Con un guión que firma Jane Anderson, basado en la novela de Meg Wolitzer, la película sobre los vaivenes del matrimonio, está protagonizada por Glenn Close -Atracción fatal y Relaciones peligrosas, entre otras tantas- y Jonathan Pryce, reunidos bajo la batuta de Björn Runge. Parece una rareza que un filme de la actualidad reúna a una dupla de setenta años y hable de las relaciones de pareja -una lástima el trailer que spoilea-: Joan -Close-, es la esposa dulce y que está en todos los detalles de la vida de su marido David Castleman -Pryce-, un exitoso novelista estadounidense que es galardonado con el Nobel de Literatura. El viaje de la pareja a Estocolmo para recibir el premio altera la rutina y la convivencia de ambos y deja al descubierto un secreto bien guardado. Con esta estructura, el relato alterna el pasado a través de flashbacks en los años 50 -cuando Joan y David se conocieron como alumna y profesor- y un presente rodeado de aduladores en un ámbito aristocrático al que ninguno está acostumbrado. La historia trae también a los hijos -uno de ellos es también escritor y arrastra varios conflictos durante la estadía- y al periodista Nathaniel Bone -Christian Slater- quien prepara la biografía de Joe y los persigue sin descanso hasta Suecia, intuyendo un ardid que intentará sacar a la luz. Se trata de un drama marital bien narrado y magníficamente interpretado por una hipnótica Glenn Close, nominada en seis oportunidades para el premio Oscar, que da con el gesto adecuado y sin grandilocuencias en cada una de las escenas, mutando de la mujer sumisa y compañera a una que quiere un cambio en su vida. Quizás es ésta labor la que la haga abrazar la ansiada estatuilla de Hollywood. Por su parte, Pryce no se queda atrás con su David de espíritu donjuanesco, exaltado por la presencia de una joven fotógrafa. El film combina acertadamente humor y drama en las dosis justas, colocando en primer plano la postergación de Joan en una relación amorosa que lleva cuarenta años de escritura, pasión e infidelidades.
Más que un rumor, en Hollywood todos dan por descontado que Glenn Close después de seis nominaciones y ningún Oscar, con este trabajo finalmente tendrá su estatuilla. Y los pronósticos se basan en una realidad imbatible: el trabajo de la actriz en este film es sencillamente impresionante. Sin exageraciones ni guiños fáciles ella le da a su personaje una carnadura única. Es una mujer atravesada por una crisis, por heridas abiertas hace demasiado tiempo. Es la esposa de un escrito vanidoso e infiel que esta por recibir un premio Novel. Y es allí en Estocolmo donde las verdades sabiamente medidas por el director, el sueco Bjôrn Runge y con un buen guión de Jane Anderson sobre un best seller de Meg Wolitzer, saldrán a la luz. Con un suspenso que puede adivinarse, pero se presenta de manera exquisita por la labor casi minimalista de Close y la expansiva tarea de Jonathan Pryce. No es un tema nuevo, el de los matrimonios simbióticos donde un integrante se conforma con vivir a la sombra del otro, o es vampirizado en nombre del amor en un pacto íntimo y feroz. Sin embargo el personaje de Glenn Close no es una víctima, es una mujer que ha tomado, y volverá a tomar, decisiones drásticas. Con flashbacks astutamente colocados el espectador conocerá la verdad y se sorprenderá también con el trabajo de Annie Starke, que hace de la protagonista en su juventud y que es la hija en la vida real de Glenn Close. Un film disfrutable y para admirar definitivamente a una intensa y talentosa actriz (G.M.)
En la sombra “La Esposa” (The Wife, 2017) es una película dramática dirigida por Björn Runge y escrita por Jane Anderson. Basada en el best seller homónimo de Meg Wolitzer, el reparto está compuesto por Glenn Close, Jonathan Pryce (Gorrión Supremo en “Juego de Tronos”), Max Irons (Jared en “La Huésped”), Alix Wilton Regan, Christian Slater, Harry Lloyd (“La Teoría del Todo”), Annie Starke, entre otros. La cinta fue presentada en el Festival de Cine Internacional de Toronto del año pasado. Connecticut, 1992. Joe Castleman (Jonathan Pryce) y su esposa Joanie (Glenn Close) se despiertan debido a que el teléfono está sonando. Joe atiende y recibe una gran noticia: en los próximos días deberá dirigirse hacia Estocolmo para recibir el Premio Nobel de Literatura. La pareja viaja junto a su hijo David (Max Irons), joven que también quiere ser escritor y le insiste a su padre para que le dé una opinión sobre su primer escrito. Esos días en Suecia harán reflexionar a Joanie sobre los años que pasó junto a su marido, las mentiras y tiempo que desperdició al estar siempre a su servicio. Estamos ante uno de esos filmes en el que la temática no es innovadora (recuerda mucho a “Ojos Grandes” de Tim Burton) y los giros son previsibles desde los primeros minutos, sin embargo el relato nunca se vuelve aburrido. ¿Por qué? Por la gran actuación de Glenn Close y el inteligente guión. La actriz compone a una mujer que vive a la sombra de su marido. Su función es acompañarlo a los eventos y, por sus expresiones faciales, sabemos que así no es como le gustaría que fuera su vida pero se limitó a aceptar su destino. A través de diversos flashbacks ubicados en la Nueva York de 1960 veremos cómo Joanie conoció a Joe en la universidad, donde él era profesor. A medida que la trama avanza los errores que cometió Joe se acumulan, haciendo que nos enfurezca tanto su personalidad como que siga defendiéndose a sí mismo. La cinta se vuelve atractiva al mostrar el machismo que existía en ese entonces dentro del mundo literario, donde las novelas de las mujeres no eran aceptadas en editoriales solo porque no fueron escritas por un hombre. Aparte, en la actualidad de la pareja seremos testigos de lo agotador que puede resultar un viaje que tendría que ser placentero. El acoso de los fotógrafos, el itinerario por cumplir que no da respiro y los ensayos para recibir determinado premio hacen que incluso el espectador se sienta abrumado. No obstante lo más importante radica en lo necesario que es el reconocimiento cuando una persona se esforzó muchísimo en su trabajo y la enorme diferencia que existe entre una crítica constructiva y una que solo se hace con maldad. Los diálogos en las diversas peleas que tienen el señor y la señora Castleman están maravillosamente estructurados y actuados, lo que hace que la película no pierda su ritmo. Puede que “La Esposa” en su conjunto no se convierta en una cinta trascendente; sin embargo su feminismo, momentos cómicos cuando la discusión está en su nivel más alto y cómo se retrata la falta de libertad que puede haber en un matrimonio, entre otras cosas, hacen que la película sea correcta.
Glenn Close es la pareja de Jonathan Pryce, un escritor ganador del Nobel, en este intenso drama intimista. Si bien dicen -ahora, en estos tiempos, habría que revisarlo y ver si no es al revés- que detrás de todo gran hombre siempre hay una gran mujer, La esposa pone en la pantalla cómo alguien puede sacrificar sueños propios y anhelos irrealizados en pos de que su cónyuge sí los consiga. Claro. Todo tiene un límite. Joan Catleman (una como siempre espléndida Glenn Close) lleva cuarenta años de matrimonio con Joe Castleman (Jonathan Pryce), un escritor afamado. Una mañana reciben un llamado telefónico. Están en la cama. Del otro lado de la línea del teléfono fijo le dicen a Joe que sí, que ha ganado el Nobel de Literatura. Así que allí parten, a Suecia, luego de una pequeña recepción, una reunión con amigos y periodistas. Algo no parece andar del todo bien en esa relación. Pero puede ser una mera intuición. Lo cierto es que cuando llega el momento de recibir la distinción, aparece, más que un reproche, un secreto. De esos secretos que pueden desestabilizar cualquier relación. Además, un periodista (Christian Slater) que está detrás de Joe para escribir su biografía (no autorizada), viaja a Europa en el mismo vuelo que ellos y su hijo. Y está al acecho. ESPECTÁCULOS SUSCRIBITE INGRESAR Muy buena Crítica de “La esposa”: Detrás de un gran hombre hay una gran mujer (o al revés) Glenn Close es la pareja de Jonathan Pryce, un escritor ganador del Nobel, en este intenso drama intimista. Desafiante. Close y Pryce: él va a recibir el Premio Nobel de Literatura. Ella tiene algo que recordarle. FOTO: BF París PABLO O. SCHOLZ 12/09/2018 - 18:26Clarin.comEspectáculosCine Glenn CloseCríticas De CineSpot Si bien dicen -ahora, en estos tiempos, habría que revisarlo y ver si no es al revés- que detrás de todo gran hombre siempre hay una gran mujer, La esposa pone en la pantalla cómo alguien puede sacrificar sueños propios y anhelos irrealizados en pos de que su cónyuge sí los consiga. Claro. Todo tiene un límite. Mirá tambiénCrítica de “No viajaré escondida”: Blanca Luz, una mujer inolvidable Joan Catleman (una como siempre espléndida Glenn Close) lleva cuarenta años de matrimonio con Joe Castleman (Jonathan Pryce), un escritor afamado. Una mañana reciben un llamado telefónico. Están en la cama. Del otro lado de la línea del teléfono fijo le dicen a Joe que sí, que ha ganado el Nobel de Literatura. Así que allí parten, a Suecia, luego de una pequeña recepción, una reunión con amigos y periodistas. Algo no parece andar del todo bien en esa relación. Pero puede ser una mera intuición. Lo cierto es que cuando llega el momento de recibir la distinción, aparece, más que un reproche, un secreto. De esos secretos que pueden desestabilizar cualquier relación. Además, un periodista (Christian Slater) que está detrás de Joe para escribir su biografía (no autorizada), viaja a Europa en el mismo vuelo que ellos y su hijo. Y está al acecho. Mirá tambiénCrítica de “Hotel de criminales”: Piñas en un hospital clandestino La esposa es un filme más que de suspenso, pero también tiene un costado intimista dentro del drama que relata. Joan fue discípula, alumna de Joe. Cómo ese vínculo fue mutando hasta llegar a ser lo que es hoy es otro tema. El filme de Björn Runge se parece a muchos otros que han contado más o menos lo mismo, y que no vamos a delatar ni spoilear aquí. La indeterminación de Joe cuando llega el momento de los equívocos tiene en Pryce a un intérprete talentosísimo. Y Joan, que se venía guardando lo que se venía guardando, encuentra en Close a esa mujer que, más que arrodillarse, parece agazaparse. El duelo interpretativo entre Close y Pryce es para no perdérselo. No es un filme teatral, sí un película en el que los actores pueden lucirse porque la carga emotiva está allí, en sus demostraciones de afecto, de miedo y de amor.
Publicada en edición impresa.
La primera incursión hollywoodense del director sueco Björn Runge, "La esposa", es un drama que intenta llevar el candente mensaje feminista a un público mayor, apoyándose en un dúo interpretativo que es pura potencia. … hay una gran mujer...¿Y por qué no a la par? Basada en el best seller de Meg Wolitzer, "The wife" aborda el rol del género femenino dentro de la sociedad, del mundillo literario académico, y también en los juegos internos de una relación establecida. ¿Es posible hacer una deconstrucción y, en perspectiva, revisar los roles impuestos? Esa quizás sea el interrogante que aqueja a Joan Castleman (Glenn Close), esposa desde hace varias décadas del escritor Joe Castleman (Jonathan Pryce). Durante años Joan calló. Se dedicó a ser la figura decorativa detrás del intelecto de la familia. Joe es un patriarca hecho y derecho. Ejerce su poder sobre cada miembro de su familia, su esposa, y sus dos hijos, David (Max Irons) y Susannah (Alix Wilton Regan). Joan no solo soporta esa posición de su marido, la avala, apoya, y pareciera hacer todo para que así sea frente a la vista pública. Claro, en soledad es otra cosa, pero se debe mantener el statu quo. El escenario abre con el anuncio desde Suecia sobre la premiación de Joe como Nobel de literatura. El matrimonio de ancianos festeja, hasta tienen sexo, pero de inmediato comenzamos a percibir los gestos de Joan. Al igual que sucedía en "Big Eye" de Tim Burton, Joe se está llevando un crédito que no le pertenece. El espectador lo intuye certeramente desde el primer momento, aunque se explicite más adelante, por más evidente que sea. Joan se condenó a sí misma a soportar ser una sombra, un adorno, por esa admiración hacia su hombre, por el que peleó por poseer. La esposa nos habla de feminismo. Pero no lo hace mediante el lenguaje de la lucha social. Tampoco pareciera apuntar al target generacional que se animó a poner los reclamos feministas en boca de la opinión pública mayoritaria. No, La esposa le habla a esas mujeres como Joan. Tanto la puesta de Runge, como la adaptación de Jane Anderson, manejan un ámbito elegante, amable, de ritmo no lento pero sí calmo, y en un primer tramo cargado de sutilezas. La esposa es lo que prejuiciosamente se conoce como “cine para la tercera edad”, como una "Hotel Marigold", pero con visión feminista en el medio. La historia se maneja en dos tiempos. Mediante constantes flashbacks, recorreremos la historia de cómo Joan y Joe se conocieron, siendo ella su estudiante en la universidad. Él estando casado, y ella introduciéndose de a poco dentro de esa familia. Cómo ella pasó de ser una mujer con carácter, e ir apagándose, hasta un lugar en el que su esposo la ningunea como escritora, la destrata, la relega a charlas banales con otras mujeres “de sociedad”, y hasta su hijo le quita peso a su opinión. Entre esos dos tiempos, a medida que avanza, "La esposa" va perdiendo algo de fuerza, y lo sutil comienza a volverse más obvio, previsible y reiterativo. Sin embargo, hay que decirlo, nunca llega a desbarrancar. Para cuando el secreto ya sea revelado en la historia, aunque el espectador ya lo sepa, La esposa tomará algunos tintes melodramáticos innecesarios, que quizás se justifiquen en la mirada del público al que apunta. Pero que restan profundidad narrativa. Inteligentemente, Runge se apoya en sus protagonistas. Pryce y Close actúan mediante técnica y química; logrando conexión inmediata. Era esencial creerles la farsa del matrimonio, y lo logran. A Joe había que odiarlo, y lo hacemos, tarea cumplida para Pryce. Hay una observación también sobre la mirada de la persona de tercera de edad de acuerdo al género; la mujer es una viejita decorativa, el hombre adquiere sabiduría y prestancia sensual. Pero quien se lleva las palmas es Glenn Close, mediante su gestualidad permanente, su decir, y su caminar, casi que podría no hablar (y ahorrarnos algunos diálogos rimbombantes) y la aplaudiríamos igual. Si desde el segundo cero sabemos que algo huele mal en esa apariencia feliz, es gracias a ella; y ni siquiera hace falta que le dediquen puros primeros planos, se destaca aún en escenas abiertas. Christian Slater, como el insistente biógrafo no autorizado de Joe también logra una interpretación contundente, pese a que su personaje no está perfectamente construido. Para quienes tienen conceptos más avanzados, progresistas, "La esposa", puede no sumar un gran material innovador en sus planteos. Su público serán esas mujeres que aún se encuentran en la posición de su protagonista y necesitan ver que nunca es tarde para recuperar el rol que se merecen. Si Joan es su espejo, bienvenido sea el aporte de "La esposa".
Una llamada a las seis de la mañana que cambiará para siempre la vida de este ya consolidado matrimonio. El día que a Joe Castelman le dicen que ganó el Nobel de Literatura es el día en que Joan, su fiel esposa, empieza a quebrarse por dentro y ese secreto teñido de resentimiento hará todo lo posible por salir a la luz. The Wife es la adaptación de la novela de Meg Wolitzer, dirigida por Björn Runge, y además de ser un drama brillante tiene a una Glenn Close haciendo una interpretación digna de estatuilla.
Una mujer eclipsada Eternamente postergada, la mujer de un escritor termina con su matrimonio después de que su marido gana el Nobel. Los momentos de catarsis son los más intensos, pero también los menos interesantes. En los tiempos que corren, la expresión “detrás de todo gran hombre hay una gran mujer” figura bien alto en la lista de incorrecciones políticas del lenguaje. Es posible que con justa razón. Pero en La esposa, el debut en idioma inglés del realizador sueco Björn Runge –cuya historia transcurre en 1992, mucho antes del #TimesUp y de la prohibición de fumar en lugares cerrados–, la famosa frase adopta una literalidad insobornable. Basada en la novela del mismo título de la neoyorquina Meg Wolitzer, la historia comienza con un llamado telefónico que pone en movimiento la trama, y trastoca definitivamente los días y noches del celebérrimo escritor estadounidense Joe Castleman (Jonathan Pryce) y su esposa Joan (Glenn Close). La voz desde el otro lado, en un inglés con acento nórdico, viaja desde Estocolmo con buenas nuevas: la carrera de Castleman tiene su broche dorado con el anuncio del máximo galardón, el premio Nobel. La noche anterior, la búsqueda de sexo parecía un trámite a sobrellevar sobre el lecho matrimonial (al menos, para Joan); ahora, la noticia los hace saltar de alegría sobre el colchón, como si fueran dos chicos. Viaje en el Concorde mediante, el arribo a Suecia obliga a la pareja y a su hijo –acompañante de ocasión, con un gigantesco complejo de inferioridad ante su padre– a transitar obligaciones protocolares que el homenajeado parece disfrutar sin reservas. El ego y la falsa modestia, ante todo. Durante esos primeros tramos, la película logra un equilibrio deseable entre la descripción dramática de situaciones y vínculos, y un tono de humor asordinado que aleja posibles gravedades. La aparición en pleno vuelo de un periodista y escritor especializado en biografías amarillistas (Christian Slater en plan mefistofélico) anticipa sin dar pistas el punto de quiebre de aquello que no tardará en sobrevenir: el resquebrajamiento repentino e insuperable de ese matrimonio que parecía a prueba de balas. Con cuentagotas, una serie de flashbacks irá revelando el comienzo de la atracción y el amor entre los protagonistas, en unos años ‘50 profesionalmente vedados para la mayoría de las mujeres con anhelos de convertirse en escritoras. Dato de color: la versión joven de Joan está interpretada, en un atípico caso de reencarnación actoral y familiar, por Annie Starke, la hija de Glenn Close en la vida real. A partir de allí, La esposa se transforma en el retrato de una mujer eclipsada por el hombre que tiene a su lado, una dama de compañía, amante y madre preocupada por la calidad de las formas literarias de la producción de un gran escritor que, casualmente, es su marido. Habrá incluso una vuelta de tuerca, un cambio radical en la forma en la cual varias décadas de vida y obra deben ser analizadas. Serán los momentos más intensos pero, al mismo tiempo, los menos interesantes: la catarsis se interpone en las pequeñas sutilezas que habían sabido conseguirse. El de Runge es un film de actores y actrices, y tanto Pryce –en su rol de hombre mayor siempre dispuesto al coqueteo y el donjuanismo, ingeniosamente frágil cuando las circunstancias lo requieren– como Close, ama y señora de toda clase de finuras en miradas, gestos y reacciones físicas, elevan la historia varios puntos por encima de su medianía. Si La esposa debe ser vista como una fábula moral, un relato de venganza inconsciente o una farsa de tonos pastel queda a criterio de cada espectador.
Al escritor Joe Castleman (Jonathan Pryce) lo despiertan en medio de la noche con una llamada telefónica en la que le informan que ha ganado el Premio Nobel. A la incredulidad le siguen la emoción y la alegría. Junto a él está Joan (una magnética Glenn Close), su esposa desde hace cuatro décadas, su sostén en todos los terrenos. Sin embargo, eso de ser una suerte de bastón (afectivo, médico, organizativo) de un hombre célebre no es algo que ella acepte con docilidad. Así, cuando la pareja viaje a Estocolmo a recibir el galardón, esos resentimientos acumulados durante tantos años empezarán a manifestarse de la más inesperada manera. Esta tragicomedia -algo teatral en su propuesta- está basada en un best seller de Meg Wolitzer y va del presente (el antes, el durante y el después de la solemne ceremonia) al pasado (escenas ambientadas entre 1958 y 1960 ) con unos flashbacks que permiten al espectador ir descubriendo los secretos y mentiras de los Castleman. En sus mejores pasajes, la película expone con cierta ironía y acidez el cinismo y la hipocresía del mundillo literario y de los protagonistas. En otros, el director sueco Björn Runge ( Al final del día, Happy End) apela a una excesiva crueldad hacia los personajes y a algunas resoluciones un poco obvias. De todas maneras, los buenos momentos de humor negro y la excelencia de las actuaciones hacen de La esposa una atractiva propuesta.
Un matrimonio lleva cuarenta años de unión, son compañeros y compinches, pero sus vidas cambian cuando él es llamado para recibir el premio Nobel de literatura y terminan saltando y cantando como niños en la cama pero no tardan en salir a la luz ciertos secretos y tensiones. A lo largo de su desarrollo vamos conociendo a estos personajes: Joe es despreocupado, vanidoso, egoísta, infiel, goza de ciertos privilegios, le gusta ser el centro de la atención y sabe cómo conseguirlo. En cambio Joan (Glenn Close, una actuación impresionante, gigante, sublime, se merece el Premio Oscar ya es hora, seis veces estuvo nominada) es cariñosa, tierna, discreta, de bajo perfil, fiel, atenta, elegante, delicada, cuida de él y de sus hijos. Su hija Susannah Castleman (Alix Wilton Regan) está a punto de ser mamá, su hijo David Castleman (Max Irons, “La dama de oro”) también es escritor y lucha para que lo reconozcan y que no lo vinculen con su padre. Ellos en su casa viven envueltos en su caparazón pero se complica un poco cuando deben trasladarse a Suecia y aparece un ambicioso periodista Nathaniel Bone (Christian Slater), como si fuera un diablito; a partir de ese momento los espectadores comenzamos a conocer más a estos seres mucho a través del flashbacks, vemos el misterioso y secreto pasado de Joe y Joan. Verlos juntos a Close y Pryce es una delicia, ambos son muy disfrutables, tienen muy buena química, con escenas que sobresalen de la pantalla, frente a cámara juntos y separados mantienen un gran lucimiento, con momentos hasta teatrales, ellos desnudan las pasiones de este matrimonio, se sacan chispas, y plantea hasta donde sacrificarías tus ambiciones por la persona que amas viviendo a la sombra de esta, te dejan pensando y reflexionando. De jóvenes a Joe lo interpreta Harry Lloyd (“La teoría de todo”, “La dama de hierro”) y Joan por Annie Starke hija del productor John H. Starke y de Close: quien ya trabajo en otra película con ella “El secreto de Albert Nobbs”. Dirigida por el ganador del Oso de Oro, Björn Runge, es una adaptación de “The Wife“, la exitosa novela de Meg Wolitzer publicada en 2003.
“La esposa”, de Björn Runge Por Ricardo Ottone La impostura en el mundo (el mundillo) de las artes, de la literatura, de la academia, de la cultura en fin, viene siendo un tema recurrente en el cine contemporáneo. Fue abordado recientemente por el sueco Ruben Östlund en The Square y por los argentinos Mariano Cohn y Gastón Duprat en varias de sus películas, entre ellas El ciudadano ilustre o Mi obra maestra (esta ya con Duprat en solitario). La esposa tiene algunos lazos con estas y no solo por retratar estos mismos ambientes, estos mismos rituales, estas mismas miserias. Con The Square comparte además el origen de su realizador, Björn Runge, que aquí filma por primera vez con producción y elenco anglosajón, y con El ciudadano ilustre la excusa argumental de la célebre y también discutida ceremonia de los premios Nobel, en particular el más discutido: el de Literatura. Acá lo hace desde un abordaje más íntimo y también más sensacionalista. Además de que, a diferencia de las anteriores, la crítica no se hace desde el humor. Basada en la novela homónima de la escritora Meg Wolitze tiene como protagonista a Joan Castleman (Glenn Close), esposa y supuesto sostén de Joe Castleman (Jonathan Pryce), un escritor prestigioso y muy cómodo con su celebridad. Cuando Joe presenta a Joan en encuentros sociales lo hace con la fórmula “mi esposa no escribe”. Lo cual no es realmente cierto, no solo porque ambos se conocieron siendo ella alumna y él profesor de literatura, sino porque a lo largo de sus 40 años de relación el papel de Joan es algo más importante que el de simple acompañante. Cuando a Joe le comunican que ha sido nominado al Nobel de Literatura, la pareja viaja a Estocolmo para los preparativos de la ceremonia junto a su hijo (Max Irons), también aspirante a escritor. El comportamiento egoísta e infantiloide de Joe y las frustraciones largamente añejadas de Joan, sumando la intervención de un aspirante a biógrafo (Christian Slater) con ganas evidentes de rascar mugre, van a generar una escalada de tensión en la pareja. La paciencia de Joan se está agotando, con el peligro de que salgan a la luz más que un par de trapos sucios. La película se toma un buen tiempo en decir explícitamente lo que es evidente desde un principio. Parte del chiste del asunto es jugar con el suspenso acerca de si la verdad saldrá o no a la luz, sobre todo cuando ya es demasiado tarde para que se haga de manera limpia o indolora o para ahorrarse el escándalo y el escarnio. El planteo es un poco tirado de los pelos y algo inverosímil, algo que puede ser achacable a la novela en que se basa el guión. En un flashback, una joven Joan le hace una devolución a Joe sobre su primera novela y le advierte que sus personajes son clichés. No es algo muy diferente de lo que podría decirse de los personajes de la película: La esposa sufrida y abnegada, el marido vanidoso y decadente, el hijo frustrado, el biógrafo carroñero. Lo que les da carnadura a estos personajes son las actuaciones, que son lo mejor de la película y lo que la sostiene. En especial la de Glenn Close que tiene sus momentos de estallido pero que logra expresar todo cuando está contenida. Es ella la que, aun cuando la premisa no lo es, hace verosímil la rabia, la frustración y la humillación con la que Joan debe convivir diariamente y además da dignidad a su personaje, que pese al lugar subsidiario al que su marido la redujo, no quiere jugar el papel de víctima. Los diálogos son sagaces y filosos aun cuando las situaciones son gruesas y previsibles: las peleas, la insatisfacción del hijo que tiene que vivir a la sombra del nombre de su padre, la torpe vanidad del escritor adulado, la manera sinuosa en que el biógrafo se aproxima a hacer su jugada. La puesta en escena de Runge no ofrece a nivel visual más que algunos planos aéreos de Estocolmo nevada, mientras acompaña de manera rutinaria los devenires de este círculo intelectual, culto, amigo del sarcasmo, preocupado por las apariencias y el juicio ajeno. En general, estas películas que critican el mundillo cultural, incluidas las mencionadas al principio, suelen hacerlo desde un cierto desdén intelectual, sin privarse del cinismo que critican. La esposa no es muy diferente en esto aunque lo hace más desde una supuesta altura moral. El otro tema que sobrevuela es el sometimiento y la desvalorización de la mujer. Incluso la propia Glenn Close trato de relacionar el film con el movimiento ”Me Too” a pesar de lo superficial de semejante conexión. Demasiadas pretensiones para una película convencional desde lo narrativo y de lo formal. LA ESPOSA The Wife. Reino Unido/Suecia/Estados Unidos, 2017. Dirección: Björn Runge. Intérpretes: Glenn Close, Jonathan Pryce, Christian Slater, Harry Lloyd, Max Irons, Annie Starke, Alix Wilton Regan.Guión: Jane Anderson, sobre la novela de Meg Wolitzer. Fotografía: Ulf Brantas. Música: Jocelyn Pook. Edición: Lena Runge. Dirección de arte: Caroline Grebbell, Paul Gustavsson, Martin McNee. Diseño de Producción: Mark Leese. Distribuye: BF Paris Films. Duración: 100 minutos.
La esposa narra la historia del matrimonio de Joe y Joan Castleman entra en crisis cuando viajan a Estocolmo para que el primero reciba el Premio Nobel de Literatura por un secreto que amenaza con salir a la luz. La esposa es una película protagonizada por Glen Close y Jonathan Pryce, basada en la novela homónima escrita por narra la historia de un matrimonio de personas maduras que entra en crisis durante los días en que se encuentran en Estocolmo, cuando él va a recibir el premio Nobel de literatura. Quien dirige es el sueco Björn Runge, con una larga trayectoria en su país, aunque desconocido en Argentina, y completan el elenco Christian Slater, Max Irons y Morgane Polanski. La película comienza en 1992, con una llamada telefónica en la que le informan al prestigioso escritor Joe Castleman que va a recibir el premio Nobel de Literatura de ese año. Y junto a su esposa Joan viajan a Estocolmo para recibirlo, pero en el camino se encuentran con un periodista que pretende escribir una biografía del autor, y que parece haber encontrado un oscuro secreto del pasado del matrimonio que intenta confirmarlo a pesar de la resistencia de ambos para que éste salga a la luz. A lo largo de la trama, y con la ayuda de diversos flashbacks, nos vamos enterando de este secreto, y vamos viendo como el personaje de Joan se replantea algunas de las decisiones que tomó en el pasado, llevándola a una crisis matrimonial que deben esconder de quienes los agasajan. Glen Close como Joan Castleman El punto fuerte de esta película es contrapunto en la compleja relación entre la dupla protagónica. Jonathan Prycecompone a este escritor impulsivo y en apariencia genial, que se complementa con esta Joan mucho más racional y contenida. Pero lo que hace que este personaje resulte interesante y su estado civil merezca el título de la película es porque todo lo que esconde detrás de una imagen de persona sumisa, que cumple con todo lo que las reglas sociales del entorno en el que viven espera de ella. Y por este motivo son fundamentales los flashbacks, que a modo de subtrama van ofreciéndole al público la información a cuenta gotas que se termina unificando con la trama principal en un clímax que permite hacer catarsis, descargando la enorme carga emotiva que se fue construyendo. Desde el punto de vista técnico vale la pena destacar el muy buen trabajo de diseño de producción, a cargo de Mark Leese, porque nos muestra desde la puesta en escena la imagen que proyecta este matrimonio frente al mundo, que vive en una casa que serviría de modelo para una revista de decoración, y hace uso de todos los lujos que les ofrece la ciudad de Estocolmo a los ganadores de tan prestigioso premio. Porque si bien con el correr de los minutos vamos sospechando que hay un secreto oculto, pero permite que nos tome de sorpresa en el momento en que sale a la luz y conocemos a las verdaderas personas. En conclusión, La esposa es una película que al igual que París, Texas, nos plantea el conflicto que se establece en una relación matrimonial entre las personas reales y la imagen que proyectan frente a la sociedad. Pero al público no le muestran lo primero hasta el final, para tomarlo de sorpresa e invitarlo a la reflexión, porque como bien dice el refrán “las apariencias engañan”.
Texto publicado en edición impresa.
Desde las sombras Basada en el best seller de Meg Wolitzer, La esposa (The Wife, 2018), de Björn Runge, propone un viaje al mundo de la cultura y sus premios a partir de la recepción del Nobel de literatura por parte de un escritor (Jonathan Pryce) y los pasos que toda su familia debe hacer alrededor de éste para acompañarlo. Su esposa (Glenn Close) lo sigue desde la oscuridad, proveyéndole todo lo necesario para que pueda seguir en su tarea de escribir y construir narraciones que posibiliten a su público más fiel un continuo deleite y existencia de material para leer. Pero entre tanto ir y venir y esfuerzo, a medida que el relato avanza, la sospecha sobre esta pareja perfecta, con hijos adultos que los admiran y odian en partes iguales, construye una narración potente sobre las mentiras que van cobrando vida alrededor de los mitos, sobre el submundo de premios, sobre el doloroso momento de la verdad ante la aproximación de un final anunciado y sobre el meteórico ascenso de gente sin principios. El director Björn Runge tiene un material rico para avanzar en la historia, la que, a medida de la incorporación de un misterioso periodista/fanático del escritor (Christian Slater) comienza a desarrollar una subtrama que se cimienta en el rumor como motor del conflicto y la pesquisa como motivo principal del relato. Así, establecido el dilema, La esposa comienza a descansarse en las actuaciones de los protagonistas, reflexionando con ellos sobre el amor, la familia, el éxito y los premios, pero también sobre el corre ve dile que atraviesa al escritor y su grupo. Si localmente El ciudadano ilustre (2016) mostraba la necesidad de su protagonista por desnudar las miserias de la escritura y sus premios, rechazando todo exceso de snobismo y laureles que coaccionen la actividad y honestidad, en esta oportunidad el desnudar desde dentro la ceremonia al premio y toda la parafernalia que lo habita, posibilita una mirada aún más crítica sobre el chauvinismo de ese universo y sobre la creación de bestsellers por parte de las editoriales. Glenn Close una vez más, ofrece una actuación visceral, consciente, dura y potente, sobre aquella persona que sostiene con su accionar cotidiano una realidad que esconde un secreto que quiere ser revelado a gritos a pesar del velamiento y el blindaje del entorno. La habilidad de Björn Runge de construir la narración desde detalles, y, principalmente, desde el punto de vista de la esposa, con flashbacks que van adelantando alguna información sobre la verdad del matrimonio, posibilita que pequeños conflictos comiencen a construir una línea temporal hacia el desenlace final, el que tomará por sorpresa, principalmente, a aquellos que no hayan leído la novela en la que se inspira. El mundo de la literatura, con sus miedos y sus obstáculos, pero también con sus artificios, funciona como impulsores de una sólida historia, que más allá de por momentos trabajar con el thriller, su profunda raíz melodramática la consolidan como una de las propuestas más fuertes y que seguramente le brindarán a Close merecidísimos galardones en la próxima temporada de premios.
El famoso escritor norteamericano Joe Castleman (Jonathan Pryce) recibe una llamada que lo despierta a primera hora de la mañana. Pero no son malas noticias. Desde Estocolmo, una voz con acento extraño le anuncia que van a entregarle el premio Nobel de Literatura. Por una extensión del teléfono, su esposa Joan (Glenn Close), con quien está casado desde hace 40 años, escucha la buena nueva con fascinación y alegría. Ese es el comienzo de "La esposa", el debut en inglés del realizador sueco Björn Runge ("Happy End", "Daybreak"), basado el best seller del mismo nombre de la neoyorquina Meg Wolitzer. La historia transcurre en 1992, muy lejos del renacer del movimiento feminista que vivimos ahora, pero en algunas de sus aristas la película rescata el espíritu del #TimesUp que surgió en Hollywood. Joan es la típica esposa abnegada que ha acompañado a su marido en su carrera, ha criado a los hijos y ahora también vigila de cerca que el prestigioso novelista no descuide su salud. Estar a la sombra de un escritor (sabiendo ya todos el ego descontrolado de los escritores) no es exactamente un planteo original (y mucho menos la resolución de esta película, que golpea en el corazón pero está algo trillada). Sin embargo, más allá de los lugares comunes, el director logra mantener el ritmo narrativo con estratégicos flashbacks y puntuales detalles que van revelando los oscuros secretos de este matrimonio, mientras de paso muestra los artificios y las crueldades del mundo de la literatura. Sobre final el clímax estalla y el filme pierde toda sutileza, pero por suerte para sostener quedan los actores, esa dupla protagónica de lujo que forman Pryce y Close, que hacen que uno quiera quedarse en la butaca hasta el último segundo.
“La esposa” (·The wife”) es un interesante filme que convierte una premisa fundamentalmente literaria en un drama con ribetes de suspenso y hasta de humor negro. Adaptada de la novela de Meg Wolitzer de 2003, la película gira en torno al matrimonio entre un célebre autor Joe Castleman (Jonathan Pryce, “Hysteria”-2011, “La mejor receta”- 2015, “El hombre que mató a Don Quijote”-2018) y su esposa Joan (Glenn Close, “Atracción fatal”, 1987”, ”El secreto de Alberts Nobbs”, 2011) cuya relación simbiótica tuvo profundas implicancias para generar el éxito del escritor y conseguir el Nobel de Literatura. Pero el éxito no es gratuito, y se debe pagar un precio por él. El drama plantea una situación en la cual la contribución de la esposa resulta ser algo más funcional al trabajo de edición, corrección, y hacer nacer un escritor que simplemente ser una dedicada ama de casa, y proporcionar algunas tazas de té o palabras de elogio a su esposo. Sin proponérselo Joan guarda un resentimiento encriptado bajo la apariencia de una esposa sumisa y tolerante, buena madre y comprensiva con todos los que la rodean. Pero también ese sentimiento aflorará en el desencanto y la rabia de su hijo David (Max Irons, “La chica de la capa roja”, 2011, “La dama de oro” 2015) que desea seguir los pasos de su padre y convertirse en novelista, pero Joe Castleman, envanecido por su éxito, no le brinda la más mínima atención. Como tampoco se la presta a su hija Susannah (Alex Wilton Regan: “The White Room”, 2016, “The Healer, 2015”) que espera un bebé. Con guion de Jane Anderson (“Olive Kitteridge”, serie HBO) y Meg Wollitzer y la convencional fotografía de Ulf Brantås, con una propuesta visual para nada interesante, “La esposa” se sostiene gracias a la magistral interpretación de Glenn Close, a la que acompañan como un soporte excepcional Jonathan Pryce y Christian Slater (“El imperio del mal”,1991, “La cordillera”,2017), como el invitado no deseado, un periodista implacable como perro bulldog, que clava sus garras y no suelta la presa hasta verla destruida. En este caso hasta conseguir la autorización para publicar la biografía del escritor. Glenn Close compone un personaje contenido, tierno y, muchas veces, resignado que convive al lado del hombre del que se enamoró en su juventud, aunque él tenía un matrimonio anterior. Con algunos flash back, la trama va diseñando el pasado de los personajes y da un guiño con el entretenido cameo de Elizabeth McGovernen (“Furia de titanes”, 2010, “Swung”, 2015) como una autora menor, amargada, que le aconseja abandonar todo, dado que las mujeres no tiene futuro en el terreno literario. Y allí se encuentra la base sobre el porqué Joan a no accede a convertirse en escritora, cuando todo estaba a su favor. Las escenas retrospectivas de los años cincuenta y sesenta muestran que era una alumna que tomaba clases de escritura creativa con el joven e insensiblemente vanidoso profesor Joe Castleman, que hasta ese momento sólo había publicado cuentos cortos. Ella en cambio presenta “The faculty wife”, una historia corta escandalosamente seductora para sus compañeros. Gracias a esta Joan se convierte en la segunda esposa de Joe. La sección que abarca la actualidad está ambientada en la década de los ‘90, cuando negar tener relaciones sexuales con mujeres más jóvenes se había convertido en un tema político, y subraya muy sutilmente la alegoría de la Hillary y Bill Clinton con el escándalo de Mónica Lewinsky. “La esposa” es una historia que aún para la época a la que se refiere, los ‘90, ya es demodé, las mujeres fueron ganando independencia y esa mirada de abnegación se sostenía en las décadas anteriores a los ‘60 debido a que la evolución femenina fue dejando de lado esos clichés. “La esposa” podría haber sido una telenovela que revela los secretos de una pareja por segmentos, pero el director Björn Runge y la guionista Jane Anderson consiguieron dar tridimensionalidad a los personajes, y esto les permitió superar los lugares comunes de la trama que proponía la novela. En realidad el gran atractivo de “La esposa” se encuentra en el trabajo de Glenn Close, una interpretación cargada de mínimos detalles que constituyen un todo excepcional en la creación de su personaje. Su composición de Joan Castleman no se distingue por un dramatismo desbordante, sino por la emoción contenida en los imperceptibles movimientos de sus gestos. Si una de las constantes del largometraje es el flash back, la otra son los inquisidores close-up que Glenn Close explota en un despliegue de sutileza actoral: un leve movimiento de sus ojos, una mirada al vacío o una mano apenas apoyada sobre la otra, la del extraño o tomando una copa, manifiestan lo que su personaje intenta reprimir. En síntesis, “La esposa” es un filme que se desarrolla más por los gestos que por los diálogos, por lo que no se dice, que por lo que formula la imagen, por la actuación de una exquisita actriz, que pudo dar rienda suelta a todo su histrionismo y crear un personaje que, tal vez, la pueda llevar a ganar un Oscar.
DETRÁS DE UN GRAN HOMBRE… Glenn Close hace goles de media cancha. A veces, sólo aludimos a la imagen “sexy”, malvada o de femme fatale que Glenn Close ostentaba en la década del ochenta, y olvidamos que es una grandísima actriz que no siempre tiene el reconocimiento que se merece. “La Buena Esposa” (The Wife, 2018) la vuelve a tener como protagonista indiscutida, y nos recuerda que la SEÑORA está en la cresta de la ola, aunque sean las intérpretes más jóvenes las que siempre se quedan con los titulares y, muchas veces, con los premios. Jonathan Pryce y Christian Slater son sus consortes en este drama basado en la novela homónima de Meg Wolitzer y dirigido por Björn Runge, realizador sueco que, desde las frías imágenes de Estocolmo, le hace honor a su país. Joan Castleman (Close) es la esposa ideal, devota, aplicada, siempre dispuesta para ayudar a los suyos, la gran mujer detrás del hombre: su esposo Joe (Pryce), afamado escritor, un hombre de carácter y bastante egocéntrico que desparrama sus encantos frente a cualquiera dispuesto a idolatrarlo. Por fin llega ese día que tanto espera como artista, y desde el otro lado de la línea telefónica, un representante de la Real Academia le anuncia que ha sido elegido para recibir el premio Nobel de literatura. La ocasión merece el debido festejo antes de viajar a la ciudad de Estocolmo (Suecia) para recibir el mentado galardón, una reunión de familiares, amigos y conocidos que deja escapar el lado más narcisista del literato, el mal trato hacia su hijo David (Max Irons) –aspirante a escritor que, obviamente, busca la constante aprobación y el respeto de su famoso padre-, y cómo su esposa siempre va a quedar en un, aparente, segundo plano. Ojo, ese es el lugar que ella decidió ocupar, haciendo la vista gorda a la mayoría de las infidelidades y malos tratos de su esposo, y apoyando su carrera en un cien por ciento. Los logros son compartidos porque Joan siempre estuvo ahí desde el primer momento, sosteniendo el entorno de Joe por más de cuarenta años, dejando de lado sus propios sueños y ambiciones. Claro, Joan no es la típica ama de casa y madre, todo lo contrario. Es una mujer excepcional e inteligente que, por varios motivos, decidió dejar su carrera de lado. Tras la llegada a Estocolmo, y en medio de los preparativos y los protocolos, se empieza a dar cuenta que ya no quiere vivir rodeada de mentiras y secretos. A lo largo de las pocas horas que la pareja y su hijo permanecen en Estocolmo, Runge y la guionista Jane Anderson (ganadora de varios premios televisivos), entretejen la tensa realidad del matrimonio en la víspera de la premiación con imágenes del pasado, desde que la joven Joan (Annie Starke) conoció al joven Joe (Harry Lloyd), típico profesor universitario que conquista a sus entusiastas alumnas con su encanto e intelecto. Una relación de cuarenta años que dejó al primer matrimonio de Joe por el camino (sí, Joan fue una de sus tantas conquistas), una hija mayor con la que casi ni tiene contacto, y la carrera literaria de Joan, una meta casi imposible para las mujeres de la década del sesenta, rechazadas por las editoriales (y por el público) que no creían vendibles sus historias. Ante esta disyuntiva, la joven bajó los brazos y decidió apoyar incondicionalmente la incipiente trayectoria de su marido. Claro que hay secretos que no vamos a revelar, aunque Nathaniel Bone (Christian Slater) -editor que quiere convencer a Castleman para escribir sus memorias-, está muy bien encaminado y aprovecha que el marido está ocupado, para emboscar a la señora. Las insistencias de Bone y los comportamientos de Joe van a hacer mella en la fragilidad emocional de Joan que, llegado el momento, va a demostrar como la gota puede rebalsar el vaso. “La Buena Esposa” se va construyendo entre presente y pasado. Acá no se trata de develar los ‘misterios’ en sí, sino de comprender las elecciones de la protagonista y acompañarla en el ¿último? tramo de este viaje de liberación y autodescubrimiento. Un relato que celebra el individualismo femenino, aunque no siempre haya un lugar para expresarlo. Joan, como figura central, se amolda a los convencionalismos y las etiquetas de comportamiento que debe tener como esposa abnegada y compañera. Puertas adentro, en el hotel o donde sea, es menos permisiva y sumisa, dejando bien en claro que de tonta no tiene un pelo. Close es pura perfección: dulce, sarcástica, sincera, emocional, según lo necesite la escena. Su Joan ama con cada fibra de su cuerpo y, por eso mismo, sufre cuando la golpea la realidad. No podemos evitar estar de su lado a cada momento, defenderla si es necesario, o aspirar a tener ese mismo valor a la hora de decir las cosas de frente. Un personaje que encaja a la perfección en la coyuntura de la lucha femenina, pero que prefiere mantenerse oculta y sólo revelarse ante nuestros ojos como espectadores. Esto es lo más frustrante y maravilloso del relato de Runge, que traslada la frialdad y la oscuridad de las calles nórdicas a la relación de los Castleman. Y, más allá de que los logros sean de Joe y a simple vista ponga a la mujer por detrás de ese gran hombre, el verdadero foco de atención siempre está puesto sobre su protagonista, aunque la mayoría de las veces brille en silencio. LO MEJOR: - Glenn Close en todo su esplendor. - Lo bien que encaja el relato en esta época. - Que las consecuencias son más importantes que las revelaciones. LO PEOR: - Que sólo la va a ir a ver tu abuela. - Que hay pocos papeles como estos para actrices “maduras” y talentosas.
Un prestigioso escritor es elegido Premio Nóbel de Literatura y, en medio de las celebraciones, festejos y la previa a la entrega del galardón, se van descubriendo oscuros secretos de su vida, especialmente algunos relacionados con su abnegada y tolerante mujer. Glenn Close es lo mejor de esta película que no está a la altura de lo que promete. LA ESPOSA es la clase de película a la que es mejor no ir con demasiadas expectativas, de esas que podrían darse a partir de su elenco o su tema. Es que, pese a esa pátina de película de prestigio que el filme de Björn Runge tiene, lo que uno termina encontrando ahí es una suerte de TV Movie (si es que hoy se puede seguir aplicando este concepto de manera un tanto despectiva) elegante pero que finalmente es bastante menos que la suma de sus partes. Una trama bastante previsible combinada con diálogos al borde de lo risible, solamente sostenida por la severa e implacable actuación (o, más bien, habría que decir mirada) de Glenn Close. En esta adaptación de la novela de Meg Worlitzer, Close encarna a Joan Castleman, esposa del escritor Joe Castleman. Y en la primera escena nos enteramos, mediante un lllamado telefónico, que Joe (Jonathan Pryce) ha sido elegido Premio Nobel de Literatura. En términos dramáticos, lo que sigue de allí en adelante, es “la previa” entre el anuncio y la premiación, semanas durante las cuales se revelan densos secretos de la relación y en la que esa feliz situación personal y matrimonial se va desarmando de a poco. Recepciones, cenas, fiestas, el viaje a Estocolmo: todo parece marchar normalmente, aun dentro de una pareja que no se caracteriza por la calidez. El vive pendiente de su reputación y su ego (algo que la película y Pryce subrayan excesivamente) y ella calla y sonríe, pero sabemos que esconde algo. Es claro que hay más “capas” en esa relación. Ya en Estocolmo es interesante seguir la rutina de los premiados: reuniones, conferencia, entrevistas, presentaciones ceremoniales, etc. Algo que el realizador sueco parece conocer y describir muy bien. The WifePero ahí es donde todo empieza a desbarrancarse: el coqueto y egocéntrico Joe prueba tener algunos previsibles vicios, su hijo David (Max Irons), un aspirante a escritor, revela profundas molestias con él. Y, encima, en el medio aparece Nathaniel (Christian Slater, encarnando a un cliché tan o más exagerado que el de Pryce), un periodista que escribe descarnadas y sensacionalistas bografías de celebridades, que empieza a rondar al grupo, especialmente a Joan. A partir de flashbacks iremos conociendo las zonas oscuras de este matrimonio en apariencia exitoso. LA ESPOSA es una película adecuada para estos tiempos, ya que pone el eje en cómo una cultura patriarcal celebra y festeja comportamientos y actitudes tan dudosas como sospechosas de un “hombre consagrado”, dejando siempre al costado a la “esposa” en cuestión, casi como si fuera un apéndice del célebre escritor, cuando en realidad es mucho más que eso. El problema es que ni el guion ni la puesta en escena ni las actuaciones (salvo la de Close, estoica la mayor parte del tiempo) están a la altura del tema que plantean. Y el tema, digámoslo, tampoco destila originalidad. Este universo de sexismo y machismo en la alta cultura lo hemos visto retratado mil veces antes y mejor.
El director sueco Björn Runge (“Happy End”) es el encargado de adaptar esta historia basada en una novela de Meg Wolitzer. El largometraje nos trae una historia que ya pudimos ver en otras ocasiones y que hace hincapié en el rol relegado de la mujer, por lo cual resulta bastante acertada para los tiempos que corren. El problema radica en su convencionalismo y en su puesta casi teatral, donde se prioriza más que nada a los personajes de los protagonistas para que se destaquen. Como si toda la película fuera una excusa o un vehículo para el lucimiento de Glenn Close (“Dangerous Liasons”) y Jonathan Pryce (“Pirates of the Caribbean”). La cinta nos relata cómo Joan Castleman (Close), una buena esposa, de belleza madura y natural, resulta ser la mujer perfecta para el escritor Joe Castleman (Pryce). Pero lo cierto es que lleva cuarenta años sacrificando sus sueños y ambiciones para mantener vivo su matrimonio. Sin embargo, Joan ha llegado a su límite y durante las vísperas de la entrega del Premio Nobel de Literatura a Joe, Joan decide desvelar su secreto mejor guardado. No hay nada que objetarle a la obra a nivel interpretativo. El duelo actoral en el que se embarca el dúo protagónico es superlativo. Lo de Glenn Close es realmente sorprendente y en muchos pasajes del relato solo basta con una mirada o un gesto para decir aquello que muchos otros intérpretes tienen que poner en palabras o en un exceso de gesticulación. El tema es que el conflicto y los giros del guion se ven a la legua y eso puede llegar a jugarle en contra, al igual que la familiaridad de su trama, de hecho en 2018 también se estrenó “Colette” con una premisa muy similar. “The Wife” resulta ser un film pulcro, prolijo y casi de manual donde lo único que eleva la propuesta es la actuación de Glenn Close y de su contrapartida masculina Jonathan Pryce. Un film necesario que se hubiera beneficiado un poco más de un trabajo de guion más inspirado y una puesta en escena menos teatral.
Es conocido el dicho que detrás de un gran marido existe una brillante mujer, frase que puede ser muy bien aplicada al famoso director Alfred Hitchcock, que tenía a sus espaldas a su gran colaboradora y guionista Alma Reville, su sombra, su consejera, madre de su única hija, su guía. El autor de Psicosis (1960) era tan soberbio y narcisista como el escritor que compone Jonathan Price en la ficción basada en la novela The Wife de Meg Wolitzer. Por otro lado, Reville, fue marginada y cómplice de su marido al igual que Glenn Close en el film del sueco Björn Runge. El argumento gira en torno al Premio Nobel que recibe a fines del siglo pasado un famoso novelista norteamericano, y los cuestionamientos que se hace su mujer luego de cuarenta años de convivencia. En un mercado como el de las editoriales, dominado por los hombres, una escritora cuenta con pocas posibilidades de ser leída y sus libros terminarán en una estantería sin siquiera ser hojeados. Sus posibilidades de alcanzar el éxito son casi nulas, así se lo hace saber a la joven Joan (Annie Starke) otra literata, a cargo de Elizabeth McGovern, en una breve intervención. Enamorada de su marido y decidida a preservar su relación, resigna a su talento como escritora para colocarlo al servicio de su pareja. Así se convierte en una especie de “Ghostwriter” que conducirá a Joe Castleman (Price) a un pedestal que no le pertenece. El guión, pleno de frases incisivas que surgen como dardos entre los interlocutores, junto a las actuaciones, son los pilares de un film en el que importan las palabras y la gestualidad como reflejo de un mundo interior. Christian Slater compone de forma impecable a un frustrado escritor que en vano persigue al premiado para escribir su biografía. Filoso, adulador y pegajoso intenta ganarse la confianza de la esposa para que le revele el secreto que intuye. Jonathan Price se siente cómodo y seguro como el marido infiel necesitado de aprobación, que vive en la falsedad mientras recibe galardones y elogios que alimentan su ego. Por último, Glenn Close, en una intervención plena de sutilezas y miradas que son el reflejo de su alma. Mediadora, fiel, paciente, humilde, fuerte cuando las circunstancias lo imponen, son múltiples los roles y los desafíos que le propone el texto. Para cada uno de ellos la protagonista de Albert Nobbs (Rodrigo García – 2011) tiene la expresión justa, el énfasis adecuado que permiten al espectador compartir sus sentimientos alterables. Un “tour de force” para disfrutar a pleno. Una esposa que eligió el sacrificio, en vez de la rebeldía de la famosa escritora francesa de principios de siglo XX, Colette.