En tiempos de empoderamiento femenino, esta historia con una mujer que decide romper con su dolor y sufrimiento, llega para demostrar que no hay géneros ni estereotipos en el cine, que solo las ideas y las logradas interpretaciones pueden superar aquellos límites que el desarrollo podría llegar a sugerir. Guadalupe Docampo, una vez más, brilla.
Cuestión de género. Género es una palabra que en este caso encaja perfecto en la propuesta de Alberto Romero, Infierno grande, con un interesante reparto entre quienes se destaca Guadalupe Docampo y Alberto Ajaka. Ambos en el rol de mujer y hombre en la disputa por la violencia de género, ambos en el rol de cazador y presa para un cruce con ciertas ideas narrativas que buscan salir de la norma. Salir de la norma o el estándar para cumplir con la ley de empoderamiento femenino cuando la protagonista embarazada dice: hasta acá llegó mi amor… Un hecho azaroso, con su marido golpeador inconsciente, es la chance de fuga y a partir de allí, en el camino, una galería de variopintos personajes para darle al paisaje un tono menos solemne. Anécdotas que van y vienen, siempre con los ojos en la espalda ante la inminente llegada del esposo traicionado. La mala decisión de introducir un tercer elemento como voz en off del bebé por llegar malogra algunas buenas intenciones, sin embargo los secundarios generan empatía y si bien Alberto Ajaka no se luce demasiado esta vez,como en otras películas recientes, su personaje provinciano, candidato político que vive a la sombra del padre, por momentos convence. Para Guadalupe Docampo simplemente un papel que le queda como anillo al dedo, sabe recurrir a distintos matices para generar esa ambigüedad entre lo frágil y lo fuerte mientras empuña un rifle que toma con tanta naturalidad como cuando debe sonreír ante un halago. Infierno grande cumple con su objetivo, aunque siempre da la sensación que se viene un plus y ese plus no aparece. El género se respeta y la idea de encontrarle una vuelta de tuerca a la violencia de género también.
La fuerza de una madre Mezcla de western con road movie fantástica, Infierno grande (2019) es una historia lúcida y concreta sobre el valor de una madre para liberarse de su oscuro marido en un contexto de suma hostilidad para la mujer. Todo comienza con María (Guadalupe Docampo) la heroína de esta historia decidida a saltar al vacío para defender a su hijo. Como una especie de Sarah Connor se lanza a la carretera con su hijo en su vientre y enfrenta a la incertidumbre. El espectador la acompaña con la misma desinformación: nos iremos enterando de qué huye y hacia dónde va con el correr de la trama. Es loable el tratamiento que Infierno grande hace del pueblo de La Pampa donde transcurren los hechos. Al igual que El otro hermano (2017) o la de inminente estreno Pistolero (2019), el pueblo del interior lejos de ser un lugar idílico para reencontrarse consigo mismo como en el cine de Carlos Sorín, se presenta como un espacio claustrofóbico, corrompido y siniestro del cual la joven y frágil madre debe escapar para garantizarle un futuro a su hijo. Una visión oscurantista, quizás mucho más en tono con la realidad que el imaginario social. El niño por nacer relata la historia desde el futuro y propicia la noción de fábula, una figura exenta al relato que recupera los hechos desde la “leyenda”. En ese aspecto los distintos personajes con quien la protagonista se topa representan estereotipos del entorno: el político violento que compone su marido (Alberto Ajaka), el cura loco que oficia de oráculo (Chucho Fernández), el transeúnte mercenario (Mario Alarcón), el predicador lumpen (Héctor Bordoni), el policía entrometido que complica más de lo que ayuda (Javier Pedersoli), y así, en un desfile de seres estrafalarios que componen la fauna del lugar y a su vez, producen cierto aprendizaje en María. El trabajo de Guadalupe Docampo es fundamental para sintetizar en su cuerpo y actitud, el calvario de todas esas mujeres de apariencia frágil, decididas a enfrentarse a sus miedos para encontrar su propio camino. Con tales elementos la película de Alberto Romero redondea su discurso con crítica social incluida, en un mundo donde la esperanza queda reposada en el poder de cambio de las mujeres.
Alberto Romero, un hombre de cine de distintos rubros, que fue galardonado como guionista (“Quien mato a Mariano Ferreyra”) y como documentalista por “Carne Propia”, realizó su primer filme de ficción con un tema contemporáneo urgente pero inmerso en géneros que van desde el western, la road movie y los fantasmas. Con la poderosa imagen de una mujer embarazada. Casi a término, armada con un fusil, como la heroína menos pensada. Es una maestra que huye de un hombre violento, cansada de soportar humillaciones, amenazas, golpes. Su esposo es un influente político con conexiones y un “papi” poderoso. Ella es una maestra, una mujer que dice basta. De esa situación ya angustiante y terrible, que se complica cuando le dispara al golpeador, ella huye buscando su pueblo natal en La Pampa, con la voz de su hijo por nacer, con el diálogo que ella tiene con ese nonato, y un camino que se puebla de hombres amenazantes, alguna solidaridad femenina, apariciones, leyendas, soledades. A pesar de todo y de todos se transforma en una mujer poderosa a la que nadie detendrá. Bien narrada, muy bien filmada, con toda la fuerza de imágenes contundentes y sugestivas, no pocas situaciones ingeniosas y por sobre todo bien actuada. Habitada por seres extraños que el director admite fueron inspirados por la historieta argentina. Un tema tan urgente como la violencia de género adquiere una dimensión aún más potente con la inmersión en un film que mixtura géneros. Perfecta Guadalupe Docampo, acompañada por un gran equipo: Alberto Ajaka, Mario Alarcón, Héctor Bordoni, Chucho Fernández y otros.
La naturalidad de una distopía La película crea un mundo deformado que la protagonista percibe con la tranquilidad de lo normal. No hay que ser un genio para darse cuenta de que el título alude a la remanida idea de que detrás de toda quietud pueblerina, de ese tiempo en apariencia detenido, anida una serie de secretos que la comunidad ampara con un silencio cómplice. Pero lo infernal en el segundo largometraje como realizador de Alberto Romero luego del documental Carne propia no se da en la inmensidad desértica del norte de la provincia La Pampa donde transcurre la totalidad del relato, sino puertas adentro de la casa que comparten María (Guadalupe Docampo) con Lionel (Alberto Ajaka), tal como demuestra la primera escena. Allí se produce un forcejeo con un arma que termina con un balazo, mientras que ella, embarazada y harta de un sometimiento ilustrado luego a través de una serie de flashback al uso, huye a bordo de su camioneta rumbo a su pueblo natal, Naicó. Un pueblo donde la luz mala es mucho más que un elemento constitutivo del ideario local, según le dice el policía que la detiene en medio de la ruta. Ese policía marca el primero de varios cruces con seres de ínfulas marcianas. Marciano es un calificativo acorde a la propuesta general de la película. Casi como si fuera un cuento de Ray Bradbury enmarcado en un contexto polvoriento y solitario, casi distópico, digno de Mad Max, María rumbea a un destino que cada minuto parece más lejano, al tiempo que se topa con distintas criaturas que la orientarán en su camino. Pero, ¿cuánto hay de real en esos hombres y mujeres que aparecen en los lugares menos pensados, en los contextos más inesperados? Cuento fantástico en el sentido más literal del término, Infierno grande crea un mundo deformado que María percibe con la tranquilidad de lo normal. Así, por ejemplo, habrá un buscavidas que por unos pesos se ofrece de guía, un chico solo en medio de la noche, un lugareño ominoso con pinta de linyera y hasta un cura con un confesionario ambulante montado arriba de una bicicleta. Infierno grande entrega sus mejores momentos cuando hace chocar su deriva apacible con esas alteraciones solapadas, dejándose llevar por un surrealismo que convierte al recorrido de María en el producto de lo que podría ser una mente afiebrada. En paralelo a ese relato central, Romero desarrolla una subtrama centrada en la relación de María con Lionel, un machirulo dominante que pone a su mujer en el lugar de servidora y que no comulga para nada con la voluntad de ella de pedir un traslado. Lógico: son tiempos electorales y para él, candidato a la intendencia, una separación significaría una derrota segura. Imposible no encontrar en esa dinámica los ecos de una coyuntura atravesada por la visibilización de la violencia de género. Una imposibilidad que proviene del esfuerzo de la película por hacerlo notar: todo lo que durante el recorrido de María es pura sugestión se diluye ante el carácter evidentemente opresor de Lionel. En ese sentido, no ayuda mucho que ese personaje esté construido a puro lugar común del costumbrismo rural, con gestos ampulosos y un acento bien marcado, como para que quede bien clarito que el muchacho es un villano de aquellos.
Fábula sobre la maternidad Infierno grande narra la historia de María, una maestra de un pequeño pueblo de La Pampa. Ella está embarazada y después de un acto de defensa propia contra su violento marido, María decide abandonarlo y emprende viaje a su misterioso pueblo natal para criar a su hijo. Es una road movie con estilo western y unos toques de cine fantástico, aunque esto último viene más de parte de lo que nos dicen algunos personajes, pero no de lo que vemos. Si no fuese por eso, la película sigue un estilo bastante tradicional. Tiene una muy buena dirección y fotografía, la cual hace muy buen uso de los campos y paisajes áridos de La Pampa. Una excelente banda sonora y musicalización, que en conjunto ayudan a un gran clima y ambientación. Las actuaciones son buenas, pero principalmente de parte de la protagonista, Guadalupe Docampo. No tan así con su esposo, el antagonista del film. Pero eso se debe más a un personaje bastante unidimensional y trillado. Y esa es una de las grandes falencias de la película, intenta tocar el tema de violencia de género, es más, es el catalizador, pero solo lo aborda en la superficie y de una manera más que conocida. Es de fuego lento y se toma su tiempo, pero eso solo sirve si la historia tiene bastante contenido, bastante para asimilar y es suficientemente atrapante. Pero en este caso solo se hace lenta y aburrida contando una historia que en su mayor parte ya conocemos, solo va de punto A a B sin muchos giros ni subtramas, al punto que hay muchas tomas de relleno que solo parecen alargar para apenas llegar a los 90 minutos, y se siente más larga. En fin, a pesar de sus problemas de ritmo y narración, tiene varios puntos a favor como para ser recomendable a quienes tengan la paciencia y les interese la historia.
Llega a las salas de cine Infierno grande dirigida por Alberto Romero (Carne propia). Se trata de una road movie con elementos de cine fantástico. Luego de una fuerte discusión con su marido (la cual termina con un disparo), María, una docente de un pueblito de La Pampa, decide escapar de aquel lugar recóndito y emprender un viaje hacia Naico, una especie de lugar fantasma al que todos parecen temer. Las cosas claramente no serán fáciles. La protagonista, con un embarazo bastante avanzado, se topará en el camino con personajes extravagantes que tratarán de convencerla de que ir a aquel lugar es una mala idea. Además, su (ex)marido comienza una persecución contra ella, con el único objetivo de obtener su venganza. Es así como la protagonista no sólo deberá enfrentarse a la dificultad de escapar de su pasado (el cual está pisándole los talones), sino que además deberá afrontar los obstáculos que se le presentan durante el camino hacia su pueblo natal, un lugar que parece helarle la sangre a cualquiera con sólo escuchar su nombre. Es que, al fin y al cabo, María prefiere regresar allí –un sitio con OVNIS y/o con sectas religiosas, según dicen algunos– que enfrentarse a la verdadera bestia: su marido. La película se podría encasillar principalmente en una road movie, aunque también se encuentran tintes de cine fantástico. Infierno grande también es una cinta dramática que atraviesa la historia de una mujer víctima de violencia de género. Estos tres géneros se complementan entre sí y consiguen un equilibro perfecto, realzando una trama llena de misterios, de miedos, de incertidumbre y, por qué no, de un poco de aventura. Con un clima lleno de tensión y de incógnitas (el cual se logra mantener a lo largo de toda la trama), Infierno grande consigue atrapar al espectador desde el primer minuto. A cada instante se plantean nuevos interrogantes que terminan logrando que la película no se sienta densa en ningún momento. Las situaciones/personajes bizarras/extravagantes, lejos de sentirse fuera de lugar, se complementan de tal forma que captan la atención absoluta y dejan con ganas de más. Dentro de los diversos géneros y su historia principal, Infierno grande aporta un claro mensaje sobre el empoderamiento femenino (protagonista que busca escapar de su agresor y así rehacer su vida) y la violencia de género. Si bien esto por momentos parece una cuestión secundaria, es un tema que permanece siempre latente en la trama.
“Infierno grande”, de Alberto Romero Por Mariana Zabaleta s La gauchesca está más viva que nunca, ahora repiensa sus personajes y pone en el centro de la acción a una mujer embarazada. Rompiendo a machetazos la anquilosada matriz del género Alberto Romero se aventura a retratar el llano en llamas. María, la madre primera siempre peregrina los campos en busca de un lugar propicio para parir. Esta vez el nicho es Naicó, un pueblo (realmente) fantasma ubicado en el centro de la llanura pampeana. El relato comienza con el crimen, la dialéctica del cazador y la presa conecta los personajes principales a lo largo de toda la historia. María es presa, nunca expresa con rabia originaria su condición nata de cazadora, quizás ese es uno de los puntos más flojos (quedan ganas de verla recortando y disparando la maciza escopeta). La construcción del paisaje y sus personajes esta limpiamente producida. La inmensidad del llano cuenta historias que mezclan lo fantástico y mitológico como un folclore secreto, el de los criollos y los originarios, extraño crisol sustrato de la tierra fecunda. El vientre de María conserva el espíritu originario, la profundidad de lo mágico y la aguerrida voluntad esperanzada del hombre pampeano. La gauchesca reproduce al paisaje como un personaje, y sus personajes como estereotipos. Ante la inmensidad cada figura parece asociada a un móvil, ya no hay leales caballos; la “chata”, el Renault Rural, la blanca Pickup, hasta un triciclo, todos asociados con leitmotiv musical a cada uno de los personajes. Esta construcción otorga gran dinamismo y tensión al periplo de María. Una especie de Ceferino del siglo 20 será interlocutor de reflexión para la protagonista. Siempre la cruz en el Sur marca el buen camino, contra los malos espíritus, aquellos que raptan y desaparecen a la gente en aquellas tierras remotas. Grandilocuentes palabras de Lugones le caben a esta propuesta: “Paisaje y mujer ilumínanse en él a grandes pinceladas de esperanza y fuerza. Qué generosidad de tierra la que engendra esa vida, qué seguridad de triunfo en la gran marcha hacia la felicidad y la belleza”. INFIERNO GRANDE Infierno grande. Argentina, 2019. Dirección: Alberto Romero.Intérpretes: Guadalupe Docampo, Alberto Ajaka, Mario Alarcón, Héctor Bordoni y Chucho Fernandez.Duración: 72 minutos.
María huye en la noche de su marido. Con una carabina y un bolso emprende viaje, se sube a la camioneta y toma una ruta pampeana para ir a otro lado, aunque no sabe muy bien cómo llegar. Infierno Grande es una película escrita y dirigida por Alberto Romero, un thriller que se mezcla con western y muchos elementos fantásticos. Una historia diferente que atrapa desde el primer minuto.
La impresionante "Infierno grande", ópera prima de Alberto Romero, es una arrolladora propuesta capaz de mezclar western, road movie con realismo mágico, drama, acción, algo de comedia, y feminismo; todo en un combo bien autóctono. Cada lugar aguarda una historia para contar. Hace ya varios años que el cine independiente nacional viene creciendo por fuera de las grandes urbes, y sobre todo de la Ciudad de Buenos Aires y Conurbano. El cine de género también da cuenta de esto, y encuentra en las locaciones alejadas del gris cimento, un espacio ideal para crear el clima necesario de lo que quieren contar. El territorio pampeano tiene ese aura autóctono que recuerda a lo gauchesco, a las raíces de la tierra; pero también puede ser el sitio desértico ideal, con enormes extensiones de llanuras, y un horizonte que se pierde ahí, entre el cielo y el suelo. Este año, dos excelentes propuestas se valen de estas características de La Pampa; una de ellas es "Pistolero", vista en el último BAFICI y de inminente estreno comercial; la otra es "Infierno grande", de Alberto Romero. Cuando escuchamos la palabra western, en lo primero que pensamos son esos terrenos áridos y alejados del Lejano Oeste estadounidense. Saliendo de Hollywood, Romero encuentra su paralelismo en La Pampa, sin necesidad de montar un film de época. No hay dudas de la actualidad de Infierno grande. Una primera escena ya nos ubica en situación, María (Guadalupe Docampo) es víctima de violencia doméstica, y está embarazada. Lionel (Alberto Ajaka), su marido, es el brazo ejecutor del que debe huir. Un forcejeo, un escopetazo. María sale a la ruta ¿sin rumbo fijo?, y un primer encuentro es el que comienza a orientarla. Debe volver a sus orígenes, al pueblo olvidado en el que nació, Naico, el que nunca debió abandonar siguiendo a ese hombre vil hacia otro pueblo más poblado. Como versa el dicho, "Infierno grande" es una historia de pueblos chicos, rurales, con costumbres y personajes distintos a los de una urbe. Personajes al costado de una carretera, que María se irá cruzando casi como si se tratase de Odiseo regresando a Ítaca; salvo que a ella no la espera ninguna Penélope, la espera ese hijo que lleva en su vientre. La voz en off de ese hijo es el que narra ocasionalmente la travesía que atravesó su madre para poder alumbrarlo. "Infierno grande" es también una road movie de carretera, con el sol pampeano pegando a pleno sobre el reseco pasto. A medida que avance, María irá acumulando advertencias de alejarse de Naico, cada uno parece contarle una versión diferente de por qué su pueblo se convirtió en tierra de nadie. Cargada con un mapa, orientarse no le será fácil, y también cada uno le irá dando indicaciones más y más vuelteras. Los sucesivos flashbacks que recuerdan el calvario con Lionel, especialmente ese último encuentro, nos explican por qué María, contra viento y marea, debe llegar a Naico. "Infierno grande" es cine de género explosivo. Todos los elementos que hacen de este, están ahí, en su máxima expresión. Producto de una narración concisa, la película atrapa desde su primera escena y no suelta. Hay algo de realismo mágico, de poema gauchesco, o mejor dicho, de fábula de pueblo originario. ¿Es real todo lo que atraviesa María, están todos esos personajes ahí? ¿Importa? Desde un policía con el que se conocen desde chicos y le habla de un hermano gemelo que ella no recuerda, y de extrañas manchas en el cielo (Javier Pedersoli); un vendedor ambulante de cualquier baratija (Mario Alarcón); un sacerdote extremo (Chucho Fernández; sí, leyeron bien, Chucho Fernández componiendo un sacerdote, pero a su usanza); y ese hombre de la calle (Héctor Bordóni), y el nene (Manuel Matzkin) que parecieran caminar junto a ella en un trayecto paralelo. Todos los personajes son compuestos con detalles, representan un símbolo, tienen referentes ineludibles, y sin embargo, le escapan al cliché. Infierno grande exuda furia, si bien no abunda la violencia, es una película salvaje, al rojo vivo. La Pampa se ve como un territorio árido, arrasado, amarillo casi blanco con ese sol que no da tregua, como un horizonte perdido. La extrañeza con que todo el asunto se envuelve acoge al film en un mundo propio, de códigos universales, pero raíces nuestras. Ese policía, ese vendedor, lo podemos encontrar en cualquier país, pero no hay dudas que son bien nuestros. María escapa de un infierno, y no le importa lo que viene, estalló, ya no se quiere quedar en el molde, quiere gritar, sabe que ningún otro averno será como ese infierno que ya quiere dejar atrás. Una panza enorme, un solero de jean, lo pelos al viento, esa mirada de fiera de Guadalupe Docampo, y una escopeta. Feminismo de armas tomar. Maternidad protectora pura, real, convencida. No le hace falta portar el pañuelo verde y el violeta en cada brazo, sabemos que lo haría. En el pueblo era una modosita maestra, ahora es una caminante fugitiva. No alcanzan los adjetivos para describir el talento de Guadalupe Docampo, figura clave de la movida independiente local. Hace semanas la vimos componer un personaje de extrema dulzura (con tonada exacta incluida) en "Traslasierra"; ahora es la vívida imagen de esa Sarah Connor que se refugia en el desierto en "Terminator 2" para proteger a su hijo, esa que quiere un destino mejor, aunque duda si lo habrá, pero está dispuesta a pelear por él. Guadalupe es pólvora y fuego, hay algo en la mirada, y hasta en esa amplia sonrisa, que provoca un magnetismo inmediato que es fundamental para el personaje y la película. Todos los aplausos para ella. Su contrafigura, Alberto Ajaka, con quien ya la vimos en duelo de violencia de género este año en A oscuras, es otro de esos actores clave. Psique du rol perfecto, química aceitada con la protagonista, y una composición actoral que lo lleva a ir degradando su estado físico a medida que el film avanza. En las escenas entre ambos, "Infierno grande" estalla. Pedersoli es alguien siempre a tener en cuenta, con poco logra mucho. Mario Alarcón es tan infatigable como querible, su figura y presencia iluminan la película. A Marta Haller, como siempre, le alcanzan pocos minutos para destacarse. Manuel Matzkin es toda una promesa. Como mencionamos anteriormente, Chucho Fernández es quien sorprende dentro de los secundarios; un actor con características muy particulares, al que uno imagina encasillado en determinados roles, logrando un opuesto, un sacerdote; no uno tradicional, pero un clérigo al fin. Más contenido de lo que lo vemos habitualmente; verlo siempre nos recuerda que estamos ante un film de género. Al igual que los protagonistas, una figura clave. Alberto Romero tiene experiencia en guion, y dirigió el sobresaliente documental "Carne propia" (en el que ya había demostrado un gran poder de síntesis narrativa); este es su primer largo en ficción, y no podía ser más auguroso. Sus influencias son palpables, desde el spaguetti western a Wim Wenders, pasando claramente por el Osvaldo Soriano/Héctor Olivera de "Una sombra ya pronto serás". En su elección de esta historia de pueblos chicos, y raíces olvidadas, dejados de lado cuando las vías ferroviarias se cerraron, hay también una lectura social clara e ineludible, que se suma al feminismo y las influencias violentas del poder (Lionel viene de familia con cargos políticos, y es candidato). "Infierno grande" no descuida ningún flanco, al cuidado en la fotografía y en los encuadres, le suma un montaje fluido entre el presente y los flashback, entre lo real y lo fantástico. También aporta con su banda sonora para nada intrusiva, siempre acorde. Cada integración en la producción aporta en los matices logrados para no hacer una propuesta monocorde. Potente, lúcida, enérgica, dinámica, desbordada en talento tanto delante como detrás de cámara, Infierno grande es una de las propuestas más sorpresivas y logradas de esta temporada. Otra muestra de lo fuerte que late el corazón del cine independiente nacional. No habrá que perderle pisada.
Una mujer escapa de su violenta pareja. Está embarazada y vive en un pequeño pueblo en La Pampa. Como el título lo indica, el pueblo es chico pero el infierno es grande. Le disparó a su marido y emprende una huida en la que no sabe si puede confiar en alguien. La estructura de la historia es común como muchos otros films y sus aires de western y road movie es mucho mejor que como fue finalmente todo plasmado en la pantalla. Pero el saldo es positivo porque es una clase de historia que funciona, y el embazado de la protagonista le da un toque extra de emoción y originalidad.
Un pollo congelado Una maestra de escuela en un pueblo de La Pampa se larga a la ruta sin destino definido, apenas con lo puesto, un rifle y un embarazo muy avanzado. No tiene decidido hacia dónde va, pero sabe que tiene que huir de ese pueblo donde su violento marido es uno de los hombres más poderosos y solo la considera una servidora de sus propios deseos o necesidades: el mismo hombre al que acaba de dar por muerto en el piso de su cocina después de dispararle con su propio rifle de caza, evidentemente harta de los maltratos y abusos que recibe a diario. Un encuentro fortuito en la ruta le hace recordar el pequeño pueblo donde nació pero que debió abandonar al quedar huérfana de niña, un lugar tan recóndito que no figura en los mapas y ni siquiera recuerda el camino. Ese Niacó parece el lugar ideal para desaparecer y volver a empezar, pero cada persona a quien le pregunta por el pueblo intenta convencerla de que no debería ir, cada cual con distintas historias sobre las cosas terribles que pasan por esa zona. Nada de ello alcanza para intimidar a María, que sabiéndose perseguida pone rumbo tenazmente hacia la casa que la vio nacer, con la meta de que sea donde nazca su hijo. Te cuida Chachao Cuando comienza el viaje de María (Guadalupe Docampo) no sabemos mucho de ella, pero se intuye lo suficiente. Unas pocas imágenes nos ponen en contexto y no pierden tiempo en explicaciones, salvo por una narración en off que rara vez aporta algo realmente necesario para la historia. Ya habrá tiempo para completar las piezas que faltan con flashbacks, mientras tanto lo que importa es el presente y los problemas a los que tiene que enfrentarse en la ruta. No hay grandes complejidades de trama, pero alcanzan para sostener una película que dura justo lo que necesita y que apuesta mucho al contexto para completar lo que muestra, construyendo un clima de western pampeano que merece ser explorado más a menudo. Esta vez con detalles de realismo mágico que aluden a la mitología regional, aportando mucho carácter a la propuesta de Infierno Grandemientras recorre los inhóspitos rincones de la provincia. Los pocos personajes que acompañan a la protagonista están bien construidos y son interesantes hasta cuando caminan por el borde del absurdo. Desafiando esa idea de que los secundarios no necesitan tener más de una dimensión, el abusivo puede ser sumiso, el cobarde puede mostrar lealtad, y la figura de autoridad puede cargar terrores desde la infancia con la misma naturalidad que la protagonista puede encontrar fuerza en su miedo. Todos aportan para construir el interesante mundo que rodea a María en Infierno Grande, dándole los pequeños empujoncitos que necesita para cumplir con su destino, de la misma forma que cada detalle de la película aporta para convertirla en una propuesta humilde pero original e interesante.
Infierno grande empieza donde terminaba la primera Terminator (1984). Ese inolvidable final con Sarah Connor embarazada, manejando una camioneta destartalada, arrancando rumbo al desierto y pronosticando: “Viene una tormenta”. Aquí la que está a punto de parir es María (Guadalupe Docampo) que, harta de la violencia doméstica de su marido (Alberto Ajaka), toma un rifle, se sube a su vieja chata y parte rumbo a su pueblo natal. Ese es el punto de partida de esta mezcla de road movie y western que aprovecha el paisaje pampeano para tener un marco posapocalítico: pueblos caídos en el olvido por el abandono del ferrocarril, tierras desertificadas, clima seco e inhóspito. Ese es el escenario ideal para los cruces que esta heroína acorde a los tiempos del #Niunamenostiene con personajes espectrales, que parecen salidos de Pedro Páramo. Esos encuentros, cargados de advertencias místicas sobre el destino al que se dirige la mujer, van creando un suspenso creciente, alimentado también por la cacería humana emprendida por el marido violento. Es una lástima el efecto anticlimático que produce la decisión de incluir como narrador a un niño, el hijo que esta maestra de primaria lleva en la panza: si las voces en off son de por sí un recurso polémico, la de un chico potencia las contraindicaciones. De todos modos, la imagen de la embarazada del rifle es de una potencia notable. Aunque sabemos que su bebé nacerá, los enigmas acerca de lo que encontrará a su llegada al bendito -o maldito- Naicó y qué ocurrirá con el machirulo que la persigue son grandes.Pero la resolución desinfla el globo. Suele ocurrir: es más fácil formular ciertas preguntas narrativas que responderlas.
María es profesora en un pequeño pueblo de La Pampa y, embarazada, deberá enfrentar a su esposo, un hombre mezquino y de hábitos violentos. Un disparo en mitad de la noche iniciará los planes de la mujer: huir de su casa y de su marido y embarcarse en un viaje al desierto pampeano más profundo. Con el hijo en su vientre y un futuro incierto, ella decide volver a Naicó, el pueblo de su infancia, y en ese tormentoso viaje conoce a extraños personajes que habitan en los lugares más olvidados. Algunos de ellos son amistosos y comprenden la problematizada situación de María, y otros, en cambio, la tratan con total indiferencia. En torno de estos personajes, el director Alberto Romero, realizador del documental Carne propia, distinguido en el Festival de Montreal, concibió una historia que muy pronto se convierte en una road movie en la que su protagonista transita incansablemente los caminos polvorientos de La Pampa y, al mismo tiempo, es un retrato de la violencia de género y de la emancipación femenina. El film se convierte así en una fábula poética acerca de la maternidad, de la naturaleza y de la violencia a la que Guadalupe Docampo supo insuflarle el necesario aire dramático que pedía el conmovedor relato. El resto del elenco y los rubros técnicos apoyaron con calidad este espejo de alguien que deberá huir de su triste cotidianidad.
“¡Luces en el aire, diablos por todas partes, cristianos salvajes!”. Como en una película de terror inglesa, todos le advierten a la protagonista que ni se acerque al pueblo adonde quiere llegar. Ella es una mujer embarazada, que luego de pegarle un tiro en la cabeza a su marido abusador, huye en una vieja camioneta con un rifle colgado al hombro, buscando el pueblo donde nació. Que ya ni existe ni el mapa de La Pampa. Guadalupe Docampo lleva adelante esta inclasificable road movie con su panza a cuestas sin que, para decirlo de un modo suave, nadie le ceda el asiento en el colectivo (en una escena tremenda, una especie de cura le toca el vientre mientras la apunta con una escopeta). Por suerte, esta émula de otra embarazada con pistola, la Frances McDormand de “Fargo” de los hermanos Coen, tiene la ayuda de que todo esté narrado en off, desde el futuro, por el bebé que esta a punto de dar a luz. “Infierno Grande” es un diamante en bruto que se disfruta, sin que algunas imperfecciones técnicas y narrativas alcancen a malograr esta opera prima de Alberto Romero. Hay notables actores de reparto, buen uso de locaciones, y una banda sonora memorable a cargo de Gustavo Pomeranec.
María (Guadalupe Docampo), una maestra embarazada que huye de un marido violento (Alberto Ajaka), reúne varias características del caldén, el árbol que predomina en el paisaje desolado de la road movie que propone el director Alberto Romero. Parece protegida por una corteza gruesa como la del árbol, no se deja intimidar fácilmente. El camino que debe recorrer es tortuoso como el ramaje de la leguminosa, su fruto tiene un sabor amargo como el destino que la aguarda al abandonar su hogar. A bordo de una camioneta recorre una naturaleza agreste y desordenada, donde cohabitan los pastizales, las lagunas secas y el semidesierto estepario. En su derrotero se encontrará con personajes que le brindan ayuda, mientras que otros entorpecen su marcha. Así desfilan el vecino fisgón, el viajante de comercio que es capaz de vender su alma por un plato de comida, un descendiente de antiguos indios que con su presencia fantasmal la protege, un particular ministro de la fe que anda con su mini parroquia a cuestas tirada de una bicicleta, el policía cargoso ex compañero de la infancia. Todos cargan un fusil para protegerse, todos desconfían, ningún lugar aparenta seguro. La heroína perseguida por su esposo desatado, un político que por las próximas elecciones exige tenerla a su lado, tiene como meta un pueblo lejano y desierto que no figura en el mapa, donde su padre alguna vez supo ser intendente. En el camino se deslizan comentarios en favor de los pueblos autóctonos y críticas a la suspensión de los servicios ferroviarios. Los personajes que deambulan por terrenos áridos y paradores ruteros de mala muerte, parecen salidos de historietas por ciertas características demasiado enfatizadas. Como todo western, no faltará el duelo final en medio de un panorama polvoriento rodeado de pajonales, mientras una voz en off (el niño que está en la panza) aporta datos y predispone al espectador en favor de su valiente madre. Una ópera prima que mezcla lo fantástico y lo social para vincularlo con una realidad actual como la violencia de género, teniendo como marco la provincia de La Pampa, muy pocas veces partícipe del cine nacional.
“Infierno grande”, el último filme de Alberto Romero, co-guionista de “¿Quién mató a Mariano Ferreyra?” y director del premiado corto “La loca matilde”, es una pequeña pero muy lograda historia con elementos de road movie y de western moderno que pone el eje en el poder de una mujer que ha decidido escapar para encontrar la liberación que anhela. La historia plantea el retorno de María (Guadalupe Docampo) al lugar donde nació, un remoto pueblo del cual nadie habla bien pero que para ella significa el escape que necesita. Maltratada por su marido (Alberto Ajaka), María toma la decisión de emprender este viaje con un embarazo avanzado a cuestas. Una mujer que toma una decisión y está dispuesta a todo por cumplirla. Muchas veces los temas en el cine se vuelven esclavos de las formas. Rompamos todas las cadenas que podamos, las formales, las creativas y sobre todo aquellas que nos impone un orden social injusto que, como bien sabemos, se va a caer. Alberto Romero La estepa pampeana, los indios que allí vivieron, la mística de aquellos lugares, se convierten en un contexto en donde lo real se mezcla con lo fantástico y las posibilidades de “creer” o no en ciertas situaciones que la película plantea se convierte en decisión del espectador. Con sutileza e inteligencia el director nos hace participes de una historia que mantiene el climax hasta el último minuto. Su mirada está enfocada en el protagónico de Guadalupe Docampo, quien desde un primer momento se hace cargo del filme con el profesionalismo que la caracteriza. Con un elenco muy acertado y roles bien delineados, “Infierno grande” es sin duda una sólida propuesta de cine argentino.
Infierno grande: Madre fuerte, mujer empoderada en La Pampa. “Infierno grande” cuenta la historia de una mujer embarazada que escapa de su marido para defender a su hijo que está por nacer. Mezcla de western con road movie, muestra la hostilidad que sufre la mujer. “¿A dónde vas María?”, así le habla Lionel a su mujer mientras tironea de la escopeta que ella tiene entre manos. Un disparo llega a la frente de ese violento hombre que, al no morir, empieza a perseguir a María por pueblos del interior del país. María es maestra en un pueblo de La Pampa. Su esposo Lionel es un político. Ella está a punto de dar a luz pero decide abandonar a su marido para darle una mejor infancia a su hijo. Una noche, la discusión se les va de las manos y ella se embarca en un viaje en su camioneta para volver a Naicó, el pueblo de su infancia, que está lleno de recuerdos perturbadores. En ese viaje, María enfrenta un arduo proceso de cambios, golpes y aprendizajes, toda esa transformación del personaje que supone un road movie, siendo una nueva mujer cuando vuelva a encontrarse con su marido. Como dato no menor, un hombre con el que se cruza le dice a María “Naicó es tierra de huechuman, que significa cóndor fuerte. Todos los que nacen ahí son fuertes” Además, como también se trata de un western, existe el esperado duelo final en medio del campo árido, mientras la voz en off del niño por nacer narra los acontecimientos para que el público vaya descubriendo los datos que hacen tomar partido por María. Alberto Romero es guionista y director. Fue co-guionista de “Pichuco” y “Una noche solos”, de Martín Turnes; y «¿Quién mató a mariano ferreyra?» y «Alicia”, de Alejandro Rath. También escribió y dirigió el cortometraje «La loca Matilde», exhibido y premiado en festivales nacionales e internacionales. Esta vez, su propuesta trasciende la película de género. Es un western, con algo de fantástico, suspenso y drama, todo dentro de una road movie por el terreno pampeano. Como en otras de sus películas, utiliza la voz en off para darle profundidad al relato y, en este caso, realiza una obra sobre la violencia de género y algunas otras cuestiones sociales, visto desde su perspectiva masculina. Guadalupe Docampo y Alberto Ajaka representan muy bien esos papeles en los roles de violento y agredido, hasta que el personaje de Guadalupe se hastía y ahí comienza todo. Ella pone el cuerpo y los gestos dolidos a una mujer cansada, triste, que parece frágil… hasta que decide frenar todo lo que se venía dando y tomar la escopeta entre sus manos, para huir luego. Alberto Ajaka no se luce demasiado pero su personaje logra convencer. “Infierno grande” cumple con su objetivo de mostrar la violencia de género y su venganza, desde otro ángulo. No hay giros desprevenidos, no sorprende, pero crea distintas lecturas sobre un tema que siempre vale la pena tener presente.
Una mujer que sufre violencia. En el ámbito de una provincia, siendo su pareja un aspirante a un cargo político, María, cansada de un marido golpeador, decide escaparse y tener su hijo sola (está embarazada). Luego de un enfrentamiento violento se larga a la ruta para encontrar un espacio de libertad. El filme de Alberto Romero elige un formato que engloba la fábula con componentes sociales y fantásticos, y el western. "Infierno grande" se desarrolla en la provincia de La Pampa, donde su heroína protagoniza una suerte de road movie en la búsqueda de un paraíso deseado pero imposible. Un viaje que reafirma la línea de empoderamiento femenino, permite el encuentro de personajes acordes al tono fantástico que el director propone, más cercanos al estereotipo, y que de alguna manera remiten a ciertos relatos cinematográficos de Fernando Birri. Así desfilan el vendedor oportunista, muy bien interpretado por Mario Alarcón; el misionero del carrito multiuso (bien Héctor Bordoni), o el chico de fantasmal aparición en distintos momentos del filme. Con una innecesaria presencia de la voz en off, "Infierno grande", de buena factura formal, tiene una estupenda interpretación de Guadalupe Docampo ("Los nadies", "La sangre brota"), que sale airosa en un papel que demanda una presencia continua. Alberto Ajaka, en el rol de la pareja de María, muestra fuerza y convicción en un papel breve pero significativo. Destacable la fotografía de Tebbe Schonning que da el marco adecuado para que la tragedia se desarrolle.
A una futura madre de nombre María (Guadalupe Docampo) le toca vivir en un hogar violento, se siente asfixiada y desea darle un mundo mejor a su futuro hijo, a partir que toma una escopeta y decide irse comienza a transitar la soledad, la desesperación, bajo un paisaje tan desolador como sus sentimientos y en ese especie de road movie y con toques de western, se va topando con distintos personajes. La historia se va desarrollando en el desierto pampeano que es un personaje más y muestra la lucha de una mujer para sobrevivir junto al hijo que lleva en su vientre, a través de Guadalupe Docampo (“Traslasierra”, “A oscuras”) que le da buenos matices y su físico está acorde a la situación que transita. En esta oportunidad no se luce demasiado Alberto Ajaka quien interpreta a un candidato político, solo convence en algunas situaciones, otro de los puntos flojos es la voz en off del bebé y solo por momentos resulta monótona y lenta.
En el país, muy de vez en cuando se realiza una road movie. La utilización de la inmensidad geográfica argentina, como una locación y no como un paisaje a apreciar, siempre es bienvenida. Dentro de una producción austera, en donde lo principal es tener un guión y poder llevarlo a cabo del mejor modo posible, se encuentra esta película dirigida por Alberto Romero que cuenta una historia de pareja, en donde el maltrato del marido hacia su mujer es moneda corriente y a la protagonista. llamada María (Guadalupe Docampo), quién se encuentra con un avanzado estado de embarazo, tiene dos opciones para poder continuar con su vida y la del bebé que está por nacer, huir o vengarse. La alternativa más sencilla que se le ocurrió es escapar en una vieja camioneta por los caminos pampeanos. Su idea es volver al pueblo en el que nació y se fue de allí cuando era muy chica. Naico es el objetivo, pero no figura en los mapas y no sabe cómo llegar. Mientras huye de Lionel (Alberto Ajaka) se cruza con distintos y pintorescos personajes que le indican donde está ubicada la localidad perdida en la gran llanura. Si previamente hablamos de los exteriores como un elemento fundamental para narrar la historia, no le va en zaga la música instrumental, necesaria para crear los climas de las escenas, rememorando a los viejos westerns. Las acciones avanzan con fluidez. No se precisan demasiados diálogos. El realizador utiliza el flashback en contadas ocasiones para explicar el por qué se llegó a esa situación, del que no tiene vuelta atrás. Los días y las noches pasan para que se destaque la convincente presencia de Guadalupe Docampo que, con su personaje, se la vincula mucho más al de una heroína que al de una sufrida víctima. Por otra parte, Alberto Ajaka, aporta su solidez y experiencia para interpretar al villano de turno. Como una cacería del gato al ratón transcurre esta película, en donde el espectador está a la expectativa de quién triunfará en esta pelea por la supervivencia.
Infierno Grande por Celina Demarchi “Hay una hora en la tarde en que la llanura está por decir algo” Jorge Luis Borges. María (Guadalupe Docampo) es una maestra que vive en un pueblo de La Pampa con su marido, candidato a intendente (Alberto Ajaka) que ejerce la violencia física y verbal sobre ella. Un día de tantos, cansada de los abusos, decide llevar a cabo lo que ya venía pensando: escapar. En una destartalada camioneta, con una escopeta y transitando los últimos días de embarazo, emprende la huída. En su derrotero, a través de caminos pampeanos y pasando por pueblos y paradores olvidados, se va encontrando con personajes típicos: un cura que viaja con su parroquia en bicicleta, el desterrado de la sociedad, marginado y nada loco, el viajante que mercadea con todo y capaz de vender hasta su perro por unas chirolas, el policía que husmea y pone obstáculos y un habitante de un pueblo originario que, ya sin tierra ni lugar, deambula y protege. Todos ellos dan marco a la historia que gira en torno a María y su búsqueda de una vida mejor tratando de llegar a Naicó, un pueblo que no figura en el mapa. En su segundo largometraje, Alberto Romero, (Carne Propia, 2016), se mete de lleno en un tema candente y recurrente en el cine: la violencia de género. Para ello, elige el paisaje pampeano. Y no es menor. El Caldén, el árbol típico de la zona, se deja ver siempre. De madera dura y resistente a la aridez y a la sequía, persiste, sobrevive en tierra desértica. Como María, la protagonista. A la inmensidad y a la intemperie, se enfrenta esta mujer de aparente debilidad pero con la fortaleza suficiente para desafiar a todo aquél que se interponga en la odisea hacia su liberación. Leopoldo Marechal en su Adán Buenosayres afirma que “el silencio y la reserva son estigmas que se adquieren en la llanura, donde la voz humana parece intimidarse ante la vastedad de la tierra” a este silencio, a esta soledad y vastedad, María le pondrá ruido, grito ahogado de una mujer que no se detendrá hasta lograr salvarse y romper con ese tedium vitae de los pueblos y que le ha impuesto su marido quien irá tras su pasos, como un cazador persiguiendo a su presa. El motor de su cacería será la necesidad de tener a su mujer al lado para la campaña política y su herido ego de macho abandonado. La claustrofobia de vivir en un pueblo, sin salida aparente, contrasta con la inmensidad de una tierra que ha padecido las políticas neoliberales, los trenes han desaparecido y los políticos feudales detentan su poder en los pueblos. Guadalupe Docampo se pone al hombro este personaje, alternando fuerza y fragilidad, es perseguida y está embarazada, hechos que la ubican en una situación tal de vulnerabilidad que cuesta pensar que logrará su objetivo. Docampo saca adelante esta heroína pampeana de gestos suaves y firmes, plasmando a través de su mirada, la duda, el miedo, el hartazgo y la determinación. Y será un hombre originario, quien la acogerá en su casa y le dirá “no podés escapar siempre” palabras que la confrontarán con una difícil decisión que deberá tomar inexorablemente. Pocas palabras, el silencio del ambiente y esta mujer que dirá con hechos que hay una salida posible. Infierno Grande es una mezcla de diversos géneros, un road movie y un western, con un duelo final al mejor estilo de los spaghetti western de Sergio Leone o del clásico western de Sam Raimi, Rápida y Mortal. Al mismo tiempo recurre a otros elementos, como la voz en off del futuro hijo, recurso que generará más incertidumbre respecto al desenlace. Una película pequeña, valiente, con una duración justa, que mantiene la tensión y que no se queda a medio camino, se la juega, sin medias tintas. Y llega la hora en que la llanura está por decir algo, y esta vez lo dice.
Infierno grande no esconde la inferencia a la frase popular: “pueblo chico infierno grande” sino por contrario la usa explícitamente a su favor. Como todo decir popular subyace en su simpleza una reflexión moral, tal como este filme de Alberto Romero en el que articula una fábula-western para poner el acento moral en una realidad que hoy empuja al cine a poner en escena en forma de narrativa audiovisual esta coyuntura hoy visibilizada: la violencia de género. Maria es una mujer a punto de dar a luz, esposa de un mandamás político del pueblo chico al que pertenece. La trama en términos centrales se reduce a dos cuestiones: huir del vínculo de opresión y maltrato conyugal y regresar a su pueblo de origen, que hoy es más un lugar fantasmal, un refugio posible. En el camino rutero y desértico diversos personajes de la iconografía del western clásico se le presentan: el viejo borracho ayudante, la mujer armada que le da alimento, el predicador delirante, el niño sin hogar, y hasta el hombre oráculo que le vaticina su futuro. Toda esa road movie westerniana no es a caballo pero podría serlo sin duda ya que transitan el territorio sin fronteras a puro deseo y sin marcaciones claras, en estas imaginarias tierras de nadie. La narración está incrustada en el marco pampeano de una geografía llana, semi desértica, como un infinito que podría María recorrer sin llegar a ningún lugar. Solo la necesidad de huir del infierno de su hogar y la búsqueda de su pueblo natal la mueven hacia adelante en camioneta o a pie, de día y de noche, cargando un niño en su vientre y un fusil en su hombro. El formato que le imprime este género tan noble y tan moralista como el western va como anillo al dedo con las intenciones de poner en escena un mundo sin reglas y en decadencia que se amalgama con la idea de crear un viaje transformador para su heroína. Los estereotipos elegidos están bien elaborados para cumplir su función como personajes secundarios que circundan la ruta y el desierto demarcando el derrotero de María y dándole distintos significados al viaje. Lo más destacable es aquello que va un paso más allá del posible realismo del género, ya que desde el inicio de manera progresiva se incrustan situaciones y apariciones que contaminan el realismo posible del relato. Lo llevan al terreno de una fábula si quisiéramos pensar en una forma ya conocida de narrar la irrupción de lo fantástico en lo real con moraleja incluida, pero aquí más que certificarnos que es solo una fábula y que estos sucesos no realistas se atienen a eso, el guion logra desarmar la certeza de lo reconocible y proponer así algo más irregular, sinuoso y simbólico. Son acertadas las caracterizaciones de los personajes que rodean el viaje, nada realistas en sus formas evidencian a que clave de relato pertenecen. No sucede lo mismo con el “antagonista” del filme Alberto Ajaka que propone una caracterización costumbrista, su forma de hablar con acento de “campo”, su remarcada maldad en gestualidad y textos que sobre acentúan lo perverso del personaje, cuando más que su dimensión realista como sujeto es menos interesante que el concepto de lo que representa “la opresión, el abuso” y eso no necesita de costumbrismos maniqueos. El desempeño de Guadalupe Docampo, no es de esas puestas en acción que nos encandilan pero lleva con una buena sinergia la dinámica con el resto de sus personajes del filme. La fotografía luce su elección de género, tanto en los exteriores día, los atardeceres y las noches profundas alrededor del fuego ardiente. No es un detalle menor porque la luz hace a este filme, lo que hace al cine. Le da sentido. Por Victoria Leven @LevenVictoria
Fuga en pos de un alumbramiento. El segundo largometraje como director de Alberto Romero empieza con una imagen fuerte: una mujer embarazada cargada de un rifle. Se trata de María (Guadalupe Docampo) quien, resistiendo el autoritarismo de su marido (Alberto Ajaka), termina hiriéndolo, para luego huir. Si el espectador piensa que María debería haber recurrido a una línea telefónica que brinde atención a mujeres víctimas de violencia de género o, al menos, a la ayuda de alguna vecina solidaria, se equivoca: la acción transcurre en un desolado paraje de La Pampa y su fuga será errática, empeñada en encontrar el pueblo donde nació como si el retorno a los sitios de la infancia fuera un refugio seguro. Algo más de María se va conociendo por flashbacks y conversaciones que mantiene con personas que va encontrando en su camino, así como también por la voz en off de un niño que guía el relato, profundamente ligado a la historia. De alguna manera, lo que Infierno grande expone puede ser apreciado como una suerte de fábula, donde soledad, abusos, resistencia, muertes y alumbramientos parecen coordenadas que atraviesan una sociedad cargada de esfuerzos y de olvidos. Contribuyen a esta mirada no solo las referencias ocasionales a la falta de trenes o a cargos públicos heredados, sino también la galería de personajes con los que María va cruzándose, que incluyen desde un policía ambiguamente confiable hasta un misterioso nativo, un extraño cura venido a menos y un pibe sospechosamente solo. Con estos seres que se le aparecen, a veces deslizando consejos o reflexiones, el film corre el riesgo de caer en cierta ingenuidad (como si fuera una relectura de El fantástico mundo de la María Montiel), así como puede resultar forzado el hecho de que el marido sea candidato a intendente del pueblo. Pero, en buena medida, los amagos de solemnidad se diluyen gracias a leves toques de humor y a la eficacia de las actuaciones, incluyendo la del rosarino Mario Alarcón (notable como un viajero con hambre y sentido común) y la seductora presencia de Guadalupe Docampo, con su mirada siempre asustada, desconfiada y decidida al mismo tiempo. Hay algo arquetípico en María, en su rebeldía y en las actitudes de quienes la rodean: las ansias de independencia y los peligros en el camino responden a las fórmulas de la road movie, subgénero que Romero ejercita aprovechando la elocuencia del agreste paisaje, recorriendo caminos rodeados de pastizales y viejas casas abandonadas, a veces apelando a fundidos encadenados. “Escaparse dura poco” le dicen en un momento a la mujer, inquietando ante la posible resolución del conflicto, que, cuando llega, trae también –al igual que la música de Gustavo Pomeranec– ecos del western.
Una mujer embarazada le pega un tiro al marido maltratador y huye, por los caminos entre pueblos de provincia. Así arranca esta especie de thriller/road movie argentino, que tiene un buen trabajo de su protagonista, Guadalupe Docampo. Siempre con el mismo vestido, a la defensiva, armada y dispuesta a que le salga bien. Algo que, al menos en cierta medida, se sabe de antemano, porque hay un relato en el off de un niño: su hijo que todavía no nació. La huida de la protagonista, hacia el pueblo donde nació y donde quiere ejercer como maestra, la llevará a encontrarse con una serie de personajes. Necesitados, misteriosos, capaces de ayudarla a encontrar ese camino que parece intrincado y esquivo. Con muchas escenas nocturnas cruzadas con planos abiertos de su avance por las llanuras, Infierno grande evoca al western, pampeano, desde su iconografía a la música. Se repite que esta, acaso algo larga y reiterativa, es una historia de caza. Aunque mejor no contar quién es el cazador y quién, el cazado.
“Infierno grande” interna a su personaje protagónico en una atmósfera de extrañamiento a los pocos minutos de comenzar. La muerte y la violencia se esconden en un pequeño pueblo de La Pampa. Los mitos y las devociones populares se mezclan en una road movie de atmósfera asfixiante que sin embargo cuenta con un personaje femenino capaz de abrirse camino a cualquier precio y con la fuerza de demoler prejuicios y supuestas debilidades. Guadalupe Docampo y Alberto Ajaka interpretan a María y Leonel, una pareja con una clara disparidad de poderes, enfrentados por la violencia contenida de él, un político en campaña, y la determinación de ella, una docente a punto de parir que quiere emigrar y que compone como puede sus obligaciones, su embarazo y los desbordes de su marido. El filme se desarrolla en su mayor parte en un territorio deshabitado, bellamente fotografiado por Tebbe Schoningh, en un trabajo que refleja la desolación del campo abierto donde la hasta la idea de civilización parece ajena al contexto. El director Alberto Romero, también autor del guión, evoca por momentos algunos climas de las narraciones de Borges, entre lo ominoso y lo fantástico, y lo hace con una economía de recursos admirable, algunos personajes surrealistas, como un cura con su iglesia ambulante, y locaciones en Naicó, un pueblo fantasma de La Pampa devorado por la naturaleza, como lucen los personajes de Romero.