Claustrofobia emocional Pasado el idilio inicial de cualquier pareja, cuando el enamoramiento está homologado a la novedad y las buenas intenciones, por lo general llega un período de ajuste en el que de a poco la personalidad de cada quien va saliendo a la luz a medida que las particularidades del trajín cotidiano (familia, trabajo, amistades, vecinos, hobbies, pasiones variopintas, etc.) van imponiendo su hegemonía, lo que en términos prácticos asimismo dispara una especie de “solución negociada” -y muy escalonada, por cierto- para que ambas partes saquen el mejor rédito posible de la relación… y para que ésta no interfiera demasiado con lo que ha sido la vida de cada uno hasta el momento de esta consolidación tácita de la pareja. Vale aclarar que el precedente es el modelo que domina hoy por hoy en el rubro, ya lejos de los vínculos sacros, machistas y “para toda la vida” de otras épocas bastante más oscurantistas. De hecho, es el choque entre los dos arquetipos, el antiguo y el moderno, el que analiza Hablemos de Amor (Dobbiamo Parlare, 2015), una comedia dramática italiana con un fuerte dejo teatral desde su concepción y puesta en escena: toda la acción transcurre en un departamento de Roma y los protagonistas excluyentes son dos parejas compuestas por los veteranos Alfredo (Fabrizio Bentivoglio) y Costanza (Maria Pia Calzone) y los más jóvenes Vanni (Sergio Rubini) y Linda (Isabella Ragonese). La película relaciona a los primeros con una derecha ignorante y egocéntrica que se la pasa hablando de sus problemas sin que importe nada más en el mundo, y a los segundos con una izquierda que la va de progresista pero que sutilmente termina cayendo en el mismo juego de recriminaciones recíprocas y eternas de los anteriores, un esquema propio de los neuróticos adeptos a la confrontación. La excusa que enciende la llama de la batalla a campo abierto es el descubrimiento de Costanza de que Alfredo, un reconocido médico, tiene una amante, circunstancia que la lleva a desahogarse en el departamento de sus amigos Linda y Vanni, una dupla que se dedica a la escritura pero cuyos libros aparecen bajo la autoría de Vanni solo y que -en el preciso momento en que arriba Costanza- estaba a punto de partir hacia una salida nocturna muy chic que incluye una exposición centrada en la obra de Jean-Michel Basquiat y luego una cena con el editor de los susodichos. Por supuesto que eventualmente también cae Alfredo en el inmueble y los misiles empiezan a volar hacia todas direcciones cuando la dialéctica bélica se extiende a la otra pareja al punto de que desaparece la fachada de estabilidad para dejar de manifiesto otra colección de “cuentas pendientes” bien coloridas. De un modo similar a Un Dios Salvaje (Carnage, 2011) de Roman Polanski, aunque sin alcanzar nunca ese nivel de excelencia, Hablemos de Amor ofrece un pantallazo por las incompatibilidades y sueños frustrados que acarrean las relaciones de turno, sobre las cuales se asoman los fantasmas de los hijos, las infidelidades, los amores pasados, el ninguneo profesional, la apatía, el individualismo y en general el poco interés en mantener viva una convivencia y una dinámica erótica en las que pesan una multiplicidad de factores internos y externos. Rubini, además de interpretar a Vanni, escribe y dirige una propuesta amable que sin llegar a grandes actuaciones ni diálogos magistrales, por lo menos logra sacarle el jugo a la claustrofobia emocional del departamento y regala un par de verdades vinculadas al hecho de que los más delirantes y paranoicos pueden tener un lazo más duradero -aunque profundamente nocivo- que el de aquellos que esconden tanto o más egoísmo debajo de la corrección política de nuestros días, esa destilada de un verdadero sustrato visceral que lleve a un cambio o permita afrontar los problemas con franqueza…
Estamos en Roma, la cámara se mueve por los techos de varios edificios mientras una voz en off nos cuenta su peculiar forma de ver las cosas. Finalmente la cámara se mete en uno de los departamentos y descubrimos que la voz pertenece a un pescadito que es la mascota de una pareja que será la protagonista (uno de ellos es Sergio Rubini, director de esta película). Este es el único momento gracioso de esta película, aunque el chiste lo hayan hecho mejor el grupo cómico ingles Monty Python en The meaning of life (Terry Jones, 1983) Hablemos de amor es una comedia dramática que transcurre una noche en un departamento. ¿Esto les suena a algo? Si, la respuesta es La soga de Alfred Hitchcock la cual la filmo, a modo de experimento, en un solo ambiente. El resultado (como todo lo que hizo el maestro del suspenso) es mucho más interesante que la decimocuarta obra del director italiano. Esta es película chata, en donde su puesta en escena es digna de televisión y solo le queda contar toda su historia y los conflictos de los personajes a través de los diálogos. Pero tal vez la idea sea eso, la de recurrir al dialogo tal como anuncia el mismo título. Lo que Rubini plantea es la crisis de una pareja que podrían ser la de cualquiera justamente por la falta de comunicación, los sentimientos reprimidos, los secretos que salen a la luz y los temas que deben hablarse que no pueden callarse. Lamentablemente el humor que trata de imponer no funciona ya que parece una mala copia de una copia del cine de Woody Allen pero sin la presencia del comediante ni sus brillantes diálogos y eso que los actores cumplen con sus trabajos, son convincentes y le dan naturalidad a esta comedia minimista que lo mejor que tiene son los planos de Roma, aunque más que ver las fachadas de los edificios uno preferiría ver sus calles y sus gente que seguro tienen historias más interesantes que esta.
En nuestra cartelera comercial desembarcará como Hablemos de amor, pero es Tenemos que hablar el título original de la comedia dramática que el italiano Sergio Rubini filmó en 2015. La mención de la perífrasis que ningún enamorado quiere escuchar en boca de su media naranja (o naranja entera corregirán algunos) adelanta la intención de abordar una crisis de pareja en plena ebullición. Por otra parte, el Dobbiamo parlare y el Hablemos anuncian la necesidad imperiosa de verbalizar: atención, este otro anticipo debería encender una señal de alarma –bien roja– en los amantes del cine lacónico. El crescendo y las consecuencias de esa verba ¿amorosa o escondedora? constituyen el tema central del largometraje que el mismo realizador, y además co-protagonista, escribió con su esposa Carla Cavalluzzi y Diego de Silva. Por si una sola pareja ofreciera poco material para este propósito, los guionistas se propusieron retratar a dos: una conformada por un cirujano y una dermatóloga, y la otra por un escritor en declive y una colega con ganas de abandonar su trabajo como ghost writer . En nombre de la amistad con Vanni y Linda, los doctores Alfredo y Costanza se permiten recalar en casa de los autores para desahogar sus penas matrimoniales. El living del departamento romano se convierte en escenario central de una catarsis por momentos incontrolable, que además se revela contagiosa. Rubini recrea las distintas instancias de discusión un poco como Roman Polanski cuando filmó Un dios salvaje. Una y otra película presentan una versión teatral. De hecho, aquélla protagonizada por Jodie Foster, John C. Reilly, Christoph Waltz, Kate Winslet es la adaptación de la obra Le dieu du carnage de la dramaturga francesa Yasmina Reza, y en Italia Hablemos de amor pasó por las tablas después de haberse proyectado en la pantalla grande. Rubini, Cavalluzzi, De Silva toman distancia de la dupla Polanski-Reza cuando enmarcan el relato central –aquél atravesado por los duelos verbales de las parejas– con un pequeño relato que protagonizan los peces dibujados en la esquina inferior derecha del afiche del film. A partir de esta simpática ocurrencia narrativa, los guionistas italianos están en condiciones de atajar los pelotazos que los críticos suelen patear apenas detectan ese prototipo de cine que denominan, con tono despectivo, teatro filmado. Algunos espectadores encontrarán que es más explícita la intencionalidad política de Hablemos de amor. Quizás Rubini, Cavalluzzi, De Silva se exceden un poco en la caracterización de los médicos conservadores y de los escritores progres, pero aún así resultan graciosas las chicanas que sugieren la existencia de una grieta alla italiana. Fabrizio Bentivoglio, Maria Pia Calzone, Isabella Ragonese, el mismo Rubini responden con solvencia a las exigencias que les imponen un guion generoso en parlamentos verborrágicos y una puesta en escena claustrofóbica. Asimismo saben expresar los altibajos emocionales de sus personajes a través del timbre de voz y de la gestualidad. La banda de sonido de Hablemos de amor está conformada por música original de Michele Fazio, por el hit Happy de Pharrell Williams (he aquí un guiño irónico sobre la in/felicidad) y tres piezas de Las bodas de Fígaro (el amor no es el único motor de las relaciones de pareja, advierte la célebre versión operística que Wolfgang Amadeus Mozart y Lorenzo da Ponte hicieron de la comedia de Beaumarchais). Acaso Rubini también debería haber incluido la canción Parole, parole que los italianos Mina Mazzini y Alberto Lupo cantaron primero en 1972, y que con el tiempo también entonaron los españoles Carmen Sevilla y Francisco Rabal, los franceses Dalida y Alain Delon e incluso el dúo argentino Pimpinela.
Una película coherente La clave de esta película (¡y que por favor quede registro de nuestra generosidad por llamarla así!) está en el plano que le da comienzo: desde una terraza de Roma la cámara nos muestra algunos techos, una hermosa cúpula, un poco de las calles. Luego la cámara ingresa al moderno departamento en cual transcurrirá toda la acción. ¿Qué tiene este pequeño plano secuencia de especial o particular como para que afirmemos que hay en él una clave? Bueno, no mucho, simplemente se trata del típico movimiento de cámara utilitario y sin sentido que intenta decirnos que lo que estamos viendo es cine y no una obra teatral. Y este vano intento de engaño ya nos dice todo lo que necesitamos y hubiéramos preferido no saber sobre Hablemos de Amor (Dobbiamo Parlare). Pero hagamos un esfuerzo y tratemos de avanzar un poco más. La trama gira en torno a dos parejas. Por un lado está la pareja inquilina del nombrado departamento, aparentemente muy feliz, compuesta por un escritor y su bellísima mujer, quién además colabora, sin obtener reconocimiento alguno, en los libros del primero. La otra pareja, mayor en edad, irrumpe una noche con sus dramas derivados de una sospecha de infidelidad mientras sus amigos se preparan para asistir a una exposición de Basquiat. Y como todos podemos imaginar al instante, este conflicto terminará derrumbando la aparente fidelidad de los más jóvenes. ¿Y en qué otra cosa que no sea una sesión sin gracia de lugares comunes puede derivar todo esto? En este sentido debemos reconocer la absoluta coherencia de Sergio Rubini (director, guionista y actor), quien no defrauda y recorre todas y cada una de las obviedades posibles: chistes sobre la falta de sexo en las parejas, sobre sus prejuicios raciales, sobre las diferencias socioeconómicas y, por supuesto, sobre las posiciones políticas de sus protagonistas, que están bien estereotipadas. Así entonces tenemos a los progresistas (los más jóvenes) y a los de derecha (los mezquinos mayores). Todo mostrado sin matices, sin ingenio y sobre todo sin gracia. La comedia en el cine requiere de timing y exactitud en la puesta en escena y el montaje, pero también de cierta creatividad y sofisticación. Y de todo ello carece Hablemos de Amor, que se conforma con ser una simple reproducción teatral mecánica. Hay un detalle que llama la atención. Ya desde el comienzo vemos un pez al que la cámara le presta una particular atención (incluso la voz en off del comienzo pareciera pertenecer al animal, algo que sobre el final será retomado). A lo largo de la película el pez y la pecera en la que habita seguirán siendo cada tanto una referencia de las acciones. Podría haber en esto algún tipo idea, algo que eleve el relato más allá de todo lo obvio que estamos viendo. La pecera en sí puede ser una fuente simbólica interesante –hay en la historia del cine unas cuantas peceras memorables- pero en esta ocasión está totalmente desaprovechada. En los últimos minutos ese objeto se ve reducido también a la chatura y obviedad generales. Porque como decíamos antes, Hablamos de Amor es un película muy coherente.
¿Quién puede presumir saber sobre el amor? Y… Habrá quienes sean más experimentados que otros, pero de lo que sí estamos seguros es que las dos parejas de esta película italiana no. El director, Sergio Rubini, protagoniza este largometraje dándole vida a Vanni, un escritor que vive con Linda (Isabella Ragonese), su pareja, quien lo ayuda subrepticiamente a redactar sus libros en un departamento alquilado en el centro de Roma. Una noche en la que tenían un compromiso, debían reunirse en una exposición de arte con el editor de Vanni, Constanza (Maria Pia Calzone), un amiga en común, va a su casa para contarles que Alfredo (Fabrizio Bentivoglio), su marido, la está engañando con otra y les muestra su prueba, unas conversaciones de whatsapp -los celulares son las cajas de Pandora del siglo XXI-. Este matrimonio, mayor en edad, se instalará en el domicilio de los protagonistas solo con el fin de injuriar al otro y desprenderse de todas las miserias que acumularon a lo largo de los años. En los papeles la propuesta es interesante e ingeniosa: reunir a dos parejas de diversas clases sociales, políticas y culturales que, a lo largo de la película, debaten sobre las (in)fidelidades, modos de vida, logros y sus fracasos. Ahora, todo esto se convierte en una verborrea de diatribas estridentes cuyo veneno provoca somnolencia en el espectador de turno. Los diálogos se resuelven de forma redundante, se reiteran incansablemente las actitudes, aptitudes y simpatías que tienen unos y otros para subrayar adrede el discurso. El gorgoteo constante de las palabras encerradas en un espacio reducido provocan asfixia, sensación que busca, sin duda, Rubini. Pero, el efecto que germina en quien ve esta película no es el de la reflexión, sino, más bien, el del distanciamiento. Esto, claro, es más por el tormento psicológico que generan los gritos que por el rechazo hacia alguno de los personajes. La puesta en escena teatral tampoco ayuda, no permite que la película se desarrolle con fluidez y naturalidad. Al estar tan pendiente de lo que se habla, la cámara pierde movilidad y se estanca por momentos generando una sensación de saciedad visual. Rubini con este material pudo haber realizado una bomba de relojería para que detonara y dejara electrizados a los de los espectadores. Sin embargo, asistimos a un coctel que de explosivo no tiene nada: es un registro de nervios, irritaciones y gritos rabiosos, que lo único que quiere uno es que se termine. ¿Algo que destacar? ¡Sí! Vanni y Linda al atender el portero eléctrico hacen un gesto similar al de “mama Cora”, un personaje icónico de Antonio Gasalla, porque no pueden escuchar por el auricular.
Película cuasi teatral, y con muchos puntos en común con algunas producciones recientes que el cine italiano ha brindado, en el intentar desandar los pasos de dos parejas, se termina por construir un relato sobre los vínculos y las postergaciones personales. Quizás no sea el mejor elenco, quizás el constante griterío afecte resoluciones que quieren plantearse como sorpresivas, pero hay algo que no cuaja y que termina por generar tedio desde el primer encuentro que se presenta.
Un film italiano de evidente origen teatral que transcurre en un bello departamento donde dos parejas discuten sin descanso hasta el amanecer. Un matrimonio esta formado por un escritor famoso y su joven mujer, que tiene algunas fobias, que intenta huir de otra pareja de amigos un tanto vulgares, fingiendo una cena de aniversario. Pero sus planes se ven frustrados primero por la irrupción de una mujer fuera de si que acaba de descubrir que su marido la engaña cuando descubre unos comprometidos “whatsapps” de su marido, el cirujano. Cuando ella se va, llega el con su visión del problema y su situación frente a un divorcio en puerta. Finalmente coincidirán los dos en disputa, que serán contenidos por sus obligados anfitriones. Las discusiones y los reproches, más los trapitos al sol se multiplican y en el clímax caerán las máscaras y surgirán los secretos mejor guardados con un final previsible. Prejuicios, mezquindades, planes maquiavélicos, libertadas cercenadas, pero también cataratas de lugares comunes.
Neurosis varias en formato de teatro filmado Lo distintivo de Hablemos de amor, del italiano Sergio Rubini, es que, si se presta atención, ya en los títulos del comienzo hay un indicio muy claro de qué es lo que se verá a continuación. Entre las placas de las compañías que producen esta película, que llega a las pantallas locales con tres años de demora (se estrenó en Europa en 2015), hay una en particular que hace temer lo peor. En ella se ve un pequeño cuadrado azul sobre fondo negro, en el que con letras blancas puede leerse: Nuevo Teatro. En efecto, pasada la hora cuarenta que dura Hablemos de amor, todos los temores que estas dos palabras pudieran haber generado se habrán cumplido con precisión profética. ¡Teatro filmado, teatro filmado! Es la conclusión con algo de acusatorio que suele sacarse cuando una película reproduce el mecanismo de colocar a sus personajes en un living para hacerlos parlamentar de principio a fin. A pesar de que en este caso la escena se extienden a todos los ambientes del departamento romano en el que vive una pareja de escritores, incluida la terraza, la esencia es la misma. Y aunque es imposible no mencionarlo, bien podría ser un detalle menor si este espacio hubiera sido aprovechado cinematográficamente. Algo que no ocurre. Salvo en el plano secuencia con el que comienza, en el resto de la película la cámara se limita a estar ahí, como un espectador en su butaca, inmóvil incluso cuando se mueve. No hay mirada cinematográfica ni en la puesta ni en el encuadre ni en el movimiento. Entre los estrenos de esta semana se encuentra Vergel, de Kris Niklison, cuyas acciones también transcurren casi por completo dentro de un departamento y a la que se le pueden discutir muchas cosas, pero nunca su logrado trabajo de construcción cinematográfica. En Hablemos de amor no hay nada de eso. Lo que hay, en cambio, es un festival de excesos actorales. Drama de parejas jugado desde la comedia, en el que la pareja que vive en el fatal departamento recibe la visita de sus mejores amigos, quienes no tienen mejor idea que ir discutir su divorcio en casa ajena, el film no solo resulta tosco desde lo cinematográfico, sino también limitado en términos dramáticos. Sus personajes recorren cuanto estereotipo exista: políticos, sociales, de edad, de género e incluso de nacionalidad. La forma en que los cuatro hablan a los gritos, como si no hubiera mejor detalle de color para retratar la “italianidad”, hace que Hablemos de amor se convierta pronto en un irritante y muy completo ejercicio de lugares comunes. Una película neurótica a la que el propio Rubini demuele en un intento de ironía final, haciendo que el más impresentable de sus personajes afirme que los neuróticos son los que “hacen avanzar al mundo”. La frase no parece un toque de humor autoconsciente.
Hablemos de amor, de Sergio Rubini Por Mariana Zabaleta Una historia de amor suele ser la historia de una ciudad. El encuentro de los amantes redescubre cada rincón componiendo las más pintorescas postales de los más mundanos recovecos del mundo. Ciudades capitales del viejo continente se enorgullecen en oficiar las más singulares y cómicas escenas de amorío. Hablemos de amor nos priva de todo aquello. Entregando una tediosa catarata de diálogos entre alaridos y desproporcionadas gesticulaciones. Un grotesco criollo (a la italiana) con el anodino gusto que produce la llana confrontación generacional en un contexto como el de dicho país. No hay ausencia de dinero, solamente frustración, fracaso y humillación. Dos parejas encaran el drama cuando se descubre la infidelidad en una de ellas. Punto de partida para una catarsis, por momentos inverosímil, donde poco de lo más mundano (en las dos acepciones de la palabra) queda por fuera. La pareja confrontada invade el living de la feliz pareja de escritores, solo un pez es testigo inaugural, y de clausura, de toda esta insoportable viñeta. Quizás estemos igual de atrapados, al otro lado del frio cristal, siendo testigos de semejante histeria. Sin mayores sobresaltos esta obra teatral, forzosamente devenida en película, deja atrás la vital presencia de los cuerpos sobre el escenario. Encerrados en un departamento observamos estas sombras parlanchinas, poca catarsis resulta mientras afuera la luna y el sol alumbran Roma. HABLEMOS DE AMOR Dobbiamo Parlare. Italia, 2015. Dirección: Sergio Rubini. Guión: Sergio Rubini, Carla Cavalluzzi y Diego De Silva. Intérpretes: Fabrizio Bentivoglio, Maria Pia Calzone, Sergio Rubini, Isabella Ragonese, Antonio Albanese. Producción: Marco Balsamo, Carlo Degli Esposti y Marco Camilli. Distribuidora: SBP Worldwide. Duración: 101 minutos.
Hablemos de amor: conflictos muy teatrales Sergio Rubini, veterano actor, escritor y director italiano, incursiona en un cine de cámara que combina drama y comedia para contar los conflictos de dos parejas confinadas durante una noche al espacio claustrofóbico de un departamento en el centro de Roma. Una cena interrumpida, una charla que desenmascara mentiras y silencios, una mirada menos amarga que calculadamente irónica sobre el amor. Lo mismo que ya habían hecho Ingmar Bergman en La pasión de Anna (1969), Woody Allen en Maridos y esposas (1992), y Roman Polanski en Un dios salvaje (2011), con distintas búsquedas que iban de las variaciones cromáticas al uso intempestivo de la cámara en mano, de la brutalidad discursiva al desgarro interior, aquí nunca puede despegar de las obviedades del texto ni de su evidente impronta teatral.
Bajá el tonito Una comedia de estructura teatral, que transcurre dentro de un departamento entre dos parejas de amigos a los gritos. Más de dos años después de su estreno en Italia, llega otro ejemplar de comedia europea con estructura teatral, al estilo de la también italiana Perfectos desconocidos o las francesas Nuestras mujeres y La cena de los tontos. Todo sucede en el interior de un departamento, entre cuatro personajes: la pareja dueña de casa y una pareja de amigos que cae de sorpresa en medio de una crisis matrimonial. “Gritar es nuestra forma de expresión más auténtica”, dice uno de los personajes, y es una frase clave: la película debería llamarse Gritemos de amor. Como si el recurso de subrayar las palabras con un volumen estridente hiciera que los diálogos ganaran en gracia o profundidad. Y nada de eso ocurre: al contrario, la polución sonora vuelve todo insoportable. Como suele ocurrir con estas comedias teatrales, aquí hay un trasfondo “profundo”, con la pretensión de reflexionar sobre las estructuras de poder que están en juego dentro de la pareja y la amistad, y también tocar de refilón otros, temas como qué significa ser progresista o conservador. Pero todo está tan forzado que casi nada de lo que se habla o grita puede conducirnos a otra conclusión más que el silencio es salud.
Película italiana que data del 2015, “Hablemos de amor” (cuyo título en su traducción literal sería “Tenemos que hablar”) es una película dirigida por Sergio Rubini que apuesta a una historia teatral al mejor estilo “Carnage” de Polanski. Si bien las relaciones, matrimonios que son o que no son, son el principal sujeto de conversaciones y discusiones de estas cuatro personas que terminan pasando toda una noche entre reproches, algunos gritos y algún llanto, también se exponen temas como las clases sociales, la amistad y las profesiones (en este caso dos profesiones bien diferentes, en la rama de la medicina o en la rama de la literatura). Linda y Vanni (interpretado por el director) son una pareja de escritores, él el reconocido, ella la asistente que trabaja a su sombra. Viven alquilando una casa que desde afuera parece soñada, pero por dentro es defectuosa, mal cuidada y está llena de problemas. La noche en cuestión ellos tienen una cena junto a un editor pero les mienten a sus amigos y les dicen que es su aniversario, para que puedan salir libremente ellos solos sin dar explicaciones. Pero Constanza acaba de descubrir que su marido Alfredo le estuvo siendo infiel y cae de prepo primero ella, y luego él, y de a poco la idea de la cena con el editor se va dilucidando a la fuerza. Al final, durante poco más de dos horas y media, seremos testigos de discusiones que ponen en foco a dos parejas en crisis, cuyo motivo principal quizás sea el hecho de que guarden secretos entre ellos. Porque si bien una pareja es presentada como la ideal, de repente esta otra se va a terminar convirtiendo en su espejo y comenzarán a aflorar cosas que no se estaban diciendo. La película que escribe el mismo Rubini junto Carla Cavalluzzi y Diego De Silva es una comedia dramática y se sucede todo en esa misma noche y en ese mismo departamento. Tal como su título lo puede predecir, es un film muy dialogado, sobre explicado siempre a través de lo que los personajes dicen. Y si bien expone aristas interesantes sobre la vida adulta (trabajo, economía, parejas) nunca termina de ser ni lo suficientemente profunda, ni lo suficientemente divertida, ni siquiera lo suficientemente atrapante como para generar algo de interés. Quizás porque los personajes no son demasiado atractivos (la pareja que llega de visita es insoportable, juntos y por separados). Hay en el principio y al final un detalle que podría haberse convertido en algo más y elevado el espíritu del film (dos momentos protagonizados por un pez), pero no termina resultando más que eso: un detalle de color y un intento vano por que la puesta teatral no se coma toda la película. A la larga, “Hablemos de amor” se torna reiterativa y cansina en sus eternos diálogos pobremente construidos que no dan pie a grandes reflexiones ni estudio sobre los temas que expone.
El actor y cineasta italiano Sergio Rubini dirige y, junto a Isabella Ragonese, Maria Pia Calzone y Fabrizio Bentivoglio, protagoniza Hablemos de amor, una comedia dramática con un discurso narrativo casi teatral que analiza las diferentes percepciones del amor y las relaciones sentimentales. Vanni (Rubini) tiene cincuenta años y es un escritor ya establecido dentro del ambiente. Linda (Ragonese), su compañera durante diez años, colabora en la sombra con sus novelas. Ambos viven en un ático en el centro de Roma. A pesar del tiempo transcurrido prefieren la convivencia antes que la unión nupcial. O al menos eso aparentan. Una noche, justo antes de salir a comer, irrumpe en su casa su amiga Constanza (Calzone) para contarles su gran agonía: su marido tiene una amante. El infiel, a quien apodan el Profesor (Bentivoglio), se presenta en el domicilio para contar su versión de los hechos. La eterna discusión del matrimonio es sólo uno de los problemas que Linda y Vanni deberán enfrentar en una velada en la que surgen recriminaciones, rencores y decepciones. Secuestrados en su propio hogar, no tienen otra salida más que sentarse a hablar. A través de sus vivencias, los cuatro analizan diferentes teorías sobre la norma de la monogamia y el sistema de valores dentro de la misma. La infidelidad en cuestión es sólo la punta del iceberg dentro de un matrimonio gastado por la rutina y en donde entra en juego la falta de capacidad de establecer lazos genuinos con su pareja. Y es así donde surge el principal interrogante: ¿en qué consiste el amor?, o mejor aún ¿en qué momento dejamos de sentirlo? El título de la película hace referencia, entonces, a esa charla que se desencadena y abarca cambios emocionales y psicológicos de todos los intervinientes. Cambios inevitables pero que, quizás, con una charla previa, se hubiesen dado de otra manera. La temática del amor hace que cada uno se analice desde sus logros profesionales hasta el temor por la soledad, resaltada muy bien con la metáfora del pez dentro de su pecera. Gracias a un guion concreto, de la mano del propio Rubini, Carla Cavalluzzi y el novelista Diego De Silva, se observa la construcción de cada uno de los personajes. Tal como lo hizo Roman Polanski en Un dios salvaje, esta comedia dramática ocurre en un solo espacio y en una noche, en la que también con peleas constantes se revelan secretos ocultos y afirmaciones inciertas. Solo que Rubini, en su película, plantea dos parejas completamente distintas: una formada por dos escritores de izquierda (gran detalle el cuadro en blanco y negro de Mao Tse-Tung) Vanni y Linda; y la que forman el Profesor y Constanza, ambos médicos y de derecha que, por momentos, les interesa más la plata que salvar su matrimonio. Sin embargo, sus diferencias permiten mantener un equilibrio adecuado durante todo el trayecto.
Hablemos de amor (Dobbiamo Parlare, 2015), película italiana dirigida por Sergio Rubini que rememora a las comedias de situación, utiliza un estilo teatral que se manifiesta y se fortalece a partir del uso de la palabra como la fuente generadora de emociones. Un tratamiento tan simple para ahondar en un elemento tan complicado e inaprensible como es el amor para una película emotiva y vivaz. Vanni y Linda viven en un enorme apartamento con una gran terraza desde donde se ve toda la ciudad de Roma. Vanni es un escritor famoso aunque en realidad es Linda quien le escribe sus libros. Ella le funciona como una escritora fantasma. Ambos, que se muestran como una pareja amorosa y comprensiva, están preparándose para salir a una cena con un editor cuando empieza a caer una pareja de amigos: Constanza y Alfredo, dos médicos que empiezan a desahogarse pues Constanza ha descubierto que Alfredo le es infiel con otra mujer. Alfredo también llega luego para dar explicaciones. Con esto, la velada hará que Vanni y Linda se contagien de sus amigos y su fortalecida relación de pareja quede al borde del colapso. Desde el inicio (y que son esos detalles que hacen que sea una propuesta interesante) se plantea un detalle irreal y fantástico que no hace que dudemos de la verosimilitud de lo que vamos a ver, sino por el contrario, no se pierda la idea de juego teatral. Todo tendrá una gran seriedad, pero la introducción demostrará que estamos ya sumergidos en una obra de teatro propia de la comedia negra. Hablemos de amor mantiene un marco estético que la llena de energía y vitalidad, con guiños a Federico Fellini o Pier Paolo Pasolini en utilizar los artificios de la comedia para profundizar en temas anodinos y hacerlos profundos. Lo mejor que tiene es que todo ocurre dentro de un solo espacio. La palabra es la protagonista principal, tanto el deseo, como la mentira, y los secretos, surgen del lenguaje. También es interesante el modo en que la discusión pasa de una pareja a otra. Como si la palabra -entre lo no dicho, lo mal dicho y lo oculto- fuera la responsable de que la inestabilidad de cada relación estalle. Las dos parejas son puestas a prueba, mostrando que el amor tiene muchas caras, no sólo agradables. A veces una pareja funciona como un acuerdo corporativo que está dispuesta a sobrevivir a situaciones adversas. Hablemos de amor es la puesta en escena de cuatro voces que darán todo por mostrar sus pequeños mundos y el espectador se quedará impresionado, no porque sea una gran película sino porque cumple concretamente en su golpe de emoción, en sus giros cuando vamos de una pareja a otra como si se tratara de duelos de lucha libre, para llegar a un final inesperado.
El título en realidad sería “Tenemos que hablar”, su desarrollo nos ofrece una buena presentación de los personajes con confesiones asombrosas, acompañado con una exquisita banda de sonido y una iluminación apropiada. Todo sucede en un edificio, en un departamento, que por momentos es tan claustrofóbico, como la crisis matrimonial que se desata una noche, estas dos parejas a medida que corren los minutos sacan a la luz ciertos secretos, que casi todos tenemos guardados, infidelidades, sentimientos reprimidos, todo esto termina en un gran desahogo por parte de todos, además de contar con diálogos inteligentes llenos de amor y de dramatismo. En algún punto tiene cierta similitud con “Un dios salvaje” (2011) escrita y dirigida por Roman Polanski,con Kate Winslet y Christoph Waltz, Jodie Foster y John C. Reilly). Los protagonistas: Isabella Ragonese (“La nostra vita”), Maria Pia Calzone (“Gomorra”), Fabrizio Bentivoglio (“El capital humano”) y Sergio Rubini (“La pasión de Cristo”). Son buenos actores tienen buena química y son muy buenos profesionales, se ponen la película al hombro ante un guion pobre, el problema está que el cine no es el teatro y se desaprovechó.
Efectiva comedia sobre lo que el dinero (no) puede comprar "¿Qué preferís: cien mil dólares ahora o un millón dentro de 10 años?", reza el slogan publicitario de esta obra teatral que a su vez es la premisa y test de la historia. En línea con la nueva dramaturgia europea, sobre todo en España y Francia, los varios hits que en los últimos años se vieron en Buenos Aires como "I.D.I.O.T.A", "Lluvia de plata" o "¿Quien es el Sr. Schmitt?", entre muchas otras, parten de interrogantes absurdos y hasta sobrenaturales como puntapié para desplegar conflictos, revelar secretos de los personajes o aportar giros en la historia, casi siempre con una alta o mediana dosis de previsibilidad. Sin embargo eso no quita que el público la disfrute, ría gracias a la solvencia de los actores y la siempre dinámica puesta de Daniel Veronese, a esta altura experto en hacer de las obras foráneas pasatiempos reíderos de los que pocos se arrepienten de haber elegido. Estas piezas de dramaturgos europeos además tienen el denominador común de presentar pocos personajes, casi siempre de una clase media pudiente, cuyos conflictos, desde ART de Jazmina Reza a esta parte, pasan por inquietudes reconocibles que despiertan alto grado de identificación en la platea. Carlos Belloso está irreconocible como un bon vivant, soltero empedernido, dueño de un piso de 3 millones de dólares, experto en inversiones redituables y exquisito en sus gustos. Cuesta creer que hizo tantos personajes marginales o lunáticos con los que ganó notoriedad en TV. Sin embargo el destacado del elenco es Jorge Suárez (también lejos de Manzi o Freud) como su antagonista, empeñado en hacer crecer su bar, ahogado en deudas y en incansable lucha por desligar ataduras con su también pudiente suegro. Su ligazón al personaje de Belloso está en los 30 años de amistad. Tercera en discordia Viviana Saccone, como la esposa de Suárez y amiga de Belloso, en un papel que se desquita a gusto con lo políticamente correcto: por caso, talibán de la comida orgánica, trabaja en una ONG para paliar el hambre en África pero también en el norte del país, usa un celular "justo" con el medio ambiente e intenta mantener siempre alta la vara de la ética, la justicia social y la igualdad. Este trío estará atravesado por la avasallante psicóloga que encarna con solidez María Zubiri, ideóloga del test que dará pie a los conflictos de la obra y quien, pese a ser experta en inspeccionar la psique de otros, se verá impedida de ver una realidad que por tan cercana le resulta invisible. La obra escrita por Jordi Vallejo, joven libretista español que ha trabajado para programas de TV y que con esta debutó en teatro, ha logrado éxito de crítica y público en ese país y aquí se ubica entre las más vistas semanalmente. Cuestiones tales como si el dinero hace a la felicidad o a la tranquilidad, o si el precio de las cosas termina dinamitando la ética y la moral, serán temas para debatir en la cena posterior. Y el público saldrá contento luego de haberse reído casi dos horas, lo que no es poco en estos tiempos.
SABOR A NADA Cuando comienza la película de Rubini, un pescadito asume la narración y un gato simpático recorre el ático de un pintoresco departamento en Roma. Estos dos indicios, que presagian cierta ligereza, se pierden inmediatamente cuando la cámara se mete para no salir más del interior de la vivienda. Más tarde, uno de los personajes dirá en algún momento que “no hay que temerle a los animales sino a los humanos”. Y la sentencia se cumple: la espontaneidad del principio le cede el trono a los trillados conflictos de dos parejas que aburren con su ballet dialéctico de poses y habladurías, en medio de gritos, histeriqueos y lugares comunes. Una vez más, los humanos dejan mucho que desear. Hablemos de amor transcurre en un único espacio dramático y la puesta en escena es pesadamente teatral, lo cual conduce al hastío. A diferencia de otros cineastas que incurrieron en la misma modalidad de encierro, aquí lo que prevalece es el texto como significante supremo, de manera tal que los cuatro protagonistas no son más que marionetas destinadas a sacudir verbalmente, cuando les toca, algún enunciado que haga avanzar la trama, tal como demandan los tiempos del teatro. Este excesivo cálculo ilumina las costuras de un guión bastante estereotipado y oscurece la posibilidad de ver un trabajo de cámara que alimente alguna esperanza de cine posible. Una pareja progre se desayuna con la ruptura de otra y desde ese momento cada uno de los integrantes tendrá su momento para esgrimir reproches, confesar infidelidades y exponer frustraciones. Más allá de dos o tres líneas astutas que despiertan algún esbozo de sonrisa, el resto no depara más que la sensación de claustrofobia y monotonía. La comedia es, tal vez, el género que más expuesto queda si no funcionan sus resortes. Y la película de Rubini nunca levanta, jamás se recupera del sopor que provoca la recurrencia y la falta de matices en sus personajes. Estrenos como éstos confirman la crisis de una cinematografía que supo albergar “verdaderos monstruos” y despiertan la necesidad de reverlos una vez más.
Otra película que se instala en lo que ya parece ser una epidemia, obras de teatro trasladadas al cine o, conceptualmente, filmes con estructura de obra de teatro como en este caso, con la puesta en escena solo redunda sobre lo mismo. Toda la acción transcurre en el departamento de una pareja de clase media alta, tanto económica como intelectual. Algunos buenos resultados se han dado por la solvencia del guión, tal el caso del filme francés “El nombre” (2012), o su versión italiana del 2015, ya el filme italiano repitiendo el concepto “Perfectos desconocidos” (2016) había desilusionado un poco. Nunca estas comedias pudieron llegar al nivel de “Un Dios salvaje” (2011) o “La piel de Venus”, ambas de Román Polansky, pequeñas joyitas con la misma idea, en la primera mantiene entre cuatro paredes a dos parejas en disputa, en la segunda sólo son dos personajes. Hay guión a desarrollar y un director que sabe como hacerlo. No son comedia, claro esta. ¿O si? La historia de Vanni (Sergio Rubini) y Linda (Isabella Ragonese), quienes viven alquilando un departamento en el centro de Roma, mucho más grande del necesario, en un lujo que no condice con su nivel económico, sólo por las apariencias. Vanni, escritor reconocido por los críticos pero no por las ventas, Linda, "colabora" en la escritura de las novelas, no aparece ni en las dedicatorias de las mismas. Una noche, de importancia para su futuro, cena con los editores, a punto de salir, son invadidos por Alfredo (Fabricio Bentivoglio), un cirujano de gran prestigio, y Costanza (Maria Pia Calzone), en una crisis de pareja, con su matrimonio en plena decadencia, con él acusado de infidelidad. Ellos s-olo quieren que sus amigos aparezcan como jueces de una situación en la que no pueden tomar partido. Ambos se reprochan pecados pasados, presentes, y hasta futuros, Vanni y Linda intentan sacarle peso trágico a la situación, calmarlos, ambos por infidencias, secretos, y mentiras siempre hay, terminarán por enredarse en el mismo juego y exponer todo aquello que silenciaron, las recriminaciones surgen como brotando desde lo más oculto. En este caso el director, guionista y actor del filme, (sólo le falta cantar y bailar) debe creer que la recurrencia de un supuesto gag, sin una pizca de humor, por repetición se volverá gracioso, es al menos ingenuidad pura, cuando no, se instala en la “ley del menor esfuerzo”, o peor, tomar por tonto al espectador. No es el único momento en que algo de esto pasa a tener ese olor, la narración abre con una voz en off, será el narrador de la historia que veremos, parece ser que nuestro testigo es un pez dentro de una pecera en el centro del espacio donde todo ocurrirá, parece, así lo instala desde los movimientos de cámara que siguen al relato, pero el relator no vuelve nunca más. (bueno, si, anotado en los créditos) Este narrador dura como tal menos que un suspiro, para sobre el final dar una vuelta de tuerca que termina por instalar el desprecio sobre el intelecto del público. No hay un buen guión, diálogos banales, sin la menor gracia, previsibilidad absoluta de las acciones, sin nada que destacar del diseño de producción o de la puesta en escena, En cuanto al rubro de las actuaciones se puede decir que son bastante desparejas, toda una ironía, destacándose por oficio, y no por la dirección de actores, Fabricio Bentivoglio e Isabella Ragonese, un escalón más abajo Maria Pia Calzone, a quien por momentos la sobreactuación la supera, Sergio Rubini nunca da con el tono que necesita el personaje. Aburre queriendo entretener, y ese es su mayor pecado.
El laberinto del deseo Amor del bueno, amor sincero, amor real. Amor a medias, amor de engaño, de incredulidad. Amor mentiroso, meticuloso, peligroso. Con un guión intenso y punzante, “Hablemos de amor” pega justo donde más duele. Y justamente su característica más sobresaliente es que es 99 por ciento dialogada ya que está basada en la obra teatral “Provando... Dobbiamo parlare”. Y así, resulta un estilo similar al de “El nombre” o “Perfectos desconocidos”, en la que nada es lo que parece y donde los conflictos empiezan y se resuelven entre cuatro paredes. Esta comedia italiana hace una oda a las relaciones de pareja, de los conflictos maritales y los intereses económicos. ¿La locación? La mejor para una película de amor: Roma, la ciudad de los atardeceres más bellos del mundo. La trama de este filme protagonizado y dirigido por Sergio Rubini se centra en dos parejas totalmente opuestas: una formada por los intelectuales progresistas, Vanni y Linda, en la que él es escritor de los libros que en realidad ella, con veinte años menos de edad, le escribe a él; y la que forman los médicos Alfredo y Constanza, ambos de derecha, agarrados a su dinero y un poco vulgares. Pero de pronto, una infidelidad lo cambia todo, por lo que la propuesta reside en reflexionar si en la vida de pareja, ¿conviene siempre decir la verdad?