La funeraria se queda a medias. Cumple con un par de cometidos, cuyos méritos tiene bien ganados a fuerza de imaginación y proceder correctos. No aburre, tampoco es pretenciosa. El problema es que, conforme avanza la trama, las ideas se van diluyendo y la película comienza a caerse, hasta arribar a la escena final, que dista mucho en su afán de elevar el clímax lo más alto posible. Bernardo (Luis Machín) es dueño de una funeraria, herencia funesta que arrastra mórbidos secretos a los que su familia debe hacer frente día y noche. Su pareja, Estela, es torturada por un pasado que desearía olvidar, y su hija adolescente, Irina, carga con una cruz tan trágica como la de su progenitora: el amor y falta de su padre, muerto hace tiempo, pero al que se le recrimina haber sido violento y abusivo con Estela. Irina, que se encuentra en medio de dos mundos, el de los (no tan) vivos y los (no tan) muertos, quiere irse lo antes posible de la casa, donde también habitan todo tipo de entidades espectrales. Aparentemente, el padre de Bernardo, en vida, conjuró mediante rituales seres que, según una médium, no hacen daño a los vivos. No obstante, ahora entran en lugares a los que antes no podían acceder, quebrantando cualquier escudo protector dispuesto en varios sectores de la morada. Los roces entre Irina y su padrastro irán in crescendo, y la figura paterna que tanto necesita sigue siendo un fantasma; una sombra turbia que, a su vez, volverá de entre los muertos para confort de su hija y horror de Estela. De a poco, los secretos que envuelven la casona y sus personajes van saliendo a la luz y cuestionan moralmente sus acciones: ¿Estela era realmente una víctima de abusos, o es un personaje enfermizo que con su constante victimización intenta retener a sus seres queridos? ¿Bernardo mantiene vínculos amorosos (y sexuales) con mujeres después de muertas? ¿El padre de Bernardo decía la verdad cuando aún estaba vivo y se lo acusó injustamente de ser un viejo enfermo, decadente y delirante? Todas estas cuestiones y muchas más alojan una problemática enorme: quedan resueltas a medias, lo que imposibilita entender motivaciones, factores emocionales y psicológicos, así como impide una identificación con los personajes y no permite definir el rumbo de la película. Por momentos las líneas de diálogos son caprichosas con tal de construir las dimensiones dramáticas que aquejan a los personajes. Hay hasta un desubicado e innecesario comentario que ejerce como crítica social: “No hay que tenerle miedo a los muertos, a los chorros hay que tenerles miedo”. Todo muy acartonado. Se nota el intento por hacer un producto a la par de películas de terror actuales, como la saga de Insidious, que mezclan casas encantadas con posesiones, médiums que combaten las fuerzas del mal y seres infernales que se esconden en las sombras y están más allá del entendimiento humano. La funeraria tiene pasajes de terror bien construidos, un peso dramático que funciona como balance y una impronta visual interesante, pero con eso no alcanza teniendo en cuenta los últimos veinte minutos del film (quizás de lo peor), que resultan decepcionantes, sin entender demasiado los fines a los que alude. Una lástima.
Terror fantástico nacional de la mano de Mauro Iván Ojeda Después de estrenarse en la plataforma de cine de terror Shudder y un recorrido internacional por las salas de Estados Unidos, Rusia, Canadá, Reino Unido y Australia, entre otros países, llega a los cines argentinos este film que no tiene nada que envidiarle a las producciones norteamericanas. Producida por Néstor Sánchez Sotelo, cuenta la historia de una familia disfuncional que vive en una casa en cuyo frente funciona una sala velatoria. La relación entre los vivos y los muertos no es sólo intrínseca al negocio familiar, las “presencias” modo de nombrar a los espectros que deambulan el inmueble, tienen un peso protagónico en este relato. Bernardo (Luis Machín, poniendo el cuerpo una vez al género) es la cabeza de familia y encargado del trabajo en la funeraria. Su mujer Estela (Celeste Gerez) y su hija adolescente Irina (Camila Vaccarini) viven en constante conflicto con el hogar pero, la ausencia/presencia del padre de la chica recientemente fallecido, las “ata” a la casa. La película está llena de falsas pistas sobre el accionar tenebroso de las presencias, entre las que se encuentra también el padre de Bernardo, Salvador (interpretado por el recientemente fallecido Hugo Arana). Descubrir la verdadera motivación de los espíritus será tarea de Ramona (Susana Varela), una médium para destrabar el conflicto entre ambos mundos. Del mismo modo que El conjuro (The Conjuring, 2013), la ópera prima de Mauro Iván Ojeda recorre todos los tópicos asociados al formato de casa embrujada. No faltarán las referencias cinéfilas a clásicos de la talla de Poltergeist (1982), El legado del Diablo (Hereditary, 2018), El resplandor (The Shining, 1980) y El ente (The Entity, 1982), por citar algunas, para darle forma a las ánimas que conviven con la familia de turno y transformar el melodrama en una auténtica pesadilla. Pero el mayor logro de esta producción es el manejo de los recursos del cine del terror con maestría. El uso, diseño y producción del sonido, fundamental para el género fantástico, desarrolla una atmósfera angustiante, necesaria para contextualizar el drama familiar y darle el tinte terrorífico deseado. De igual manera el diseño de arte y la dirección de fotografía, transforman la casona en un escenario semi abandonado, lúgubre e ideal para que el universo de los vivos se “mezcle” con el de los muertos. Ojeda realiza un cine de calidad con conocimiento del género y solidez en el manejo de los recursos, que se suma a las producciones de los ya consagrados Daniel de la Vega y Demián Rugna.
MÁS DE LO MISMO "Al primer largometraje de Mauro Ivan Ojeda se le permite el mérito de ser cine de género -terror- y no quedarse a mitad de camino. Pero eso solo no alcanza y ahí reside el mayor problema de esta historia de casa embrujada, espíritus y algo más." LA PELÍCULA DE TERROR ARGENTINA LA FUNERARIA Dirigida por Mauro Iván Ojeda Se estrena en Argentina en Julio, después de su reciente estreno en 500 salas de Rusia, y en la plataforma de cine de terror Shudder. Ha sido vista en varios países, y la crítica la cataloga como cercana a cintas de renombre en el cine de terror como Poltergeist (1982), Insidious (2010) y Hereditary (2018). También estrenada en Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda, y con próximo estreno en Japón y Medio Oriente, su llegada a las salas de cine en Argentina, es un plan imperdible para los fans del cine de terror. LA FUNERARIA, 2020. El negocio de Bernardo, una funeraria, funciona en la parte de adelante de su casa. Su familia disfuncional convive con ataúdes, coronas y padecen a diario extrañas presencias, que atribuyen al negocio mortuorio. Frenar este angustioso tormento será su misión, y una verdad aterradora saldrá a la luz. El filme comienza en medio de la acción o en pleno asunto, pero no confundir esto con una estructura in medias res. Seguramente lo antes mencionado es lo mejorcito que la película de Ojeda ofrece , junto a unos planos secuencias, que consiguen transmitir a la audiencia cierta especie de espíritu que ronda la cotidianidad alterada, y buenos efectos visuales. Pero desafortunadamente lo bueno dura poco y se suceden unos tras otros ciertos errores, respecto a técnicas narrativas. Siendo tal vez la más perjudicial para la película, no el argumento, sino la trama. Esta resulta poco creíble y algo inconsistente. Por más que hagamos concesiones con el género y aceptemos que todo puede ocurrir, insisto, hay un problema en la trama que solo ofrece y derrocha falta de coherencia. Y todo esto impacta directamente en las interpretaciones, encontrando un correlato en ciertos excesos a la hora de recurrir a la música para crear atmósferas, o generar estados de sobre alerta. "Para los amantes de las mansiones embrujadas, dispuestos a aceptar elementos irracionales y dejarse llevar al territorio de lo sobrenatural seguramente disfrutaran de este exponente local de terror fantástico."
La Funeraria dirigida por Mauro Iván Ojeda es una película de terror fantástico que narra la historia de Bernardo (Luis Machín), un hombre maduro que heredó el negocio familiar legado por su padre. Este hombre junto a su actual pareja y su hija adolescente viven en una casa construida en el mismo predio donde funciona la funeraria, o sea su trabajo. Como es de esperar, los problemas no tardan en aparecer cuando los espectros de los fallecidos comienzan a asechar a la familia ensamblada. La Funeraria tiene un problema estructural. El guion falla en varios niveles, pero el más significativo es el de narrar los eventos sin utilizar el espacio, sin desplegar la acción, sino solo con palabras. Es decir, que lo que el espectador va conociendo sobre los personajes y la situación actual de los mismos, se acota a la forma verbal, en los diálogos random que mantienen entre ellos. De esta forma muy poco cinematográfica tratamos saber sobre los deseos y motivaciones de los personajes, con los que no logramos conectar justamente por desconocerlos. A su vez, abusa de la temporalidad demorada a la hora de describir los espacios donde ocurren las acciones, y deja de ser un elemento narrativo poético para convertirse en una especie de tedio bastante insostenible. La Funeraria también abusa de los lugares comunes del género y le erra en el registro que utiliza para narrar de forma audiovisual escenas que no sabemos si son una parodia o momentos de tensión. Insisto con los problemas de narración que desvalorizan los conflictos centrales que bien podrían haber sido de interés. Por último, al nivel del decir actoral, no hay naturalidad. Los párrafos parecen leídos o estudiados de memoria, aspecto que le da una marcada superficialidad, que, nuevamente nos aleja de los personajes y su sufrimiento. Hay una falta de empatía considerable que opaca la voluntad de traer a la pantalla nacional una película de género con identidad.
Familia disfuncional vive detrás de una casa de sepelios. Pero los muertos no solo son parte del negocio, sino también presencias poco amigables que llegan de visita. Después de verse en distintos países, La funeraria vuelve a registrar la presencia de Luis Machín en el terror vernáculo, como el padre de familia a cargo del negocio mortuorio. Ópera prima, y nuevo exponente del género made in la Argentina, La funeraria cuenta en el elenco con el recientemente fallecido Hugo Arana y con Susana Varela como la médium que intercede entre los de acá y los de más allá.
Bernardo (Luis Machín) es el dueño de la funeraria que da título al film, y la heredó de su padre Salvador (Hugo Arana en un muy breve rol). El negocio comparte espacio (uno adelante y otro atrás) con la vivienda familiar donde mora con su mujer Estela (Celeste Gerez) y su hijastra Irina (Camila Vaccarini). Nadie está cómodo en esa casa, lúgubre y sombría. De hecho Irina no hace más que pedirle a su madre que la deje mudarse con su abuela. Cada uno carga con su cruz, el matrimonio está apagado, Estela sufre por un pasado que la atormenta y que tiene que ver con el ya fallecido padre de Irina, aparentemente maltratador. Mientras su hija lo extraña, su presencia se percibe en el hogar... A medida que avanzan los minutos la historia no avanza y gira sobre lo relatado. Hay presencias en la casa pero no pueden abandonarla. En ese lugar se hace imposible vivir, entonces Irina, al sentirse amenazada, va en busca de su objetivo, y Bernardo hará un intento desesperado por traer a la casa la ansiada paz mediante la médium, Ramona (Susana Varela). Es un género nada fácil y el espectador encuentra más interrogantes que certezas a pesar de las buenas intenciones. Cuenta con buenas actuaciones y atrae desde lo visual pero no atrapa.
“Decile a tu papá que se vaya de una buena vez”, le grita una visiblemente enojada Estela a su pareja Bernardo, dueño de una funeraria que funciona delante de la casa. El problema es que el papá de la discordia es una presencia fantasmagórica que deja señales con forma de sonidos o elementos que aparecen en lugares distintos al que los dejaron. Una convivencia de dos planos físicos (los vivos y los muertos) en una película que ensaya una maniobra similar, abrazando tanto los códigos del cine de terror psicológico como del terror sobrenatural. Entre los “vivos”, la convivencia de Bernardo (Luis Machín) con Estela (Celeste Gerez) no es sencilla. A los problemas por la funeraria, se suma el pasado tortuoso de Estela y su hija, fruto de una relación violencia y traumática con una pareja anterior. Mientras Estela parece quedarse allí porque no tiene otro lugar adonde ir, la hija suplica para que la dejen mudarse con su abuela paterna. Todo empeorará a medida que los hechos sobrenaturales aumenten la escalada y enfrenten a la familia con varias pesadillas inimaginables. Con un atendible recorrido internacional que incluyó un lanzamiento en la plataforma especializada Shudder y estreno en salas en varios países de Europa, Asia y Oceanía, la película de Mauro Iván Ojeda alcanza sus mejores momentos durante su primera mitad, cuando describe la dinámica diaria de esos tres personajes forzados a convivir tanto entre sí como con las presencias no terrenales. Una dinámica donde los diálogos al aire son moneda corriente, la rutina ofrece particularidades a priori inexplicables y la casa –lúgubre y misteriosa– funciona como caja de resonancias de sensaciones comunes que, sin embargo, nadie exterioriza. La familia como núcleo de lo siniestro, los silencios enterrados como entidades maliciosas y la convivencia como catalizador son ideas mucho más interesantes que los caminos elegidos por Ojeda en el acto final, en el que la que aparición de una espiritista dispuesta a poner las cosas en orden encauza a La funeraria en los carriles más habituales de las películas con fantasmas dispuestos a cobrarse venganza.
Con un recorrido con la cámara por dentro del lugar, apreciamos esta funeraria con habitaciones arruinadas, sin vida, en contraste con otras amuebladas, con trofeos y una buena televisión. Este lugar es el negocio de Bernardo: una funeraria. Allí él, con su pareja y una hijastra, conviven con ataúdes, coronas y extrañas presencias. Con esta buena ambientación nos adentramos a una película que intenta ser profunda con algún drama familiar más allá de mostrar buenos sustos, pero no llega a impresionar.
Trabajar en una empresa o emprendimiento familiar suele ser problemático, sobre todo y precisamente para las relaciones familiares. Esto que es válido en muchos casos, en algunos es particularmente intenso. Sobre todo en ciertos rubros. Bernardo (Luis Machín) dirige una funeraria que funciona en la parte de atrás de su casa, separada por un jardín del hogar familiar. Bernardo manejó la funeraria junto a su padre hasta que este falleció y ahora lo hace con su esposa Estela (Celeste Gerez) quien trajo a vivir con ellos a su hija Irina (Camila Vaccarini). La familia ya viene bastante disfuncional. Estela salió de una relación infeliz con un esposo (el padre de Irina) que la controlaba y la golpeaba y de la cual salió traumatizada y sin poder aún recuperarse del todo. Irina, adolescente insatisfecha y conflictiva, en vez de solidarizarse con su madre, defiende y añora a su padre muerto en un accidente y visita frecuentemente a su abuela (la madre de éste) que la empuja aún más en esa dirección. Irina tampoco tiene mucho aprecio por Bernardo y la situación es bastante tensa e incómoda. Bernardo por su parte tiene sus problemas no resueltos con su propio padre, quien por otro lado mientras estaba vivo rechazaba violentamente a Estela e Irina y atentaba contra ellas de formas cada vez más preocupantes. Todo este panorama ya sería suficiente para dificultar la convivencia, pero además se vienen a sumar los problemas de orden sobrenatural. Y es que tanto la funeraria como la casa aledaña son escenario de constantes visitas por parte de espectros y fantasmas, algunos amigables, otros no tanto. Tal es la frecuencia de estas apariciones que la familia ya está en parte habituada a convivir con esta situación (incluso Bernardo convoca y espera algunas de estas presencias), aunque siempre dentro de un frágil equilibrio mediado por ciertas reglas a respetar y por el trabajo y “negociación” con los espíritus que realizó una bruja/espiritista amiga de Bernardo. Pero este equilibrio se está volviendo cada vez más precario, las visitas cada vez más intrusivas y sus irrupciones cada vez más agresivas. Algo tienen que ver las invocaciones a fuerzas oscuras que el padre de Bernardo realizaba, que terminaron provocando un asedio y crearon un clima de pesadilla al que la familia ya no consigue resistir. La funeraria es el primer largometraje de Mauro Iván Ojeda. Se trata de un film de terror sobrenatural del clásico subgénero fantasmas y casas embrujadas. Ojeda, a su vez guionista del film, apuesta a la generación de climas inquietantes y atmósferas ominosas antes que a la pirotecnia y el estruendo. Todo el relato está ambientado dentro de los límites de la funeraria, casa y jardín y en su mayor parte con solo los tres personajes principales en escena. Esta compresión contribuye a la sensación de claustrofobia, y tanto las relaciones quebradas entre los protagonistas como el acoso permanente al que se ven sometidos sirven para construir un clima pesado y enfermizo, espeso y asfixiante. En ese mismo sentido va también la música atmosférica y por momentos disonante de Jeremías Smith, que a veces está puesta demasiado al frente pero que en general ayuda a sostener la tensión. Con solo tres personajes mayormente en escena, gran parte del peso está sostenido por la efectividad de los actores. Luis Machín como un hombre abrumado y en cierto punto resignado, cansado y con la inquietud de que algo que hasta entonces funcionaba ahora se le está yendo de las manos. Celeste Gerez como una mujer medio aterrada, medio dopada, que no puede lidiar ni con su hija ni con su propia historia. Camila Vaccarini como una adolescente que a su crisis y su historia familiar le viene a sumar esta situación por lo menos inusual, oscilando entre la rebeldía y el horror. El común denominador para los tres es tanto la sensación permanente de alerta y miedo como el agobio, la angustia y la imposibilidad de comunicarse entre sí. Ojeda va armando el relato con paciencia y solidez durante los dos primeros tercios de película, aunque termina desembocando en una resolución apresurada y ruidosa a contramano de lo que se venía construyendo, y un final que quiere ser emotivo y queda bastante descolocado, dejando además cuestiones que se habían planteado a medias o sin resolver. Estos momentos no alcanzan de todos modos a arruinar la experiencia de un relato intenso y con climas logrados. La ópera prima de Ojeda lo muestra así como un realizador con ideas y talento para el género. LA FUNERARIA La Funeraria. Argentina, 2020. Dirección: Mauro Iván Ojeda. Elenco: Luis Machín, Celeste Gerez, Camila Vaccarini. Susana Varela. Hugo Arana. Guión: Mauro Iván Ojeda. Fotografía: Lucas Timerman. Música: Jeremías Smith. Dirección de Arte: Martín “Brujo” Conti. Diseño y Postproducción de Sonido: Pablo Isola. Producción Ejecutiva: Néstor Sánchez Sotelo. Jefe de Producción: Daniel Rutolo. Distribuye: 3C Films Group. Duración: 85 minutos.
La Funeraria: los fantasmas están de fiesta You shall not pass… Fantasmas, un demonio haciendo de las suyas y un lugar donde reposan los muertos en esta película argentina que estuvo dando vueltas en varios festivales y finalmente se estrenará en nuestro país. ¿De qué va? El negocio de Bernardo, una funeraria, funciona en la parte de adelante de su casa. Su familia disfuncional convive con ataúdes, coronas y padecen a diario extrañas presencias, que atribuyen al negocio mortuorio. Frenar este angustioso tormento será su misión, y una verdad aterradora saldrá a la luz. El cine Argentino siempre fue de exportación, tanto que se celebra más afuera que en el propio suelo. La Funeraria es la Ópera Prima de Mauro Iván Ojeda, su premiere mundial fue en el prestigioso Festival Internacional de Cine Fantasia en Canadá, y participó en el Festival Internacional de Cine Fantástico Sitges en España, Frightfest en Reino Unido, y Fantasporto en Portugal. Recientemente fue adquirida por la plataforma Shudder, pudiéndose ver por streaming en Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Irlanda, Australia y Nueva Zelanda. Básicamente, estamos ante una película de terror pura y dura enraizada en el género paranormal de los fantasmas. Lo diferente, además de sentirse muy argenta en su universo por quienes actúan y los lugares que habitan, es que desde el inicio el verosímil se plantea con reglas básicas: “en este espacio habitan espectros, y vivimos con ellos”. Pero no es algo tácito, los entes habitan cual Casa Tomada de Cortázar llenando cada uno de los huecos de la funeraria en cuestión, negando a los habitantes de la misma sus propios espacios. La peor regla para quien tenga problemas renales: el baño de la casa no se puede utilizar de noche. Realizativamente, desde el inicio con un plano secuencia muy prolijo y los consecuentes climas logrados por una buena iluminación, buenos efectos prácticos de sangre y presencias, más ligeros efectos visuales para darle “peso” a las presencias invisibles, La Funeraria se concibe como otro paso adelante para lograr películas competitivas que inviten al gran público. Pero no todo es color de rosas: las actuaciones se sienten forzadas, sobreactuadas, con un dejo en la pronunciación que remite a ese desesperante movimiento de principios del 2000 llamado “Nuevo Cine Argentino”. Además, el guion termina sosteniendo todo el avance narrativo en los diálogos ultra explicativos de cada uno de los personajes. No existen matices, descubrimientos, sorpresas… todo está dicho. A una puesta muy cinematográfica, se le enfrenta actuaciones y un guion muy teatrales. La Funeraria, es otro paso más para lograr establecer el cine de género en Argentina como algo de calidad. Con todos sus problemas, consigue sobrevivir a base de una buena fotografía, cuidados movimientos de cámara y una secuencia final que está sacada de la galera narrativamente pero tiene una extraña belleza.
Tensa propuesta de género, protagonizada por Luis Machín quien encarna a un atormentado hombre que debe lidiar con espíritus del pasado que vienen a saldar deudas en la casa que queda al fondo del negocio familiar que da nombre al film. La película conjuga terror y una mirada sobre la sociedad y los vínculos muy interesante, y fue la última producción cinematográfica en la que participó el recordado Hugo Arana.
Bernardo es el director de una funeraria, que dirige desde su casa. En la parte delantera recibe a sus clientes, mientras que en la trasera vive su familia disfuncional entre ataúdes, coronas y traviesos entes sobrenaturales que les visitan a diario. Me da orgullo cuando una película argentina recorre el mundo y regresa con su vuelta de la victoria a estrenarse en tierras nativas. La funeraria, ópera prima de Mauro Iván Ojeda, es una de ellas. Y tras tener su estreno privilegiado en la plataforma de streaming norteamericana Shudder, dedicada completamente al género del horror, la combinación entre el terror puro y el psicológico arriba a salas selectas y a medios digitales para asustar con una historia de fantasmas y apariciones a la cual demasiados condimentos narrativos quizás le hayan jugado una mala pasada. El inmueble del título entonces es el escenario principal donde se desarrolla la acción. Los protagonistas de la historia son una familia ensamblada a la cual iremos conociendo poco a poco, y la película nos irá diciendo que las cosas no están del todo bien para ellos. Está Bernardo (Luis Machín), el ahora dueño del negocio familiar tras la poco comentada muerte del patriarca, quien lleva adelante el duro duelo y el peso a cuestas de la funeraria con Estela (Celeste Gerez), su mujer. Junto a los dos se encuentra la hija de ella, Irina (Camila Vaccarini), una tempestiva adolescente que discute todo y es víctima de sucesos paranormales de los cuales se queja con una parsimonia absoluta en vez de un pánico incipiente. El ambiente familiar no es el óptimo, las rencillas verbales están a la orden del día, y el trío reacciona al caos sobrenatural con una apatía y cansancio increíbles. Acostumbrarse a vivir así debe ser una tarea titánica. La Funeraria, película, Luis Machín Admiro de Ojeda la capacidad de ir adentrándose en el relato con ritmo y aciertos narrativos, dejando que el espectador vaya sumergiéndose en esta pesadilla interpretando datos, escenas y conversaciones. El público es partícipe de lo que sucede minuto a minuto y las pistas sobre la maldición se van recogiendo fotograma a fotograma. La raíz del mal llegará, pero los más impacientes deberán esperar su turno mientras que el terror psicológico hace de las suyas angustiando a la familia que ni siquiera puede utilizar el baño de noche porque es territorio tomado por las ánimas. Pero La funeraria falla cuando todos sus elementos forman un engrudo que llega a una conclusión no ilógica pero densa. Al drama familiar sobre las dificultades de formar una familia con hijos ajenos se le suman problemas maritales, la sombra de un exmarido abusivo, problemas psicológicos individuales, desidia para con la tercera edad y, sobre todo, un trasfondo de artes oscuras que terminará siendo el catalizador del acto final para entender toda la historia. Atentos, no está nada mal querer unificar todos estos conceptos pero la película un poco los desperdicia con un final atolondrado, donde se pone en boca de una médium (Susana Varela) el quid de la cuestión. Una explicación rebosante de mala leche de lo que viene ocurriendo desde el comienzo, que resulta un intento amateur de explicar todo cuando hay cosas que es mejor no explicarlas. El desenlace explota la actividad paranormal a la décima potencia, pero errores crasos como un personaje que se rehúsa a claudicar terminan siendo hilarantes, y una escena onírica con baile incluida apunta a generar catarsis emocional pero en ningún momento se siente como una conquista consagratoria. Al final, La funeraria prometía una mixtura interesante de subgéneros pero se queda corta al aterrizar con soltura en su tramo final.
Critica emitida en radio. Escuchar en link.
Ya no es necesario anunciar que en el cine argentino hay mucho cine de género. Tampoco hay que aclarar que el terror tiene un número creciente de títulos que van armando una historia en las últimas dos décadas de nuestro cine. Se han hecho en Argentina más películas de horror en este siglo que en todo el siglo pasado. Lo que cuesta es que aparezcan títulos que brillen en la taquilla y vuelvan a estas películas tan populares como lo son en otros países. La funeraria (2020), con guión y dirección Mauro Iván Ojeda parte de ideas prometedoras pero no consigue plasmar su ambicioso plan. Las obras no se juzgan por sus intenciones sino por sus resultados y esta película no es una excepción. Bernardo dirige una funeraria y su familia vive detrás de la misma. Un planteo inicial muy interesante que tiene algunos momentos inspirados. El mundo de los vivos y de los muertos convive en una disfuncionalidad que abarca dos planos. Con el avance de la trama se irá develando el misterio detrás de las presencias y cuanto más nos acercamos al desenlace más lejos quedamos satisfechos con la resolución del director. También queda claro que las limitaciones de presupuesto suelen acotar las chances de cubrir con técnica las falencias artísticas. Y que hay actores veteranos como Luis Machín que no encajan con la nueva generación de cine. Para compensar, Celeste Gerez si interpreta correctamente su rol y Camila Vaccarini está a la altura del género, su trabajo es digno de un gran exponente del terror en cualquier cinematografía. Un film más para la estadística y para quienes quieran ir armando una historia del cine de terror en Argentina.
El cine de terror argentino se ha diversificado a lo largo de las últimas dos décadas, mediante una prolífica producción que ha perseguido circuitos de exhibición alternativos, como el Festival Rojo Sangre. Dentro de las coordenadas de un género altamente redituable para la industria, creaciones de bajo presupuesto y notable éxito en la crítica han caracterizado la proliferación de cineastas como los notables hermanos Onetti o el siempre provocativo y original Daniel de la Vega. Mauro Iván Ojeda, joven realizador argentino, sigue la senda trazada por los citados exponentes con “La Funeraria”, reciente incursión del medio audiovisual nacional en terrenos francamente espeluznantes…al menos tal es la premisa. Quien fuera autor y director de los cortometrajes “La de Messi” (Nominado a Premios Cóndor de Plata) y “La Nueva Biblia” (seleccionada para múltiples festivales internacionales), lleva a cabo su ópera prima en largometrajes. Un currículum promisorio no condice con la resultante de un debut ineficiente. Literalidad en su máxima expresión, apenas comenzado el film, la invasión de clichés cumple con su amenaza de sucederse, sin piedad alguna: conocemos de antemano la sombra que se reflejará tras un cristal, la repentina aparición de una tenebrosa figura en un espejo, un filoso cuchillo atravesando la pared hasta desgarrar el sentido común y la tétrica escritura sobre el vidrio empañado de una ventana; aunque los mensajes que el ente espiritual profiere son en extremo ridículos. Evidentes síntomas de un género ultra reciclado y agotado de ideas originales. Más sencillo resulta pervivir de otrora clásicos bajo la tranquilizadora figura inspiradora. No es un mal endémico, Hollywood sabe más que nadie como clonar el terror más previsible. Habrá gritos aterradores y una ominosa atmósfera doméstica, aunque la causa circunstancial no infunda el menor temor. La fórmula conocida y trillada, repetida por generación espontánea. Del guiño homenaje al explícito naufragio de ideas sin escalas, y de lado a lado de su arco evolutivo (inversamente proporcional) el asombro ante una evidente falta de criterio a la hora de encontrar el tono dramático acorde a resolver las tensiones físicas y espirituales que el argumento nos presenta. Circunscribirse a las premisas remanidas que manufacturan productos comerciales, sin el más mínimo interés de realizar un arte original, se dilapidan por completo las chances de una película que navega en piloto automático, sumida en su propia tibieza. ¿Seremos un público exigente de una vez por todas? ¿ Nos animaremos a cuestionar la simplicidad ramplona con la que intentan conformarnos? En “La Funeraria” abundarán picaportes que se mueven de forma sobrenatural, aunque casi nunca el sobresalto valga la pena ni sea algo dificultoso de anticipar. Gravitará, también, una grandísima pobreza argumental que corrobore lo anteriormente expuesto. Un ejercicio de diálogos tristemente ampuloso comete el pecado de exponer al absurdo a un actor de raza como Luis Machín, por completo desaprovechado y fuera de tono. Lo que abunda, daña: la escasez de recursos a la hora de infundir genuino miedo denota una preocupante mediocridad a la hora de concebir un producto que bebe de las fuentes inspiradoras de todo el terror hecho y derecho creado, multiplicado y, hasta el hastío, transitado por el Hollywood más pasteurizado. Lo excedente subraya la rápida consumición. De forma subliminal, se manifestarán las grietas existentes en lazos familiares disfuncionales y se planteará la cuestión de la violencia de género como mera excusa de ‘serio trasfondo’ para una burda justificación hecha de impostada corrección ideológica. La falsa reivindicación moral del cine de autor encubierto. El fin no justifica los medios, aunque nobles hayan sido las intenciones del premiado cineasta. La profundidad mal concebida dentro del formato de terror fantástico resiente una propuesta deficiente desde su acabado estético conceptual. Es el summum del lugar común que invade los espectrales ambientes de una casa encantada, como escenario para un film rayano con la parodia. La nimiedad y el sinsentido nos ponen a prueba, nuevamente. Acabaremos gritando solos en nuestra habitación. Y no de miedo. De frustración.