Trillado film de género, en donde lugares comunes revisitan la idea de un placard en la habitación de una niña que contiene una extraña maldición, se apropia de la pequeña, poniendo a prueba la capacidad de un padre para recuperarla.
Después de que la hija de Sang-Won, Yi-Na, desaparece sin dejar rastro de su nueva casa, un hombre misterioso lo contacta para sugerirle que la busque en el armario. Un nuevo exponente de cine oriental de terror con ganas de jugar a ser una franquicia, pero con suficiente dignidad como para tener vida propia. No es muy difícil darse cuenta de que el esfuerzo estético da resultado y la película es superior a los productos adocenados del cine de terror proveniente de oriente. Le faltan algunos detalles para convertirse en un gran título, pero cumple con creces con su objetivo. Su guión podrá ser común, pero está muy bien filmada.
Este filme coreano del director debutante Kwang-bin Kim, cuyo titulo original es "KEULLOJES", (Closet en ingles, armario en español), se enmarca dentro del genero del terror, pero en realidad no aterra nunca. Esto no va en desmedro de su valoración y se debe a varias circunstancias, la primera es que no es novedosa en ningún sentido, pero se siente una decisión intencional por parte del director. Esto da lugar a otra lectura, subyacente aunque expresada literalmente, en torno a establecer desde el texto una metonimia respecto a realidades casi
Las criaturas de los inframundos dispuestas a saldar cuentas pendientes de su vida en la Tierra no son potestad exclusiva del cine de terror estadounidense, como demuestra esta producción surcoreana que, si no fuera por sus intérpretes de ojos rasgados, tranquilamente podría ser una producción de Hollywood. La habitación del horror comienza con una filmación “casera” de 1998 en la que se observa una suerte de ritual que termina de la peor manera: con su protagonista degollándose con un cuchillo afilado. Corte a un presente que encuentra a un padre viudo –su esposa murió meses atrás en un accidente de tránsito– mudándose a un amplio caserón junto a su pequeña hija Ina. Las cosas se corren de los carriles normales apenas llegan, cuando la pequeña empiece a comportarse de manera extraña, como si estuviera ocultando algo, y el padre escuche sonidos en su habitación que no los genera ella. Los motivos de lo paranormal hay que buscarlos en el clóset del título original. A la manera de Poltergeist, sus puertas son la entrada a un inframundo donde convive un grupo de chicos. Luego de la desaparición de Ina, ese padre desesperado iniciará un largo recorrido –que incluye la visita de un espiritista y un viaje hasta el medio del bosque, donde hay alguien que puede ayudarlo– con el objetivo de saber de qué se trata, qué hay “del otro lado” del placard. Guionada y dirigida por Kim Kwang-bin, La habitación del horror recorre las postas habituales de este tipo de relatos, incluyendo algunos sustos de rigor y varias vueltas de tuerca que lentamente irán completando el rompecabezas, aunque adosándole a partir del Ecuador del metraje algunas situaciones propias del melodrama –con los ecos del tránsito del duelo– y el suspenso que enriquecen lo que hasta entonces era una película apenas discreta.
Luego de la muerte de su esposa en un accidente automovilístico, un arquitecto y su hija pequeña se mudan a una casa de campo mientras intentan recuperarse del dolor de la pérdida. Pero la nena comienza a tener comportamientos extraños, y de un momento para otro desparece dentro de la propia casa. Pasan las semanas y el hombre, desesperado, se cruza con un exorcista que le cuenta que la respuesta no es lógica sino sobrenatural, y que no le queda mucho tiempo si quiere rescatar a su hija del mundo de los muertos. Contada así, La habitación del horror no es muy distinta a otra decena de películas del género, es cierto. Lo que sucede es que en el film del debutante Kim Kwang-bin lo más interesante no está en el punto de partida, sino en cómo se construye ese viaje de terror. La historia va de menor a mayor y avanza a la par de un crescendo del suspenso, sin tiempos muertos y muy efectivo a la hora de crear tensión. Al mismo tiempo, los episodios fantasmagóricos se entrecruzan con una trama subyacente que involucra la relación de padres e hijos, el egoísmo, y el angustiante dolor de una pérdida. El contraste entre esta situación y las figuras espeluznantes de nenes y nenas (al mejor estilo Ringu) es uno de los varios aciertos del guion, también responsabilidad de Kwang-bin. La habitación del horror es una propuesta, que si bien no será novedad para los fundamentalistas del terror, tiene muchos puntos a favor para llevar su premisa a un buen destino: por momentos inquietante, por momentos terrorífico.
A principios del milenio el terror oriental, en aquel momento en pleno estallido internacional, era mayormente representado por las producciones japonesas. Al punto que se acuñó el término J-Horror para agrupar las películas de ese origen dentro del género. Hoy el panorama es sensiblemente distinto, y si bien Japón no ha bajado el ritmo, las ideas entonces novedosas empezaron a agotarse. A la vez, las películas de terror venidas de Corea del Sur se instalaron hasta ponerse prácticamente de igual a igual con sus vecinos y la etiqueta K-Horror se volvió de circulación habitual. Los realizadores coreanos parecen animarse a cualquiera de los subgéneros clásicos del terror: zombies, vampiros, asesinos seriales, posesiones, y, por supuesto, fantasmas. Es cierto que en este último caso Japón estableció ciertos caminos narrativos y estéticos que otras filmografías orientales (incluidas las de Hong Kong y Tailandia) siguieron de manera más o menos aplicada. No es exactamente el caso de La habitación del horror, nuevo film que encara la temática de fantasmas y casas poseídas, que lo hace de manera no tan atenta a los exponentes nipones. Esto no quiere decir necesariamente que el film sea muy original. De su visión se desprende más bien lo contrario, sino que los referentes son otros. La película arranca con una premisa ya bastante transitada y con una situación bastante recurrente en el terror reciente: el duelo. En este caso el de la esposa de Sang-won y madre de la pequeña Ina en un accidente en la ruta en el cual padre e hija sobreviven con las previsibles secuelas psicológicas. Sang-woon es un arquitecto reputado y por recomendación profesional se instala junto con Ina en una casa de campo para empezar de nuevo y sanar heridas juntos. Ya sabemos cómo funcionan este tipo de planes en ese tipo de películas. Sobre todo porque, a pesar de tener él mismo sus propios traumas, Sang-woon está más interesado en retomar su trabajo antes que en conectar con su hija a quien pretende conformar comprándole muñecas caras mientras busca una niñera de tiempo completo. En la nueva habitación de Ina hay un armario bastante aparatoso que empieza a manifestar cierta actividad inquietante y a ejercer una atracción sobre Ina. Esta empieza comportarse de una manera bastante extraña, hasta que un día desaparece sin dejar rastro y su búsqueda es totalmente infructuosa. Cuando Sang-woon ya se encuentra totalmente desesperado y sin rumbo se le aparece en la casa un joven exorcista e investigador de lo paranormal (después sabremos que tiene su parte en el pasado de la casa) que le asegura saber qué pasó con Ina y la forma de recuperarla. La habitación del horror es una clásica historia de fantasmas y casas embrujadas. Algo con lo que los realizadores japoneses sentaron precedentes. Sin embargo el realizador y guionista Kim Kwang-bin no toma demasiado de esa influencia salvo por el hecho de que sus fantasmas pueden ser más corpóreos que etéreos y su accionar rencoroso y vengativo tiene que ver menos con el asustar a los incautos que con el ataque directo. Pero por lo demás el film es más deudor del terror clásico occidental. Digamos que es más Poltergeist que Ju-on. Hasta la casa aislada en el campo en la que padre e hija se alejan parece una típica casa/mansión de la película de fantasmas anglosajona y varios de los recursos de terror van por ese lado. Así y todo hay cierta mixtura y los exorcismos y ritos practicados en la película no se relacionan con la liturgia católica sino con creencias que suponemos más locales. Un poco como vimos en películas coreanas como En presencia del Diablo (2016) o la tailandesa La Médium (2021), aunque en el caso que ahora nos ocupa con resultados no tan contundentes y desde un abordaje mucho más liviano. En su primer largometraje Kim Kwang-bin elige contar una típica historia de terror con fantasmas, posesiones y exorcismos y en una primera escena introductoria juega también con el Found Footage. Pero además a esa historia de terror la mezcla con otros elementos como ciertos toques de comedia que surgen de la relación entre Sang-Woon y el joven exorcista que por momentos parece hasta de Buddy Movie. Más cerca del final, con la entrada del padre al inframundo donde habitan los muertos, mezcla el terror con la fantasía para finalmente abandonarse al melodrama. Toda esta mezcla no hace que el film descolle pero logra darle cierta eficacia y hace que una historia algo trillada se vuelva más entretenida e interesante. LA HABITACIÓN DEL HORROR The Closet. Corea del Sur. 2020 Dirección: Kim Kwang-bin. Elenco: Ha Jung-woo, Heo Yool, Kim Nam-gil, Kim Shi-A, Shin Hyon-bin, Soo-jin Kim, Park Sung-woong, Kim Jung-chul. Guión: Kim Kwang-bin. Fotografía: Choi Chan-min. Música: Jo Yeong-wook. Duración: 97 minutos.
Vuelve el terror asiático. En un mercado donde la moda es regirse por franquicias, tenemos propuestas que no tienen grandes pretensiones en materia de presupuestos. Un buen ejemplo de esto sería La habitación del horror, un filme surcoreano que si bien no es un estreno internacional reciente (la peli data de 2020) sí es un filme de terror donde el componente que mejor se explota es el del thriller. ¿La historia? Un hombre que tras perder a su esposa queda solo con su hija. Pero pronto la niña desaparece y debe unir fuerzas con un aliado improbable para encontrar a la pequeña, donde un armario parece ser la clave. Con un escenario único y elementos que ya vimos, The closet es una muy buena vía de escape dentro de tantas propuestas hollywoodenses. La obra no llega a ser memorable como otras propuestas de la línea de La llamada o Actividad paranormal pero tampoco pretende serlo. Para los amantes del terror es una propuesta digna que no debería ser pasada de largo.
Desde Corea llega un film de terror dirigido por Kwang-bin Kim. Luego de la muerte de la mujer del arquitecto Sang-Won (Ha Jung-woo) sólo quedan él y su hija Ina (Yool Heo). El progenitor decide cambiar de aire y mudarse junto a la niña a una gran mansión para recuperarse y fortalecer el vínculo con su hija, roto desde el accidente. Luego de algunos sucesos extraños pero típicos, en los que la niña se torna agresiva, hable con alguien "imaginario", haga dibujos oscuros y sufra algunas pesadillas, Ina desaparece sin salir de su hogar y estando al cuidado de una niñera, cuando se abren las puertas de su placard. Su padre, siempre muy ocupado, no había notado que en la casona había una presencia, aunque al principio cree que se trata de un secuestro. Hecha la denuncia, van pasando los días sin novedades, hasta que el joven Kyeong Hoon (Nam-Gil Kim) experto en fenómenos paranormales ofrece su ayuda diciéndole que el placard es en realidad el portal hacia otra dimensión. Incrédulo, no queda más que arriesgarse. Rituales, el espíritu de Myung Jin (Si-ah Kim) que busca venganza por un hecho doloroso y buenos efectos visuales se dan cita en una película que no es muy original pero se deja ver y ofrece algo de suspenso.
La Habitación de Horror es una película que termina cumpliendo con la premisa de entregar una historia de fantasmas con impacto emocional, bien acompañada de un par de momentos interesantes que combinan rituales religiosos, tecnología y un desgarrador giro final.
"La habitación del horror": el día de la marmota. En busca de construir un origen traumático para lo sobrenatural, la película profundiza en esa vertiente del horror que crece en la intimidad del hogar y ahí consigue cierta originalidad. Sin embargo, todo lo que rodea a ese núcleo está más cerca de la fotocop El argumento de los mundos/dimensiones/universos contiguos que terminan conectados entre sí por una brecha, abierta a veces de modo accidental y otras a través de rituales de paso, es la idea alrededor de la cual se ordena La habitación del horror, opera prima del surcoreano Kwang-bin Kim. Una idea que, lejos de ser nueva, es una mina inagotable que la industria audiovisual moderna se ha dedicado a saquear, usando su riqueza con los fines más diversos. Mundos clonados son el escenario de la serie Stranger Things, sobre la que Netflix construyó el primer imperio de la era del streaming. Dimensiones paralelas forman la estructura del omnipresente universo cinematográfico de Marvel, que convirtió a los superhéroes de esa casa editorial en la franquicia más redituable de la historia del cine. Y también esa es la base de trabajos ultra independientes (y muy recomendables) como Coherence (James Ward Byrkit, 2013). En el caso de esta producción coreana, el recurso de los universos en espejo es usado para alimentar una clásica historia de terror, género en el cuál también fue explotado de tal forma que cualquier cinéfilo podrá armar su propia lista de películas basadas en él. A pesar del lugar común que la alimenta, La habitación del horror juega con un elemento dramático potente: el terror que puede surgir de vínculos estrechos pero regidos por una relación de poder muy desigual y los traumas que de ellos pueden derivarse. Los protagonistas son un arquitecto muy exitoso y su hija de 11 años, quienes se mudan a una casa alejada de la ciudad, luego de que la esposa de él, y madre de la niña, muriera en un accidente de tránsito. Golpeados por la tragedia, ambos se encuentran en un estado mental y emocional muy delicado. Él, con ataques de pánico y sin poder reorganizar su vida; ella encerrada en sí misma y castigando a su padre con la indiferencia. La película construye bien ese escenario de fragilidad y culpa, que será la llave para abrir el portal que el mal utilizará para entrar en sus vidas y moverse entre los dos mundos. En busca de construir un origen traumático para lo sobrenatural, la película profundizará en esa vertiente del horror que crece en la intimidad del hogar y ahí conseguirá cierta originalidad. Sin embargo, todo lo que rodea a ese núcleo está más cerca de la fotocopia que de la influencia. Ahí está el investigador paranormal/exorcista que juega el doble rol de guía hacia lo desconocido y de alivio cómico. O el ejército de niños perdidos demoníacos, maquillados como una banda de black metal. También los ritos para atravesar los límites de esos mundos siameses. Y, sobre todo, el imaginario cristiano, esa fuente cultural inagotable de miedos con la que los espectadores de todo el mundo ya están familiarizados, aquí ligeramente orlado de color local. Un conjunto de elementos visto tantas veces, que es inevitable sentirse como Bill Murray en Hechizo de tiempo.
Mas que horror es un film sobre fantasmas vengativos y cuestionamientos obvios en la relación de padres e hijos. Un film que marca el debut del director coreano Kim Kwang-Bin, que centra la fuente del miedo en un placard, la puerta de entrada a la desaparición de niños, el lugar donde entrar a un inframundo. El film se inspira abiertamente en muchas películas del género y no aporta mayores originalidades, es más, para explicar algunos argumentos, como las cuerdas espacio-temporales, uno de los personajes dice “como en el film Interestelar”. La historia muestra a un ejecutivo atribulado, reciente viudo, que se muda a una casa enorme y vieja junto a su hijita. La nena desconsolada con su pérdida, visitada por espíritus, primero cambiará su carácter y después pide irse con los fantasmas y ellos la toman. El padre desesperado hará todo por recuperarla, contratar a un joven exorcista con sus propios sangrientos recuerdos, pasearse por el infierno, y enfrentar todo tipo de apariciones. Con una gran producción, con buena fotografía, el nivel técnico es excelente, la duración un poco extensa y el entretenimiento, para los amantes del género, módico.
Universos en espejo alimentan a esta clásica historia de terror La habitación del horror (The closet) es uno de los estrenos de esta semana en cines de Argentina. En una línea similar a Dos hermanas, de Kim Jee-Woon, y con elementos prestados de reconocidos films de casas embrujadas y posesiones, trabaja el terror incluyendo el suspenso como forma paralela de desarrollo del relato, atravesándolo. El terror coreano arrasa hace tiempo con múltiples e interesantes vertientes y el caso de la película dirigida por Kwang-bin Kim no es la excepción: el relato plantea un correcto establecimiento inicial de personajes, desarrollando la historia escalonadamente y con ritmo adecuado, en balance justo de distribución de la información, haciendo un muy buen uso de recursos sonoros y visuales para jugar con el contexto. El miedo se dosifica y atraviesa a los personajes interviniendo de manera paulatina en su mundo, incorporándose entre sus preocupaciones mundanas, mientras modifica su espacio y altera sus emociones. Asiste muy bien el clima establecido desde la iluminación, mientras acompaña el juego de interpretaciones de Sang won (Ha Jung-woo) y el exorcista interpretado por Kim Nam-gil. Heo Yool (Ina) es particularmente un hallazgo, puesto que logra un excelente trabajo, iniciando como una niña algo apática y subiendo en el trabajo de despliegue fisonómico y corporal a medida que las necesidades del guion lo requieren. Explicar más sería spoiler. En un momento, durante el quiebre necesario, la narración parece tener una leve caída, como un desplome en una meseta, podría llamar, inesperada. Pero es nada más una especie de previa de lo que viene. La culpa como expresión de exorcización de las responsabilidades sobre los hechos de la vida (los que sí podemos cargar sobre nuestros hombros), es un punto marcado, y a ello acude el personaje de Sang won como herramienta de supervivencia ante las circunstancias, fantásticas o no, que se le presentan. La habitación del horror es una más que digna muestra de terror que sostiene el interés del espectador a lo largo de su duración.
La Habitación del Horror es un firme coreano de terror, que en normas generales funciona, pero no entusiasma tanto. Trata la historia de un padre y una hija los cuales están un poco distanciados emocionalmente, porque la hija de 11 años resiente que el padre trabaja demasiado, y luego de haber perdido a la madre en un accidente de tránsito están psicológicamente golpeados; debido a esto se mudan a una casa nueva, pero en la misma hay un closet que tiene un portal a otra dimensión paralela a la cual vivimos, y ahí hay unos a espíritus de unos niños que la llaman, entonces ella se pasa para el otro lado. El filme mayoritariamente consiste en el padre tomando diversas acciones para poder recuperar a su hija, sobre todo cuando conoce a un especialista en cuestiones paranormales, que tiene la capacidad de exorcizar ciertos espíritus, y que se quiere contactar con el otro lado para tratar de recuperar a la hija. La película tiene cierta tensión, está bien realizada en normas generales, tiene un par de escenas que pueden hacer saltar al espectador de la butaca, pero no todos los espectadores reaccionan de la misma forma, no es garantía de susto. La película al ser coreana no tiene el ritmo que tienen las películas de Hollywood, pero tampoco es tan lenta cómo fue la médium, otra película coreana que hace poco estuvo en cines, coproducción con Tailandia, en normas generales funciona como drama y suspenso, pero no es una película trascendente, ni original, ni aporta nada nuevo; ni tampoco hace una gran desarrollo de los personajes, y menos aún tiene profundidad o alguna lectura sobre la vida, la muerte o cosas importantes, más allá de una superficial visión que sostiene que no hay que dejar de atender a los hijos. Válida de ver para los que les gusta el cine de terror, pero es un filme que probablemente de acá unos años, o unos meses quede en el olvido.
EL PLACER DE DORMIRSE EN EL CINE Hay un enorme placer al dormirse en un cine. Un placer que diluye toda culpa de haber pagado una entrada, de perderse un cuarto o mitad de película, o de haber truncado una salida idealizada, solo o acompañado. Acomodarse en una butaca, dejar caer los párpados y hundirse en la envolvente e inevitable oscuridad de la sala es tan liberador como despreocupante: mayormente uno siente una necesidad de responsabilidad cuando entra a una sala de cine como final del recorrido de una costumbre ritualista. Prepararse, salir del confort hogareño, viajar, hacer cola para sacar una entrada o para entrar a la sala son parte de dicha costumbre. Entonces, dormirse en un cine es la forma más directa y unívoca de mostrar absoluto desinterés y sopor por una obra, además de quitarse el peso de ese proceso ritual antes mencionado. Decir “con tal o tal película me quedé dormido” es motivo de sepultarla por completo. Es más, genera una inevitable influencia en el otro, a tal punto que posiblemente la soslaye y ni se moleste en querer verla y sacar sus propias conclusiones. El cine que aburre, sea cual sea; de superhéroes, de terror, de Godard, no importa género, forma, año o estilo, es el cine que está condenado por naturaleza. Obvio que esa visión es subjetiva, claro está. Pero se entiende que los mecanismos que mantienen en cierta medida el interés del espectador son específicos, no hay demasiadas vueltas en ello. Aún así, se reitera, es subjetividad pura. Descubrí esto con una película francesa, volví a repetir dicha experiencia varias veces, una mejor que la otra y con películas variadas. Por dichos descansos pasaron desde Llámame por tu nombre hasta La torre oscura. No llevo la cuenta pero puede que La habitación del horror sea la quinta o sexta. Hundirme nuevamente en la envolvente oscuridad de la sala fue más placentero que todo lo que pude ver en la película de Kim Kwang-Bin. Película que apelotona clichés, lugares comunes soporíferos y situaciones menos interesantes que los programas de chimentos de las 3 de la tarde. La habitación del horror arrancó bien. Al menos un poco más interesante que el resto del tiempo en que logré mantener los ojos abiertos. En ella se relata la trágica relación entre un padre y su pequeña hija intentando rehacer su vida luego de que un fatídico accidente se cobrara la vida de su madre. En la difícil tarea de sobrellevar la pérdida se van a vivir a una casona de esas que guardan secretos oscuros a punto de ser revelados. En el camino hacia la nueva casa detienen el auto y la niña se baja perdiéndose en una arboleda. El padre la persigue y se topan, a lo lejos, con la casona. Esa presentación es quizás lo mejor de la obra. Ese acceso por donde se introducen es “otra entrada”, es decir, una puerta alternativa o acaso el umbral a otro mundo. Ese nuevo mundo cargado de fantasmas y espantos varios, porque en la habitación donde duerme la pequeña un clóset parece encerrar todo tipo de entidades. La niña desaparece y por lo visto ese mismo Clóset es la respuesta a ello. Bueno, mezclemos Poltergeist con Insidious y cualquier película de casas embrujadas de los 80 hasta esta parte y saldrá mucho y un poco más de lo que vemos en pantalla. No solo habrá momentos de raros comportamientos por parte de la niña antes de desaparecer, fruto de una posesión (ya para este instante, mis párpados pesaban); además su padre contratará a un médium o algo parecido que lo ayude a rescatar a su hija de donde sea que esté. Es decir: niños, posesiones, casas encantadas, médium, blablabla, pérdida trágica, sobresaltos. Ir a lo seguro, sin riesgo alguno. Nada nuevo bajo el sol, y lo peor no es que su argumento tome estos recursos, sino que afectan el proceder narrativo. Se puede utilizar y reutilizar la misma historia cientos de veces y la fórmula de su éxito radica llana y lisamente en sus formas, en su construcción. Acá todo se sucede sin un interés estético, menos que menos narrativo. Puede haber cierto peso dramático en sus criaturas pero su arquitectura es llana. Ya pasada la hora y monedas intentaba mantenerme íntegro luchando contra el sopor y el tedio. Cabeceaba, se cerraban las persianas, sabía que era una lucha de viernes a la noche. A la par de mi batalla por seguir despierto, una más inverosímil se liberaba en la pantalla. En la oscuridad de la película, con sus demonios internos y en la oscuridad de la sala con el confort de una butaca. En un momento divisé unos fantasmas de esos muy actuales, que solo dan miedo a los desprevenidos y novatos en este género o a los más asustadizos, porque sus apariciones son un loop desde las Ju-on hasta las Ringu. Y como simbología de los fantasmas mentales de sus protagonistas (la muerte de la madre, que a su vez representa el pasado) es más bien pobre, ya que la intención está, pero su ejecución es como todo en ella: plana, superficial y genérica. Ya había pasado más de hora diez y todo intento por mantener el interés en esta obra era en vano. Ya el sueño se apoderaba de mí de modo triunfante. Queremos creer entonces que películas de este tipo solo se estrenan por el actual boom de la cultura popular coreana, tanto en el cine como en las series o la música. De otra forma no se explica su estreno en salas teniendo en cuenta que grandes películas no encuentran una distribución por éstas pampas. En fin. Misterios del espectáculo. Por mi parte sentí que me hundía en un agujero negro. Caía en lo profundo del sueño. Unos diez o quince minutos finales tal vez, no lo sé, tampoco importa ya. Un flash de la toma final me despierta y mis ojos al abrirse divisan los títulos finales. No me culpen, en medio de la película varios espectadores abandonaron la sala. Yo por mi parte me deje llevar, no por el cansancio de una noche de viernes, sino por el sopor de una película insulsa y aburrida. Se los recomiendo.
SIN INVENTIVA Y SIN TENSIÓN Quizás ya no se recuerde tanto, pero a principios del nuevo milenio hubo un pequeño boom con cine de terror asiático, especialmente a través de su variante japonesa, conocida como J-Horror. Las sagas de La llamada (o, para ser más correctos, El aro) y El grito -que tuvieron sus correspondientes remakes norteamericanas) fueron quizás los éxitos más emblemáticos, aunque también se pueden sumar films como A tale of two sisters, Una llamada perdida y Dark water. En casi todos ellos, lo fantasmal asociado al resentimiento y los eventos traumáticos eran los hilos conductores para relatos que solían trabajar muy bien las atmósferas inquietantes. Sin embargo, en los últimos años, la cartelera argentina -cada vez más empobrecida y uniforme- les ha dado poco lugar a las producciones del género provenientes del territorio asiático. En este contexto es que llega La habitación del horror, película surcoreana no aporta nada realmente nuevo, apelando a temas y formas quizás ya demasiadas vistas. El relato se centra en un hombre viudo que arriba con su pequeña hija (con quien tiene una relación entre distante y tirante) a una nueva casa, donde rápidamente comienzan a pasar cosas raras y atemorizantes. Pero no solo eso: también la niña exhibe conductas demasiado extrañas y erráticas, hasta que desaparece misteriosamente, sin dejar rastros. Desesperado, el padre iniciará una trabajosa investigación y, con la ayuda de un particular exorcista, terminará dándose cuenta de que la respuesta está dentro de la misma casa, o más precisamente, en el closet del título. La primera media hora de La habitación del horror es muy floja y hace temer lo peor: diálogos remarcados, una banda sonora altisonante que se impone a las imágenes de la peor forma posible, actuaciones acartonadas y situaciones completamente trilladas, que configuran un combo casi indigerible. Pareciera que el realizador, Kim Kwang-bin, no supiera qué hacer con lo que tiene para contar, como si fuera demasiado consciente de que la narración está plagada de lugares que ya son comunes hace un rato largo y no encontrara formas de hacerla fluir de forma mínimamente distintiva. Recién ya entrada la segunda mitad del largometraje es que pareciera encontrar un cierto equilibrio para que la puesta en escena sea más consistente y, a partir de ahí, lograr instancias de verdadero suspenso, por más que no dejen de ser hallazgos aislados. Por eso es que, probablemente, la mejor secuencia sea una donde el protagonista debe ir a ciegas y confiando en sus instintos, mientras el peligro lo rodea: allí el realizador consigue apropiarse del relato y darle al espacio, así como al contacto corporal, un carácter verdaderamente terrorífico. Sin embargo, por más que en ese y otros tramos el film amaga con poder configurar un mundo propio que capture la atención del espectador, lo cierto es que no pasa de meras insinuaciones. Cuando debe resolver sus conflictos, La habitación del horror entra en una vertiente dramática que apela al horror por vía de las relaciones paterno-filiales con algunos apuntes interesantes, aunque cede al trazo grueso y, en consecuencia, pierde el potencial impacto que buscaba. De ahí que termine siendo una oportunidad desperdiciada, una película que no estimula a adentrarse en lo que aporta el continente asiático al género.
A menudo el cine coreano de género encuentra sus mejores exponentes cuando los realizadores crean propuestas con identidad propia que se alejan de las fórmulas hollywoodenses. Dentro de la temática de terror A Tale of Two Sisters y Hansel y Gretel son dos claros ejemplos que retratan el contenido de calidad que puede brindar la industria de ese país cuando los directores están inspirados. La habitación del horror representa el caso opuesto de esta cuestión y por eso resulta tan decepcionante. Filmada bajo la premisa "robemos a James Wan que está lejos y no se entera", el director Kim Kwang-bin ofrece un burdo refrito de La noche del demonio (Insidious) sin demasiadas variaciones. La trama es prácticamente la misma con la diferencia que este relato además busca revivir el cine asiático de fines de los años ´90, con los típicos fantasmitas vengativos que aparecieron en Ringu, The Grudge y el resto de sus clones. La dirección de Kwang-bin no toma ningún riesgo y se limita a copia la misma fórmula narrativa que vimos en centenares de filmes similares. Cada tanto surge algún jump scare que tiene la función de atenuar el tedio, pero en general el espectáculo que se ofrece es terriblemente genérico y predecible. El reparto cuenta con dos figuras conocidas del cine coreano como Ha Jug-woo, el recordado psicópata de The Chaser, y Kim Nam-gil (Memories of murder), quienes reman con profesionalismo un argumento que tampoco les ofrece material para destacarse. Sus interpretaciones no son suficientes para levantar un film que se queda muy corto en materia de contenido de terror y refrita un argumento trillado que cuenta con numerosos antecedentes.
Hay un señor con una niña en una casa y la niña desaparece tras traspasar la puerta de un clóset. Hay una presencia siniestra, un investigador paranormal y secretos (melodramáticos, como corresponde al cine coreano) que han dejado el pasado en busca de revancha. Y hay poco, más allá de algunos escalofríos causados por golpes de efecto bien dosificados. Una película de terror bastante a reglamento, pero prolija.
El pasado 28 de julio se estrenó en salas – y sigue en cartel – el primer largometraje del director coreano Kwang – Bin (41), quien en 2011 estrenó su ópera prima como director y también guionista, el cortometraje Modern Family. En esta ocasión, el director expone la crueldad a la que son sometidos los niños y las relaciones reprochables y violentas entre padres e hijos. En esta línea es que se narra la historia de Sang-won y su hija Ina. Tras un trágico accidente en el cual ambos perdieron a su esposa / madre respectivamente, padre e hija se mudan a una casa nueva, en la cual Ina comienza a comportarse de forma muy extraña y días más tarde desaparece sin dejar rastro. Derrotado por la desaparición misteriosa de su hija, Sang-won decide recuperarla. El elemento clave en este filme transcurre puertas adentro de un armario, objeto que el cine de terror ha utilizado en más de una oportunidad y que sin embargo sigue resultando efectivo. Con la ayuda de un exorcista que se presenta ante la casa de Sang-won al enterarse la noticia de la desaparición de su hija, y que se encuentra vinculado a la causa por una historia personal, la película comienza a tejer la trama a través de la cual el padre deberá enfrentarse con el mal para recuperar a su niña. La película logra momentos muy atinados y genera climas que escapan al cliché habitual de este tipo de historias. Si bien algunos elementos previsibles se acentúan sobre la mitad, el desenlace y sobre todo el mensaje, o mejor dicho, la denuncia que el director plantea en La habitación del horror propone una reflexión cruda pero valiosa. Los jumpscares, los movimientos frenéticos de cámara, y el trabajo con el sonido extradiegético se encuentran presentes y bien utilizados en relación a lo que el director se propone contar. La habitación del horror no desentona y es una opción de terror oriental que no defrauda al enmarcar al proponer como argumento principal el maltrato infantil y el abandono de los hijos. Opinión: Buena.
La habitación del horror, de Kim Kwang-bin Una cinematografía puede dar cuenta de una sociedad, y la coreana tiene dos extremos notablemente definidos. Uno es el edulcorado melodrama, que en su versión más extrema resulta en el K-style, el otro un terror que en apariencia es ominoso, pero que en el fondo es puramente didáctico, una suerte de combinación entre la cultura oriental y la moral occidental. Algo similar a lo que pasó en Europa en los primeros siglos de cristianización, cuando las viejas costumbres shamánicas totémicas se resguardaron dentro de la nueva religión cobrando formas de santos o demonios. En todas las culturas aparece la idea de lugares que funcionan a la manera de espacio sagrado. Permiten unir mundos, sea éste un círculo de piedras, de hongos, algún árbol particular. Tal vez más profano es algún muro que separa el bosque de la pradera culturizada. Ya en las casas este lugar podía ser un escritorio, o simplemente un cuarto, el cuarto del tío/a, abuelo/a, invitado/a, un cuarto misterioso y prohibido. Pero en un mundo donde no hay espacio para cuartos, lo más parecido a un portal puede ser un placard. Los placares tienen larga historia tanto en la literatura, en la música, y en el cine. Las dos dimensiones que el placard establece puede funcionar de muchas maneras, desde ser un portal a lo fantástico (Narnia) o lo que posibilita ver y escuchar lo que de otra manera no podría verse (ver la discusión Zizek-Chion en relación a Blue Velvet), También Pixar explota la idea del placard como portal, o como E.T., también Critters hasta existe un placard que vuela en el espacio y en el tiempo; un caso especial es la británica Dr. Who, donde el placard es reemplazado por una garita de policía. Ese espacio donde se amontonan recuerdos, cosas sin uso, es un lugar donde también desaparecen otras cosas e incluso secretos familiares. Salir del placard es una célebre frase que tiene el mismo sentido en casi todos los idiomas. Hay que recordar también ciertas genealogías que se pierden en el tiempo, el gabinete o cuarto de las maravillas, que funcionaban más o menos a partir del siglo XVI, como suerte de museo privado. Allí, el coleccionismo, de cierto tinte enciclopédico y algunos residuos de magia ya puestos bajo la tutela del iluminismo, podía encontrarse con cosas tales como cráneos de la Polinesia, la Patagonia, objetos de supuestos seres extraordinarios; el film de Robert Wiene: El gabinete del Dr Caligari (Das Cabinet des Dr. Caligari, Robert Wiene, Alemania, 1920) film por antonomasia del Expresionismo Alemán. La habitación del horror (The Closet, Corea, 2020) de Kim Kwang-bin, guionista y director, se delinea ya con su marca de origen, en el género de terror del Lejano Oriente y Sudeste Asiático. Este conjunto de países que desde Japón a Corea, también Filipinas y Malasia, o la India, reformularon el terror, echando mano principalmente a su identidad cultural. El terror chino es un capítulo aparte; para el ojo inadvertido diferenciarlos muchas veces puede ser algo difícil. Desde Ring, basado en el Best Seller de 199 de Koji Suzuki dirigida por Hideo Nakata en 1998, el tema parece haber entrado en un callejón sin salida. Pequeñas diferencias que no hacen a la esencia: la culpa, el pecado, las deudas morales y económicas se confunden más y más unas y otras, (honrarás tu deuda), algunas veces disfrazados con cuestionamientos sociales otra con supuesto o no, mitos y leyendas. El resto es obvio: el chamán, los espectros, los cortes abruptos que parecen encantar a los adolescentes, todo investido de un traje finalmente moral, la fotografía en la gama de los azules tampoco es novedad. Podría decir finalmente que el film, más que crear algo nuevo, funciona como la misa de los domingos, yque todo acto que se desvía de lo correcto tiene un castigo en el mundo preternatural, y que es mejor no perturbarlo. Más que eso no se puede decir de un tema que si en un momento fue refrescante hoy se vuelve una propaganda (no publicidad) demasiado repetida. Para otro día quedará algún dossier de objetos y sitios malignos o dicho un poco más técnicamente hierofánicos: placares, camas baños y preguntarnos por qué, cómo evolucionan junto con el hábitat estos terrores, hasta entonces me despido de ustedes y que duerman bien esta noche.