Una comedia negra de venganza con Mads Mikkelsen La película danesa de Anders Thomas Jensen conjuga un relato de acción con un retorcido humor negro. Justicieros (Retfærdighedens Ryttere, 2020), también conocida como Jinetes de la justicia/Riders of justice, hace una divertida catarsis sobre el hábito de culpar al prójimo de los problemas propios, mediante un relato de género de venganza y un negrísimo sentido del humor. Es lo que le sucede al soldado Markkus (Milkkelsen), incapaz de tener una relación normal con su esposa e hija adolescente. Un accidente ferroviario mata a su mujer y un grupo de hackers que se dedican al análisis de estadísticas, le aseguran que se trató de un atentado terrorista. Sin poder procesar el dolor ni establecer un vínculo con su hija (Andrea Heick Gadeberg), ahora a su cargo, el tipo desata una feroz cacería contra una célula árabe que opera en su país. Por supuesto el acto traerá sus consecuencias. Este divertido film, que empieza como un drama para luego transformarse en una película de acción, siempre con un retorcido sentido del humor, pone en jaque las causas de la violencia social con su relato. El mal hábito de culpar al extranjero de los problemas propios es la premisa de este film que no evita tirar algún que otro drado al poder absoluto entregado a las estadísticas, temas vehiculizados mediante una ácida parábola social. Los laureles se los llevan Mads Mikkelsen (Otra ronda), otra vez con una enorme actuación, y su improbable equipo de hackers que confirma su inutilidad para cualquier otra área de la vida cotidiana. Este grupo interpretado por Nikolaj Lie Kaas, Gustav Lindh, Nicolas Bro y Lars Brygmann, aporta las oportunas dosis de humor al film. Sobre el final algunas ideas se presentan contradictorias, ideológicamente hablando, como la justicia por mano propia, pero es la noción de fábula con sus arquetipos sociales la que le da el tono justo a esta película, e invita a disfrutarla.
Sobre el régimen de probabilidades A diferencia del mainstream anglosajón contemporáneo, ese que quiere caerle simpático todo el tiempo al espectador banal en general y ya prácticamente ni siquiera recuerda cómo era eso del film noir o por lo menos de las comedias negras eficaces de otros tiempos, el cine escandinavo y especialmente el danés continúa dándonos satisfacciones esporádicas mediante propuestas de género que se meten en temas pesaditos ya sea dentro del formato del drama, el thriller, el terror o ese humor sardónico bastante bien administrado al que nos referíamos con anterioridad. Como la otra única cinematografía nacional de hoy en día que sigue regalándonos opus interesantes aunque en menor medida desde la última década, la surcoreana, los daneses tienden a recuperar elementos del lenguaje narrativo paradigmático hollywoodense pero sin renunciar en el camino a la propia idiosincrasia y prefiriendo una adaptación vernácula con su bella entonación particular, algo que no hace el grueso de las grandes producciones del globo y prueba de ello es el catálogo de los principales servicios de streaming disponibles, donde es posible apreciar la uniformidad de una propuesta paupérrima sustentada en las otrora películas y/ o series y hoy apenas “contenido” sin que en verdad importe la procedencia de cada una de ellas porque los criterios de producción son exactamente los mismos, síntoma a su vez del declive en la exigencia del espectador promedio de variedad real y no de su homóloga maquillada vía cáscaras turísticas que esconden un interior fofo, repetitivo y carente de ideas a más no poder como en el caso de los tanques de las productoras gigantescas y los estudios norteamericanos de la actualidad, esos que siempre adoran vampirizar a nivel cultural a aquellas naciones con características específicas de antaño para construir una imagen de falsa heterogeneidad símil marketing. Dentro de Dinamarca sobresale uno de los profesionales del séptimo arte más prolíficos desde mediados de la década del 90 hasta el presente, Anders Thomas Jensen, un señor que así como empezó en el terreno de los cortometrajes para después pasar a los largos, del mismo modo saltó desde la escritura de guiones a la dirección, ámbito en el que supo brillar con una retahíla de comedias muy negras y muy imaginativas protagonizadas por el genial Mads Mikkelsen, sin duda alguna su actor fetiche, hablamos de las sorprendentes Luces Parpadeantes (Blinkende Lygter, 2000), Los Carniceros Verdes (De Grønne Slagtere, 2003), Las Manzanas de Adam (Adams Æbler, 2005) y Hombres & Gallinas (Mænd & Høns, 2015). Luego de trabajar con todos los cineastas de peso de su país y más allá, como por ejemplo Thomas Vinterberg, Lasse Spang Olsen, Saul Dibb, Martin Zandvliet, Niels Arden Oplev, Susanne Bier, Tomas Villum Jensen, el tremendo Lars von Trier, Kristian Levring, Kenneth Kainz y Nikolaj Arcel, Jensen continúa abriéndose paso como uno de los directores más interesantes de los países nórdicos y Europa en general con su más reciente película, Jinetes de la Justicia (Retfærdighedens Ryttere, 2020), una nueva joya en la que, partiendo de una idea original suya junto a Arcel, retoma en parte el contexto de policial negro de Luces Parpadeantes para volcarlo a ramas en apariencia antagónicas pero que se llevan de maravilla, léase el drama familiar, el thriller de venganza, las meditaciones acerca del destino y la causalidad y por supuesto esa infaltable comedia asesina que no perdona a nadie y extrae sonrisas de situaciones espantosas porque lo importante es el desarrollo de personajes y esquivar la dramatización berreta modelo estadounidense, sin jamás faltarle el respeto a los protagonistas, su ideario, anhelos porfiados y esas conductas a veces bizarras. La película comienza cuando una adolescente (Marta Riisalu) le pide a su tío, un sacerdote ortodoxo (Raivo Trass), una bicicleta azul para navidad y así provoca una serie particular de eventos: el bicicletero (Kaspar Velberg) ordena a sus secuaces que roben un modelo azul de una estación de tren que resulta ser de Mathilde (Andrea Heick Gadeberg), muchacha que no puede ir al colegio al día siguiente y es por ello que su madre, Emma (Anne Birgitte Lind), pretende llevarla en su automóvil, el cual a su vez no funciona y las obliga a tomar un metro en el que se topan con Otto (Nikolaj Lie Kaas), un programador informático que acaba de ser despedido y que le cede su asiento a Emma sin saber que esa será su condena de muerte porque momentos después la formación choca con un tren de carga estacionado en un carril paralelo, despedazando en el acto a los pasajeros del lado derecho. Mientras que Mathilde pretende lidiar con la pérdida con terapia psicológica y su padre, Markus (el amigo Mikkelsen), un soldado experimentado, se niega rotundamente, Otto sospecha que el episodio no fue un accidente sino el asesinato de un testigo que iba a brindar testimonio condenatorio en el juicio que se le sigue al líder de una peligrosa pandilla de criminales motociclistas, Jinetes de la Justicia, Kurt Olesen (Roland Møller), y junto a sus dos amigos hackers, Lennart (Lars Brygmann) y Emmenthaler (Nicolas Bro), convencen al gélido Markus de iniciar una cruzada de revancha contra la banda que arranca con el homicidio del hermano de Kurt, Palle (Omar Shargawi), un cruel ingeniero eléctrico especializado en componentes de tren que Otto cree reconocer del día del trágico suceso, sujeto a quien el militar le rompe el cuello cuando saca un arma frente al colectivo vengador, y en apariencia adepto a sodomizar a un joven esclavo ucraniano, Bodashka Lytvynenko (Gustav Lindh). Como siempre en las realizaciones de Jensen, los ingredientes dramáticos y los cómicos se complementan y en muchas ocasiones conviven en la misma escena con el objetivo de construir personajes tan entrañables y amenos como ciclotímicos, impetuosos y algo mucho demenciales, desde un Otto con su brazo derecho lisiado por haber chocado alcoholizado contra un árbol en 2002, accidente que le costó la vida a su hija, y un Lennart obsesionado con el granero de Markus, todo porque fue abusado sexualmente en uno igual por su padre y sus tíos, hasta un Emmenthaler fetichista de sus monitores y sus equipos, muy bueno disparando y armando las armas pero sin el valor necesario para matar, y un Bodashka que fue vendido a Palle por la misma madre del joven, el cual de inmediato se convierte en algo así como una empleada doméstica en el hogar del soldado, donde todos se ven obligados a convivir -incluso el noviecito de Mathilde, Sirius (Albert Rudbeck Lindhardt), un tarado de la psicología new age que sigue la tradición inocua de su madre- cuando la guerra contra la pandilla de los Olesen llega a un punto de no retorno y la violencia escala en intensidad de la mano de arremetidas cruzadas fulminantes. Más allá de la temática del duelo y esta idea del querido cine contracultural de la solidaridad entre marginados sociales que logran sobrevivir a través del apoyo mutuo aunque con unas cuantas e hilarantes peleas internas de por medio, el opus del danés enfatiza una y otra vez mediante los diálogos la incapacidad total del ser humano para comprender todo este laberinto de hechos cotidianos encadenados que en ocasiones interpreta como coincidencias y en otras oportunidades como tragedias con responsables concretos, subrayando en simultáneo que pretender seguir los eslabones sería absurdo ya que nunca llegaríamos al verdadero inicio porque cada acontecimiento en singular responde a una conjunción de múltiples factores con su propia lógica causal. En este sentido el título del convite, ese que se mofa de la iconografía prototípica del western y parece hacer referencia en primera instancia al grupo de delincuentes para después saltar al accionar vengativo de esta amalgama de vigilantes improvisados de Copenhague, es muy irónico ya que en esencia la trama se reduce a una cruenta confusión de identidad ya que Palle jamás estuvo en el metro aquel día del fallecimiento de Emma y el que sí estuvo fue un ciudadano egipcio que nada tiene que ver con un hipotético atentado en la formación ferroviaria, planteo retórico que eventualmente transforma en ridícula -como es ridícula y sin sentido último gran parte de nuestra vida- toda la faena en pantalla. Esta odisea ultra oscura sobre el régimen de probabilidades y la sombra burlona del azar freak, desde el robo de la bicicleta del principio hasta el desenlace en Navidad con Emmenthaler tocando Little Drummer Boy en un corno francés, ejemplifica a la perfección cómo debería escribirse una comedia negra que balancee la causticidad humanista y las catástrofes apesadumbradas en secuencia que propone la historia, cuya virulencia discursiva se ubica muy por encima del sustrato sentimentaloide, hueco y caricaturesco de las obras hollywoodenses y aledañas…
Existe la comedia en los países nórdicos. Aunque resulte difícil de imaginar, la ingeniería burlesca suele ir encabalgada sobre temas espinosos, nunca perdiendo la oportunidad de remitir a universalísimos temas escatológicos. Los créditos de apertura nos anticipan, gracias a la música, que no veremos solamente una película de acción (aunque su tráiler y poster así lo anticipan), en Justicieros se desarrollan parábolas con gran contenido humanístico. Una bicicleta azul, como objeto de deseo, resulta ser el desencadenante y conector de múltiples personajes. Sin lugar a duda, siendo hasta ahora su papel más rudo, Mads Mikkelsen desarrolla con acostumbrada soltura a Markus, un curtido soldado en Afganistán. Lejos de la acostumbrada elegancia y villanía que este actor suele interpretar, el personaje de Markus se debate entre la piel del soldado y la del padre ausente. Un llamado inesperado convierte el territorio de su hogar en un nuevo campo de batalla. La trama avanza enroscando actos terroristas y PSYOP (Operaciones Militares Psicológicas) para ir incorporando una batería de personajes de lo más variopintos. Markus no estará solo en su nueva misión, el líder avanza a puño cerrado avasallando (por no decir masacrando) cuanto enemigo se cruce en su carrera en busca de venganza. El pelotón se consolida como grupo de amigos, estos soldados o vigilantes nocturnos son plenamente urbanos, excepto Markus, el resto de los personajes despliega habilidades tan sofisticadas como hilarantes. El toque de comedia, continuo y efectivo se lo da esta especie de acción coral, que permite el desarrollo de escenas y líneas memorables. Sin dejar atrás el drama presente en la propuesta, Justicieros (también conocida como Jinetes de la justicia) conforma una película que tiene de todo, mezcla de géneros, innovación en personajes, soltura en el planteamiento de nuevos y superadores temas. Un acertadísimo aire de frescura para tan vapuleados géneros. JUSTICIEROS Retfærdighedens ryttere. Dinamarca/Suecia, 2020. Dirección: Anders Thomas Jensen. Intérpretes: Mads Mikkelsen, Nikolaj Lie Kaas, Gustav Lindh, Roland Møller, Nicolas Bro, Lars Brygmann. Duración: 116 minutos.
Anders Thomas Jensen narra cómo un grupo de hombres, con ganas de tirar todo por la borda, se enfrentan a su humanidad luego de sufrir pérdidas y ausencias. Protagonizada por Mads Mikkelsen, Nikolaj Lie Kaas, Gustav Lindh y Roland Møller, entre otros, la propuesta mezcla en dosis justas, acción, drama y profundiza en las características más profundas de sus personajes.
Un hombre con gran conocimiento militar descubre que la muerte de su mujer no fue accidental, sino un crimen. Organiza a un grupo de tipos poco violentos para ir contra los asesinos. En parte parodia del thriller de venganza, en parte comentario social, en parte gran trabajo (como siempre) de Mads Mikkelsen, esta película es de un rigor formal y una comicidad incorrecta que se vuelven totalmente necesarias y saludables en estos días de represión mental.
En 2020 «Another Round» dirigida por Thomas Vinterberg fue la gran revelación de la pandemia presentando una película interesante con un tema bastante polémico pero abordado con una madurez inusitada y demostrando que el cine danés tiene mucho para decir. Este año, proveniente también de Dinamarca y protagonizada por el mismísimo Mads Mikkelsen, que también formó parte de la ganadora del Oscar a Mejor Película Extranjera del año pasado, llega a nuestro país «Justicieros», un thriller policial con ligeros toques de comedia negra que vuelve a poner al cine nórdico en el mapa. Anders Thomas Jensen («Las Manzanas de Adán»), vuelve a recurrir a uno de sus actores fetiche para ponerse al frente de este relato más que interesante e igual de provocador que el opus de Vinterberg que, a través de su mixtura de géneros y sus personajes de dudosa moralidad buscan llevar al espectador a un lugar de incomodidad y sorpresa constante. El largometraje sigue a Markus (Mikkelsen), un militar que se encuentra en una misión lejos de su casa, y tras incumplir una promesa a su hija Mathilde, sumado a una serie de cuestiones del destino, tanto ella como su esposa se toman el subte donde ocurre un trágico accidente. Al enterarse del fallecimiento de su pareja y que su hija salió ilesa del incidente, Markus vuelve a su casa para intentar recomponer la delicada relación con ella. No obstante, si bien todo parece ser una suma de extrañas y fatídicas coincidencias, Otto (Nikolaj Lie Kaas), un experto en matemáticas y pasajero del tren destruido aparece en la casa del militar junto con sus excéntricos colegas, Lennart (Lars Brygmann) y Emmenthaler (Nicolas Bro), convencido que no se trató de un accidente sino de un posible atentado. Es así, que Markus en pleno duelo y fuera de sus cabales comienza una investigación con estos extraños colaboradores para ver qué fue lo que realmente ocurrió. De esta forma comienza un revenge thriller, desenfrenado, políticamente incorrecto y lleno de humor que busca no solo deleitar al público mediante sus entretenidas, crudas y bien delineadas escenas de acción sino que además, intenta reflexionar sobre el duelo, la violencia y la intolerancia preponderante en la sociedad occidental. Por otro lado, la película expone sus atractivas ideas sobre la llamada teoría del caos y la búsqueda calculada de coherencia del ser humano en todas las cuestiones para después, en ultima instancia, revalorizar o al menos dejar abierta la posibilidad de que exista una imprevisibilidad y una serie de coincidencias que no están del todo fundamentadas por un determinismo matemático exacto. Dicho de esta forma puede sonar un poco pedante o incluso hasta aburrido, pero no hay nada que se encuentre más lejos de lo que termina manifestando el film con un trabajo de guion extremadamente cuidado haciendo que cada pieza y cada giro este cargado de sentido y una conexión tan calculada como si se tratara de un mecanismo de relojería. Algo parecido a lo que abordan los personajes de Otto, Lennart y Emmenthaler en sus conflictos personales, con la precisión matemática que siempre buscan. La trama principal está muy bien acompañada por los conflictos secundarios que no desentonan o resultan inconexos, sino que le agregan dimensión tanto a sus personajes como a ella misma. Mikkelsen demuestra otra vez su versatilidad actoral para componer a un personaje bastante alejado en su accionar a su obra precedente pero igual de controversial. Asimismo, Bro, Kaas y Brugmann generan una química envidiable en pantalla y se encuentran maravillosamente en sus roles secundarios. «Riders of Justice» es una película realmente maravillosa que no solo logra equilibrar de forma estupenda el humor, con la acción y el drama, sino que le agrega una cuota de ingenio e irreverencia bastante fresca y actual. Un film potente e incómodo que poco a poco encuentra una estructura narrativa perfecta dentro del caos y la provocación que busca imprimirle el director. Algo que emula y representa a la perfección a la temática tratada. Una propuesta cinematográfica imperdible que se asienta con el tiempo y merece ser analizada con detenimiento.
Una de las mejores películas que vi en 2020 fue danesa y tuvo a Mads Mikkelsen como protagonista. Another Round / Otra ronda, de Thomas Vinterberg, abordaba la problemática del alcoholismo desde la perspectiva de varios amigos que intentaban “convivir” con esa dependencia. Y algo similar ocurrió en 2021 con otra notable producción de ese origen encabezada por el mismo actor, Riders of Justice, que inauguró el Festival de Rotterdam y un año después se estrena en los cines de Argentina como Justicieros. Tanto Otra ronda como Justicieros son películas duras, exigentes, provocadoras, incómodas, de esas que obligan a superar malestares y hasta irritaciones iniciales. Son propuestas que salen de las normas, los cánones y las fórmulas, y nos obligan -por lo tanto- a un esfuerzo adicional para no caer en análisis cargados de prejuicios y lugares comunes. De hecho, los primeros minutos de Justicieros me hicieron presagiar lo peor. Markus (Mikkelsen) es un militar de carrera que le informa a su esposa y a su hija adolescente que deberá quedarse tres meses en el frente. En ese mismo momento, el motor del auto familiar se niega a arrancar, ellas deciden tomar un tren y, a los pocos segundos, el mismo vuela por los aires. ¿Accidente o atentado? Lo concreto es que la madre muere; y la hija, Mathilde (Andrea Heick Gadeberg), sobrevive. “Otra película sobre las atrocidades de Europa que nos llevará a un ensayo sobre la cupla”, pensé con algunos films de Susanne Bier en mente. Por suerte, esta vez no pude estar más equivocado. Tras ese impactante y desgarrador arranque, entran en escena tres personajes extraordinarios interpretados por Nikolaj Lie Kaas, Lars Brygmann y Nicolas Bro, unos auténticos y queribles freaks, expertos en la tecnología (obsesionados con los algoritmos y las probabilidades) y en el arte del hackeo. Por cuestiones que son bastante largas de explicar (¡pasa de todo en las casi dos horas de Justicieros!) estos tres excéntricos antihéroes terminarán sumándose a Markus en un film sobre la venganza, una conflictiva relación padre-hija, el accionar de los grupos de ultraderecha y las profundas diferencias generacionales. Y lo hace yendo de la comedia negra bien deforme hasta el cine de acción con escenas hiperviolentas que incluyen elementos propios de los duelos del western clásico. Drama, humor, confesiones íntimas y una mirada muy desencantada y cuestionadora hacia la figura del hombre duro, distante, rígido e implacable. Los tres nerds / geeks y un joven inmigrante que sobrevive como taxi boy surgen como la antítesis del militar: son torpes, inseguros, contradictorios y sensibles. Como en Otra ronda, el director de Las manzanas de Adam reivindica en su quinto largometraje como director (es ante todo un prolífico guionista) la nueva masculinidad: una que no nos obligue a ser máquinas perfectas y proveedoras sino seres abiertos al error, la experimentación, la comprensión, la debilidad y la emocionalidad. Una de esas películas que crecen a medida que las dejamos sedimentar y las analizamos con mayor profundidad.
Una bicicleta es robada. Un automóvil no arranca. Un soldado llama a su esposa desde Afganistán. Un supremacista blanco viaja en tren. Un matemático cede su asiento a una mujer. Se produce un desastre ferroviario. Esta acumulación aleatoria de acontecimientos, que recuerda una de las heteróclitas enumeraciones borgeanas, puede también ser una cadena causal que lleva a un asesinato. Al menos esa es la conclusión que saca Otto (Nikolaj Lie Kaas), el matemático que cedió su asiento a la mujer, una de las víctimas de la masacre ferroviaria. Junto a sus estrafalarios asociados, el nervioso hacker Lennart (Lars Brygmann) y el muy irritable técnico informático Emmenthaler (Nicolas Bro) Otto concluye, tras un sesudo análisis estadístico, que la tragedia en realidad fue un atentado planeado para terminar con la vida del supremacista blanco, quien estaba por declarar en un juicio contra su banda. La muerte de la mujer fue un daño colateral. El trío de nerds intenta llevar su teoría apoyada en complicadas fórmulas probabilísticas a las autoridades pero, previsiblemente, resulta ignorado. Acto seguido, deciden contactar al viudo de la mujer, Markus (Mads Mikkelsen), el soldado que regresó de Afganistán, para que al menos conozca las verdaderas razones del deceso de su esposa. Markus, un hombre de acción que no sabe cómo vincularse con su hija en sus nuevas circunstancias, resulta mucho más receptivo que la policía y se convence de las explicaciones de sus singulares visitantes y también, inesperadamente para ellos, de hacer algo al respecto. Lo que sigue es una venganza digna del Antiguo Testamento, más o menos como las de los recientes thrillers de Liam Neeson (si los thrillers de Neeson fueran también comedias negras y reflexiones filosóficas sobre el sinsentido de la existencia). Tras la masacre del ferrocarril, los personajes centrales empiezan a buscar un propósito en la tragedia. Mathilde (Andrea Gadeberg), la hija de Markus, escribe en la pared de su habitación todos los acontecimientos que llevaron a la muerte de su madre. Sus anotaciones, al principio, tienen la forma de una cruz pero pronto se vuelven un laberinto indescifrable. A diferencia de sus modelos cinematográficos norteamericanos, donde vengadores profesionales tienen total certeza de las razones de los sucesos que los golpean, así como de la equidad de su brutal respuesta, aquí los personajes persiguen esa misma certeza, pero la película se las niega, sugiriendo que el azar es lo único que comanda la realidad. El título (el original es “Jinetes de la justicia”) es enteramente irónico: si bien los personajes terminan ejerciendo una cierta forma de justicia por mano propia, en modo alguno es la que planeaban. Además de éste, Justicieros toca temas como la discapacidad física, la muerte de un hijo, la esclavitud sexual, el abuso y el trauma psicológico severo pero se las arregla para hacerlo con humor y a la vez con una gran compasión por sus personajes. Es un ejemplo mayúsculo de cómo tomar los tropos del cine de género que nos resultan tan gratificantes y cargarlos de un sentido nuevo que nos lleva, también, a reflexionar sobre nuestra respuesta mecánica a ellos.
Sí, ya sé que no es fácil convencer a muchos de que una película danesa como Justicieros, con Mads Mikkelsen, puede ser una divertida comedia de enredos, un filme de acción entretenido y que, además, tiene unas actuaciones para sacarse el sombrero. Porque no comienza precisamente con el humor negro, ni la acidez ni la rapidez de sus ingeniosos diálogos, sino con algo que luego irá entendiéndose como la teoría del caos. Arranca con el deseo de una niña por tener una bicicleta azul para Navidad. Como el dueño del local no la tiene, manda a robar una, por lo que la chica de esa bicicleta robada debe ir al colegio con su madre en auto, pero deciden tomarse el día libre y viajar en subte. Otto le cede el asiento a la madre cuando se produce una explosión, que sería un atentado, y la madre fallece. Otto (Nikolaj Lie Kaas) es un matemático recién despedido que crea algoritmos que predicen comportamientos sociales, y con la ayuda de otros dos nerds, descubre que en ese vagón viajaba un testigo que podía mandar a la cárcel a una banda delictiva de motoqueros. No pregunten cómo, pero llegarán hasta la casa del marido de la mujer muerta (Mads Mikkelsen), un militar que vuelve del frente para quedarse con su hija en ese difícil momento. Sí, nada parece muy cómico, pero a partir de ese encuentro, los tres amigos y el militar planearán la venganza, haciéndole creer a la hija adolescente de Markus que los recién llegados a la granja donde viven son terapeutas (ella quiere que su padre tenga ayuda psicológica). Dijimos que era una comedia de enredos, por lo que cada paso que el cuarteto haga -se sumarán un par de personajes más- derivará en un embrollo mayor. Lo que no dijimos es que Markus es un tipo tan hosco como eficiente a la hora del combate, cuerpo a cuerpo, o con o sin armas. Justicieros tiene todo, absolutamente todo para ser una película de Hollywood, y no sería difícil que termine siendo una remake. Si Otra ronda, la danesa ganadora del Oscar al mejor filme internacional el año pasado, también con Mikkelsen, el actor que fue Lecter en la serie Hannibal y el malvado de Casino Royale, lo será, ¿por qué no lo convencen a él para protagonizarla? Entretenimiento puro Son casi dos horas de entretenimiento puro, de sorpresas, vueltas de tuerca, con un guion que ofrece un timing perfecto. Todo el elenco, no solo Mikkelsen, está genial, pero vale la pena detenerse en Nikolaj Lie Kaas. El actor de varios filmes de Susanne Bier -como también Mikkelsen; el director Anders Thomas Jensen ha escrito varios guiones para la realizadora de Corazones abiertos- logra el balance perfecto entre ser un nerd y un ser tan sensible como lógico y solidario. Gran película, con un final que también cierra intachablemente.
Una comedia negra, incómoda y trasgresora que se mete en temas muy serios, que tiene muchas armas y cadáveres, pero también una gran inteligencia y un corazón emotivo inusual. El director y guionista Anders Thomas Jensen imagina una historia que le permite hablar de hombres violentos, de justicia por mano propia, del entrenamiento de soldados y su estrés al volver a la rutina civil, de la vida vista como un campo de conspiraciones constantes, del destino trágico de los inmigrantes. Y lo hace con un humor negro y una provocación infrecuente y efectiva. Desarrolla una acción que comienza con el robo de una bicicleta y termina con un tendal de “culpables”. La muerte de una mujer en la explosión de un tren, es visto por un hombre obsesivo que se salva por casualidad, como un verdadero atentado. Es alguien que cree fervientemente en que lo probable es previsible y se puede calcular. El sus amigos, con tocs parecidos, se acercan al viudo de la mujer muerta en el tren para comunicarle sus sospechas. Ahí se termina de redondear un grupo singular con ese soldado acostumbrado a la acción, encerrado en su dolor. Entre ellos inician una investigación y una venganza. Pero una revelación cambiará las cosas pero no la ternura de ese rejunte de almas atormentadas que experimentan una contención inédita. Muy bien Madds Millelsen y gran elenco.
El humor no tiene límites y no hay tema ni situación que no pueda abordarse con él o desde ahí. ¿Seguro? Bueno, Justicieros, quinta película del guionista y cineasta danés Anders Thomas Jensen, parece ser una indagación acerca de aquellos límites que no duda en poner en pantalla algunos momentos realmente incómodos y que de humor, a priori, no tienen nada, pero sin que la película pierda su carácter de comedia. Para hacerlo, el punto de partida son las películas de venganza y justicia por mano propia, uno de los subgéneros del cine de acción más cuestionados, justamente por avanzar sobre el terreno de lo políticamente incorrecto. Es cierto que desde películas seminales como El vengador anónimo (Death Wish, Michael Winner, 1974), que fueron tachadas de fascistas desde el momento en que se estrenaron, hasta, por ejemplo, la saga Búsqueda implacable, protagonizada por Liam Neeson, este tipo de películas han recorrido el largo camino de la autoconciencia. Al mismo tiempo, también el público ha modificado su forma de percibir y pararse ante este tipo de obras, aceptando que no siempre existe una relación políticamente directa entre la realidad y la forma en que esta es reinterpretada por la ficción. El comienzo de Justicieros corre por los mismos carriles de otras películas de su tipo. Un soldado destinado en Medio Oriente le avisa a su esposa que no volverá a casa y que seguirá unos meses más en el frente. Decepcionada y aprovechando que el auto se descompuso, ella le propone a su hija adolescente tomarse el día. En el tren se cruzan con un experto en análisis de datos, que acaba de perder su trabajo, quien le cede el asiento a la mujer. Enseguida tiene lugar una explosión dentro de la formación, matando a 11 personas, entre ellas la mujer y el líder de una pandilla que días más tarde debía declarar en un juicio contra sus excompañeros. Aquí se pone en acción un mecanismo que será el que justifique todo (lo bueno y lo malo) que ocurrirá a partir de ahí: el de la cadena de acontecimientos. Dicho razonamiento sostiene que la casualidad no existe, sino que lo que falta es el conocimiento de los datos previos que permitirían brindar una explicación para aquello que parece no tenerla. A partir de ahí el soldado regresa para estar con su hija y el científico que se salvó comienza, tal vez por deformación profesional, a encontrar indicios que sugieren en realidad se trató de un atentado para matar al testigo incómodo. Como la policía desestima su hipótesis, el tipo recurre a un par de colegas brillantes, uno más aparato que el otro, para hackear distintos sistemas y obtener la información que confirma su teoría. Y con todo eso van a pedirle al soldado que los ayude a investigar las pistas. Pero, siguiendo el razonamiento anterior, cada personaje actuará en línea con la formación que ha recibido (la experiencia previa que los condiciona). Eso acabará produciendo un punto de quiebre en la lógica de los hechos, provocando que estos se disparen hacia una dirección inesperada. En otras palabras: es cierto que los acontecimientos previos permiten trazar hipótesis de continuidad, pero después está el caos. El guión de Jensen articula con gracia el choque lógico que ocurre entre el modelo racional del científico y el impulso de acción que gobierna al soldado. En el juego de opuestos, recurso clásico de las llamadas buddy movies, se apoyarán los rasgos emotivos que permitirán la aparición de una relación que parecía imposible, en la que cada uno irá encontrando un sostén para sobrellevar sus propias angustias. Este es el elemento distintivo de Justicieros, una película de acción protagonizada por un grupo de personajes frágiles, pero que es en realidad una historia sobre la sanación personal y la reconstrucción de los vínculos rotos. Que para lograrlo Jansen no dude ni un minuto en irse al carajo habla bien de él como guionista y director. Y además está Mads Mikkelsen. ¿Qué más quieren?
Con guion y dirección del danés Anders Thomas Jensen, "Justicieros" se desarrolla en Estonia y comienza de manera trágica cuando Emma (Anne Birgitte Lind)- la esposa de Markkus (Mads Mikkelsen, militar en servicio en el extranjero), -muere en un accidente ferroviario cuando volvía a casa con su hija Mathilde (Andrea Heick Gadeberg). Esta última se salva de milagro, y también lo hace Otto (Nikolaj Lie Kaas) un experto en algoritmos que, gentilmente, le había cedido el asiento 30 segundos antes. Al analizar causas, Otto siente que la versión de “accidente” no encaja y comienza a investigar qué sucedió en realidad. Comprueba junto a su amigo Lennart (Lars Brygmann), experto hacker, que pudo haber sido intencional. Otto convence a Markkus de ir en busca de un grupo de árabes, a los que se presupone culpables. Lo que sigue es un film con mucha violencia y una veta cómica que pretende ser humor negro pero no encaja en el drama. Al dúo mencionado se suman Lennart y Emmenthaler (Nicolas Bro), otro hacker con una alta dosis de rencor por el bullying sufrido a causa de su obesidad. Un grupo desparejo, liderado por Markkus, con evidentes problemas de ira, cuenta con la locura suficiente como para desbaratar una banda peligrosa. En el plan caen casualmente, Sirius (Albert Rudbeck Lindhardt), el novio de Mathilde y el esclavo sexual ucraniano Bodashka (Gustav Lindh). Cada uno de los integrantes de este equipo vengador tiene una historia densa, pero no todas encuentran su desarrollo . "Justicieros" tiene acción y un buen elenco, pero también fallas en el guion, cuando en una gran cantidad de escenas con armas de fuego y muertes jamás aparece ni un testigo ni la policía. Entretiene.
Anders Thomas Jensen logra algo que es bastante difícil de conseguir: que todos se sientan reales; que la química grupal y las relaciones que se van desarrollando entre ellos a través del relato se perciban auténticas, con sus diferencias y sus miserias, sobre todo para lidiar con el dolor que provocan las ausencias.
“Justicieros”. Crítica Anders Thomas Jensen logra crear un film con humor negro, acción y reflexión. Es probable que sea la primera vez que escuchen hablar de este director danés -por cierto ganó un Oscar en 1997 al “Mejor cortometraje”- pero su film hará que estés atrapado y entretenido en esta aventura por casi dos horas. En esta historia conocemos a Markus, un militar que debe regresar a su casa para hacerse cargo de su hija, Mathilde, tras la muerte de su esposa en un accidente de tren. Nuestro protagonista conoce a Otto, un pasajero que sobrevivió al accidente y que asegura que ese accidente fue un atentado encabezado por una mafia local. “Riders of justice” es el balance perfecto entre acción y drama, descomprimiendo cuando es necesario con cierta cuota de humor negro que no desentona con la trama del largometraje. Sumado a su oscura fotografía y el complemento que brinda la música, la narración de esta película se vuelve atrapante y amena. A lo largo del film podemos apreciar la evolución de los personajes y cómo cada uno de ellos, de una manera muy particular, buscan enmendar errores del pasado. De esta manera, intentan conseguir una suerte de redención con aquellas personas a las cuales les fallaron pero, principalmente, también con ellos mismos. Esta película propone una forma novedosa para cuestionar a la justicia por mano propia. Plantea que no es la respuesta, mucho menos cuando se encuentra enceguecida por emociones que no podemos procesar y cuando la sed de venganza se ve estimulada por una serie de eventos que aparentan tener sentido. Pero el sentido que nos da es el que necesitamos para justificar nuestras acciones. Calificacón Actuación Arte
UN CONTRAPUNTO EXITOSO Mads Mikkelsen hace de Markus, un militar hosco, distante y violento que debe regresar a su casa para hacerse cargo de su hija luego de que su esposa falleciera en un accidente de tren. Al mismo tiempo, Otto, un científico analista de datos que estaba en el mismo vagón en el momento del choque, llega a la conclusión de que no fue un accidente sino un atentado de una banda mafiosa. Otto recluta a su grupo de amigos neuróticos y solitarios y convence a Markus de que es necesario vengarse de los perpetradores. De esta forma, al mismo tiempo que planean una serie de asesinatos, estos individuos particulares penetran en la casa de Markus y comienzan a sanar la situación emocional del padre y de la hija y a mejorar la relación entre los dos. Vale la pena describir en detalle la trama de Justicieros porque es en esta donde la película encuentra su mayor virtud. El guion enlaza elementos de comedia, escenas de acción y momentos dramáticos apoyándose en un buen desarrollo de sus personajes, a partir de un mecanismo de contrapunto que, si bien es habitual no solo en este tipo de producciones sino en el cine en general, está ejecutado de forma exitosa. En este caso, el contraste se da entre la fría y dura forma de ser de Markus y la naturaleza algo extraña pero cálida del grupo formado por Otto y sus amigos. El encuentro entre estas personalidades dispares da lugar a escenas de humor absurdo, pero siempre trabajado con sutileza, y contenido, de modo que, si bien se aproxima varias veces al ridículo, no llega a los extremos de una obra paradigmática en este estilo como es Fargo. Temáticamente, lo que se pone en cuestión en el devenir de la película es la necesidad de buscar una explicación causal de los acontecimientos que llevan a la tragedia como un mecanismo para lidiar con el duelo y el sentimiento de sinsentido que viene con este. Justicieros es un largometraje más medido, que echa mano de algunas herramientas del absurdo pero sin perder nunca de vista a sus personajes. De hecho, el drama interno de Markus y compañía se vincula con el elemento temático mencionado anteriormente, de modo que, aunque por momentos la película pueda aproximarse al melodrama en un sentido negativo, este abordaje consciente, en el guion, de la cuestión del trauma y la inestabilidad emocional, hace que esas escenas sean enmarcadas y orientadas por el devenir de la trama, y no resulten gratuitas: la superación, por parte de Markus, de su incapacidad de expresar lo que siente o hacerse cargo de lo que les pasa a los demás es el arco central de la película. La obra de Anders Thomas Jensen funciona porque sabe equilibrar elementos de distintos géneros y desarrollar un tono mesurado pero atrapante, que no pierde la atención del espectador a lo largo de sus 116 minutos.
Al ver el póster de la nueva película del director Anders Thomas Jensen uno podría imaginar que nos encontraríamos con una de acción de esas que en Hollywood serían protagonizadas probablemente por Liam Neeson. Sin embargo, Justicieros es mucho más que eso: es una licuadora de géneros que se entrelazan muy bien para así contar una historia simple de la manera más sorprendente, divertida, incómoda y tierna al mismo tiempo. La premisa detrás de esta película es simple: la vida está formada de hechos que a veces están encadenados entre sí. Todo lo que sucede, sucede porque antes sucedió otra cosa y así, como una mamushka. Al menos eso creen un grupo de marginados fanáticos de las estadísticas. El robo de una bicicleta hace que madre e hija terminen optando por el auto que, después de recibir la noticia de que su marido soldado no volverá a casa por unos meses más, al no arrancar las lleva a tomarse un tren. Otra formación choca contra aquella, después de que uno de los del grupo mencionado en el párrafo anterior le cediera amablemente el asiento a la mujer que pierde la vida en ese ¿accidente? La trama comienza a abrirse como un abanico: por un lado tenemos a la hija que se queda sin madre, una adolescente que necesita algo más que la presencia de su padre, un hombre parco y temperamental con el que no se entiende, para superar el difícil momento; por el otro, un sobreviviente del choque que siente que hubo algo raro, quizás premeditado, y decide unirse junto a un par de amigos al viudo convenciéndolo de que detrás de ese hecho fortuito hay una organización culpable. A partir de allí es que el director y guionista (tras una idea de Nikolaj Arcel) va desarrollando a sus personajes, un grupo de personas rotas que se unen por eso que tienen en común, a través de situaciones que van desde la más extraña cotidianeidad hasta la espectacular violencia. Justicieros tiene algo de acción, algo de thriller, algo de drama, algo de comedia familiar, algo de enredos, y todo con un tono de incorrección política que a veces genera momentos tan divertidos y tiernos como incómodos y sorpresivos. Un combo explosivo que funciona como un reloj. Si bien el rostro principal es el del ya reconocidísimo Mads Mikkelsen (actor de una versatilidad y crecimiento imparables y frecuente colaborador del realizador), lo acompañan todo un grupo de intérpretes mayormente masculinos a los que cada uno entabla con mucha sensibilidad y naturalidad y generando entre ellos una innegable química. Un grupo de personajes que sí, están rotos, pero también aprendieron a vivir y sobrevivir con esa rotura. A encontrar un poco de calidez hogareña en medio de un escenario tan frío. Estamos ante una película muy prolija desde lo técnico y muy interesante desde lo narrativo. De esas experiencias que el cine ofrece quizás con menos frecuencia en estos tiempos, viscerales y extrañas y al mismo tiempo tan fácil de conectar con ella desde lo emocional. No hay miedo ni un lugar seguro para tratar temas complejos como lo son el abuso, los traumas, las discapacidades; hay un uso brillante del humor negro. Sin dudas es la primera gran sorpresa del año. Una película que nunca decae y en la que suceden un montón de cosas con el fin de que nos preguntemos: ¿Existen las casualidades o es posible que todo tenga que ver con todo siempre? ¿No será que acaso todo lo que nos rodea es simple caos?
Enmarca “Los Justicieros” una metáfora sobre los azares del destino y las relaciones de causa y efecto. Un atentado cobra la vida de la compañera sentimental del protagonista de este film. Los eventos no son fruto de la premeditación, sino de la suerte. Estar en el lugar equivocado, en el momento justo. Un plan de venganza diseñado otorga sentido a la represalia que estamos a punto de vivenciar, y es allí cuando el argumento recuerda a varios de su clase, hechos en serie de réplica por Hollywood. El director danés Anders Thomas Jensen busca el tratamiento maduro, sin caer en el vicio del arquetipo grotesco. Es conveniente aclarar, que la presente no es meramente una película de típica de un hombre de familia buscando hacer justicia por mano propia, sino que nos presenta una complejidad dramática de infrecuente hallazgo en este tipo de abordajes genéricos. Trauma, luto y deseo de justicia dibujan el ánimo y espesor psicológico de una figura trágica. Se incluyen, también, toques comedia amarga que, en su ironía, no afectan la seriedad a priori planteada. No se exime a “Los Justicieros” de ciertas concesiones superfluas, subrayando por demás las consecuencias catastróficas que tiene el evento dado, en el ámbito personal del personaje interpretado por Mads Mikkelsen. Un abanderado del cine europeo actual, que afronta el riesgo de convertirse en un impensado héroe de acción. El actor danés porta un rostro impasible con el cual empatizamos. Certeramente, en “Los Justicieros” la emoción por la búsqueda de la verdad no prescinde del factor diversión.
Dickens, pero policial y con humor negro “Justicieros” es como “Cuento de Navidad” pero en clave de cine negro, con un humor oscuro y sobre un tema muy actual. Salvando las diferencias, el Ebenezer Scrooge de Dickens es en este caso Markus, un militar eficiente y poco afectuoso interpretado por Mads Mikkelsen. El orden de su vida como personal apostado en algún país fuera de Dinamarca sufre un sismo cuando su esposa muere en un accidente ferroviario en el cual sobrevive su hija Mathilde. El siniestro es investigado y rápidamente es considerado un accidente, pero uno de los sobrevivientes y testigo casual, integrante de un trío de nerds, no coincide con la policía. Se trata de Otto, un especialista en estadísticas que debería haber muerto en lugar de la mujer a la que minutos antes le cedió su asiento en el metro. En sus dudas lo acompaña su socio Lennart, que acumula horas de terapia como si fuesen millaje en su tarjeta de crédito, y Emmenthaler, un hacker solitario y resentido. Con las mejores intenciones, Otto se acerca primero a la policía para manifestar su teoría de que podría ser un atentado y no un accidente. Cuando los oficiales descartan esa posibilidad, decide comenzar su propia investigación en la que involucra a Lennart y a Emmenthaler y se ponen en contacto con Markus. Primero reticente a creer en esas supuestas teorías de tres paranoicos, finalmente el hombre, dolido por la muerte de su esposa y conmovido por la tristeza de su hija, acepta ablandar su corazón y poner en marcha un plan para averiguar lo que, suponen, es la verdad de lo ocurrido, en un filme en el que el humor se construye en base a la incomodidad que produce reírse de lo que se considera políticamente correcto. “Justicieros” reúne lo mejor del policial nórdico que ganó impulso en los 90, primero con los libros de los suecos Henning Mankell, protagonizados por el detective Kurt Wallander que dieron origen a la serie de Netflix “El joven Wallander”, y las tres novelas de Stieg Larsson, “Los hombres que no amaban a las mujeres”, “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” y “La reina en el palacio de las corrientes de aire”, que se convertirían en cine en la exitosa saga “Millennium”, con el personaje de Lisbeth Salander al frente de los tres relatos. Con la llegada de Netflix, se hizo evidente que la industria audiovisual nórdica no solo producía excelentes policiales, sino que también podía atravesar con similar eficacia todos los géneros. Primero, por supuesto, el thriller, como las islandesas “Trapped” y “Los asesinatos del Valhalla”, pero además la ciencia ficción, como la danesa “The Rain” o la acción, como “Ragnarok”, basada en la mitología noruega. El desembarco de la plataforma demostró que los creadores nórdicos son, además, maestros del humor. Así lo indican las noruegas “Norsemen”, una disparatada parodia sobre los vikingos; la comedia negra “Lilyhammer”, protagonizada por Steven Van Zandt como la reencarnación del mafioso Silvio Dante que interpretó en “Los Soprano” o “Fallet”, un policial en clave de sátira. “Justicieros” es un extraordinario cruce entre toda esa riqueza narrativa y diversidad conceptual, que fusiona la oscuridad del género con un humor ácido, seco e infalible sin descuidar la idea central y más reflexiva de que toda acción tiene consecuencias. En los minutos finales se revela por qué los cuentos de Navidad no siempre pueden ser lo que parecen.
Markus (Mads Mikkelsen) debe regresar del frente de batalla para cuidar a su hija Mathilde, luego de la muerte de su esposa, en un trágico accidente de tren. Mientras trata de lidiar con las emociones del duelo y la relación con su hija adolescente, recibe la visita de un sobreviviente y dos de sus colegas quienes sostienen que el supuesto accidente puede haber sido provocado. Justicieros (Retfærdighedens Ryttere, Dinamarca, 2020) es una película dirigida por Anders Thomas Jensen que cuenta la historia de un militar, Markus (Mads Mikkelsen), que debe volver anticipadamente del frente de batalla cuando una tragedia golpea a su familia. Su mujer muere en un accidente de tren y Markus debe regresar para hacer el duelo y reconstruir la relación con su hija Mathilde (Andrea Heick Gadeberg). Pero un sobreviviente del accidente, Otto (Nikolaj Lie Kaas) llega hasta la casa de Markus para decirle que cree que no ha sido un accidente, sino un atentado. Markus, Otto, y dos amigos de este último, Lennart (Lars Brygmann) y Emmenthaler (Nicolas Bro), empiezan a trazar un plan para vengarse. Justicieros es una película de venganza, un género que le ha dado al cine innumerable cantidad de grandes títulos. Las películas de venganza tienen una estructura catártica que deja feliz al espectador. Una injusticia ocurre, algo terrible, y luego el protagonista arrasa con los responsables. Es un género que nos dice que el mundo tiene oscuridad, pero al final posee un orden y un sentido. El que las hace, las paga, y lo hace de forma espectacular. Con esa base en mente, Justicieros ensaya una vuelta de tuerca que la hace interesante, sin dejar nunca de ser entretenida. Justicieros es una película acerca del azar. El mundo es un lugar caótico y si existe algún sentido para las cosas, este no es comprensible por el ser humano. La obsesión de Mathilde por analizar los hechos que llevaron a la muerte de su madre o el deseo de sangre de Markus que solo desea matar a los culpables de lo ocurrido, son dos caras de la misma moneda. Ambos quieren que las cosas tengan un sentido, una explicación, un motivo. La película a lo largo de sus dos horas analiza y teoriza sobre este tema, no de forma solemne, pero sí de forma seria. Lo que no le impide a la película ser una comedia, una gran comedia y un gran drama de acción, una rarísima combinación que sale perfecta. Se le perdonará algunas licencias poéticas, menores a las que habitualmente posee el género, pero es tan contundente en su narración que no hay mayores objeciones. El azar no es solo algo negativo y monstruoso, también abre la puerta para salvar vidas, generar vínculos y formar nuevas familias. No es ni bueno ni malo, simplemente es parte de la existencia. Justicieros es, en definitiva, una película navideña, con todo lo que esto conlleva. Una de las mejores actuaciones de Mad Mikkelsen y un elenco muy sólido, son otros motivos para disfrutar de este entretenimiento lleno de ideas y humanidad.
Drama emotivo y con algo de humor negro. Mads Mikkelsen es un viudo amargado que mientras supera la muerte de su esposa decide buscar venganza junto a un grupo de secundarios delirantes. Pasa por varios estados y cumple.