Entre los estrenos de cine anunciados para el primer jueves de abril figura La memoria de los huesos, documental de Facundo Beraudi que ya circuló por varios festivales internacionales, entre ellos el BAFICI del año pasado. La aproximación al trabajo que el Equipo Argentino de Antropología Forense realiza en distintos países -sobre todo de nuestro continente- pone de manifiesto la importancia vital del derecho a la verdad que la Corte y la Comisión Interamericanas de Derechos Humanos definieron a partir de otros derechos establecidos en la Declaración Americana sobre los Derechos y Deberes del Hombre y en la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Beraudi se concentra en tres historias de búsqueda de víctimas de Estados terroristas. Dos transcurren en Argentina: David Toubes busca a su papá; Rosaria Valenzi busca a su hermana, cuñado y sobrina. La tercera historia transcurre en El Salvador, donde Roxana Mejivar quiere -y a la vez teme- recuperar los restos de su mamá, enterrada de apuro después de que la despedazara una bomba arrojada desde un avión. A partir de estos relatos centrales, el realizador argentino formado en Barcelona echa luz sobre las tareas de exploración, exhumación, análisis, reconstrucción, archivo, identificación, restitución, contención que hacen los integrantes del EAAF. Por otra parte, da cuenta del dolor anímico infligido a los deudos de los ciudadanos que –al decir del dictador Jorge Rafael Videla– “no están vivos ni muertos; están desaparecidos”. A través de las declaraciones, silencios, miradas, gestos de -sobre todo- David y Roxana, Beraudi le presta corazón, carnadura, osamente al siguiente fragmento de este documento que la Comisión Interamericana de DD. HH publicó en agosto de 2014: “(Conocer) el paradero final de la víctima desaparecida permite a los familiares aliviar la angustia y sufrimiento causados por la incertidumbre respecto del destino de su familiar desaparecido. Además, para los familiares es de suma importancia recibir los cuerpos de las personas que fallecieron, ya que les permite sepultarlos de acuerdo a sus creencias, y aporta un cierto grado de cierre al proceso de duelo que han estado viviendo a lo largo de los años”. La historia de Rosaria, en cambio, refuerza una idea sugerida al principio del film, en la secuencia de un homenaje público a los discípulos de Clyde Snow: todavía quedan muertos (y nietos apropiados) por restituir. “Uno busca, busca, busca por todos lados” dice -en una intervención muy breve- la inclaudicable abuela Chicha Mariani. El realizador evita perderse entre tecnicismos científicos y burocráticos. Asimismo sabe colocar su cámara a una distancia tan respetuosa del trabajo de campo antropológico-forense como piadosa de los muertos y sus deudos. Si no le eran propias, Beraudi hizo suyas la paciencia, cautela, serenidad, empatía que caracterizan a los investigadores retratados. Sin proponérselo, La memoria de los huesos dialoga con una obra literaria y con otra periodística que la preceden. El reencuentro de David con su padre y aquél de Roxana con su madre evocan fragmentos del libro Aparecida que Marta Dillon le dedicó a su mamá Marta, cuyos huesitos fueron recuperados en 2011. El registro de la rutina laboral de distintos miembros del EAAF invita a (re)leer El rastro en los huesos, crónica que le valió a su autora, Leila Guerriero, el premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. La posible relación con esos dos textos forma parte del mismo fenómeno que Beraudi describe en su película: la memoria en tanto ejercicio colectivo. Reconocemos esa comunión, no sólo en el equipo de antropólogos forenses, sino en el coro de voces que se suman a las de David, Rosaria, Roxana, Chicha (por ejemplo aquéllas de los HIJOS que pintan un mural en el Centro Cultural Haroldo Conti), en las reuniones sistemáticas que Rosaria mantiene con Mariani y otras tías y abuelas en busca de sobrinos y nietos apropiados, en la carta de agradecimiento escrita a mano por Juan Gelman, en la ceremonia de colocación de la baldosa en honor a Héctor Juan Toubes, donde su hijo David sonríe por única vez a lo largo de todo el documental.
Valioso documental sobre el tema de la memoria. Quizás el nombre del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) resuene en aquellos que hayan leído la extraordinaria crónica El rastro en los huesos, en la que Leila Guerriero describe con minucioso detalle la historia y la forma de trabajo de este grupo que comenzó identificando cadáveres enterrados clandestinamente durante la última dictadura militar para después ampliar sus horizontes laborales a toda la región. La memoria de los huesos repite objeto de estudio, con la diferencia de que campea menos en la faceta histórica que entre la dinámica laboral y la personal de los que recuperaron parte de su pasado gracias al EAAF. El film de Facundo Beraudi remite al cine de Carmen Guarini, sobre todo al de la última década. Esto sucede cuando se pone al servicio de mostrar la construcción de la memoria no como un proceso estanco, sino como uno voluble y resultante de la interacción humana. No es casual que los mejores momentos sean aquellos en los que la cámara se inmiscuye en la cotidianeidad del trabajo de campo o aquel en el que dos hijos de desaparecidos identificados como tales gracias a la EAAF comparten sus historias mientras pintan un mural. El problema es que La memoria de los huesos parece no confiar demasiado en su aproximación antropológica y apela a testimonios -algunos en off, otros a cámara- de familiares de desaparecidos. La decisión no es errada, pero sí trillada, similar a la que toman nueve de cada diez documentales nacionales sobre la dictadura y los derechos humanos.
Lo(s) que queda(n) Hay objetos cinematográficos que, dentro de su aparente simpleza, llevan una inmensa fuerza. Es el caso del documental de Facundo Beraudi, presentado en el 18 Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente - BAFICI, La memoria de los huesos (2016). La película propone una reflexión sobre el encuentro (o el desencuentro) de los vivos con los restos de personas víctimas de violencia de Estado. Lo hace a través de historias concretas de búsquedas: del lado de familiares o del profesional, el antropólogo forense. Enfocada sobre la búsqueda de los restos de los desaparecidos de la última dictadura argentina, tenemos también el caso de una mujer salvadoreña, cuya madre fue víctima de un bombardeo aéreo durante la guerra civil. Abrir más allá del caso de los desaparecidos argentinos permite dar un universalismo a la experiencia de los que quedan confrontados a la muerte sin cuerpo. La búsqueda de los restos de todos los personajes tiende a buscar algo milenario intrínseco a la humanidad: crear una sepultura a sus muertos. Aquí reside la fuerza del documental, que muestra en todo su cinismo la violencia de los asesinos que privan a alguien de su vida , pero también a sus seres cercanos de su muerte. El director formula a lo largo del documental el desfase entre cuerpo y nombre (o sea el núcleo de la identidad en nuestras sociedades occidentales): el desaparecido es a la vez un cuerpo sin nombre, y un nombre sin cuerpo. En una de las escenas más claves, David –hijo de un desaparecido- sostiene la caja dentro de la cual están los huesos de su padre, encontrados en el cementerio de Avellaneda. La presencia fantasmagórica de los desaparecidos es retratada de manera sutil en planos urbanos de Buenos Aires, intercalados entre las escenas de testimonios o de excavaciones del equipo forense. Por esta mezcla, este encuentro entre pasado y presente, no se puede no pensar en la obra maestra de Patricio Guzmán, Nostalgia de la luz (2010), donde se cruzan en el desierto de Atacama mujeres buscando restos de sus hijos desaparecidos y astrónomos observando las galaxias. Como la luz, que llega a la mirada después de su formación, está contenida en los huesos una historia, una memoria. Necesario era este documental, que investiga algo pocas veces explicitado en el cine argentino sobre los desaparecidos: la experiencia concreta, material, de la ausencia.
La memoria de los huesos Documental duro y necesario sobre el trabajo de recuperación del equipo forense especializado en identificar rastros de identidad. El pasado vuelve en esa memoria osea, en el dolor de aquellos que esperan tener un lugar para homenajear a sus antepasados, pero también para constatar en la veracidad del dato la fugacidad de la existencia y la potencia de los actos genocidas. Facundo Beraudi construye un relato que por momentos cae en lugares comunes y en pesquisas que lo alejan de su premisa inicial, pero que, así y todo, sirven para pensarnos y repensarnos ante la banalidad del mal y sus consecuencias.
Los aparecidos. De los hechos y las consecuencias que dejó la última dictadura militar se ha hablado mucho en el cine argentino; tanto en materia de ficción como documental. Sin embargo, trabajos como el de La memoria de los huesos vuelve a dejar expuesto lo inagotable e inabarcable en su totalidad de aquel período. El Equipo de Antropología Forense es una entidad no gubernamental, sin fines de lucro, creada en 1984, para la localización e identificación de los restos fósiles de las víctimas desaparecidas del nefasto período que nuestro país vivió entre 1976 y 1983. La actividad de esta entidad fue ampliamente reconocida a nivel mundial, y en los últimos años adquirió aún mayor relevancia. La memoria de los huesos se mete de lleno en su actividad, trae a primer plano a sus trabajadores, los antropólogos; pero lo hace apartándose lo suficiente (no del todo), de las cuestiones técnicas; anteponiendo una mirada humanitaria, emocional, sobre la labor. Hay otra parte en esta actividad además de quienes la realizan, los familiares de aquellas víctimas. Beraudi decide, inteligentemente, exponer a unos y otros, a quienes hacen el trabajo y a quienes aguardan una respuesta. ¿Es La memoria de los huesos un documental novedoso? Probablemente no. Las técnicas que utiliza son las clásicamente conocidas y el ritmo se lo otorgarán las propias historias en boca de sus entrevistados. Sí, ya se han visto documentales sobre los familiares de desaparecidos. Pero, aunque parezca mentira, es una herida en nuestra historia que no termina de sangrar, que cuando parecía estar cerrándose, se vuelve a abrir, los hechos recientes de público conocimiento lo demuestran. Es más que correcto decir que La memoria de los huesos es una película necesaria. El Equipo de Antropología Forense extendió su labor a otras fronteras a pocos años de haber iniciado su actividad, y el documental muestra eso también, con una historia diferente entre las otras que se cuentan, y que no tiene que ver con la dictadura argentina. Quizás sea un modo de exponer cómo la historia latinoamericana se replica en sus distintos puntos, con diferencias, pero con el mismo doloroso resultado. Beraudi apuesta también a un sensible lenguaje de la imagen, aquellos momentos en los que el tiempo se detiene en un instante, eso que sólo una mirada aguda y atenta detrás de cámara puede captar, en los que las palabras sobran y podemos (casi) sentir lo que vive el protagonista del momento. Esos cuadros, esos flashes cargados de dolor, pero también de extraña esperanza y satisfacción serán lo mejor de este trabajo que no apela a tensar traicionera las cuerdas emocionales, todo surge en el curso natural e ineludible. Es la identidad lo que está en juego. Cerrar un hueco en las historias personales. Los desaparecidos, físicamente, vivamente, no aparecerán, pero dejarán de ser ese maldito ente del que habló un canalla, para pasar a ser una memoria viva, un lugar en donde ir a llorarlos, a sentirlos. De eso trata la actividad del Equipo de Antropología Forense, y de eso trata la narración de La memoria de los huesos. Conclusión: Facundo Beraudi demuestra en su ópera prima, La memoria de los huesos, ser un director con una mirada sensible, más interesado en captar historias profundas cargadas de realidad, que en innovar sobre técnicas que podrían haber desviado la atención sobre lo esencial. Poder equiparar la presentación de una noble actividad con las historias de aquellos que la necesitan resulta algo tan profundo como abarcador. Trabajos como este serán indispensables mientras se mantengan los debates que debían haberse zanjado hace tiempo, y aún después para mantener activa la poderosa memoria reflexiva.
Facundo Beraudi hizo un documental de visión imprescindible. Porque más que centrarse en el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense única esperanza para los familiares de recuperar los restos de sus seres queridos, en una labor de más de treinta años, busca un camino distinto. Ya e sabido que nada como la restitución de esos restos puede poner punto final a un duelo de tanto tiempo, a intentar cerrar una herida profunda. Pero la mirada se posa en la delicadeza del trabajo de los antropólogos, en las historias reflejadas, en los testimonios, en los momentos íntimos, el abrazarse a una pequeña caja de madera, tan preciosa, la inhumación tan dolorosa como esperada. Todo el trabajo de director es impecable, emotivo. Nadie puede estar en paz sin enterrar a sus muertos. Y solo estos profesionales dan una ayuda, que los poseedores de los datos se niegan sistemáticamente a proporcionar.
El trabajo de rastrear las identidades. El primer foco de la película es la notable labor del Equipo Argentino de Antropología Forense, pero en el film de Beraudi hay mucho más: un trabajo que retrata de manera impecable no sólo la tarea científica, sino también la búsqueda de los familiares de las víctimas. –¿Qué hechos se le atribuyen a su hermana? –pregunta uno de los jueces. –No lo sabemos– responde la testigo Rosaria Isabella Valenzi. –Nunca fue juzgada. Solamente desapareció. El diálogo corresponde a una de las cintas que registran el proceso que juzgó a los comandantes de las juntas militares que gobernaron la Argentina durante la última dictadura militar y retrata de forma paradigmática la búsqueda sin fin que aún hoy llevan adelante decenas de miles de familias. “Era grotesco ver a una familia tan numerosa como la nuestra y a pesar de eso sentirnos tan solos”, dice David Toubes, que era un nene cuando un grupo de tareas entró a destrozar su casa, a golpear a su padre frente a él y después llevárselo para siempre. David no se olvida que lo único que pidió en ese momento Juan, su padre, fue que lo sacaran al patio para que sus hijos no tuvieran que ser testigos del comienzo de un calvario que lo mantuvo en el más horroroso y cruel de los limbos por casi 40 años. Si hoy Juan Toubes no continua desaparecido no se debe al mea culpa del Estado nacional, responsable del mayor acto terrorista de la historia argentina, ni a un ejercicio de contrición por parte de la familia militar, brazo ejecutor de aquella sinrazón, que nunca se avino a desclasificar los documentos que podrían aclarar el irreparable daño que sus acciones le provocaron al seno de la sociedad argentina. Si un montón de huesos sin nombre metidos dentro de una bolsa hoy vuelven a llamarse Juan Toubes ha sido gracias a la labor de un grupo de profesionales que, desde hace poco más de tres décadas, se dedica a buscar los restos y restituir la identidad de esas 30 mil almas perdidas. De rescatar esa labor se trata en su capa más obvia el documental La memoria de los huesos, dirigido por Facundo Beraudi, que busca registrar el impresionante trabajo que realiza el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), creado en 1984 con el fin de buscar e identificar “los restos de personas detenidas–desaparecidas como consecuencia del accionar del Terrorismo de Estado entre 1974 y 1983”, según consigna la institución en su propia página web. Una institución cuya excelencia trascendió los límites del país, siendo convocada para colaborar en distintas causas alrededor de todo el mundo en las que la identidad de los muertos necesita ser restaurada. Y el trabajo de Beraudi es en verdad valioso. No sólo por el insoslayable material que incluye, sino por la forma delicada en que ha conseguido narrar cinematográficamente, dándole un lugar no sólo a los hechos y cronologías, sino atendiendo también al costado emocional, parte fundamental de la historia que decidió contar. La memoria de los huesos transmite con éxito esas emociones y logra hacer que el espectador sienta, al menos por un momento íntimo y fugaz, que también él es parte de esas familias extraviadas en el flujo de una búsqueda fantasmal. Un pariente muy lejano de esos hombres y mujeres que anhelan más que nada en la vida conocer el destino final de los suyos. Sin golpes bajos, sin subrayados, simplemente observando y registrando, Beraudi se las arregla para que el cine produzca el milagro de la empatía, incluso en casos distantes como el de una campesina que busca y encuentra enterrados en la selva los restos de su madre, asesinada por los bombardeos del ejército de El Salvador durante la llamada guerra civil que desangró a ese país en la década de 1980. Como ocurre en la realidad, si bien la película busca en primera instancia retratar el esfuerzo de quienes integran el EAAF, los principales protagonistas no son estos médicos arqueólogos, sino las familias de las víctimas. Y aún más profundamente, la búsqueda misma, un concepto abstracto al que la película consigue corporizar a partir de encadenar acciones concretas. Y lo hace con sobriedad, encontrando la esencial belleza que se esconde en el hallazgo de esos huesos anónimos que de golpe vuelven a convertirse en personas. Es cierto que bien sobre el final Beraudi tropieza con sus propias buenas intenciones al sobrecargar el relato con una banda sonora innecesariamente emotiva. Sin embargo es difícil achacarle esa decisión: los 75 minutos anteriores se encuentran entre lo mejor de ese subgénero del cine argentino en el que los protagonistas van en busca de sus parientes desaparecidos, junto a Los rubios de Albertina Carri o M de Nicolás Prividera.
Encomiable trabajo sobre la memoria En el centro de este valioso y valiente documental está el equipo argentino de Antropología Forense, a cuya incansable dedicación y empeño tanto se le debe por haber contribuido a rescatar y reconstituir alguna parte de uno de los capítulos más oscuros y aciagos de nuestra historia: la desaparición de personas debida al funesto accionar de la dictadura militar. Pero si bien el film gira en torno del trabajo admirable llevado adelante por el equipo, también pone el acento en quienes dejando a un lado esas amargas memorias, colaboran con ellos y apuntan preferentemente al lado humano de la tragedia. Beraudi y sus colaboradores saben sacar provecho de la potencia expresiva que el cine sabe extraer de los rostros y de las voces.
La memoria de los huesos, el documental de Facundo Beraudi, se centra en tres historias de búsquedas a partir de la ayuda de la antropología forense. Dos historias que suceden en Argentina, dos historias de desaparecidos en la época de la última dictadura cívico-militar. La tercera en El Salvador: una mujer que tuvo que enterrar a su madre de manera improvisada tras ser víctima de un ataque aéreo durante la guerra civil que aquejó a ese país (1980-1992). Cuerpos que, el paso del tiempo preservó como pudo y, hoy buscan, por fin, ser llevados a donde deben estar y pasar por la ceremonia de la sepultura que sus seres queridos hubiesen querido darles en su momento. Sin utilizar muchos recursos típicos del documental, con excepción de la voz en off que en ciertos momentos acentúa pensamientos e imágenes, el film sigue estas tres búsquedas, historias de reconstrucción, de un pasado doloroso y nunca terminado. Estas búsquedas están planteadas no sólo desde los familiares que todavía lidian con lo que no pueden entender, sino también desde el lado profesional, de los propios antropólogos que ayudan a cicatrizar heridas, cuyo trabajo es fundamental para aquellas personas que quedaron. Se percibe cierta distancia siempre en el film, una distancia necesaria y respetuosa. No hay un entrevistador, el director no aparece. Es simplemente la cámara siguiendo ciertos momentos de estos reencuentros dolorosos. Y pone en foco la silenciosa labor del EAAP (Equipo Argentino de Antropología Forense), imprescindible para que personas como estos tres protagonistas, que representan a tantas más, puedan en algún momento de su vida sanar ciertas heridas. Una búsqueda de años que por fin parece concluir.
La memoria de los huesos, de Facundo Beraudi Por Ricardo Ottone No es la primera vez que el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) es retratado en un documental. Ya había sido el tema de Tierra de Avellaneda (1996) de Daniele Incalcaterra. Pero pasaron veinte años y la dimensión del tiempo no es aquí menor. Desde entonces pasaron gobiernos, pasaron políticas de Derechos Humanos, hubo avances y retrocesos, leyes derogadas y sentencias de la corte, genocidas presos y liberados, nietos encontrados, cuerpos recuperados y otros que siguen sin aparecer. El EAAF siguió trabajando. De hecho su labor se remonta no a veinte sino a treinta y tres años investigando, recuperando, identificando los restos de las víctimas del terrorismo de estado y permitiendo que los familiares se rencuentren con los cuerpos y puedan empezar a cicatrizar heridas. Uno de los momentos más emotivos de La memoria de los huesos, el documental que nos ocupa, es cuando un hijo cuenta que él y su familia recién pudieron comenzar a hacer el duelo por su padre cuando recibieron sus huesos, aun cuando este ya llevaba décadas desaparecido. Si bien el eje es el trabajo de la EAAF, el documental aborda el tema desde varias aristas ya que este trabajo es mostrado desde el ámbito institucional, desde de difusión académica y desde la práctica en su especificidad y su vertiente terrenal en todo el sentido de la palabra. Pero el otro trabajo que se ve es el de los familiares. El trabajo de duelo que, como señalábamos, a veces viene en suspenso postergándose durante años y se desencadena ante la presencia física de esos huesos que son también testimonio de lo sucedido. Otro momento fuerte es el encuentro de un hijo con los restos de su padre en una toma fija y silenciosa que pone de manifiesto la importancia de la dimensión del cuerpo. El realizador facundo Beraudi declaró que quería “contar historias desde el estómago, no desde la cabeza” Por eso el film no se detiene en lo técnico, que era su intensión previa, sino que apuesta a lo humano y lo emotivo sin por eso ceder a la tentación del golpe bajo. Por el contrario sabe cuándo acercarse y cuándo tomar distancia. Y hay todavía una línea más, que es la participación del EAAF en otros países, en particular en la recuperación de los restos de campesinos asesinados por el Ejército y enterrados anónimamente en la Guerra Civil de El Salvador. El proceso que allí se muestra da cuenta de las particularidades de cada caso, de cada región, de cada conflicto, de cada tragedia personal, pero también de lo que tiene de universal. Beraudi confía en la fuerza de las imágenes y los testimonios. Por eso en el film no hay relato en off y hay pocas “cabezas parlantes”. Más bien se trata de acompañar a sus personajes en sus tareas cotidianas, sus rutinas y sus momentos álgidos, con una cámara inquieta que sigue, se detiene, observa, interroga y prefiere tomar los testimonios desde el campo. A lo largo del film sobrevuela una sensación de esperanza y sanación en la medida que el trabajo de los antropólogos va brindando sus resultados, más cuerpos siguen apareciendo y más familiares se reencuentran con los restos de sus seres queridos. Pero también otras historias, como la de la madre que sigue buscando a sus hija desaparecida y a su nieta nacida en cautiverio, testimonian que, mientras no aparezcan todos los cuerpos, la desaparición es un crimen que se sigue cometiendo y que hay una herida que sigue abierta. LA MEMORIA DE LOS HUESOS La memoria de los huesos. Argentina. 2016 Dirección: Facundo Beraudi. Guión: Facundo Beraudi. Fotografía: Facundo Beraudi, Diego Delpino. Música: Diego Bravo. Edición: Verónica Rossi. Duración: 78 minutos.
Topografía de una época de terror. Los silenciosos planos aéreos de lo que parece ser Buenos Aires se alteran con voces en off de experiencias, de personas que aún sufren, de almas que todavía buscan. El documental de Facundo Beraudi, que tuvo su presentación en el BAFICI 2016, sigue el trabajo de los distintos grupos que integran el Equipo Argentino de Antropología Forense con un objetivo que, después de 40 años, todavía no ha podido cumplirse pero que avanza a paso constante: la búsqueda de los desaparecidos. No existe argentino alguno que no se encuentre atravesado por la etapa más terrorífica de la historia del país y por supuesto que, a cuatro décadas del suceso, todavía las manchas se encuentran frescas, el negro de ellas aún resalta. El director junto con su cámara no son la excepción, por eso no dudan en ningún minuto abandonar la decisión ética (y estética) de mantenerse junto a estos ya mencionados antropólogos a la hora de exhumar cuerpos enterrados y recolectar estos huesos envueltos en harapos. Así, sin apartar la vista, sin vergüenza, con la suciedad y los años impregnados en los cadáveres. Después de un trabajo técnico es como se avanza para que aquella persona sin nombre vuelva a tener una historia, que su familia se reconforte en que podrá finalmente volver a casa. A lo largo del film se repite una palabra en las distintas declaraciones que pueden escucharse. La palabra es “cerrar”. La herida sigue abierta. Personas que vieron por ultima vez a su padre, hijo, nieto, que recuerdan con exactitud las últimas palabras de estos; para ellos no tener certeza de lo que pasó con su ser querido es la herida que no cierra. Aquel que busca parece tampoco tener identidad, porque la persona que le fue arrebatada era la que formaba parte de la vida que lo definía. Beraudi logra crear, a la manera de ficción, ese deambular eterno de los que buscan sin saber dónde, esa rutina que logra paliar un poco el abrumador pasado y que mantiene con vida o con un propósito. No obstante, aunque parecieran personas sin identidad, el director recuerda la fortuna de estar vivos, de vivir en la democracia y de ser alguien con la simple elección de dar a conocer por lo menos el nombre del entrevistado. La obra amplía su horizonte topográfico hasta El Salvador, siguiendo al equipo de antropología en su misión de dar a conocer la identidad de los restos que yacen en las fosas o tumbas. Probablemente intercalar escenas de esta labor en el país centroamericano no estaría justificado si no fuera por este objetivo, aún así resulta levemente descolgada esta aparición pese a que se entienda a la vez el sentido del tema que se está tratando. Topografía de una época de terror… y del tiempo. El rastreo da la noción de cuánto ha pasado desde esta era brutal que asoló las vivencias de millones. Pero para los que aún buscan los años pasan diferentes, a veces quedan estáticos, como quedar anclado en la memoria. Para estos huesos aún sin descubrir la memoria permanece intacta, mientras esperan por volver a tener una historia.
Empezar el duelo El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), cuya labor en la recuperación e identificación de restos N.N. abarca no sólo la Argentina sino que se expandió hacía otros destinos, había sido “documentalizado” por Miguel Rodriguez Arias en Buscadores de Identidades Robadas (2013) y ahora nuevamente es el eje de otro documental, La Memoria de los Huesos, del realizador Facundo Beraudi, que se puede conectar con el film de Rodriguez Arias al compartir los mismos actores observados, pero además aporta otra mirada mucho más concentrada en familiares o víctimas indirectas de las atrocidades del terrorismo de estado y su práctica de desaparición forzada de personas. Estructurado en base a tres historias, dos en Argentina y una en El Salvador, el director toma como punto de referencia los efectos y alcances del trabajo efectuado por el EAAF y la importancia en el aporte psicológico, emocional, sin dejar de lado la búsqueda de la verdad como faro y la persistencia de la construcción del colectivo de la memoria como único punto de resistencia ante lo que aún hoy se pretende ocultar o simplemente dejar en el olvido. En ese sentido, la amalgama de zonas que atraviesa el relato se concentra en lo cotidiano de la labor de los antropólogos argentinos sin detenerse en la rica historia de este grupo multidisciplinario con más de tres décadas en el difícil tránsito de poner el cuerpo, la ciencia y el servicio ante la causa, en cementerios, fosas comunes y un sinfín de anécdotas felices y tristes a la vez. La distancia de la cámara es otro factor determinante que abre el camino a la reflexión en la intimidad y a la observación en pleno campo de trabajo, donde el soporte de material de archivo funciona tanto desde la contextualización como en su subtrama dramática, que se complementa con algunos testimonios a cámara o encuentros de hijos en búsqueda de los restos de sus padres, hermanas como el caso de una de las principales protagonistas que también busca a su nieto, todas las historias comparten un mismo duelo, todas necesitan elaborar el final de un largo y penoso viaje entre la indiferencia, el desprecio y la estigmatización. La Memoria de los Huesos reaviva el debate sobre cómo se construye el pasado sin quedar atrapado en un momento para así avanzar a la otra página en el propio libro con el valor de cada silencio y cada renglón que escribe otra memoria: la de un pueblo que durante mucho tiempo ni siquiera imaginó que los huesos son portadores de verdades y que las ausencias se pueden desenterrar.
VISUALIZAR EL DOLOR Por suerte mucho ha debatido nuestro país, en estos últimos años, sobre los derechos humanos y la última dictadura cívico militar. Es difícil aún que quienes no hemos sufrido una perdida directa podamos entender el dolor de quienes les han arrebatado a un ser querido. Las consecuencias económicas y políticas las vivimos todos, nadie quedó exento. Pero para que esto sucediera fue necesario desbaratar la lucha, sacar al “problema” del camino. Frente a la figura del desaparecido, que es producto de esta eliminación, surgen los cuerpos. La memoria de los huesos muestra el encuentro de dos personas con los restos de los familiares que les fueron arrebatados. Refleja también el anhelo de una mujer que sigue en la búsqueda. Estos casos son una muestra de muchas familias que viven la misma situación. Pero es también, al ser difundido, una forma de llevar la experiencia particular a aquellos que no lo sufrieron. No me atrevo a describir qué se siente al encontrarse con las muestras de un ser querido muerto. Pero sí puedo decir que ver el cadáver es concretar la muerte. Me recuerda al poema de Alejandra Pizarnik En esta noche, en este mundo, en el que en un fragmento reflexiona: “no /las palabras /no hacen el amor /hacen la ausencia /si digo agua ¿beberé? /si digo pan ¿comeré?”. De esta misma forma, cuando los cuerpos fueron enigma no se pudo hablar de muerte. Con la aparición de los esqueletos o las partes, la atrocidad aparece más palpable. De más está decir que no por eso tiene menos peso un desaparecido; es más, juega en esa figura un ataque psicológico constante por no saber realmente qué le sucedió a la persona. En el film se muestra uno de los murales hecho por familiares de desaparecidos. Entre los dibujos que aparecen se encuentra una persona abrazando a un esqueleto. Esta idea parece ser muy representativa para la película. Se abraza la expresión de la muerte para sentir vida. Aunque suene grotesco abrazar un esqueleto, es esa acción producto de años de búsqueda y desconcierto. Seguramente reaparece el dolor pero hace posible el reencuentro. En otro plano, La memoria de los huesos también hace referencia a los nietos por uno de los personajes que aparece. Podemos ver cómo aunque hay una posibilidad de encontrarse con ellos vivos, ocupan un lugar muy parecido al de los desaparecidos. Los familiares saben que sus nietos están en algún lugar pero no tienen la seguridad de encontrarlos algún día.
En clave borgeana arranca la película La Memoria de los Huesos (2017), el primer largometraje documental del cineasta Facundo Beraudi. Lejos del despojamiento fotográfico esperable en un proyecto de esta índole, varias tomas cenitales muestran a la ciudad de Buenos Aires como un complejísimo laberinto. Calles, avenidas y aglomeraciones de edificios, vistas desde lo alto, con el privilegio estético de un laberinto a escala. Una escala afrontable, como de jueguito en la parte de atrás de las cajas de cereal. Como de puzzle a resolverse. Privilegio que se resigna cuando el laberinto es tamaño normal, no se tienen ni hilos ni Ariadna y se busca la salida a toda costa. O al menos entender cómo regresar a la entrada, antes de que todo sucediera. La secuencia termina en la Biblioteca Nacional (imposible no volver a Borges), durante el acto conmemorativo del XXX aniversario del EAAF, el Equipo Argentino de Antropología Forense. Es decir, una de las varias organizaciones que decidió enfrentarse al laberinto escala natural que produjo el Proceso de Reorganización Nacional (así como otros conflictos en la América Latina de la segunda mitad del siglo XX), recuperando e identificando los restos de desaparecidos en la Argentina y el mundo desde hace tres décadas. A continuación, el documental acompaña a varios funcionarios de la EAAF en sus desenterramientos, así como a algunos familiares de las víctimas cuya identificación fue posible gracias al trabajo de esta organización. Argumentalmente la película se mueve en dos registros que podrían parecer disonantes pero a la larga resultan complementarios. Por un lado, los familiares de las víctimas que se encuentran en diferentes estadios del duelo —sea el hijo de un padre desaparecido recién identificado o la tía que sigue buscando a su sobrina y está a punto de perder la esperanza—, quienes, a través de anécdotas y monólogos en off, describen las heridas que continúan escociendo y su necesidad de obtener respuestas para completar narrativas inconclusas. Por el otro, los forenses y su pragmatismo —midiendo tibias, comparando mandíbulas, fotografiando cráneos—, un desapego que denota una abstracción ante la gravedad de su trabajo y lo vital que es para la memoria de familias en particular y de sociedades en general. Un peso que sin abstracción sería demasiado. Y es en esta dicotomía que Beraudi triunfa: al plantear los extremos de la cuestión, logra que las ausencias se vuelvan todavía más elocuentes. Se hace memoria o se rememora. Es muy distinto. Hacer memoria pide un gesto creativo, un salto de fe, como el que deben realizar todos los días los hijos que eran demasiado chicos para poseer recuerdos concretos de sus padres desaparecidos. Rememorar, no menos arduo, implica una disciplina y una voluntad férrea, obligando a las madres, padres, abuelas, hermanas y hermanos de las víctimas a repetirse, una y otra vez, las pocas imágenes que les quedan de los que ya no están, con tal de no olvidar ni olvidarlos. Porque al final, el objetivo más noble de la EAAF y tantas otras organizaciones, incluso de este mismo documental, es darles una mano para que descansen en paz los que están más agotados: esos que siguen aquí.
Hablar del Equipo Argentino de Antropología Forense dispara enseguida imágenes y sentimientos. Su trabajo, como se sabe, fue fundamental para que muchos familiares de desaparecidos pudieran encontrar y enterrar, despedir a sus seres queridos. Gracias a ellos y su tarea minuciosa, silenciosa, se sabe todo lo que hasta ahora se sabe sobre las consecuencias humanas del terrorismo de Estado. Este documental observa ese trabajo no sólo en Argentina, sino en El Salvador, con sus espeluznantes cifras de violencia en décadas pasadas. Hay protagonistas tocados por distintos costados de su trabajo, hijos de desaparecidos que recuperaron su identidad, madres, abuelas y todas esas mujeres y hombres que con guantes de goma quitan la tierra de los huesos humanos para devolverles un nombre.
Qué difícil se hace recomponer la historia, saldar las deudas pendientes, cuando los responsables de estos hechos no admitieron su culpabilidad y tampoco aportaron datos fehacientes de donde pueden estar los cuerpos, ignorando su paradero. Bajo otra mirada, desde otro punto de vista, el realizador de éste documental, Facundo Beraudi, nos lleva a recorrer Buenos Aires, La Plata, y El Salvador buscando datos, información, precisiones, testimonios de familiares de personas desaparecidas durante la última dictadura militar. La narración la traza en líneas paralelas con un punto en común, encontrar a las víctimas. Por un lado, sigue a una señora que busca todos los días, desde hace 40 años, a su hermana que fue desaparecida cuando estaba embarazada, tuvo a una hija y no se sabe nada de ellas. El peregrinar por distintas oficinas es su actividad, y la esperanza, cada vez más tenue, es su sostén para no claudicar. Por otro lado, acompaña en su recorrido a un hombre que, siendo un chico, vio como un grupo comando se llevó por la fuerza a su padre de adentro de su casa. Pero él tuvo la fortuna de que encontraran sus restos, y se los devuelvan. Lo mismo ocurrió con una mujer de El Salvador, que encontraron enterrados los huesos y la ropa de su madre. Estos casos van de la mano junto al Equipo Argentino de Antropología Forense, quie se encarga de investigar, descubrir, desenterrar e identificar los restos humanos y que, gracias a ellos, pudieron reencontrarse con sus parientes. La otra pata de la película se centra en ver cómo trabajan los peritos forenses, con su infinita paciencia, su dedicación, la técnica que utilizan, el orden que llevan, etc. El director se trasladó a distintos cementerios del conurbano bonaerense, también a un ex centro clandestino de detención, como así también fue a El Salvador para filmar las exhumaciones. Todos ellos persiguen una misma idea, un mismo sueño, que es poder cerrar definitivamente el círculo y completar la historia, de una vez por todas, de una parte de los hechos dramáticos vividos por la Argentina en esa etapa oscura de su historia contemporánea.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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