Demasiada agua La información de prensa de La Campana promete una historia que aborda la mitología del hombre de mar y la figura del “desaparecido”, el que no regresa. Esta última ausencia está directamente vinculada a la existencia de un espacio mítico, mar adentro, en la que el navegante se enfrenta a un destino inexorable, colocándolo así en el lugar del héroe trágico...
Metafórica y atrayente, La campana es una interesante ópera prima nacional del director y guionista Fredy Torres, autor de un memorable cortometraje de los años 90, Líneas de Teléfonos, que ofreció un sugerente y fantástico acercamiento al tema de los desaparecidos. Basándose en una presunta leyenda de pescadores, el realizador propone ahora en La Campana una historia en el que las ironías temporales y los desaparecidos vuelven a formar parte de la trama, en esta ocasión con el agregado de la Guerra en el Atlántico Sur. Incluyendo una historia de amor desencontrado, fuera de –precisamente- tiempo, y con la ambientación del inconfundible puerto de la ciudad de Mar del Plata, la mitología de los hombres de mar que nunca regresan de su travesía se engloba en la parábola de “La campana”, un misterioso espacio mar adentro. La ambiciosa multiplicidad de líneas narrativas y alegóricas no terminan de fraguar del todo bien, que hubieran precisado una duración mayor para desarrollarse, pero de todos modos el nudo argumental logra un desenlace singular. Muy bien filmada, presenta personajes convincentes como el veterano y sentencioso pescador de Lito Cruz, el gringo dueño del bar, Julian Howard y la prostituta de María Fernanda Callejón, entre otros. Jorge Nolasco como el atribulado protagonista, también hace un gran aporte.
El incierto fenómeno al que los pescadores llaman la campana está mar adentro; es un lugar mítico donde quedan atrapados los navegantes inexpertos, los que han perdido el rumbo, quizá también los que huyen de la realidad; un lugar donde, sin que ellos lo adviertan, el tiempo deja de existir y del que raramente se vuelve. Un lugar donde los hombres desaparecen. Quien informa de la leyenda es un viejo lobo de mar, personaje infaltable en las historias marinas que en esta ópera prima de modesta producción y ambiciosa temática encarna un mesurado Lito Cruz. Pero más allá del elemento fantástico que está en el centro del relato, es fácil sospechar también una intención metafórica, a lo que contribuyen el momento histórico elegido (la acción comienza en 1982, con la movilización a la Plaza de Mayo del 30 de marzo y el inmediato desembarco de las tropas en Malvinas, copiosamente ilustrados por los informes radiales o televisivos); las referencias al terrorismo de Estado, y el tiempo del epílogo. Al film le cuesta decidirse por una vertiente u otra y tampoco pone en juego demasiado rigor al exponer la vaga historia de amor que sirve como sustento argumental. Estamos entre pescadores marplatenses (a los que raramente se ve pescar) y sigue los pasos de una adolescente, huérfana de madre e hija del capitán de El Morel, que al morir la deja al cuidado de su hombre de confianza, el noble y maduro Juan. Del mundo interior de la chica (Rocío Pavón) apenas se sabe algo por lo que vuelca en su diario, aunque se la ve dueña de firme carácter cuando debe hacerse un lugar en un mundo exclusivamente masculino. De los sentimientos de su tutor (Jorge Nolasco), un poco más por sus ocasionales reacciones y por el ensimismamiento. La acción -una sucesión de episodios no siempre bien hilvanados- transcurre en buena medida en un bar del puerto por el que circulan personajes que quieren ser descriptivos del ambiente, pero resultan bastante esquemáticos o carecen de desarrollo. Las imágenes de los pesqueros en el mar, en cambio, prestan al menos su atractivo visual. Al espectador le toca imaginar los nexos y rellenar los espacios vacíos de una historia que confía excesivamente en las sugerencias, atiende poco a la construcción de los personajes, a los vínculos que hay entre ellos y al carácter de sus probables conflictos, y bastante menos a la continuidad de la historia. Todo, claro, conduce a la campana, esa suerte de metafísico triángulo de las Bermudas del que alguien logrará volver sólo para descubrir que su tiempo ya no es el tiempo de los otros y quizá para investigar si es posible tender un puente entre los dos, un tema que Torres ya abordó -con fortuna desigual, lo mismo que ahora- como guionista de una de las Historias breves II.
Mundos paralelos En La Campana (2010), Fredy Torres utiliza diferentes estilos narrativos para contar una historia de amor imposible en el comienzo de la guerra de Malvinas. Con el marco de fondo de la última dictadura militar, el film funciona a su vez como una alegoría sobre lo que sucedía en el país a principio de los años 80. Es abril del 82 y la guerra de Malvinas ha comenzado. Juan (Jorge Nolasco) es un pescador que debe hacerse cargo de Laura (Rocío Pavón), la joven hija del fallecido capitán del barco. Aunque Juan haga lo imposible, entre ambos surgirá una inevitable atracción. Dice la leyenda que en La Campana los barcos desaparecen como si el mar se los hubiera tragado y el tiempo se detiene. Juan partirá mar adentro para escapar de sus deseos y así detener su tiempo, mientras el mundo sigue girando. En La Campana conviven dos mundos en paralelo, uno onírico y otro real. El mundo real cuenta una historia de amor reprimida ubicándola en un tiempo y espacio determinado. Mientras el mundo onírico sirve para, a través de una segunda lectura, hablar sobre el proceder de la última dictadura militar y las secuelas. En La Campana el tiempo se detiene, algunos desaparecen para siempre y otros vuelven aparecer, aunque para ellos ya nada será como antes. El realizador toma elementos del cine fantástico y los entremezcla con una realidad que por momentos pareciera trágica y por otros ilusoria. Hay algo de realismo mágico que se traslada a las imágenes saturadas por el color. El puerto de Mar del Plata es el fondo ideal para narrar la historia y así crear una atmosfera opresiva pero también romántica. Resulta difícil encontrarle una vuelta de tuerca al tema de los desaparecidos sin caer en el cliché o en la obviedad. Fredy Torres logra a través de La Campana contar una historia de amor como cualquier otra pero permitiéndose hablar de otros temas. Temas que duelen, que lastiman, pero que desde una visión diferente sirven para recordar el pasado desde el presente.
Un misterio en lo profundo del mar Durante Malvinas, un marinero se interna en el océano y no vuelve. Extraño es este debut en la dirección del marplatense Fredy Torres, que escribió un episodio de Historias breves 2, Líneas de teléfonos , con algunos puntos de contacto con esta historia, allá por 1996. Como aquel filme, que jugaba con dos personajes que se conectaban telefónicamente en una misma casa pero separados en el tiempo, La campana juega con esa idea, pero de una manera algo más lateral. Durante buena parte de su relato, es una historia que transcurre en el puerto de Mar del Plata en el final de la dictadura, arrancando antes del comienzo de la Guerra de Malvinas y extendiéndose hacia sus inicios. El filme se centrará en la relación de uno de los pescadores, Juan (Jorge Nolasco) con una chica más joven, Laura (Rocío Pavón), que está enamorada de él y quiere unirse al grupo de duros pescadores, quienes no la aceptan. El también prefiere la compañía de una prostituta (María Fernanda Callejón), que no mira con buenos ojos a Laurita. Y mientras la guerra comienza y algunos deben partir al combate, un viejo marinero (Lito Cruz) cuenta la historia de “la campana”, un mítico lugar en el que los hombres de mar se pierden y donde el tiempo pasa mucho más rápido de lo normal. Y cuando algo fuerte suceda con Laura, Juan se internará en el mar y se perderá en ese vortex espacio/temporal. Pero, como eso sucede bastante cerca del final del filme, adelantar qué pasa luego de eso sería arruinar buena parte del desenlace de la historia. En realidad, tampoco sería demasiado problemático, porque no hay demasiados hilos narrativos de los que agarrarse, más allá de este triángulo amoroso que sucede durante Malvinas por motivos no del todo claros. Algunas buenas actuaciones y ciertos momentos de lirismo visual en el puerto no logran darle vida a una propuesta que parece haberse quedado en el medio entre una buena idea y una película con poca vida.
Relatos fantásticos y lobos de mar Esta segunda película de Fredy Torres (el mismo del documental El Nüremberg argentino) sitúa sus relatos en el puerto de Mar del Plata, en un “no lugar” llamado justamente La Campana, como si fuera un relato fantástico. El mar es cinematográfico. Y pueden hacerse muchas cosas con él cuando el cine se mete de cabeza y lo elige como protagonista. El mar es imponente, inabarcable, protector, agresivo, cálido, temible. Herman Melville, entre otros escritores, lo entendió a través de su ballena religiosa. Spielberg, en los años en que tenía algo que contar, hizo historia con su escualo. En tanto, Hemingway relató la supervivencia de su viejo. Y así las invocaciones podrían seguir interminablemente, como ocurre con el mar, que hasta el psicoanálisis lo asocia al útero materno, al origen, el nacimiento, al llanto del bebé recién parido. El mar es protagonista de La campana, segundo film de Fredy Torres (El Nüremberg argentino, documental) y la acción se sitúa en el puerto de Mar del Plata y en zonas aledañas, en esa geografía rústica y realista, de bares habitados por viejos lobos, de barquitos uno al lado del otro, de anclas y tatuajes, de botellas vacías en los bares y de otras botellas flotando por allá. La campana, por un lado, no es un film turístico sino que propone un relato de leyenda, un argumento construido como una historia fantástica, donde lo “real” convive con el paso acelerado del tiempo. Un tiempo que se suspende y detiene a la deriva en un “no” lugar llamado La Campana, como si se tratara de un relato de Bioy Casares. La historia empieza días antes de Malvinas y culmina 20 años más tarde. Una adolescente a cargo de un marinero experto, un amor a escondidas entre ambos, una prostituta, otros expertos lobos con pipa o sin pipa, los bares primitivos, los reaparecidos y desaparecidos desde y por ese lugar detenido en el tiempo al que alude el título, son algunos de los vericuetos argumentales convocados por los hacedores de la cinta. Con semejantes materiales, sin embargo, los resultados cinematográficos superan la mera frustración. La campana tiene problemas graves de elipsis, dirección de actores, una excesiva banda de sonido, un uso de luz que sí se relame con la postal turística, una narración que anda a los tropiezos y que viniendo de un film de estas características se ahoga en más de una oportunidad. Y no hay marinero o salvavidas que la rescate. Sólo cuando el protagonista central se pierde en ese “no” lugar el film adquiere algún interés, pero solo es un puñado de minutos en una cinta breve, efímera, cortita en duración. La campana termina encarnándose en ese lobo marino que se pelea con cuatro perros a puro ladrido. Al mamífero pinnípedo se lo ve cansado, fatigado, rancio, como no sabiendo qué hacer con la histeria del grupo de canes hambrientos.
La eterna fascinación del mar La descripción de los personajes en la cantina portuaria y en la barcaza, no logran remontar en cuanto a profundidad, aunque la verosimilitud es mayor en el segundo de los casos. La acción de "La campana" tiene lugar en el puerto de Mar del Plata, entre una población pescadora. El capitán de una humilde barcaza, antes de morir, encarga su hija adolescente a uno de sus compañeros, Juan, que terminará enamorándose de ella. La película transcurre durante la época de Malvinas y alude a una leyenda que circula por la zona y que habla de la existencia de una suerte de campana que atrapa al marino y lo retiene varado en el mar por años, sin que la víctima tenga conciencia de lo ocurrido. "La campana" incursiona dentro de lo fantástico, luego de un planteamiento realista que describe (en superficie), el ambiente pescador, su gente y las reacciones ante la convocatoria de la guerra de Malvinas (1982), contienda que se lleva, reclutado, a uno de sus marinos más jóvenes. LOGRADOS CLIMAS Opera prima de Freddy Torres, guionista del "El Nüremberg Argentino", formado en la Escuela de Imagen y Sonido de la Uba, el joven realizador se maneja bien en la narración visual, logra ciertos climas vinculados a la relación "mar-individuo" y apoyado por una excelente fotografía (Federico Gómez) entrega una bella visión del puerto de Mar del Plata. La descripción de los personajes en la cantina portuaria y en la barcaza, no logran remontar en cuanto a profundidad, aunque la verosimilitud es mayor en el segundo de los casos. La música de Alejandro Kauderer, acertada en ciertos momentos, grandilocuente en otros, peca de invasiva y subraya excesivamente determinadas secuencias cinematográficas. Hay buenas interpretaciones del protagonista, Jorge Nolasco, la joven debutante Rocío Pavón, María Fernanda Callejón en el personaje de la prostituta y Juan West como Lucho. Con la participación especial de Lito Cruz, en un veterano "lobo de mar" y Mónica Ayos en el papel de Rocío Pavón adulta. Algunos pasajes de más, atribuibles a problemas propios de realizadores debutantes y ciertas sobreactuaciones, no impiden que este "melodrama fantástico" alcance cierto atractivo. Es interesante la dirección de arte de Aldo Guglielmone.
Entre historia de amor y metáfora política Pocas películas nacionales de género fantástico se han relacionado con los años de plomo de nuestra ya no tan reciente historia argentina. De ellas, pocas se relacionaron con inteligencia, superando el facilismo de las caricaturas y los efectos truculentos. Mencionemos apenas «El agujero en la pared», paráfrasis del «Fausto» (David J. Kohon, pleno 1982), el corto «Ford Falcon, buen estado» (González Asturias, 1984), con un auto que revive por sí mismo las rutinas criminales de su anterior chofer, el corto romántico «Líneas de teléfonos» (Marcelo Brigante, 1997), donde un joven se comunica milagrosamente con la chica que vivió allí 20 años atrás, y «El visitante» (Javier Olivera, 1999), con un posible fantasma, o una mala conciencia, en la figura de un soldado de Malvinas. Fredy Torres, guionista de «Líneas de teléfonos», quiere acercarse a esos niveles, y en buena parte lo consigue. Su historia empieza en el puerto de pescadores de Mar del Plata, primeros meses del 82, y, habla de silencios, negaciones, sobreentendidos, ignorancias y demoras. Pero antes que metáfora política, elige ser valorada como historia de amor. La película plantea situaciones propias de aquel momento (la intriga por los desaparecidos, la posición ante la guerra), pero ante todo plantea un asunto privado de interés amoroso: el protagonista se hace cargo de la tentadora hija adolescente de un amigo, la chica tiene sus expectativas y anhela que se cumplan, el tutor o encargado tiene un conflicto moral de difícil resolución. Ahí talla, pero no tañe, la campana. Un lugar mítico, un cuento de pescadores, mar adentro, donde el tiempo se detiene. Quien por descuido entre allí con su barca, corre el peligro de quedarse más de lo que piensa. Puede ser una trampa, un refugio, una mentira. Guiño literario, la barca del pescador se llama «El Morel». Película interesante, bien hecha, de elenco variado con Lito Cruz en participación especial, y equipo mayormente marplatense, lo que agrega méritos, fotografía de atractiva riqueza de Federico Gómez (y hay que apreciar el trabajo de rodaje en aguas abiertas), ambientación del maestro Aldo Guglielmone, recientemente fallecido, y una duración breve que elude el riesgo del estancamiento. Sólo cabe una objeción: ante la noticia de la guerra de Malvinas, los pescadores reaccionan como si ya supieran el resultado. La tristeza general vino después, entonces ganó la euforia.
Una alegoría que hace agua Sin adelantar el desenlace por motivos obvios debe decirse que el mayor defecto de La campana, debut en el largometraje del marplatense Fredy Torres, es que termina por donde debe empezar siempre que se entienda al film al servicio de una idea que toma prestado un elemento básico de la ciencia ficción como las paradojas espacio temporales para intentar un revisionismo histórico un tanto precario con una anécdota a la que le falta sustancia y desarrollo en lo que hace a los personajes y sus conflictos. Hay tradiciones marinas que no se pueden romper como aquella que reza que una mujer forme parte de la tripulación de una lancha pesquera o desafiar al mar para adentrarse mar adentro y quedar atrapado en un vórtex donde el tiempo transcurre de manera más lenta pero la percepción del mismo por parte de los tripulantes no cambia. Sobre esas dos ideas y tomando como contexto el fin de la dictadura militar y el inicio de la guerra de las Malvinas en abril de 1982 se apoya el director para contar su historia desde la vida cotidiana de sus protagonistas. Laura (Rocío Pavón) es una adolescente que tras la muerte de su padre, el capitán de la embarcación Morel (referencia obvia a la novela de Adolfo Bioy Casares), quedó a cargo de Juan (Jorge Nolasco), un pescador que la dobla en edad y del que está enamorada perdidamente. Para completar el triángulo aparece la tana (María Fernanda Callejón), la prostituta de los pescadores que intenta por todos los medios intimidar a la enamoradiza Laura. El resto del reparto lo constituye un racimo de personajes planos como el que le toca en suerte al gran Lito Cruz en el rol de Américo, un viejo lobo de mar que representa tal vez la voz de la conciencia cuando la mentira de la guerra de Malvinas se apodera del ambiente y el recuerdo de la borrachera discursiva del general Galtieri provoca no menos que ganas de vomitar. Ahora bien, no está mal recuperar el pasado siempre y cuando esa operación tenga sustento y sentido para no volverse simplemente en un recuento sumario con poca profundidad y rigor como es el caso de La campana. El otro inconveniente se suscita al no haber encontrado un relato lo suficientemente sólido como para poner en práctica la idea de las paradojas temporales sin resultar tan lineal y predecible. Da la sensación que esta película argentina con buenas intenciones se perdió de la misma manera que la embarcación y que cuando se dio cuenta de ese problema ya era tarde.
Casi sin leer el kit press (que tenía prolijamente guardado en mi agenda), fui a ver "La campana", esperando que me sorprendieran. De lo poco que sabía, alguien me había dicho: "es un drama de ciencia ficción"... Lo cual, a priori, me predispuso a ver algo alejado de lo tradicional (hay pocos ejemplos nacionales dentro de ese rango), así que fui a ver la ópera prima de Fredy Torres con sana curiosidad por lo que iba a presenciar. El film, si bien desparejo en varios aspectos, es un válido intento por explorar géneros poco transitados en nuestra filmografía y eso merece reconocimiento, más allá del resultado final. La historia arranca en 1982, en los dias previos a la guerra de Malvinas. Estamos en el Puerto de Mar del Plata, y conocemos a un grupo pequeño de pescadores que trabaja bajo la dirección de su capitán, en un marco de clara austeridad. Nada sobra. Juan (Jorge Nolasco), un recio hombre de mar, está tentado de irse mar adentro, fantasea con que lejos de la costa, hay más pesca. Américo (Lito Cruz), viejo lobo de mar que mata el tiempo en un bar cercano, le advierte sobre los peligros de abandonar la costa, pero nuestro protagonista, no está convencido de dejar su idea. A punto de salir a la actividad, el capitán de su embarcación se siente mal, y eso presagia lo peor: se muere, no sin antes hacerle prometer que cuidará a su hija, Laura (Rocío Pavón) en su ausencia. Ella es una niña que está transformándose en mujer. Sola, queda unida a la suerte de Juan, quien tendrá que sostener económicamente el negocio, ahora que el dueño del bote ya no está. La falta de pesca va empujando al protagonista a pensar la idea de adentrarse en el mar para aumentar sus chances de conseguir producto, idea resistida por Américo y el grupo de amigos pescadores con los que se reunen siempre en ese bar cercano al puerto. Paralelamente, la crisis política de ese año deriva en la invasión a las islas Malvinas, con lo que comienzan a aparecer divisiones entre los diferentes miembros del grupo. Juan trata de resolver el problema probando la opción no recomendada y comienza a poner en peligro su futuro y el de la gente que lo rodea cuando decide ir hacia el peligro. Al parecer, hay una "campana" en el mar que aisla del tiempo a quienes caen en ella y los retiene, de manera que cuando ellos salen, las cosas ya no son iguales en el mundo que dejaron atrás. Si este pescador cayera en ella, el universo de muchos se derrumbaría bajo sus pies... La película muestra una clara alegoría con los olvidados, perdidos, desaparecidos... En este caso es el mar pero, la memoria es algo que nos cuesta como pueblo. Torres juega con esos elementos (presta especial atención a los detalles históricos y los funde con la trama) y nunca pierde el norte, su brújula marítima funciona bien y logra dotar del espíritu correcto a gran parte de su elenco, apuntalando la juventud de Pavón, quien logra dar con el perfil exacto requerido para el rol. El resto del cast sigue el ritmo que impone Nolasco, quien también bucea siempre en la dirección correcta. Su Juan es intenso, noble, generoso y llena la pantalla sin altibajos. Dentro de los secundarios, en papeles breves, también se las ve bien (en todo sentido) a Mónica Ayos y María Fernanda Callejón. En general, el elenco ofrece actuaciones convincentes y llevan adelante el film sin problemas. Pero no todas son rosas. El guión tiende a resolver algunas cuestiones (como el paso del tiempo, los momentos previos a un evento, etc) con recursos demasiado simples (mucha imágen innecesaria del mar). Tampoco explora con fuerza la sexualidad que el film exhuda durante algunos fragmentos (por ejemplo cuando Laura despliega su encanto promediando la historia) ni dedica un espacio más prolongado para mostrar algunos eventos que son centrales (lo que sucede en el cierre, por ejemplo), estos tienen pocos minutos en pantalla y el relato se resiente aunque no deja de intentar sostenerse a flote incluso cuando la mare viene alta y ventosa. Se entiende que el guión apuntaba a formular un recorrido que retroalimentara dos puntas complementarias, pero de a ratos, eso se queda en enunciados demasiado simples para la complejidad de lo que se trata (está bien el paralelismo pero quizás un nivel más de profundización hubiese subrayado el carácter de la película). Más allá de eso, este trabajo se presenta como un buen primer paso de Torres como cineasta, recordemos que es un experimentado en documentales y cortos. No es un producto enteramente redondo, pero si tiene valores que hay que respetar y darles su justa dimensión. Aprobada, con lo justo, pero pulgar arriba para "La campana" en su búsqueda por no perderse en alta mar...
Hay una intención saludable en este film: narrar una historia fantástica sin que el dispositivo suene alegórico. Y más allá de una producción por lo general ajustada, el problema básico de la película no es tanto virar hacia el melodrama sino caer finalmente en la tentación alegórica. A los buenos trabajos actorales hay que sumar algunos climas ajustados. Pero el conjunto se resiente: la intención de contar todo lo posible termina diluyendo la efectividad del asunto.
Un rápido balance de los estrenos nacionales del año 2011 se lo podría resumir en la expresión: “mucho ruido y pocas nueces”. Se conocieron 72 títulos en el circuito de exhibición comercial, sumados los distintos formatos, incluido el DVD, de los cuales ninguno llego a reunir un millón de espectadores, pudiendo estimarse que sólo una decena podría haber alcanzado a recaudar en boletería lo suficiente para cubrir su costo, en tanto los restantes fueron a pura pérdida. La primera pregunta del cinéfilo radica en saber quién asume las pérdidas del capital invertido, y cómo cubre el productor/es aquellos créditos que le fueran otorgados para concretar el proyecto de no poder cumplir con el compromiso asumido. Nunca se tiene noticia de una empresa nacional productora, productor o productora, que haya ido a la quiebra (como en los EE. UU. le sucedió, por ejemplo, a Francis Ford Cóppola en dos oportunidades), o cuántas garantías presentadas para avalar el crédito fueron ejecutadas. También desconcierta que el bajo interés del espectador por las producciones presentadas, con las consabidas pérdidas sufridas por los inversores, no induce a los cineastas a reflexionar respecto de las causas, y analizar los giros necesarios para volver a ganar la atención de los potenciales destinatarios. Sea por una u otra razón, el divorcio entre cineastas y cinéfilos respecto de la cinematografía nacional es cada vez es más profundo, las relaciones más distantes, y no se vislumbra ningún cambio, al menos para el año 2012. Propuestas interesantes suelen empujar un proyecto, pero su frustración se aprecia a todas luces por historias endebles, desarrolladas en un guión carente del análisis y la autocrítica imprescindibles por parte su autor/es en cuanto a la elaboración de la progresión narrativa, la construcción y progresión de los personajes, la claridad expositiva y la definición conceptual, a lo que se suma una realización artísticamente pobre en lo estético (más allá de algunos aportes técnicos), descuidada respecto de la selección de los planteles de intérpretes, agravado por realizadores que no dominan el arte de la dirección actores. “La campana”, de Fredy Torres, es un claro ejemplo en cuanto de las apreciaciones formuladas. La apretada sinopsis oficial resume que se trata de una historia de amor desencontrado ambientada en el puerto de Mar del Plata durante la guerra de las Malvinas. Pese al clima adverso un pescador sale mar adentro escapando de sus emociones y se pierde, llegando a una zona denominada "La Campana", un lugar mítico en donde el tiempo se detiene. Mientras para él solo trascurre una tarde, en la tierra pasan más de veinte años. Al regresar al puerto, descubrirá que el país ya no es el mismo y las personas habrán cambiado. Si bien no dice mucho, la propuesta despierta curiosidad. Eso es todo lo que deja al finalizar la proyección. La narración tiene como eje dos personajes inmersos en una sucesión de episodios, no siempre bien hilvanados, por los que circulas personajes esquemáticos en demasía, que no alcanzan a ser secundarios, pero resultan algo más que circunstanciales. Deja sin definir ni resolver notorios baches de continuidad, tanto en la historia, los personajes y sus interacciones, e insinuados conflictos, a partir de sugerencias a las que le falta una adecuada siembra de información para intentar el armado coherente de un rompecabezas que ya en su origen se presento resquebrajado. El punto de partida y sustento de toda obra audiovisual es el guión, el cual, en este caso, es tan deficiente como lo fueron la mayoría de los concebidos para las producciones nacionales del año. Con ese punto de partida de Fredy Torres como autor, él mismo asumió la responsabilidad de realizar el film, contando con el aporte de un confiable equipo técnico, y la integración de un equilibrado plantel de intérpretes que adoleció de un guión sólido y una dirección clara y firme.
Un director con talento, un film fragmentado. Extraña ópera prima la de Fredy Torres: una historia de amor no exenta de perversión, la historia argentina reciente literalmente perversa, mitos y leyendas marítimos, lo fantástico, la tragedia enmudecida de un pueblo, la vergüenza social, los desaparecidos, todo en un mismo filme. Se dirá que pertenece al realismo mágico, y de ser así se trata de una versión heterodoxa de ese género pernicioso para el imaginario latinoamericano, y se dirá, también, que todo el filme es una alegoría integral de los últimas décadas histórico-políticas del país. El guionista de El Nüremberg argentino tiene talento. Si su película se circunscribiera a un retrato de los trabajadores del mar y al carácter enigmático de ese monstruo que a la vista siempre resulta infinito, La campana sería un filme formidable. Los planos generales y variados del mar, en tiempos y estados disímiles, la relación, sugerida por algunos encuadres, entre el mar (fenómeno natural e indomable que se resiste a la simbolización) y la costa (civilización), la vida de los pescadores tienen fluidez y una rara belleza. Además, Torres postula un mito: la campana, una suerte de Triángulo de las Bermudas metafísico donde el tiempo se detiene y el navegante vive en un limbo oceánico sin ser esclavo de la irreversibilidad del tiempo. La campana tiene una doble misión: ilustrar el mito concebido y utilizarlo como una metáfora enrevesada de la conciencia histórica y la responsabilidad concomitante. El relato comienza en el puerto de Mar del Plata, unos días antes de la Guerra de Malvinas. El capitán de un barco de pescadores morirá de un infarto y su hija quedará a cargo de un marinero de la flota. Juan podría ser el padre de Laura, una bella adolescente que reclama su derecho a navegar. Adentrarse al mar es cosa de hombres, y se requiere, además, un tatuaje. Juan satisface su instinto sexual con una prostituta del puerto. Esta relación excede el trato con un cliente, y de allí que paulatinamente se acreciente una contienda entre las dos mujeres. Laura está enamorada de su tutor. Pero este triángulo amoroso quedará yuxtapuesto a otra historia. La voz de Galtieri anunciará la patriada anticolonialista y el pueblo argentino responderá. Es por eso que el microcosmos de un bar pesquero funciona como nuestro país miniaturizado, lo que se explicita en una fiesta solidaria para los soldados en el frente. Habrá víctimas y desaparecidos, entre ellos Juan, que no irá al frente de batalla sino que elegirá un exilio metafísico en la campana. Pero un buen día, décadas después, llegará un mensaje, y Juan, sin rastro alguno de envejecimiento, regresará a la costa. Mar del Plata será otra, el país también, y los viejos amigos y amores ya no serán los mismos. El problema esencial e irresoluble de La campana es precisamente la unión del mito y la historia, que siempre resulta forzada y cuyo objetivo no parece ser del todo esclarecido. ¿Es Juan la cifra de un cobarde, de un desaparecido, acaso el fantasma de un excombatiente e incluso un exiliado voluntario que eligió comodidad en vez de compromiso? La ambigüedad de la resolución no deja de ser interesante, aunque el punto de vista elegido parece endeble. El resto son aciertos y desaciertos: la contundencia del registro del mar se ve interceptada e invadida por una música omnipresente e innecesaria; algunas buenas interpretaciones se topan con el límite de la concepción de los personajes y sus acciones tipificadas; escenas meticulosas (como la que involucra una partida de ajedrez) se contraponen con escenas mecánicas (como aquella que muestra a Laura envejecida ejerciendo el oficio más viejo del mundo). Los contrastes son una constante. La alegoría pocas veces funciona en el cine, pues tarde o temprano la tentación de ilustrarla y no solamente sugerirla avanza sobre el relato hasta fagocitarlo en pos de un mensaje explícito, y entonces el agitador y el predicador reemplazan al artista. El cineasta Torres se debate con los dictados de su conciencia histórica. La alegoría es su propia campana.