La adolescencia es un sueño eterno. Durante el siglo XX una de las principales luchas sociales en el mundo occidental se dio en el ámbito del seno familiar entre padres e hijos alrededor de la cuestión de la autonomía y la independencia de los últimos respecto de los primeros. En el cine esta tensión se manifestó en innumerables películas sobre la emancipación juvenil. Lolo, el Hijo de mi Novia (Lolo, 2015) da vuelta la cuestión para centrarse en la necesidad de espacio de los padres ante las demandas de los hijos jóvenes. Violette (Julie Delpy) es una mujer parisina que acaba de cumplir cuarenta y cinco años. Junto a su mejor amiga, Ariane (Karin Viard), acude a un spa para relajarse de su atareado trabajo como organizadora de eventos de moda. Allí Violette conoce a Jean-René (Dany Boon), un ingenuo informático especialista en asuntos financieros que vive en la ciudad costera de Biarritz, del que se enamora precipitadamente. Ambos vuelven a París y el romance prospera ante la mirada reprobatoria de Eloi (Vincent Lacoste), el hijo esnob de Violette, apodado “Lolo”, un vanidoso artista conceptual sin talento que vive en la casa de su madre. La película persigue un tono de comedia en la que la relación amorosa de la pareja produce celos en el hijo y una serie de divertidos -aunque predecibles- intentos de sabotaje. La pareja compuesta por Violette y Jean-René se va desgastando debido a los roces causados por las constantes trampas de Lolo, pero los descubrimientos de los defectos también los van uniendo a medida que superan las dificultades. Lolo, el Hijo de mi Novia le devuelve al espectador una imagen de algunos de los diversos problemas de la convivencia actual. Por un lado, tenemos la típica actitud pedante de los parisinos respecto de lo que denominan “la provincia”, un residuo de los prejuicios de la ciudad frente al campo (aún no superado en París). Por otro lado, está la falta de independencia del hijo respecto de la madre y de la madre respecto del hijo, y a su vez las dificultades que esto conlleva para consolidar cualquier relación amorosa estable. El último opus de Delpy como actriz y realizadora exagera todas estas problemáticas hasta el absurdo para generar el efecto de comedia buscado. Todo el elenco asume la postura histriónica que mueve la trama a través de ideas ingeniosas que hasta incluyen una parodia de atentado hacker anticapitalista contra una entidad financiera francesa que pone en ridículo la seriedad de las instituciones bancarias. La película no indaga en las causas últimas de la imposibilidad de separación de madre e hijo, poniendo la mirada en el presente y estableciendo atenuantes psicológicos en el comportamiento de un personaje que representa a estas alturas una patología sociocultural. Aun así el film sostiene eficazmente su trama con solidez gracias a un tono cómico que se impone a través de buenas escenas, personajes, diálogos y actuaciones. Delpy insta en su película a reírse de uno mismo a la vez que encuentra una interesante y desalentadora situación específica de nuestra época: la realizadora pone ante todo al amor como lugar superador de todos los problemas y a la maduración como una quimera a la que hoy se llega -no sin esfuerzo y dificultad- tal vez a los cuarenta y tantos años.
Julie Delpy vuelve a entrar en modo Chuck Norris, mientras dirige, produce y protagoniza esta película disfrazada de comedia americana (y no es ninguna de las dos cosas). Después de tantos años de historia, la comedia romántica obedece casi siempre a un formato designado. A veces se intenta experimentar con premisas un poco más raras (como Kate & Leopold (2001), que logró que muchas mamás vean por primera vez una película de viajes en el tiempo), pero la idea no cambia mucho. Hay distintos estilos, alteraciones simples, enfoques variados según la edad del público a la que se apunta, y aún así la historia siempre es igual. Lolo es una más pero cocinada distinto. Cuando Violette viaja a un pequeño pueblo de vacaciones con una amiga, conoce a un programador medio bruto y poco refinado llamado Jean-René, que está por mudarse a París. Juntos comienzan una relación romántica pero alguien, disimuladamente, se interpone: al hijo de Violette, Lolo, no le agrada compartir la atención de su madre. Mediante astutas y calculadas artimañas crea situaciones graciosas para el público y desesperantes para los personajes. La caracterización de los personajes es muy fresca a pesar de estar casi todos circunscritos a estereotipos ya vistos mil veces en comedias de este tipo. La relación entre Violette y su mejor amiga Ariane se siente muy natural, es algo que da gusto ver. A pesar de estar repleta de chistes más bien clásicos, es refrescante ver a dos mujeres maduras ser amigas en buenos términos, y que los conflictos de la película no estén dados por el ya cansador cliché de “Éramos amigas pero ya no”. Lolo es la sexta película dirigida por Julie Delpy, una francesa-americana que acostumbra a actuar en dichas películas, además de a veces producir y escribir. Es conocida por su papel de Celine en la trilogía de Antes del Amanecer y muchas comedias, entre ellas 2 Days in New York, con Chris Rock. La acompañan Dany Boon, frecuente estrella en comedias francesas como Supercondriaque y Vincent Lacoste, un joven actor con (también) unas cuantas comedias en su haber a pesar de haber empezado en el cine en 2009. Karin Viard, que interpreta a la mejor amiga de Delpy, estuvo en las pantallas argentinas recientemente con su papel de Gigi en La Familia Belier (La Famille Bélier, 2014), aunque su currículum está más ocupado por dramas que por comedias. Los cuatro hacen un equipo excelente tanto juntos como separados y a pesar de que muchas situaciones en el guión son verdaderamente desafortunadas, son capaces de hacerlo más leve y llevarnos entre risas hacia la conclusión.
Crítica realizada durante Les Avant Premières 2016. Julie Delpy (Verano del 79)protagoniza y dirige Lolo, una comedia que rompe algunos lugares comunes del género romántico mostrando las dificultades que encuentran dos divorciados para armar una nueva pareja después de los cuarenta. Hijo de un divorcio burgués Violette es una distinguida diseñadora parisina que se dedica a montar eventos para los más importantes diseñadores y artistas, pero el éxito en su carrera profesional no ese repite en su vida personal. Divorciada y con varias relaciones catastróficamente fallidas, no tiene muchas expectativas cuando durante unas vacaciones se acerca a Jean-René, un técnico informático de provincia que, aunque brillante, está muy lejos de compartir el nivel de vida refinado al que ella está acostumbrada. Contra todo pronóstico, en pocos días la aventura de verano prospera a pasos agigantados y tiene chances de consolidarse en una relación seria cuando dos semanas después él se muda a la capital para su nuevo trabajo. Ambos están ansiosos por el reencuentro, pero no contaban con que tendrían que lidiar con el veinteañero hijo de Violette que regresa a su departamento después de una pelea con su novia la misma noche que Jean-René llega a París. Guerra Fría Lolo es un artista plástico lo suficientemente talentoso como para poder conseguir exponer su obra a través de los contactos de Violette, pero a la vez es un niño consentido, egocéntrico y superficial que no está dispuesto a ceder ni un milímetro del lugar que ocupa en la vida de su madre, mucho menos en manos de un rústico provinciano incapaz de combinar un saco con una corbata y portador de un optimismo inocente que es motivo continuo para la burla disimulada aunque cruel de parte del joven. Pero Lolo también es lo suficientemente astuto como para saber que su competencia con el nuevo pretendiente no puede ser abierta sino que debe recurrir a la sutileza para hacer aflorar los conflictos latentes que la incipiente relación aún no tuvo que enfrentar pero que esperan agazapados una oportunidad para atacar. Sin embargo, la misión se le tornará mas difícil de lo previsto y gradualmente necesitará recurrir a métodos más directos, llegando a explotar las obsesiones e inseguridades de su madre con tal que se convenza de que esa relación no tiene futuro. El principal atractivo de esta película son sin duda sus diálogos y su capacidad de caminar por la frontera del absurdo sin meterse en ese campo tanto como para desdibujar el conjunto. Además del humor sarcástico que despliega el joven en cada frase, Violette y su mejor amiga tienen explícitas charlas sexuales en las que se burlan tanto de su propia imagen como de los hombres que conocen y objetualizan sin pudor en una situación que muy pocas veces el cine pone a la mujer. Acorde a su forma de ser, queda para Jean-René el humor más inocente y directo de la película, que a la vez sirve para poner en evidencia el snobismo de su nueva pareja y su entorno, algo que en el fondo es la verdadera grieta que los distancia y que necesitan adaptarse para reducir lo suficiente como para que no contrarreste todo lo bueno que tienen juntos. Conclusión Lolo entretiene de principio a fin, algo fundamental en cualquier comedia. Pero además se permite mostrar desde una posición crítica pero no solemne temas como las exigencias que recibe sobre su imagen una mujer de cuarenta y cinco años o la relación con un hijo al que no conoce tanto como cree por tenerle idealizado en el niño que alguna vez fue.
Julie Delpie suele ser reconocida por su labor, junto a Ethan Hawke, en la trilogía de Richard Linklater compuesta por Antes del amanecer (1995), Antes del atardecer (2004) y Antes de la medianoche (2013). Pero cuando la actriz francesa se para detrás de la cámara, resulta una aguda observadora de las frustraciones -sentimentales y/o familiares- que acarrean aquellos que ya entraron en la mediana edad. Y si su humor ácido tiene una descorazonada visión del género masculino, hay que decir que Delpy tampoco tiene piedad con las mujeres, siempre empezando por ella misma (es protagonista de sus cinco películas).
Humor de diván. En una de las escenas iniciales de Lolo, el hijo de mi novia (2015) hay un bebé que llora porque le quitaron la teta que lo alimentaba. Es un flasback, casi el único viaje hacia atrás en el tiempo que hay en toda la película. Es en este momento crucial del destete, algo así como el principio de los principios, donde se anticipa y explicita toda lo que está por venir.
Tres son multitud Una apuesta popular bastante eficaz y algo convencional de la comedia francesa. A Julie Delpy la conocemos más como actriz (sobre todo de la saga Antes del amanecer / atardecer / medianoche, de Richard Linklater) que como directora. Así y todo, tras la fallida 2 días en París, Verano del 79 (Le Skylab) había mostrado una realizadora que tenía cierta personalidad. El intento de realizar una película à la Linklater muta ahora hacia los aspectos más convencionales de las comedias industriales francesas. Con el protagónico compartido con Dany Boon (uno de los actores más populares del cine galo), la deriva amorosa en el sur del país entre dos seres opuestos de vacaciones (Violette, parisina sofisticada culta de pura cepa; Jean-René, freak informático de provincia) se encuentra amenazada por el hijo del personaje interpretado por Delpy, simpático veinteañero que se niega a cortar el cordón que lo une a su madre, que llega a conductas que lindan con lo psicopático. No es que la película esté mal; se trata de esas comedias que todos los años venden muchas entradas en su país de origen y, en el mejor de los casos (como es el de Lolo: El hijo de mi novia), uno se conforma con que no den vergüenza ajena.
Clases de luchas Expatriada en Estados Unidos, Julie Delpy como directora está sin embargo muy atada a su Francia natal. Con Lolo, el hijo de mi novia (su quinto largometraje), firma una vez más una “comédie de moeurs”, estilo muy tradicional en el cine francés, es decir una comedia que se enfoca y se ríe de las costumbres sociales de un sector particular (muchas veces la burguesía). Sirviéndose del escenario de la capital francesa para desarrollar una visión satírica y bastante fina del microcosmos parisino, la película se desvanece cuando toma un giro dramático-psicológico. La parisina Violette se aburre. De vacaciones en la costa atlántica francesa, conoce a Jean-René, un amante excepcional. El romance no termina por algunas horas de tren y Jean-René viene instalarse en París. Ahí, lo esperan dos combates: la confrontación con un mundo individualista y cruel, lejos de una provincia pintada casi como idílica; y el rechazo del hijo de Violette, que todavía está nadando en pleno Edipo. Hay una suerte de nostalgia de parte de Delpy, que se hace sentir en sus personajes, muy anclados en los usos y costumbres franceses (a veces cerca del cliché), en la atmósfera de los pueblitos, y por contraste, de este París pintado entre dependencia y rechazo. Claramente, para la directora, se juega algo de su condición social. Desde Dos días en París, lo retrata con cierta astucia y acidez, a través de un humor siempre satírico, donde se ríe con gusto de ella misma. Este tono se encuentra con genialidad en la secuencia del evento en el Subte parisino, organizado por Violette, donde el desprecio clasista parisino se presente en toda su amplitud. Hijo de Violette pero también de ese microcosmos, Lolo se volvió perverso e incapaz de aceptar que su mamá tenga otros deseos fuera de él, pero también afuera de ese mundo moribundo y endogámico, parece decir la película. La idea de que la sociedad construye el hombre es por supuesto valiente, pero la puesta en escena y la transición total hacia un drama con pretensiones más psicológicas que sociales hace que la película pierda su encanto. Toda la tensión narrativa se enfoca de golpe sobre la patología de la relación madre/hijo, de repente destacada de humor. Pero por este humor agridulce vale una vez más ir a visitar a Delpy y su neurosis alleniana.
En Lolo, el hijo de mi novia, Julie Delpy pierde la brújula Actriz de larga y notable trayectoria -trabajó con Jean-Luc Godard, Krzysztof Kieslowski, Richard Linklater y Jim Jarmusch-, la francesa Julie Delpy tiene también una carrera como directora: Lolo: El hijo de mi novia es la sexta película en la que cumple ese rol. Desafortunadamente, no es de las mejores. Delpy interpreta a Violette, una parisina divorciada que trabaja en el artificial mundo de la moda francesa (hay una breve participación del veterano diseñador Karl Lagerfeld), disfruta de consumos culturales sofisticados y está llena de manías y fobias burguesas. Busca denodadamente una pareja y encuentra un candidato impensado en un balneario en el que descansa con un par de amigas que viven una situación parecida y tienen lenguas muy afiladas. Jean-René, su flamante conquista, es un provinciano dedicado a la informática cuyos intereses están en las antípodas de los de Violette (Dany Boon, en un papel que tiene similitudes con el que hizo en Bienvenidos al país de la locura, de gran éxito en Francia). Pero hay piel entre ellos y la relación parece tener un futuro prometedor. Hasta que aparece Lolo, el hijo de Violette, un joven cínico y malicioso que mantiene con ella una relación edípica. Lolo es artista plástico, tiene modales completamente teñidos por la altanería y, por sobre todas las cosas, está decidido a hacerle la vida imposible al nuevo novio de mamá. No es refinamiento lo que sobra en el humor de la película, ramplón, superficial y obvio en más de un gag. En manos de Claude Chabrol, un personaje como el que interpreta con gracia el joven Vincent Lacoste (un notable caso de precocidad: con apenas 22 años, ya filmó casi una veintena de películas) podría haber sido el disparador de una comedia negra cargada de inteligencia y causticidad. Pero Delpy se inclinó por resoluciones que casi siempre son torpes y efectistas, propias de una mala tira televisiva. Es tanta la fruición por acumular chistes de dudoso gusto que ni siquiera queda tiempo para cerrar la historia de una manera lógica. Jean-René debe alejarse de Violette luego de una serie de venenosas celadas tendidas por el celoso Lolo de las que podría haber escapado con facilidad si un guión plagado de trazos gruesos y groseras manipulaciones no se lo hubiese impedido.
UN NOVIO A PRUEBA La protagonista y directora es Julie Delpi, la tan admirada de Antes del amanecer, atardecer y medianoche de Richard Linklater. Aquí se embarca en la típica comedia francesa de enredos, en la madre separada que busca rehacer su vida con un amor de verano que quiere ser permanente, y su hijo adolescente tardío que complica la vida del novio hasta límites enfermizos. Son esas comedias que triunfan en Francia, por sus actores y el gusto popular, pero que aquí no aportan mucho más que un entretenimiento a medias con una actriz que puede ser exquisita.
Algunos conocerán a Julie Delpy en su rol de actriz por la Celine de la trilogía de Richard Linklater, otros habrán ampliado su espectro para descubrir a una directora que regresa a su Francia natal para filmar delicadas películas que realzan con humor ciertas características de la sociedad de ese país. En Lolo, su quinto largometraje, probablemente el más accesible, vuelve a hacer uso de ese estilo entre ácido y analítico que la caracteriza y acerca al célebre Woody Allen. En triple rol de directora, guionista (junto a Eugénie Grandval) y protagonista, Delpy es Violette una parisina de buen pasar de vacaciones en la costa francesa. Aburguesada, aburrida, en plan descanso exótico (eso que suelen hacer la gente de cierta posición económica cuando abandona las ciudades), conoce a Jean-René (el humorista Danny Boon), un hombre de pueblo, nerd de la computación y alejado del ámbito “fashionista” de Violette. Los opuestos se atraen lo que comienza siendo algo ocasional termina enseriándose quizás demasiado rápido, ya que Jean-René se muda a París sin medir demasiado las consecuencias. Allí el hombre chocará con un ambiente que no es el suyo, con una ciudad que lo rechaza –o el rechaza a la ciudad –; y para peor con la sorpresa que Violette le tiene guardado, su hijo Lolo (Vincent Lacoste), de 19 años no quiere saber nada con que su madre forme pareja y está dispuesto a todo para arruinar la relación cual pretendiente celoso. Este marco es el ideal para que Delpy despliegue una catarata de (in)directas sobre el mundo pretendidamente intelectual, frío, y plástico de París, en contraposición del personaje de Boon (un cúmulo de otros personajes que ya le vimos hacer, no por desmerecido en su labor). Con algunos enredos similares a los de Ladrones de Medio Pelo de Allen, los choques que se producen son por lejos, lo mejor de la película. El personaje de Lolo engloba gran parte de lo que esa sociedad es; posesivo, sectario, caprichoso, elitista, ciertamente inmaduro e irracional. Lolo se comporta más de una vez hacia su madre, y en definitiva hacia los demás, como el nene que ya no es y no quiere reconocer que dejó de ser. Teme a lo diferente, hacia el que viene de afuera a alterar el orden. El personaje de Violette también representa a aquel condescendiente, permisivo, que acepta las reglas aunque dice hacerlo contra voluntad. Lentamente la película abordará mayor espacio para la relación de Lolo con su madre, quedando el personaje de Jean-René, y por consiguiente Dany Boon, relegado a un virtual segundo plano. La sátira es dejada de lado y Delpy se inclina por un drama que intenta ser profundo desde el análisis de la psiquis de esta relación retroalimentada. Como si la actriz/directora quisiera abordar los dos aspectos de la carrera de Woody en una sola película, el de la comedia liviana y el del drama analítico. Ninguno de los dos polos es incorrecto, Delpy se mueve bien en ambos, pero desentona el ensamble. En el medio hay necesariamente cosas que quedan en el camino. Simpática, sofisticada, liviana y profunda a la vez; Lolo: El hijo de mi novia cierra mejor su primer tramo cuando tiene claro hacia dónde apunta. Cuando puede ser mordaz sin necesidad de tomarse demasiado en serio. Cuando pega el volantazo, en cierta medida vuelve a encaminarse, pero en el giro evidentemente tumbó algunos elementos.
La nueva incursión de Julie Delpy como directora es un festival para aquellos que gustan del cine que permite un entretenimiento sin caer en lugares comunes y minimizar al espectador o menospreciarlo. Ella, quizás por estar parada a ambos lados de la realización, sabe (lo ha hecho hasta ahora) cómo generar discursos narrativos eficientes evitando cliches y tomando de los géneros con los que trabaja lo mejor de cada uno. Así, en “Lolo, el hijo de mi novia” (Francia, 2015) Delpy se pone en la piel de una cuarentona que en un viaje junto a unas amigas conoce a Jean-René (Dany Boon), alguien con quien pensó que no iba a tener piel pero con quien termina continuando el romance en París, en donde ella vive y a donde él se muda. Ambos tienen hijos y saben que lograr el ensamble será difícil, por lo que en una primera etapa de la relación dejan librado a la suerte eso de conocer a sus familias y el convivir. Pero cuando Lolo (Vincent Lacoste) conozca al futuro candidato de su madre, la guerra comenzará entre ambos, por lo que silenciosamente implementará acciones para que ambos se separen. “Lolo, el hijo de mi novia” avanza a paso de confusión, de gag, de la irrefrenable fuerza de Lolo por evitar que su madre pueda lograr una relación seria con Jean-René. Entre ambos existirá un vínculo de amor/odio en el que sólo la posibilidad de la renuncia de uno al amor de Violette (Delpy) será esencial para sostener el ritmo de la película. El timming que la directora le imprime, como el logrado juego interpretativo entre el hijo de la novia y el novio, son tan sólo dos de los puntos que tiene a favor “Lolo, el hijo de mi novia”, película que además profundiza por contraste con la nostalgia de algo que no se tiene y que se debe encontrar una vez más para poder seguir apostando a la vida y al amor. Mientras Lolo quiere destruir todo, no se percata, que además de separar a su madre de su conquista, lo que realmente está haciendo es poner en evidencia su imposibilidad de superar algunas cuestiones psicológicas que lo atan a esa enfermiza relación. Si hay algo que se le puede cuestionar a Delpy es que la recurrencia y la alevosía con la que Lolo castiga a Jean-René, pueden cansar al espectador, pero si tomamos que ese punto de partida es, justamente, el quid de la cuestión del filme, también debemos aceptar las reglas de juego que propone. La música juega un papel esencial, como también la ciudad, un París que Delpy conoce tan bien, y al que le sigue regalando hermosas imágenes para que aquellos que no vivimos queramos ir siempre, sea con ella, o con alguna compañía, a pesar de los intentos de su hijo por separarnos.
Buena comedia francesa al viejo estilo Julie Delpy es una actriz de culto gracias a sus papeles en films como el policial "Killing Zoe", el drama de Kieslowski "Blanc" o la trilogía de "Antes del amanecer" que protagonizó junto con Ethan Hawke. Pero también es directora de una media docena de películas como "Verano del 79" o "Dos días en París", sólo para mencionar dos títulos que se vieron en nuestro país. Con esta nueva "Lolo, el hijo de mi novia", la actriz, guionista y directora intenta cambiar su perfil "indie" para abocarse a una típica comedia francesa un poco al viejo estilo. Y la verdad es que no le sale mal, ya que el resultado es bastante divertido. Delpy interpreta a una cuarentona un poco obsesiva y neurótica que en un spa conoce a un tipo que podría devolverle la pasión a su vida. Hay un solo inconveniente, su hijo adolescente y bastante freak, el Lolo del título, no se banca al nuevo hombre en la vida de su mamá. Y pronto queda claro que en realidad no se bancaría a ningún novio de su madre aun si fuera bueno como Gandhi con la pinta de Brad Pitt. Más allá de que la premisa es bastante elemental y no depara demasiadas sorpresas, la historia está bien narrada y tiene dos o tres gags realmente eficaces. Por ejemplo, hay una gran variante de la típica escena "Querida, esto no es lo que parece, yo te voy a explicar" cuando la protagonista encuentra a su galán en una situación más que escabrosa. Bien fotografiada por el talentoso Thierry Arbogast, "Lolo" está sólidamente actuada, empezando por el joven comediante Vincent Lacoste, que se luce como el hijo terrible. Es una comedia nada pretenciosa y bastante entretenida, que puede hacer pasar un buen rato.
Otra historia harto convencional. Julie Delpy lo hizo de nuevo: una comedia con pretensiones de ingeniosa, inteligente e irónica que se agota en chistes perezosos, situaciones de manual y en la imitación femenina de Woody Allen que la directora y actriz se reserva para ella misma en algunas de sus películas. En particular en el díptico compuesto por 2 días en París (20017) y Dos días en Nueva York (2012). Es que Violette, protagonista de Loló, el hijo de mi novia, parece una reescritura de la Marion que protagonizaba aquellas. Inseguras, fóbicas, hipocondríacas, agobiadas por sus oficios y con algunas taras para vincularse con el sexo opuesto, a ambas sólo les falta tartamudear para reclamar su certificado de copia fiel del estilo y las formas patentadas por el gran director neoyorkino. Por desgracia no es lo único de lo que los dos personajes y las tres películas adolecen, pero lo que más se extraña de todo es la gracia que nunca les faltó a las mejores comedias de Allen, e incluso también a las peores. Violette es una cuarentona divorciada que desde hace algunos años no consigue un vínculo más o menos duradero con un hombre (o sea más de tres salidas) y hace bastante también de su última noche de sexo. Espoleada por su amiga Ariane, Violette comienza a salir con un ingeniero en sistemas, un nerd con todas las de la ley pero con quien la pasa bien y empieza a sentir que por fin se le dio. No sólo es un punto de partida abrumadoramente convencional, sino que el guión completa ese mal comienzo con una acumulación de chistes de lo obvio a lo olvidable, y ni siquiera la gracia de Delpy o las habilidades de un comediante reconocido como Dany Boon consiguen sacarle algo de jugo a esas piedras. Como si todo eso fuera poco y para abusar también del arquetipo de la comedia familiar tipo “El padre de la novia”, “La familia del novio” y sus variantes transitadas infinidad de veces (incluso por la propia Delpy), entra en escena Eloi (o Loló), el hijo algo más que adolescente de Violette, celoso hasta la psicopatía. La tarea de Loló en la trama es trabajar como una cuña entre su madre y su novio, buscando desbaratar cualquier atisbo de amor. Sorpresivamente, la labor de Vincent Lacoste en el rol del insoportable Lolo resulta lo más efectivo. Aunque es posible que sus ocurrencias no causen demasiada gracia, su gran mérito es provocar en el espectador una gran antipatía. Algo parecido a lo que producía ver al Correcaminos o a Jerry siempre derrotando al Coyote y a Tom: las ganas de verlos perder una vez. En un panorama tan mediocre, ese no es un mérito menor. Pero el final feliz, por supuesto, se encarga de arruinarlo.
Es una comedia que subestima al espectador con recursos humorísticos básicos y previsibles. El mundo conoció a Julie Delpy a principios de la década del ‘90 por su actuación en la extraordinaria Blanc, de Krzysztof Kieslowski. Después siguió enamorando por sus apariciones en la trilogía Antes del… (amanecer, atardecer, anochecer); en las dos últimas, no se limitó a actuar, sino que colaboró en el guión con el director Richard Linklater y el coprotagonista, Ethan Hawke. Por eso sorprende que Lolo, el hijo de mi novia, su sexto largometraje como directora, guionista y protagonista, sea una comedia tan básica, tan carente de refinamiento. Delpy se pone en la piel de Violette para abordar una problemática femenina en la línea Maitena: mujeres de cuarentaipico, separadas o solteras, en busca de amor o sexo o lo que venga, tan neuróticas como frontales, sin vueltas para hablar de sus clítoris o de los tamaños viriles que les vienen bien. Ella encuentra rápidamente lo que está buscando, y un poco más también, porque ese provinciano al que suponía una aventura de verano termina mudándose a París y convirtiéndose en su novio. Pero hay un escollo entre los dos: el mentado Lolo, un adolescente de 19 años que vive con su madre y no está dispuesto a perder los privilegios edípicos que le da esa mamá moderna, liberal y malcriadora. Lo que viene son las mil y una maldades que este grandulón le hace al tal Jean-René para boicotear su relación con Violette. Convengamos que la subjetividad que conlleva la apreciación del cine se multiplica cuando hablamos de una comedia: el sentido del humor es personalísimo. Es decir: tal vez algunos encuentren graciosas las diabluras de Lolo y las consecuentes reacciones de su madre y su candidato a padrastro. Y si uno busca con buena voluntad, termina encontrando alguna que otra situación que merece una sonrisa. Pero la mayor parte del tiempo se trata de un humor que subestima al espectador, básico, previsible, de una ingenuidad rayana en la tontería.
La historia resulta chispeante, divertida, llena de enredos y posee la buena actuación una vez más como actriz y directora de Delpy. Un guión sencillo pero con una buena edición, flashback, montaje, actuaciones y una buena aventura francesa. Para pasar un buen momento en alguna sala cinematografía que te deja algunas enseñanzas.
No falta ni sobra nada El cine francés no suele ser pasado por alto en Argentina. A pesar de no ser numeroso, tiene un público que acompaña estrenos comerciales o que va a los ciclos/festivales de cine. Este es el caso de Les Avant-Premières, octava edición del festival de cine francés que se presentó del 7 al 13 de abril en Cinemark Palermo, y una de las películas proyectadas es Lolo, el hijo de mi novia (Lolo, 2015). Violette (Julie Delpy) es una exitosa y sofisticada productora de moda que de vacaciones en Biarritz conoce a Jean-René (Dany Boon), un hombre que trabaja en el software de un importante banco que es todo lo opuesto a ella. Es tosco, de pueblo e inocente. Cuando el romance crece y por motivos de trabajo Jean-René debe asentarse en París, la pareja se unirá y él terminará conociendo a Lolo (Vincent Lacoste), el hijo de 20 años de Violette, el cual es un malcriado artista con un Edipo bastante fuerte, que lo llevará a hacer lo posible para destruir la relación de Violette y Jean-René. Escrita, dirigida y protagonizada por Julie Delpy esta comedia pone el foco en una mujer fuerte con su vida hecha pero que le costó formar una pareja luego de que su ex marido la dejase con su hijo pequeño. El guion se desarrolla muy bien a lo largo de la película, hay algunas comparaciones entre la vida en una ciudad enorme como París y los pueblos más pequeños. El humor es bueno pero muchas veces los chistes o situaciones se vuelven repetitivos y solamente se sostienen por las buenas interpretaciones del trío protagonista. Cuando se acerca el final y es hora de que descubrir las fechorías de Lolo, resulta un tanto forzado y todo se encuentra al servicio del personaje, aunque no se aleja de la solidez que tiene. Lolo, el hijo de mi novia es una buena comedia, técnicamente correcta a la que no le falta ni le sobra nada, bastante equilibrada y que otorga lo que promete.
Julie Delpy no solo es una buena actriz, sino que ha demostrado ser una buena directora, especialmente en el rubro comedia. Su doble naturaleza laboral -el cine europeo, el cine de Hollywood- le permite ejercer la ironía sobre tan (aparentemente) opuestos puntos de vista. Aquí es una mujer que consigue un nuevo amor a pesar de que el hombre podría ser el aceite y ella, el agua. Se van a convivir a París después de bucólicos encuentros, pero ella tiene un hijo posesivo que impone el conflicto. Lo que sigue es menos un ejercicio de comedia burguesa parisina que una especie de parodia amable del género, casi como si se lo observara del otro lado del atlántico. Cuando aparece la muchas veces genial Karin Viard (no siempre) las dos son capaces de construir un perfecto dúo cómico de esos que uno quisiera que estuvieran mucho más tiempo en pantalla. El resultado es sin dudas desparejo, pero se puede apreciar una inteligencia mayor de lo que el tema podría ofrecer a simple vista.
La talentosa Julie Delpy -Antes del Amanecer- escribe, dirige y protagoniza esta comedia más negra de lo que parece sobre una parisina independiente pero sin suerte en el amor que conoce a un hombre. Todo parece ir bien, pero el hijo de ella no está dispuesto a irse de casa ni a hacerle las cosas fáciles a la pareja. Como una Woody Allen francesa y con faldas, Delpy parlotea por las calles de París, exultante o al borde del colapso, perfecta en su rol de mujer cegada por el amor… de madre.
La última producción de la actriz devenida en directora (éste sería su sexto largometraje), tiene el grave problema de su casi imposibilidad de ser encuadrado en un género, no es exactamente una comedia, pero tiene humor, no es una tragedia, pues no cumple desde el relato con los parámetros de ese género, tampoco es una comedia dramática, pues no hay una conjunción de ambos géneros. Mientras las acciones se derivan en algo parecido al drama, sus diálogos por momentos son hilarantes, pero la percepción sería que estamos viendo dos películas diferentes, o si se quiere, van ambos por registros distintos. En esto ya juega en forma directa su directora, en doble función al ser también la guionista, pues en la elección estético-narrativa su responsabilidad no se decide por ninguna vertiente. Durante unas vacaciones en Biarritz, en el sur de Francia, Violette, (Julie Delpy) una divorciada y refinada parisina, empujada por la snob Ariane (Karin Viard), su amiga del alma, entabla relación con Jean-René (Dany Boon), un ingenuo provinciano, genio informático, y lo que debía ser una relación de una noche, contra todo pronóstico, termina siendo un idilio que atraviesa el verano. Se enamoran. Pero los inconvenientes se originan cuando Jean-René consigue un puesto de trabajo en un banco de París, recomienza la relación con Violette, y ella le presenta a Lolo, su hijo de 19 años que vive con la madre. El joven será quien hará lo imposible para que la relación de su madre no prospere, atacando una y otra vez a Jean, Lo que deberían ser travesuras para sostener el tono de comedia, son desde el comienzo la estrategia de Lolo para un claro sabotaje con todo lo que el término implica, al mismo tiempo que su sarcasmo se transforma en sadismo y su accionar lo establece en la psicopatía grave. Es en ese preciso instante en que el film constituye esta subtrama, que por impericia o indefinición termina siendo la principal, o paralela, a la idea del romanticismo después de los 40. El punto es que Julie Delpy intenta poner de manifiesto la idea de los hijos adolescentes posesivos como únicos responsables de esa relación enfermiza, sin tomar en cuenta que el vinculo madre-hijo es construida desde un inicio por la progenitora. Digamos que el Edipo no se construye por generación espontánea, hace falta además del hijo, al menos una madre, y la ausencia de un padre, real o no. No profundiza en lo más mínimo en este tema, se limita a muestra las acciones, y ese puede ser otro de sus mayores inconvenientes, nada grave, solo una elección. De estructura clásica, el ritmo de la narración es muy cercano al cine americano al poner de manifiesto las intenciones comerciales del producto, demasiado de formula, pero nuevamente la dicotomía se presenta con los diálogos típicamente franceses. La realización se sostiene por las muy buena actuaciones del cuarteto de actores, sobresaliendo los dos masculinos, quienes terminan por antagonismos siendo los protagonistas. Apoyados simultáneamente por los muy buenos trabajos de Thierry Arbogast en la dirección de fotografía y Mathieu Lamboley en la composición de la banda sonora. Un filme por momentos agradables, que se deja ver y punto.
DELPY CAE EN SU PROPIA TRAMPA Julie Delpy no sólo es una buena actriz, sino también una interesante realizadora, como lo prueba la trilogía conformada por Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes de la medianoche -donde participó en la redacción de los guiones- o films como 2 días en París, donde además de guionista se desempeñó como directora. Por eso Lolo, el hijo de mi novia no deja de ser una pequeña decepción. Hay que decir que el tráiler de Lolo, el hijo de mi novia -o Lolo simplemente, como el título original- hacía presagiar lo peor y lo cierto es que el film en su totalidad está bastante por encima de lo que se podía esperar. Probablemente eso tenga que ver con dos cuestiones: Delpy es una realizadora que suele partir de ideas aparentemente pequeñas que va explorando con mayor profundidad durante el desarrollo del relato, algo que no se ve reflejado en el avance; y encima el film puede ser fácilmente asociado con toda una vertiente de la comedia francesa más masiva, que en general alcanza grandes rendimientos en la taquilla pero exhibe visiones del mundo que son cuando menos superficiales. En Lolo, Delpy parece querer establecer una relación donde juega tanto con la cercanía como con la distancia con la comedia francesa mainstream, como si quisiera deconstruir sus códigos usando sus superficies y esquemas. Para eso, se centra en la historia de Violette (la propia Delpy), una trabajadora compulsiva que se desempeña en el mundo de la moda que durante unas vacaciones conoce a Jean-Rene (Dany Boon), un nerd de la informática y comienza una relación que al principio parece ser pasajera. Pero no, al volver a la rutina, la relación entre ambos crece y consolida, y todo parece ir viento en popa, hasta que empieza, sin prisa pero sin pausa, un obstáculo: Lolo (Vincent Lacoste), el hijo de Violette, quien está obsesionado con sacar a Jean-Rene de la vida de su madre. No es difícil ver que Delpy busca hacer tambalear las estructuras del mainstream francés: ya en los primeros minutos hay un chiste memorable sobre los inválidos y la exitosa película Amigos intocables. Del mismo modo, se va delineando una visión sobre la vida burguesa, el peso de lo laboral y los vínculos materno-filiales que posee unas cuantas tonalidades caracterizadas por la acidez y el sarcasmo: Delpy no ve a la pareja, lo maternal, la juventud o la clase media como instituciones o concepciones a las cuales idealizar y/o rescatar pese a todo, sino como instancias que pueden funcionar como cómodos refugios pero también como trampas de las cuales es complicado salir. En eso, el personaje de Lolo -que en cierta forma es el verdadero protagonista de la película, que por algo lleva su nombre en el título- es la demostración paradigmática: es un ser joven y lindo, que sabe manejarse socialmente, pero que usa esas virtudes de manera bastante oscura, para manipular todo a su alrededor. El problema de Lolo es que su mirada crítica es tan superficial como lo que busca poner en crisis: el film, a pesar de superar levemente la hora y media, tiene demasiados pasajes de estatismo, donde parece no saber qué hacer o decir. Del mismo modo, el conflicto es planteado de manera arbitraria y repentina, y luego desarrollado en base a una repetición de enredos y malentendidos que pronto agotan. Si la idea de Delpy era incomodar, falla en su intento, porque en general no pasa de la indiferencia. En el medio, comete un pecado demasiado importante para el género de comedia: los personajes de reparto aparecen y desaparecen sin una solución de continuidad, quedando difusos y llevando a que el relato sólo pueda sostenerse en el trío protagonista. De ahí que la película, a pesar de los cambios de escenarios, luzca muy aprisionada, con el freno de mano puesto. Quizás lo que le sucedió a Delpy con Lolo es que cayó en su propia trampa: pretende llevarse por delante una estructura genérica, pero no consigue dar el giro disruptivo necesario y queda condenada a repetir lo mismo que cuestiona.
Julie Delpy vuelve al rol de directora luego de Verano del `79 (Le Skylab, 2011) y La condesa (The Countess, 2009). Con Lolo: El hijo de mi novia (Lolo, 2016) elije poner en evidencia las reacciones que tiene un adolescente y posesivo cuando su madre le presenta a su nueva pareja. Durante las vacaciones, Violette (Julie Delpy) conoce a Jean-René (Dany Boon). Lejos de ser un amor de verano, la relación se consolida rápidamente y él se muda por trabajo a París, ciudad en la que ella reside. Pero no todas son rosas: Lolo (Vincent Lacoste), el único hijo de Violette, se muestra contento con la llegada de Jean-René a la familia, pero en secreto comienza a desarrollar un plan con el fin de alejarlo. Delpy consolida una divertida película sobre los lazos familiares y los sentimientos que pueden generarse, tanto positivos como negativos. Los celos de Lolo presentan matices que resultan inusuales, pero que tranquilamente pueden producirse, dado el lugar protagónico que ocupa en la vida de su madre. Y algunas situaciones disparatadas tienen un trasfondo basado en el miedo a crecer y a la soledad. Además, la directora subraya aspectos difíciles al momento de entablar relaciones amorosas, en especial para una mujer divorciada de 45 años. Bromea un poco sobre la edad, aunque detrás del sarcasmo hay trazos de realidad. Con química y buenas actuaciones, Boon, Delpy y Lacoste enriquecen la comedia. Y protagonizan numerosos momentos divertidos que son funcionales al relato. Lolo: El hijo de mi novia presenta un tema con el que el espectador podrá identificarse, ya sea del lado de la madre o del hijo. Entretenimiento más que asegurado, con sello francés.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030