“Secretos dolorosos” Francisco Verdoia traslada a la ficción una historia con cierto carácter biográfico, que recorre la oscuridad de los traumas y sus encuentros imprevistos con el presente. La Chancha (2020) nos adentra en un viaje que abarca descubrimientos en muchos niveles. Pablo (Esteban Meloni), un argentino que reside en San Pablo junto a su esposa e hijastro, elige su pueblo natal cordobés “Las Varillas”, como destino para las pequeñas vacaciones de semana santa. Debido a la fecha, La Cumbre se encuentra repleta de turistas, traduciéndose en una búsqueda de hospedaje apresurada por parte de los protagonistas; quienes no encuentran más que una pequeña habitación rústica en una posada campestre. En su estadía, Pablo se cruza con Miguel (Gabriel Goity), un viejo vecino de su infancia, la cual parecía lejana hasta aquel instante. Luego del cruce inesperado de antiguos conocidos, el protagonista comienza a recordar todo aquello que parecía oculto, emprendiendo un recorrido desgarrador y silencioso por recuerdos dolorosos. El film de Verdoia, cuida sus detalles. La trama recorre, mediante una buena dirección e interpretaciones de personajes, una historia del pasado que no necesita de flashbacks. Los recursos utilizados para transmitir la invasión de los recuerdos en el presente, logran su cometido; dando como resultado, un drama con ciertos tintes de thriller característicos de la oscuridad a la que es sometido el protagonista. "La Chancha demuestra que las huellas del falso olvido no se borran. La esencia de la película, encuentra su lugar en la posibilidad de enfrentamiento con quien produjo aquellas marcas y le da voz a quien se halla en la angustiosa incertidumbre entre la reacción o el silencio."
El estreno de esta semana en www.cine.ar/play forma parte de las producciones argentinas realizadas con Brasil, de las que por ejemplo ya hemos podido ver “Viaje Inesperado” de Juan Jose Jusid con Pablo Rago y Cecilia Dopazo o “Happy Hour” con Pablo Echarri y Letícia Sabatella. Es ahora el turno de “LA CHANCHA” de Franco Verdoia, director cordobés que filma por primera vez en solitario después de sus filmes “Chile 672” y “La Vida Después” (codirigidos con Pablo Bardauil) y que marca una diferencia de calidad notable respecto de las mencionadas coproducciones, con un relato que equilibra en partes iguales y dosifica perfectamente el drama y el thriller psicológico. Pablo (Esteban Meloni) que actualmente vive en Brasil con su esposa Raquel y su hijo Joao, decide hacer un descanso, tomarse unas vacaciones familiares y la geografía elegida para ese momento de placer, son los paisajes cordobeses que tanto recuerda de su niñez y que es una forma de volver a su pueblo y mostrarle esos lugares tan entrañables a su familia. Apenas llegados a un pequeño albergue de las sierras cordobesas -cerca de La Cumbre y Villa Carlos Paz-, en una de las caminatas con su hijo, ven en un chiquero una imagen con unos cerdos que se presenta de una forma inquietante y extrañamente perturbadora, y que será el disparador inicial de un conflicto que en principio desconocemos, pero que obviamente, está relacionado a algún hecho que Pablo ha vivido en su pasado. Mientras esta imagen va quedando en suspenso como pieza inicial de un pequeño rompecabezas que Verdoia nos invitará a rearmarlo delicadamente como espectadores, un encuentro posterior con una pareja que se vincula con su familia durante las vacaciones (Gabriel Goity y Gladys Florimonte), desencadenará finalmente, el verdadero epicentro del conflicto. En este viaje, Pablo sale al reencuentro con su pasado: ha planificado unas vacaciones para volver a esos lugares tan importantes de su infancia y de su vida, esta vez para compartirlos junto a su familia. No por casualidad, este particular e impactante encuentro lo obligará a emprender también un viaje hacia los lugares más oscuros de su niñez y volver, casi sin quererlo, a un trauma infantil que parecía tener olvidado: un pasado que vuelve con la potencia que traen los recuerdos, los hechos que nos marcaron y esa posibilidad de volver a recorrerlos ya con otra mirada, con otra distancia, con otros recursos que permitan intentar aceptarlo y retomar el control. En un relato que el propio Verdoia confiesa como biográfico y personal, “LA CHANCHA” maneja perfectamente ese clima de tensión creciente entre los protagonistas, sin develar claramente, al mismo tiempo, lo que puntualmente ha sucedido sin perder en ningún momento el eje central del relato mostrando el impacto que significa esta experiencia, aún hoy, en Pablo, La fuerza arrolladora con que el pasado vuelve a hacerse presente, despertando sus zonas más vulnerables y volviendo a mostrarle esos nudos tan difíciles de deshacer. Si bien indudablemente uno de los mayores aciertos es un guion que va generando la tensión de un ambiente enrarecido al mismo tiempo que se interna en las zonas más grises del personaje, el otro gran logro que tiene “LA CHANCHA” es contar con un elenco impecable. Raquel Karro es la esposa que trata de ayudar y entender lo que sucede y de dar contención frente a un suceso absolutamente inesperado y de la pareja de turistas que componen Gabriel Goity y Gladys Florimonte, es imposible no quedar sorprendido por el perfecto trabajo de Florimonte, que se merecía un papel en donde pudiese desplegar su oficio, más allá de sus personajes humorísticos de gran efectividad en algunos programas televisivos pero que no le habían permitido mostrar hasta el momento una faceta diferente como la que puede presentarnos, gracias a su personaje en “LA CHANCHA”. Gabriel Goity llena de enigma a ese personaje oscuro que también intenta escapar, de una manera diferente, a un pasado que también lo presiona. Sus silencios y sus miradas aportan la negrura necesaria, logrando junto a Meloni una escena perfecta para el clímax de la historia. Pero lo más atractivo dentro del excelente elenco, es el trabajo de Esteban Meloni. Actor que ya ha demostrado su versatilidad en trabajos teatrales tan diferentes como “El principio de Arquímedes” u “Olvidémonos de ser turistas” ambas de Josep María Miró, la impactante “Miedo” junto a Diego Velázquez y con dirección de Ana Frenkel o su participación en propuestas más comerciales como “Todas las Rayuelas” o “Los elegidos”. Frente a la conducción segura de Verdoia (con quien ya había trabajado en “La vida después”), Meloni aprovecha la oportunidad de lucirse con un gran protagónico en donde atraviesa diversas emociones, mostrándose siempre seguro y atravesando momentos difíciles, sin desbordes. En medio del paisaje de las sierras cordobesas, el famoso camino de las cien curvas se transforma en la parábola perfecta de los giros que puede dar nuestra vida y “LA CHANCHA” nos despide con una potente imagen final que habla de sanar nuestro niño interior y, finalmente, escapar de nuestro propio laberinto. POR QUE SI: » Maneja perfectamente ese clima de tensión creciente entre los protagonistas, sin develar claramente, al mismo tiempo, lo que puntualmente ha sucedido»
Filmada totalmente en La Cumbre, Córdoba, la última película de Franco Verdoia, director cordobés nacido en Las Varillas, relata el breve y caótico regreso de Pablo (Esteban Meloni) al lugar donde vacacionaba cuando era niño, esta vez junto a su pareja Raquel (Raquel Karro) y el hijo de ella, Joáo (Rodrigo Silveira). A momentos de llegar a un mediocre hotel ubicado en las montañas, Pablo se encuentra con Miguel Piotti (Gabriel Goity) y su mujer (Gladys Florimonte). Es en ese momento cuando el protagonista atraviesa una angustia que lo paraliza, algo entre él y Piotti sucedió en el pasado, algo que sin duda no quedó resuelto para Pablo, quien no puede mantenerse estable emocionalmente ante la presencia de aquel adulto al que hubiera preferido no volver a ver. La película mantiene la tensión y el suspenso en cada escena en donde Pablo y Miguel se cruzan y se relacionan, construyendo la dimensión de esa afección psicológica que Pablo padece. La plan familiar durante la estadía se ve modificado a la vez que Pablo se hunde día a día en una situación angustiante y deprimente de la que no puede salir. Por su lado, Piotti no reconoce esta situación que atormenta a Pablo, su rol pasible y hasta bonachón refleja lo que muchas veces sucede en la realidad: quienes menos parecer ser personas agresivas y/o abusivas, lo son. Con pocos recursos técnicos, Franco Verdoia logra contar una historia muy personal e íntima, marcada por el dolor de su protagonista y los recuerdos reprimidos que causaron un trauma emocional muy fuerte. Para ello el director eligió un elenco que estuvo a la altura de cargar con el peso dramático de la narración sobre sus interpretaciones. Esteban Meloni lleva adelante un impecable y sólido trabajo de composición, acompañado por un actor todo terreno como Gabriel Goity, y las muy buenas performances de Raquel Karro, Gladys Florimonte y el pequeño Rodrigo Silveira. Una opción recomendable para disfrutar de nuestro valioso cine nacional.
¿Qué pasa cuando no le creemos a los chicos cuando sufren abuso? Crítica de La Chancha. La dirección de Franco Verdoia en “La chancha” reproduce una composición y un relato que por momentos toma esencias del suspenso, terror y drama psicológico. La combinación de lo inesperado, el miedo y la exposición de una confesión tan desbordante; a la vez encapsulada surten un filme intrigante y representativo sobre el acoso infantil. Por. Florencia Fico. El argumento de la película se basa en los personajes de Pablo( Esteban Meloni) y Miguel (Puma Goity) quienes han residido en Las Varillas, luego de unos años se encuentran en La Cumbre en el momento que los dos están en vacaciones con sus parejas. Lo que apareja declaraciones sorpresivas cuando la esposa de Pablo halle el por qué le incomoda la aparición de Miguel a su marido. El director y gionista cordobés Franco Verdoia calibra con solidez, sutileza y respeto la exposición de una parte delicada de su vida en la piel de Pablo o Esteban Meloni. Ellos se amalgaman con un ensamblaje perfecto sin caer en una autobiografía si no un retrato intimista y realista. En cuanto al guión pone en jaque al protagonista quien en su camino de sanación ya es adulto y ese punto de partida lo hace atractivo. La narración de Vedoia sobre lo encapsulado se convierte en un insumo para crear el clima de thriller. Esa confesión retenida es la clave de la tensión descriptiva. La vigilia hacia la huella traumática se vuelve de principal interés. Asimismo la visualización del victimario es en ocasiones metafórica visualmente, la representación dual del perverso apreciada y aterradora. En el texto del filme hay mucha personalización simbólica entre Pablo y Miguel en animales. La fotografía de João Castelo Branco aprovecha todo el caudal de locaciones disponibles en Córdoba desde sus sierras con tomas panorámicas, las capturas aéreas en las aerosillas, el seguimiento en el Camino de Las 100 curvas. Además el tratamiento de enfoque y desenfoque en los animales de granja es el caso de los chanchos, en ellos hay particular atención con planos detalle y entero ya que hay una connotación melancólica que lo conecta con el protagonista y su violador. El sonido directo recolectado por Federico Disandro es fundamental con el gruñido, chillido y los gritos del chancho provocan diversas sensaciones al espectador y en el relato fílmico son como signos de violencia, muerte, nerviosismo, alerta y despiertan en los personajes de Miguel y Pablo una memoria sensorial y emotiva que los hace irritar y estremecer. La música original de Leo Heinkin y Kiko Ferraz con la canción “Cuchillito” alcanza para desatar el clímax de la ira de ambos personajes. Los dos artistas Esteban Meloni como Pablo y Gabriel Goity como Miguel llegan a copar el filme. El primero Meloni tiene grandes momentos de interpretación que recorren desde la desilusión, un pensamiento que lo hostiga y lo hace preso de un cazador, también una minuciosa escena de ataque de pánico, y una sed de resarcimiento personal.El segundo Goity es el contrapunto, la criatura sin vergüenza, oscura, intimidante y sociable, pedófilo hasta psicópata aunque construye una versión querible. La actriz brasilera Raquel Karro, interpreta a Queli la esposa de Pablo, ella encarna un personaje contenedor aunque disperso, tiene matices que desarrolla su costado molesto y carácter fuerte. La comediante y actriz Gladys Florimonte despliega a la esposa de Miguel “Alicia”, muy carismática, chistosa aunque en su justa medida y a veces enigmática. Como hijo de Pablo y Queli, está en la piel del actor Rodrigo Silveira como Joao con una impronta inquieta y rebelde le pone una cuota de inocencia y preocupación. Verdoia incorpora y hace visible a una actriz con síndrome de Down que aparece en los márgenes como una clara declaración a poner frente a cámara sectores menores de edad que quedan segregados y la voz de los chicos muchas veces es descreída. El filme con los actores Esteban Meloni y Puma Goity le dan personalidad a la película donde lo perturbador se pone en la piel y en foco. Verdoia tras plasmar un drama psicológico sube la vara con una película de suspenso y una destacable denuncia sobre la vulneración de los derechos en las infancias a ser escuchadas y protegidas. Puntaje: 85
El pasado no pisado. Apenas un atisbo, una mirada, son suficientes para atizar las brasas del miedo. Es esa chispa incombustible la que bordea la existencia cuando de los traumas nadie se puede escapar, incluso en un nuevo proyecto como el de Pablo (Esteban Meloni), su pareja brasileña Raquel (Raquel Karro), acompañados por el pequeño Joao (Rodrigo Silveira) en lo que aparenta ser un viaje recreativo y de reencuentro con sus viejas historias pero que termina en el peor de los escenarios. La perturbación es un primer indicio que transmite el protagonista de este drama psicológico, dirigido por Franco Verdoia; según sus propias palabras con fuerte presencia de lo autobiográfico para bucear en la superficie de las secuelas del abuso deshonesto. Lo de “bucear” en la superficie no es un error conceptual sino una imagen con cierta metáfora, porque lo que destaca en este film es el secreto en la superficie. El trauma de una infancia que se porta desde el comienzo de una relación de poder y manipulación emocional es ese chiquero que rodea a Pablo, no por casualidad enfrentado con una chancha que devora hasta sus propias crías como ese trauma que devora con el tiempo cualquier intento de transformarse y superarse, tanto en lo que hace al contacto con el otro como al proyecto de familia. La sutileza con la que se desarrolla el encuentro no deseado entre Pablo y un amigo de su infancia, en la piel del gran Gabriel Goity, de mayor edad y a quien pensó jamás volver a verlo por el resto de sus días, es el condimento adecuado para que el drama encuentre su atajo psicológico y no mute en melodrama lacrimógeno a secas. No puede dejar de mencionarse un gran aporte de las dos mujeres que acompañan, en especial la actriz Gladys Florimonte, compañera de aventuras de Goity, envuelto en su red de mentiras y máscara social. En síntesis: en La chancha conviven fantasmas de carne y hueso con historia de terror sin necesidad de apelar a ningún golpe de efecto ni monstruo come cerebro. Basta un chancho, que se viste de señor, y una víctima que conoce su verdadera piel, aunque el tiempo los mire desde arriba y ría como aquel que recuerda una travesura de infancia escudado en esa impunidad de la mala inocencia.
En tiempos en que la mayoría de las películas parecen hechas para sedar al espectador haciéndolo sentir confortable, sobreviven un puñado de producciones que ensayan el camino opuesto; esto es, lo confrontan con sus convicciones, con su manera de ver el mundo, con las creencias adquiridas. A este último grupo pertenece La chancha, un durísimo y atrapante film autobiográfico de Franco Verdoia (codirector junto a Pablo Bardauil de La vida después). La chancha es una película de silencios y miradas, de suposiciones y sugerencias que inquietan. Pero al comienzo es distinto. Todo arranca con el viaje vacacional de Pablo (enorme trabajo de Esteban Meloni) junto a su mujer e hijo brasileños (Raquel Karro y Rodrigo Silveira). Hace un buen tiempo que este hombre radicado en Porto Alegre no vuelve a la pequeña localidad cordobesa de Las Varillas, la misma en la que pasó su infancia y primera juventud. Pero lo que debía ser un momento de paz y tranquilidad se transforma en un auténtico tormento luego de que Pablo descubra que en esa misma posada está parando un hombre de su mismo pueblo (un Gabriel Goity perfecto en su carácter desagradable y repulsivo) junto a su pareja. Es evidente la sorpresa de ambos ante un encuentro tan inesperado como poco deseado. De allí en más, la película muestra la interacción de ambas parejas a lo largo de varios días durante los que la tensión entre esos hombres aumentará hora tras hora, más allá de sus visibles esfuerzos para hacer como si nada pasara. Se sabe que hay algo en el pasado en común que los atormenta, que preferirían olvidar pero que ahora, frente a frente, los corroe por dentro. Pero, ¿qué? En ese vacío informativo anida el núcleo central de una incomodad que no hará más que crecer escena tras escena, al tiempo que la atmósfera pacífica del lugar se convierte en un terreno fértil para que el débil equilibrio de Pablo empiece a tambalear. Verdoia no es de esos directores que necesiten levantar el dedo para gritar sus verdades. Por el contrario, su película hace de la economía narrativa una norma, depositando en ese pasado fuera de campo todos esos demonios que, más allá del paso del tiempo, todavía están más vivos que nunca.
Aunque su título pueda despistar un poco, La chancha es, antes que nada, una película sobre cómo lidiar con las heridas del pasado. Ese animal voluminoso aparece efectivamente en la historia como el símbolo encarnado de un trauma psicológico cuyo origen se irá develando de a poco. Su actitud amenazante y sus inquietantes gruñidos auguran más de una vez que algo pesado está por aflorar en medio de unas vacaciones familiares en las sierras cordobesas que de repente tomarán un rumbo inesperado. La virtud más notable de este tercer largometraje de inspiración biográfica de Franco Verdoia (también fotógrafo, dramaturgo y director teatral) es su astucia para crear el clima que incomoda a su torturado protagonista con recursos que usualmente observamos en el cine de terror. Un relato que en principio luce costumbrista se va transformando gradualmente en un cuento oscuro donde los fantasmas de otra época acechan y empiezan a determinar seriamente al presente. Todo el sugestivo tramo que insinúa el desenlace funciona con fluidez. Y el Puma Goity es una pieza clave dentro de ese esquema: como contrapunto virtuoso de la intensa interpretación de Esteban Meloni, su actuación es precisa, aplomada, con la dosis justa de ambigüedad que necesita un personaje que no quiere por nada del mundo mirar hacia atrás pero ahora, obligado por las circunstancias, igual deberá hacerlo.
La Chancha es un título que tranquilamente hubiera podido estrenarse en salas comerciales, en otras circunstancias, y posiblemente hubiera tenido una buena respuesta del público. ¿Por qué? Porque tiene algo que es fundamental y fundacional en el cine: tensión. Franco Verdoia presenta a Pablo (Esteban Meloni) llegando a La Cumbre junto a su mujer brasileña (Raquel Karro) y a Joao, el pequeño hijo de ella (Rodrigo Silveira) para pasar Semana Santa. Como el lugar donde intentan hospedarse no les gusta, parten hacia otro. Y allí, una vez instalados, Pablo ve a Miguel (Gabriel Goity). Hay algo que no le cae bien al recién llegado. No se sabe qué, pero se siente incómodo ante la presencia de este hombre que junto a su pareja (Gladys Florimonte) tiene un perrito, que atrae la atención de Joao. Poco a poco, las casualidades hacen que ambos grupos familiares coincidan, sean por el perro o por el espontáneo desenfado de la mujer de Miguel. Y más aun cuando ellas advierten que Pablo, que es más joven, y Miguel vivieron en Las varillas, un pueblito cordobés. El director Verdoia, que había debutado con Chile 672 (2006), no da por sabido nada, aunque también es cierto que el uso de los simbolismos, desde la Pasión de Cristo hasta la letra de un tema musical, subrayan más de lo deseado. Y encuentra en Goity -que está menos en pantalla que Meloni, quien está muy bien- una interpretación muy apartada de lo que suele ofrecer el actor de Tesoro mío (inexplicablemente no tiene una filmografía a su altura). Como en El silencio de los inocentes, donde la protagonista era Clarice, y Hannibal apenas aparecía, pero tenía una fuerte presencia hasta cuando no estaba en la imagen. Es que Miguel, pese a su impronta física, no asusta. El espectador cuando lo ve abrir la boca, no sabe lo que va a contestar. Ni puede adivinar los modos con los que lo hará. Al margen del proceder y el desenvolvimiento del actor, el acierto de Verdoia es no tipificar a sus dos personajes centrales en ningún momento. Ni siquiera cuando el espectador intuye el motivo del resquemor de Pablo. Que la trama contenga hechos, aristas o ángulos de la historia personal del realizador, aunque las haya ficcionalizado, no hace a la cuestión. Tampoco que por una cuestión de coproducción con Brasil, la pareja de Pablo y su hijo sean del país vecino. No importa. Lo que interesa en La Chancha, lo que vale, es esa construcción de la historia, la base de cualquier película buena, que el público podrá ver solo por CINE.AR TV o CINE.AR Play.
“La chancha” es un caso atípico de thriller al estilo Claude Chabrol filmado en locaciones turísticas cordobesas. Es un excelente drama psicológico, de esos que van enervando tanto a los personajes como al espectador sin necesidad de lugares comunes. La historia empieza muy tranquila, con cierto aire pintoresco, cuando una pareja que vive en Brasil con un chiquito llegan a La Cumbre buscando un hotel donde pasar Semana Santa. Ella y el chico son brasileños, él es cordobés pero hace mucho no vuelve a sus pagos; el viaje es un modo de mejorar la pareja. Encuentran un lindo hotel donde se hospedan, que también tiene una granja con animalitos, como una chancha, aunque no la del titulo. Hay otra chancha que nunca vemos pero que tiene que ver con oscuros episodios del pasado, que empiezan a resurgir cuando los protagonistas se encuentran con una excéntrica pareja madura que se aloja en el mismo hotel. El director y guionista, Franco Verdoia, sabe cómo entregar en cuentagotas la información de lo que ocurrió entre esos antiguos vecinos de un pueblo cordobés. Y luego cómo amagar con que todo explotará en cualquier momento, para generar suspenso sin develar del todo las cosas. Hacia el final hay una larga secuencia en una aerosilla que no tiene desperdicio, y a pesar de que el desenlace es menos cruel de lo que aconsejaría Chabrol, el resultado es muy recomendable.
ENCUENTRO INESPERADO “Dicen que viajando se fortalece el corazón, pues andar por nuevos caminos te hará olvidar el anterior”. Ciertas son las palabras de Litto Nebbia. Ante la vista de un nuevo paisaje conocer nuevas comidas y, mejor, si es en compañía de alguien te permite, como quien dice, parar la pelota. ¿Pero qué ocurre si dicho viaje, lejos de olvidar viejos caminos, te reencuentra con uno? Pablo, su pareja Raquel e hijo inician sus vacaciones en las sierras de Córdoba. Encontrando un lugar agradable, en un complejo de cabañas con pileta y granja. Lo que parecía ser un ambiente ideal para relajarse, se torna una pesadilla para Pablo, al reconocer entre los huéspedes (Goity) a la persona que abusó de él cuando tenía 8 años. Enfrenar un trauma reprimido, proteger a su hijo de la misma edad que cuando ocurrió el hecho, y alimentar una relación que parece estancada, son aspectos que aborda la película de Franco Verdoia. La chancha da a relucir la actuación de Esteban Meloni, demostrando una nueva camada de actores que se inician en televisión, pero que luego son relegados por los mismos rostros ya gastados de cualquier tira. En estas producciones o en el teatro, encuentran un espacio para interpretar. La actuación de Meloni no apela, ante un hecho delicado, a la sobreactuación de la víctima, sino que construye una escala de grises; similar a Goity en su papel de abusador. Generando un rol de ataque y defensa, que aumenta la tensión entre los personajes. Aunque dichas escenas, por momentos, sean prolongadas y explicando demasiado. Una película que inicia y termina con un viaje, con sus personajes marcados y un trauma no vencido, porque a fin de cuentas el daño ya está hecho y se continúa con el sufrimiento. Volviendo a Nebbia, “Solo se trata de vivir”.
Dicen que el pasado siempre está sucediendo. Esto quiere decir que todo lo que hemos vivido permanece en nosotros, de uno u otro modo. Es el tercer largometraje de Franco Verdoia, pero el primero que dirige y escribe solo. Coproducido entre Argentina y Brasil, originalmente el film se iba a llamar «Tras la sierra», pero, debido al argumento, «La Chancha» representaba el corazón de la producción, el contexto donde se desarrolla y lo que simboliza en cuanto a la «suciedad», el valor y la fuerza. El elenco está integrado por Esteban Meloni, Gabriel Goity, Raquel Karro, Gladys Florimonte y Rodrigo Silveira. Un drama psicológico que tiene cierto carácter biográfico, filmado en La Cumbre (Córdoba) y cuya temática parte desde una herida profunda. En medio de unas vacaciones familiares, Pablo vive un inesperado reencuentro que actualiza un trauma de su niñez. Confrontado con la ironía de la casualidad, inicia un perturbador retorno a los paisajes de su infancia, arrastrando en su proceso a su compañera Raquel y a su hijo Joáo. Pablo decide permanecer allí, recuperando un vínculo pasado para enmendar un recuerdo que condicionó toda su vida. ¿Qué tipo de huellas deja un evento traumático de la niñez? ¿De qué forma ese suceso puede activarse en el presente? Un trauma que conduce la historia del protagonista mediante el reencuentro con el pasado, generando mucho daño donde deberá superar, aceptar y dejar ir. Mediante una narración correcta logra un clima absorbente, tenso y angustiante, viviendo a la par la evolución del personaje protagonista a través de las diferentes emociones potentes que residen en Pablo (Meloni) y que afloran de una forma arrebatada con aquel funesto episodio que creía olvidado, el cual vuelve a instalarse y actualiza algo que continua presente. Se aborda algo que muchas personas han sufrido y sufren. Los victimarios son personas que, a veces, uno nunca se hubiese imaginado. Lamentablemente, hay veces donde no le creen al niño o a la persona que es abusada. Y es necesario visibilizar este tipo de historias, las cuales permanecen acechando a los seres más vulnerables. Una dirección y fotografía excelentes, planos ejecutados de forma admirable, potenciando el relato junto a unas escenas en slow motion que erizan la piel. Sin necesidad de excederse en cuestión de flashbacks, se sabe lo que se quiere contar. Esteban Meloni se encuentra roto, frágil, perturbado y remendado, la fluidez emocional que emana su personaje al borde de la cornisa es hipnótico. Por su parte, Gabriel Goity es analítico, pausado, envolvente e inquietante. Ambos actores están absolutamente comprometidos, cada uno en su papel, con precisión y solidez. De igual modo, Gladys Florimonte interpreta un papel completamente diferente al que nos tiene acostumbrados. El escenario donde sucede el impactante enfrentamiento entre los protagonistas es el acertado, elevando la puesta en escena, así como la música elegida que apoya de forma adecuada la narración cinematográfica. En síntesis, «La Chancha» es un drama intimista planteado con excelencia. Una historia de dolor, que toma forma a través de la mirada de un hombre ya adulto, que deberá hacer frente a aquellos demonios que aún hoy lo atormentan. Una cinta honesta, valiente e imprescindible.
A tono con el título del primer largometraje que dirige solo, sin Pablo Bardauil, Franco Verdoia explota al máximo los atributos que los seres humanos le asignamos al cerdo: criaturita adorable cuando es –y somos– chiquitos (pensemos en Los tres chanchitos, Babe el chanchito valiente, la señorita Piggy del Show de los Muppets) y animal despreciable cuando se hace y nos hacemos mayores (recordemos algunos de los personajes que George Orwell imaginó para su Rebelión en la granja). Es más, en La chancha el realizador cordobés confronta una y otra representación a partir de un espécimen que come crías propias y ajenas. Ese mismo animal encarna un suceso lejano –en principio olvidado– que se impone con ferocidad, y que atenta contra la estabilidad mental del protagonista del film, hombre cuarentón, casado, con un hijo. La imagen que ilustra la presente reseña remite al summum de esta alegoría destinada a reforzar el dramatismo de la situación traumática que desborda a Pablo: el encuentro casual y la convivencia forzada –en un contexto vacacional– con el autor de una agresión serial, profunda, irreparable, nunca denunciada ni por lo tanto sancionada. Esteban Meloni y Gabriel Goity encarnan respectivamente a la víctima y al victimario. Lo hacen atentos a los matices que Verdoia indicó en su guion, libre de los estereotipos que han malogrado más de un relato sobre el abuso sexual que un niño varón sufre a manos de un adulto conocido, incluso admirado. Uno de los momentos más interesantes de la película ocurre cuando Miguel reconoce lo ocurrido como algo natural: «Lo hacíamos todos; era así». Pronunciada en el aire (literalmente), sin testigos, la declaración evoca el recuerdo de Hannah Arendt y su teoría sobre la banalidad del mal. Asimismo vale destacar la intervención de los personajes femeninos a cargo de la brasileña Raquel Karro y la casi irreconocible –y acertadísima– Gladys Florimonte. La esposa de Pablo repite una conducta habitual en cónyuges o novios de mujeres violadas: cierta dificultad o demora a la hora de empatizar con el sufrimiento de sus compañeras. La enésima pareja de Miguel padece, o simula padecer, la ceguera de numerosas cónyuges o novias de violadores. En líneas generales, Verdoia mueve con habilidad los hilos de este thriller psicológico inspirado en su propia experiencia personal. Algunos espectadores creemos detectar un cabo suelto –acaso disonante– en la participación secundaria de una joven con síndrome de Down. Al margen de esta licencia discutible, La chancha evita la sordidez. De hecho, la figura del cerdo simboliza con potencia el recuerdo abyecto, y por lo tanto permite prescindir del típico flashback que recrea el suceso aberrante, en este caso, el sometimiento a manos de un vecino querido. Por otra parte, Verdoia privilegia el presente de Pablo para abordar el tema central del film: la imprescriptibilidad del abuso sexual contra niño/as o, en otras palabras, la envergadura del daño que los y las sobrevivientes de esa violencia sufren en general y cuando la Justicia no actuó en particular.
“La Chancha” de Franco Verdoia. Crítica. Traumas del Pasado. El jueves 28 a las 20 hs en CineAr TV (repite el sábado a la misma hora) y a partir del viernes en la plataforma streaming Cine.Ar Play se estrena el film protagonizado por Esteban Meloni y Gabriel Goity. Por Bruno Calabrese. En plan de tomarse unas vacaciones familiares, Pablo (Esteban Meloni) vuelve de Brasil a su pueblo natal en La Cumbre, Córdoba. Acompañado por su esposa Raquel y Joao, el hijo de ella con una pareja anterior, recorren posadas cordobesas en búsqueda de hospedaje hasta que encuentran una en medio de un bosque. El niño recorre en soledad las instalaciones del predio mientras ellos se toman un breve descanso después del largo viaje. Allí conocerá a Míguel (Gabriel Goity), quien se encuentra en compañía de su esposa Alicia (Gladys Florimonti) y su pequeño bulldog francés. Cuando Pablo sale a la búsqueda del pequeño, lo encuentra interactuando con ellos pero al encontrarse con Miguel un trauma del pasado se despierta. Ambos eran vecinos del pueblo de Las Varillas, pero se niegan a ahondar en detalles sobre como era su vida allí. En Pablo se nota una mirada de bronca y resentimientos hacia Miguel, que hace todo lo posible evitar hacer contacto visual con él. El desequilibrio emocional por ese reencuentro empieza a hacer mella en Pablo, que empieza a sufrir una regresión psicológica. Comenzará a orinarse en la cama, a tener ataques de pánicos que lo obligarán a tener que enfrentarse con ese traumático recuerdo. El director logra reconstruir un relato tenso, incómodo por momentos. Como un proceso de sanación de una herida del pasado, el film recorre todos los estados emocionales de la víctima de un hecho del pasado y volver a enfrentarse con quien fue el victimario. La construcción de Miguel como un personaje desagradable, interpretado maravillosamente por Gabriel Goity, hace sentir el profundo malestar en que se encuentra sometido Pablo. Esteban Meloni se luce en su composición, otorgándole al personaje un sinfín de matices en ese recorrido de intentar cerrar una herida que se reabre, de ese fantasma que parecía haberse esfumado, pero que aparece en un momento inesperado. La metáfora de la chancha como ser que vive en la mugre funciona para representar las sensaciones de Pablo con el hecho del cual fue víctima, por fuera de ser el lugar donde sucedió. Volverá a aparecer en el momento que trate de tomar revancha y trate de lanzar al bulldog francés de Miguel a los chanchos de la granja que se encuentra en la hostería, como simbolismo de estado de vulnerabilidad en que se encontró Pablo cuando fue niño y fue víctima de Miguel, pero también como una muestra de las relaciones de poder. Polanski jugaba con las revelaciones tardías y la imposibilidad del olvido en “La Muerte y la doncella”, cuando Paulina Escobar (Sigourney Weaver) se enfrentaba de casualidad con su torturador durante la dictadura en un país imaginario. Ese suspenso propio del cine del director polaco a se ve reflejado en elementos comunes como el sudor, el silencio, las miradas fulminantes y esquivas, sumado a la imposibilidad del olvido. Eso hace que el film mantenga un alto voltaje hasta último momento, cuando el deseo de venganza explote de manera volcánica en ese intenso final en las aerosillas. “La Chancha” es un drama psicológico trabajado con mucha inteligencia a partir de un secreto que no se revelará hasta el final. La atmósfera asfixiante nos mete de lleno en las tinieblas de una víctima y nos mantiene en tensión, con una historia llena de contenidos y reflexión sobre las consecuencias de la tortura física y psicológica. Puntaje: 90/100.
Pablo (Esteban Meloni) viaja con Kelly (Raquel Karro), su esposa brasileña y con João (Rodrigo Silveira) el pequeño hijo de ésta, a las sierras de Córdoba, donde se alojan en un hostel no muy lejos del pueblo donde Pablo pasó su infancia. Lo que apuntaba a unas apacibles vacaciones familiares se ve turbado por el encuentro casual de Pablo con Miguel (Gabriel Goity), un viejo conocido de aquel pueblo. Este personaje, quien fue protagonista de hechos traumáticos de su infancia, se aloja en el mismo hostel junto a su esposa (Gladys Florimonte) y su presencia inquietante le devuelve a Pablo los peores recuerdos de su niñez y a un estado de amenaza e indefensión producto de aquella herida que nunca pudo elaborarse y ahora inesperadamente se reabre. Pablo intenta en principio ocultar a Kelly su estado y la causa del mismo pero la situación se le va yendo rápidamente de las manos abrumado por el miedo, la vergüenza y la rabia. El director Franco Verdoia (aquí la entrevista junto a Esteban Miloni), en su primer largometraje en solitario después de dos largos co-dirigidos junto a Pablo Bardauil (Chile 672 y La vida después), cuenta una historia que según él mismo revela “es un relato biográfico y personal vuelto ficción”. Y lo que se percibe a lo largo del mismo es una experiencia visceral. El protagonista se encuentra sobrepasado y metido en una espiral de recuerdos dolorosos que lo asaltan y lo inundan. El espectador no accede directamente a esos recuerdos, no hay flashbacks al pasado y lo que sucedió en aquel entonces, cuando Miguel tenía 26 años y Pablo 8, no se llega a nombrar explícitamente hasta bien avanzado el film. Verdoia elige ir rodeándolo paulatinamente para darlo a entender de manera más sutil pero no por ello menos contundente ya que las pistas que se van dejando no dejan mucho lugar a dudas. La chancha se trata de un drama personal y psicológico, pero también tiene en su forma elementos de thriller y film de suspenso. La escena donde Pablo sigue a su viejo victimario en medio de la noche juega con esos climas además de una atmósfera de pesadilla y momentos donde lo real se desdibuja y la experiencia del protagonista entra en un terreno que podría ser alucinatorio. En ese mismo sentido va la idea que va surgiendo en la mente de Pablo de una posible venganza que igualmente no tiene claro cómo ejecutar. Hay una tensión constante que el realizador sostiene y no suelta, una sensación de catástrofe inminente, de tormenta contenida a punto de estallar y desbordarse. Sensaciones que se trasladan al espectador tanto por parte de Pablo como de Miguel quien, a la distancia del tiempo transcurrido y ante su propia decadencia podemos verlo como un sujeto más patético que siniestro. El viejo monstruo es ahora un pobre tipo que ante el encuentro no puede ocultar tampoco su incomodidad y hasta su miedo. Esta decisión en el film de presentar el tema en su complejidad, vale también para su protagonista. Porque aun cuando en el planteo inicial tenemos una clara evidencia de quién es la víctima y quién el victimario y es posible identificarse con Pablo, con su angustia y hasta su necesidad de ajustar cuentas, también es cierto que, a medida que el relato avanza, y Pablo va perdiendo cada vez más el control de sí mismo, uno como espectador se va extrañando por momentos de él. Y es que llegado a ese punto se trata finalmente de un relato sobre decisiones. Por parte de Miguel qué hacer con su responsabilidad, hacerse cargo o no cuando es confrontado con esta. Y por parte de Pablo se trata de qué hacer con aquello que parece sobrepasarlo, incluso con el odio con que inevitablemente carga. Dejarse arrastrar a sí mismo y quizás a su familia, perderse, o tratar de hacer otra cosa con ese dolor. Lo que el film deja planteado entonces es que se trata de elecciones complejas, a veces difíciles y con la historia en contra, pero posibles, acerca de lo que uno podría hacer de su vida, con sus recuerdos y también con su presente, y de cómo estas decisiones influyen también en quienes nos rodean. LA CHANCHA La chancha. Argentina, Brasil. 2019 Dirección: Franco Verdoia. Intérpretes: Esteban Meloni, Gabriel Goity, Raquel Karro, Gladys Florimonte, Rodrigo Silveira. Guión: Franco Verdoia. Fotografía: João Castelo Branco. Montaje: Lucas Cesario Pereira. Música:Leo Heinkin, Kiko Ferraz. Dirección de Arte: Cristina Nigro. Dirección de Sonido: Kiko Ferraz, Christian Vaisz. Producción: Felicitas Raffo, Andréia Kaláboa, Guto Pasko, Inés Moyano. Producción Ejecutiva: Pamela Livia Delgado, Amarildo Martins, Ines Moyano. Jefe de Producción: Estefanía Gulino. Duración: 97 minutos.
Este jueves llega a Cine.Ar TV y Cine.Ar Play La chancha, dirigida por el cordobés Franco Verdoia. Con las actuaciones de Esteban Meloni y Gabriel Goity, la película nos invita a sumergirnos en un tenso drama sobre los traumas de la niñez. Pablo (Esteban Meloni), un argentino que actualmente reside en San Pablo, viaja junto a su pareja, Kelly, y el hijo de esta, Joao, a un pueblo ubicado en la provincia de Córdoba, para disfrutar de unas vacaciones en Semana Santa. Lo que no esperaba era reencontrarse allí con Miguel (Gabriel Goity), un conocido de su infancia que, inmediatamente, despierta a los fantasmas de su pasado. Es así que La chancha nos sumergirá en una historia en donde veremos al protagonista luchar por ignorar a estos fantasmas o, finalmente, luego de toda una vida, lograr hacerles frente por primera vez. En un comienzo, la tensión de la trama se apoya en la incertidumbre sobre qué es lo que realmente pasó entre el protagonista y este extraño hombre (punto que se vuelve una obviedad, sobre todo si tenemos en cuenta la premisa general de la trama). Sin embargo, aun cuando se nos da la respuesta, la tensión continúa estando latente en el relato. Este clima tenso, repleto de incertidumbres, nos acompañará hasta el último minuto. La música es un elemento clave para sumergirnos en este mundo. La forma en la que está utilizada ayuda a realzar todo lo que pasa por la mente del protagonista. Mientras que, por momentos, se hará presente una música tétrica, por otros prevalecerá el sonido ambiente. Tanto la música propiamente dicha, como la falta de esta, están colocadas en el momento justo para ponernos “los pelos de punta” e incrementar la tensión al máximo. La tensión también está lograda, en gran parte, gracias al trabajo de Esteban Meloni, quien logra transmitirnos todas las vivencias de su personaje con tan solo una mirada. La película no requiere de flashbacks (con imágenes explícitas que pudieran contribuir con golpes bajos), basta con solo una mirada o un suspiro para ubicarnos en tiempo y espacio sobre qué es lo que está pasando y qué es lo que pasó. La chancha es un drama sólido que nos mantendrá tensos desde el primer minuto hasta el último. Desde las actuaciones (sobre todo por parte de Esteban Meloni), hasta la forma en la que está utilizada la música, todo contribuye a sumergirnos de lleno en este mundo sobre los fantasmas del pasado.
La película comienza con un arranca con un vieja de vacaciones de Pablo (Esteban Meloni) junto a su mujer (Raquel Karro) e hijo Rodrigo Silveira) brasileños. Pablo vive actualmente en Porto Alegre pero está de viaje en Córdoba, en una peque localidad donde pasó su infancia y el comienzo de su adolescencia. Pero las vacaciones se vuelven amargas cuando Pablo descubra que en la misma posada donde paran está quedándose un hombre (Gabriel Goity) de su mismo pueblo junto a su esposa (Gladys Florimonte). Algo terrible del pasado los une y la película no deja en claro que es. Mientras que el hombre actúa de forma natural, una nube negra oscurece las conductas de Pablo y todo empieza a volver tenso. ¿Qué fue lo que ocurrió en el pasado? Mientras que el hombre no quiere hablar directamente sobre aquellos años, Pablo insiste. Ambos saben que fue lo que pasó, por más que intente disimularlo el hombre. El evento no se explica sino hasta el final, pero todo el proceso de descubrimiento está realizado con potencia y a la vez sin trucos ni golpes bajos. Sobria, pequeña, pero fuerte, la película llega hasta la esperada revelación y sus consecuencias posteriores.
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
El fuego interno En su primera película en solitario, Franco Verdoia explora la historia de un pasado que vuelve e implosiona en un hombre adulto, y todo en un fin de semana largo que se presentaba como de descanso y familiar. Pablo (Esteban Meloni) llega junto a su mujer y el hijo de ella a una posada de Córdoba desde Porto Alegre, donde residen. La transformación interna se genera por la presencia de una pareja de huéspedes que trastoca la vida de Pablo, quien empieza a tener actitudes hostiles hacia su pareja (ambos están en pleno proceso de fertilización asistida, para colmo). Esa procesión que va por dentro se percibe en la incomodidad de la interacción entre su mujer, el niño y esta pareja. Como siempre, los tonos definen el tipo de película. Si bien los elementos descriptos podrían aventurar un thriller, la narración se direcciona hacia el drama psicológico pero no por ello sin carga de misterio. Lo más importante se construye en ese silencio de Pablo y Miguel (Gabriel Goity), que provoca tensión por la ausencia de palabras que expliquen -por más que la idea primaria en la cabeza del espectador se confirme- qué es lo que ocultan y qué papel juega cada uno. En ese juego de roles, en el que ambos deben simular una calma frente a sus parejas, está la mejor carta de Verdoia y que tanto Meloni como Goity saben jugar. Particularmente el primero compone desde las pausas, las miradas y el fuego interno a un personaje desesperado y roto pero desde la sobriedad interpretativa o, mejor dicho, en un registro cinematográfico. Las elecciones de puesta de cámara también contribuyen a este pesar, que no solo debe soportar Pablo sino también su mujer, como consecuencia de sus actitudes extrañas y hostiles. El uso de la subjetiva, de las angulaciones y de los tiempos de duración de los planos son cruciales para el moldeamiento de una incomodidad, por momentos intolerante. En 2018 HBO emitía The Tale, película semi autobiográfica de Jennifer Fox sobre una directora de documentales que ingresaba en un proceso de desenterrar un pasado que incluía reinterpretar ciertos hechos para entender lo que le sucedía en el presente. En comparación con La chancha, aquella historia se presentaba bajo una trama más compleja, en principio porque no sucedía en un tiempo límite sino que el (re) descubrimiento de la protagonista se cocía a fuego a lento y de manera mucho más turbia. Las similitudes entre ambas historias están en cómo se puede reconstruir un pasado o repensarlo para extirpar un dolor crónico que no se puede comprender conscientemente. Llegando al final, en la secuencia de las aerosillas, Verdoia desempolva una muñeca para manejar los tiempos de la tensión al encastrar los engranajes de un thriller, sin serlo necesariamente. El epílogo, que en apariencia presenta una resolución, marca una prolongación del drama como si se dijera que no existe una manera de ponerle fin al mal porque tan solo es posible entregárselo a alguien más.
Vacaciones con fantasmas La primera película en solitario del realizador Franco Verdoia (La vida después), La chancha (2020) plantea el doloroso viaje de un hombre (Esteban Meloni) que sorpresivamente se encuentra con su pasado en un momento de su vida en donde no hay espacio para callarse o para seguir ocultándole a todos sus heridas y traumáticos recuerdos. En el cine y teatro de Verdoia conviven figuras populares y actores de oficio, o más “serios”, en un intento de transformar esos cuerpos que en la cotidianeidad de la cultura jamás se hubiese pensado que podrían hacerlo en conjunto y que en la pantalla miden, al igual que en su mente creadora, sin enfrentarse, sus fuerzas interpretativas en pos del relato propuesto y su fortalecimiento. En La chancha, este punto mencionado anteriormente, sirve para potenciar una narración de tintes autobiográficos en la que, a partir de un guion propio, se trasciende lo particular de un hecho vivido por el realizador en su infancia para hablar de cuestiones universales que lamentablemente, y a pesar de la visibilización desde la agenda de medios desde hace algunos años, continúan acechando a los seres más vulnerables del mundo, los niños. En la ficción, Pablo (Meloni), se encuentra de vacaciones en Argentina con su mujer e hijo (Raquel Karro y Rodrigo Silveira), llegan a un hospedaje del norte de Córdoba en donde desde la evocación y recuerdos de su infancia, el protagonista intenta transmitirle a los suyos momentos de descanso que otrora tuvo allí. Hay algo de la imposición del espacio por parte de Pablo para con los otros que en esa presentación y subrayado se cimenta la base de una historia donde el lugar y sus particularidades (sierras, aerosilla, pileta, animales) determinarán la acción de los personajes justificando ciertas acciones del pasado. La inesperada llegada de una pareja (Gabriel Goity y Gladys Florimonte) transformará los ideales de descanso que Pablo tenía, atormentando su mente con recuerdos que creía olvidados pero que vuelven con una fuerza inusitada impulsándolo a tomar la decisión de liberarse del pasado de una vez por todas, pero sin saber cómo hacerlo. El guion, hábilmente, presenta la idea de que algo atormenta al protagonista, pero no lo dice, no lo evidencia, no lo muestra, lo sugiere, va sembrando en el espectador, con algunos flashbacks, con la desesperación de Pablo por volver a ver a esa pareja, que entren en contacto con su hijo, la sospecha acerca que el pasado determina el presente del personaje, pero sin ir a lo obvio o predecible y mucho menos la exageración y discurso moralista. La tensión in crescendo, las atmósferas enrarecidas, los encuentros que siempre terminan en una explosión del protagonista, consolidan una película dirigida con pericia, necesaria para tomar conciencia de una vez por todas de la vulnerabilidad de los sujetos, de las heridas que no se pueden superar y del dolor de aquellos que aun rearmando sus vidas se desmoronan ante la inevitable y sorpresiva vuelta del pasado. Esteban Meloni encarna a Pablo con precisión y solidez, configurando una de las interpretaciones más logradas de su carrera, se desnuda en cuerpo y alma frente a la cámara, al igual que Goity, corrido del lugar común y de la imagen que la popularidad ha construido de él, lo mismo pasa con Florimonte, en un papel completamente diferente al que nos tiene acostumbrados, sin máscaras ni artificios. Desgarradora, adulta, valiente, hay una construcción necesaria sobre la masculinidad y sexualidad que madura a lo largo del metraje de La chancha, promoviendo que deba ser vista por todos para comprender cómo la vida de un hombre comienza a desestabilizarse a partir del regreso de fantasmas de su niñez con monstruos que creía sepultados en el pasado para siempre que debe destruir para liberarse y volver a ser quien es.
¿Se puede filmar el peor dolor de una infancia lejana y entender el deseo de matar? En esta profunda, terrible y a la vez bella película están las respuestas. Para eso el director y guionista Franco Verdoia imaginó un encuentro casual entre los protagonistas de un hecho atroz ocurrido en el pasado, con las heridas intactas, y con esa situación, que el mismo define como un relato biográfico y personal, vuelto ficción, armó un film impactante, duro. Pero a la vez todo lo que sucede es capaz de albergar los matices de un hecho traumático. Un lugar de vacaciones, un cruce casual para descubrir la profundidad de lo tapado con años de supuesta indiferencia, con tiempo que nunca reparó nada. Eligio además a muy buenos actores. Esteban Meloni en uno de sus mejores trabajos, con una entrega y una progresión dramática bien lograda, le saca el jugo al personaje. Gabriel Goity acierta con el tono siniestro, los pequeños gestos, las miradas. También es muy bueno el desempeño de Gladys Florimonte lejos del registro cómico y el aporte de Raquel Karro y Rodrigo Silveira. Un film redondo que lleva al espectador por todas la emociones, por la dimensión de cada sentimiento y se redondea de buena manera.
Un agradable viaje al pueblo de la infancia se transforma en una imprevista oportunidad para lidiar con una puerta del pasado que se pensaba cerrada. Pablo, un distribuidor argentino de café, y Raquel, su esposa brasileña, comienzan las vacaciones familiares de Semana Santa en La Cumbre, Córdoba, junto con su hijo Joao. Sin embargo, Pablo se siente algo reacio al regresar a su vieja tierra de la juventud. Y al encontrarse con un conocido que no veía desde que abandonó el país, revivirá un antiguo y doloroso trauma que destruirá su viaje como así alguna vez destruyó su vida. Un encuentro casual, 30 años después, en medio de un extraño clima de la tranquila y rural villa cordobesa. Un protagónico de Esteban Meloni (Contrasangre, Primavera) junto con actuaciones de Gabriel Goity (Un novio para mi mujer, Aballay), Raquel Karro (Pendular) y Gladys Florimonte (Locos Sueltos en el Zoo); cuenta con la dirección de Franco Verdoia (La Vida Después), quien para su tercera película se sirve de un acontecimiento de su niñez para, a partir de allí, narrar esta historia. La espléndida, y al mismo tiempo humilde, interpretación de Meloni genera en la audiencia empatía desde el primer momento. A punto de comenzar una nueva etapa en su vida, con proyectos de un segundo hijo, reaparece la figura de la chancha, animal rural que acompaña el paisaje, y que se manifiesta como un nexo entre el pasado y el presente. Como una puerta que se creía cerrada pero que vuelve llena de emociones complejas y profundas; transmitidas tan nítidamente en el rostro del actor bahiense. Lo que pudo haber llevado años, en apenas dos días un remolino de sensaciones recorre la mente de Pablo de forma vertiginosa. Goity, por su parte, hace prácticamente acto de presencia. Sin mucho diálogo, su reservado porte logra hacer temblar la realidad del protagonista. La Chancha, Puma Goity, Gladys Florimonte El guion fue uno de los proyectos ganadores de la convocatoria de coproducción Brasil-Argentina 2017 y la filmación se llevó a cabo en La Cumbre y Las Varillas, por lo que la impecable fotografía es lo único que ocasiona un respiro en una atmósfera tan sólida. A partir de hoy ya podremos disfrutarla vía streaming en CINE.AR como así también podría estrenarse en el país vecino Brasil, siendo un film enteramente subtitulado al intercalar ambos idiomas. Ya sea mediante una cena, una confesión o una confrontación, si hay algo que elogiar en la obra de Verdoia es la constante tensión que no abandona el escenario cordobés. Un relato que se torna atrapante en cada encuentro. Una ininterrumpida sensación de que cualquier detalle puede ser una chispa que desencadene el desastre. No es solamente este misterio del pasado lo que sirve de combustible, sino también la forma que adopta el director para encarar el género durante los 90 minutos. La huella de un pasado tirante y que no utilice técnicas de flashbacks para que conozcamos detalles, dispone en nuestras mentes de la libre imaginación. Un recurso excelente y autosustentable, que Verdoia introduce en el film de manera muy prolija.