Hipnótico relato en el que un hombre ve cómo los fantasmas del pasado acechan su presente y lo obligan a cosas que no desea. El debut como realizador de ficción Nicolás Herzog (Vuelo Nocturno, Orquesta Roja) se aventura en narrar el derrotero de la vuelta a casa con un personaje central narcoléptico (Lautaro Delgado) que esconde algo que lo agobia. Las presiones de su entorno lo convertirán en un prófugo de sí mismo y la narración intentará desentrañar los oscuros negocios del poder en un pueblo donde la trata de mujeres, entre otros ilícitos, son moneda de todos los días.
La culpa después de la violencia. El sinuoso comienzo insinúa –a través de una sucesión de travellings y fundidos– el regreso de Román (Lautaro Delgado Tymruk) a su pueblo, tras años de cárcel. El lento trayecto hacia el cementerio parece también una inmersión en su memoria o su conciencia. La música de Matías Sorokin, en tanto, da a entender al espectador que la historia tendrá algo de western. Efectivamente, en el retorno a un pueblo polvoriento de ese hombre misterioso (que intenta saldar cuentas con su pasado) se respira un aire a western que se funde con cierta intriga policial dosificando la información, guardándose más de un as en la manga. No siempre el pasado es un animal siniestro, como sostiene el eslogan del film, pero indudablemente sí lo es para Román. Al regresar, aunque encuentre contención en la familia de César (Claudio Rissi) y se disponga a poner algo de orden en la desvencijada casa familiar (como lo hacía Daniel Hendler en El otro hermano), algo parecido a la culpa o el remordimiento lo lleva a ser una suerte de detective de su propio pasado. Entonces, en lugar de encubrir busca, rastrea, remueve, sabiendo que esa acción será incómoda pero liberadora. Uno de los méritos del guión de La sombra del gallo, escrito por Nicolás Herzog junto a Gabriel Bobillo, es integrar al relato de suspenso una problemática angustiante y actual como la violencia de género, y aunque los personajes principales son varones, el peso del drama lo da la presencia furtiva de la víctima femenina (Rita Pauls). No hace mucho escribíamos sobre el aniñamiento que se evidencia en las ficciones argentinas más recientes destinadas al público adulto: La sombra del gallo se aparta, saludablemente, de esa anomalía. No sólo porque, sin facilismos ni demagogia, estimula discusiones sobre cuestiones candentes (violencia, machismo, corrupción institucional) sino porque, además, deja determinadas zonas libradas a la interpretación del espectador. Las apariciones de la chica o la actuación en un boliche de uno de los hijos de César (travestido con una sofisticación algo extraña en el contexto pueblerino), por ejemplo, pueden ser producto de la culpa, la imaginación, el recuerdo o el deseo. Entre posibles citas cinéfilas (Vértigo, Duel, Tesis), importa la forma empleada por el director para moldear el tortuoso recorrido de su protagonista, sustituyendo palabras por miradas desconfiadas, haciendo de ese pueblo un ámbito cargado de amenaza y apelando ocasionalmente a sobreencuadres que denotan encierro. Son aportes valiosos las actuaciones de Delgado Tymruk, con el tono justo en todo momento (incluyendo una solitaria escena de llanto), y Claudio Rissi como César, cuya cordialidad no es una máscara sino una faceta más de su turbia personalidad. Compartiendo charlas de sobremesa o un partido de fútbol, el paternalismo se confunde con la impunidad de un pacto de silencio: el padre de Román era también policía y mujeriego, el hijo de César (Alian Devetac, con su mirada siempre perturbadora) parece seguir sus pasos. Al mismo tiempo, en Román y en el otro de los hijos de César parece haber una necesidad de distanciarse de esos oscuros modelos. Con este debut en la ficción, Nicolás Herzog (nacido en Progreso, provincia de Santa Fe, aunque pasó una parte importante de su vida en la localidad entrerriana de Concordia, cuyas historias y paisajes lo siguen cautivando) se diferencia de sus largometrajes documentales previos, más luminosos gracias al humor o las evocaciones cargadas de ternura. Sin embargo, es posible hallar algunos puntos de contacto con aquéllos. Orquesta roja (2010) era, como el propio Herzog nos dijo cuando lo entrevistamos casi diez años atrás, “una película sobre la representación, sobre las ficciones”, y La sombra del gallo sin dudas también lo es, si bien el tono de enajenación aquí resulta, por razones obvias, menos gracioso. Por su parte, al abordar el cariño del escritor Antoine de Saint Exupéry por dos niñas entrerrianas en Vuelo nocturno (2016), se deslizaba la posibilidad de un deseo no tan platónico, como si fuera el reverso blanco de esta historia en la que otras chicas –en la misma región, muchos años después– son también acosadas, de manera mucho más inhumana y cruel. Por Fernando G. Varea
“Los fantasmas del arrepentido” Nicolás Herzog cuenta una historia cargada de realismo oscuro, donde la violencia hacia la mujer y la impunidad de quienes la ejercen son protagonistas. Román Maidana (Lautaro Delgado Tymruk), un ex policía que se encuentra cumpliendo una condena en prisión, obtiene cinco días de libertad por el fallecimiento de su padre. La intención del convicto es clara, visitar a su familiar en el cementerio y concretar la venta de la casa dónde se crió, para luego regresar y finalizar su condena. Pero la historia toma otro color cuando su pueblo natal lo recibe con el asesinato de una joven vecina, y Román comienza a ser acechado por sus propios fantasmas. El dolor y la desesperación de quienes buscan justicia por la víctima, se calan fuertemente en el protagonista que comienza un recorrido hacia la redención; cargado de incertidumbre y tensión latente, por parte de quienes fueron sus compañeros de crímenes años atrás. La fotografía y la estética en general del film, acompañan al arrepentido en su camino hacia la conciencia de su pasado. La luz y la oscuridad son elementos sumamente cuidados, para reflejar la soledad y las emociones que atraviesan a Román mientras avanza su historia. "La sombra del gallo ubica al espectador junto al protagonista, eligiendo su punto de vista en cada momento y generando la misma incertidumbre de quien intenta recordar y olvidar al mismo tiempo en la búsqueda del final de sus tormentos." Calificación: 8/10
Una historia de Redención Hace poco menos de una semana se conmemoró otro #8M. Este día en particular fueron fluctuando sus motivaciones interpretadas en los últimos años por las mujeres y los movimientos feministas de hoy en día, donde se busca concientizar a la sociedad que no hay nada que festejar, sino que hay que salir a buscar justicia e igualdad de derechos hacia todas las compañeras que sufrieron, sufren y sufrirán violencia de género por el simple hecho de su condición de mujer. ¿Por qué hablo de todo esto? Porque de esto intenta dialogar La sombra del Gallo, sobre la violencia a las mujeres en una sociedad patriarcal. La sombra del Gallo (2020), es la tercera película y ficción del joven director Nicolás Herzog, en la cual se nos presenta a nuestro protagonista, Román Maidana (Lautaro Delgado), un ex policía que sale en libertad transitoria luego del fallecimiento de su padre, un ex comisario de la Policía Federal. Román volverá a su hogar de la infancia, un pueblo de Entre Ríos que se encuentra atravesado por la desaparición de una adolescente. Mientras nuestro protagonista espera concretar la venta de la casa de su padre, se le presentará frente a él un misterioso amor pasado, que lo motivará a investigar y desbaratar una posible red de trata en el pueblo donde muchos parecen estar involucrados. Herzog nos ofrece un film distinto a lo que estamos acostumbrados a ver recientemente en el cine nacional, una película dramática con características propias del género policial e incluso del western, que no duda en contar una historia fuerte pero que lamentablemente es un reflejo de nuestra sociedad. Mediante el uso de luces y sombras, el director es capaz de transmitir ciertos estados mentales que viven nuestros protagonistas, sobre todo cuando aparece en pantalla el personaje de Román, un personaje oscuro y afligido por su pasado. El desarrollo de los personajes me pareció muy bueno, siendo las interpretaciones el punto fuerte de La sombra del gallo. Claudio Rissi y Rita Pauls están excelentes en sus determinados roles, pero el trabajo de Delgado me pareció algo fuera de nivel, incluso existe cierta reminiscencia al personaje Travis (Robert De Niro) en Taxi Driver (1976). "Sin decir mucho más para no caer en los spoilers, creo que vale la pena darle una oportunidad a nuevas historias, más aún cuando el film habla de algo tan vigente en nuestro país como la violencia de género, los femicidios y las miles redes de trata."
Luego de 8 años en prisión, el ex policía Román Maidana sale de la cárcel por unos días debido al reciente fallecimiento de su padre, un ex comisario de la Policía Federal. Es así como regresa a su pueblo golpeado por la desaparición de una jóven. Allí fantasmas de su pasado lo perseguirán para ayudarlo a desentramar lo que ocurre en aquel lugar. «La Sombra del Gallo» es la nueva película de Nicolás Herzog («Orquesta Roja», «Vuelo Nocturno»), y su primera incursión en el cine de ficción, la cual mezcla varios géneros como el policial o el western para sumergirnos en un mundo complejo, en el cual se ahonda sobre la violencia de género, la trata de personas y la corrupción policial. Es interesante cómo no se le da nada servido al espectador, quien va tratando de decodificar la historia y a sus personajes a medida que avanza el relato. El director no nos ofrece mucha información sobre ellos ni de su pasado para ir revelándola poco a poco, impactando hacia su final. Sin embargo, este recurso se convierte en un arma de doble filo: por un lado genera intriga y nos hace parte de la narración, y por el otro puede resultar confuso por momentos y nos hace detener más en qué está pasando, quién es quién, cuánto hay de realidad y cuánto de imaginación que en la trama en sí. La música tiene un rol importante dentro del relato, marca los tiempos y los cambios de tono. También la ambientación cumple un papel central a la hora de crear un clima perturbador, opresivo, donde la violencia está latente y siempre a punto de explotar. Junto con la fotografía oscura y un predominio de escenas nocturnas, se le logra dar fuerza a la historia. Las actuaciones del elenco también potencian la intriga y la atmósfera asfixiante. Principalmente debemos destacar la labor de Lautaro Delgado, que compone a este protagonista perdido en su pasado, en sus fantasmas, en su conciencia, que fue un policía pero que también estuvo en prisión. No sabemos si es bueno o malo, qué hizo o qué pretende hacer. Es un personaje conflictuado que debe lidiar con su propios errores y su mente que le pasa una mala jugada. El resto del elenco acompaña bien y termina de conformar este extraño pueblo. En síntesis, «La Sombra del Gallo» es una película que expone temáticas importantes a través de un relato sombrío, donde se juega con la información y la culpabilidad/inocencia de su protagonista. La revelación pausada de la historia hace que se vuelva confusa por momentos pero que a la vez sea intrigante.
Un pasado oscuro Una chica desaparecida, un comisario (Claudio Rissi) extrañamente amigable, una ex novia fantasmal, y un negocio con una casa semi abandonada, son los enigmas que el film de Nicolás Herzog (Orquesta Roja) irá develando a lo largo de la trama del ex policía caído en desgracia que interpreta Lautaro Delgado Tymruk. La sombra del gallo (2020) estructura la historia con la fisonomía de un policial negro. Otra vez un pueblo del interior es un espacio asfixiante donde la corrupción reina y la frontera entre el bien y el mal son difusas. En ese contexto el protagonista acaba de salir en libertad condicional y deambula por el pueblo perturbado. Los fantasmas del pasado se harán presente literal y metafóricamente para un personaje que tiene todas las fichas para convertirse en el héroe menos pensado. Con tales condimentos argumentales, y una banda sonora elocuente, la película coquetea también con el western. El hombre que llega del más allá para salvar -y salvarse en este caso- a un grupo de personas con ansias de ser liberadas del oscurantismo que gobierna el pueblo, articulan una trama de redención personal. Pero de la misma forma que la multiplicidad de símbolos y registros hacen intrigante al relato, también le juegan en contra en una película confusa por momentos, que insinúa muchos temas de coyuntura (la corrupción, la violencia hacia la mujer), y tal vez, no llega a desarrollarlos todos con éxito. Sin embargo es una propuesta que se vale por el riesgo asumido y la fortaleza actoral de su reparto. Un dato a favor son los pasajes surrealistas que describen la perversidad latente en el pueblo, como una violencia implícita que se despliega por las personas y los paisajes. Esa re lectura del interior del país realizada por el cine nacional en los últimos años ayuda a pensar en los abusos de poder desde otra óptica. Una idea a la que La sombra del gallo adscribe con firmeza.
“La Sombra del Gallo” de Nicolás Herzog. Crítica. El peso de la culpa y la búsqueda de justicia. En su primer largometraje ficcionado, el director de los documentales “Vuelo Nocturno” y “Orquesta Roja” sorprende con una intrigante película que utiliza como herramientas la trata de personas y la corrupción policial para meternos en la paranoia de un ex presidiario. Por Bruno Calabrese. Un ex policía Román Maidana (Lautaro Delgado) vuelve a la casa del padre recién fallecido luego de cumplir una condena en la cárcel. En el pequeño pueblo donde vive le da la bienvenida el comisario. El pueblo está convulsionado por la desaparición de una joven. Mientras tanto, en la casa semi abandonada del padre, Román comenzará a experimentar extraños sucesos que lo envolverá en una extraña paranoia que guarda relación con la desaparición y que lo llevarán a meterse en un misterioso mundo de la trata de personas. Nicolás Herzog elige contar pocos detalles sobre el pasado de Román. Los irá soltando a cuentagotas a medida que la película avanza, logrando generar un clima de suspenso asfixiante que va aumentando cada vez más. Apoyado en la actuación de Lautaro Delgado, como una especie de Cristian Bale en “El Maquinista” de Brad Anderson, el film nos sumerge en la paranoia y la culpa de Román por sucesos del pasado, que no lo dejan dormir ni descansar en paz. Siempre con las cruces detrás de él, como la justicia divina que le respira en la nuca. En el medio de todo la desaparición de una joven en el pueblo conmociona a todos y lo lleva al protagonista a investigar que pasó con ella. Pero el terreno donde comienza a entrar es peligroso; corrupción policial, videos snuff y el miedo de involucrar a viejos amigos de él, obligan a Roman a replantearse una y otra vez los pasos a seguir. “La Sombra del Gallo” no es una película de denuncia que hace foco el submundo de las redes de tratas. Es un viaje paranoico a través de la culpa y el remordimiento, un recorrido por la mente de un individuo con la sensación de no cumplir el merecido castigo por los hechos del pasado. Con una estética rural perfecta y una música impecable hipnotiza y envuelve al espectador en la psiquis de Román hasta llevarnos a un final revelador que desentierra el siniestro secreto que tanto lo atormentaba. Puntaje: 80/100
Sombras y expiación: Román (Lautaro Delgado Tymruk) sale transitoriamente de la cárcel. Recientemente ha fallecido su padre, quien fue comisario de la Policía. Al regresar a su pueblo natal es recibido de manera paternal por Barani (Claudio Rissi), colega de su padre en la fuerza policial. La llegada de Román coincide con un pueblo convulsionado, que se moviliza en las calles pidiendo respuestas por la desaparición de una joven. Este es el contexto inicial de La sombra del Gallo (2020), primer largometraje de ficción del realizador argentino Nicolás Herzog. Román también perteneció a la Policía. Y el film, a medida que avanza la trama, nos va revelando un aspecto central de su pasado. Lo interesante es que no lo hace mediante el clásico recurso al flashback, sino que lo presentifica a partir de la perturbación emocional del protagonista y la suspensión del realismo, mediante un pasado que regresa de manera espectral en la encarnadura alucinatoria de Angélica (Rita Pauls). El fantasma de esta joven, reaparición insistente e incisiva, no viene en plan de malvada venganza sino que opera como el catalizador de una voz de la conciencia superyoica que atormenta y coloca a Román frente a un dilema ético, pues él sabe algo de las reiteradas desapariciones de jóvenes mujeres que suceden en el pueblo. Hay un interesante uso del color y de la música en la película; estos se van apagando ominosamente en tanto acompañan el descenso al infierno mental de Román y su pasado. Las locaciones derruidas, a la par que el énfasis en los contrastes propios del policial negro, dan cuenta de la podredumbre moral en la institución policial. Todos los elementos de la puesta en escena se conjugan de manera adecuada, creando una atmósfera opresiva que va transformando en inquietantes y siniestros todos los elementos que uno podría reconocer como del orden de lo familiar. Por otra parte, la aparición de cruces como elemento simbólico que identifica al protagonista, así como su aspecto ojeroso y demacrado, lo constituyen en un personaje con características crísticas. Román atraviesa su pasión, carga con el peso de la culpa, que no es sólo suya sino de los hombres marcados por el patriarcado, hacia una expiación que paradógicamente no lo exime de la condena. Nicolás Herzog se mantiene fiel a su idiosincrasia entrerriana, la cual se capta en los modismos del habla y en el retrato del pueblo chico de provincia como territorio sin ley, de atmósfera westerniana. Hay dos escenas clave en la película. En una Román observa cómo una joven le practica una felatio a Efraín (Alián Devetac), uno de los hijos de Barani, en un descampado a la vista de sus amigos, mientras Angélica le pregunta si lo que ve le gusta o lo calienta. La otra escena involucra a Abel (Diego Detona), el otro hijo de Barani, quien se emparienta con Angélica pues su propia condición sexuada es un punto de fuga del clan machista que maneja la trata. Abel le muestra a Román un video (del cual el espectador solo capta el sonido) que muestra una situación de violencia de género, llevándolo a cuestionarse por qué tiene que ver eso. De esta manera la problemática de la trata y la prostitución es tomada por Herzog con acierto, como una excusa para ir más allá del fenómeno y poner el foco en sus causas subyacentes. El director se anima a interrogar y cuestionar los estereotipos patriarcales de la masculinidad. Esta masculinidad se construye sobre el dominio por la fuerza, la cosificación mercantil y el desprecio hacia la mujer de generación en generación. En un país que al día de la fecha lleva contabilizados 68 femicidios, y a días de conocerse la noticia del de Fátima Acevedo en Paraná, la película de Herzog resulta oportuna sin ser oportunista. Se trata de una obra que ve la luz luego de ocho años de trabajo y que está narrada con la honestidad comprometida de quien sabe estar a la altura de los problemas de la época y de su comunidad. El director logra así visibilizar a todas esas victimas que misterosamente desaparecen cada día en los pueblos y cuya voz no resuena en los medios de la gran ciudad. Al mismo tiempo, desvela la hipocresía de una sociedad profundamente marcada por el patriarcado y la misoginia.
No es una sorpresa, porque ya en Orquesta roja y Vuelo nocturno, dos documentales, Nicolás Herzog había demostrado manejar las herramientas del cine en pos de contar un relato. Y en éste que es su debut en el terreno de la ficción, todo aquello se vuelve a poner de manifiesto, y multiplica. Es una película que es claramente un policial, pero se tiñe de western -no solamente por los acordes de la música de Matías Sorokin-. Román Maidana (Lautaro Delgado) sale de prisión, por unos días, tras pasar ocho años tras las rejas. El reciente fallecimiento de su padre, que era policía, le permite contar con unos cuántos días y llegar a su pueblo. El, también un ex policía, tratará ordenar la casa para venderla “a unos chinos”. Pero mientras esté en el pueblo, Román tendrá algunos encuentros, con personajes cercanos, vivos y tal vez ya fallecidos. Sin llegar a sentirse paranoico, hay asuntos que en el pasado -su pasado- no se han resuelto, y la desaparición de una joven, por la que muchos claman justicia, merodea la trama. Lo primero que llama la atención en La sombra del gallo es el trabajo de la imagen. Tiene una luz, tanto en las escenas diurnas como en las muchas donde la oscuridad ocupa un protagonismo esencial. El director de fotografía Fernando Lorenzale ha logrado un estupendo trabajo. Lautaro Delgado ya ha demostrado en varios largometrajes que lo suyo no es solamente interpretar marginales. Puede o no tener mucho texto, pero sabe cómo hacer sentir al espectador lo que le pasa sus personajes, y Herzog supo aprovecharlo y direccionarlo. Lo mismo cabe para el resto del elenco, con un Claudio Rissi como siempre estupendo, más Rita Pauls y Diego Alonso.
Román (Lautaro Delgado) regresa a su casa luego de permanecer 8 años preso. Visita a sus padres en el cementerio y cena con su vecino (Claudio Rossi), su mujer y sus hijos. Mientras les cuenta que quiere vender la casa en los 5 días que le dieron, en las noticias aparece la gente del pueblo marchando por la desaparición de Laura Flores. Se ven carteles de "Ni Una Menos". Román se interesa cada vez más en este asunto al presentir que uno de los hijos de su vecino está involucrado. Una misteriosa mujer (Rita Pauls) le habla de Laura, lo incita a "hacer algo". Román perteneció a la Policía Federal y está armado, su padre era de "la fuerza", y aún su vecino lo sigue siendo. Al ir tras las pistas se expondrán las redes del poder y las viejas andanzas de Román. Nicolás Herzog se anima a meterse con un tema muy actual, la lucha por los derechos de las mujeres, contra la violencia, los femicidios, violaciones y abusos, la trata de mujeres, la impunidad. Meterse en ese mundo oscuro, es exponer lo que sucede a diario: "En Argentina cada 23 horas muere una mujer por femicidio", y el mundo sigue girando. A su vez la ficción de la historia de Román (que recuerda un poco a "The Machinist") le agrega misterio psicológico, ilustra cosas que pueden suceder en cualquier pueblo o ciudad, que dejan marcas, a todos. Lautaro Delgado genera una gran metamorfosis desde su anterior estreno "Respira": ahora es un ex convicto, su cara está marcada y su semblante es sombrío, rozando un borde en que no es fácil saber qué es real. Muy buenas actuaciones de todo el elenco. ---> https://www.youtube.com/watch?v=rDkQ2_1Hzvk Actores: Lautaro Delgado, Alian Devetac, Diego Alonso Gómez, Rita Pauls, Claudio Rossi, Género: Drama Director: Nicolás Herzog Guión: Nicolás Herzog, Gabriel Bobillo Fotografía: Fernando Lorenzale Música Original: Matías Sorokin Orígen: Argentina Duración: 84 minutos Calificación: Apta mayores de 16 Fecha de Estreno: 12 de marzo Formato 2D
Mi pasado me condena. La sombra del gallo es el primer largometraje de ficción escrito y dirigido por Nicolás Herzog, protagonizado por Lautaro Delgado, Claudio Rissi y Rita Pauls. Y cuenta la historia de Román Maidana, un ex policía que vuelve a su pueblo después de haber estado en prisión, dispuesto a desarmar un entramado La sombra del gallo: Mi pasado me condena 3delictivo en el que está envuelta la corrupción policial y la trata de personas. Entre lo primero que vale la pena destacar está el buen trabajo actoral de Claudio Rissi, con un vecino que al principio es amable, pero esa amabilidad es utilizada para mantener amenazado a Román (en un caso similar al personaje de Leonardo Sbaraglia en El otro hermano). Y lo segundo es el clima de extrañamiento propio del cine negro que sobrevuela la película, haciendo que el espectador intuya desde el primer momento que algo viciado ocurre en ese pueblo, vinculado al personaje de Rita Pauls, con el que alucina este Román torturado por su pasado, y con el que además mantiene conversaciones. Pero el principal problema de La sombra del gallo es que brinda demasiada poca información al espectador, lo que a medida que avanza la trama le juegaLa sombra del gallo: Mi pasado me condena 4 en contra, ya que la carencia de nuevas pistas sobre lo que ocurre puede generar desinterés. Porque si bien el clímax es potente y resuelve el conflicto principal con eficacia, no alcanza, porque mantiene al espectador en una posición pasiva en la que no puede elaborar teorías. En conclusión, La sombra del gallo es un interesante thriller rural, un subgénero que puede ser muy explotado en nuestro país, que demuestra que Nicolás Herzog tiene un potencial enorme como director. Pero tiene que tener en cuenta que no alcanza únicamente con la construcción de climas, sino con una administración adecuada de la información para mantener activo al espectador.
Una vez más el cine nacional se sumerge en las historias de pueblos chicos con infiernos grandes, secretos de un pasado reciente que conviene que no salgan a la luz y sigan manteniéndose ocultos en su propia oscuridad. Nicolás Herzog hace su primera incursión en el cine de ficción, luego de sus dos trabajos documentales “Orquesta Roja” y “Vuelo Nocturno” construyendo un relato que involucra al espectador para ir pacientemente armando, con los datos escondidos que va desgranando el guion, una historia en donde el pasado acecha a Román (Lautaro Delgado Timruk) en cada uno de sus movimientos. “LA SOMBRA DEL GALLO” inicia con un virtuoso trabajo de la cámara de Herzog, presentando a Román en el cementerio: luego de haber recibido una salida transitoria de la cárcel de apenas cinco días en ocasión del fallecimiento de su padre –quien fuera comisario de policía- y luego de visitar su tumba, regresará a su pueblo en una clara sumersión en su pasado, en sus recuerdos, en sus propios demonios. No sabremos exactamente cuál es la razón por la que se encuentra en la cárcel, tendremos pocos datos de sus vínculos o lo sucedido en ese pueblo y algunos pocos otros, se filtrarán a través de encuentros con un ex colega (Claudio Rissi) que lo recibe y lo contiene en su regreso a la vieja casa familiar. Las noticias que vamos viendo a través de los televisores hablan de la desaparición de una adolescente en el pueblo. Este será el disparador para que Román vuelva a transitar irreversiblemente por sus zonas más íntimas, más oscuras, más ocultas y no tendrá respiro hasta tanto no siga revisando, revolviendo, removiendo esos fantasmas de su pasado. En otro plano, aparece una nueva capa narrativa en donde un pacto de silencio parece proteger al padre de Román y el papel de César -a cargo de Rissi-. Éste esconde detrás de su aparente cordialidad, hospitalidad y equilibrio familiar, una intención de controlar el presente para que no se genere ningún tipo de desborde sobre los actos del pasado. “LA SOMBRA DEL GALLO” describe, principalmente, con un muy buen trabajo de fotografía y uso del color y la edición, el espiral hacia el pasado que vivirá el protagonista. Un pasado que encierra ciertos secretos que lo perturban, lo desequilibran. Evitando apelar al típico recurso narrativo del flashback, la narración se estructura por medio de escenas que entre un clima onírico, alucinatorio y fantasmal darán cuenta de cómo Román ha quedado atrapado en sus propios secretos, los que hoy se hacen presentes a través de una inquietante figura femenina que lo acompaña. A medida que el personaje de Román pueda atravesar su camino de expiación en ese clima de sordidez, Herzog habilita sin ningún tipo de referencias explícitas ni discursos marcados, temas de agenda, mezclando hábilmente thriller más western suburbano. El guion de Herzog, escrito junto a Gabriel Bobillo, se apropia de problemáticas como la corrupción policial y la impunidad con la que se maneja el poder, la violencia de género, el machismo que se acentúa aún más en una geografía pueblerina, y se permite hablar de femicidios, de la trata, de los abusos y las desapariciones silenciados y de las imposiciones de las figuras patriarcales en ese entorno. Lautaro Delgado Timruk, a quien vimos recientemente en “Respira” y el año pasado en “Pistolero”, vuelve a construir un protagónico potente y atractivo. Cuida los detalles, trabaja artesanalmente los silencios y logra poner el cuerpo para ese personaje quebrado por el peso de la culpa que corroe el alma del protagonista y lo conduce a su desequilibrio. Claudio Rissi, como acostumbra, logra otro gran trabajo secundario y el elenco –en el que se destaca la presencia de Rita Pauls en esa fantasmagórica y perturbadora aparición femenina- forman un equipo homogéneo conducido por la mano segura de Herzog, quien logra hablar de temas ásperos y dolorosos, con una gran habilidad para evitar los lugares comunes. POR QUE SI: “Herzog logra hablar de temas ásperos y dolorosos con una gran habilidad para evitar los lugares comunes”
Un gallo aparece subrepticiamente, su ojo es amenazante. Símbolo masculino por excelencia, objeto de riñas ilegales y belicosidad salvaje, el ojo del gallo despierta a Romàn (Lautaro Delgado) de una siesta en esa casa abandonada que dejó su padre policía al morir y que habrá que vender pero “esta floja de papeles”. La casa guarda secretos en los que lo familiar se mezcla con el oscurantismo de la corrupción y la impunidad policial. Dos fotos colgadas en la pared informan al espectador que Romàn también es o fue en algún momento policía. - Publicidad - En su primer film de ficción, Herzog (Orquesta roja) se mueve en las aguas de lo no dicho o lo que está apenas sugerido, y además lo hace en el contexto de un pueblo de provincia, con sus casas bajas y los amplios panoramas que el diseño sonoro de Matías Sorokin refuerza con notas que refieren al western. En ese pueblo se produce la desaparición de una joven mujer, justifificada por un “se caen al río y se las puede tragar la represa” por uno de los personajes, el inquietante Alian Devetac (ojo con este actor). La tensión entre una cosa y otra es buscada. Román tiene un pasado doloroso del que no tenemos mucho conocimiento y un amor perdido que aparecerá en varias ocasiones en su delirio emocional. La amada se presenta fantasmàtica pero interactúa con èl (no lejos de la serie Riverside) convirtièndolo por algunos segundos en un ser feliz. Suponemos que esa será la motivación central que hace este recién llegado, con algo en el pasado que habrá que ir develando, husmee en pistas que se presentan, un grupo más de suposiciones que de certezas. Habrá que estar atentos a las señales, a los rasgos y los cambios de humor de los personajes, exterioridades a las que apela inteligentemente el realizador en la dirección de actores. Allí estará desplegada toda la violencia contenida que esta película contiene. La denuncia que se hace es desde una voz eminentemente masculina y es hacia las redes de trata de mujeres de las cuales forman parte las policías provinciales.
El femicidio en primera plana Tomando situaciones y casos que podemos ver (lamentablemente) a diario en las noticias, tanto como en las redes sociales, Nicolás Herzog estructura en base a estos hechos de violencia y vínculos con la trata, una película sobre un pueblo en el que una organización en que los vínculos con el poder son notorios y fuertes hace desaparecer jóvenes mujeres para incorporarlas a su red de prostitución. Un ex policía sale transitoriamente en libertad y se ve envuelto en una especie de ida y vuelta entre la realidad y lo fantasmal en la que el recuerdo de su propia culpabilidad lo empuja a dar pasos que modifican todo, en función de las responsabilidades de su círculo, las que lo vinculan directamente. El elenco es magnífico y a las excelentes posibilidades interpretativas por todos y conocidas de Lautaro Delgado Tymruk, se suma Claudio Rissi en un muy buen desempeño (un rol diferente a los que le tocan en suerte en general, con mucho más relieve) y una agradable sorpresa con Rita Pauls, en un trabajo delicado y fuerte a la vez, con certeza por sobre lo que cuenta su personaje. Con una idea general que apunta, desde la mirada que el director propone, a un mensaje sobre situaciones de las que hasta hace muy poco tiempo no se hablaba, el velo se quita y se pone de relieve la realidad sobre la trata y la connivencia de quienes deberían ayudar a combatirla. La sombra del gallo es una mirada trabajada de manera excelente desde lo estético y las interpretaciones, para poner de relieve una realidad compleja de la que, hasta hace un tiempo no muy lejano, no se hablaba.
Atendible film noir entrerriano De elogiada trayectoria en el ámbito del documental con films como Orquesta roja y Vuelo nocturno , Nicolás Herzog debuta en el largometraje de ficción con un thriller que apuesta no solo a una construcción dominada por el suspenso sino que combina también elementos propios del western, del policial negro, del melodrama romántico y hasta de las historias de fantasmas. Tras haber cumplido ocho años de prisión por la muerte de su padre, un excomisario, Román Maidana (Lautaro Delgado Tymruk), él también expolicía, recibe el permiso para una salida transitoria. Regresa entonces a la decadente casa familiar en una localidad entrerriana, se reencuentra con familiares (como el Barani de Claudio Rissi) y empieza a sentirse cada vez más acosado por los recuerdos de un viejo amor (la Angélica de Rita Pauls). Durante esa vuelta al pago (típico pueblo chico-infierno grande) irá descubriendo una red dedicada al narcotráfico, la prostitución y la trata de mujeres. Entre el film noir y la denuncia social, La sombra del gallo cumple parcialmente con sus objetivos. La permanente mixtura de géneros y la descripción psicológica del atribulado y torturado protagonista no siempre genera el interés, la tensión ni los climas buscados, pero a nivel actoral, visual (valioso trabajo del director de fotografía Fernando Lorenzale) y musical (notable aporte de Matías Sorokin) no deja de ser una película atendible.
"La sombra del gallo", el femicidio en pantalla El realizador se apoya en una trama abundante en indicios, en la que un pueblito ruinoso sirve como ámbito a policías de dudosas actividades. El policial, se sabe, es un sistema de indicios cuyas interrelaciones arman la trama, en algunas ocasiones de modo más incierto que otro. En su primera película de ficción, filmada en formato Scope, el hasta ahora documentalista Nicolás Herzog (Orquesta roja, Vuelo nocturno) se juega una carta brava, consistente en desperdigar indicios a los que hay que “estirar” muchísimo para llenar los huecos de la red llamada trama. La película trata sobre el femicidio, y también sobre el sentimiento de culpa de quien ayudó a cometerlo o lo presenció, sin hacer nada para impedirlo. Es una de las primeras ficciones argentinas que se hacen cargo de un tema que es uno de los principales en la agenda contemporánea, y eso incrementa el interés de un film en el que el peso de lo no dicho, lo no mostrado, es de tal magnitud que de a ratos amenaza con oscurecerla hasta el grado de noche cerrada. Desde ya que el asunto es oscuro y la película también lo es, con toda deliberación. Tras ocho años de cárcel, el policía Román (Lautaro Delgado Tymruk) consigue una licencia de cuatro días para visitar a su padre muerto, miembro también de la repartición. Todo transcurre en un pueblito pequeño y ruinoso (la película se filmó en Entre Ríos), lo cual colabora a dar a la ficción un tono de realismo sucio, con interiores descuidados y derruidos. Afincado a solas en la semiabandonada casa familiar (la madre murió bastante tiempo atrás), Román tiene sueños que empiezan a llenarse de recuerdos. Y la vigilia también. Como en la miniserie River (2015), uno de esos fantasmas, el de una chica muerta (Rita Pauls) con la que Román tuvo una relación de pareja, aparece como una entidad bien corpórea, bien real. Mientras tanto Román ha vuelto a visitar a un amigo de su padre (Claudio Rissi, componiendo a uno de esos tipos temibles de tan amables), otro policía cuyos hijos desparraman un denso halo de sospecha. Y las chicas muertas, relacionadas con una red de trata, se multiplican. Herzog apuesta, en términos de registro, a un realismo sucio hecho de residuos, remanentes que no son sólo objetuales. Es como si todo el recuerdo de Román viniera cargado de detritus semejantes a aquéllos que pisa. Por ese lado (no el del recuerdo, sino el del registro), la película recuerda a El otro hermano, el film más reciente hasta la fecha de Israel Caetano, parentesco reforzado por la inquietante presencia en ambas de Ailan Devetach. En lo que refiere a lo expositivo, el realizador narra con grandes elipsis unidas por hilos tan delgados como el apellido del protagonista. Por lo cual basta que al espectador se le escape un detalle o una relación entre escenas, o no entienda bien una línea de diálogo, para que zonas enteras de la trama queden en la oscuridad. El final, que cierra la película como si le faltara el último acto, corrobora esta voluntad de elipsis a rajatabla, que hace de la historia un rompecabezas para armar.
Nicolás Herzog en su debut en la ficción no solo eligió un título sugestivo sino que resumió en un subtitulo sus intenciones “el pasado es un animal siniestro”. Un pueblo del interior donde los policías y algunos vecinos ejercer el poder sin inquietudes ni límites. Un ambiente que nos resulta conocido a través de tantos casos de corrupción. A ese lugar, al estilo de un western, llega un hombre con unos pocos días de libertad transitoria. A revolver el avispero de mentiras y favores, a catalizar un turbio negocio de trata. Con buenos climas y una jugada manera de contarlo, alterando tiempos y con presencias fantasmales el relato a veces se torna confuso pero luego cierra bien su historia. Lo que se ve es que son demasiados temas abiertos como defecto, con un complicado entramado que por momentos desorienta. No hace falta regodearse con jugar con los tiempos, cuando lo que se quiere decir y los grandes actores convocados tienen su mejor peso. Igual el director toma su libertad y sus riesgos y eso siempre es admirable. Lautaro Delgado Tymruk y Claudio Rissi nos regalan escenas de una tensión increíbles jugadas con perfección. Acompañados por un gran elenco.
Pasado que no se va Tras varios años cumpliendo condena en la cárcel por un crimen que no se hace explícito, el ex policía Román Maidana (Lautaro Delgado) consigue un permiso para volver a su pueblo por unos pocos días. Debe resolver algunos asuntos pendientes por la muerte de su padre, un comisario retirado que llevaba ya un tiempo enfermo. Al reencuentro con viejos conocidos y el hogar que lo vio crecer, se le suma también encontrar a su pueblo conmocionado por la desaparición sin rastros de una joven y la escasez de respuestas por parte de las autoridades. Román no tarda mucho en atar algunos cabos sueltos, pareciendo tener una idea bastante precisa de lo sucedido aunque su capacidad y voluntad de hacer algo al respecto están mucho menos claras. Él tiene sus propios demonios que enfrentar. Volver a ese pueblo no hace más que revivirlos, encarnados en un viejo compañero de la fuerza (Claudio Rissi) que parece ser el único que conoce su lado más oscuro, y en una joven con la que alguna vez tuvo un vínculo que anhela pero que ya no puede existir (Rita Pauls). Dos personajes que en algún punto operan como las dos facetas de su conciencia dictándole lo que debe hacer. Presente que asfixia No es muy difícil encontrar los vínculos entre la historia de La Sombra del Gallo y el caso real del femicidio cometido por policías en la misma época en que el director dice haber empezado a planear la película. Claro que en vez de recrear esa historia, la reimagina desde otra perspectiva en la que un personaje atormentado por su pasado debe replantearse sus lealtades. Como público se nos mantiene en la ignorancia, pero el protagonista ya sabe bien lo que sucede en ese pueblo. El eje de la historia no es resolver el misterio policial, sino saber qué va a hacer Román con eso, cómo va a lidiar con la culpa de lo que ya hizo, de lo que permitió que sucediera, y de lo que podría hacer en el presente para remediar un crimen del que se siente responsable aunque no participó. La información necesaria va apareciendo sobre el tablero. Todo va tomando forma sin dejar mucho lugar a dudas, pese a que nunca hace explícitas las respuestas que quiere entregar, confiando en que el público llenará esos huecos sin problemas para lograr la imagen completa que propone. El gran trabajo del trío principal de intérpretes es fundamental para ese efecto, pero especialmente el de Lautaro Delgado (La sabiduría,Pistolero, Kryptonita) que prácticamente está presente en cada plano de La Sombra del Gallo, contando su historia con muy pocas palabras pero con una intensidad agobiante. No se vale únicamente de esa interpretación, pues por más buena que sea solo puede ser efectiva con una propuesta visual contundente y precisa que remarca todo lo que necesita mostrar y escondiendo lo que molesta. Algo que hace mientras construye un clima de alto contraste que se vuelve onírico a medida que la cordura de su protagonista flaquea.
Hay una distancia entre las intenciones y los resultados en el cine en general pero en cierto cine argentino en particular. Películas que ponen a nuestro cine en un escalón más arriba por sus búsquedas estéticas, pero a las que finalmente les falta un poco de pulso para alcanzar una narración a la altura de sus propuestas. La sombra del gallo es una de ellas. Una mezcla de drama, policial y western ubicada en una pequeña comunidad a la que regresa un ex policía luego de pasar varios años en la cárcel. Los recuerdos del pasado y una trama policial en el presente se combinan en esta película llena de ideas pero finalmente un paso atrás de un nivel para recomendar la película. Es algo que se da mucho en el cine argentino actual y deja un sabor agridulce entre lo que pudo ser y lo que finalmente fue. Aun así, es interesante la búsqueda permanente de los cineastas por construir un cine argentino que vaya más allá de los lugares comunes del cine nacional.
El debut en la ficción de Nicolás Herzog, La sombra del gallo, mezcla varios géneros, para contar una historia con algo de documental, y apoyada en un elenco sólido comprometido con el tono sórdido buscado. Un realizador puede saltar de un registro al otro, pasar del documental a la ficción, y viceversa, y mantener un estilo. Tras dos documentales como Orquesta roja y Vuelo nocturno que le valieron un nombre de referencia dentro de los documentalistas actuales a tener en cuenta; Nicolás Herzog hace su debut dentro del largo ficcional con La sombra del gallo; y sin embargo, en ella podemos encontrar vestigios de su huella. Tanto Orquesta roja como Vuelo nocturno son dos documentales atravesados por sus contextos sociales, politizados, comprometidos, y con una fuerte coraza narrativa. En La sombra del gallo, esa impronta social y de contexto comprometido con lo que lo rodea también está presente, y dentro del marco de ficción hay una visión del protagonista que se asemeja a lo documental. En los pueblos chicos se cuecen historias de trasfondos, secretos, mecánicas internas y manejos que no conviene que salgan de sus fronteras. Román (Lautaro Delgado Timruk) sale de prisión y vuelve a su pueblo natal en donde su padre acaba de fallecer. Su padre era el ex comisario del pueblo, y él también cumplía como oficial de la fuerza hasta caer en prisión. Cuando recibe la posibilidad de salida transitoria por el fallecimiento del familiar, no duda en regresar al lugar en donde será recibido por un ex colega (Claudia Rissi) que parece dispuesto a ayudarlo por una deuda ¿moral? con él y con su padre. Román es un personaje oscuro, con el pasado que le pesa, y quizá volver a ese pueblo entrerriano, a esa casa vacía, no fue la mejor de las opciones. Deambula entre recuerdos y zonas oscuras, observa sin hablar, y aquello que no tenía que salir a la luz indefectiblemente asomará. Cuando el pueblo se vea conmocionado por la desaparición de una adolescente, comenzará a recibir la visita de una joven, un amor del pasado (Rita Pauls), que lo atrae a la vez que lo repele y presiona, hay algo que puja por ser desenterrado. Llevado por estas pulsiones, Román se inmiscuirá más de lo debido bajo la posibilidad de descubrir aquello que sus ex colegas quieren tapar. La sombra del gallo presenta una historia ya transitada por el cine argentino. Los casos que involucran desapariciones masivas de jóvenes, y los entramados internos con secretos a voces, es algo corriente tanto en las ficciones como, tristemente, en las noticias regulares. Obviamente, esas ficciones tienen mucho de realidad, y eso es el aporte de La sombra del gallo, que además de narrar una historia ficcional, ofrece un tratamiento desde la cámara que se asemeja a lo documental observacional, con marchas sucesivas en el pueblo. Desde la ficción, Herzog maneja varios géneros. Transita desde el western rural, al drama, el thriller, el policial, y también alguna pincelada que podría intuirse como sobrenatural. Lautaro Delgado Timruk cambia nuevamente su registro actoral. A quienes estas semanas lo vieron en Respira, les costará reconocerlo en este parco, oscuro, y atormentado Román. Nuevamente sorprende con una actuación sobresaliente que eleva la propuesta. Claudio Rissi, en un claro secundario, también es marca de calidad. Este tipo de roles turbios con algo de agrio carisma le salen de taquito. Rita Pauls se suma cumpliendo una labor correcta en un personaje enigmático. Con un ritmo algo desparejo en el que parece que todo se cuenta en el primer acto, para retomar con algún giro previsible en el final; y un abuso de los silencios y los tiempos muertos para crear un clima seco; La sombra del gallo puede hacerse algo más extensa de lo aparente. Por ser su primer paso en la ficción, es de destacar lo cuidado en la creación de limas y atmósferas desde lo técnico y la puesta en escena de ambiente, fotografía, y montaje. En su mirada hay ficción, hay realidad, y hay vestigios del pasado del país que repercute en el presente, aun cuando muchos crean que esos episodios ya están sepultados. Herzog transita con mano firme este primer paso por el cine ficcional, más allá de algunas imperfecciones, manteniendo un estilo, y mostrándose preocupado por las problemáticas reales que nos rodean en el día a día. La sombra del gallo es una película más necesaria y comprometida de lo que aparenta su base típica de género.
La sombra del Gallo: La trata detrás de la policía. «¿Dónde está Laura Flores?» Esa es la pregunta que se hace todo un pueblo. Pero, ¿qué pasaría si los fantasmas de otras mujeres del pasado regresan luego de 8 años? La vida de vida del xx policía Román Maidana no volverá a ser la misma. La sombra del Gallo (2020) es un film dirigido por Nicolas Herzog , rodada en la provincia de Entre Ríos y protagonizada por Lautaro Delgado, Claudio Rissi, Rita Pauls, Diego Alonso Gómez y Alian Devetac. Román Maidana (Lautaro Delgado) es un ex policía que, tras ocho años en la cárcel, le benefician una salida transitoria por la muerte de su padre. Al volver a hospedarse en su casa natal, el fantasma de una mujer comienza a atormentarlo y seguirlo en cada paso que comienza a dar. Las calles se tiñen de justicia, carteles de mujeres desaparecidas y familias desesperadas en busca de un poco de consuelo. Nadie hace nada, nadie dice nada, pero Maidana tiene algo, algo sabe y algo esconde. La película tiene una trama prometedora, y un tema frágil contado de una manera cruda para mostrar una realidad que pasó, pasa y lamentablemente seguirá pasando. La trata de mujeres con fines de explotación sexual es una grave vulneración de los derechos humanos y una de las formas más desgarradoras de violencia de género, la que reciben las mujeres por el mero hecho de serlo. Herzog muestra la cara del femicidio, y la culpa de quien presenció y no hizo nada para impedirlo, siendo una de las pocas películas con temática policial y de trata de personas. Eso es lo que hace interesante al rodaje, el peso de lo no dicho y de lo no mostrado. El director logra contarnos la cruda realidad que viven las mujeres expropiadas de su libertad y de cómo son obligadas a ser el objeto del sistema patriarcal a cambio de una satisfacción para el hombre, pero a su vez no nos da muchas pistas y eso es lo que hace interesante la película: querer ver hasta el último minuto para saber qué es lo que realmente está pasando. Para Maidana todo se vuelvo oscuro y frió, el pueblo con su color tenue, nos muestra que el fantasma de su pasado es el que hará que descubra un secreto que atormenta al lugar y deberá buscar la forma de acabar con ello. Una de las características a destacar es el trabajo de la imagen. El director de fotografía Fernando Lorenzale realiza un trabajo de excelencia tomando secuencias oscuras y de diversos colores para atrapar al espectador y mostrar cada escena de una forma que se entienda las sensaciones que tienen los protagonistas.
ECOS Y CULPA La sombra del gallo es la primera incursión de Nicolás Herzog completamente afincada en los límites de la ficción, luego de coquetear en el terreno de la no ficción con los documentales Orquesta Roja (2009) y Vuelo nocturno: la leyenda de las princesitas argentinas (2016). El resultado es un policial con elementos de thriller y western que se sumerge en estos generos para narrar una problemática compleja como el femicidio y la trata que atraviesa todos nuestros estratos sociales. La puesta en escena del film demuestra la destreza de Herzog para finalmente abordar la ficción en géneros que ya había explorado como el thriller o el policial en sus documentales. Narrativamente el film pierde cierta consistencia al profundizar en la introspección y hacer de la elipsis una herramienta que nos lleva a tomar distancia de los fragmentos de acción que definen el conflicto. Esto puede resultar confuso pero el camino de redención que transita el personaje de Román (Lautaro Delgado) genera el magnetismo necesario para que no sobren ni uno de los 84 minutos del film. Román Maidana, nuestro protagonista, tiene una salida temporaria de prisión a raíz de la muerte de su padre, procurando hacerse cargo de cómo disponer de los inmuebles familiares. El asunto estará lejos de ser expeditivo cuando el asesinato de una chica de su pueblo natal se termine entrecruzando con sus memorias como ex policía y la razón por la cual termino en prisión.Quien era amigo de su padre, el siniestro comisario encarnado por Claudio Rissi, lo invita a integrarse a su familia, pero las sospechas y la distancia que se abre entre ellos terminará siendo gatillada por Román cuando comience a desenterrar detalles de su oscuro pasado. La alucinatoria presencia de un recuerdo lo llevará en un sinuoso camino de redención y las consecuencias no tardarán en presentarse de forma explosiva, para que cada uno acepte el devenir de sus acciones. La trama se precipita en su desenlace pero toma su tiempo para disponer la información necesaria para armar el rompecabezas de lo que ocurre en la vida de Román. Perder un detalle puede ser vital para comprender la trama, aunque también se extravía en segmentos introspectivos y lo que puede ser sutileza en otros momentos aparece subrayado, disminuyendo su efectividad en favor de explicar el movil de sus acciones. A pesar de esto, el film no deja de tener un tono sombrío y misterioso: el pueblo de Entre Ríos se ve decaído y ruinoso, los interiores tienen una luz decadente y todo lo que pisa Román parece sucio e inestable, algo que nos hace pensar inmediatamente en el noir antes que el más estilizado neo noir. La amenaza latente de su propia memoria y la culpa lo hacen ese heroe trágico que se abre del marco de las instituciones para encontrar su propia justicia. La conclusión puede ser un tanto apresurada y anticlimática, pero el camino que traza el desenlace resulta de una notable coherencia con el desarrollo de las acciones del personaje. Correcto en su primera incursión en la ficción, Herzog encuentra en La sombra del gallo un buen debut a pesar de sus falencias, que lo confirman como una voz original luego de sus acertados trabajos como documentalista.
Escuchamos, leemos y decimos muchas veces que las series de televisión trabajan para intentar parecerse cada vez más al cine. Aunque suponemos que salvo por casos excepcionalísimos esta tarea es meramente superficial, televisión y cinematografía son dos lenguajes diferentes en esencia, hoy nos encontramos frente a un nuevo padecimiento y es que cierto cine se parece más a una serie de televisión que una película en toda su dimensión. Nicolás Herzog realizador de elogiada trayectoria expuesta en sus filmes documentales Orquesta roja y Vuelo nocturno llega a la pantalla con esta opera prima de ficción La sombra del gallo, un filme noir que se esfuerza en cruzar una serie de géneros –policial, western, thriller psicológico– más un cine de denuncia social, dejando como resultado un material bastante televisivo en su factura formal y endeble en su constructo narrativo. La trama presenta la historia de un presidiario –ex policía– Román, encarnado por Lautaro Delgado, que ha cumplido 8 años de reclusión por la muerte de su padre. Ahora acaba de salir con un permiso transitorio para volver por un breve período a su pueblo. En el marco infernal y pueblerino de su casa familiar en Entre Rios, Román se reencuentra con sus vínculos más cercanos, y de manera misteriosa se le presenta el fantasma de un amor pasado que comienza a acecharlo en sus fantasías, su antigua novia, Angelica encarnada por Rita Pauls. A ese mix de estados alterados en los vive Román se le suma el descubrimiento de que en su pueblo se despliega una red de narcotráfico y trata de personas para su explotación sexual, oscuro territorio en el cual Román decide involucrarse para intentar desmantelar la trama siniestra que se esconde. La relación que se hace explícita entre lo serial-televisivo que el filme presenta se da por diversos factores combinados, en primer lugar la elección estigmatizada del universo de lo marginal como modelo estereotípico del mundo carcelario y de lo periférico del universo pueblerino. La forzada mixtura de géneros de impacto que pasan de un realismo ya revisitado hasta el cansancio por el cine nacional hace más de una década, para unirlo al efectismo de las seudo psicosis y los traumas subjetivados. Estos dos tópicos ya se ven de manera recurrente en los formatos seriales policiales, tanto en series agotadas temáticamente sobre el mundo marginal como Apache y Puerta 7 por enunciar algunas recientes. Por otro lado la forzada yuxtaposición de mundos psicológicos subjetivos interviniendo lo real, se exhiben en una decena de policiales nórdicos previsibles y recurrentes hasta el cansancio. El agregado de cine de denuncia queda por lo tanto como un exceso que busca actualizar el tema del filme subiéndose a una coyuntura que narrada en estos términos interesa menos que lo que promete. Formalmente hablando, y en eso consideremos que la dirección de fotografía es impecable en su factura, la estética no transmite una fuerza cinematográfica de tensión visual, ya que se ve un tratamiento de la imagen más cercano a True Detective, correcto pero plano, que a un filme policial oscuro y crudo de corte cinematográfico. Los steady cam permanentes generan una serie de planos flotantes de precisa prolijidad pero de absoluta previsibilidad narrativa, los fuera de campo claves en en el género policial y el thriller son escasos y nada disruptivos, sumados a un puñado de travellings semi circulares que parecen pertenecer a una serie mainstream de plataforma, pero no producen el efecto de “envolvernos” con ninguna emocionalidad. Es inevitable reconocer que Angélica, encarnada por Rita Pauls, es una versión de idéntica semejanza a la del personaje de Adriana que la misma actriz encarnó en la serie Historia de un clan, incluso hay una escena en el filme en la que ella canta sola como en un susurro a capela, una marca icónica del personaje en la serie televisiva. El trabajo actoral de Lautaro Delgado, Claudio Rissi y hasta la misma Pauls es digno de destacar por su elaboración en cada escena, aun cuando la construcción narrativa de los personajes no logre sustentar de manera visceral las escenas. Por Victoria Leven