada, desde el arribo hasta el intento de partida de la familia protagónica. Familia tipo: papá y mamá cuarentones, hijo e hija de entre 10 y 13 años. Impecable y aséptico hotel cinco estrellas, en medio de la nieve. Atención profesional, amplias habitaciones calefaccionadas, completos equipos de esquí, mañana y tarde arriba y abajo por las laderas. Cena temprana en la terraza del hotel, asomada al espectacular marco de alrededor. De pronto, el sonido de una explosión, un ligero alerta y la sorpresa ante una avalancha de nieve que viene directo hacia el hotel. Todo el mundo a cubrirse, mientras la falla familiar queda al descubierto.A la manera de Michael Haneke, Östlund narra en tres etapas: “normalidad” cotidiana, disrupción, regreso a una cotidianidad que ya nunca más será la misma. La diferencia con el realizador austríaco es que no condena a sus personajes en forma total y definitiva –y a través de ellos a la Humanidad in toto–, sino que plantea una situación muy específica, en la que el instinto de sobrevivencia animal puede imponerse por sobre afectos, lealtades, compromisos asumidos, la propia ética. Östlund es, si se quiere, menos calvinista que el realizador de La cinta blanca. Más semejante a la técnica-Haneke es el modo en que el realizador sueco trabaja lo larvario, dejando que vaya asomando a la superficie por pequeñas grietas, silencios abruptos en la conversación, momentos de incomodidad que el realizador dosifica con timing preciso. Genera particular malestar la falta de intimidad de Tomas y Ebba, que para discutir, y hasta para quebrarse, deben salir al pasillo del hotel, dado que en la habitación están los hijos (que a su vez se sienten violentados, y reaccionan agresivamente, ante la tensa situación entre los padres). Cuando salen, un empleado de limpieza aprovecha para curiosearlos.La sospecha del otro, del ser querido, comienza a contagiarse como un virus, traspasándose a una pareja amiga. Se genera una suerte de universalización de la desconfianza, que es también del “defecto de fábrica”. Antes del final, Tomas tal vez pueda redimirse ocasionalmente de su falta, así como, inversamente, él no será el único que en una situación de stress se comporte más como monstruo que como héroe. ¿Como podría quizá sucederle a cualquiera en esa situación? Esa es la pregunta básica que Force Majeure deja flotando, de modo inquietante. Como suele ser norma en el cine nórdico, las actuaciones son sobresalientes. No es fácil dejar asomar el enojo, la angustia, el miedo, la violencia contenida, la vulnerabilidad y que todo ello se mantenga justo en ese borde, con apenas alguna explosión ocasional. Johannes Kuhnke, en el papel de Tomas, y Lisa Loven Kongsli, en el de Ebba, lo hacen con maestría.
Audaz e inquietante mirada sobre el patriarcado Una familia perfecta (matrimonio joven y encantador con una hija y un hijo) llega a un lujoso resort turístico en plenos Alpes franceses con la idea de disfrutar de una semana de esquí. Sin embargo, mientras comen algo en una terraza se acerca una avalancha. Las risas nerviosas del inicio se convierten en gritos de pánico. La madre, Ebba, abraza a los dos pequeños; Tomas, el padre, agarra su iPhone y sale corriendo del lugar. A los pocos segundos todos respirarán aliviados. El alud se detuvo unos metros antes y sólo están cubiertos de nieve. Pero, aunque ilesos, la experiencia extrema dejará secuelas de todo tipo. Las relaciones se empiezan a resquebrajar. Algo ha cambiado para siempre? Así arranca Force Majeure, nuevo trabajo de ese brillante director que es el sueco Ruben Östlund (Play), que no casualmente ha sido comparado con Ingmar Bergman y Michael Haneke por sus provocadoras exploraciones de las peores miserias, fantasmas y miedos de la burguesía europea. En este caso, lo que Östlund pone en cuestión es el lugar del hombre como patriarca, figura poderosa y ángel guardián de la familia. En principio, Tomas niega los hechos, no acepta su acto de cobardía, pero ante los reproches de su esposa y la posterior condena de amigos se hunde en la vergüenza, la angustia y la crisis existencial. Quien crea que Force Majeure es un melodrama desgarrador deberá saber que Östlund apuesta casi siempre por el humor (por momentos bastante negro) y, aunque acaso el espectador pueda sentir cierta incomodidad al reírse del patetismo del protagonista con su ego masculino herido, la película se desarrolla con una gracia y una fluidez que se agradecen. Östlund es un cineasta que combina un enorme talento visual (es notable cómo aprovecha tanto la estética kitsch del centro turístico como las inmensas pistas y bosques nevados) con una mirada llena de inteligencia, que arrasa con todos los valores que sostienen el machismo y jaquea incluso los postulados de la corrección política. Una película audaz e inquietante. Un estreno para celebrar.
Acidez escandinava que regocija maliciosamente Primer día de vacaciones. Una hermosa familia: joven de aire ganador, linda esposa, un par de hijitos rubios, todos suecos. Un hermoso lugar cerca del Mont Blanc, en los Alpes franceses, ideal para esquiar y relajarse juntos. Un día memorable. Segundo día de vacaciones. La hermosa familia está en un restaurante con vista a la cercana ladera toda cubierta de nieve. El personal de la pista de esquí está cumpliendo sus tareas. De pronto, nace una avalancha y se viene derecho sobre los turistas del restaurante. Impresionante. Hay que tomar a los hijos y correr hacia un lugar seguro. Pero el padre de familia parece que no lleva esa consigna en la sangre. O no la entendió. En vez de los hijos toma su smarphone y sale corriendo solo. Hacia un lugar del que nunca se vuelve: el ridículo. Tercer, cuarto, quinto día de vacaciones. ¿Seguirá siendo una hermosa familia? ¿El tipo aceptará que estuvo mal, y que la mujer no es la única que debe ocuparse de los hijos? ¿La mujer dejará de verduguearlo y de contarle a los demás el papelón de su marido? ¿Retomarán la vida cotidiana cuando vuelvan a casa? ¿Qué confianza se le puede tener? Ruben Ostlund se especializa en plantear los problemas que surgen tras la experiencia de alguna situación límite. Y los plantea con un sentido del humor bastante ácido, mucha habilidad para describir comportamientos diversos, hábil comprensión de las aspiraciones y reclamos del público (mayormente femenino), y una mala leche escandinava respecto al género humano. Primero se toma su tiempo, pero después atrapa, regocija maliciosamente, aviva nuestra inquietud sobre lo flojas que vienen las nuevas generaciones, y deja el conjunto listo para discusiones y reinterpretaciones a la salida del cine. Película presentada en la sección Un certain regard del Festival de Cannes, donde ganó el premio del jurado que presidía Pablo Trapero, ahora va por los premios a mejor film y director de la Academia Europea del Cine, y por el Oscar al mejor film extranjero. Mientras esto último se define, Ostlund se va a esquiar. Esa es otra de sus especialidades. Y la tercera, consiste en mejorar todo con Photoshop, After Effects y otros programas. La terraza del restaurante que vemos fue construida en estudio, la gente miraba una pantalla verde, luego a ésta le adosaron una avalancha registrada en la Columbia Británica, la polvareda de nieve es digital, incluso las montañas del fondo fueron "mejoradas" digitalmente, etc. etc. Lo real es el miedo, el egoísmo, la torpeza, el malestar, los instintos mal llevados. Y la calidad de los intérpretes: Johannes Kuhnke, Lisa Loven Kongski, el noruego Kristofer Hivju, Fanni Metelius, Bradi Corbet, los chicos Clara y Vincent Wettergren. Rodaje en Les Arcs, cerca de Bourg-Saint-Maurice, Saboya, y en el Copperhill Mountain Lodge, que queda en Suecia.
Una gran tormenta matrimonial El film de Rubén Östlund cuestiona temas como la paternidad, la familia ejemplar y las crisis matrimoniales. Con escenas que invitan a la incomodidad, el drama tiene un discurso eficaz que se vale también del humor. A poco del inicio de Force Majeure se produce la gran escena del film, o por lo menos, el momento que alterará de ahí en más la vida de un matrimonio de vacaciones, junto a sus dos hijos, en un centro de esquí en los Alpes franceses. Dura menos de cuatro minutos y resulta un momento de tensión insoportable que tiene como centro de interés a una avalancha de nieve, filmada con cámara fija, donde cada movimiento de los integrantes de la familia protagonista tendrá consecuencias en el devenir de la historia. Ruben Östlund, de origen sueco, tiene un par de películas que en su momento fueron exhibidas sólo en festivales locales, pero Force Majeure apunta más alto en sus intenciones: es el título de su país enviado para el próximo Oscar, además de haber obtenido algunos premios en certámenes de cine de primer nivel. Por lo tanto, sería una pena que pasara desapercibida por el público, ya que la trama se dedica a cuestionar temas como la paternidad, la familia ejemplar y las idas y vueltas de un matrimonio que vive una crisis a propósito de una avalancha de nieve. O, en todo caso, los comportamientos de determinados personajes que padecieron una situación límite. Östlund, por suerte, no recurre al manual del psicodrama, sino que deja que las conversaciones y las mínimas situaciones de la pareja y sus hijos fluyan entre la sutileza y el perfil bajo. Un llanto declamatorio del padre, las miradas y silencios de los chicos, las ganas de estar sola o lejos del rebaño familiar por parte de la esposa, la presencia de otra pareja que escucha atentamente lo sucedido ese segundo día con la avalancha de nieve como protagonista (otra de las maravillosas escenas de Force Majeure) invitan a la incomodidad del espectador, pero también, a disfrutar de un film de discurso universal que jamás olvida cierto humor, sardónico y eficaz en dosis similares. En un jueves de estrenos con dos títulos en donde el paisaje adquiere importancia dentro de la historia (el otro es Madres perfectas), el film de Östlund elige el camino más riesgoso pero honesto en su objetivo: la tormenta ocasionada por la naturaleza podrá pasar y un par de copos de nieve servirán como paisaje ideal de ese grupo de personas que caminan sin destino claro en la escena final. El discreto encanto de la burguesía (sueca) parece haberse mudado a los Alpes franceses.
El estreno mas interesante de la semana. Tiene un subtitulo que anuncia su tema:la traición del instinto. Una situación limite de peligro y una madre de familia que huye en vez de proteger.Y a partir de alliícomo sobrevivir con ese peso.Inteligente, profunda reflexión
Película sueca que busca un lugar entre las nominaciones al Oscar extranjero El cuarto largometraje de Ruben Ostlund y primero en estrenarse localmente integró la selección “Un Certain Regard” del último Festival de Cannes y ganó el premio del Jurado (segundo en importancia de esta competencia). Lo primero que conviene señalar es que durante el Festival fue posible enterarse de que más de un distribuidor argentino estaba compitiendo por su compra. Ya se conoce quien finalmente la adquirió y puede decirse que era bastante lógico, por sus antecedentes, que fuera ella la empresa adjudicataria. Pero pasemos ahora a analizar “Force Majeure”, que en inglés se conoce como “Turist”, y que en Argentina conserva el título francés y le agrega “La traición del instinto”, que aclara un poco de qué va la película. La acción transcurre en los Alpes franceses pero curiosamente lo que menos abundan son ciudadanos de esa procedencia. Los “turistas” en verdad son en su mayoría suecos al igual que el realizador y los actores principales. Tomas (Johannes Kuhnke) y Ebba (Lisa Loven Kongsli) son un matrimonio aparentemente feliz a quienes acompañan sus hijos Harry y Vera, ambos niños y hermanos en la vida real (Vincent y Clara Wettergren). Serán apenas seis días, cada uno de los cuales será presentado con una música estridente y un paisaje espectacular, siendo esto último gran mérito del director de fotografía Fredrik Wenzel. El primer día será pura armonía con tiempo para deslizarse por bellas pistas de esquí y disfrutar del hotel, donde lo único que desentona son las habitaciones que se parecen por su exiguo tamaño a las cabinas de un crucero. El segundo día será el momento en que un inesperado evento, una avalancha mientras están almorzando, producirá un brusco cambio y ya nada será como antes. En verdad el alud se detiene prácticamente a pocos metros del restaurant pero algo de nieve llega hasta ellos, los cubre de blanco impidiendo ver inmediatamente que ha ocurrido. Pronto se sabrá que Ebba logró proteger a sus hijos mientras que Tomas sólo atinó a rescatar su celular y a escapar en un momento de pánico, descuidando a su familia. Ese acto de cobardía le será enrostrado por su esposa una vez los cuatro nuevamente reunidos. El reproche que le hace su mujer es entendible pero algo nos dice que fue también la ocasión que ella esperaba para exteriorizar su insatisfacción conyugal. Hasta ese momento el grueso de los espectadores se solidarizará con la posición de la esposa y sentirá que son los hijos los más afectados al haber comprobado el abandono a que fueron sometidos por el padre. Este intentará alguna disculpa con el resto del grupo familiar. La aparición de otra pareja con un hombre casado, que tiene la edad de Tomas, acompañado de una joven mucho más joven producirá un vuelco a partir del tercer día. En algún momento Ebba volverá nuevamente a la carga y expondrá a su esposo delante de los hijos y la pareja, rememorando lo acontecido el segundo día. A partir de entonces los espectadores seguramente no tendrán una posición unánime frente a la actitud de la esposa y alguno hasta podrá deplorarla. Ostlund con inteligencia no toma una clara posición, intentando bajar línea. Hasta resulta patético ver como Tomas se desespera al comprobar que algo se ha roto en su matrimonio particularmente en una escena en que su ocasional nuevo amigo lo invita a que se descargue gritando en la montaña. Y aún más en otra cuando se lo ve tirado desesperado en el piso a la entrada de su habitación. El final cuando abandonan el hotel puede sorprender a más de uno y admite más de una lectura. Pero lo que queda claro es que, merced a excelentes interpretaciones y una hermosa fotografía, “Force Majeure” bien mereció una distinción en el último Festival de Cannes. Se comprende que Suecia la haya seleccionado para competir por un lugar en la terna del Oscar a mejor película extranjera.
El arranque del filme nos hace imaginar que pronto vendrá el caos. Una familia sueca posa –sus miembros enfundados en uniformes de esquí– para un fotógrafo que los fuerza a abrazarse, a sonreír, a mirar de tal o cual manera a la cámara y entre sí. Están en un resort de los Alpes franceses al que han ido a pasar unas vacaciones invernales y si bien todo parece normal entre ellos –en la, digamos, versión escandinava de la normalidad–, que el director Ruben Östlund haya decidido arrancar la película con esa escena hace temer lo peor. Y lo peor sucede, pero no de la manera que un espectador –acostumbrado a este tipo de relatos europeos de burgueses en problemas– lo espera. En realidad, lo peor es mínimo, casi imperceptible y será debatido luego entre la pareja y algunos otros pasajeros del hotel hasta el cansancio. Entre sesiones de esquí, comidas y juegos en el cuarto, la familia parece estar pasándola muy bien hasta que en un desayuno en un sector abierto y alto del hotel (una especie de terraza), una avalancha de nieve parece venirse con todo hacia ellos. En el momento en que la pantalla comienza a ponerse en blanco y todos a gritar, mamá Ebba toma a los niños y se tira al piso. Papá Tomas agarra el iPhone y sale corriendo. force_majeure_ruben_ostlund2No es más que un susto, después de todo. Lo que llegó al restaurante no fue más que el polvo de la calculada avalancha (de esas que se hacen para llenar de nieve los lugares que no tienen), pero las diferentes actitudes de los padres generan el comienzo de un sismo (¿avalancha?) emocional que se desarrollará a lo largo del resto de la película. Al principio todos tratan de actuar como si nada hubiera pasado. Pero las caras no son las mismas. Cuando Ebba –en una circunstancia pública e incómoda– saque a la luz el tema, el conflicto saldrá afuera, complicándose cuando Tomas no admita haber hecho nada malo excusándose en un “no recuerdo” o “no fue para tanto”… Östlund juega un juego riesgoso en FORCE MAJEURE: ponernos a seguir a una familia burguesa en principio bastante poco interesante para tratar de ir despedazándola de a poco. Es un punto de vista narrativo que suele ser cruel y molesto (en la línea Michael Haneke y Lars Von Trier, por citar algunos casos), pero que Östlund evita gracias a dos notables decisiones. Una, puramente cinematográfica: si bien el filme tiene características de psicodrama con momentos casi teatrales (en la mejor tradición escandinava que va de Ibsen a Bergman), la puesta en escena es por momentos casi abstracta, transformando el lugar en algo más parecido al hotel de EL RESPLANDOR, de Stanley Kubrick, con algunas escenas enrarecidas en su tono, con planos muy largos y una preferencia por ángulos y decisiones formales poco convencionales. ForceMajeureRubenOstlundPero el elemento principal que transforma a FORCE MAJEURE en una muy buena película es que Östlund no toma la posición de un entomólogo que disecciona a los personajes desde afuera, casi como un juez que lo sabe todo sobre la clase media alta y les va a dar una lección (a la manera de Haneke). No, aqui de a poco aparece una notable empatía con los personajes, especialmente el de la madre, que no sabe cómo manejar su decepción: puso su vida en construir una familia y de golpe se encuentra con un acto cobarde y egoísta de su marido que le tira todo su castillo de naipes al piso. Y el propio marido, más que un monstruo (que, en cierto sentido, lo es) se va revelando más bien como un hombre incapaz de analizar sus actitudes, de tener una mínima autocrítica. Pura sonrisa falsa (el permanente lavado de dientes de la familia es una metáfora, hasta un poco obvia, de esa necesidad de ser socialmente correctos y aceptables), ninguno quiere hundirse en sus propias miserias para ver porqué a veces actúan como actúan. Pero –alcohol mediante, como suele pasar en estos casos y más aún en estas tradiciones culturales– no les quedará otra… Östlund es un cineasta clínico y frío que hace películas-tesis sobre comportamientos humanos, imaginando las reacciones que tendríamos ante circunstancias complicadas y adversas. Su anterior, PLAY, era un ejemplo claro, pero más cruel, de este punto. Lo atrapante de esta película no está solo en ser testigos de cómo va avanzando esa crisis matrimonial, sino en cómo ese incidente tiene –al igual que la avalancha– un carácter expansivo: la familia se lo pasará luego a una pareja amiga a la que le cuentan lo que pasó (ella le cuenta; él, diríamos aquí, “se hace el boludo”) y esa pareja empezará a cuestionarse a sí misma a la manera de un “qué pasaria si…”. Lo mismo, espera Östlund, debería suceder con los espectadores de esta llamativa, curiosamente estructurada y compleja película. forcemajeure3Poner en discusión los roles masculinos y femeninos en una pareja, la idea de la responsabilidad familiar versus el “sálvese quien pueda”, la persistente “conveniencia” de la negación versus la necesidad de explorar los temas a fondo, son temas que el filme plantea claramente y que seguramente repercutirán en cualquier pareja, con o sin hijos. El tono ligeramente humorístico que Östlund usa en algunas escenas complicadas pondrán en situaciones incómodas a los espectadores, que se encontrarán tal vez riéndose en momentos en extremo dramáticos. La apuesta es complicada, pero es claro que Östlund no intenta burlarse del drama de los personajes sino más bien jugar con las incomodidades de los espectadores. Hay escenas llamativas en el filme (una fiesta descontrolada que perturba a Tomas, una genial escena de Tomas y su amigo bebiendo al borde de la pileta que deriva en una confusa situación) que sacan a FORCE MAJEURE de la estructura día a día casi mecánica que tiene. Y hay algo raro que sucede también con el trato de los niños: en una escena Östlund los muestra insoportables y dominadores, casi una pesadilla para todo padre, para luego ponerse en su lugar y empatizar con ellos cuando ven que el edificio familiar se va derrumbando creando, acaso, los momentos más emotivos del filme. Los varios finales de la película no están a la altura del resto: no solo por la cantidad (el filme parece terminar tres veces por lo menos) sino por ofrecer una sensación acaso demasiado tranquilizadora en una película que hasta allí usó la confusión y perturbación emocional como motor principal. De todos modos, esa “tranquilidad”, queda claro, nunca es tan así. Si bien hay algo narrativo al final que remite a un modelo clásico –hacer catársis, enfrentar los miedos, posible resolución–, la sensación de que cualquier incidente puede volver a encender la mecha no se va nunca. Ya quedó instalada en todos ellos. Y en todos nosotros.
La historia se desarrolla en un lugar bellísimo, en el cual ellos se encuentran relajados en pleno descanso vacacional, pero este hecho crucial desencadena una serie de reproches, afloran todos los problemas que se encontraban contenidos y la situación se pone a cada momento más tensa. La ruptura de esos bloques de nieve produce un perfecto contraste con los conflictos de este matrimonio, al igual que otras tonalidades, muy buenas actuaciones que logran reflejar cada contrariedad y secreto de la pareja. Buenos planos, silencios, matices, estética y fotografía; otros personajes aportan mucho a la historia y la banda sonora está acorde.
Cuando la naturaleza no se puede controlar En la vida de las personas a veces ocurre: un hecho fugaz y fortuito dispara los pensamientos hacia alguna verdad hasta entonces semioculta, desviando lo que se tenía por seguro, distrayendo hasta quitar el sueño. Es lo que les sucede a Ebba y Tomas, dispuestos a pasar junto a sus pequeños hijos unos días de vacaciones en un enorme hotel en los Alpes franceses, hasta que una avalancha que no causa más que un susto pone en evidencia la actitud que ambos adoptan ante el peligro, haciendo tambalear la armonía familiar que, seguramente, venía dañada de antemano. Coproducción entre Francia, Suecia, Noruega y Dinamarca dirigida por Ruben Östlund (Styrsö, Suecia, 1974), ganadora del Premio del Jurado en la sección Un certain regard del último Festival de Cannes, Force majeure se detiene una y otra vez en esa sensación de zozobra con el imponente paisaje nevado como inquietante marco natural, insuflando al melodrama familiar de las tensiones propias de un film de suspenso y aventura. Película adulta, intensa, discretamente misteriosa, está narrada en forma cronológica y sin flashbacks, siguiendo día a día la estadía del grupo familiar en el lugar en cuestión. Si bien hay dos o tres incidentes en ese centro de esquí (empezando por el ya mencionado desprendimiento de nieve), son los sentimientos en conflicto y las dudas que afloran entre los personajes los elementos que despiertan la atención del espectador. Las miradas de los actores (notables Johannes Kuhnke y Lisa Loven Kongski, además de quienes encarnan a parejas amigas), sus risas nerviosas y sus gestos, son registrados generalmente en planos fijos, a veces con alguno de ellos total o parcialmente fuera de cuadro, alejándose del cómodo plano-contraplano televisivo y poniendo a los espectadores en un rol similar al de un empleado del hotel que suele observar lo que ocurre desde lejos, con curiosidad. “Tienen todo controlado” se autoconvence Tomas, cuando el desmoronamiento no parece tan inocuo. El film reflexiona, precisamente, acerca de cómo preferimos creer que todo puede estar bajo control hasta que las fuerzas de la naturaleza o del instinto terminan sorprendiéndonos y desestabilizándonos. Por otra parte, los esquiadores deslizándose silenciosamente y alguna luz lejana en medio de la noche azul aportan una belleza extraña, como si nada allí fuera del todo seguro aunque tampoco demasiado desagradable (tal vez como en el seno de toda familia): por momentos, los personajes parecen muñecos en una enorme maqueta cubierta de telgopor blanco y algodón. Por esa elaborada planificación cubierta con música de Vivaldi podría peligrar la carga emocional del film, pero Östlund sabe cómo lograr verismo o inquietar recurriendo, por ejemplo, a un festejo de cumpleaños en el fondo del cuadro mientras dos parejas dialogan en el bar del hotel, o haciendo aparecer sorpresivamente un juguete volador. Se suman dos o tres situaciones en el tramo final como provechosas codas, agregando piezas al dibujo psicológico de los personajes y, en definitiva, a la discusión. Es que, explorando las relaciones humanas con un dejo irónico pero sin crueldad, Force majeure compromete al debate posterior. El final recuerda a El discreto encanto de la burguesía (1972, Luis Buñuel), y seguramente no es casual: Force majeure altera con lucidez el espacio confortable del matrimonio burgués y otras certezas.
El cine, se sabe, está hecho mayormente en base a estereotipos y a menudo por ello caemos en un grave error: el creer que éste se basa justamente en modelos prefabricados para imitar a la vida misma. Pero, ¿qué pasa cuando la vida imita al cine y no viceversa? ¿Cómo se completa ese círculo vicioso que nos hace creer que sabremos cómo actuar frente a la presión, el horror o la aventura misma? Ésta es tan sólo una de las tantas preguntas que se hace con punzante ironía Ruben Östlund en Force Majure, y como respuesta a muchas de estas interrogantes encuentra situaciones absurdas, patéticas y tristemente reales. No hay héroes ni hay heroínas, pero todos pretenden serlo. Lo que es peor, no hay mea culpa, perdón ni mucho menos, disculpas. Lo que aquí destraba la verdadera naturaleza de un hombre que está lejos del macho cabrío hollywoodense es una enorme avalancha. El padre de familia huye en lugar de proteger a los suyos, pero no es tanto su instinto de supervivencia (inevitable e impredecible, dirán los realistas) lo que desata la ira de su mujer, sino su incapacidad posterior de reconocer su actitud. El reclamo en sí es injusto, es cierto, porque nadie sabe cómo actuaría frente a una situación de semejante envergadura, pero se vuelve irremediablemente certero cuando la respuesta al porqué es un indescifrable silencio por parte del acusado. Al personaje principal, queda claro, más que una avalancha lo que realmente le da miedo es la etiqueta de "cobarde" y el qué dirán de la gente. Force Majure es posiblemente una de las mejores películas del año y le bastan tan sólo los primeros cinco minutos para demostrarlo: detrás de una foto familiar forzada, arquetípica y patética se esconde una institución formada por conservadurismo e hipocresía, y tan sólo un hamague de accidente natural es capaz de desenmascararlo. Se equivoca la crítica en general, sin embargo, al entender que Östlund se está riendo tan sólo del supuesto rol del hombre en una sociedad machista y patriarcal: tan lamentable resulta el rol de este paterfamilias como el de la madre que se siente desprotegida y permanentemente necesita a su macho para sentirse así más segura. Hombres y mujeres, por igual, actúan aquí no en base a su naturaliza sino a lo que se espera o supone falsamente de ella. Así, Apenas quedan libres de pecado los niños, muy jóvenes para comprender el ridículo de los "adultos". El coral epílogo que cierra esta historia antiheroica merece un enorme aplauso, así como cada una de las observaciones que el director esboza en todos sus personajes.
Avalanchas peligrosas y matrimonios en crisis El subtítulo del film es definitorio: la traición del instinto. Todo pasa en las vacaciones de una linda familia sueca: padre, madre, dos hijos chicos. Estamos en Los Alpes, franceses. Todo es silencio, niebla, riesgos. Hay una avalancha. La madre se desespera por poner a salvo a sus dos hijos, mientras el padre agarra el teléfono y escapa. Cuando todo vuelve a la normalidad, está claro que la avalancha abrió profundas grietas en esa pareja. Nada es lo mismo. La madre se empecina en dejar al descubierto la grave falta de un esposo que al final, acorralado, en lugar de admitir su culpa prefiere primero la negación y después la catarsis. Detrás de su huida aparecen otras revelaciones. Para no admitir su cobardía, confesará faltas menores. Pero ella está decepcionada y se lo hace saber. El film es como ese paisaje frío y brumoso. Utiliza la nieve y sus desiertos para mimetizarse con el silencio molesto que amenaza a una pareja que no sabe qué hacer para poder superar el problema. ¿Cómo procesar esa falta? ¿Hasta dónde llegará la decepción? Hay una riesgosa excursión final. El padre la encara con el ánimo de ponerse a prueba. Y la madre parece extraviarse a propósito para que su esposo pueda redimirse. El film gira entre la verdad (“tenemos percepciones distintas”, dice él), el perdón, la culpa y el llanto reparador. La idea de un final con moraleja le quita rigor a esta película seria, que invita a la reflexión. Östlund nos pregunta: ¿Puede el amor sobrevivir entre tanta desconfianza? Y ¿hasta dónde el instinto de supervivencia puede estar por encima del amor y la responsabilidad de padre y esposo? ¿Qué haríamos cada uno de nosotros –pregunta- ante una situación semejante? No hay respuestas concluyentes. La nieve borronea todo. El final, incluso, relativiza todas las posturas y agrega más ambigüedad a una película inestable y molesta: como el conductor del ómnibus maneja mal, ella decide bajarse del coche. Pero sola. ¿Y su marido y sus hijos?. ¿Otra escapada? El que esté libre de impulsos incontrolables –dice Östlund- que se arroje en la primera avalancha.
Derrumbe frente al espejo Force majeure parte de una idea simple pero pertinente. Una “familia tipo” cabalmente banal, bien ensamblada, en apariencia sin mayores preocupaciones -podríamos convenir en llamarla feliz- está de vacaciones en una exclusiva zona de esquí de los Alpes suizos. En una de las primeras escenas, un insistente fotógrafo caza-turistas inmoviliza a los protagonistas bajo la luz que baña el paisaje helado. En un inglés balbuceado (nuestros esquiadores son suecos) el hombre dispara indicaciones. La mujer y los dos hijos (uno de cada sexo, faltaba más) están ansiosos por alcanzar las pistas en su primer día en el lugar y no parecen muy convencidos de dejarse retratar; el clima está espléndido, el cielo es de un azul que hiere la vista. El padre acepta la imposición del hombre con la cámara como una pequeña concesión resignada y pone a los miembros de su familia uno al lado del otro. La imagen que conforman frente al camarógrafo es una escalera perfecta, empezando por el marido y terminando en el niño. El director Ruben Östlund parece querer fijar ese orden jerárquico en la cabeza del espectador con el fin de prepararlo para la escena principal de la película. El día transcurre mediante breves secuencias que describen la insignificancia propia de la rutina de unas vacaciones laboriosamente programadas. “Mi marido siempre está trabajando, no tiene un minuto”, le dice la mujer a su confidente en el lobby del hotel, una cuarentona que admite estar casada y con niños como ella, pero que se está tomando unos días lejos de las ataduras familiares en compañía de su joven amante italiano. Incluso durante el descanso, en efecto, el padre de familia yace con el celular sobre el colchón y echa miradas a la pantalla creyendo que su esposa no lo advierte. Esa actividad compulsiva incluso genera un intercambio de bromas entre la pareja. La idea del hombre proveedor requiere la tolerancia de la mujer en esos pequeños desvíos producidos a expensas de la atención diaria a su esposa e hijos. Un mediodía apacible, de vuelta de una excursión sin mayor emoción, los protagonistas almuerzan en la terraza del restaurante del hotel, frente a un imponente paisaje de picos y laderas cubiertos pacíficamente por un manto compacto de nieve. Un sonido sobresalta entonces a los comensales que se distraen emocionados con una visión panorámica de privilegio: lo que parecía un “alud controlado” se transforma en una tromba de nieve que avanza con enorme estruendo sobre la parte descubierta del hotel. En medio de los gritos y el desconcierto de la gente que intenta protegerse, la madre se agacha con sus pequeños hijos entre brazos y espera lo peor; el padre, por su lado, manotea el celular de la mesa y sale corriendo hacia el frente del plano hasta desaparecer por un costado de la pantalla. El director no corta en ningún momento; la escena parece congelada, atravesada por una nevisca que baña con inocencia las mesas mientras se oyen voces de alivio (no era nada: efectivamente, se trataba de un desprendimiento de una masa de nieve provocado) y se verifican los movimientos de los pasajeros que regresan y entre risas se reacomodan en sus asientos. A medida que el aire se disipa y la visión se aclara, se destaca la figura de nuestro padre de familia, que vuelve a su mesa y se sienta sin decir una palabra. El estremecedor efecto humorístico de la resolución de la secuencia está llamado a producir en el espectador una sensación de derrumbe que flota en el aire como una señal. La siguiente escena muestra a los personajes marchando hacia las pistas en una cinta transportadora. El hombre cierra la fila, un poco rezagado. La mujer va adelante, bufando discretamente; los niños, mudos e implacables. El gesto de Östlund parece justo, incluso necesario: un hombre demasiado satisfecho de su posición en el mundo ha sido destronado. Pero a la vez queda la impresión de que su ocurrencia es demasiado ramplona. De todas formas, ya es tarde para detener la avalancha, y la narración se acelera a partir de esa escena clave. Al principio, el hombre finge no saber qué pasa; la pareja deja a los niños encerrados y se pone a discutir en el pasillo. Östlund se muestra especialmente inclemente cuando la mujer cuenta lo que pasó en una cena con su amiga y el italiano ocasional. Como es previsible, el trauma contamina sin remedio la relación del matrimonio. Los chicos se enfrascan en sus computadoras y se empeñan en desconocer la autoridad de sus progenitores. El malestar adquiere una forma cómica devastadora frente al espectáculo del hombre despojado de sus atributos de protector de la prole. Östlund filma siempre planos casi neutros, bellos pero sin exagerar, destinados a reforzar el carácter prescindente de su protagonista masculino, que ha perdido la compostura y deambula sin cólera por las escenas, como un animal avejentado. En otra cena con amigos, esta vez en la habitación de la familia, la mujer vuelve a sacar el tema y el hombre se retira avergonzado y va a echarse en la cama junto a su hijo que ha escuchado el tenor de la discusión y tiene la vista fija en su iPad. Lo notable es que la película elude en todo momento la sordidez: el director controla cada detalle para que el relato avance sin estallidos ni desajustes de tono, como si la naturaleza inevitable del quiebre emocional de los protagonistas se permitiera una cierta elegancia desencantada, incluso la posibilidad de breves bifurcaciones narrativas, como cuando cada integrante del matrimonio sale de común acuerdo a esquiar por su cuenta. Force majeure narra un cuento sin moraleja evidente, en el que la institución familiar parece construida según un esquema basado en relaciones de fuerza consuetudinarias. La potencia ostensible de la película reside en la habilidad de Östlund para guiarnos a través de un campo minado, en el que los personajes se enfrentan al misterio que los define ante la mirada de los demás, pero sobre todo delante de sí mismos.
El director sueco Ruben Östlund pone al ser humano bajo la lupa en este genial film que retrata las consecuencias de un acto egoísta, pero al mismo tiempo tan primitivo como natural. Una familia pasa las vacaciones de invierno en los Alpes. El sol brilla y las pistas están magníficas, pero cuando almuerzan en un restaurante, se produce una avalancha. Los clientes del restaurante se asustan, Ebba, la madre, llama a su esposo Tomas para que le ayude e intenta salvar a sus hijos, pero Tomas escapó para salvar su vida. La avalancha se detiene delante del restaurante, sin ocasionar daños, y sin embargo el universo familiar se rompió. Ahora Tomas buscará recuperar su lugar en la familia, el de padre protector, el mismo que su esposa, hijos y la sociedad esperan que cumpla. Fuerzas de la naturaleza Como reaccionamos ante el miedo y como suponemos que debemos reaccionar ante el miedo son, a veces, dos acciones completamente distintas y hasta opuestas. Cuando la familia está en peligro, se espera que la reacción de un padre sea heroica y desinteresada ¿Pero que pasa si no resulta así? Y para hacer las cosas peor ¿Que sucede cuando no se reaccionó de la forma esperada y la amenaza rápidamente se desvanece? Tomas es un padre que se encuentra en esa difícil posición: La de haber abandonado a su familia cuando avanzaba una inminente catástrofe que, finalmente, nunca sucedió. Lo que Force Majeure hace -y logra de punta a punta- es explorar las consecuencias de este acto de la naturaleza humana y su impacto en las vidas del resto de la familia. La película está dividida en cinco días que emulan al cronograma vacacional de Tomas, Ebba y sus hijos. Durante el primer día Östlund nos muestra como será la rutina que se mantendrá por cuatro días más, pero durante la segunda jornada es cuando sucede el desastre. Mientras la familia almuerza en un mirador una gran avalancha comienza a acercarse, Tomas cree que está programada y controlada por la gente del centro de sky, pero rápidamente se dará cuenta que no es así. Con el imponente avance de la nieve Tomas agarra su teléfono y corre, mientras que Ebba cubre a sus hijos con un abrazo protector. La amenaza se evapora y abre paso a la incomodidad que nos acompañará por el resto del relato. Tomas no solo deberá lidiar con la nueva visión que su familia tiene de él, deberá lidiar con sus propias falsas expectativas tambien. Durante los últimos tres días de vacaciones las cosas difícilmente vuelvan a estar como en un principio. La rutina está completamente alterada. Ese acuerdo tácito en donde cada miembro de la familia cumple un rol específico fue destruido. El padre ya no es el ser protector que todo esperaban. Su mujer Ebba se larga a esquiar por su cuenta mientras que sus hijos comienzan a comportarse de manera rebelde contra sus padres, como si esa figura que impone autoridad ya no funciona como tal. Östlund lleva adelante el relato con buen ritmo. La película nunca aburre e incluso, una vez finalizada, funciona de manera reciclada y puede permanecer en nuestra cabeza por horas y hasta días. El director se apoya fuertemente en los silencios, juegos de miradas o indirectas, armando situaciones que incomodan al espectador y por momentos lo hacen inspeccionar su propia vida y hasta llegar a preguntarse ¿como reaccionaríamos nosotros en esa situación? Tampoco faltará lugar para la risa, aunque estas no llegan justamente por situaciones cómicas que se irán dando, sino más bien que es una risa de incomodidad, en la que nos vemos reflejados como seres humanos. Conclusión Force Majeure es una de las cintas que mejor retratan la naturaleza y condición humana. Es un film con el que todos nos podremos relacionar de cierta forma y que nos obliga a echar una mirada sobre nuestras propias vidas. Con un buen ritmo narrativo, Östlund crea situaciones que logran provocarnos risas o hasta vergüenza, y podemos pasar de un extremo a otro en cuestión de segundos. Y cuando una película logra generar sentimientos como estos, no caben dudas que estamos frente algo especial, y Force Majeure es algo especial.
Sombras en la nieve Éste filme pone casi en la obligación de quien escribe de contar lo menos posible sobre la historia que cuenta, pues en realidad no deja de ser un disección del comportamiento humano, definido filosóficamente como semigregario, participe necesario de ese núcleo tan importante para la supervivencia que significa la vida familiar. Todo transcurre en cinco días y el relato esta estructurado por episodios en cada uno de esos espacios temporales. Una familia tipo, padres y dos hijos chicos, comienza sus vacaciones invernales en los Alpes franceses, incluidas practicas conjuntas de sky. La idea primaria de Ebba, la esposa (Lisa Loven Kongsli), es que el padre de los niños, Tomas (Johannes Kuhnke), pueda ocupar un espacio diferente dentro del sistema familiar y que quiebre con el mandato de sólo proporcionar bienestar económico, poder posicionarse como un padre presente para sus hijos. Todo transcurre de manera normal y natural, como típicos turistas, pero el segundo día, mientras almuerzan en la terraza del restaurante, una suceso de la naturaleza dará por tierra con todos los parámetros hasta ahí presentados. El título original del filme cuya traducción es “Fuerza Mayor”, se estrena en la Argentina con el subtitulo de “La Traición del instinto”, no sólo innecesaria sino que tal situación lo único que logra es anticipar distintas variables del relato, o sea casi la transforma no tanto en previsible sino de vuelo bajo desde el justificativo. La suprema calidad de de producción no lo necesita ni se lo merece, además, ¿el instinto es traicionero? En “La Hija del General” (1999), de Simon West, en el que se indaga sobre una violación seguida de muerte, el investigador pregunta qué es peor que una violación, y la respuesta que finalmente aparece es la traición, en éste filme del director sueco el interrogante parece instalarlo en qué es peor en una pareja que la infidelidad, que en una familia que la falta de confianza, el desamparo, y la respuesta puesta en juego parece ser que queda circunscripta en la decepción, la del otro y la propia. Cómo remontar el haber sido decepcionada por su marido. “¿Éste es el hombre que elegí para criar a mis hijos?, ¿Tan ciega estuve?” Lo interesante del planteo es que todo queda expuesto a ser atravesado por lo femenino y lo masculino, sin escala de valores sino tipos, genero, una mirada sobre estas y otras cuestiones. Las acciones de los personajes son sólo disparadores para el desarrollo de los interrogantes, son actos individuales que no se puede, ni se deberían, generalizar, sin embargo éste caso, definitivamente nos arrastra a poder pensarlo desde inmediatez de la naturaleza humana. La película se presenta como de construcción heterodoxa, lejos del clasicismo, sin embargo respeta los parámetros de principio y final con desarrollo del conflicto, tal cual lo mandan los libros, pero de manera episódica, la mimesis así instalada queda fijada `por los medios más originales de la escritura, ritmo, lenguaje y armonía, utilizando para esto todos los recursos del lenguaje cinematográfico. Empezando por la diversidad de personajes, la inclusión de algunos que hasta aparece como caprichoso que terminan jugando un papel importante en el sostenimiento de los sucesos, por supuesto que gran parte se debe a las actuaciones de todo el elenco, convincentes, creíbles, Pasando por el arte, con una dirección de fotografía que hace alarde del espacio como si fuera otro personaje, de hecho lo es, componiendo un trabajo visualmente sorprendente; el diseño sonoro que juega con los climas y los momentos, tanto desde el sonido como de la banda de música, donde los primeros acordes del primer movimiento del concierto “Invierno” perteneciente a “Las Cuatro Estaciones” de Antonio Vivaldi, comienza como descriptivo de un momento para terminar siendo el leiv motiv del filme, casi como describiendo en esta familia la frase shakespireana “el Invierno de nuestro descontento”. Un profundo estudio de la conducta humana inmersa en una situación no cotidiana, pero determinante.
SE VIENE EL ESTALLIDO Posar para la foto. Eso es lo que hacen papá Tomas y mamá Ebba ni bien arranca Force Majeure. Vera y Harry, sus hijos, acompañan como es debido. La familia es perfecta, el hotel cinco estrellas donde se albergan, también. El centro de ski funciona como un relojito. Da gusto bajar la ladera de la montaña deslizandosé sobre la nieve sobria, reluciente y domesticada. ¡Qué placer sentir el viento en la cara! ¡Y qué bien se ven los Alpes franceses desde la aerosilla! Además del paisaje y quienes lo disfrutan, el director Ruben Östlund se encarga de revelar las maquinarias que contienen las fuerzas de la naturaleza para que los huéspedes puedan recrearse sin preocupaciones en el lujoso complejo. Tampoco oculta a los empleados de limpieza, tan molestos como necesarios en el mantenimiento del congelado Edén. Y si durante el primer día (de los cinco que duran las vacaciones de papá) se podía anticipar el advenimiento de la tragedia (en el paisaje y el aislamiento hay algo de la atmósfera del Overlook Hotel de El resplandor), en el segundo se produce la debacle que llega a la hora de comer. Una avalancha, controlada dirán algunos, se inicia en una de las montañas lindantes a la terraza del restaurant y todos la filman teléfono en mano hasta que caen en la cuenta de que serán arrasados por el níveo alud. A partir de aquí el cuadro (esa foto del comienzo), se fractura. La unidad familiar ya no es tal, el orden se altera, los niños lloran, se despeinan; los padres gritan, moquean, sudan. Como una grieta que se abre progresivamente, la avalancha, de pronto, será interna y en los días siguientes se desplegará la tormenta que sucede a la calma. Además de las implacables actuaciones de Johannes Bah Kuhnke y Lisa Loven Kongsli en el papel de los padres, el cuarto largo de Ruben Östlund se nutre de la fotografía impecable de Fredrik Wenzel. Cuenta, también, con la figura de Kristofer Hivju (el salvaje Tormund de Game of Thrones) como un amigo de la pareja que recibirá los sacudones de la hecatombe matrimonial y una breve aparición de Brady Corbet (en uno de los pocos papeles en los que no hace de psicópata). Ganadora del premio del jurado en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes de este año, Force Majeure es la película elegida por Suecia para competir por el Oscar a la mejor película extranjera. La caída de la figura del padre, los hijos como monstruos que dominan a sus progenitores, la primacía de los objetos por sobre las relaciones humanas, el discreto (des)encanto de la burguesía… todos temas abordados desde un humor tan negro como blanca es la nieve que lo rodea. Decir que Force Majeure contiene algunas de las escenas más incómodas y provocativas del año es poco. Quizás sea más justo definirla como un frío tratado de la desesperación.//?z
Tomas (Johannes Bah Kuhnke) and Ebba (Lisa Loven Kongsli) are a Swedish married couple on holiday at a posh ski resort in the French Alps. They have two charming kids, Harry (Vincent Wettergren) and Vera (Clara Wetterngren), who stick close to them everywhere they go. Anytime, anywhere, they all look content. What you'd call a functional family. On a given afternoon, they go for lunch to an outdoor café up on the mountains, with a panoramic view of the slopes. All of a sudden, a controlled avalanche seems to snowball out of control. As everybody panics, Ebba immediately protects the children whereas Tomas grabs his smartphone from the table and rushes out of the picture, leaving his family behind. The good thing is that the apparently dangerous avalanche is actually a residual cloud from distant explosions. So in the end nobody gets hurt. Better said: nobody gets "physically hurt," for the emotional wounds due to Tomas’ abandoning his family may never heal. So in Ruben Ostlund's Force majeure you have a tragedy that actually never happens, and a tragic event of personal dimensions — fleeing instead of protecting your loved ones. Add denial, for Tomas initially won't acknowledge what he did. He says he just doesn´t share his wife’s version and that he remembers it differently. But when he's asked to say how exactly he remembers it, he won't talk at all. Maybe because lying in full is harder than denying. At any rate, loss of trust and mutual respect are the two tragedies this couple now faces. The once seemingly perfect family may actually crumble and fall. Then there's another couple of friends, Mats (Kristofer Hivju) and Fanny (Fanni Metelius), who intervene as improvised therapists and well-meaning listeners. Of course, they also judge Mats' behaviour, even if first they have to analyze it. However, the issue here is not how logical or illogical the situation was, but how Ebba is going to relate to Mats knowing that in the face of a crisis he may not be there for her or the children. As for Mats, he has to live with a cowardly and ugly part of himself that makes him most unreliable and self-loathing. So the issues here lie in the terrain of deeply rooted feelings, uncontrolable emotions, and animal instinct that sometimes equals betrayal. Very cleverly, Ostlund draws a faceted state of things by resorting to ordinary conversation, dialogue that always rings true, verbal exchanges that are immediate and recognizable. So this way, the heart of the matter is addressed in a casual manner that makes it all the more alarming. Equally important is what the characters cannot say and remains unsaid. Force majeure is a wise film made with profound awareness of the fragility of bonds and blood ties. And it's never discursive, although a bit talky. But there's no patronizing of any kind, which doesn't mean there’s no critical gaze. Then it’s no wonder why a feeling of uneasiness and malaise runs through the entire film. Arguably, what's most distressing is that viewers are bound to wonder what they would have done in Mat’s place. Or what your loved ones would have done in his place. Consider that we all would like to come up with a heroic and humane answer, but it might not be that simple. After all, there’s an instance, near the end of the film, when Ebba makes a decision out of fear that may be interpreted in different ways. Not a bad decision, but maybe a very individual one that only protects herself. Production notes Force majeure / La traición del instinto / Tourist (Sweden / France / Norway, 2014) Written and directed by Ruben Ostlund. With Johannes Bah Kuhnke, Lisa Loven Kongsli, Vincent Wettergren, Clara Wettergren, Kristofer Hivju, Fanni Metelius, Brady Corbet. Cinematography: Fredik Wenzel. Editing: Jacob Secher Schulsinger. Music: Ola Flottum. Produced by Philipe Bober, Erik Hemmendorff. Distributed by: Lat-E. NC13. Running time: 118 minutes.
Psicodrama familiar estilo sueco Los paisajes nevados tienen un no sé qué inquietante y perturbador. Grandes soledades heladas. Un desierto misterioso, inhóspito. Un silencio atronador. En los Alpes europeos, en esas alturas blancas y frías, suelen establecerse reductos turísticos que son visitados por viajeros de diferentes países en época invernal. Allí, la industria hotelera se encarga de mantener un circuito de pistas de esquí sobre las laderas de las montañas más accesibles. Para ello, se necesitan maquinarias de diversa índole: barredoras de nieve, lluvias artificiales, explosiones programadas, toda una parafernalia de equipos que están en plena actividad por las noches, mientras los turistas se divierten en las discotecas o duermen en sus habitaciones. Eso significa que el silencio de las altas cumbres se quiebra con la presencia humana ruidosa de la música festiva a todo volumen y los cañonazos intermitentes, que tienen la función de mover la nieve acumulada para un mejor uso de los paseantes. Puede suceder que alguno de esos días vacacionales aporte una neblina espesa que no permite ver más allá de unos pocos metros, lo que contribuye a incrementar la atmósfera de soledad, aislamiento del mundo e indefensión ante la majestuosidad de la naturaleza extrema. En esa zona, aun cuando los peligros parecen estar confortablemente controlados, domesticados por la industria humana, se experimenta una cierta angustia que proviene de lo desconocido y también de la certeza de que sin ese soporte estructural, no se podría sobrevivir allí durante mucho tiempo. Las temperaturas son extremas, movilizarse es dificultoso. Sin embargo, el lugar atrae visitantes que disfrutan del placer que ofrece la aventura de deslizarse por esa alfombra blanca y vencer de algún modo la adversidad del clima y del terreno. En ese ámbito exclusivo del turismo cinco estrellas, un matrimonio cuarentón con sus dos hijos pequeños pretende disfrutar unos días de vacaciones en familia, lejos de las obligaciones diarias. Pero, como suele suceder precisamente en vacaciones, el reencuentro íntimo familiar a tiempo completo trae algunas experiencias que hacen aflorar conflictos guardados y reprimidos en lo profundo, que en el trajín cotidiano se evitan y se disimulan, mientras que en situaciones excepcionales a veces estallan. Force majeure (Fuerza mayor), título internacional de la película del director sueco Ruben ™stlund, cuyo título original es Turist, narra la experiencia que viven Tomas y su mujer Ebba, junto a los niños, cuando son sorprendidos por una avalancha de nieve, justo en el momento en que estaban en la terraza del restaurante dispuestos a almorzar. Si bien todo hace pensar que se trata de un efecto especial provocado y controlado por los gerenciadores del hotel, para regocijo de los turistas quienes pese al susto no corren ningún peligro, al no estar avisados, sus respuestas ante el fenómeno son instintivas y espontáneas. Ese hecho, en vez de generar una sensación agradable, provoca una severa crisis en la pareja. Ebba se siente desilusionada por la actitud de Tomas, quien sale corriendo mientras ella y los chicos tratan de protegerse bajo la mesa. La película se concentra en ese conflicto psicológico que aflora a raíz de una situación límite y que es capaz de desestabilizar la estructura familiar. Los roles son cuestionados, todos se sienten incómodos, lo que debería haber sido un viaje de placer se convierte casi en un tormento y el entorno parece contagiarse del malestar de la familia, al punto de que la excursión no termina de la mejor manera. Siempre bordeando lo que podría convertirse en una tragedia, Force majeure indaga en las estructuras del inconsciente y cómo, aun en las sociedades más evolucionadas, los instintos descontrolados pueden ocasionar crisis de consecuencias impensadas.
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Si queremos hacer el héroe, basta con imaginar una situación de peligro, como un incendio, y nosotros corriendo a salvar a alguien que haya quedado atrapado. Hemos escuchado historias increíbles de la vida real en las que una mujer es capaz de levantar un carro con tal de salvar a sus pequeños; sin embargo, biológicamente hablando, no todo estamos programados para responder heróicamente ante una situación de emergencia, y no se llama egoísmo, simplemente se llama instinto de supervivencia. Fuerza mayor, película de origen sueco, dirigida por Ruben Ostlund y ganadora al premio del jurado en la sección "Una cierta mirada" en el festivalde Cannes, es la historia de una familia común: papá, mamá y dos hijos, que se va de vacaciones a los alpes a esquiar. Aprovechan los bellos paisajes y disfrutan de su compañía. Un día, mientras comen en uno de los tantos restaurantes panorámicos, observan un fenómeno "natural" hermoso y peligroso: una avalancha. Al principio el fenómeno parece provocado y controlado, pero cuando la situación parece salirse de control, mucha gente huye, entre ellos el padre de familia, mientras que la madre, por instinto, prefiere cuidar a sus cachorros de la tragedia. Es aquí cuando se desencadena una serie de problemas que pone en entredicho la naturaleza humana y el amor, al tiempo que el sólido matrimonio se rompe y deja expuestos todos los miedos. Aunque la trama es sencilla, y no ocupa mucho espacio que las discusiones entre amigos y allegados sobre lo que ocurre, Force Majeure es de esas películas que, aunque carentes de acción, están llenas de un pensamiento profundo y reflexivo. ¿Es malo correr por salvar tu propia vida? ¿Es malo actuar según el primer pensamiento antes de pensar en los demàs? ¿Es malo el instinto de supervivencia? Recomendada para ver al menos una vez y reflexionar sobre la condición humana
El peso de la familia El director Ruben Ostlund logra crear un fuerte retrato familiar, y hacer tangibles las cargas, falencias y el peso de que tiene el líder de una familia convencional. Una familia se encuentra de vacaciones en un resort de ski en los Alpes franceses, disfrutando de unos días de relajación y esparcimiento en la nieve. El primer día, mientras almuerzan en el restaurante del hotel con vista a la montaña, ven que se acerca una avalancha a toda marcha, y el padre, en vez de proteger a sus hijos y esposa, sale corriendo para resguardar su vida. El incidente no pasa a mayores en cuestión de daños físicos, sin embargo la dinámica del núcleo familiar se verá trastocada de una manera tan fuerte, que todos los miembros de esta empezarán a dudar de su lugar en la familia, principalmente por el rol del padre. Esta película, de origen sueco y francés, logra destacarse ya que logra retratar fielmente uno de los paradigmas que ha sufrido tantos cambios en los últimos años: la familia. Hace tiempo, cualquiera podría haber dicho que la familia estaba compuesta por papá (el líder, sustento familiar), mamá (ama de casa, responsable de la crianza), y los niños. Con el aceptamiento cada vez mayor de las parejas homosexuales, transexuales, madres/ padres solteros, el emparejamiento de posibilidades de trabajo para las mujeres, y otros factores, el concepto convencional de la familia ha ido mutando. Y, aunque acá no se habla específicamente de eso, aborda el tema de la carga que implica ser el líder de la familia, la confianza implícita de la familia, y de como todo se desmorona cuando eso que parecía dado por sentado, tal vez nunca lo fue. Esto se intensifica aún más cuando la madre (Lisa Loven Kongsli) intenta enfrentar al padre (Johannes Kuhnke), y este último, en vez de aceptar su error -o reacción de supervivencia, por elegir una mejor definición- lo niega e intenta convencerla de que su punto de vista está errado. Impecable manejo de los tiempos, de la cadencia de la historia, de la transformación de los personajes. Es un pausado y sistemático estudio de conversaciones amargas, momentos incómodos, la duda, el miedo, la desconfianza y el fracaso de la familia. La película tiene un paso lento pero firme, e indaga en las falencias de la familia patriarcal, con un relato que avanza principalmente por las largas confrontaciones entre los personajes.