BELLEZA NORTEÑA La construcción de un hotel y spa en un pequeño pueblo (Tumbayá) de Jujuy es el telón de fondo de esta historia sobre el despertar sexual y los deseos de volar hacia otros destinos de la protagonista. Escrita y dirigida por Luján Loioco, “La niña de los tacones amarillos” pone en primer plano varias problemáticas que enfrentan los adolescentes desclasados del interior del país en cuanto a las oportunidades de un futuro promisorio. Isabel (Mercedes Burgos) tiene 14 o 15 años y sus intereses son los de cualquier chica de esa edad, los ídolos musicales y hablar de chicos con su mejor amiga. Esa cotidianidad se ve alterada por uno de los trabajadores llegados al pueblo para construir el hotel. Una infatuación primaria, seguida del deseo y finalmente la pérdida de la inocencia conducirá a Isabel a caer en un espiral descendente de sumisión. Y su belleza será un arma de doble filo ante una sociedad machista que la inculpa primero y la expulsa después. Filmada con un estilo narrativo propio, Loioco demuestra un pulso cinematográfico y una sensibilidad en el tratamiento de sus personajes que pone al filme en un lugar distinto en la cartelera nacional. En este sentido la secuencia final resulta inolvidable.
Isabel es una niña de 15 años que vive con su madre y su hermano menor en el norte de la Argentina y que solo sueña con ir a conocer la ciudad. La muchacha no tiene el dinero para hacerlo sola y le insiste a su mejor amiga, Sara, para que la lleve con ella la próxima vez que haga el viaje con su padre, pero el plan se dilata y parece que no va a concretarse nunca. Entonces comienza la construcción de un hotel en el pueblo, e Isabel le da una mano a su madre vendiendo empanadas a los obreros; así conoce a Miguel. A través de su relación, la joven comienza a entender que su belleza puede ser un arma para conseguir lo que desea. Isabel se va adentrando en una relación extraña y asimétrica, un mundo en el que la inocencia es su enemiga y donde los límites y el control sobre su cuerpo y su sexualidad son difusos. Si existen prejuicios sobre lo que significa vivir en un pueblo, la distancia subjetiva entre la Capital Federal y el resto de la Argentina y las posibilidades de futuro para los jóvenes de bajos recursos, especialmente para las mujeres, esta película los tiene todos. Luján Loioco pone el foco en una problemática existente y real, pero su mirada parece, en un punto, construida sobre estereotipos y caminos ya recorridos en el mundo del cine y la ficción. La historia va avanzando de manera predecible en un terreno donde la soledad de su protagonista define la elección de un camino que, si bien parece más sencillo y rápido, también es el más costoso.
Para darle un empujoncito a la empatía, La Niña de Tacones Amarillos nos muestra cómo es la vida adolescente en una situación social revuelta. Durante muchos años las producciones no históricas ni centradas en la Ciudad de Buenos Aires fueron desatendidas salvo por los círculos independientes de las propias provincias que las realizaban. Con la llegada de internet y métodos alternativos de distribución, muchas películas vieron sus espectadores crecer y gracias a ello comienzan a aparecer en el radar cultural del resto del país. Es una suerte pertenecer a esta segunda época, en la que se permite al público conocer y elegir entre todas (o muchas) de las producciones que este país tiene para ofrecer. Isabel tiene 15 años y vive en Tumbayá con su hermano menor y su madre. Una gran empresa decide armar un enorme hotel con spa en su pueblo, y esto, naturalmente, trae un cambio muy grande para la población. Los albañiles no solamente alteran el flujo económico del lugar, sino también el social. Uno de ellos empieza a rondar a Isabel, con ideas románticas muy distintas a las de una chica de 15. Entre otros amores, amistades y su relación con su familia se pinta el amargo escenario sobre el que Isabel debe crecer. La intención de La Niña de los Tacones Amarillos es difícil de discernir al principio. Parece la clásica película en la que alguien llega a la madurez, pero el contenido sexual pesado que tiene hace que tampoco pueda describirse con tanta ingenuidad. Esto, combinado con el drama constante de la vida adolescente promedio, la convierte en una suerte de fábula. Su valor como advertencia sobre los peligros a los que están expuestas las jóvenes es enorme, aunque es probable que el público de esa edad no se vea tan atraído por la trama. Al contrario, los adultos que la vean entenderán inmediatamente este tono, cercano al de una película de terror. No solamente trata el tema del crecimiento y la adolescencia, sino que la llegada de este gran hotel a Tumbayá trae a la luz un escenario de alteración económica que afecta a todo el pueblo. Muchos de los espectadores de esta película seguramente vivan en una gran ciudad, donde esto no sucede más que en escala barrial. Ilustrar un suceso semejante no sólo sirve para dar pie al resto de la historia, sino que es una crítica en sí misma. Luján Loioco, la directora, ya había trabajado en producción y como asistente del director en TV y cortos, pero La Niña de los Tacones Amarillos es su ópera prima en cuanto a guión y dirección. La mayoría de los actores tienen poca o nula experiencia, sin embargo logran ilustrar las complejidades de sus personajes con destreza y precisión. Mercedes Burgos y Manuel Vignau se roban la película, tanto cuando están juntos en pantalla como por separado. El escenario que provee el Norte Argentino es inquietante pero hermoso y el equipo de fotografía y arte logró utilizarlo con maestría para que se corresponda perfectamente con el tono que la trama transmite.
Una novela de educación sentimental ¿Qué es la adolescencia para una mujer de apenas 15 años? La respuesta es fácil: una etapa de liberación y auto descubrimiento. Pero nunca hay que dejarse engañar por las apariencias de esta etapa de la vida, sobre todo las mujeres las cuales suelen ser las más perjudicadas por aquellos que piensan que por no tener todas las “ventajas” que tiene el otro sexo, les da el derecho a hacer lo que quieran con ellas. La niña de los tacones amarillos de la directora argentina María Luján Loico, muestra en una sola película esa distancia que hay entre el norte de nuestro país y la Capital Federal, también muestra, a través de algunos estereotipos que se podrían haber evitado, la vida de quienes sufren por tener bajos recursos económicos. Y algo que me pareció poco original pero efectivo por las épocas que vivimos es la problemática de como la mujer no es respetada por su género y por eso pasa a ser un simple juguete sexual del hombre. Algo que no se puede dejar de destacar es la fotografía del film, mostrando una provincia de Jujuy, hermosa como siempre. Mercedes Burgos: La protagonista de este film está muy bien en lo actoral, se la ve muy cómoda frente a la cámara, y sobre todo, se la ve natural, como si tuviese la edad que interpreta. Pero hay una sola falla, la cual no es culpa suya, sino de quien hizo el casting: no tiene acento jujeño, solo lo mantiene por momentos y en contraste con los demás personajes eso se nota mucho.
Algo más que piropos. La directora María Luján Loioco desarrolla con sutileza varias problemáticas alrededor del despertar sexual adolescente y las consecuencias del encierro en un pueblo del norte argentino, cuando las posibilidades de progreso económico se ven clausuradas por una dinámica centralizada y no periférica.
Ambientado en Tumbaya, un localidad jujeña al pie de la Quebrada de Humahuaca, el film de Luján Loico se centra en Isabel (Mercedes Burgos), una quinceañera que vive con su madre y hermano, y que transita las incertidumbres y el afán de nuevas experiencias propios de la edad. Como sucede con muchos jóvenes, el pueblo le va quedando chico y se obsesiona con la idea de partir a la capital, inquietud que comparte con su amiga Sara, la hija del intendente. La inminente construcción de un HOTEL SPA resulta todo un acontecimiento para el lugar. Hasta allí llega un contingente de obreros e Isabel, de personalidad curiosa y extrovertida, comenzará a verse con uno de ellos bastante mayor (Manuel Vignau). Pero lo que hasta el momento podría a evocar, por contexto (el Norte argentino) y argumento (una menor atraída por un treintañero), a la amable Una estrella y dos cafés (2005), aquí se convierte en un relato que resulta de a ratos pertubador, donde entran en juego el estupro, el despertar sexual, los códigos machistas y la comidilla típica de los pueblos. Estrenada en la sección Panorama del último BAFICI, la opera prima de Loioco muestra a una cineasta segura de qué contar y cómo contarlo, con tópicos en común (ese limbo entre ser una nena y una MUJER, la pérdida de la inocencia, las angustias adolescentes) con otras jóvenes realizadoras como Inés Barrionuevo y Milagros Mumenthäler. La joven Burgos, que caracteriza con total naturalidad a un personaje casi diez años menor (ella tiene 23), es toda una sorpresa y una actriz para seguirle los pasos.
Crecer de golpe En su primera película, La niña de tacones amarillos (2015), la realizadora Luján Loioco logra imponer un estilo narrativo muy diferente al de muchos films que circulan en el 17 BAFICI. Principalmente porque desde la primera escena logra transmitir una esencia y naturalidad que deslumbra por la belleza contrastante entre la protagonista y su entorno. Sin embargo hay algunos blancos que no terminan de cerrar, como la manera de hablar de los intérpretes, completamente alejada a la de los lugareños. Por suerte, la puesta y dirección de cámaras superan cualquier reclamo. La niña de tacones amarillos habla de como se crece de golpe sabiendo que las decisiones marcan a fuego cualquier sueño que se tenga por cambiar una realidad. Isabel (Mercedes Burgos) entra en escena corriendo y bailando, como una ráfaga fresca en el árido paisaje de Tumbayá, Jujuy. Sonrie, se mueve, juega con su cabello, desea ser como su ídolo musical Gloria (¿es Emme?) y pasa las tardes en la casa de su amiga Sara pintándose las uñas y hablando de chicos. Isabel sabe que en Tumbayá no podrá encontrar aquello que la libere de esa cárcel de rutina y tedio, de siesta obligada y trabajo codo a codo con su madre en la entrega de comidas caseras. Cuando llega al pueblo un contingente de obreros para construir un hotel, la joven cree encontrar una oportunidad al ver en Miguel (Manuel Vignau), el vehículo para salir de allí. Consigue unos zapatos de taco amarillo (cualquier comparación con el video “Let's Dance” de David Bowie es evidente) que se convertirán en el objeto que marque el cambio de la niña a la mujer esperada. El film tiene mucho de una novela que hace unos años protagonizó Salma Hayek y que se llamó Teresa (1989), que contaba como una joven de clase baja aspiraba a través de engaños y seducción cambiar su status social. Acá la situación no llega a tanto, pero sí Isabel va transitando el paso de niña a mujer a fuerza de mentiras. Luján Loioco rodea a su protagonista con travellings envolventes, primeros planos, detalles de su cuerpo, para afirmar la necesidad imperiosa que posee la joven por cambiar su vida de pueblo. Un relato sobre la transición y cambio corporal que la directora cuenta con honestidad. Una historia que gracias a una correcta puesta en escena, un buen nivel actoral, y principalmente el observar las costumbres de un pueblo, hacen que su estética se emparente con un culebrón rural que termina convenciéndonos sobre la llegada del otro para terminar de reordenar las necesidades y los anhelos de una niña en crecimiento.
Una película que nos recuerda la enorme importancia de la obsesión en un personaje. Hoy por hoy estamos tan acostumbrados a las grandes historias, que nos olvidamos que también las hay pequeñas, incluso con más corazón y muchas más cosas que decir que la vasta mayoría de los tanques que ni siquiera se esfuerzan a nivel guión. Pero si estas pequeñas historias son también concebidas y arraigadas en los más elementales ––y tristemente olvidados–– principios narrativos, puede destacarse su esfuerzo a pesar de los inevitables errores que puedan presentarse en el camino. Toda persona es un deseo Isabel es una adolescente que vive en un remoto pueblo de Jujuy, el cual recientemente esta de parabienes por estar circundando la construcción de un hotel que podría darle empleo a los lugareños. No obstante, Isabel siente la necesidad de ver que hay más allá de su pueblo. Una necesidad, un objetivo, que en pos de cumplirlo la arrastrará por un derrotero que no torcerá en lo más mínimo su determinación. Si bien posee una estructura de tres actos atípica, algún que otro tiempo muerto y alguna que otra escena de relleno, La Niña de los Tacones Amarillos es un ejemplo a seguir en un apartado en especial y es en el del desarrollo del personaje protagónico. Esto se debe a que implementa un principio tan básico, necesario y tristemente olvidado como es la obsesión de un personaje por conseguir esa meta que quiere tanto. Aunque no lo hace de forma grandilocuente, vemos como este deseo de Isabel por querer irse de su pueblo la obliga a incurrir en actos cuestionables que la humillan, le arrancan su dignidad y la alejan de los que más quiere conforme su meta se vuelve más cercana. El desenlace a muchos les parecerá poco satisfactorio, pero si prestan atención, no tanto al viaje sino al personaje, se darán cuenta que estamos ante un primer capítulo que no necesita de secuelas para saber cómo va a terminar. Es una sola fotografía, cuyo futuro el espectador construye más allá de la proyección. En el apartado técnico tenemos una eficiente fotografía, con cuidadas composiciones de cuadro hechas en Cinemascope, la cual que no sucumbe a tantos cortes de montaje, sino que agrupa a los actores como si de un escenario teatral se tratara, y tiene la suficiente sutileza de meter un primer plano o un movimiento de cámara sólo en el momento preciso. La dirección de arte también entrega eficiencia en su desempeño, pero su uso del color es notable y un derivado directo de la meditada escritura de la película; los tacones amarillos que adquiere Isabel, así como los hechos que rodean dicha adquisición simbolizan muy concretamente quien es y lo que está dispuesta a hacer para conseguir lo que quiere. En el apartado actoral tenemos interpretaciones lucidas del reparto, pero quien destaca es su protagonista Mercedes Burgos, quien se lleva al hombro la película y la hace suya desde su primera aparición demostrando perfecto control de qué es lo que mueve a este personaje. Una seguridad tan inmediata como poco frecuente. Conclusión La Niña de los Tacones Amarillos es una película que aunque tiene sus tropiezos, cuenta con suficientes virtudes para destacar. Aunque no es para todo el mundo, los asiduos a querer ver un cine distinto al que ofrecen las grandes cadenas podrán sacarle mucho provecho. Un ejemplo más que prolijo.
Hazte la fama y échate a correr. Mientras escuchamos la cálida voz de Ariel “Chato” Cruz, quien compuso la banda sonora de esta, la ópera prima de María Luján Loioco, se nos abre la puerta al peculiar mundo de Isabel (una convincente y debutante Mercedes Burgos), quien interpreta a la niña del título de la película, y quien corretea alegremente por los caminos de tierra aledaños a su casa. Una buena introducción para lo que será un relato cargado de emociones. La historia se sitúa en un pequeño pueblo aislado de la gran ciudad y las grandes masas, que es testigo, por el período de un año, de la construcción de un gran hotel. Isabel comienza a trabajar junto a su madre en dicho predio y pronto se da cuenta de que es objeto de atracción entre los hombres. Al principio se extraña de ello pero luego irá descubriendo que puede utilizarlo a su favor. Pero todo se irá oscureciendo. La Niña de Tacones Amarillos es la crónica agridulce de una quinceañera que, además de enfrentar un choque cultural, también está frente al descubrimiento de su sexualidad. Pero nada se dará de manera normal; todo parece estar signado por las malas experiencias y los rumores. Ella, caprichosa, enérgica y más madura de lo que aparenta, a su vez ambiciona más de lo que le da la edad. Una niña que piensa como adulta y ya sueña con cosas muy distintas a las de su grupo de amigas. El relato no carece de ritmo y se compone de paisajes (gran trabajo en la dirección de fotografía), silencios, miradas, sonidos característicos del lugar y diálogos acordes. Loioco construye el universo de Isabel de tal forma que hace que el espectador se conmueva y a la vez se desoriente. Esto no es un elemento negativo, por el contrario le aporta un toque de suspenso y atractivo a la trama, cuyos elementos se nos van mostrando naturalmente; lo que denota una madurez en la narración y un gran potencial en la construcción de los personajes y los estados de ánimo. Con sus diferentes momentos -algunos intensos y otros no tanto- La Niña de Tacones Amarillos (presentada en el BAFICI del año pasado y seleccionada por más de quince festivales alrededor del mundo) es otra gran apuesta del cine nacional que no dejará indiferente a nadie. Una película que demuestra que con pocas pretensiones y un guión y recursos simples se puede contar una gran historia.
El ciclo histórico del poder La misma huella de explotación o colonización puede verse en dos capas del relato de Luján Loioco: la sexual, encarnada en la chica en tránsito a la adultez del título, y la política, a través del grupo hotelero que obliga al cambio de hábitos en el pueblito que ella habita. En tiempos de películas que tienden a reafirmar en el espectador la convicción (la tranquilidad) de estar ubicado en el lugar correcto, un pequeño puñado de films solitarios siguen optando por lo contrario: por instarlo a hacerse preguntas, a dudar, a desestabilizarlo en la butaca. Opera prima de la realizadora Luján Loioco (Buenos Aires, 1986), La niña de tacones amarillos es una de esas películas infrecuentes, incómodas sin aspavientos, larvadamente perturbadoras. Tanto como puede serlo la instancia vital en la que se halla la protagonista, que se encuentra en el punto exacto del pasaje a la edad adulta, cuando los juegos infantiles conviven con una sexualidad que parece sobrevenida de golpe, y ésta puede ponerse al servicio de una lucha por el dominio que no por despareja deja de librarse. Despareja no sólo en razón, como aquí sucede, de la diferencia de edad y experiencia, sino además de la distancia entre el centro del poder y la periferia. Pero todo esto no alcanzaría su poder de perturbación si el espectador (el espectador mujer, el espectador hombre) no resultara fatalmente incluido en la narración, llave maestra que Loioco maneja con llamativa pericia. En la primera escena, el conflicto queda instalado. Instalado en el ojo del espectador. La niña baja el cerro jujeño corriendo con desesperación torpe, propia de la mocedad y del terreno. Atraída por la música de sikus y quenas que llega desde la plaza, va medio resbalando entre las irregularidades y el pedregullo, hasta que logra sumarse a la ronda. Enseguida se suelta y baila sola, con cierto desenfreno. Baila bien. La agitación de su cuerpo y el largo cabello azabache componen una unidad en la que el magnetismo no es de niña sino de mujer. ¿Es consciente de ese poder? Que lo ejerce, la cámara se ocupa de refrendarlo, haciendo una serie de contraplanos sobre algunos de los varones presentes, que la observan con esa seriedad de cazador con la que el hombre estudia a su posible presa. Sobre todo uno de ellos, joven y con aspecto de forastero, que tiene hasta rostro de halcón. Al espectador varón no le costará nada identificarse con él. Seguramente que tampoco a las espectadoras con ella, con su consciencia e inconsciencia de sexualidad naciente. Isabel (Mercedes Burgo, que en verdad es salteña) vive en el pequeño pueblito de Tumbaya junto con su mamá y su hermano menor. En su habitación tan de adolescente (decorados rosas, posters de cantantes, sobrecarga de fotos) comparte secretos con su amiga, hija del intendente del lugar. La amiga le consigue una changuita a la mamá de Isabel: vender empanadas a los trabajadores de una obra, la construcción de un hotel de lujo que se levanta en las afueras. Es una muy buena changa, son varias docenas por día, y la mamá necesita que Isabel la acompañe con las canastas. Ahí está el que la miraba en la plaza, que se llama Miguel (Manuel Vignau, visto en Plan B y Hawaii, de Marco Berger) y que, tal vez en contra de las prevenciones, sabe cómo ablandar a la chica, con un collarcito que él mismo le coloca en el cuello. Uno tal vez suponga que la doble timidez de ella (la impuesta por la diferencia de edad y de origen) se va a imponer, pero lo que se va abriendo paso es en cambio la curiosidad sexual. No habrá que contar mucho más, salvo que Loioco se ocupa de contraponer, al clásico esquema tipo de ciudad-seduce-chinita-y-se-va, el determinado por el carácter de niña-adolescente-mujer de Isabel, capaz de comportarse con una mezcla de ingenuidad, deseo y ambición dispuesta a todo. Así lo refirma sobre todo el episodio de los zapatos amarillos que dan título a la película, que desarma todo intento de atraparla por completo por parte del espectador. De modo notable, por detrás de este plano del relato resuena, como un eco amplificador, el del hotel que se está construyendo allá arriba, en el cerro. Hotel que, como la relación de Miguel e Isabel, los “gringos” de la ciudad levantan en su propio beneficio, sirviéndose para ello del cuerpo de los locales. E interviniendo en su vida cotidiana: la energía eléctrica que la obra necesita provoca cortes permanentes en el pueblo, que deberá acostumbrarse a vivir a oscuras. Puede verse en ambas capas del relato (duplicadas a su vez por la relación, mucho más pasajera, entre Isabel y un empresario de la compañía hotelera, durante la muy simbólica noche inaugural) una misma huella de explotación o colonización, que la imagen de los lugareños vestidos con los uniformes del establecimiento termina de consumar. Así como Isabel termina comportándose como niña, repitiendo para sí un mantra mágico, a la gente del pueblo no le queda más remedio que trabajar al servicio de los capitalinos. En ambos planos, el sexual y el político, el ciclo histórico del poder se reafirma, indefectiblemente.
Una inteligente reflexión de choques de culturas y la explosión adolescente de una niña que descubre con dolor el poder de su belleza y sexualidad en un mundo brutal y machista, donde aprende todo demasiado rápido. Es que la acción transcurre en un pequeño pueblo jujeño donde se construye un gran hotel, la llegada de muchos obreros, el cambio de una niña en mujer sin contención. La directora Lujan Loioco crea climas ominosos y tiene a una protagonista angelical Mercedes Burgos.
Crecer de golpe Una promisoria ópera prima sobre la desprotección de la mujer en el norte argentino. Luján Loioco, porteña de 30 años y egresada de la FUC, ganó el concurso de ópera primas del INCAA en 2010 con esta historia ambientada en un pequeño pueblo de Jujuy que narra las desventuras afectivas de Isabel (Mercedes Burgos), una quinceañera que vive con su madre y su hermano menor. Adolescente curiosa y bastante desenvuelta para los estándares del lugar, Isabel tiene las típicas curiosidades, deseos y contradicciones de las chicas de su edad y la tentación de descubrir el mundo (la ciudad) es tan fuerte que, cuando un muchacho bastante más grande que ella que trabaja en la construcción de un hotel en la zona (Manuel Vignau) la empieza a seducir (un chupetín, una cadenita, una promesa de viaje), acepta mantener relaciones sexuales con él. La película es inevitablemente angustiante y perturbadora, pero Loioco tiene la suficiente altura y pudor como para no cargar las tintas ni subrayar más allá de lo necesario, aunque la oposición entre la inocencia pueblerina y la manipulación del foráneo resulte por momentos un poco obvia. Burgos aporta una bienvenica naturalidad a su personaje (es imponente su explosión cuando su madre descubre los regalos que ha ido recibiendo) y la dinámica del lugar (sus amistades, la relación con su hermano) está muy bien descripta. El machismo imperante, la descontención de la mujer, la fuerza posesiva de los hombres y la estigmatización de las jóvenes por ser atractivas o por usar ropa seductora para justificar pequeños (y no tan pequeños) abusos son algunas de las problemáticas que aborda con contundencia, pero siempre con nobles herramientas cinematográficas, ese valioso primer largometraje que es La chica de tacones amarillos.
Cuento moral entre el pudor y la audacia Recién veinteañeras, debutan en el largometraje Luján Loiocco, autora porteña, y Mercedes Burgos, actriz salteña. Lo hacen con acierto, equilibrando pudor y franqueza para hablar de esa etapa de la vida que ambas han pasado hace muy pocos años: ésa cuando una chica, entre el deseo, la curiosidad y la imprudencia, se va haciendo mujer. El tema es delicado y ellas saben tratarlo, con perspicacia y discreción pero también con audacia. En su historia, la niña vive en un pueblito norteño, casi de cuento, rodeada de los suyos y con demasiado tiempo libre. A esa imagen familiar sólo falta la figura paterna (algo bastante común, no sólo en el Norte). A ese pueblo llega gente de la construcción, avanzada de un próximo hotel que cambiará la zona. La libido de la chica despierta, junto con la fantasía, la inocente seguridad en sí misma, el manejo de su incipiente capacidad de atracción, y las primeras experiencias, agridulces, peligrosas, tal vez inevitables. ¿Cuánto pone de sí misma una muchachita, y cuánto se le impone, en esa etapa de la vida? ¿La familia, la sociedad entera va cambiando con ella? Son cosas que la autora se ha preguntado, y que deja flotando para que también se las pregunte cada una de las personas que vean esta historia. Que es un cuento moral sin moraleja, una pintura de estos tiempos, y de cualquier tiempo, un retrato de una chica de pueblo, como podría ser una chica de barrio, o de mundo. Todas son frágiles, por más que se crean prevenidas y cancheras. Buen debut el de Loiocco y Burgos, bien acompañadas por un elenco casi todo regional, y un equipo chico, donde pocos técnicos acusan larga experiencia y sin embargo todo está bien hecho. Un atractivo extra, el pueblito de Tumbaya y el hotel de Huacalera donde se filmó, allá en Jujuy. Aparte, una feliz comprobación: qué lejos quedó la época en que para representar a mujeres de provincia nuestro cine contrataba actrices porteñas y las tiznaba un poco.
En el inicio de la seducción De un día para el otro, la vida de Isabel cambia por completo. Vive con su mamá y un hermano menor en una modesta casa de Tumbaya, un pueblito de apenas 300 habitantes ubicado a orillas del río Grande, en la quebrada de Humahuaca. Pero la construcción de un lujoso hotel-spa altera la tranquilidad del lugar y, sobre todo, su vida cotidiana. Vendiendo las empanadas que su madre cocina para los empleados que construyen ese enorme edificio que despierta en ella curiosidad y entusiasmo conocerá a Migue, que le lleva unos años, y tendrá su primera relación amorosa. Una historia más o menos tradicional de iniciación, es cierto. Pero Luján Loioco, directora que debuta en el largometraje con esta sólida película presentada el año pasado en el Bafici, logra dotarla de singularidad y eficacia trabajando con aplomo cada detalle: la actuación de Mercedes Burgos es muy convincente, la narración fluye con naturalidad y las escenas más riesgosas -las de las primeras experiencias sexuales de la jovencita- están filmadas con mucha sutileza. Lo más notable de la película, sin embargo, es la postura que toma frente a la protagonista: no la victimiza, la entiende y al mismo tiempo se anima a mostrar el impacto que produce en ella la novedad de su poder de seducción. Isabel cae en la cuenta de que es deseada por los hombres y no sabe muy bien cómo manejarse a partir de ese descubrimiento. Se deslumbra con los perfumes con aroma a "madera mojada y caramelo" de las mujeres que visitan a los empresarios, no oculta su curiosidad por conocer la vida nocturna de la ciudad, quiere calzarse zapatos con tacones y, sobre todo, entra en conflicto con su madre y su mejor amiga, la hija del intendente de su pueblo. El paso de la infancia a la adolescencia suele ser traumático, se sabe. Y la película lo describe con profundidad pero sin alardes. Como telón de fondo y sin ajustarse a la denuncia ni a la escandalización, Loioco da cuenta de cómo funcionan las relaciones de poder en esa sociedad minúscula que, en su propia escala, reproduce las miserias de las grandes urbes. Isabel también sufrirá en el cuerpo las consecuencias de esa realidad. La directora sabe además cómo revelarnos un paisaje imponente, intercalando una serie de planos fijos que cautivan sin recurrir a la estética de la postal. Hay mucha tela para cortar en esta película sencilla y equilibrada, de una madurez notable para una debutante.
El fin de la inocencia Más allá de los aciertos y errores, aborda con decisión y personalidad un tema complejo. Es un juego riesgoso el que propone La niña de tacones amarillos. Por lo que ocurre en la historia que cuenta, pero también por la apuesta de María Luján Loioco en ésta, su opera prima. Metáfora, quizá demasiado explícita, del descubrir del mundo por parte una jovencita de pueblo, la película nos invita a identificarnos con la historia de Isabel (Mercedes Burgos), una quinceañera ávida, curiosa, inquieta, que recorre su propia cotidianeidad con ansiedad imparable. Reflejada en sus deseos más primarios: ciudad, perfumes, zapatos que no puede tener. Pero pronto Isabel descubrirá nuevas herramientas para permitirse soñar. La construcción de un hotel spa en el pueblo incorpora actores inesperados a su mundo, nuevos estímulos devenidos de un choque cultural acotado. Isabel siente el poder de su belleza, es la chica linda del pueblo, objeto de deseo para un grupo de trabajadores que transpiran machismo. Isabel está dispuesta a explorar ese mundo, esa nueva frontera que la muestra poderosa y en riesgo a la vez. Aquí el filme choca con la versión estereotipada de personajes y situaciones previsibles que se repiten, diálogos que no alcanzan la naturalidad que exige la trama. En el trasfondo asoma ese momento bisagra, situación que Isabel enfrenta por inercia, por necesidad, incluso por deseo, y que puede cambiarle la vida, marcarla temprano en ese pueblo chico del que quisiera escapar. Y está el choque cultural, presente incluso en un juego con la música, con las letras de cumbia, otra clase de inseguridad. Machismo, conservadurismo, deseo, ambición, abuso. Son varias las perspectivas para seguir esta historia. Loioco construye para el personaje un andamiaje, un juego de seducción y miedos que justifican la apuesta.
PONTS: 7 La niña de tacones amarillos, the debut film of Argentine filmmaker Luján Loioco, is a true surprise among so many local films that lack an imprint of their own. Not that its plot is astonishing (it’s not) but rather because it’s down-to-earth and yet the delicacy and insight in how it is narrated make a substantial difference. With no stridence and no obvious observations, Loioco builds up a character study that has many layers which contrast with its deceptively simple façade. The story takes place today in a very small town in the northeast of the country, where a big, classy hotel is being built in what constitutes a first for the locals. Isabel (Mercedes Burgos) is a teenage girl with a special allure. She doesn’t have the sort of striking beauty that most men fall for, but instead she’s seductive because her beauty is both natural and intriguing. Along with her somewhat bossy, yet very loving mother, she works on the hotel’s premises doing small jobs. It doesn’t take long for her to realize she’s the object of desire of many workers, particularly Miguel (Manuel Vignau), who certainly knows a trick or two to gain the girl’s attention. It also helps that Isabel wants to have new experiences that can bring some excitement into her otherwise dull daily life. Smart and resourceful, she will get some of the things she wants thanks to her sex appeal, but unfortunately some other things she’s curious about will prove dangerous and, eventually, harmful. Loioco discreetly observes how Lucía transforms from a girl into a woman via new sexual experiences that may first feel awkward, but then give way to unknown pleasures. With no judgmental gaze whatsoever, the filmmaker first addresses the surface of things only to further focus on the deeper feelings. To Lucía, sex is a means to enter a different world where she can stop being the young teenager always under her mom’s eye. La niña de tacones amarillos is mainly a film about defining your identity as a more mature person. It’s about changes and movement, which it’s not to say that these transformations only bring satisfaction since the pains of growing up are also bound to surface at any time. A very unobtrusive camera, a languid and meditative atmosphere, and convincingly natural performances with Mercedes Burgos heading the list, are some of the most remarkable traits of an apparently small story that opts to use dialogue to convey what’s strictly necessary and then leaves unsaid that which matters the most. After all, most significant changes take place inside the heart and the soul so often the spoken word is not the best tool to account for them. Fleeting glances, gestures, silences and small talk are more likely to do the trick. And so do behaviour, actions and reactions. La niña de tacones amarillos is a perfect case in point. Production notes La niña de tacones amarillos (Argentina, 2015). Written and directed by Luján Loioco. With Mercedes Burgos, Manuel Vignau, María Fernanda Domínguez, Emiliana Di Pasquo. Cinematography: Martín Frías. Editing: Anita Remon. Running time: 74 minutes. @pablsuarez
El incipiente descubrimiento de la sexualidad de una adolescente de quince años –y el poder que puede manejar con ella– causa estragos en un pequeño pueblo jujeño, y en su propia vida, en esta muy buena opera prima de Lujan Loioco. LA NIÑA DE TACONES AMARILLOS marca de entrada su conflicto potencial cuando la protagonista baila libre y desprejuicidamente frente a unos músicos folclóricos ante la mirada un tanto lasciva de varios espectadores casuales. Da la impresión que ella no es consciente de esa atracción y sigue bailando como si nada. Pero pronto lo será. En el pueblo se está construyendo un hotel por lo que una buena cantidad de trabajadores han llegado hasta allí de otros lados para trabajar en la obra. Isabel (Mercedes Burgos) empieza a atravesarlos una y otra vez hasta que queda claro no solo que despierta las miradas de todos sino que el asunto le atrae. Empieza a llevarles las empanadas que su madre cocina para vender y pronto un tal Migue (Miguel Vignau) comienza a rondarla, como un predador. Pero Isabel en lugar de correr espantada se siente atraída por él o quizás, inconcientemente, por el poder que su sexualidad genera. Lo cual la lleva a enredarse en situaciones que exceden la apropiado y que cualquier espectador rápidamente puede prever. Los cambios de Isabel le generan conflictos con su madre, con su mejor amiga, con un amigo con intención de noviecito del mismo pueblo y la ponen en una situación de incomprensión generalizada. Pero Loioco no la juzga: entiende sus pulsiones, por más audaces que puedan ser. Más allá de que es obvio el carácter “predador” tanto de Migue como, metafóricamente (y no tanto), de los empresarios de este hotel de lujo que explota a los locales, el espectador es libre de decidir si seguirla o no en su búsqueda llena de erráticos y confusos descubrimientos. Para el final el filme tal vez subraya y explota –con una escena tan innecesaria como desagradable– ese conflicto y lo corre hacia un terreno un tanto más obvio, pero eso no quita que la problemática “coming of age” de la protagonista no siga siendo riquísima de analizar, acaso más en el nivel personal (el descubrimiento de la sexualidad, las confusiones que eso genera y los errores que nos lleva a cometer) que en el metafórico/político, en el que se pretende utilizar esa situación para hablar de la explotación de los empresarios hoteleros al pueblo y la respuesta muchas veces no del todo firme de los supuestamente explotados. En ese sentido la actuación de Burgos (que da muy bien la edad de la protagonista pese a tener unos cuántos más) es un punto clave a favor del filme de Loioco. En apariencia muy segura de sí misma, obstinada, decidida, sin ningún tipo de cliché de “inocente niña pueblerina” pero finalmente habitando las fragilidades propias de su edad, su Isabel tiene características de personaje de película de Leonardo Favio. Alguien que conoce las calles de su pueblo y no se deja amedrentar fácilmente por las complicadas circunstancias que aparecen en su camino. Para bien o para mal…
Muestra como la protagonista va sintiendo los cambios de su cuerpo, sus curiosidades, las tentaciones, su primera experiencia en el amor con un joven más grande (Manuel Vignau) y otros temas. La directora logra atrapar al espectador, sabe generar buenos climas y aprovecha muy bien el rostro de los protagonistas Mercedes Burgos y de Manuel Vignau y todo se desarrolla bajo un cautivante paisaje.
La chica de tacones amarillos es un film de una belleza y una sensualidad realmente singular que narra la historia de Isabel, una muchacha, que esta a punto de cruzar el puente que la hará dejar la adolescencia, ese período de la vida de la mujer que transcurre entre la niñez y la etapa adulta, entre los 12 y los 19 años de edad. Ese proceso evolutivo bio-psico-sexual, que da cuenta -en la mayoría de las veces- del deseo en un estado puro. De allí su inocultable y perturbadora sensualidad. El film trancurre en Tumbaya, un pueblo de Jujuy, donde la construcción de un hotel, traerán la presencia y la mirada de un otro, las cuales despertaran en Isabel, la consciencia de la atracción que puede provocar en los hombres. Al margen de la posibilidad implícita de cambio, que conlleva la presencia de lo que representa el extranjero en el imaginario. Ganadora del concurso de ópera prima del INCAA y estrenada en el BAFICI 2015 este film de Luján Loioco logra emocionar al espectador porque nos transmite todo el tiempo ese juego entre la inocencia y la adultez. Y por otra parte el riesgo que implica, que una madre elija como protección a la prohibición, que es sin duda un modo de negar la realidad. Aunque en este caso la madre es el único sostén económico de sus dos hijos, y en un pueblo con poco trabajo. La perdida de la infancia – adolescencia sigue simbolizada en el tema de la virginidad, que en nuestra tradición, continúa sosteniendo valores tales como la inocencia y la pureza. Y eso es lamentable, porque da cuenta también de las irremediables carencias de la educación escolar, en lo que a sexualidad se refiere. Porque esa carencia tiene -muchas veces- consecuencias que van a dificultar un sano desarrollo de la madurez sexual. Lo cierto es que ver bailar, vestirse, peinarse, querer identificarse con un modelo de mujer, escapar de noche, caminar, conseguir el objeto de su deseo representado por los tacones amarillos, y moverse… a Isabel es un modo de homenajear la vida, más allá de todo. Excelente fotografía, y mejores actuaciones hacen de La chica de tacones amarillos un film inclasificable y absolutamente recomendable para reflexionar sobre lo que aún continúa ocurriendo en los pequeños pueblos de nuestro país, lo cual es lamentable…y en muchos sentidos.
La ópera prima de la directora Luján Loioco sigue a Isabel, una hermosa niña-mujer jujeña que ayuda a su madre llevando comida a los obreros de un hotel en construcción, una obra que está cambiando las cosas en su pueblo. El despertar sexual, la vulnerable y delicada afirmación de una femineidad naciente, en un mundo dominado por varones piropeadores, como predadores al acecho, son observados con sensibilidad y la película logra interesar y conmover. Hay subrayados y estereotipos que juegan en contra del relato, pero también una clara capacidad para mirar y contar.
La niña mujer A la debutante directora argentina María Luján Loioco le importo poco si existe una mirada prejuiciosa del público que se acerca a La niña de los tacones amarillos y eso vuelve a la película elogiable y arriesgada, porque también la realizadora capta la complejidad narrativa y óptica del film. En el pueblito Tumbayá de Jujuy, muy cerca de la Quebrada de Humahuaca, se desarrolla la historia de la joven Isabel, que ayuda a su humilde madre soltera a vender empanadas para sustento familiar. El lugar elegido es el predio donde un grupo de obreros construyen un hotel-spa que significa un cambio radical para la cultura local e impactará la vida de Isabel. Cambios constantes y de cierto paralelismo con la historia interna de una inocente quinceañera que comenzará por descubrir el poder de su seducción. Loioco no victimiza ni condiciona socialmente a su protagonista sino que naturaliza sus actos, que no son más que ciertas iniciaciones al prohibido mundo adulto. Claro que tales insinuaciones resultarán atrevidas para la moral de ciertos espectadores, al tratarse sobre todo de una menor, por eso La niña de los tacones amarillos sabe arriesgar con aciertos. El comienzo tiene esa exquisitez del buen cine latinoamericano a veces un poco hollywoodizado, con escenas de un ritmo western que acompañan a una apurada Isabel por llegar a la peña del baile. Y así continúa con panorámicas de 360 grados cuyo frenesí invitan al espectador a ser partícipe del ánimo festivo de la joven. La niña de los tacones amarillos no se cansa de sentar paralelismos entre adolescencia/adultez, inocencia/madurez o sensualidad/arma-peligrosa. A nivel macro-social lo efectúa en el contexto cultural de aquel pueblito y sus habitantes que se debaten entre el Interior “atrasado” y el porvenir de la Capital. Muchas veces presenciamos a Isabel charlando junto a su “acaudalada” amiga sobre ese deseo de vivir la realidad de la gran urbe de mujeres independientes y femeninas en oposición a la cotidianeidad tosca de Tumbayá. E Isabel se irá convirtiendo un poco en esta femme fatale latina que se debate entre el qué dirán las lenguas de los vecinos de Tumbayá y el deseo que intuye por su cuerpo. Esos deseos inocentes que poco a poco irán siendo prohibidos para Isabel, quien vive un tránsito ambiguo entre el día escolar y quehaceres hogareños junto con la espesa oscuridad de las noches de adultos. Noches por momentos “implícitas” para el pueblo pero explícitas para el espectador. Sin embargo, el refrán “pueblo chico, infierno grande” siempre está a la orden donde todos oyen y todos ven con buen ojo de lince. Y aquí reside otro de los condimentos acertados de Loioco: el poder de lo que no se ve pero se imagina con momentos demasiados turbios y tristes que nuestra “Lolita” atraviesa. Estamos ante un film avasallante, fresco, directo, de ritmo ascendente y gran atractivo visual sin caer en el paisajismo preponderante. Aquí importa las relaciones entre los afectos de Isabel y su entorno exterior -nuevamente la ambigüedad contrapuesta- y se juega con la curiosidad de su propia protagonista (un papel brillante de la novata Mercedes Burgos). Realmente este film escapa a los lugares comunes, utilizando varios recursos técnicos hasta lo desprejuiciado de la historia, pasando por el diseño visual en su impactante afiche de venta donde prevalece el color amarillo, leit motiv de la narración. Da gusto ver películas nacionales de calibre independiente donde directores y actores talentosos se lucen por fuera de las taquilleras realizaciones argentinas que ofrecen popularidad por sobre calidad, léase una de Darín, Francella o Suar.
Se estrena la ópera prima de Luján Loicco, La niña de tacones amarillos, un retrato intimista sobre una joven. Pueblo chico, infierno grande. Hay muchas formas en que un pueblo puede hacer difícil la vida de una joven, especialmente de quien ya no es niña, pero aún no es mujer, de quien tiene ansias de salir al mundo pero vive encerrada, siempre confinada al mismo lugar. La gente, el lugar, el agobio. Isabel vive en un pequeño pueblo de Jujuy, tiene un hermano más chico y una madre laburante. La vida de ella cambia cuando se decide construir un hotel lujoso y comienza la obra. Esto le brinda trabajo a esa madre laboriosa y a Isabel la oportunidad de acompañarla y estar en contacto con otras personas, hombres, los obreros. Desde esas primeras escenas en que ella camina nerviosa somos testigos de ese machismo y violencia de género implícitas, a veces pasada por alto, a la que las mujeres estamos continuamente expuestas. Miradas lascivas, comentarios fuera de lugar, gestos innecesarios, o incluso, cuando ella aparece con vestido por ejemplo, acusaciones de provocarlos. El “no” que no se respeta como tal. Serán unos zapatos de tacón amarillos los que marquen el final de su etapa más pura e inocente, transición retratada con un timing adecuado, mostrando su curiosidad, su deseo siempre ante lo desconocido. Es que Isabel no pertenece a ese mundo tedioso y rutinario, no quiere hacerlo. Y en su determinación por ser, sentirse algo más, termina cayendo en situaciones incómodas, que tensan aún más la relación con su madre o la terminan alejando de sus amistades. El retrato que la realizadora Luján Loicco realiza de su protagonista es intimista y es en los detalles en que radica lo más logrado de este pequeño film. La naturalidad con la que se mueve su protagonista le imprime aún más corazón a una historia tan simple como compleja, en la que la metáfora se termina de construir con la llegada del hotel al pueblo y los cambios que esto conlleva.