Ésta es la increíble historia real de Paul, un impostor que diseñó una estafa tan grande e inconcebible que no supo cómo pararla a tiempo y se le terminó yendo de las manos. Una estafa que vale la pena detallar mas allá de la sinopsis. Bajo el alias de Philippe Miller, este hombre se dedicaba a realizar pequeñas estafas vendiendo equipos de construcción que tomaba a préstamo. Así llegó a una pequeña comunidad afectada por la desocupación, donde alguna vez se inició un proyecto de construcción de un camino que fue abandonado tiempo después, dejando sin trabajo a muchas personas. Confundiendo a Miller por un representante de la empresa de construcción, los habitantes del pueblo tomaron su llegada como un indicio de que el proyecto abandonado se reactivaría y comenzaron a ofrecerle sobornos para el reinicio de la obra. Esto impulsó la creación de una compañía ficticia por parte de Miller y la posterior contratación de personal y puesta en marcha del proyecto sin autorización alguna. La esperanza y desesperación de los pueblerinos llevaron a que Miller se convirtiera en una admirada figura local. Él, guiado por su obsesión y codicia, consiguió que todo un pueblo le creyera. Con esta impresionante historia verídica que combina drama y suspenso, resulta difícil no obtener como resultado una película atrapante. Pero el director Xavier Giannoli ("Quand j'étais chanteur") por momentos estira demasiado el relato y lo torna repetitivo, haciendo que los 135 minutos de duración se sientan. El corte presentado en el Festival de Cannes era aún más extenso (155 minutos), pero las críticas recibidas hicieron que luego se estrenara esta versión de 135 minutos, a la que aún así le sobran varios minutos. Esta larga duración se sostiene gracias al excelente trabajo de François Cluzet (Nominado al Premio César a Mejor Actor) interpretando al estafador Philippe Miller, un hombre que delinea un ambicioso engaño sin medir las consecuencias. Lo acompañan en roles secundarios Emmanuelle Devos (Ganadora del Premio César a Mejor Actriz de Reparto), Soko (Nominada al Premio César a Actriz Prometedora) y el gran Gérard Depardieu. Como dato interesante, el camino construido bajo la supervisión de Miller cumplió con todas las regulaciones requeridas, pero igualmente debió ser destruido. Nominada a 11 Premios César (incluyendo Mejor Película, Mejor Guión y Mejor Director) y a la Palma de Oro en el Festival de Cannes, cuesta creer que una historia tan increíble haya sido real.
Basada en sucesos reales, A L’Origine relata la historia de un estafador que buscando nuevas presas logra por casualidad internarse en un plan de construcción de una autopista, haciendose pasar inadvertidamente como el representante de una empresa de construcción multinacional. Un pueblo rural marginado de negocios anteriormente, no quiere volver a perder la oportunidad, por lo tanto ponen todo su empeño, trabajo y personal, aprontando tal magnifica construccion, un tramo de autopista que no va hacia ningun lado. El frade continúa inexplicablemente sin siquiera el asomo de la más mínima sospecha, Phillippe Muller (Francois Cluzet), asi apodado, revoluciona la región rural brindando esperanza de una forma de vida mejor, dignificando a la persona gracias al trabajo y siendo aceptado por la misma, algo que no habría lograda jamás en su desapercibida vida anterior. La interiorización de Muller es fenomenal, su involucración en una obra que se la va de las manos, una simple estafa que termina tomando un volumen inimaginable. Cluzet interpreta a Muller, anteriormente visto en el protagónico del destacable thriller Ne Le Dis a Personne (Tell No One) cumple con un rol vertiginoso, de esos denominados “más grandes que la vida misma”. Xavier Giannoli, presente en la sala, comentó acerca de la diferencia de duración del film, en su exhibición para esta Semana De Cine Europeo en comparación con la versión presentada en Cannes. Se indagó sobre su relación con el Muller autentico y las conversaciones que tuvieron estando este ultimo internado en una carcel, cumpliendo condena.
Sin querer queriendo El film La mentira (A l’origine, 2009) está basado en un hecho verídico pero no lo parece. Lo cierto es que la historia, si bien real, resulta increíble. El director supo explotarla con un dramatismo justo donde la misma sucesión de los hechos crea la tensión dramática que la película necesita sin recargarla de situaciones superfluas. Sin duda, una historia que necesitaba ser contada. Paul Muller (François Cluzet) es un ex convicto que apenas iniciado el film da muestras de sus habilidades para robar y estafar tanto a sus colegas como a grandes empresas. Aquellas que alquilan equipamientos para la construcción son su blanco preferido. Buscando información para su próxima estafa llega a una autopista en construcción en el medio de un pueblo. Allí se da a conocer como enviado por una empresa para revisar el estado de la obra. El pueblo se conmociona con su llegada ya que dicho proyecto había sido suspendido dos años atrás dejando sin empleo a gran cantidad de habitantes. Su mera presencia entusiasma a los pueblerinos que enseguida le ofrecen su ayuda y servicios para retomar la construcción. Paul nunca desmiente lo que ellos suponen y así, en el rol del gerente Phillipe Miller, monta una empresa inexistente para reiniciar la obra. En un principio lo que tienta a Paul son las coimas que la gente del pueblo le adelanta para que contrate sus servicios. Por lo tanto, resulta dudoso durante el film cuáles son sus verdaderas intenciones: si seguir adelante con la obra o fugarse con el dinero que le dan los proveedores. Entretanto, vemos como la gente del pueblo deposita en Paul todas sus esperanzas para salir de la depresión económica y personal por la falta de empleo. En este sentido, la película propone un doble interrogante: ¿es Paul el único responsable por montar semejante mentira? ¿o el pueblo en su desesperación ayuda a también a forjar un proyecto ficticio? Aquí parece estar la verdadera clave de la historia. Una historia que como hecho verídico resulta impensable y en esa absorción de la realidad por parte de la ficción reside el atractivo del film. La película se encarga de otorgarle una verosimilitud psicológica y sociológica muy acertada. La falta de empleo es un tema recurrente en los films franceses y suele representarse al trabajo como afianzador de una identidad. En tanto el pueblo necesita trabajar, Paul necesita encontrar un nuevo camino que lo libere de su pasado. Dado que el film está narrado desde el punto de vista de Paul, se vislumbra la idea que a pesar del engaño hay una conciencia ética en su accionar. Los límites entre la mentira y la verdad se desdibujan de a poco y en esta ambigüedad el film se deleita. La mentira también da cuenta de un sistema lleno de fallas, de huecos, que deja a la gente desprotegida y vulnerable. Allí donde el Estado es incapaz de socorrer la economía de un pueblo la puerta queda abierta a lo imposible. Debe destacarse la actuación de François Cluzet. Su personaje se desdobla en el estafador y ex convicto Paul Muller y, por otra parte, en el gerente Phillipe Miller, adorado patrón de la gente del lugar. Su caracterización como también la del reparto secundario (habitantes y empleados que se suman al proyecto de Paul) aportan la dosis realista justa que necesita esta historia inteligentemente elegida y contada.
La mentira El autor de El cantante expone los agujeros del capitalismo salvaje El director de El cantante -película con Gérard Depardieu que se estrenó con gran éxito en la Argentina- reconstruye en su cuarto largometraje una insólita historia real tomada de la crónica periodística: la de un experto en engaños, trampas y simulaciones que, poco después de salir de la cárcel, recala en un pequeño pueblo del norte de Francia. Allí, a pesar de la profunda crisis socioeconómica que padece la comunidad, este estafador profesional (notable trabajo de François Cluzet) logra convencer a empresarios y funcionarios (incluida la alcaldesa que interpreta Emmanuelle Devos) para que apoyen financieramente a su empresa (ficticia) -que supuestamente es subsidiaria de un poderoso holding de la construcción- en la extensión de una autopista que había sido detenida dos años antes, emprendimiento que podría terminar con el aislamiento y recuperar el crecimiento de la castigada zona. Con un tema y un registro que remiten por momentos a El empleo del tiempo , obra maestra de Laurent Cantet, y con un sólido elenco en el que aparece brevemente (aunque en un papel decisivo) el gran Depardieu, Giannoli expone en toda su dimensión y en sus múltiples facetas la contracara, las contradicciones, las miserias, las grietas (los agujeros) del capitalismo más salvaje. El film -que por momentos se alarga demasiado, aunque el director montó una versión bastante más corta que la que estrenó en la competencia oficial del Festival de Cannes 2009- encuentra en el antihéroe de Cluzet un impostor tan patético como querible, de esos extraños personajes que pueden generar tanta empatía como rechazo, a su protagonista perfecto, un hombre oportunista pero también entusiasta y tozudo que seduce a esa atractiva y vulnerable alcaldesa viuda que interpreta la siempre solvente Devos. La fotografía de Glynn Speeckaert hace maravillas tanto en los ámbitos cerrados donde se desarrollan los tensos conflictos humanos como en los espacios abiertos, donde la pantalla ancha permite exponer la megalomanía de este faraónico proyecto concretado sin el más mínimo sustento. Un despliegue visual que resulta ideal para sostener una historia inteligente y con múltiples connotaciones e implicancias.
Cuando las malas artes tienen buenos fines El director de El cantante vuelve a demostrar su vocación por un cine de nobleza clásica con esta historia de un audaz estafador que, sin proponérselo, enciende la llama de la esperanza en los habitantes de un pueblo desahuciado por el poder económico. Todo delito es reprobable. Sin embargo, a veces se cae en el concepto reduccionista de que los delincuentes son una suerte de raza de imbéciles, sin mayores recursos para sobrevivir que los que el crimen les provee. Lo cierto es que lejos de toda deficiencia, por lo general los delincuentes son tipos con un ingenio envidiable. No por nada son la fuente de inspiración del género policial: Sherlock Holmes (o Poirot, el Padre Brown, o Isidro Parodi) carecería de sentido si criminales verdaderamente lucidos no desafiaran y pusieran a prueba su juicio. Es posible que muchos delincuentes no sean sino talentos desperdiciados en la lucrativa y riesgosa actividad de vulnerar la ley. Paul, el protagonista de La mentira, sin dudas tiene el don. Varios dones, si se atiende a que no sólo se trata de un eficiente estafador de medio pelo. También es un McGyver capaz de convertir una camionetita robada en el transporte de carga de una compañía constructora con sólo unos retazos de vinilo autoadhesivo; o de inventarse la papelería completa de una empresa inexistente con un cutter, una fotocopiadora y varias revistas viejas. Si eso no alcanza, además posee cierta facilidad para la actuación naturalista, que le permite interpretar tanto a un transportista como a un inspector o el gerente a cargo de los insumos de diversas empresas. Tan convincente es su trabajo que consigue engañar a empleados y supervisores de supermercado de maquinaria industrial, para llevarse en consignación diversas herramientas que luego vende en el mercado negro, junto a su socio Abel. Aunque es un estafador bien dotado para su oficio, Paul dista mucho de parecerse a Marcos, el colega que Ricardo Darín forjara en la clásica Nueve reinas. Lejos de ser expansivo, seductor y de llevarse bien con su forma de vida, es solitario y silencioso. En él es posible intuir desde el principio (tal sería una posible traducción del título original de esta película), que se trata de un hombre atravesado por conflictos sordos, de una sensibilidad de la que sus talentos aplicados al delito no son sino el botón de muestra. Por eso no extraña que apenas pasados diez minutos, Paul traicione a Abel, llevándose dinero, papeles, auto y una pistola. En la huida sobrevivirá con módicas estafas, tachando con rojo todos los rincones del mapa de Francia a los cuales ya no puede volver. Se entrevé que también hay en su interior lugares a los que no quiere regresar y un camino desconocido que ha comenzado a recorrer. Puede notarse en la forma en que contempla a la amable camarera del hotel de uno de esos pueblos a los que lo arrastra su destino. O en la complicidad que asume con el raterito al que descubre robando su propio auto y a quien le permite escapar. Algo se desata en Paul en aquel pueblo, algo corta amarras dentro de él y lo llena de desconcierto y miedo. Pero también hay deseo. En ese pueblo, donde la obra de una ruta fue suspendida hace años, dejando un tendal de desocupación, todos lo toman por representante de la constructora y la comunidad comienza a rearmarse de esperanza. Paul no tarda en ver la posibilidad de hacer negocio con los desesperados proveedores locales, que de la nada comienzan a ofrecerle comisiones para que sus empresas sean tenidas en cuenta durante la obra. El avance de esa autopista, que como un fantasma comenzará a crecer a espaldas del mundo, representa un nuevo comienzo. El primer mérito de La mentira y de Giannoli (quien no por nada fue candidato a la Palma de Oro en Cannes 2009, como lo había sido en 2006 por El cantante), reside en la elección del elenco. François Cluzet realiza un trabajo casi milagroso en la composición de Paul, consiguiendo que cada una de sus dudas y revelaciones puedan leerse en su rostro con tanta claridad que parece transparente. Lo mismo sucede con Emmanuelle Devos (premiada en Cannes por este papel), interpretando a la alcaldesa de ese pueblito agonizante, que no sólo quiere ver en Paul un futuro luminoso para su comunidad, sino la posibilidad de una nueva vida. A partir de ellos (incluyendo a Gérard Depardieu, como un intimidante Abel; y a Koko y Vincent Rottiers, como la camarera y el ladrón que se unen ilusionados a la empresa con la que Paul engaña al pueblo, pero que de todas formas comienza con la obra), Giannoli guía de manera firme los procesos de transformación. Y logra que La mentira sea al mismo tiempo varios relatos. El particular “camino del héroe” que Paul transita durante la construcción de esa ruta, que va de la marginalidad al hombre que parece entender por primera vez de qué se trata vivir; el feroz retrato de una sociedad gobernada por corporaciones, en donde el individuo también es marginado al rol de variable de cambio; y finalmente, un sólido thriller de autor.
La estafa social Paul/Philippe Miller (François Cluzet) se dedica a buscar obras en construcción, tomar nota de los teléfonos de administración, obtener datos, nombres y así hacerse pasar por alguien de la empresa constructora y acceder a herramientas que luego entrega a su reducidor (Gerard Depardieu) a cambio de unos francos. Lo que se dice un estafador de poca monta. Luego de tomar "prestado" el auto del reducidor, y algo de dinero extra, emprende un viaje y en el camino se topa con una construcción abandonada, una autopista para más datos. Decidido a sacar algún rédito de su hallazgo, Paul se hospeda en el hotel del pueblo haciéndose pasar por supervisor de la empresa que hace más un año había abandonado la obra. La novedad no tarda en ser conocida por los pobladores que sufren el desempleo y la incertidumbre desde que la obra se frenó. De inmediato, y casi sin darse cuenta, Paul está metido en algo que jamás imaginó, se convierte en la esperanza de cientos de personas y su estafa empieza a ir demasiado lejos, pierde los límites de su propia personalidad y su habilidad para el delito y la estafa acaban por ponerse al servicio de una comunidad. La película se basa en la historia real de Philippe Berre, un delincuente que en 1997 y con casi veinte condenas desde 1983 por falsificación, fraude y estafas varias convenció a la población de Saint-Marceau de que era el encargado de reflotar la construcción de la autopista A28. El director Xavier Giannoli encuentra en François Cluzet al actor preciso para plasmar la personalidad de un hombre solitario, hosco, marcado por el tiempo perdido en prisión y prisionero de su propia naturaleza. Giannoli tal vez abusa de su protagonista, cargándole el relato en sus espaldas aprovechando su talento, y descuida el ritmo al promediar el metraje. El filme pasa de ser un policial y acaba siendo una profunda historia de seres con mucho perdido y todo por ganar, a fuerza de solidaridad y esperanza, con el trabajo como motor aún cuando, sin saberlo, estén siendo estafados. Es la fábula del delincuente que busca cierta redención, a través de su mal arte pero con el bienestar de otros como objetivo. Es también, sin cargar las tintas, una crítica a las corporaciones que privilegian sus beneficios sin medir el impacto social de sus decisiones. En el elenco se destaca Emmanuelle Devoz como la alcalde del pueblo que ve a Miller como al salvador del lugar y consecuentemente acaba atraída por él. La cantante y actriz Soko se luce como la fiel Monika, mucama del hotel donde se hospeda Miller y posteriormente su asistente de confianza, de condición humilde y en pareja con el marginal Nicolas, bien interpretado por Vincent Rottiers. La voluminosa figura de Depardieu se deja ver en pocos pero vibrantes momentos, determinantes para el personaje de Cluzet. "La Mentira" remite a lo mejor de la tradición francesa en materia de cine, sin ser una obra maestra deja en el espectador la sensación de no haber perdido el tiempo, de haber disfrutado de grandes actuaciones y del trabajo de un director que supo, con sus matices, hacer bien su trabajo.
Xavier Giannoli se inspira en un hecho real ocurrido en 1997 para construir una película de extraña ambición. Un estafador de poca monta que, superado por el ritmo de los acontecimientos, se convierte en benefactor y transforma la vida de una ciudad entera es el punto de partida de un relato que tiende permanentemente al desborde, con abundantes personajes y un tema concreto, abstracto y simbólico a la vez. La mentira parte de una idea inquietante que de a poco va perdiendo contundencia por las torpezas del guión y la falta de audacia en la puesta en escena. Paul es un ex convicto sin lazos familiares que se traslada de pueblo en pueblo haciendo módicas estafas y desapareciendo a la primera señal de peligro. Hasta que un día llega a una pequeña ciudad en decadencia por el abandono de los trabajos en un ramal de la autopista y, haciéndose pasar por el subcontratista de un gigante de la construcción para cobrar coimas de diversos proveedores, comienza a reactivar la obra y la moribunda economía local. A pesar de su escandalosa inexperiencia, Paul sostiene mucho tiempo la ilusión de unos habitantes demasiado felices ante la llegada del inesperado mesías como para dudar de su identidad, sus competencias o sus intenciones. La película vibra con una urgencia interior, que la vuelve fascinante a pesar de sus evidentes defectos, como si el director hubiese querido terminarla a las apuradas haciéndose eco de la terquedad de Paul para finalizar a tiempo esos kilómetros de autopista que no llevan a ninguna parte. La puesta en escena se sitúa siempre por debajo de su potencial. Por ejemplo, Giannoli no aprovecha cinematográficamente la construcción de la autopista, no se anima a fijar mucho tiempo la cámara sobre todo ese polvo, ese barro, ese vals permanente de unidades monstruosas. El guión está tironeado entre distintas líneas narrativas exploradas sin demasiada convicción. La crónica social tiene un aire déjà vu, el drama romántico se abandona a mitad de camino y la bifurcación hacia el policial está marcada por la irrupción de un Depardieu caricaturesco. El director rodea al protagonista con un puñado de personajes secundarios caracterizados de manera muy pobre y siempre reducidos a su sola función narrativa: la alcaldesa enamorada, la empleada que admira a su jefe o el joven banquero que se debate entre la lucidez y el deseo de creer. La película es más interesante cuando se confina a la descripción de los pequeños trucos del estafador para engañar a todo su entorno, ganar tiempo y mantener el control de una situación que amenaza con irse de las manos a cada instante. Giannoli maneja con destreza el suspenso que provoca el permanente aplazamiento de un final que sabe inevitable. Pero la verdadera originalidad de la película está en el retrato de su antihéroe. François Cluzet luce muy convincente en un registro grisáceo y compone a un personaje inédito que no inquieta pero tampoco termina de generar empatía, y que se define menos por quién es que por lo que los otros proyectan sobre él. No es un mentiroso patológico, ni un criminal genérico, ni menos aún un estafador hollywoodense salido de La gran estafa, sino un personaje laborioso, parco y algo tierno. Un marginal que intenta darse paso en el mundo de la gente ordinaria y acaba perdiéndose en un traje demasiado grande. Un hombre engañado por su propia impostura, una máscara que termina siendo su rostro.
El colmo de un estafador ¿Cuál sería el colmo de un estafador? Quizá ese interrogante fue lo que motorizó la trama de La mentira, tercer largometraje del realizador Xavier Giannoli (El cantante), inspirado en un hecho real acaecido en un pequeño pueblo de Francia. Hablar de hechos reales en cine supone siempre la sospecha de la exageración pero en este caso la importancia de la historia se concentra sobre la periferia más que en el centro de una estafa y en ese sentido exponer los efectos generados a partir de la ilusión de los pobladores (víctimas) es mucho más interesante que la estafa en sí misma. Todo comienza con la llegada de Phillippe Muller (Francois Cluzet) a un pueblo rural alcanzado por los embates de la crisis económica que ha hecho estragos en sus habitantes dejando como saldo un alto nivel de desempleo. El extraño dice ser representante de una empresa constructora multinacional que ha elegido ese paraje para continuar el tramo de una autopista. A partir de ahí, consigue el inmediato apoyo político de la alcaldesa (Emmanuelle Devos) y el compromiso de todos los lugareños que ven en él a un salvador. Así las cosas, el proyecto arranca satisfactoriamente y por supuesto comenzará a derrumbarse el plan cuando la estafa cobre dimensiones inimaginables para su creador. Más allá de su extensa duración, el meticuloso guión -también escrito por el director Xavier Giannoli- bucea en las profundidades de las relaciones humanas; en las dependencias de los otros para concretar los objetivos de la vida y, en un segundo término, en la necesidad de creer en lo imposible. La inteligencia del autor reside en no juzgar de antemano a su protagonista sino desnudarlo ante el espectador desde el primer minuto en que quedan expuestas sus miserias y vulnerabilidades; una amoralidad increíble que de a poco se irá transformando en otra cosa gracias al amor. La labor de Francois Cluzet es impecable y el pequeño rol designado a Gérard Depardieu le calza justo al gran actor francés. La mentira es un film atípico porque si bien trata sobre los pormenores de una gran estafa no se contenta con desmenuzar el mecanismo de la falacia, sino que profundiza en las consecuencias de ponerla en práctica, como si se tratara de la radiografía de un discurso político visto desde el punto de vista de los damnificados.
En construcción Un hombre engaña a los habitantes de Un pueblo y los hace construir una ruta en este drama francés. Muy distinta -al menos en lo aparente- a su anterior película, El cantante , la nueva producción del francés Xavier Giannoli trae a la mente los primeros filmes de Laurent Cantet. Pero el hombre no se atreve a ir tan lejos y lo que arranca, de manera brillante, como la historia de un estafador que se encuentra con una oportunidad inesperada de hacer mucho dinero, derivará de manera bastante simplista hacia el viaje de un cínico que descubre la posibilidad de una redención. Francois Cluzet (ya, oficialmente, un clon del Dustin Hoffman de décadas atrás) es Paul, un estafador que, falsificando papeles y haciéndose pasar por quién no es, comete engaños en la ruta, vendiendo sus “beneficios” a mafiosos encabezados por Gérard Depardieu. Siempre en su auto, Paul para en un pueblito y se hace pasar por representante de una compañía constructora de rutas. Allí descubrirá que todos están felices al recibirlo porque suponen que viene a retomar el trabajo en una autopista abandonada y enseguida le ofrecen coimas para que contrate a tal o cual empresa local. El verá una montaña de dinero encima y, a la vez, será testigo de cómo el pueblo cobra vida, cómo le agradecen su llegada y hasta se descubrirá interesado en la alcalde de la ciudad (Emmanuelle Devos). Con el correr de los días, empiezan los problemas: los pagos se demoran, las sospechas crecen y Paul (que se hace llamar Philippe) deberá pensar entre escapar con el dinero conseguido o hacer algo para solucionar el embrollo. La mentira parece combinar las temáticas de Recursos humanos y El empleo del tiempo , dos filmes sobre el trabajo o la falta de él. La desocupación, la relación patrón/empleado y la pintura de una Francia profunda en crisis son los temas centrales de un filme cuya mejor parte (especialmente en lo visual) está dedicada a mostrar el trabajo en sí: la construcción, las grúas, los problemas meteorológicos, la aventura de construir una autopista en el medio de la nada mostrada como si fuera un sueño. Y, de hecho, lo es. Y ahí es donde la película vuelve a la realidad. El problema es que al durar 130 minutos y al tornarse previsible la ruta narrativa general, el viaje se hace algo largo y reiterativo. La relación entre Paul y la viuda no tiene mucha fuerza (de hecho, es más interesante el triángulo tenso que él mantiene con su secretaria y el novio de ésta, un traficante/ladrón que se da cuenta que algo raro pasa) y la pintura de los habitantes del pueblo -si bien Giannoli deja en claro los bolsones de corrupción- es algo condescendiente. Pese a sus momentos desiguales, La mentira es una buena combinación de thriller y película social. Un grado de incorrección y virulencia mayores podrían haberla convertido en una gran película.
El modo en que Gianolli cuenta la crisis económica y social, y como refleja su relación con el estado ausente, da cuenta del impacto en las vidas que tiene el recorte del gasto público. Cuando una película comienza advirtiendo al espectador que la historia reflejada se basa en un caso real, este está invitado a un conjunto de sentimientos, desde el asombro por la veracidad de lo increíble, hasta la más lacrimógena situación, cuando la historia revelada tiene características melodramáticas al extremo. Ese mensaje previo condiciona al espectador de un modo inevitable. Aun cuando parezca una digresión de alguien con pocas ganas de escribir sobre la materia concreta, durante el desarrollo de La mentira (o En el origen una traducción mucho más interesante, además de literal) me vi compelido a volver constantemente a esa frase inicial, a esa certificación de que aquello que Giannoli narra efectivamente ocurrió. En la dialéctica entre lo increíble de los sucesos y la información inicial con la que cuenta el espectador, se modifica la percepción. ¿Es esto trascendente para el trabajo de interpretación? Si, definitivamente. En la opinión de este espectador, es lamentable que esa información haya condicionado el desarrollo. ¿Por qué? Porque el entramado que se va construyendo, el personaje que se va construyendo, las capas de situaciones económicas, sociales y personales que se van descubriendo a lo largo de la historia, no estando condicionadas por la marca de la certeza, permitirían generar en el espectador vacilación, sentidos de lectura más complejos, incógnitas y focalizaciones, que se pierdan en el anclaje sobre la realidad que implica la revelación original. La mentira cuenta la historia de un pequeño estafador que, falsificando papelería de empresas y utilizando nombres de gerentes de las mismas, consigue que le entreguen mercaderías que luego vende para hacerse de algún dinero. Se traslada por toda Francia huyendo y replicando sus maniobras. Así llega a un pequeño pueblo, donde sin haberlo intentado, es convertido por el deseo de los habitantes, en el responsable de la rehabilitación de una obra vial detenida por falta de presupuesto. La desocupación se instaló allí con la suspensión de esa obra, de modo que ellos proyectaron en ese desconocido, la esperanza de volver a recuperar la dignidad laboral. Paul, conocido como Phillipe Miller, se aprovecha de esta situación para estafar con pedidos de coimas a los posibles proveedores, pero rápidamente se verá desbordado por las necesidades y ansiedades de los habitantes y las autoridades. El modo en que Gianolli cuenta la crisis económica y social, y como refleja su relación con el estado ausente, da cuenta del impacto en las vidas que tiene el recorte del gasto público. Es muy interesante, por otra parte, como el registro del relato es capaz de ubicarse en la subjetividad de los habitantes del interior francés, y contar la lejanía concreta con el centro económico, su dependencia y el alcance de sus deseos. Este impacto tendrá un alcance incluso en los cuerpos vivos de cada uno de ellos, los personajes tienen sutileza y complejidad en su construcción. El director evita toda referencia burda, toda sencillez en las relaciones. El crecimiento de todos ellos es una nota destacada de esta película. Lejos de considerar a la acción individual en el orden del héroe, Gianolli imprime a su personaje un destino inevitable. No hay un deber moral, sino la manifiesta imposibilidad de hacer otra cosa ante semejante conjunto de situaciones personales y sociales. Si bien al final el tono general se vuelca hacia el registro del melodrama personal, la película sigue articulando los relatos personales y los de conjunto, de modo de dar cuenta de la inscripción en lo individual de la crisis económica. La construcción de los personajes y las actuaciones que los sostienen son impecables. El trabajo de Francois Cluzet nos pone ante un actor digno de la mejor tradición moderna del cine fránces. Sostenido por Emmanuelle Devos, el resto del elenco cumple de igual modo su labor. La decisión del realizador de evitar las sobre explicaciones es clave para acompañar la confusión del protagonista a lo largo de gran parte de la historia. La mentira es brillante en su primer hora y una buena película en la segunda. Tal vez hubiera estado cerca de grandes películas francesas de los últimos años, si el director hubiese renunciado a cierto impulso épico que aparece sobre el final de la misma.
La nueva vida de un ex presidiario En los últimos años, el cine francés emprendió un argumento con características similares al que narra La mentira, nueva película de Xavier Giannoli (El cantante). En la excelente El adversario y en El empleo del tiempo, los personajes centrales, con falsas identidades, transgredían ciertas normas establecidas por la sociedad, presentando ambas películas una particular mirada sobre la ética y la moral de las instituciones. Dentro de esos dilemas se encuentra Paul Muller (François Cluzet), un ex presidiario que toma el rol de empresario de la construcción con el propósito de reiniciar la extensión de una autopista que favorecería el bienestar de un pueblo. La aparición de este personaje, claro está, modificará los comportamientos de los habitantes, entre ellos la alcalde (interpretada por la gran actriz Emmanuelle Devos) y una pareja de jóvenes residentes del lugar. La mentira está basada en hechos reales, tiene algunas escenas de interés de acuerdo a las peripecias que vive el personaje de Muller y una sutil opinión sobre los mecanismos de poder, el afán de progreso y los manejos empresariales. Sin embargo, hay un punto donde la película flaquea: la poca verosimilitud que ofrece la historia. ¿Es posible que nadie sospeche de un personaje tan particular como Peter Muller? ¿Los habitantes del pueblo jamás dudan de su origen? ¿Por qué Muller decide emprender semejante proeza ética? ¿Cuáles son sus motivos? Además, La mentira, un film atractivo por su narración, que fluye sin inconvenientes pese al exceso de minutos, derrapa en un aspecto central: el antihéroe que encarna Clouzet (un buen actor) no tiene la mínima seducción para que un pueblo, una alcalde, una pareja de jóvenes enamorados, un banquero y un montón de obreros dispuestos al trabajo se rindan a sus pies y acepten con fervor sus decisiones. <
El peaje de cada día ¿Anarquismo light ? ¿Crítica política (y psicológica) al capitalismo corporativo para todo público? ¿Un hecho real trastrocado en fábula (inverosímil)? La mentira , la cuarta película de Xavier Giannoli, pertenece a cierta tradición del cine galo que cada tanto nos recuerda el delirio en el que vivimos. La cuestión humana , Recursos humanos , El empleo del tiempo , El adversario son películas de dicha tradición. Aquí, el título original del filme ( En el inicio ) va un poco más allá de su traducción, en todo caso, la combinación de ambos títulos devela un orden simbólico específico. En el inicio todo fue una mentira. La película está basada en un hecho real: un sujeto solitario y misterioso, estafador y psicológicamente enajenado, consigue engañar a todo un pueblo, sumido en la desocupación y en el desaliento, con un proyecto vial totalmente abandonado (la terminación de una ruta). En realidad, al menos en la película, no se trata solamente de una esperanza laboral en una población mayoritariamente trabajadora sino de una utopía social a pequeña escala. El placer de un emprendimiento colectivo, no la mera salvación del propio pellejo. Así, Phillip Miller o Paul (gran trabajo de François Cluzet) montará una empresa fantasma, obtendrá crédito bancario, ayuda de inversionistas y una constructora, predisposición sindical e incluso tendrá apoyo de la alcalde, con quien vivirá un romance (hay otra historia de amor, entre dos jóvenes proletarios, tan importante como la de Phillip y Stéphane, interpretada por la gran Emmanuelle Davos). La vieja y cándida idea de que una de las variables oculta del capitalismo es la confianza tiene aquí un giro irónico y perverso. Naturalmente, el relato trabaja sobre un doble suspenso: ¿finalizarán la autopista antes de que la mentira sea descubierta? Las consecuencias lógicas de semejante revelación son imaginables. Giannoli apuesta demasiado a la pedagogía y, si bien el filme tiene matices, la musicalización y algunas escenas de manual (como el plano final y el accidente previo al epílogo) sobreestiman un poco el poder del relato, apuntalado por su carácter verídico y la calidad ostensible de los intérpretes. La presencia efímera de Depardieu, además de coronar la solidez dramática del filme, es central para la historia. Dos diálogos entre él y Cluzet expresan un punto de vista: en última instancia todo se define en cómo se consigue el pan de cada día. La mentira no sólo inquieta por señalar el fundamento deleznable de un modelo económico sostenido a fuerza de la credulidad colectiva, sino que sugiere algo más espeluznante: la inestabilidad psíquica de su (anti)héroe es secretamente el costo no económico que todos pagamos dócilmente para resguardar el sistema dominante.
La promesa El cine francés construye su carretera perdida. Un estafador arrepentido, una alcaldesa que devuelve dignidad a su municipio y la recuperación del trabajo como alegoría de solidaridad comunitaria. Bienvenidos a La mentira de Xavier Giannoli. No es por medio de la colaboración errática de un Gérard Depardieu o el trabajo protagónico de un lacónico François Cluzet que La mentira encuentra su centro emocional. El director Xavier Giannoli sabe que la presencia refulgente de Emmanuelle Devos es clave para la historia que quiere contar. Esa alcaldesa desamparada en una localidad de provincia no sería posible sin la respiración, sin la economía gestual de esa gran actriz que supimos conocer mejor que nunca por medio de Arnaud Desplechin (Reyes y reina, Un conte de Noël). Premio César a mejor actriz por segunda vez por este papel, Emmanuelle Devos le pone el cuerpo a un personaje que matiza las tensiones de un pueblo esperanzado ante la aparición de un supuesto empresario del rubro de la construcción. Tratándose de una película que presenta a su personaje principal como la piedra angular por medio de la cual se estructura y revitaliza un amplio abanico de relaciones humanas (las del pueblo mismo), no es exagerado destacar por encima del resto del film a una actriz de reparto. Basada en hechos reales, La mentira nos presenta la historia de un bastante poco elocuente estafador. Sobrio, más bien básico en su oratoria, no conocemos en profundidad las intenciones de Philippe Miller (así se hace llamar). Sólo podemos asistir –en principio- al despliegue de su farsa artesanal: plotear el logo de una empresa inexistente en su camioneta, alquilar clandestinamente máquinas para la construcción, inventar membretes para documentación trucha…en definitiva: tratar de hacer posible una ficción. Y bajo esa misma empresa ficcional es como se presentará en un pueblo olvidado, como un agente encargado de rehabilitar una obra en construcción abandonada hace años. Convertido en una especie de mesías fraudulento, Philippe Miller agita el avispero y seduce a inversores ávidos de negocios en un paraje que hasta el momento de su llegada se encontraba en un estancamiento productivo como fruto de un fuerte desamparo estatal. Con la llegada de nuestro héroe, la promesa de una mega autopista moviliza al pueblo amodorrado que anda a caballo de preocupantes índices de desempleo y de gobernadores a la deriva. Tal vez en este punto el film evidencie su pliegue más previsible y trace de manera demasiado evidente su proclama alegórica, cuando un embaucador de poca monta muta en héroe quijotesco y las vidas desamparadas de los moradores se reencauzan a fuerza del golpe cotidiano de máquinas excavadoras y gambeteadas administrativas imposibles. Hace apenas dos años, otra película esbozaba con similar retoricismo un mensaje casi diametralmente opuesto. Con su ópera prima Home, la suiza Ursula Meier registraba la reconstrucción de una autovía como la crónica crepuscular de una feliz sinfonía del aislamiento para Isabelle Huppert y compañía. La subjetividad de una familia se veía radicalmente transformada por un afuera opresor. El encierro utópico llegaba a su fin y había que salir del costado de la carretera, asumir la realidad de la comunicación urbana, la mugre y la polución auditiva. Casi como contracara de esa reclusión idílica -pero con similares vías de metaforización - Xavier Giannoli intenta construir una fábula moral donde el ritmo cardíaco de una población entera encuentra su sentido en el propio proceso de producción de una autopista que ni siquiera saben a dónde conduce. De un lado (Home) las fantasías de un mundo recluido y en armonía. Del otro (La mentira) –tal vez con cierto romanticismo- la voluntad de vivir juntos confirmando la premisa fassbindereana de que “el trabajo es el único tema que existe”.
Paul Miller, exconvicto, se hace pasar por jefe de una empresa constructora para llevar a cabo un plan temerario. Se trata de retomar, supuestamente, los trabajos de extensión de una autopista. El tipo tiene una actitud convincente y todo el mundo le cree. La iniciativa constituye la anhelada salvación para la economía del pueblo cercano al emprendimiento. Para llevarlo a cabo, Paul contrata a cientos de operarios. Luego, seduce a la alcaldesa de la región, de quien se enamora, pero tarde o temprano se verá obligado a revelar la verdad y enfrentar las consecuencias. Basado en hechos y personajes reales. Recupera con paso de comedia la figura de un presunto estafador de poca monta que construye una autopista y trae una cuota de esperanzas a un pueblo carcomido por la miseria y la desocupación. El tiempo dirá si se trataba de un villano o un héroe involuntario. Escrita y dirigida por Xavier Giannoli, la comedia tiene un tono agridulce.