La culpa en el espejo Los relatos abiertamente políticos son escasos en el cine de nuestros días por la sencilla razón de que el grueso de la industria considera más “seguro” a nivel comercial apostar al lavaje olímpico de manos en lugar de militar por una causa -o serie de causas- de manera sostenida, algo que era habitual hasta no hace mucho tiempo. La mediocridad cultural, esa que nos acerca cada vez más al terreno del sustrato discursivo inofensivo, lleva a que el público esté consagrado a un entretenimiento vacuo que se encadena bajo la lógica de la televisión para ser consumido y desechado con una generosa celeridad de por medio. Por suerte aún existen algunas excepciones como por ejemplo El Candidato (2016) de Daniel Hendler, Okja (2017) de Bong Joon-ho y la presente La Hora del Cambio (L’Ora Legale, 2017), una película interesante que adopta los arquetipos de la parodia para analizar la administración estatal. En esta oportunidad los principales responsables son Salvatore Ficarra y Valentino Picone, los directores y guionistas del opus, un dúo cómico televisivo que a lo largo de su carrera se paseó por distintas variantes de la comedia (desde la costumbrista y la de situaciones, pasando por la romántica/ familiar, hasta llegar a la social y la de crisis profesional), lo que definitivamente los fue preparando para construir esta fábula sardónica y política -con todas las letras- que transcurre en el pueblo ficticio de Pietrammare, en Sicilia, el cual se debate entre seguir con el alcalde corrupto de siempre, Gaetano Patanè (Tony Sperandeo), u optar por otro candidato, Pierpaolo Natoli (Vincenzo Amato), quien promete corregir problemas como los baches en las calles, el tránsito colapsado, los excrementos de las mascotas, la basura apilada alrededor de los contenedores, la contaminación fabril, el clientelismo, etc. Cuando se descubren los últimos chanchullos de Patanè justo en el período de elecciones, Natoli sale vencedor y comienza una serie de reformas que en esencia se basan en aumentar las multas, repartirlas entre los ciudadanos y exigir permisos y habilitaciones para una infinidad de actividades comerciales del distrito, lo que por supuesto le gana el odio de los votantes y deriva en una escalada de intentos por detener los cambios. Ficarra y Picone, ambos además actores, se insertan en la historia en la piel de Salvatore y Valentino, dos amigos que tienen un pequeño negocio gastronómico y que terminan convirtiéndose en parias por haber apoyado a Natoli, quien para colmo es cuñado de Valentino. La obra es bien esquemática a nivel ideológico y presenta la oposición entre la típica mafia del poder central y la plataforma de un idealista que lleva a cabo aquello que prometió en la campaña. Desde ya que La Hora del Cambio es también muy manipuladora porque le echa toda la culpa al pueblo que vota a delincuentes como Patanè pero no termina de señalar del todo que Natoli más que una construcción extrema en función del relato, es en muchos sentidos una versión light de estos neoliberales parásitos -y tan podridos como los anteriores- cuya única forma de gobernar pasa por aumentar impuestos, suprimir derechos sociales que costaron sangre y delirar con medidas/ prestaciones gubernamentales ridículas, como si se viviese en Suiza (en Italia el representante histórico de la corrupción de la plutocracia fue Silvio Berlusconi, aquí en Argentina tuvimos a Carlos Menem y ahora tenemos a Mauricio Macri y su séquito de payasos: dicho sea de paso, la propuesta obvia las prebendas en las que suelen caer estos gobiernos enmarcados en un fascismo marketinero y obsesionado con las redes sociales). Más allá de su naturaleza simplista/ popular en pos de ganarse a unos espectadores que de seguro -al igual que los argentinos- gustan de mirarse en el espejo de la vergüenza, ese que les devuelve la imagen de un suicidio colectivo luego de los comicios, el film por lo menos es enérgico y aprovecha con destreza el tono narrativo farsesco gracias a la innegable experiencia de Ficarra y Picone en el rubro. Muchas situaciones y diálogos son asimismo muy hilarantes debido a que logran englobar las características más patéticas de buena parte de las grandes ciudades y las regiones suburbanas, poniendo el acento en la cultura del ventajismo recíproco, algo que también los habitantes de nuestro país podemos entender sin mayores inconvenientes (aunque en esta pampa la especulación es mucho más pronunciada que en cualquier recodo de Europa). La Hora del Cambio funciona con solvencia como un retrato de la estupidez de los votantes y los desastres a los que estamos condenados como sociedad a menos que se supere la eterna disposición a sacar provecho del poder y los privilegios…
La revolución se queda en casa El cine italiano ha sido uno de los claros exponentes del uso del género cómico como filtro de una realidad social. De hecho, la commedia all’italiana es una institución en si misma, a través de la cual se ha descrito con un humor crítico la sociedad del país, desde los tiempos de Mario Monicelli, Pietro Germi o Ettore Scola. Luego evolucionó hacia una comedia de corte político más marcado, como la de Nanni Moretti, hasta llegar a nuestro presente con la perlongada actividad de los renovadores de la década de los 80, pero también con las propuestas de nuevas voces. Apartando las miradas más distanciadas e irónicas de los directores italianos más prestigiosos del panorama, como podría ser el Matteo Garrone de Reality (2012), hay espacio para autores de vocación popular como el dúo Salvatore Ficarra y Valentino Picone, cuya prolífica irrupción en la cinematografía italiana hace diez años se ha saldado con cinco alocadas y toscas cintas cómicas. La hora del cambio es su obra más deliberadamente política, con la que ansían trascender las historias personales y exponer, con la bandera del humor por delante, la fáctica corrupción de un pueblo siciliano, extrapolable también al funcionamiento institucional estatal. Para ello, dan la vuelta a la tortilla proponiendo el reemplazo de un berlusconiano alcalde, artífice y autorizante de maniobras irregulares locales, por un honrado maestro que pretende instalar la legalidad y las buenas prácticas en el pueblo. Es inevitable pensar en alguien como Dany Boon cuando se visiona La hora del cambio, ya que comparten el mismo tipo de humor, basado en las costumbres del carácter autóctono y el trazo un tanto grueso. Aún así, mientras Boon sigue siendo fiel al estilo más recatado del cine francés, los italianos hacen gala de su habitual exceso y sucumben a un conjunto algo más explosivo, a nivel superficial. Y eso es una lástima, ya que con semejante premisa podría haber tenido lugar una película más inteligente, atrevida y, también, ácida. No sólo rebaja sus posibilidades, es que además su desarrollo se va agotando con el paso de los minutos. Termina resultando insípida, aburrida por su previsibilidad y nada emotiva, dejando para el espectador una sucesión irregular de gags a medio gas y sin la brillantez de sus antepasados cronistas sociales, anteriormente citados. Es de lamentar el poco riesgo que Ficarra y Picone han empleado en su película, pero es comprensible teniendo en cuenta que está en gran parte pagada por Medusa Film, productora integrada dentro del grupo Mediaset –propiedad de Il Cavalieri Silvio Berlusconi-. Optaron por venderse a la mano del sistema que les da de comer, en lugar de intentar combatirlo desde su arte y por medios alternativos, tal y como propone en un principio el film. Desaprovechada, con la caspa inherente a las obras cómicas de su productora, y tremendamente fallida en su ejecución contiene, sin embargo, una reflexión bastante coherente no sólo con el contexto italiano, sino con el español. Se anhela un cambio a mejor, una prosperidad en la que la transparencia y el buen hacer administrativo inunden las calles de las ciudades. No obstante, eso conlleva un esfuerzo y un sacrificio en primer término que ocasiona molestias en el ciudadano, pero que recibirá a largo plazo un beneficio que será constante en el futuro. La población no está preparada para la mejora, ya que es incapaz de renunciar a su comodidad individual para el bien común. Por lo tanto, se regresa a los modus operandi conservadores y tradicionales, decadentes, nocivos, pero ya conocidos y en los que la sociedad ha sobrevivido hasta nuestro triste presente. El pensamiento generalizado que suscita eso de “vale más malo conocido, que malo por conocer” se aplica tanto en Italia como en España, dando lugar a este inmovilismo político del que parece que no se librará nadie durante los próximos tres años, por lo menos. Así, sí que “la hora del cambio” no llegará jamás.
¿Cambiamos? En línea con la estrenada el año pasado ¡No renuncio! (Quo Vado, 2016), La hora del cambio (L´ora legale, 2017) es otra sátira política italiana realizada por cómicos que parodia la situación actual. Virtud del cine italiano a la hora de representar vicios sociales desde los estereotipos con el fin de reírse de sus miserias y exponerlas en pantalla. Por supuesto, la fábula traza paralelos con otras latitudes que le dan un plus a la cuestión. En el pequeño pueblo siciliano de Pietrammare hay elecciones. El intendente local está anclado en el poder hace años y asociado a infinidad de hechos de corrupción -¿suena familiar?-. La gente harta del hombre decide un cambio, alguien que ordene y cumpla con la ley. Inesperadamente gana las elecciones un honesto profesor de cincuenta años que, cómo nunca sucedió en la historia de la región, cumple a rajatabla sus promesas de campaña: cumple la ley cobrando impuestos a casi todos los ciudadanos de Pietrammare generando un descontento social. Nadie se salva del rigor de la ley, ni el cura ni los familiares del intendente electo. Comienza un proceso de boicot contra su gobierno. La gran comedia italiana se propuso develar el accionar de distintos personajes de la sociedad repletos de miserias humanas. Los monstruos (I mostri, Dino Risi, 1963), Il sorpasso (Dino Risi, 1962), Los inútiles (I vitelloni, Federico Fellini, 1953), Feos, sucios y malos (Brutti, sporchi e cattivi, Ettore Scola, 1976) -por mencionar sólo algunas-; son grandes películas que marcaron una época y tradición que el dúo cómico Salvatore Ficarra y Valentino Picone, surgido del programa de televisión Zelig Circus, recupera en esta película. No falta ninguna de las cualidades de aquel cine: un humor de principio a fin y una crítica aguda a la sociedad que representan. Los discursos acerca del cambio nos llegan de cerca, sin embargo hay diferencias sustanciales con nuestra realidad (la noción de cambio asociada a la honestidad por ejemplo) por más que los distribuidores locales busquen el efecto reflejo llamando “La hora del cambio” a un título original que se traduce literal “La hora legal”. La hora del cambio no trata de representar ninguna realidad en particular, sino de hacer una fábula divertida y ácida acerca del modus operandi de ciertos prototipos sociales: la iglesia que se niega a pagar impuestos; la mafia que lucra con el caos de manera violenta; la juventud idealista que sostiene procesos progresistas, ciudadanos que reclaman orden que no están dispuestos a cumplir, etc. A ellos está dirigida la crítica de una película que busca, en los lugares comunes de los ciudadanos, la identificación con el espectador. De esta manera hace efectiva y funcional su sátira política social, con un humor desopilante que invita a reflexionar.
Ficarra y Picone son un dúo cómico formado por Salvatore Ficarra y Valentino Picone que con el éxito de “Zelig Circus” se les abrieron las puertas de una carrera televisiva intensa, el teatro y el cine. De hecho “L`Ora legale” es su sexto film como directores, son protagonistas y colaboraron con el guión junto a Edoardo De Angelis, Nicola Guaglianone y Fabrizio Testini. La idea original es realmente buena: en una pequeña localidad todo el mundo esta a disgusto con el intendente, baches en la calle, basura por doquier, caos en el tránsito y tráfico de favores son algunos de los males que enfurecen a los ciudadanos. Cuando llegan las elecciones, un profesor se presenta como candidato y gana ampliamente. El nuevo funcionario se pone en movimiento para hacer todo legal, sin “amigos del poder” y solo se gana enemigos. Es que todos, sin excepción, vivían con alguna irregularidad: o no pagaban impuestos, o contaminaban el mar, o no tenían permisos para ocupar espacio público, o eran empleados ñoquis y la lista continúa. A tal punto que el nuevo intendente perjudica a todos, hasta el mismo cura. Por eso familia y vecinos deciden “inventarle una causa” para sacárselo de encima. El problema de de la película es que entre las buenas ideas, esta el estilo de los creadores, uno impávido y el otro tan histriónico y exagerado que termina irritando al espectador. Quizás un buen director de comedia hubiese sacado buen fruto de ese guión y de esa mirada tan desencantada de la sociedad italiana donde nadie se salva y la corrupción es la reina.
La corrupción, eje de una sátira reducida a un cliché "Italia es el país de las componendas", decía el príncipe Salina en El gatopardo, de Visconti y Lampedusa. Y algo de aquel aire que inundaba la Sicilia decimonónica parecen querer recrear, en clave de farsa, los comediantes Ficara y Picone en La hora del cambio. La elección del nuevo alcalde en el pequeño pueblo de Pietrammare se convierte en la perfecta excusa para asistir a la vieja disputa entre corrupción y honestidad. Patanè es el alcalde en ejercicio, quien persigue la reelección a fuerza de clientelismo, prebendas y una sonrisa publicitaria; Pierpaolo Natoli es un profesor viudo y honesto que decide dar batalla, prometiendo cumplir su mandato con conciencia y respeto a la legalidad. Ficara y Picone son, en ese escenario político que se traslada a la vida cotidiana, los cuñados de Natoli, remedos de los viejos arquetipos de la commedia dell'arte que condensan en la gestualidad y las frases hechas todo ejercicio concreto de la sátira. La comedia fue uno de los géneros populares que mejor observó la Italia de la posguerra, el desencanto del milagro económico y la crisis de los años venideros. Hoy, aquella tradición que tuvo a Alberto Sordi y Totò entre sus filas, que dio a directores como Mario Monicelli, no puede salir de los clichés, de una puesta en escena televisiva ni de la convicción de que la idea está por encima del desarrollo narrativo y la vitalidad de los personajes.
Fábula moderna y política Ficarra y Picone hablan de compromiso con el cambio sin sustento político o cinematográfico. Con timing electoral, los comediantes sicilianos Ficarra y Picone debutan en la cartelera porteña tras más de una década protagonizando filmes que también escriben y dirigen, en la piel de los simpáticos Salvo y Valentino, compinches de personalidades contrastantes. El cine del dúo apela a un tono tragicómico para exponer cierta falta de civilidad regional del sur de Italia con una elevada dosis de sarcasmo y aprovechando siempre el temple opuesto de sus personajes. En La hora del cambio, Salvo y Valentino terminan enfrentados por una campaña política cuando un maestro, miembro de la familia, decide combatir la corrupción y postularse como alcalde de Petrammare, ficticio pueblito del sur de Italia, para terminar con el clientelismo oficialista. El candidato da el batacazo y se impone en las elecciones, pero ninguna grieta separa a Salvo y Valentino, ni a nadie más en el pueblito palermitano, una vez disparado el conflicto real: el nuevo alcalde comienza a cumplir sus promesas y todos, una vez que sintieron la mano en el bolsillo, quieren deshacerse del funcionario electo cuanto antes y como sea. La sátira de Ficarra y Picone no tiene nada que ver con Nanni Moretti, quien dedicó buena parte de su carrera a la comedia y la política. En La hora del cambio nadie grita consigna política alguna y ni siquiera se discuten las distintas visiones. Ficarra y Picone prefieren apoyarse en la inmediatez de los gags que exponen la vulgaridad del pueblito y buscan que el espectador se sienta reflejado y se vea a sí mismo en pantalla como parte del gatopardismo de una sociedad con más ganas de quejarse que de mejorar. La linealidad simbólica de Ficarra y Picone termina siendo paradójica en La hora del cambio, una fábula moderna sobre la necesidad de un cambio rotundo con todos los vicios enquistados de la comedia italiana más tradicional.
La Nueva Política. En el pequeño pueblo siciliano de Pietrammare se acercan las elecciones para alcalde; el histórico Gaetano Patanè se prepara para ganar una vez más sin mucho esfuerzo ni honestidad. Pero después de tantos años, la corrupción y la ineficiencia del alcalde es demasiado para los habitantes del pueblo, que se deciden en masa a votar por el opositor Pierpaolo Natoli, un honesto profesor sin experiencia política aunque lleno de ideales que hace campaña prometiendo honestidad y apego a las reglas. Sus dos cuñados son socios en un pequeño bar frente a la municipalidad y ocupan su tiempo libre participando en la campaña, aunque uno para cada bando. Mientras uno de ellos comparte de corazón los valores rectos del nuevo candidato, el otro es un oportunista al que le alcanza la promesa de un permiso municipal (para ampliar el bar) para recorrer la ciudad alentando al histórico alcalde por un megáfono. Llegado el día de las elecciones, y ayudado por un último escándalo que termina de agotar la paciencia del pueblo, Pierpaolo gana e inmediatamente se dedica a cumplir cada una de sus promesas de campaña, dando inicio a una nueva era política llena de legalidad y respeto por las reglas, algo para la que el resto del pueblo no parecía estar tan preparado como creían: nadie esperaba que fuera a tomarse tan en serio lo de la honestidad. Casi como en casa: Con una idiosincrasia que es fácil sentir casi local, en el ficticio pueblo siciliano donde ocurre la historia se plantea una pregunta bastante subestimada: ¿Que pasaría si, de un día para otro, hay que empezar a cumplir todas las reglas y ya no puede echarse la culpa a nadie más de los problemas? Hasta para el más recto de los cuñados el desafío se vuelve muy difícil de sostener, y cuando los votantes descubren con horror que el nuevo alcalde planea seguir cumpliendo con sus promesas de campaña, comienzan a organizarse para conseguir su renuncia. La premisa de la historia es simple y la propuesta artística aún más, ni en lo visual o lo narrativo tiene pretensiones de profundidad sino que apunta directamente a producir situaciones absurdas casi sin respiro, por lo que todo lo interesante de La Hora del Cambio cae en hombros de los diálogos ágiles entre personajes ridículos que representan los distintos arquetipos de un pueblo en el que el único que parece no tener ningún muerto en el placard es el alcalde recién electo. Es una comedia italiana, con todo lo que eso implica. Y cumple muy bien con lo que se propone. Conclusión: El humor propuesto por La Hora del Cambio es liviano y hasta algo chato, pero la agilidad con la que avanza lo hace muy efectivo y termina cumpliendo con la función de toda comedia: hacer reír.
Desde Italia, curiosamente, llega esta película que profundiza en la naturaleza humana, la corrupción y el sinsentido, en algunos casos, del poder. Se pueden cambiar el orden de las cosas sin alterar estadíos de confort anteriores? Pregunta que dispara la narración de esta comedia ácida, lúcida y mordaz, sobre una elección que termina en triunfo para un ser honesto que verá que sus intenciones no bastan para torcer el destino de la inevitable decadencia imperante.
Todo se desarrolla en un pequeño pueblo inexistente en la región de Sicilia en el cual se acercan las elecciones para el nuevo alcalde. Por un lado está quien ya ha sido gobierno, un ciudadano deshonesto y sin escrúpulos Gaetano Patanè (Tony Sperandeo). El otro candidato es todo lo contrario un profesor de unos cincuenta años Pierpaolo Natoli (Vincenzo Amato) nunca estuvo en política y cree en algunas reformas posibles. Además están enfrentados: Salvo (Salvo Ficara) sigue a Patanèy Valentino (Valentino Picone), seguidor de Natoli. Pero ambos están unidos por un vínculo de familia con Natoli, que es su hermano. Uno de estos dos ganan, y varias cosas cambian, comienza a regir: un orden, el tema de la paga de impuestos y la justicia. Pero como sigue esto para que no pierdan la esencia es mejor no adelantar mucho. Su trama es muy divertida, tiene mucho de sátira y detalla varias críticas a la sociedad italiana. Luego te lleva a charlar sobre varios puntos en la mesa de un café por ejemplo.
Italia, un espejo para ciertos vicios criollos En esta comedia satírica, los vecinos de un pequeño pueblo siciliano están hartos de su intendente, ejemplo absoluto de corrupción, indolencia y falsa simpatía. No hay progreso, ni mejoras, ni siquiera hay quien levante la basura. Vienen las elecciones y se postula un tipo serio, íntegro, que promete una absoluta limpieza. Lo votan. Y cumple y hace cumplir. Ahí viene el problema: "¿Cómo? ¿los amigos y parientes no arreglamos? ¿yo también debo pagar tasas y multas, acatar las reglas? El otro era más piola." Como amarga deducción, en la propia obra surge también otra pregunta: "L'Italia, l'onestá, se la può permettere?" ("Italia, la honestidad, ¿se la puede permitir?"). Nos duele, pero la traslación puede ser casi automática. Claro que esto no es todo. La comedia alegre y burlona- tiene otros enredos y agrega más elementos de diversión. No sólo de política vive el hombre. Autores y protagonistas en papel de vecinos y concuñados, Salvatore Ficarra y Valentino Picone, dos palermitanos muy populares en su paese. Con ésta, su quinta obra, se acercan al Mario Monicelli de "Queremos los coroneles" y más aún al Checco Zalone de "Quo vado?", que acá se llamó "¡No renuncio!", inteligente comedia sobre los efectos de una "limpieza" de empleados públicos. Esta última, y "La hora del cambio", si estuvieran dobladas casi creeríamos que son argentinas.
Los humoristas italianos Ficarra y Picone no enganchan con un buen texto para la película con crítica política. La hora del cambio no parece un título casual en la Argentina para la comedia italiana L’ora legale (sería “la hora oficial”). Se parece en el fondo al discurso que llevó a Macri a la presidencia, con el eslogan “cambiamento” y hasta colando un “sí se puede” recitado casi imperceptiblemente en medio de la historia. En el caso de la comedia italiana, el que gana una alcaldía de Sicilia cumple a rajatabla sus promesas de campaña: y eso desconcierta a todo un pueblo que no está acostumbrado a que las cosas se hagan bien. Patané, el alcalde en funciones que quiere su reelección, tiene como eslogan de campaña “Vote a Patané, no pregunte por qué”. El juego de La hora del cambio es tan interesante como el de La invención de la mentira, un filme que planteaba una sociedad en la que nadie mentía. Pero mientras aquella película de Ricky Gervais tenía una hora gloriosa y después se desvanecía, aquí se derrumba tras sonreír al leer la sinopsis. Todo es predecible y, por cierto, eso hace perder su eficacia humorística desde el comienzo: las idas y vueltas morales de los protagonistas (los centrales son los humoristas italianos Ficarra y Picone, además directores), la honestidad brutal del candidato (Vincenzo Amato), el comportamiento del pueblo frente a la corrupción o a la ausencia de ella. Es curioso el paisaje descripto de esa ciudad italiana de Pietrammare, que aunque exagerado podría ser reconocible en algunos lugares latinoamericanos: calles con baches pronunciados, tránsito entorpecido, gente que estaciona en cualquier lado o tira la basura a cualquier hora, que acostumbra a abusar de los amiguismos para conseguir beneficios del estado en lugar de ir por la vía legal, y un largo etcétera. Está claro que en el fondo, los discursos pueden ser bonitos para convencer en época de elecciones, pero la clave es saber cuánto están dispuestos a hacer los políticos... y el pueblo. “Disculpen, pero nunca se vio que un político cumpla lo que dice en campaña electoral”, confiesa un pietrammarense. “Ciudadanos de Pietrammare, ustedes que querían el cambio... ¿Están dispuestos a cambiar?”. Ahí radica la clave de toda la apuesta divertida de Ficarra y Picone, quienes a pesar de ser comediantes populares ni siquiera se lucen actoralmente... y parecen entusiasmados en gritar mucho y decir pocas cosas inteligentes. El mundo de esa política de pueblo daba para mucho más, también la idea que da origen al filme, pero equivocaron el camino al mostrar un pueblo que no tiene sus matices, con funcionarios también caricaturizados que los alejan de la realidad (y por eso, dejan de resultar graciosos). Parecía una idea saludable porque partía de un universo sencillamente reconocible, pero llevado al absurdo pierde toda eficacia.
Comedia italiana que al parecer refleja lo que está sucediendo políticamente en ese país, pero que tranquilamente puede ser un espejo de lo que pasa acá en Argentina con el “Cambio”. Un pueblo del sur de Italia cansado de que el gobernador actual no haga nada para mejorar el pueblo deciden el cambio, pero en el camino empiezan a darse cuenta del error (suena conocido, no?) y empiezan una serie de situaciones “cómicas” alrededor de esto. Tiene muchos gags que se repiten y que en vez de dar risa cansan. El mecanismo de la repetición de un chiste que funcionó a penas la primera vez no ayuda al film. El mismo arranca bien al principio, pero cuando ya es electo el nuevo gobernador la película empieza a caer de forma estrepitosa llegando a una meseta de la cual no logra salir nunca. Lo mejor de la película es la fotografía, un lugar hermoso el pueblo de Pietrammare y ayuda a que sea más llevadera la película. Mi recomendación: Una comedia que si la ves un domingo a la tarde en tu casa, ayuda a pasar el tedio de los domingos.
La traducción literal del titulo de este filme italiano seria “La hora de la legalidad”, bastante más acorde al relato, pero que no tendría la implicancia del titulo elegido para su estreno en estas playas, Todo transcurre en un pueblo costero de Sicilia, donde la trasgresión es moneda corriente, así viven, pero parecen cansados de la inoperancia, de estar inmersos en el relato de una realidad que no es. Situación que determinará la derrota del intendente en las elecciones y su reemplazante es un hombre de palabra, con alta incidencia moral sobre sus vecinos. Pero cuando empiezan a mostrarse los cambios, el imponer lo legal, el atacar la impunidad, la corrupción, el desorden nuestro de cada día que todo lo oculta, el caos por el caos mismo, para dejar al descubierto los reales deseos individuales. “Todo muy lindo pero que no me modifique nada a mi”, seria la máxima. La historia se centra en dos personajes, socios en un bar céntrico, ambos cuñados del nuevo intendente, pero contrincantes políticos. Salvo (Ficarra) y Valentino (Picone) son quienes con sus acciones impulsaran el recorrido del filme, de tintes costumbristas pero con la clara intención de mostrarse como espejo de una realidad. El pecado que cometen, tanto desde la actuación como desde el guión y la dirección, ambos responsables de todo, es que el genero elegido es el grotesco en algunos personajes y situaciones, la parodia en otros, para terminar en la sátira con terceros, Todas las manifestaciones cruzan la línea limitaría entre lo especular y lo no creíble, Cuando esto sucede el espectador se aleja, no se identifica y empieza a perder el efecto buscado. El dúo de “comediantes”, famosos en la televisión italiana, intenta por momentos imitar, sin lógralo, el estilo de Stan Laurel y Oliver Hardy, por otros se muestran más cercano a la payada tonta, gestos ampulosos, exagerados por lo menos uno de ellos, que hace recordar al torpe e incapaz Roberto Benigni. Si a esto le sumamos que todo es exageradamente chabacano, burdo, previsible y/o inverosímil, según que segmento este transitando, el aburrimiento esta asegurado. Pueden encontrarse algunos gags, bien definidos y mejor resueltos, pero son escasos, aislados.
El dúo cómico italiano Ficarra y Picone dirige y protagoniza esta comedia sobre la política a través unas coloridas elecciones a alcalde de un pequeño pueblo siciliano. Pintoresquismo y folclorismo desatado, en un film con excesos de simpatía -música permanente, gente que habla a los gritos todo el tiempo- que más que divertir, termina por aturdir.
El dúo cómico compuesto por Salvatore Ficarra y Valentino Picone entregan en su quinta película (primera en estrenarse en el país), La hora del cambio, una sátira social que más allá de los localismos propios del cine italiano, pega fuerte en otros contextos. ¿Extraña? La decisión de quien/es traducen los títulos locales de cambiar el original y obvio en su lectura “La Hora Legal”, por “La hora del cambio”, agregando algún puntito más a lo que podría ser el atractivo por la coyuntura actual. Sin embargo, de ser así, más de uno podrá darse la cabeza contra un paredón. L’Ora Legale apunta sin remordimiento al electorado que eligió ese cambio. Pietrammare es un pueblo pequeño dentro de la comunidad siciliana en el que las malas costumbres son moneda corriente. El intendente del lugar hace años que ocupa el mismo cargo y existe una suerte de complicidad para que cada uno haga lo que quiere. Sin embargo, hay un sector de la población que se indigna de esta situación, y es así, como en las elecciones termina ganando un profesor, Pierpaolo Natoli (Vincenzo Amato), con una premisa básica y lógica, cumplir todas las promesas que hizo en campaña, y así, realmente pone a Pietrammare en orden. ¿Cuál es el problema? Ahí está la indagación que Ficarra y Picone hacen al espectador ¿Realmente queremos vivir en una sociedad en la que todos los órdenes se cumplen? La gente de Pietrammare no, incluso los allegados al nuevo intendente, y comienza un plan para terminar con la tiranía de la rectitud. Salvatore Ficarra y Valentino Picone surgieron de la televisión italiana con el programa Zelig Circus con el cual adquirieron cierta fama local, y es con este film de resonante éxito, que se les abrieron las puertas al mundo. Este dúo, forma parte de una renovación que viene intentando la comedia italiana desde hace algunos años, y que, en realidad, pareciera estar queriendo devolver las cosas a su origen, a lo que fue la época de oro del grotesco en el que el cine italiano brillaba, aún por sobre mucha producción hollywodense. Luego de un largo período ene le que la producción italiana languidecía entre melodramas de clase media acomodada, y comedia demasiado pasatistas o con una ironía demasiado intelectual; títulos como este parecen abrirse camino entre lo popular y una lectura social ácida y acertada. Sin embargo, también es importante remarcar que le falta un camino largo por recorrer y que los resultados finales están lejos de lo que fue esa época de gloria. La hora del cambio termina inclinándose por cierta condescendencia propia del cine actual, por una mirada más benévola sobre aquello que en un principio critica, y eso la aleja de la negritud de lo que pudo ser un resultado final más efectivo. Ese volantazo hacia terrenos más tradicionales y a una mirada amena impuesta diluye en gran parte algo de lo que vimos, dejando esa sensación de que, se pudo pisar mucho más el acelerador y llevarse puesto algún conservadurismo que cuesta derribar. El camino parece ser el correcto sólo hace falta apuntalar el trayecto para que no se desvíe.
EL VACIAMIENTO DE LA POLÍTICA Que la política es mala, lo sabemos quienes hemos sido parte de la clase media argentina desde la más tierna infancia. Sobremesas y sobremesas escuchando frases asertivas sobre lo malos que son los dirigentes y lo indefensos que somos nosotros, los inocentes ciudadanos “de a pie”, no pueden tener -salvo una revelación al discurso paterno/materno- otra consecuencia que la de instalar un punto de vista acrítico. Si bien un poco esa idea generalizadora se sostiene sobre datos de la realidad, también es cierto que sirve para justificar una posición poco comprometida, facilista y definitivamente cómoda. El cine, en ese sentido, ha sido bastante servil a la moción, reproduciendo un discurso simplista que resulta de fácil absorción por parte del público: el reírse del otro, porque el otro es el problema, siempre funciona. La hora del cambio, la película italiana escrita, dirigida y protagonizada por el dueto cómico que integran Salvatore Ficarra y Valentino Picone, ahonda en esta mirada sobre la política pero se arriesga al poner el dedo sobre la llaga de la sociedad, ejerciendo un raro caso de mea culpa que si no termina de ser efectivo es básicamente porque no puede salir de lugares comunes y porque deja de lado cualquier rigor narrativo para poner en primer plano un discurso lineal. En los papeles, no hay nada malo con La hora del cambio: en un pueblo ficticio del sur de Italia los habitantes se muestran disconformes con el intendente, un tipo a toda vista bastante corrupto que ha sumido a la ciudad en el caos y la desidia más absoluta. De cara a las elecciones, la aparición de un noble profesor parece el cambio justo para el poder, un hombre honesto y querido por la comunidad. Sin embargo, cuando el profesor asume, comienza a generar una serie de cambios positivos que resultan contraproducentes: exigencias impositivas, dureza en el cumplimiento de las normas de tránsito, una atención especial por el medio ambiente y por combatir los intereses espurios de aquellos empresarios dispuestos a corromper el Estado, entre otras cosas. Estos cambios, entonces, precisan del esfuerzo de los ciudadanos, que progresivamente se van dando cuenta que no están tan dispuestos a hacerlo ya que pierden algunos de sus beneficios. Ficarra y Picone pertenecen a ese segmento de los creadores cinematográficos que gustan de construir películas que hablan de nosotros mismos para congraciarse con un público que por algún motivo precisa de ese espejo. Pero tal vez el giro aquí es que a la indulgencia que suele sucederle a este tipo de propuestas (pienso en Juan José Campanella y en películas como Luna de Avellaneda), La hora del cambio le opone un final oscuro y pesimista. En ese sentido, los directores (complementarios, uno es el histriónico y el otro es el moderado) logran complejizar aquello que no pueden por otras vías: el humor es de lo más ramplón y poco elaborado, el rigor con el que se muestra la política es nulo (y llama la atención que en una película que discute formas del poder, lo realmente político esté ausente) y los giros de guión muestran una desaprensión absoluta por la coherencia narrativa. El descuido en muchos pasajes (sumado a un encuadre cercano al sketch televisivo) sobresale en un film que avanza velozmente y a puro vértigo, perdiendo en el camino cualquier posibilidad de solidez discursiva. En La hora del cambio, por ejemplo, el intendente está en su peor momento y sale a la calle sin que nadie en el camino lo cruce para decirle algo: va de la comuna a su casa como quien va de la casa al almacén de la esquina. Los protagonistas (Ficarra y Picone) llevan el peso del relato hasta los últimos minutos, pero inexplicablemente desaparecen en el epílogo dejando al relato huérfano de un punto de vista. En estos casos -y sucede a lo largo de sus más de 90 minutos-, lo que queda en evidencia es la necesidad de la película por decir antes que por mostrar, por vociferar verdades que por muy oportunas que sean no encuentran desde lo cinematográfico una organicidad adecuada. Y ese es el gran fracaso de esta comedia bastante mediocre.
El conocido dúo cómico italiano integrado por Salvatore Ficarra y Valentino Picone, protagoniza una sátira sobre la realidad política y social que resulta bastante verosímil. Pietrammare es un pequeño pueblo siciliano que debe elegir al nuevo alcalde. Como es habitual, el deshonesto Gaetano Patané utiliza sus artilugios para ser reelecto, pero en esta ocasión, su oponente es Pierpaolo Natoli, un profesor sin experiencia política y muchos ideales. Las diferencias entre los candidatos, y la necesidad de los habitantes de que se produzca un cambio en su enloquecido ritmo de vida, producen que Natoli sea el ganador. Pero, ¿el pueblo está preparado para afrontar una nueva era signada por el respeto y la legalidad? La hora del cambio (L´ora legale, 2017) es un film cómico que tiene mucho de verdad. Lo más interesantes es observar la reacción de los ciudadanos que exigen vivir en un pueblo organizado, cuando son ellos los primeros que deben acostumbrarse a reglas que no les resultan tan simpáticas al momento de llevarlas a la práctica. Además, se muestra el “lugar de relevancia” al que accede un político cuando es elegido. Los cambios que se producen son tantos, que a veces también repercuten en el entorno familiar. Ficarra y Picone conocen el género y explotan los recursos de forma efectiva. Las situaciones graciosas están bien logradas, aunque hay algunas que sobresalen más que otras. La hora del cambio es una invitación a reírse de los comportamientos sociales. Y la comparación con la realidad es inevitable. Texto: Jimena Díaz Pérez