Hay autores con un estilo tan propio que cuando irrumpe una novedad, es imposible no compararla; este es el caso de La Chica Salvaje, film basado en la novela de Delia Owens, que llega a los cines el próximo jueves 1 de septiembre. Situada a fines de los años 60 al sudeste de los Estados Unidos, la trama se centra en Kya Clark, una chica que creció sola en las marismas -terrenos bajos y pantanosos que inundan las aguas del mar-, en las afueras de la ciudad. No fue ni un día a la escuela y sobrevivía como podía, principalmente con la ayuda de una pareja que tenía un negocio en la zona. Un día es acusada de la muerte de un joven, y a lo largo del juicio tanto el jurado como los espectadores conocerán su vida. La película tiene muchos de, por no decir todos, los elementos de una de Nicholas Sparks (Diario de una Pasión, Un paseo para recordar y La Última Canción) -quien casualmente también es escritor-: sucede en el sur estadounidense, hay una muerte, hay flashbacks, hay cartas y hay un triángulo amoroso. Pero en este caso no llega a conmover igual que todas las ya mencionadas. No es culpa del elenco encabezado por la actriz de Normal People y Fresh, Daisy Edgar-Jones, o la actuación de David Strathairn -que no sobresale, pero en este caso se agradece-. Hay algo en la historia que no llama a quedarse las poco más de dos horas de cinta; y es extraño porque el libro en el que está basado es un éxito en ventas y es un best seller. Tuvo tanta notoriedad, que una de las productoras del film es nada menos que Reese Witherspoon con su compañía Hello Sunshine. ¿Estaremos ante otro caso de “el libro es mejor que la película”? Las fallas más notorias aparecen en el final. Sin spoilear, hay unos detalles técnicos que para una película de estas características, no deberían ni existir. En pocas palabras, La Chica Salvaje empieza con una premisa muy interesante que se va diluyendo con el tiempo. Ni la canción original de Taylor Swift logra que la historia conmueva. Sin embargo, sí consiguió que el libro genere interés.
Es un film particular, basado en un best seller, que tiene toda una intriga policial, más el juicio de la presunta culpable, pero que se explaya con una mirada romántica y bella sobre la vida que sobrellevó una mujer sola, abandonada desde niña por toda su familia y que pudo sobrevivir en un ambiente de belleza y soledad. La fotografía de Polly Morgan le da a ese entorno de los pantanos de Carolina del Norte, una sugestión única, que invita a abandonar los detalles lógicos de lo que se cuenta, para entregarse a esa sugestión que tan bien lleva adelante la directora Olivia Newman. En el guión de Lucy Alibar no hay respuestas ni a como realmente sobrevivió esa niña en soledad, ni los detalles de su transformación. La atención esta sobre los momentos de abandono, los amores con dos hombres del pueblo y la desconfianza hacia toda posibilidad amorosa, luego de dos experiencias decepcionantes. Y como ante el asesinato de uno de esos hombres, las sospechas recaen en ella que por algo es estigmatizada como la salvaje y la distinta. Dasy Edgard-Jones, a quien ya admiramos en “Normal People”y “Under the banner of Heaven”, es la protagonista perfecta para esta visión un tanto almibarada de un destino que sorprende en el último minuto.
Melodrama en el estado más puro, en el relato de cómo una joven superó tragedias familiares y terminó convirtiéndose en una paria para la sociedad, se termina por construir una entretenida y efectiva propuesta, que, claramente, se apoya en la lograda actuación de Daisy Edgar-Jones.
Nada es lo que aparenta en la adaptación del best seller de Delia Owens Basada en la novela de 2018 Where the Crawdads Sing o Donde cantan los cangrejos (escrita por la bióloga y especialista en vida salvaje Delia Owens), cuya primera edición fue humilde en base al éxito inesperado en que el libro se convirtió, con una venta, cuatro años después, de 15 millones de ejemplares, llega a los cines La chica salvaje, dirigida por Olivia Newman. La película está ambientada en la zona de Carolina del Norte, entre las décadas de 1950 y 1960, y suma al marco silvestre elementos de romance, literatura y cierta cuestión poética, además de misterios relativos al crimen que complica a Kya, la protagonista, atravesada por los hechos que forman parte y sostienen gran parte del relato. El origen y el crecimiento de la niña que crece sola en la casa semidestruida en los pantanos, de la que cada uno de los integrantes escapa en orden como los payasos saliendo del coche (en una correlación de escenas que dan risa) es pobre y difícil de asimilar para el espectador, en el contexto del drama que está observando. La adaptación es bastante terrible y difícil de ver. Estructurada en base a las líneas temporales que conforman la historia, tiene falencias graves a gravísimas, sobre todo de la mitad hacia el final. Puedo decir que eventualmente el inicio y el desarrollo de la historia de la joven del título, interpretada por Daisy Edgar-Jones, son casi lo único posible de rescatar en el estado de confusión que reina en el film. La película que suma en su elenco a otros nombres como Taylor John Smith, Harris Dickinson, David Strathairn, Michael Hyatt y Ahna O’Reilly, tal vez comete el error en confiar en la supuesta facilidad que resultaría en reformular un relato literario en uno audiovisual. Ni es sencillo ni es tan redondo como parece, y para una muestra La chica salvaje.
Basada en uno de los libros más vendidos de Estados Unidos, escrito por Delia Owens, «La chica salvaje» se centra en Kya, quien ha vivido desde pequeña en las marismas de una localidad de Carolina del Norte, llamada Barkley Cove. La película nos presenta, en un primer momento, el misterio de un asesinato ocurrido en el año 1969, y desde allí damos cuenta de la discriminación que ha sufrido la protagonista desde su infancia. Es que Kya es la principal sospechosa de la muerte de Chase Andrews (interpretado por Harris Dickinson), cuyo cuerpo fue encontrado en el pantano. Sin pruebas de ello, la población está convencida de su culpabilidad, menos aquellas personas que siempre la defendieron y la ayudaron a sobrevivir a lo largo de los años, como quien asume su rol de abogado, Tom (interpretado por David Strathairn), quien no duda en defenderla y Kya no duda en contarle su historia desde un principio. En ese momento, la película nos transporta al primer flashback, a 1953, allí veremos la infancia de Kya (interpretada de pequeña por Jojo Regina), junto a sus padres y sus cuatro hermanos, quienes son víctimas de la violencia ejercida por su padre, un ex militar, quien atenta contra su esposa constantemente. La crueldad no es solo ejercida por su padre sino también por sus compañeros de escuela, a la que no fue bien recibida y tuvo que abandonarla en el primer día. «La chica salvaje» ahora se encuentra en una situación compleja, enfrenta el juicio donde la acusan de asesinato, donde nadie duda que es la culpable. El pueblo la señala todo el tiempo y le cuesta salir de ello. A medida que la historia avanza, conoceremos más detalles de su vida, como una relación amorosa fallida que siempre recuerda. En la película el espectador encontrará nombres que seguro conocerá, por ejemplo, la actriz que interpreta a Catherine Danielle Clark, apodada Kya, es Daisy Edgar-Jones, reconocida por su participación como Marianne en la famosa miniserie «Normal People». Asimismo, está producida por la actriz Reese Witherspoon y posee una canción original de Taylor Swift, llamada «Carolina», que nos cuenta las sensaciones de la protagonista y su relación con el espacio donde siempre vivió. En resumen, «La chica salvaje» es una película de suspenso, pero también es una historia de amor, no solo de la protagonista con quien se enamoró, sino de la misma con la naturaleza, la que le permite conectarse, es su fiel compañía a lo largo de los años y le permitió hasta avanzar profesionalmente. Con buenas actuaciones y destacable fotografía, «La chica salvaje» atrapará al público fanático de las historias románticas, aunque también el suspenso y el misterio son componentes importantes en la película.
De la directora Olivia Newman, con guion de Lucy Alibar, "La Chica Salvaje" cuenta historia de Kya (de niña Jojo Regina, luego Daisy-Edgar Jones) que ve partir a su madre debido a la violencia física y verbal de su padre. Luego uno a uno, sus hermanos y hermanas harán lo propio. Queda su padre (Garret Dillahunt) un alcohólico y golpeador que también la abandona. Kya es la única que permanece en la casa familiar rodeada de un pantano, en Barkley Cove, Carolina Del Norte. Sólo cuenta con el apoyo de sus vecinos, una pareja dueña de una pequeña tienda de comestibles , (Sterling Macer Jr. y Michael Hyatt) quienes sin serlo de manera legal, ofician de "protectores" de la pequeña que debe abrirse camino sola, ante el bullying que sufre por parte de sus compañeros cuando quiere asistir a la escuela porque no tiene zapatos ni ropa adecuada y está siempre sucia. Cuando pasan los años, Kya crece y se dedica a retratar la naturaleza, con mucho detalle que guarda en distintos cuadernos. Un día la tragedia golpea a la comunidad: unos jóvenes encuentran el cadáver de uno de sus pretendientes de la joven, Chase Andrews (Harris Dickinson) un muchacho a veces tierno, otras violento, quien le propone casamiento, pero jamás la presenta en sociedad. Kya descubrirá que su vida está llena de mentiras. Las sospechas del asesinato caen sobre su "novia" y es llevada a prisión y enjuiciada. El abogado (David Strathairn) se ofrece a ayudarla y se transforma en su apoyo. Hay un detalle muy importante, desde la infancia la acompaña Tate (Taylor John Smith) como amigo, luego como el adolescente que le enseña a leer y escribir para transformarse en el primer amor, él será quien le insista para presentar sus dibujos en las editoriales para ser transformados en distintos libros. La película propone varios temas como la historia familiar de Kya, la violencia, los hombres de su vida y finalmente el asesinato de Chase. La calma del lugar es protagonista, aunque como la naturaleza, puede virar hacia otro el extremo. Con buenas actuaciones, el film entretiene.
“La Chica Salvaje” (no tanto). Basada en una novela de Delia Owens, llega esta transposición al cine, que de salvaje tiene muy poco. La trama sigue a Kya Clark (Daisy Edgar-Jones), una niña que se cría prácticamente sola en los pantanos del sur profundo de los Estados Unidos. Varios hermanos, una madre idealizada, compañera… hasta que aparece el padre. Un ser violento, golpeador. Por lo que un día la mamá decide huir del hogar bucólico inmerso en las marismas, dejando a sus hijos a merced del monstruo. Y así sucesivamente comienzan a dejar el hogar uno a uno los demás hijos, salvo la pequeña Daisy que tolera como puede el comportamiento de su padre (y espera ilusionada que vuelva su madre). Pero un día… este también la abandona, y ella queda sola, contando con la única ayuda civilizada de los almaceneros del lugar, y juntado almejas para tener algo de dinero. Cabe destacar que tiene un don para dibujar, y de esto se da cuenta Tate (Taylor John Smith), un joven del que se enamora perdidamente, y quien incentiva su virtud. La película comienza con la “salvaje” sentada en el estrado, acusada del asesinato de Chase Andrews (Harris Dickinson), otro de sus pretendientes. A partir de aquí flashback, retrocedemos en el tiempo para conocer la historia de Kya, qué la llevó a ese lugar, cómo se vinculó con estos dos hombres. La cinta tiene poco de suspenso, o de seguir de cerca el tema del crimen; por el contrario, relata una gran historia de amor rosa y cliché, al estilo Corin Tellado. Por otro lado, se dificulta bastante creer que la protagonista es un espíritu salvaje. Hay un problema de verosimilitud en ese universo Sarah Kay, donde las mariposas de colores se posan en las hermosas flores silvestres. Ella viste muy bien, habla muy bien, y su comportamiento no se condice con algún aspecto primitivo del ser humano. En concreto, un relato que aborda con superficialidad los aspectos más oscuros (o complejos) que aquí se insinúan (padre golpeador, la sexualidad, un asesinato); para devenir en un melodrama grosero y edulcorado.
Llega a nuestros cines una película romántica que, tras verla, podemos decir que apunta a un público adolescente, y que nos recordó a otros proyectos con el mismo target. Así que, sin más preámbulos, veamos qué tal es La chica salvaje. En la película seguimos a Kya, una chica que se cría sola en los pantanos de Carolina del Norte luego de que toda su familia abandona el lugar. Con el paso de los años, vemos cómo se va adaptando a la soledad, mientras conoce a un joven local que siempre se interesó por ella. Pero como en toda historia de amor, algo malo tiene que pasar… Si notaron cierto tono irónico en la última oración, es que fue a propósito. Y esto lo decimos porque estamos ante una película romántica adolescente/joven adulta que sigue la misma estructura de proyectos que ya nos sabemos de memoria. Pero con la diferencia de que ahora todo pasa en un entorno pantanoso (y con un cgi dudoso de fondo). Pero siendo honestos, la película tiene algunas virtudes. La que más destaca es su protagonista Daisy Edgar-Jones, de quien ya había sido advertido de que era buena actriz, y en este proyecto lo demuestra. La chica logra hacer creíbles todas las emociones que debe mostrar, cómo la tristeza, el amor y desamor, la ira y en especial, la soledad. Porque La chica salvaje habla bastante de eso, y de cómo a veces nos aferramos a personas que a la vista se nota que no son buenas, solo por no quedarnos solos. Esa última sub trama, y la de un juicio que presenciamos como excusa para que la protagonista cuente su historia, es de lo mejorcito. Una pena que sean eso, secundarias, quedando relegadas por la típica historia de amor empalagosa, donde vemos como una chica que creció en la naturaleza de golpe tiene la dentadura y el pelo mejor que una Miss Universo, y que todos los hombres de su misma edad parecieran sacados de una propaganda de Hugo Boss. Lo que dijimos al inicio, una trama amorosa vista hasta el hartazgo, y que no se esfuerza por ofrecer nada nuevo. Poco más se puede decir sobre La chica salvaje. Sé que no soy el público objetivo para estos proyectos, pero también siendo imparcial, debo mencionar sus obvios problemas estructurales y los clichés en los que cae. Después, depende de ustedes si le dan una oportunidad o la dejan pasar.
Criteriosa versión fílmica de un éxito editorial. Este filme está basado en el libro homónimo de Delia Owens que se logró convertir en un best seller gracias a la recomendación de la actriz y productora Reese Witherspoon que quedó maravillada con la novela y se deshizo en elogios en su web personal, visibilizándola de forma masiva cuando hasta ese entonces estaba pasando más bien desapercibida. La historia nos narra la vida de Kya, una chica que creció en los pantanos de Carolina del Norte, rodeada de la naturaleza, pero pronto se ve involucrada en un asesinato que no cometió. Contrario a las historias coming of age, donde todo nos lo pintan color de rosa, la trama tiene no sólo tintes policiales, sino que también logra que empaticemos con Kya (interpretada magistralmente por Daisy Edgar-Jones), que pasó de la violencia familiar al abandono para refugiarse en la naturaleza y poder reconstruirse como persona. El factor discriminación es un elemento que constantemente se remarca y eso tiene que ver con el contexto que nos presenta la historia. A Delia Owens le llevó años escribir la novela y no pareció importarle tener más de 70 al momento de su publicación. El tiempo valió la pena, los detalles con los que escribió fueron fundamentales para llevarla a la gran pantalla. Más que una ficción la historia parece una biografía de la propia autora (que vivió con su esposo en un lugar tan lejano como Islandia) de ahí la minuciosidad en su descripción sobre cómo plasmó la soledad y se refleja su imaginación si estuviera sola. Olivia Newman, que había dirigido First Match en 2018, le aportó drama, aunque también es común en las adaptaciones bajarle el tono para que tenga un público más accesible, con más que aceptables resultados. Si querés buscar un buen drama y alejarte de un tipo de cine que hoy se rige por el lema “vamos a ser inclusivos”, esta es tu película.
"La chica salvaje" es una transposición del best seller de Delia Owens, realizado por la productora “Hello Sunshine” de Reese Witherspoon. La chica salvaje (Where the Crawdads Sing, 2022) cuyo título original significa “donde cantan las langostas” es una transposición de la exitosa novela homónima de Delia Owens publicada en 2018. La película narra la historia de la joven Catherine Clark, conocida como Kya, (interpretada por Daisy Edgar-Jones, actriz que cobró popularidad principalmente por la serie televisiva Normal People), quien se crio prácticamente sola en una casa humilde en medio de la naturaleza. Por dicha razón, siempre fue vista por la prejuiciosa gente del centro de forma peyorativa y llamada despectivamente Marsh girl (“la chica del pantano”). En consecuencia, tras la policía local investigar la dudosa muerte de un popular joven de la ciudad Chase Andrews (Harris Dickinson) cerca de la marisma donde vive Kya, la acusan de homicidio, pues al parecer hay un secreto entre ambos. A partir de allí, el relato anacrónico alterna entre el proceso penal que debe enfrentar Kya, con su crecimiento desde 1953 hasta 1969, el punto cero temporal. De este modo, el largometraje mediante la combinación de características de distintos géneros cinematográficos como el misterio, el suspenso, el drama, el trial movie y el romance y una excelente dosificación de la información, logra mantener intrigado al público. Respecto a la novela, el filme parece ser bastante fiel a la misma, modificando principalmente su estructura. Mientras el texto literario se divide en dos partes sucesivas, una correspondiente a los años ´50 y la niñez de la protagonista, la segunda parte refiere a lo ocurrido en los ´60. Es decir, que la obra cinematográfica realiza narrativamente vaivenes temporales entre ambas líneas temporales. La chica salvaje es una propuesta muy interesante, no solo porque formalmente se va construyendo como un rompecabezas, sino también porque plantea varias cuestiones sociales interesantes desde una sentida perspectiva de género, en términos feministas. La obra representa una contundente crítica a las instituciones familiares, el sistema educativo y ese microcosmos social. Cuando de niña Kya intenta integrarse a esa comunidad, es expulsada por la misma constantemente. Tan solo cuenta con la ayuda de una pareja de afroamericanos, un abogado y su primer amor Tate Walker (Taylor John Smith). Siempre es mirada por el resto de forma discriminatoria, un ejemplo de ello es cuando la policía local registra su cabaña, al observar los elementos de la naturaleza que conserva es calificada como “científica o bruja”, lo cual esboza sintéticamente la juzgante mirada patriarcal que históricamente define dualmente a las mujeres en opuestos. Sin embargo, el audaz temperamento de la joven no se quebranta fácil, tal como ella expresa sobre esa sociedad mediocre: “no me juzgan a mí, se juzgan a ellos mismos”. En consecuencia, el aspecto más positivo de esta conmovedora y emotiva película reside en cómo es representada la resiliencia de la protagonista. Kya, a pesar de su infancia difícil debido a la violencia intrafamiliar provocada por su padre alcohólico, y al posterior abandono de su madre y sus hermanos, es una mujer capaz de empoderarse por sí misma, en su humilde casa, ganando su propio dinero, quien gracias a su talento para dibujar y observar la naturaleza logra publicar su libro sobre etología. Y aquí es donde hacen sentido las palabras pronunciadas por Virginia Woolf (en tiempos en que el acceso femenino a la educación universitaria todavía era complicado): “una mujer debe tener dinero y un cuarto propio si va a escribir ficción…”. Por ende, vinculando dicha cita al filme se podría decir una mujer debe tener dinero y un cuarto propio para sobrevivir. El eje principal que atraviesa todo el relato es que “cada criatura hace lo que debe para sobrevivir”, algo que Kya aprendió observando las luciérnagas hembras en la marisma. Es decir, que la lógica que mueve la acción de la protagonista es lo que Darwin calificó como la supervivencia del más apto. Pero esa supervivencia en Kya no es despiada, es por necesidad, porque comprende que vivir aislada por elección es una cosa, pero que vivir con miedo es insoportable. Es por ello que recién en la adultez y atravesando una situación similar, la joven entiende porqué su madre ha tenido que irse. En conclusión, a pesar de su predecible vuelta de tuerca sobre el desenlace -al menos para el espectador entrenado- y de un detalle que desencaja del aspecto etario de la esposa del difunto, La chica salvaje es una película que vale la pena puesto que invita a la reflexión al representar vínculos tóxicos. La narración no juzga a Kya, la comprende, ella es la única que permanece a diferencia de sus hermanos, porque la conexión que posee con la naturaleza es tan especial que no puede irse. Por ende, no es casual la elección del nombre Kya que en el idioma luganda significa "pertenecer", recordemos que la autora del texto literario es zoóloga y vivió en África. Lo valioso de esta historia reside en que al igual que una mariposa Kya se transforma, logrando realizarse como persona gracias a su peculiar mirada del mundo. De allí la importancia de su título original Where the Crawdads Sing, que refiere a lo lejos, allí donde las criaturas son salvajes, donde aun se comportan como tales.
Reseña emitida al aire en la radio.
Una joven criada sola, en los pantanos de Carolina del Norte, se convierte en sospechosa de un supuesto asesinato en esta traslación al audiovisual de la novela más vendida de Delia Owens. “Donde Cantan los Cangrejos”, tal el titulo original, es una historia que intenta transitar sobre las diferencias, el rechazo, el estigma, también la supervivencia. No solo no lo logra, sino que evita establecer otros temas que “aparecen” como raza, el genero, las clases sociales, pero que no parecen tener relevancia para el relato. De hecho los personajes masculinos son tan estereotipados que por momentos mueven a risa. También los femeninos fallan en su construcción y
I forgot that you existed It isn’t love, it isn’t hate It’s just indifference UNA DOMESTICACIÓN Esbozar algún comentario cinematográfico sobre Where the Crawdads Sing me resulta bastante difícil. Se vuelve muy difícil sortear su medianía, su desgano, su esquiva capacidad de generar tensión, de jugar con las expectactivas, de trascender las formas más elementales del relato de ficción para adentrarse en la especificidad, en aquello que convierte a una película en un universo ineludiblemente propio. Adaptando el best-seller homónimo de Delia Owens (el difícil de traducir “Donde cantan los cangrejos de río”, así y todo mucho más poético que el genérico “La chica salvaje”, título en castellano que le resta todavía más identidad a todo el asunto), la guionista Lucy Alibar organiza una estructura que propone flashbacks, saltos temporales y una batería de recursos narrativos que permiten maquillar un poco una historia mustia, poco interesante, cuyos oxidados engranajes sólo pueden mantenerse en funcionamiento con una presencia como la de la protagonista que afortunadamente -pero no merecidamente- posee: Daisy Edgar-Jones, quien alcanzara la popularidad gracias a la serie irlandesa Normal People. Algo de la sinceridad, la ternura y las complejidades de aquella serie le vendrían muy bien a Where the Crawdads Sing en la cual Edgar-Jones compone a una chica buena, buena, ¡buenísima! que ama la naturaleza, tiene un don para el dibujo y habita en una derruida casa familiar en los pantanos de Carolina del Norte. Flashback va, flashback viene, de a poco se nos irá revelando (o enumerando: una revelación reviste cierta capacidad para el asombro, del cual esta película carece por completo) más sobre la dura vida de nuestra protagonista: tras sufrir el abandono de su madre y de sus hermanos por los maltratos de un padre alcohólico, eventualmente ella ha terminado teniendo que valerse por sí misma en aquella casa familiar. Sus experiencias en el amor han distado, también, de ser felices: ghosteada por su primer amor (quien, luego de enseñarle a leer y escribir e irse a la universidad, promete un regreso que nunca parece concretarse) termina involucrada con un segundo joven, que la convence menos y también parece ser un mucho peor partido que el anterior. Acusada del asesinato de este segundo amante la encuentra la película en su primer acto, como principal sospechosa y chivo expiatorio de una comunidad que la desprecia sin siquiera conocerla. En este punto de partida -el de una ermitaña fuente de leyendas, odiada por una comunidad que la acusa injustamente porque siempre es más fácil expulsar al ajeno que señalar al propio- ya radican todas las dificultades de verosímil que la película plantea (que son muchas, y vuelven a la posibilidad de involucrarse con algo de lo que pasa en una hazaña realmente pedregosa). Where the Crawdads Sing nos pide que, de alguna manera, aceptemos un verosímil en el cual una joven blanca y hegemónica como Edgar-Jones -cuyo cutis parece ser el resultado de la mejor rutina de skincare que el dinero del primer mundo puede pagar, con un pelo Pantene impecable y refulgente, con ropas de segunda manera que parecen diseñadas a medida de la actriz- podría ser una especie de Robinson Crusoe del pantano, una paria que merece la desconfianza y el rechazo de toda la población. Daisy Edgar-Jones es una gran actriz y puedo creerle muchas cosas, pero “ermitaña del bosque” no es una de ellas. A lo largo de dos horas que se vuelven muy tediosas, la trama deambula, pelotea, entre varias escenas de la vida de la protagonista que nos permiten explicar, obedeciendo a los más elementales criterios narrativos, cómo es que ella ha terminado en esa posición. Las escenas del juicio carecen de toda tensión, y son mayormente un disparador para remontarse a otras escenas, de mayor carga dramática pero igual de anodinas. Los dos galanes eventualmente entrarán en conflicto y ella encontrará la fortaleza para poder forjarse la vida que desea. La película clausura con una potente revelación y encuentra, en una secuencia de montaje que recorre los últimos años de la protagonista, cierto vuelo. Lamentablemente, es entonces cuando Where the Crawdads Sing opta por clausurar el relato y pasar a los créditos, en los cuales Taylor Swift entona “Carolina” -compuesta específicamente para esta película-: “Oh, Carolina creeks/running through my veins…“. En estos dos versos de apertura, la cantautora ya captura algo que Where the Crawdads Sing jamás consigue plantear con los recursos del cine, una suerte de simbiosis entre cuerpo y naturaleza que ata a la protagonista a su tierra y, a la vez, la libera. Nos permite pensar en otra película posible, una más atenta a lo sensitivo y menos a la explicación, menos preocupada por construir relato a partir de volteretas temporales y más concentrada en las posibilidades poéticas de esta simbiosis. Lamentablemente el resultado es una película genérica, intercambiable, en el cual hasta la propia Edgar-Jones termina anulada, domesticada, por una producción que de salvaje tiene muy poco.
En el 2018 la autora Delia Owen, quien no tenía antecedentes en la ficción, publicó la novela Where the Crowsdads Sing, que combinaba el género coming-of.-age con los misterios policiales y el drama judicial. El libro no tuvo mayor repercusión hasta que Reese Whiterspoon lo destacó en su página web, Hello Sunhsine donde comparte sus lecturas favoritas. La recomendación se volvió viral y Owen terminó por vender 15 millones de ejemplares que le aportaron una base de fans que no tenía hasta ese momento. La actriz eventualmente compró los derechos de la novela y la adaptó con un presupuesto limitado de apenas 23 millones de dólares. Junto con la última película de Sylvester Stallone, Samaritan, La chica salvaje (como se tradujo en nuestro país) se convirtió en uno de los estrenos que más dividieron las opiniones entre la crítica y el público. La prensa norteamericana la aniquiló con furia pero el público la apoyó y el proyecto de Whiterspoon sobresalió entre las grandes revelaciones taquilleras del 2022 al recaudar más de 100 millones de dólares. ¿Es tan mala como adelantaban las críticas? Ni de casualidad. El film presenta tal vez una versión un poco más endulcorada de la obra original que es más densa en su contenido. Sin embargo, con todas sus falencias resulta mucho más digna que los típicos bodrios de Nicholas Sparks. La dirección corrió por cuenta de Olivia Newman, quien previamente realizó el drama deportivo First Match (disponible en Netflix), donde se podía percibir adoración por el melodrama. La chica salvaje encuentra sus mejores momentos cuando le dan un descanso a las tribulaciones sentimentales de la protagonista para centrarse en el misterio policial que la rodea. Daisy Edgar- Jones ofrece una muy buena interpretación en el rol principal que deja la impresión que no llegó a ser del todo desarrollado. Muy especialmente en lo referido al aislamiento social con el que se crío y sus repercusiones psicológicas. Al relato de Newman no le interesan estas cuestiones y opta en cambio por desarrollar un culebrón más tradicional de esos que suele producir en masa el canal Lifetime. En los aspectos técnicos es una producción cuidada que captura mu bien la cultura sureña de los Estados Unidos de los años ´60. David Stratham es la figura más destacada del reparto secundario en el rol del abogado de la protagonista que opera como una especie de Atticus Finch (Matar a un ruiseñor) dentro de la novela de Delia Owens. Para quienes se enganchen con este tipo de historias es una película que consigue brindar un espectáculo decente dentro de su género.
La chica salvaje es una buena historia de resiliencia y autosuperación que podríamos catalogar como feel-good movie pese al sufrimiento de su personaje principal. Nos encontramos con un film muy redondo, muy correcto, pero también muy previsible. Y eso hace que a la largo (puede que también en corto plazo) sea olvidable. Algo rico para consumir, pero nada nutritivo. Si es que cabe una analogía gastronómica. Ahora bien, sin duda alguna el mayor atractivo de la película es la labor de Daisy Edgar-Jones, una actriz que viene en ascenso. Su rol aquí si será recordado por algunas personas y en poco tiempo cuando la vean en otros lugares, podrán decir “esa actriz es la de La chica salvaje”. La puesta de Olivia Newman está muy bien. Es su segundo film y hace un buen laburo, pero nada impresionante como para resaltar. No mucho más para agregar sobre este drama. Es una buena película que cumple con creces sobre su premisa y ejecución.
Sobreviviendo en la marisma La Chica Salvaje (Where the Crawdads Sing, 2022), segunda propuesta de la directora norteamericana Olivia Newman luego de la mediocre First Match (2018), es el típico producto que por un lado es festejado por el público, porque de hecho llena un espacio que el horrendo mainstream contemporáneo ya ni se molesta en cuidar, el de los melodramas adultos femeninos, y por el otro lado atacado por la prensa, tanto el segmento de las momias impotentes o menopáusicas como el de los tarados de menor edad, dos gremios igual de oligofrénicos y superficiales que sólo aceptan el relato hollywoodense más esquemático y desideologizado como supuesto “estándar” del séptimo arte, resabio del antiintelectualismo del Siglo XXI. Más cerca del melodrama de triángulo amoroso más ancestral que de la corrección política castrada de hoy en día y toda esa mierda woke de cartón pintado que se cree de izquierda, el film de Newman gira alrededor de una mártir femenina e infantil que fue traicionada por igual por las hembras y los machos, Kya Clark (Jojo Regina de niña y Daisy Edgar-Jones ya como adulta), hija menor de una familia menesterosa que vive en una casa precaria de los pantanos cercanos al pueblo de Barkley Cove, en el Estado de Carolina del Norte, y que en 1953 se queda sola a los siete años de edad porque su madre (Ahna O’Reilly) y sus cuatro hermanos abandonan progresivamente la residencia debido a las palizas del patriarca (Garret Dillahunt), un sujeto muy violento e inestable que asimismo se marcha de repente y así construye a nuestra mocosa indómita. El guión de Lucy Alibar, aquella de La Niña del Sur Salvaje (Beasts of the Southern Wild, 2012), de Benh Zeitlin, y Troop Zero (2019), de Amber Templemore-Finlayson y Katie Ellwood alias Bert y Bertie, sigue de cerca la novela original homónima del 2018 de Delia Owens, un bestseller que también combinaba en primera instancia la vida de Clark y su relación cuando adolescente con dos jóvenes, el ultra bonachón Tate Walker (Taylor John Smith) y el excremento con patas Chase Andrews (Harris Dickinson), y en segundo lugar la investigación por la misteriosa muerte del segundo en 1969 mediante una caída desde una torre de vigilancia contra incendios, lo que genera que Kya se convierta en la principal sospechosa porque fue escuchada amenazándolo de muerte si seguía acosándola luego de que la chica, una pescadora de mejillones, decidiese romper el vínculo romántico cuando descubre que Andrews, un playboy y estrella local de fútbol americano, está comprometido con otra ninfa, una burguesa soberbia y basureadora como él. Si bien el Sheriff Jackson (Bill Kelly) piensa que Clark, apodada “la chica del pantano” por los habitantes de Barkley Cove, es de hecho una homicida a sangre fría, un abogado de la zona, Tom Milton (el inoxidable David Strathairn), la defiende en un juicio en el que todos parecen prejuzgarla por años y años de marginación y burlas comunales muy crueles de las que sólo se salva un matrimonio negro propietario de un almacén, ese de Jumpin’ (Sterling Macer Jr.) y Mabel (Michael Hyatt), una dupla de semblante humanista que se apiada de esta huérfana tácita. La realización va mechando flashforwards de idiosincrasia jurídica criminal con Kya en el banquillo de los acusados aunque el núcleo central del relato pasa por la independencia de la protagonista, su gran afán de sobrevivir y el abandono cíclico que sufre, primero por su parentela, después a instancias de un Walker que se marcha a la universidad y no regresa por cinco años -a pesar de haberle prometido que volvería en apenas un mes, justo para un Cuatro de Julio- y finalmente cortesía de la perfidia del futuro finado, quien intenta violarla y como su padre adora usarla como saco de boxeo. El film en un principio acumula detalles algo chauvinistas (el único pariente que regresa es un hermano llamado Jodie -en la piel de Logan Macrae- que por supuesto es militar), cristianos pacatos (el progenitor de Tate, un pescador de camarones, lo convence con eufemismos de no tener sexo con la púber porque podría tener hijos y se quedaría sin estudios) y hollywoodenses bien descerebrados que apuntan a contentar al público burgués promedio (se supone que Clark es analfabeta -y de hecho esa es la excusa para que Walker se acerque a ella como docente improvisado- pero se expresa con suma eficacia y decoro e incluso muta de la nada en una naturalista con un enorme talento para dibujar a todos los animales de la marisma de Carolina del Norte), sin embargo de a poco la lógica aceitada del melodrama y del folletín va tomando el control de la trama y por ello la muchacha se convierte en una adalid de una autonomía que por suerte no es feminazi ni reniega del amor y el contacto con el prójimo con el que se debe convivir. En esencia la historia general de Owens, una zoóloga que también escribió unas memorias conservacionistas, Grito del Kalahari (Cry of the Kalahari, 1984), y es reclamada por la justicia de Zambia -junto al resto de su clan de los 70, 80 y principios de los años 90, sobre todo su ex marido Mark y su hijastro Christopher- por el verdaderamente insólito homicidio en el país africano de un cazador furtivo, es por demás simple y ello fue a parar al guión de Alibar y a la película rodada por Newman, logrando por cierto la proeza de que los 126 minutos totales de metraje no sean aburridos porque los clichés están bien condimentados con la trama policial, la crianza en soledad de la protagonista, los altibajos del corazón y el mismo desempeño de Daisy Edgar-Jones, una actriz británica maravillosa que viene de estelarizar la interesante Fresh (2022), debut en el largometraje de Mimi Cave, y que aquí oficia como una “belleza sutil negociada” entre la pose preciosista eterna del mainstream yanqui y lo que hubiese sido la realidad si de clase baja de los pantanos hablamos, léase entre la rubia celestial y siempre perfecta y la morocha o colorada sin dientes que no puede articular demasiadas palabras seguidas ni mucho menos conquistar al quarterback mega presuntuoso de la región, Chase, ni al otro carilindo pero en versión buena, Tate. Más allá de su previsibilidad y sustrato meloso hilarante, La Chica Salvaje es un opus digno del cine masivo actual que trae a colación cuánto se extrañan los melodramas adultos de antaño con personas y conflictos reales, lejos de la estupidez de todas esas franquicias de hoy en día…
La chica salvaje (Where the Crawdads Sing, Estados Unidos, 2022) está basado en un éxito libro escrito por Delia Owens en el año 2018, lo que le asegura cierta repercusión con el público. Pero por si esto fuera poco, tiene una canción original compuesta e interpretada por Taylor Swift. Está producida por Reese Whiterspoon y dirigida por Olivia Newman. Su protagonista, Daisy Edgar-Jones, ha sido vista en la película Fresh y en la miniserie Por mandato del cielo. En el rol de abogado del personaje central trabaja el veterano actor David Strathairn. Kya Clark (Daisy Edgar-Jones), también conocida como la niña de los pantanos por los habitantes de Barkley Cove, es una joven misteriosa y salvaje. Abandonada por su familia, la muchacha pasa la mayor parte de su vida en las zonas pantanosas del sur de Estados Unidos en los años 50. Cuando un hombre es encontrado muerto en el pantano y se lo vincula a Kya, ésta se convierte en la principal sospechosa de este caso de asesinato. La película entonces cuenta toda la infancia y la adolescencia de la protagonista, su pasión por la etología y su talento natural para dibujar. Sus amores, su lucha por convertirse en una persona educada y los conflictos que la llevaron a donde está. La protagonista es una actriz carismática y talentosa pero aún así su credibilidad como chica salvaje es escasa. No puede hacer nada frente a una puesta en escena que, salvo algunas escenas horrendas, trata de sostener la sobriedad para ocultar un guión lleno de lugares comunes, tonterías románticas mezcladas con denuncias sociales y finalmente una especie de película de juicio que nunca se vuelve interesante o poderosa. Todo el epílogo, obvio y feo, termina por cerrar una historia que parecía más sofisticada e interesante de lo que finalmente es. La canción es muy linda.
Aunque no carece de algunos excesos melodramáticos, esta película -adaptación literaria, además, algo que se nota en su estructura- tiene más de una componente interesante. La historia de una joven maltratada y abandonada sucesivamente por su padre y por su madre que se cría sola en un ambiente salvaje ya tiene bastante para generar la intriga del espectador, aunque no carece del subrayado sórdido del entorno familiar, que contrasta -este uso del paisaje es perfectamente cinematográfico- con el universo natural que termina siendo la verdadera patria de la protagonista. Luego hay un romance, una vocación, un intento de violación, un asesinato, un juicio (y sus prejuicios), que acercan la trama al thriller de suspenso sin serlo realmente. En esos momentos la película se vuelve más trivial, más “común”, porque sabemos cómo será todo e incluso podemos deducir la vuelta de tuerca final. Sin embargo, es el universo que rodea los hechos y el clima creado por la naturaleza en contraste con el accionar humano el que se lleva la atención del espectador. El vector es, sin dudas, el trabajo de Daisy Edgar-Jones como Kya, la protagonista de este cuento donde lo natural vence a lo sórdido pero no -nunca- del todo.
Lo mejor del filme termina siendo Edgar-Jones, quien, al igual que en Fresh, vuelve a demostrar una hábil interpretación de una joven tímida y de pocas palabras, aunque el material no le ayude lo suficiente.
Cuando Delia Owens, bióloga jubilada y especialista en vida silvestre, lanzó en el 2018 su novela Where the Crawdads Sing (en español La chica salvaje), nadie esperaba que su debut como escritora fuera un éxito en ventas. Nunca había publicado una obra de ficción, sin embargo, la novela vendió más de 15 millones de ejemplares y permaneció 168 semanas en la lista de los libros más vendidos en The New York Times. Olivia Newman dirigió la adaptación cinematográfica de la novela con el mismo nombre a partir de un guion de Lucy Alibar, y que fue puesta hace semanas en cartelera. Protagonizada por la joven actriz Daisy Edgar-Jones (reconocida por su trabajo en la serie Normal People), la historia sigue a Kya, una chica que vive en los pantanos de Carolina del Norte durante las décadas de 1950 y 1960. Exiliada por el resto del pueblo, la “chica salvaje” se encuentra acusada en medio de una investigación por homicidio, donde ella es la principal sospechosa. Así, durante casi dos horas, seguimos el juicio en su contra, mientras que a través de flashbacks conocemos la solitaria vida de Kya, su pasión por los seres vivos que la acompañan en los pantanos y la búsqueda del amor. Con una hermosa banda sonora compuesta por el canadiense Mychael Danna y Taylor Swift (sí, la única e inigualable, compuso la canción principal de la cinta), es una sencilla y un poco superficial película romántica mezclada con un juicio dramático. Si bien la dirección y la cinematografía son completamente convencionales, excepto por algunas hermosas tomas del atardecer en los pantanos, debo aclarar que la disfruté. Que gran plan es ver a Daisy Edgar-Jones enamorarse, no una sino dos veces de los galanes Taylor John Smith y Harris Dickinson; conocer su trágica historia familiar; verla triunfar y sobrevivir por su cuenta, puede catalogarse fácilmente como un confort movie para todos los fanáticos de las películas románticas. Sin embargo, no esperen ni originalidad ni una satisfacción completa al terminar la película, ya que lamentablemente los dos mejores aspectos de la cinta (el juicio y el romance) no alcanzan a cumplir plenamente su potencial. Me encantan las películas de juicios, el drama, la tensión, las críticas al problemático sistema de justicia norteamericano. El cine y la historia tienen múltiples ejemplos de lo influenciable que son los jurados, aún más estando enmarcados en una sociedad profundamente patriarcal y xenófoba, así que la tensión y la angustia por el destino de Kya es palpable y se mantiene hasta los últimos minutos. No obstante, lamentablemente las escenas del juicio resultan superficiales, quedándose en los clichés y ritmos esperados, y donde las líneas del abogado de Kya representado por David Strathairn, palidece frente a lo dramática que es la situación. Tampoco ayuda que estas escenas emerjan aparentemente de la nada, sin una razón perceptible, provocando que el ritmo se arrastre y nos haga desear estar de vuelta en las secuencias de los pantanos bañados por el sol, investigando sus criaturas y averiguando cómo sobrevivir de manera recursiva. Por último, si bien tiene un final satisfactorio, la película cierra de una manera tan vertiginosa y rápida, que no le hace justicia a los protagonistas, ni a los fanáticos del romance y de los finales felices.
La Chica Salvaje es una interesante mezcla de película de juicio, drama, suspenso y análisis sobre la condición humana, un filme sólido. En el link la crítica escrita completa, más la crítica radial más abajo, que es más informal, en los reproductores de audio solo, o de YouTube con video. La Chica Salvaje es una película muy efectiva que cuenta la historia de un asesinato A fines de la década del 60 en el sur de los Estados Unidos, en una zona dónde hay pantanos, mucha vegetación y un ecosistema denominado marisma, dónde vive una señorita que poco a poco fue abandonada por toda su familia y desde chica se ha criado sola entre los árboles y las lagunas de la marisma. esta chica se ha criado sola durante muchos años y es conocida en la traducción que llega aquí como “la chica salvaje”, aunque en realidad el sobrenombre original en inglés no es tan peyorativo, sino que es “the marsh girl” o sea literalmente “la chica de la marisma” cómo si dijéramos la chica del pantano, o algo asì. Refiriéndose al lugar donde vive, y no esta mala traducción que la denomina “la chica salvaje” que nos estaría indicando una persona totalmente criada fuera de la civilización, cómo sí lo fue el personaje de Christopher Lambert en Greystoke la leyenda de Tarzán. En este caso, la protagonista en cuestión es civilizada, porque si bien es cierto fue abandonada, previo a eso fue criada por su familia, y además luego tuvo un novio que le enseñó a leer. Una vez que empezó a leer empezó a consumir libros de manera desaforada, y así logró tener una muy buena instrucción inclusive. En el comienzo del filme vemos que un conocido de esta chica ha muerto en la marisma cerca de donde vive ella, e inmediatamente el pueblo entero que tiene mucho prejuicios sobre esta señorita (excepto unas pocas personas) deciden que ella lo mató, la arrestan, y la llevan a juicio; y ahí empieza la dinámica de la película, que se va contando entre el presente del juicio y los flashbacks del pasado, donde se ven lo que ya mencionamos y las relaciones diversas que ha tenido con varios personajes a lo largo de los años, entre ellas, la relación con el muchacho que apareció muerto, que no sabemos si tuvo un accidente al caerse de una torre, o bien pudo haber sido empujado. La película se toma el tiempo de desarrollar bien los personajes, especialmente el de la protagonista, cuya vida se ve en pausa, porque puede terminar sí es encontrada culpable de asesinato, y la película desarrolla su personaje hasta la última escena, lo cual es un enorme mérito y esto hace que a uno le importe fuertemente el destino de la misma. El film también trata tangencialmente otros asuntos, que por considerarse spoiler no serán tratados aquí, pero es interesante además el análisis que hace sobre la relación entre el ser humano, y la naturaleza; y la condición animal del mismísimo ser humano. Y de cómo intentos civilizatorios tales como la organización a través del estado, y su brazo represor que intenta dar justicia, pueden ser menos evolucionados que las situaciones que se pudieran dar en la naturaleza, qué a su vez tienen una lógica impecable. Drama, suspenso, reflexión, y emoción, todos tienen lugar en este filme, solo para adultos, qué vale mucho la pena ser visto. Cristian Olcina
Esta versión cinematográfica de la novela de Delia Owens «Where the Crawdads Sing» sigue al pie de la letra el manual de adaptaciones de best sellers para cine. En HBO Max. Películas como LA CHICA SALVAJE podrían ser usadas como ejemplo de cómo filmar de una manera previsible y obvia de un best seller literario. Todos los elementos clásicos de las convencionales adaptaciones están ahí: la literaria voz en off, los bellos paisajes, el drama teñido de un costado policial, el sufrimiento bien fotografiado, el paso del tiempo con maquillaje incluido y la excesiva duración. Da la impresión que la realizadora leyó el manual de la adaptación literaria y lo siguió paso por paso. El problema es que no le salió, digamos, LOS PUENTES DE MADISON sino algo más parecido a una rutinaria y algo avejentada telenovela. El film, basado en la popular novela WHERE THE CRAWDADS SING, de Delia Owens, que vendió 15 millones de ejemplares en los Estados Unidos y que fue comprado por la compañía productora de Reese Witherspoon (especialista en producir este tipo de materiales), cuenta la historia de Kya Clark, una chica que vive en los pantanos de Carolina del Norte. En la versión para cine la conocemos ya veinteañera, a fines de los años ’60, cuando, tras la muerte de un popular joven de la universidad local en una zona cercana a la que ella vive, es acusada de haber sido la culpable. Kya es llevada a juicio y a partir de allí la película vuelve para contar su historia desde su infancia en los ’50, regresando de vez en cuando a los testimonios del caso. La suya es una historia de marginación y opresión, de un padre alcohólico y violento que maltrataba a su mujer y a sus hijos, de una madre que los abandonó y lo mismo fueron haciendo sus hermanos hasta que la pequeña Kya se quedó sola con el padre, quien desaparecería del mapa poco después. Sin casi relacionarse con el resto de la sociedad, la chica se educó sola (fue un día solo al colegio y terminó escapándose) y de a poco fue conectándose con la naturaleza al punto de convertirse en una especialista en el comportamiento de la fauna y flora del lugar. Mientras el juicio avanza –con el pueblo dejando en claro toda su violencia (y sus prejuicios) para con la chica y su abogado defensor (David Strathairn) haciendo lo posible para probar su inocencia–, el guión de Lucy Aliber va mostrando sus primeros romances, sus decepciones, sus primeros éxitos literarios y algunos de los agresivos personajes de la ciudad que la rodean, entre ellos la víctima del asesinato por la que se lo acusa, un tal Chase Andrews. Es claro que se trata de un tipo violento y mentiroso que se aprovecha de ella de formas un tanto crueles, pero de ahí a que ella lo haya matado parece haber una gran distancia, además de una enorme diferencia de poderío físico. Es así que la película bascula entre el melodrama romántico y la trama policial. En el primer caso pasa más que nada por la relación entre Kya y Tate (Taylor John Smith), un universitario interesado también en la naturaleza. Y lo segundo por la manera en la que todo el mundo parece decidido a culparla aún cuando no hay pruebas. Pero el modo principal de la película será prolijo, meloso y de baja intensidad, más allá de alguna que otra escena violenta. En cierto modo LA CHICA SALVAJE parece retomar el modelo clásico del «best seller femenino» que parecía haber empezado a desaparecer en estas épocas más feministas. De todos modos, ese costado está presente, solo que perdido dentro del pastiche telenovelístico que presenta Newman. Si bien Edgar-Jones (NORMAL PEOPLE) es una excelente actriz, los clichés a los que apela esta historia terminan rebajando todo a un terreno bastante básico. La película no hace más que colorear, de la manera más escolar posible, lo que estaba en la novela. Y no mucho más que eso.
UN CRIMEN DISCUTIBLE EN EL SUR PROFUNDO Son los años 60 en Estados Unidos. En los pantanos de Barkley Cove, un pueblo pesquero de Carolina del Norte, aparece el cadáver de un hombre. Casi de inmediato, tanto las autoridades como la mayoría de los lugareños apuntan a la Chica Salvaje, una mujer que vive aislada en una casa dentro de la marisma. Sobre ella corren rumores, que van desde acusaciones de brujería hasta considerarla el eslabón perdido, pero son pocos los que parecen conocerla realmente. Uno de ellos, un abogado ya retirado, decide defenderla en el juicio por homicidio, pero antes necesita escuchar su versión. Y es así como la Chica Salvaje, desde su celda, comienza a relatar su historia. Basada en la novela de Delia Owens, La chica salvaje arranca como un policial, con su posterior instancia jurídica, pero pronto deriva hacia un territorio que la emparenta con la literatura de Carson McCullers, Flannery O’Connor y Harper Lee. En una geografía digna del gótico sureño, la historia de Kya, la Chica Salvaje (interpretada por Daisy Edgar Jones) está atravesada por la pobreza, la pérdida y la soledad, con la familia como un concepto que arrastra anhelos y desgracias. Ese primer tramo, que narra la infancia de la protagonista en la forma de un largo flashback, funciona como un relato de iniciación en un contexto violento. Ahí, la directora Olivia Newman logra articular la hostilidad interna, la del padre abusivo y la madre que se va, con la externa, donde casi toda la población rechaza a Kya y la convierte en objeto de burlas y prejuicios. Cuando la protagonista crece también crecen los problemas, no solo para ella sino además para la película, que ingresa en un terreno edulcorado y opuesto a lo que veníamos viendo. Tal vez haya una intención de contrastar entre lo malo, lo bueno y nuevamente lo malo, pero lo cierto es que incluso desde lo formal, promediando la mitad, la película se vuelve un poco torpe, con planos que la asemejan a ciertas historias juveniles de amores contrariados. Siendo justos, toda la cuestión de la observación de la naturaleza y la relación que Kya entabla con ella, a partir del estudio y de los dibujos, tiene su cuota de interés, y equilibra un poco la que seguramente sea la parte más aletargada del film. El problema mayor viene después, con el final, y es casi imposible analizarlo sin revelar el giro decisivo de la trama. Pero podemos decir que es cuanto menos polémico, y que sin dudas abre interrogantes sobre las verdaderas intenciones de la película. El conflicto no aparece por el hecho en sí, sino porque traiciona y casi que invalida lo visto hasta ese momento, en una historia que parecía decir que la justicia en la corte sí podía ser justa. Podríamos establecer una relación con El secreto de sus ojos y su también polémico final, aunque en aquella película, la noción de justicia por mano propia podía considerarse sustentada por el fracaso previo de la Justicia como institución. Lo que sucede acá termina por parecerse más a un grito de guerra, que además de no sostenerse narrativamente (pasado el impacto, lo pensamos dos segundos y no tiene sentido), atenta contra una película interesante y con algunos méritos.