Una propuesta interesante en el debut como director de George Nolfi, guionista de Bourne: Ultimatum. La ópera prima de George Nolfi (también conocido como guionista de The Bourne Ultimatum y Ocean’s Twelve) pone en duda si nuestro destino ya está escrito. Cuenta la historia del candidato a Senador David Norris (Matt Damon) quien al conocer a Elise (Emily Blunt) pone en riesgo el plan que se tiene para él, ahora deberá decidir qué es lo que hará con el resto de su vida. Este tipo de historias con un aire de frescura e inteligencia se agradecen (a pesar de estar basada en un cuento corto de Philip K. Dick), en realidad hace pensar al espectador y logra plasmar una de las dudas existenciales que más llega a vivir el hombre: “¿existe el destino o sólo es casualidad?”. No quisiera meterme mucho en esta cuestión pues prefiero que vean la película y cada quien comience a juzgar por sí mismo. Como decía es la primera película de Nolfi quien ejecuta bastante bien su trabajo, honestamente no es una gran película, pero se acerca y comenzar así no está nada mal. Comienza sumergiéndote al mundo político para después hablarte del hombre, quien no sólo comete errores sino también puede sentir y aquí nos encontramos con el primer bache, al conocer a Emily de inmediato queda enganchado o en otras palabras enamorado, él está seguro de que ella es el amor de su vida y no quiere alejarse nunca, si fuera una película que se desarrolla en la época Shakespeariana lo entiendo y lo creo pero en esta época difícilmente pasará, de hecho durante toda la película es casi imposible entenderlo. El segundo gran problema es el clímax o mejor dicho, la falta del mismo, comienza a tomar fuerza la trama cuando de pronto todo termina ynos deja con la sensación de estar insatisfechos, aún así, con todo y pequeños detalles la película explora lados interesantes. Es una extraña mezcla de romance, ciencia ficción y thriller lo que aumenta el interés y además sesitua en Nueva York y convierte a la ciudad en un personaje más, lo explora y lo explota, algo que se agradece. En cuanto a Matt Damon y Emily Blunt, los personajes están bien logrados, Damon ha demostrado que puede ser un actor versátil y la verdad es que nos encanta verlo en este tipo de papeles, por otro lado debo confesar que Blunt no me parece que funciona como protagonista de películas sigue faltándole un poco de brillo sin embargo como aquí no es protagonista pero sí de los principales queda bastante bien y cumple con su tarea de maravilla. Al estar en la sala de cine es casi imposible recordar Inception, obviamente no se le acerca mucho (no hay comparativos con Nolan, sería imposible) sin embargo el hecho de tratar de historia simples pero que dentro de su simpleza existe la complejidad es simplemente genial. The adjustment bureau o, como se le nombró en México, Los agentes del destino es una película que desde el momento que ves el trailer sabes lo que pasará, aún así es vale la pena verla, es honesta, no pretenciosa y trabajada con calidad, habrá que esperar qué propondrá este recién estrenado director para el futuro.
En su debut como director, George Nolfi (guionista de "The Bourne Ultimatum" y "Ocean's Twelve") presenta un thriller romántico y de ciencia ficción basado en el texto de Philip K. Dick (autor de "Blade Runner", "Minority Report" y "Total Recall", entre muchos otros). Una historia con algo de "Inception", "Matrix" y "Dark City", en donde un grupo de misteriosos hombres con la capacidad de alterar el destino de las personas intentará impedir que un político y una bailarina inicien una relación sentimental. Partiendo de esta premisa, George Nolfi construye durante la primera hora un film interesante y entretenido, con su buena cuota de intriga y suspenso, que cambia el tono y pierde fuerza durante el tramo final con un vuelco romántico y torpe, que se sostiene sólo gracias a la buena química (eso que resulta difícil describir pero que se percibe cuando está presente) de su pareja protagonista y un correcto trabajo de dirección (sobresalen los planos secuenciales durante la persecución de las puertas). "The Adjustment Bureau" es una buena película, pero podría haber sido mucho mejor.
En Adjustment Team (1954), Phillip K. Dick se despachaba con una historia acerca de un ejército de individuos que monitoreaban la conducta de todas las personas, verificando que cumplieran con un plan del destino trazado por una inteligencia superior. En dicho cuento uno de dichos agentes descubría que un perro había ladrado un minuto más tarde de lo previsto, razón por la cual se producía un descalabro en el orden de todo el universo - como p.ej. que la URSS y EE UU suprimían la Guerra Fría y llegaban a un acuerdo de paz -. El individuo se veía obligado a intervenir pero un ser humano - el vecino a la casa donde estaba el perro - presenciaba por casualidad toda la operación, razón por la cual era interceptado y le advertían que no dijera nada, caso contrario produciría una sucesión de cambios mayores en el destino de toda la humanidad. Más de 50 años después la premisa del cuento es utilizada por George Nolfi - guionista de La Gran Estafa y El Ultimatum de Bourne - para despacharse con una historia romántica con ribetes metafísicos. Es obvio que el relato ha sido expandido a proporciones gigantescas para que quepa en una hora y media de duración, y ciertamente queda muy poco de su esencia. Acá Matt Damon y Emily Blunt se conocen, hacen click, y luego el buró del ajuste (como reza el título original) se la pasa impidiendo que la parejita se junte, lo que nos da una hora y media de persecuciones. Pero el resultado final es algo tibio. El problema con Los Agentes del Destino son los tipos del título. Es un gigantesco Deus Ex Machina que el guión nunca termina por desarrollar. Los protagonistas no preguntan demasiado por la naturaleza de esta gente - si eran personas (tienen nombres terrenales) o si son ángeles - ni por los mecanismos que utilizan - por qué usan sombreros; por qué tan importante es cumplir con el plan, y si el destino no encontrará rumbos alternativos; cómo funciona el mecanismo de las puertas, donde abren una y aparecen en la otra punta del planeta, etc -. Incluso en el climax, en donde podría revelarse algo más sobre la naturaleza de esta gente, el libreto decide echarse atrás a último momento. Todo esto termina por convertirse en una agradable comedia romántica que posee una excusa excéntrica y pasada de rosca como la complicación de turno que deben padecer los amantes antes de reunirse definitivamente. Lo mejor que tiene Los Agentes del Destino es la dupla central de Damon y Blunt, que poseen una química fabulosa y actúan de manera excepcional. Es una perfomance relajada y completamente natural. Pero el elemento fantástico de turno - el ejército de individuos que realizan correcciones al destino - está a medio cocinar. Si son ángeles, sería el primer caso en donde actúan contra su naturaleza para impedir la concreción del verdadero amor entre dos personas; si son entidades sobrenaturales inteligentes, deberían saber que el futuro encuentra vías alternativas para cumplir el destino real de las personas. Ni siquiera esto sirve como un caso de laboratorio, confrontando la teoría del determinismo versus el caos y la casualidad. Con todo lo que sabe (y puede anticipar) esta gente, ¿no pueden preveer que Matt Damon va a salirse con la suya?. Los Agentes del Destino es una película ok. Podría haber sido superior si se hubiera decidido a elaborar y expandir la premisa, y no a dejarla como la excusa de turno que atenta contra el romance de los protagonistas. Porque, así como está, sólo han reemplazado al obstáculo tradicional de los filmes románticos (alguna suegra o ex-novia envidiosa del galán de turno) por un ejército de entidades sobrenaturales salidos de la nada y carentes de todo misterio.
El espectador ve la película en forma pasiva, aunque entretenido, pero no llega a engancharse de forma tal como para que se sienta inquieto, emocionado y expectante por ver si esta pareja va terminar junta o no. Además por el ritmo con el que se va desgranando la historia, el final termina siendo...
DICK, (SOBRE)EXPLICADO Y TRASCENDENTE La obra de Philip K. Dick se ha convertido -por las ingeniosas y provocativas ideas de sus "conceptos"- en fuente de inspiración inagotable para una industria ávida de propuestas. En este caso, el guionista de La nueva gran estafa y Bourne: el ultimátum apeló para su debut en la dirección a Adjustement Team, un cuento de 1954 en el que se trabaja sobre la idea de que hay un grupo de superpoderosos agentes encargados de manejar el devenir de la raza humana para evitar que la misma caiga en el caos autodestructivo. Ambientada en la Nueva York contemporánea, Los agentes del destino tiene como protagonista a David Norris (Matt Damon), un chico rebelde de la política que se ha convertido en el legislador más joven de los Estados Unidos pero que corre el riesgo de dilapidar su carisma por cierta tendencia a los excesos. que se enamora de Elise Sellas (Emily Blunt), una ascendente bailarina inglesa. Entre ambos surge una intensa pasión, pero allí aparecerá el "equipo de ajuste" para impedir que la relación prospere. No conviene adelantar nada más. El film tiene ciertos hallazgos visuales, algunos esbozos inquietantes en su mirada existencialista, pero Nolfi cede a una doble tentación que termina por arruinar buena parte del interés: se vuelve didáctico (todo es explicado hasta el detalle) y, para peor, se pone solemne y trascendente. Esa excesiva autoimportancia es la que termina transformando a lo que en principio parecía como un buen entretenimiento con toques de romance, comedia y ciencia ficción en un film pretencioso pero que, en definitiva, termina resultando bastante banal.
David Norris es un candidato a senador con un pasado más que traumático por la pérdida de su familia completa a corta edad, pero con un futuro absolutamente delineado, tanto por él, como por sus representantes de prensa y publicidad. Un error de complejo de Peter Pan (su negación a crecer), y signos de una falta de madurez y alocamiento, produce un fallo en sus cálculos por ganar las elecciones, hecho que desata tal estado de nerviosismo en Norris que se encierra en un baño a practicar su discurso de perdedor. Es allí cuando, de uno de los cubículos, sale Elise Sellas con una botella de champagne intentando escapar a sus problemas. El flechazo es inmediato y el amor no tardará en llegar… Mientras tanto un grupo de personas de traje y sombrero (que parece un detalle menor pero no lo es en absoluto), manejados por un titiritero en las tinieblas, controlan el destino de la humanidad y el caso de los enamorados no será la excepción: existe un plan que se debe cumplir a rajatabla y que trae consigo el designio de que David y Elise deben estar separados. El candidato a senador se dispondrá a dejar todo por su sueño de ser feliz junto a la mujer que ama. El control del destino y el libre albedrío son componentes de temáticas recurrentes en el cine, sobre todo en la industria norteamericana. En este caso, sin mayores innovaciones exceptuando las técnicas en lo que a efectos especiales refiere Los Agentes del Destino plantea un acercamiento a la cuestión de la decisión que avoca a filmes de todo tipo desde un “tomar prestado” con una libertad argumental admirable: Desde los recorridos, pasillos y puertas de la segunda entrega de la trilogía Matrix (The Matrix: Reloaded, EE.UU 2003) y sus juegos edilicios y espaciales, hasta el reprogramming mental de El Origen (Inception, EE.UU 2010), pasando consecuentemente por el mejor, pero no mejor imitado, Amenazar y su intrincado control de la vida y conciencia en Abre los Ojos (Abre los Ojos 1997). Los Agentes del Destino abre el juego a un reproductivo Matt Damon y su constancia en el papel encarnado en Más Allá de la Vida (Hereafter, EE.UU. 2010), y una Emily Blunt que escapa a los roles anteriores para sumergirse en una frívola bailarina con pretensiones liberales e incluso cómicas, que hace agua respecto del avance narrativo. La obsesión y la confusión con el sentimiento amoroso dan que hablar en este nuevo filme de George Nolfi, guionista de otras obras con Damon cual fetiche como en Bourne Ultimatum (EE.UU. 2007) y La Gran Estafa II (Ocean`s Twelve, EE.UU 2004); llevando al protagonista a resolver su complicado pasado y la lucha por un prometedor futuro enfrentando a su vez, el riesgo de perderlo todo por el objeto del deseo. Une cuestión psicológica poco explotada, es el cruce en las decisiones, es decir y que se entienda, Norris deposita su más profundo deseo en Elise contraponiéndose a la posibilidad de perderla y luego del conocimiento del designio de quien escribe la historia, hecho que plantea dudas que contradicen las conductas primigenias de un Damon que no se afirma al perfil de su personaje y se entrega a la dualidad de voces que emergen de su falta de postura. La razón como dominante del sentir, ¿o es acaso lo inverso, aquello que nos desea inculcar el guión y la visión directiva con su nebulosa narración? La falta de empatía define la cuestión, más allá de lo explícito por un off que reafirma o se olvida de reafirmar el camino para que no haya lugar a planteos disímiles e intenta plantarse sobre una de las bifurcaciones que ofrece el progreso de la historia. El miedo al no-entendimiento condiciona lo cinematográfico, circunscribiéndose a la repetición y a la inclusión de diálogos innecesarios que nos apelan al sendero de lo que se deseó materializar. Una vez más, las líneas injustificadas nos remiten al trabajo de Christopher Nolan, quien en su afán por contar intrincados y ornamentados cuentos, termina cayendo en la redundancia inútil que hasta llega a subestimar el entendimiento del espectador, perdiendo terreno en lo plenamente visual, en lo plenamente artístico, en aquello capaz de abrirnos puertas en pasillos oscuros a mundos de claridad fílmica y no por eso cayendo en la media de la dirección “normal”, si es que existe una normalidad. El referente técnico arrastra a una historia que, planteándose al debate previo, podría rendir frutos más provechosos, al igual que la búsqueda del impacto por medio de efectos, crea espacios vacíos que dejan traslucir errores como la presencia del hardware dentro del cuadro. Pero, así y todo, Los Agentes del Destino, no deja de ser una obra entretenida muy “made in Hollywood” que se presta al disfrute simple, sin mucho replanteo a las posibilidades que continúa ofreciendo el séptimo arte.
Las puertitas del señor Damon Mientras miraba la película, me preguntaba cuantas veces la ciencia ficción se mezcla con el romance y el suspenso en dosis de igual peso específico. No muchas, pero afortunadamente esto a veces sucede y es el caso de "The adjustment bureau", interesante film que inspirado en una historia corta de Philip K Dick (recordar que sus trabajos inspiraron Total Recall o Blade Runner), que llega a nuestra cartelera este jueves. Hoy en día, hay que reconocer que las comedias románticas tienen mala prensa debido a la enorme cantidad de mediocres intérpretes que las protagonizan, por lo que "Los agentes del destino", hábilmente, no es presentada bajo esa premisa, aunque contenga una poderosa historia de amor en sus textos. Y es correcto, porque en definitiva, creo que George Nolfi (director y guionista) se las ingenió bastante para integrar con éxito esa línea en comunión con el encuadre del thriller clásico y darle un plus a través de la profundidad del concepto que su mirada aborda: la libre decisión. David Norris (Matt Damon) es un congresista en ascenso que aspira a ser elegido por su estado, Nueva York. En los primeros minutos nos enteramos que todas las encuestas lo daban por ganador en la previa hasta que un periódico presentó una devastadora serie de fotos de una pelea en un bar en la que él fue protagonista. Con las fichas jugadas, el electorado le termina dando la espalda y pierde la posibilidad de llegar a esa banca. Esa misma noche en que es derrotado, David está en el baño de hombres, agobiado y pensando en frases hechas para poder maquillar su derrota. Extrañamente, una bellísima mujer, Ellise (Emily Blunt) sale de uno de los boxes llevando una botella de champagne. Ella se "coló" en una boda y está escapando de la gente de seguridad. Al verse, algo sucede, hay electricidad en el aire y Elise, viendo su preocupación, le recomienda, ser sincero, hablar desde el corazón en este momento tan difícil. Se besan y ella mistriosamente, desaparece, David, movilizado por lo vivido, da un discurso de enorme inspiración y se gana el favor de la gente, hablando con franqueza a sus seguidores quienes lo aclaman a pesar de su fracaso. Al poco tiempo, volverán a encontrarse accidentalmente en un bus, y la conexión se reestablecerá de inmediato: algo les pasa que parecen imantados el uno hacia el otro, por lo que Elise, más relajada que David, le dará su tarjeta con su número para que él la llame. Hasta aquí, es una clásica historia de amor. Pero no. No les contamos que hay, mientras esto sucede, mucho movimiento en la pantalla. Ciertos personajes de traje y sombrero siguen la acción y portan libros con mapas extraños que cambian a cada instante. Hablan de cosas que no entendemos hasta que llega la crisis. Aparentemente, esta pareja que se estaba enamorando no debía volver a encontrarse ya que eso alteraba el plan que debían seguir (esperen, ya explicaremos el porqué) . Este grupo de hombres interviene y captura a David esa misma mañana, en su oficina, a minutos de haber visto a Elise. Lo llevan a un lugar extraño y le cuentan cuál es su trabajo: ellos están puestos por el "director" (chairman) y él escribe los destinos para todos los sujetos. Su futuro ya está escrito y no debe sufrir modificaciones que entorpezcan lo que debe ser. Por ende, debe olvidarse de la mujer que acaba de ver ya que ella representa un desvío de su recorrido y ellos, no lo van a permitir. Son poderosos, leen mentes y se desplazan de extraña manera entrando y saliendo de puertas que conectan toda la ciudad. Tienen habilidades parapsíquicas y pueden alterar la física de algunos objetos. David entiende poco, pero el accionar del "adjustment bureau" es contundente: le muestran su poder y le dicen que de no obedecer, ellos podrán "resetearlo", es decir, quitarle todos sus recuerdos y emociones, bah, hacerle una lobotomía cruel, si es que no acepta la orden de alejarse de Elise. Y lo que era hasta ahí otra (previsible) historia de amor muta en un film de ciencia ficción. David no podrá olvidarse de esa mujer (¿quién podría siendo ella Emily Blunt?), por lo que buscará durante los próximos tres años, dar con ella en una ciudad con 9 millones de habitantes... ¿Cuáles son sus posibilidades matemáticas para encontrarla? Pocas, muy pocas. ¿Existen, en realidad? ¿Cuánto hay de oportunidades reales para aquello que uno desea conseguir desde lo más profundo del corazón? Este y otros interrogantes comienzan a jugar en la historia y a cobrar peso desde el momento que David pierde contacto con Elise. Philip K Dick, pope de la escuela, siempre se destacó porque supo dotar a sus relatos de una notable humanidad, incluso en contextos que trabajan con la despersonalización. En sus escritos, él siempre se inclinó por mostrar al hombre como un ser imprevisible y audaz, capaz de desafiar lo establecido y crear síntesis nuevas partiendo de marcos ya establecidos. El guión que se construyó sobre esa premisa comienza a cobrar temperatura, se enriquece de la óptica y le pone vértigo a la acción... ¿No era que el futuro está programado? ¿Cómo puede David "salirse" de lo que debería vivir y aceptar que ese amor que siente no puede vivirse? ¿Cuáles son los mecanismos de que estos seres se valen para forzar a que los sujetos hagan lo establecido de acuerdo al "plan"? ¿Cuál es la razón por la que existen esos recorridos? O en pocas palabras...¿Nuestros actos, están predestinados? ¿Es posible modificar nuestro patrón de caminos? De ahí en más, nutrido de estos interrogantes, "Los agentes del destino" avanza con el ritmo de un thriller: persecusiones, amenazas, descubrimientos, etc... Se apoya en la puerta que abre en cada espectador (que son muchas en la película!) y crece, generando emoción e identificación a cada paso del camino. Matt Damon y Emily Blunt están muy bien, le aportan mucha química y entrega a sus roles y nunca dejan de creer lo que viven, de manera que el film se vuelve muy fácil de adoptar. El espectador comparte y sufre a la par de los protagonistas la búsqueda por encontrarse (¿quien puede permanecer ajeno a luchar por el amor de su vida?). En ese sentido, la fusión de estos géneros logra peso propio y se ensambla con positivos resultados, "The adjustment bureau" logra un cuidado equilibrio entre todos las líneas y puede mostrar una historia original, inteligente y emotiva sobre el amor, ficción especulativa a la que hay que prestarle atención y no relacionarla con los típicos productos de baja calidad a los que últimamente estamos acostumbrados. No es una obra maestra, pero es una película muy recomendable que abarca distintos públicos potenciales que no saldrán decepcionados luego de haberla elegido. "Los agentes del destino" abren las puertas a un universo rico para el debate filosófico, que además tiene el poderoso plus de hablar de amor, en tiempos en que ese nombre, cinematográficamente, no está en alza. Vale la pena.
¿La suerte está echada? Intrigante thriller metafísico con Matt Damon. La obra de Philip K. Dick ha sido llevada varias veces al cine, desde Blade Runner a Minority Report , pasando por El vengador del futuro , por citar las más famosas. En esos filmes de ciencia ficción, los planteos del autor entraban en perfecta sintonía con un mundo desplazado del real, incorporando fluidamente sus juegos con la memoria, el tiempo y sus típicos mundos paralelos. En Los agentes del destino la situación es más complicada y el grado de credibilidad del espectador al que aspira George Nolfi (guionista de Bourne: el ultimátum ) en su opera prima como director es mucho más alto ya que decide, en su versión muy libre del cuento de 1954 Adjustment Team , ubicar esos juegos metafísicos propios de Dick aquí y ahora. Matt Damon encarna a David Norris, un joven congresista de Nueva York cuya ascendente carrera se cae a pique cuando se publican en la prensa unas fotos comprometedoras de su juventud (bastante inocentes, en realidad). En el momento en que está por dar su discurso aceptando su derrota en una elección, conoce a una bella chica inglesa (la excelente Emily Blunt) que lo seduce de inmediato, llevándolo a cambiar su discurso y renovando su potencial político. Pero eso es sólo el comienzo de una suerte de eventos extraños en la vida de Norris. Primero el espectador (y luego él) descubre la presencia de un grupo de personas, todos con sombrero, que circulan alrededor suyo. Pronto sabremos que son algo así como “ajustadores del destino”, seres con poderes para modificar la vida de las personas y llevarlas a determinados lugares, haciendo que lo que parezca azaroso no lo sea tanto. Para no revelar mucho de la trama, digamos que este grupo tendrá a Norris entre ceja y ceja y harán lo imposible para evitar que se aleje de su trazado destino. Y la chica en cuestión sería un impedimento para ese plan. Pero, claro, Norris sabe de sus intenciones y, enamorado de esa escurridiza mujer, hará lo imposible por escapar de la trama prefijada de su vida. Una mezcla de Bourne y Las alas del deseo , en términos temáticos –más cerca de la primera en su ritmo-, Los agentes... tiene una muy buena y hitchcockeana primera hora, pero de a poco empieza a volverse algo simplona y obvia, y sólo la capacidad de estos “enviados” de modificar la realidad (pueden mover objetos, salir del Central Park y aparecer en un estadio de béisbol, y así) termina siendo motivo de entretenimiento. A favor de la película, la historia de amor que justifica todo el caos que se genera alrededor tiene en Damon y Blunt a dos actores capaces de tornarla creíble y hasta emotiva. Y es eso lo que asegura que, por más simple que se vuelva la supuestamente compleja y filosófica trama (azar versus destino, la existencia del libre albedrío, etc), Los agentes... se siga con interés hasta el final. Eso, y la capacidad de ver qué trucos “mágicos” pueden salir de la literal galera -y de esa suerte de iPad de la vida- que manejan los poderosos “simuladores” de Philip K. Dick.
Explicame que me gusta Los agentes del destino (The Adjustment Bureau, 2011) genera una sensación curiosa, difícil de medir en adjetivos calificativos vinculados a los parámetros de aceptación o no de una película. Es más bien un síntoma de la peligrosa enfermedad generada por El Origen (Inception, 2010). ¿Pandemia de sobre-explicaciones y el subrayado en puerta? La ópera prima del guionista de Bourne: El ultimátum (The Bourne Ultimátum, 2007) y La nueva gran estafa (Ocean's Twelve, 2004), George Nolfi, narra la historia de un candidato a congresista estatal (Matt Damon) a punto de alzarse con el triunfo. Pero su histrionismo y carisma fueron insuficientes: al fin y al cabo la política, en mayor o menor medida, se sigue basando en ideas. Cabizbajo, en el baño se besa con la hermosa bailarina Elise (Emily Blunt), a quien ¿casualmente? vuelve a cruzarse al otro día en pleno viaje en transporte público. Pero unos misteriosos hombres de sobretodo negro empiezan a perseguirlo asegurándole que debe dejar a la chica, que sus caminos no deben cruzarse y que todo fue un accidente. A partir de allí David debe decidir entre dejarla o seguir e intentar torcer los destinos prefijados. No es una novedad que los productores y guionistas de Hollywood se muevan para donde caiga ese maná verde que son los billetes, ni mucho menos sorprendente que el arrollador éxito de El Origen haya despertado un notable interés por historias donde realidad y fantasía se ubican a la par y las alteraciones geográficas y/o temporales son una rutina: a Los agentes del destino le seguirá 8 minutos antes de morir (Source Code,2011) y seguirán las firmas. Lo cierto es que la fórmula de Nolan consistía en transvestir una historia básica en otra compleja, como si la sumatoria ad infinitum de realidades paralelas fuera sinónimo de complejidad formal, “profundidad psicológica” y personajes repletos de “matices. Nolan invertía gran parte del film en largos parlamentos con el único fin de clarificar absolutamente todo, de descabezar cualquier clavo peligroso para la carrocería de su vehículo hacia el éxito. Y lo hacía con un cinismo atroz: dos personajes paseando por el subconsciente, uno preguntando y el otro respondiendo cual lección oral de colegio secundario. ¿Resultado? Dos horas y medias de un loop de paisajes bien disímiles –no sea cosa que alguien se los confunda y se pierda el encanto- y una gran fantochada fílmica. Ese acto de cálculo –de allí el uso del verbo invertir y no “gastar”: aquí hay una retribución a futuro traducida en una montaña de dólares- es también uno de no creencia en la capacidad intelectual del espectador ni en la historia que se tiene entre manos. En todo el film se percibe el terror a que no se entienda o que en algún momento la narración se disperse tanto que el público se desconcierte. Y un público desconcertado es un público infeliz. Y un publico infeliz, no paga. Nolfi ejecuta un plan similar: quiere juguetear borgeanamente (o dickeanamente: el film está basado en el cuento de 1954 Adjustement Team de Philip K. Dick) con lo inconmensurable de la vida, la alteración del tiempo y la transportación física mediante portales, pero se apoltrona en la sobre-explicación y la comodidad de lo sabido. En uno de los plot point, David le cuenta a Elise qué está pasando y por qué lo persigue encapotados hombres de sombrero. Lo curioso es que lo hacen mientras corren desesperados abriendo y cerrando puertas, recorriendo Estados Unidos de norte a sur y de este a oeste, quitándole cualquier vestigio de verosímil. Como si lo primordial fuera la secuenciación lógica de los hechos y no los hechos en sí. Es un ejercicio interesante pensar qué hubiera sido de este film en manos de Richard Kelly. Si en Donnie Darko (2001) y La caja mortal (The box, 2009) edificó mundos caprichosos e inexplicables donde los hechos se suceden sin un ápice de explicación tranquilizadora y regidos exclusivamente por el arbitrio de esa lógica, Los agentes del destino no da puntada sin hilo y vacila ante cada paso. Ok, La caja mortal paga su ambición con irregularidad y un posicionamiento por sobre los personajes peligrosos, pero lo hace contraponiendo su cosmovisión con la del espectador. Nolfi no, lo que convierte a Los agentes del destino una película que no es buena ni mala. Es inocua.
Los agentes del destino es una película extraña. Comienza como un drama centrado en la política y cuando menos lo esperás da un vuelco rotundo a la ciencia ficción y el romance donde el espíritu de los filmes de Frank Capra (Que bellos es vivir) por momentos está presente. La historia estuvo inspirada por uno de los primeros cuentos que escribió Philip K Dick, The Adjustment Bureau” (1954), de cuyas obras surgieron también películas como Blade Runner, Minority Report y El Pago, entre otras. Este film con Matt Damon casi no tiene nada que ver con el relato de Dick salvo por el hecho que toca las temáticas del destino y el libre albedrío. La película se aleja de las teorías conspirativas sobre los que consideramos que es la “realidad”, para centrarse en el hecho que la humanidad se encuentra constantemente observada por una misteriosa corporación de ángeles que intervienen cuando las personas se desbandan en la vida. Este film levanta el nivel de lo que fueron las últimas producciones románticas de Hollywood, donde los repetitivas historias con Kate Hudson y Jennifer López terminaron por aburrir ya que son siempre lo mismo. Los agentes del destino remite un poco a las viejas historias románticas de Hollywood con un guión inteligente, que tiene sus giros sorpresivos y no cae nunca en situaciones melosas o sentimentalistas. Matt Damon y Emily Blunt tiene muy buena químicas juntos y llevan muy bien sus personajes en la historia. La ciencia ficción y el romance no siempre van de la mano, pero en este caso la película funcionó y brindó una historia entretenida.
Error de cálculo Algunos relatos del escritor Philip K. Dick han sido llevados a la pantalla grande con resultados adversos y muy dispares. Por caso, Blade Runner sea entre otros proyectos -como El vengador del futuro o Sentencia previa- la más completa y acertada traspolación del universo de este autor de ciencia ficción. Es por ello que Agentes del destino (pésima traducción local para The adjustement bureau) es más que una sencilla película que mezcla acción con historia de amor como anticipa el trailer de promoción, más allá de torcer el rumbo del relato hacia ese cómodo lugar explotando las figuras de Matt Damon y Emily Blunt que se la pasan corriendo por las calles de Nueva York. Fiel a los tópicos del escritor, el elemento fantástico dominante no es otro que el tiempo y su cara menos visible: las causalidades y las casualidades. De ahí la confrontación básica con la idea de lo predestinado como parte de un plan universal en constante tensión irresuelta con la libertad, el libre albedrío y la voluntad, expresada en lo que se hace y se deja de hacer por amor. Ese coctel de ideas bien trabajadas por el guión de George Nolfi, quien también debuta en la dirección, eclosiona en la apacible vida de David Norris (Matt Damon), un joven y pujante aspirante a senador de Nueva York que por un desliz de su vida personal pierde las elecciones y su carrera política se ve seriamente afectada (cualquier similitud con la vida política de un saxofonista que gustaba de becarias horripilantes es mera coincidencia). Sin embargo, en el mismo instante que ensaya su discurso admitiendo la derrota conoce a una sensual joven, Elise Sellas (Emily Blunt), aspirante a bailarina profesional, por quien siente una terrible atracción pero un hecho fortuito los obliga a separarse y pierde el rastro de ella. En paralelo, un grupo de hombres con sombrero (símil Hombres de negro) ultiman detalles para proseguir con un plan, cuyo encargado Harry tiene encomendada la tarea de provocarle a Norris un accidente doméstico en una hora y lugar exactos. Pero eso no pasa y entonces el protagonista vuelve a encontrarse con su musa Elise en un medio de transporte hasta que otra vez se separan al llegar a destino pero esta vez promete contactarse. Su decisión de volver a verla interfiere directamente con los planes de los hombres del sombrero que no tienen otro remedio que amenazarlo con un reseteo completo de su memoria si es que persiste en su búsqueda desoyendo que el destino no los quiere juntos. Sin anticipar más que esta introducción -por obvios motivos- puede decirse que la compleja trama incorpora a esta sencilla historia de amor imposible varias capas de subtramas que paulatinamente irán desnudando la idea del título original: existen unas personas encargadas de mantener las coordenadas espacio temporales para que las cosas se produzcan y los destinos de cada uno se cumplan a rajatabla. Sin embargo, paradójicamente no se puede controlar todo y a todos en cada segundo por lo que se debe ajustar el devenir y al mismo tiempo anticiparse a los cambios. En esa lucha contra el tiempo y la predestinación se involucra Norris y su persistencia de ir contra los mandatos que le ordenan detenerse en lo que podría simbolizar nada menos que la batalla existencial de un individuo contra todos aquellos preceptos que lo determinan como tal y coartan su margen de decisión cuando eleva la apuesta a la autodeterminación. Lo más interesante de la propuesta es el despojo de maniqueísmos en la construcción de los personajes dado que no hay villanos o buenos que libren una guerra sino dos modelos filosóficos en pugna pese a un simplismo referencial poco feliz con la concepción de un Dios que mueve sus piezas en un gran tablero.
Los ángeles del FBI David Norris (Matt Damon) es la joven promesa de la política estadounidense, pero un diario hace mella en su carrera al publicar en tapa una foto impropia para alguien que pretende ser senador por Nueva York. Mientras David ensaya el discurso de la derrota en el baño de hombres del hotel donde montó su base de operaciones, una bella muchacha sale de uno de los cubículos. El flechazo es inmediato, y así como la chica apareció de la nada, desaparece corriendo por los corredores del hotel. El encuentro con Elise (Emily Blunt) no fue casual sino algo programado por miembros de la "Oficina de Ajustes", sujetos dedicados a hacer cumplir el "plan" que su "presidente" trazó para cada uno en este planeta. Estos "agentes del destino" son los responsables de que las personas olviden sus llaves o derramen café en sus camisas para ajustar el tiempo y evitar o provocar algo en su futuro. Lo cierto es que Davis no debía volver a ver a Elise, pero un agente comete un error y el encuentro se da, en un colectivo. Lo que sigue es, una vez más, la exposición de que el amor es más fuerte que todo destino trazado por quien sea, aunque se trate de agentes poco angelicales y más bien gubernamentales de un burocrático ser superior. La presencia del veterano Terence Stamp, más la siempre efectiva actuación de Damon, no alcanzan para salvar una propuesta que no acaba por definirse y termina a mitad de camino entre una comedia de Disney y una oscura relectura sobre el libre albedrío.
A los humanos no se les puede dejar libertad para que decidan qué hacer con sus vidas. En general, cada vez que se les dio esa oportunidad, lo único que hicieron fue llenar el mundo de calamidades, como lo ha comprobado la misteriosa fuerza sobrenatural que, según esta especie de fábula metafísica libremente basada en un relato de Philip K. Dick, asigna un destino para cada uno y no admite desvíos ni rebeliones. Para eso cuenta con un ejército de agentes (¿ángeles?) que andan entre los mortales y los vigilan de cerca para que nadie se aparte un milímetro del libreto que el ser supremo, el presidente o comoquiera que se llame, escribió para cada uno. Por supuesto, nadie sabe que todo ya está escrito, pero nunca falta el que ignora las señales del destino y pretende elegir su propio rumbo. Entonces entran en acción estos poderosos agentes de riguroso sombrero que abren puertas prodigiosas (comunican, por ejemplo, el Museo de Arte Moderno con la Estatua de la Libertad) y utilizan todos sus poderes para que el rebelde retome su ruta. Debe suponerse que se les presta especial atención a los destinos excepcionales y el de David Norris lo es. Político carismático de extracción popular (puede vislumbrarse para él un futuro presidencial), justo cuando acaba de perder una banca en el Senado, se cruza por casualidad con una desconocida (bailarina ella) que lo enamora instantáneamente. Se comprende, porque parecen hechos el uno para el otro y además hay muy buena química entre Matt Damon y Emily Blunt (tanta que las escenas que comparten son el principal atractivo del film). Pero no son ésos los planes que fueron previstos para Norris, y la película entera se dedica a describir la larga batalla que libra este romántico incurable contra los poderosos agentes que lo alejan del objeto de su amor y levantan infinidad de obstáculos para impedir el encuentro. No importa: él insistirá. Ya se verá si el amor es tan fuerte como para reescribir unas páginas del libro del destino. Determinismo versus libre albedrío es el tema, y resulta tan prometedor en un comienzo como decepcionante después, cuando el film se vuelve solemne y errante (a veces también un poco tonto y otro poco sentimental) y cuando la fantástica condición de los extraños agentes exige demasiadas (y engorrosas) explicaciones que Nolfi detalla con entusiasmo.
Elige tu propio amor Los agentes del destino es un film romántico dentro del envase de un film de ciencia ficción. La propuesta es interesante y no debe llevar a error a la hora de evaluar a que género pertenece la película. Los amantes de la ciencia ficción encontrarán elementos más que interesantes –el guión está basado en una obra de Philip K. Dick, además–, pero quienes deseen ver un film romántico obtendrán más de esta película. Poco importa la lógica del guión y de los hechos que narra el mismo, sin embargo, y por tratarse de un film lleno de escenas sorprendentes, no es correcto adelantar aquí nada del núcleo del argumento. Un polémico pero popular candidato a senador conoce a una joven bailarina inglesa (carismáticos como siempre Matt Damon y Emily Blunt) y entre ellos surge una atracción que entra en colisión con un plan más grande dictaminado por fuerzas mayores. La alteración de ese plan será la excusa argumental que le dará tensión y suspenso a la película, pero ese no es el tema del film. Los agentes del destino trata sobre la irracionalidad del amor y la pasión, y de cómo esto cambia el destino de las personas, más allá de cualquier lógica o sentido común. Habita, pues, detrás de esta historia de fantasía, una mirada y una reflexión sobre la fuerza del amor contra todo lo que el universo le opone. Sin duda el film romántico se sirve de la ciencia ficción aquí para realzar de forma visible sus metáforas, algo muy propio del género de ciencia ficción, donde cualquier idea que expone es a través de elementos concretos de la trama y no de abstracciones. Así, el destino está materializado y representado literalmente por personas y objetos. Esto hace que la película sea apasionante y entretenida, sin que por eso deje de ser inteligente ni que pierda el espacio para la reflexión del espectador. Está en el corazón mismo del romanticismo, pensar que el amor entre dos personas es motivo suficiente para intentar desafiar a todas las fuerzas del mundo, no importa que tan gigantescas y omnipotentes parezca. No se da muy seguido, pero Los agentes del destino tiene la capacidad de aunar al público de las películas románticas y al de las de acción y ciencia ficción. Y el altísimo suspenso que logra el director George Nolfi le imprime al relato se ve potenciado por la intensidad de los sentimientos que la película posee. Todo esto en el marco de la ciudad de New York, filmada con la misma pasión que tiene la pareja protagónica.
Magnífica fantasía sobre cuento de Dick Los encuentros casuales, pérdidas y hallazgos inexplicables de algún objeto, embotellamientos que parecen surgir de la nada, y la falta de Internet o señal de un celular o un teléfono que da ocupado, entre muchas otras señales, tienen una explicación específica en el universo de Philip K. Dick. En su cuento «The Adjustment Bureau» hay una especie de burócratas controlando a la gente para que no se desvíen de un plan establecido previamente por un ser superior. Esto lo descubre un joven candidato a senador interpretado por Matt Damon, cuando por error de uno de estos «agentes « del destino todo el plan queda expuesto en peligro, permitiendo el segundo encuentro fortuito entre el protagonista y una bailarina que actúa inmediatamente como si fuera a ser la mujer de su vida. El joven político parece estar de acuerdo con este sentimiento, pero lamentablemente el plan es otro, y todo tipo de trucos serán utilizados para que no puedan estar juntos. Los relatos de Philip K. Dick suelen tener conceptos profundos y diferentes de todo lo conocido, dejando por otro lado un amplio rango de posibilidades para hacer el guión de una película; en este caso las ideas del autor de «¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?» (es decir, la novela en que se inspiró «Blade Runner» de Ridley Scott) dan lugar a un relato romántico, ciento por ciento original, que rompe con las estructuras a las que nos tiene acostumbrado Hollywood, al punto de que el único defecto que puede tener el film es la imposibilidad de adivinar en qué dirección se va a disparar una trama sólidamente escrita a partir del muy ingenioso cuento corto. Productor de la última de las «Bourne», el director debutante George Nolfi se valió de un maestro de la fotografía, como John Toll, para generar imágenes alucinantes y un ritmo endiablado, sin apelar a las típicas escenas de acción que servirían para otra película pero no para esta historia que transcurre en varias dimensiones simultáneas. Contada con un estilo clásico que se extraña en el cine actual, «Los agentes del destino» está muy bien actuada por la consternada pareja protagónica, aunque el que se roba la pelicula es el veterano Terence Stamp en el papel de uno de los agentes más implacables a la hora de defender el plan original.
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Anexo de crítica: A pesar de sus buenas intenciones, Los Agentes del Destino (The Adjustment Bureau, 2011) no funciona ni como drama romántico ni como thriller de ciencia ficción debido a la torpeza del director y guionista George Nolfi. Sin dudas lo mejor de la propuesta pasa por la participación del gran Terence Stamp y la química entre Matt Damon y Emily Blunt: la levedad general y la poca garra del relato no se condicen para nada con la obra de Philip K. Dick…
Philip K. Dick made in Hollywood ¿Cómo convertir una pesadilla paranoica en comedia naïf? A la hora de la paranoia, nadie como Philip K. Dick, que empezó imaginando persecuciones descabelladas y terminó dándolas por ciertas. Para el experimento qué mejor, entonces, que recurrir a un cuento suyo. Un cuento como Adjustment Team, pongámosle, uno de los primeros que escribió. Allí un tipo cualquiera descubre, un día, que lo que hasta entonces llamaba “normalidad” es en verdad un destino digitado y regido por fuerzas oscuras. Se toma el cuento, se lo tritura en una procesadora marca Hollywood y se obtiene una pasta que contiene una pareja enamorada, ángeles, un político buena onda y apelaciones al libre albedrío. Se le pone por nombre The Adjustment Bureau o Los agentes del destino y se la sirve. ¿Es absolutamente indigesta la pasta? No, porque contiene algunos ingredientes nobles, que vienen en parte de la receta original y también de la lectura que de ella ha hecho el cocinero. Escrita y dirigida por George Nolfi, autor de Bourne: el ultimátum y La nueva gran estafa, lo mejor de Los agentes del destino está, por lejos, en su primer tercio. En ese tramo la película produce un extrañamiento considerable, producto de la combinación de elementos antitéticos. Primera reconversión brutal del cuento original, el protagonista, que allí era empleado de una compañía, ahora es un político. David Norris (un Matt Damon inesperadamente descontraído) no sólo es el más joven candidato a senador de la historia de Nueva York, sino también el más quilombero. Alguna vez se agarró a trompadas en algún bar, alguna otra vez mostró el culo en público. Inaceptables para el puritanismo que rige la vida pública estadounidense, ninguno de esos deslices parece preocupar demasiado a Norris, a quien ni las peores derrotas políticas impiden fiestear. Esa despreocupación del protagonista tiñe la película de una suerte de alegría pop, que no es lo más usual cuando de cuestiones políticas se trata. El pop deviene comedia screwball cuando Norris conoce –en el baño de caballeros del Waldorf Astoria– a una bailarina clásica (la muy adecuada Emily Blunt), tan resuelta y avispada como Katherine Hepburn en La adorable revoltosa. Al mismo tiempo, a su alrededor se trama una conspiración celestial. ¿Son ángeles acaso esos tipos encabezados por el genial John Slattery, de la serie Mad Men, que más parecen agentes de la CIA a punto de borrarle la memoria, tema dickiano por excelencia? ¿Qué es esa libreta que usan, en la que el destino humano se presenta como un diagrama de GPS? ¿Cómo pega todo eso con la historia entre Norris y la bailarina? No pega. Mucho menos cuando la love story fantástica-conspirativa muta a fábula con mensaje, con Norris debatiendo sobre Dios, los hombres y el libre albedrío con una suerte de asesino a sueldo o reprogramador angelical. Reprogramador a quien Terence Stamp interpreta, como siempre, con su mejor acento british y sin una sola arruguita en su impecable traje de seda.
No es extraño que Phillip K. Dick sea uno de los autores favoritos del cine. “Blade runner”, “Minority report”, “El vengador del futuro” y muchas más películas se basan en sus textos. En todos, aparece la idea de un mundo real y otro ilusorio, de la relación entre lo que vemos y lo que es verdad, así como de la participación de una voluntad que nos supera y que nos condiciona. Los agentes del destino toma ese tema -que en Dick era metafísico- y lo transforma en físico. Aquí hay un hombre -Matt Damon- a punto de ser electo senador y que se enamora de una chica -Emily Blunt- que, según dicta un plan secreto y aterrador, no debe ser para él: una organización secreta, fantástica, tratará de impedírselo. Lo que hace el dotado guionista y aquí debutante en la dirección George Nolfi es centrarse en la anécdota, construir la historia a partir de pequeños detalles y de una puesta en escena precisa, e introducirnos en un thriller de acción de características fantásticas muy logrado. No hay secuencias de acción “de más” para lograr el puro impulso físico, sino el suspenso de cuño hitchcockiano (Hitchcock es una referencia clara en este tipo de films paranoicos) que nace de creer en los personajes. No sólo los protagonistas parecen personas que existen en la realidad -primer deber del actor- sino también el villano, encarnado por el siempre genial Terence Stamp (que da miedo, realmente). El film, al no pretender más que contarnos un buen cuento, logra recordarse y vibrar más allá de la salida del cine.
El amor sobre todo Bourne: el ultimátum, aquel electrizante cierre de saga, tuvo entre sus guionistas a Tony Gilroy y George Nolfi. Más allá de la calidad de Paul Greengrass en la dirección, un tipo que es dueño de una fisicidad que trasciende la pantalla del cine, como un Michael Mann pero mucho más dinámico y rítmico, es indudable que la narración se sostenía sobre un guión maravillosamente estructurado, dueño de un nervio particular. Había que filmarlo, nada más. Por eso, no es de extrañar que tanto Gilroy como Nolfi hayan saltado inmediatamente a la dirección, aunque con logros disímiles. En primera instancia, Gilroy dirigió Michael Clayton y Duplicidad, si bien dos películas interesantes, también un poco deudoras del vicio del guionista, constantemente melladas por una adicción hacia el diálogo excesivo que rompía cualquier posibilidad de fluidez narrativa. También, eran un poco serias, por no decir solemnes, en su tratamiento, algo que sobresalía especialmente en Duplicidad, donde las cosas debían tener ritmo de comedia veloz. Como si hubiera estado atento a estas cuestiones, llega ahora el debut en la dirección de Nolfi, una historia de amor envuelta en relato de ciencia ficción que no tiene miedo en ponerse ridícula y hasta conformarse con ser un entretenimiento sin mayores pretensiones. Los agentes del destino parte de un cuento corto de Philip K. Dick, ese tipo al que Hollywood le debe ya demasiado y cuyas historias de ciencia ficción paranoica han sido territorio sobre el que navegaron nombres como los de Ridley Scott, Steven Spielberg, Paul Verhoeven, Jon Woo o Richard Linklater. Los relatos de Dick tienen una extraña condición: si analizamos la variedad de nombres y talentos que los han llevado a la pantalla, permiten una total libertad en la adaptación, son dueños de una versatilidad tal que conciben de la misma manera el apunte filosófico como la más prosaica historia de aventuras. De lo primero (reflexión) hay algo en Los agentes del destino, aunque Nolfi prefiere centrarse más en lo segundo (la aventura) y, llamativamente, ir al hueso del relato y dejar en claro que lo que importa es el romance entre el congresista David Norris (Matt Damon) y la bailarina Elise Sellas (Emily Blunt). El asunto es el siguiente: Norris (un Damon genial, hitchcockniano en su perfecta condición de inocente puesto ante una trama enrevesada) está a punto de ser elegido senador, pero la aparición de unas fotos suyas hacen que los votantes den un paso atrás en su elección. Tras la derrota, se cruza con una misteriosa dama, la cual lo incentiva para su discurso asumiendo la derrota, lo que hace que su figura vuelva a crecer en las encuestas. Pero, fundamentalmente, deja en evidencia la soledad en la que se ve inmerso el pobre muchacho, la cual podría ser derrotada por la presencia de Elise (Blunt, con esa mezcla de sensualidad con ingenuidad, tan clásica de Hollywood). Y es ahí donde entra a jugar un misterioso grupo de sujetos, lookeados elegantemente con sombrero respectivo, quienes tienen el poder de mover cosas y de recorrer grandes distancias nada más que atravesando puertas, quienes se le aparecerán a Norris para confesarle que ellos manejan el destino de las personas, que casi no hay lugar para improvisaciones o casualidades, y que la bailarina no está en su futuro, no es parte del plan. Si sigue empeñado en eso, destruirá sus sueños y los de ella. Así como suena, la cosa parece demasiado importante o seria. Y algo de eso hay en el relato, que juega a parecer una cosa pero ser otra, reflejada como en espejos: por un lado, con sus líneas de diálogo dichas de manera solemne y un aspecto urbano distante y despersonalizado, Los agentes del destino parece una de esas películas que están preparadas para decir algo relevante sobre el mundo. Por otra parte, toda su trama de ciencia ficción (digna de un capítulo de La dimensión desconocida) conduce el relato con suspicacia y hace que el espectador esté atento a los pliegues, mientras lo que se va revelando y desplegando progresivamente es un corazón dueño de un romanticismo exacerbado, el cual queda al descubierto simplonamente en el final, donde se revela que el misterio eran pamplinas (¡aprendé Nolan con tu “origen” soporífero!). Nolfi, a diferencia de un Gilroy, no tiene miedo en reducir la complejidad del asunto y su mecanismo de guión ante la evidencia: una pareja que se ama tan profundamente. Claro que Los agentes del destino se estira un poco, y eso le hace perder parte de la electricidad que el film había generado a partir de construir sabiamente un misterio que parece imposible de resolver. Sin embargo, que el film se desarme ante una idea ridícula y grasa como la de los amantes que pueden más que todo porque se aman y se quieren profundamente, por cierto, se entronca de una forma sorprendente con el cine que Hollywood hacía hace unos 60 años. Los agentes del destino tiene la convicción de aquel cine que podía unir a diferentes públicos, pero no con un concepto multitarget para venderle muñequitos, sino con la idea de que somos relato y que las historias se pueden encontrar en cualquier lado, y pueden seducir a todos. Si a eso se suman algunos apuntes interesantes sobre la política, el poder y la necesidad del amor en una sociedad cínica, estamos ante una pequeña y grata sorpresa de la cartelera de este año.
Bien. La opera prima de George Nolfi comienza con flashes e inserts de la meteórica carrera de David Norris (Matt Damon), un joven aspirante a congresista por Nueva York, con un enorme talento para ser popular y uno igual para arruinarlo todo al no medir las consecuencias de la exposición pública. El día en el que pierde la elección por goleada, David decide hacer un alto en el baño del Waldorf Astoria, en donde ensaya el discurso de acepción de la derrota. Se pasa un rato ahí. Digamos 6 tomas de Damon pensando, parado, sentado, otra vez parado, dando vueltas y hablando en voz alta. Luego, de uno de los compartimentos del baño sale Ellise (Emily Blunt), no sabemos si por estar apurada o harta de escucharlo hablar solo. Ella explica que está ahí porque se coló en un casamiento pisos arriba, algo que no le cayó nada bien ni a la gente de seguridad, ni al espectador reticente a situaciones “tiradas de los pelos”. Hablan un poco. Se miran. Se enamoran. Quedan en verse pronto. Hasta aquí la historia tiene todas las características de un romance clásico (bien filmado y con una excelente química entre ambos actores); pero aparecen tres sujetos de traje y sombrero en la terraza del edificio que están preocupados por lo que sucedió en el baño. Consultan un cuadernito y se miran consternados. Resulta que esta gente trabaja para alguien a quién ellos llaman “El jefe” (usted y yo llamémoslo Dios, aunque el film se ocupa específicamente de evitar la mención de ninguna religión) El cuaderno que tienen en sus manos es el libro en donde El Jefe escribió el destino de todos los habitantes del planeta Tierra. Para los ojos del espectador lo que se ve en el cuaderno parece un plano de cañerías más que el del designio de la humanidad, pero ellos lo entienden. Claro, cuando algo de este plan se altera, los agentes entran en acción para volver a encauzarlo. Por ejemplo, David y Ellise no deberían haberse encontrado jamás, por eso invitan al joven a olvidarse de ella bajo amenaza de borrarle la memoria completa. No se ofenda si llego hasta aquí con la trama; pero no quiero alterar su destino como espectador, aún si el plan urdido por el guionista y concretada por el director se caiga a pedazos. El tema principal de esta realización es (o quiere ser) la confrontación del concepto bíblico del libre albedrío versus el supuesto plan que tiene El Jefe. Aquello de que “todo está escrito”. A mí el tema me pareció interesantísimo e intrigante y de hecho el director sabe llevar muy bien la introducción de la historia, justo hasta las puertas del desarrollo. Durante el mismo da la sensación de que la idea le quedó demasiado grande. La justificación elegida por el guionista para desatar el conflicto entre ambas posiciones (y el deseo de David y Ellise de seguir viéndose) es la casualidad. Simplemente los agentes (por más poderes y recursos que tengan) no pueden controlarla, con lo cual tener ese cuadernito del destino es como tener la guía “Filcar” sin las líneas de colectivos. En lugar de ir a fondo con la propuesta y desarrollar su planteo filosófico, el film derivó en una simple historia romántica, con mucho caramelo chorreando de la pantalla y el “original” mensaje de que el amor todo lo puede. Salvo los rubros técnicos, “Los Agentes del Destino” queda como una excelente idea de la que el director no quiso (o no supo) hacerse cargo.
Los Agentes del Destino (The Adjustment Bureau) es una película correcta. Cuando hablo de esta corrección me acerco a la idea de lo bueno y lo malo que lleva asociado, porque es claro que entretiene, hay buenos actores, desarrolla una historia de amor en clara lucha contra el destino, posee esa onda vintage tan bella que resucito con maestría la serie Mad Men (uno de los agentes es de los principales de esa serie, el gran John Slattery), y que esta esa sensación de control total representado por este buró de agentes estilo CIA que expresan el espíritu paranoico de Philip K. Dick. Si hasta tenemos como gancho el poster de Matt Damon corriendo en claro recuerdo de la saga de Bourne! (el director fue guionista de la última de ellas) . Pero cuando vamos recorriendo la película también está una historia que nunca termina de despegar, actuaciones que no sorprenden, arbitrariedad en ciertos actos (siempre justificados por una orden desde la autoridad superior que a modo Kafkiano, es imposible de encontrar) y parlamentos trascedentes, por demás pretenciosos. En esta ponderación puede que salga ganando, pero es que esta suma no importa demasiado porque el cine es más que una ecuación... y principalmente porque la química de Emily Blunt y Matt Damon nunca termina de cerrar, no logran crear una mística o un enamoramiento convincente a la altura de este amor "único y de toda la vida". ¿Ese hombre abandona todo su supuesto destino de grandeza por ella? ¿Así de simple? (y eso que por Emily, más de uno lo haría). No termino de creerlo, en realidad, no se lo creo a ellos. Entonces no gana la emoción ni la simpatía, y eso, es fatal. Porque ese motor que es el luchar contra el destino (obstáculo más grande que la vida misma), la gracia de los agentes y la fantástica persecución vía sombreros abre puertas (que no dejan que decaiga el relato y están más que bien) nos transmite la sensación de que el director George Nolfi sabe lo que hace, pero cuando vira hacia la filosofía trascendental, y la pretensión le gana a los gestos y al silencio, la película se vuelve bastante torpe y solemne. Y si además ante tan difícil empresa, ante la lucha contra Dios (o quien sea) y su séquito de men in black uno decide resolverla con obviedad y sin un ápice de épica... Nos terminamos sintiendo perdidos en las calles de esa ciudad tenue, ajena y apática.
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PERO EL AMOR ES MÁS FUERTE Resulta interesante el planteo de pensar que existe un destino escrito para todos los mortales y que, al margen de creer que tenemos decisiones propias, nuestra vida ya fue determinada previamente y el destino se antepone a la voluntad. David Norris es un congresista y durante la noche de su mayor derrota política conoce a Elise, una joven bailarina, que levanta el ánimo del alicaído político. Es un encuentro muy casual, inusual, en el que se enamoran a primera vista; y, aunque el destino sólo preveía ese único encuentro entre ellos, vuelven a cruzarse casualmente unos días después en un autobús, lo que hace que continúen su primer acercamiento. Es por ello que, habiendo desafiado a la suerte, los oficiales del bureau de ajustes (los agentes del destino del título local, con sobrios trajes grises e infaltable sombrero años 50s) están facultados para encauzar la vida de David, en la que se supone que la pareja no prolongue su relación. Estos agentes están acreditados para recorrer el mundo y, si alguien se sale del plan que tiene trazado, se encargan de ajustarlo para encaminar su destino. Reavivando una relación que no debería existir, David se enfrenta a estos agentes, que intentarán por los medios necesarios, alejarlo de Elise. Durante los siguientes años, el político tratará de ser más listo que este grupo de hombres que manipulan el destino, arriesgando su vida y el destino de la bailarina. Es uno de los mayores retos sentimentales para Matt Damon y Emily Blunt, y todo gira en torno al romance entre ellos. Pero lamentablemente no es cuantiosa (como debería) la química que se genera entre ambos, y eso descuenta puntos para lograr algo de identificación con la historia. Si bien comparten diálogos algo ingeniosos y chispeantes, no se ven tan amalgamados como nos gustaría. "Los agentes del destino" fue escrita para la pantalla y dirigida por George Nolfi (guionista de “La Nueva Gran Estafa”, co-guionista de “Bourne: El Ultimátum”) y está basada en el cuento corto Adjustment Team de Philip Dick (El Vengador del Futuro, Sentencia Previa, Blade Runner). Hay gran presencia de escenarios naturales de la ciudad de Nueva York: la azotea del 30 Rockefeller Centre; la Biblioteca Pública de Nueva York; el histórico Edificio de Aduanes en Manhattan; el Hotel Waldorf Astoria; el campo del Yankee Stadium; entre otros tantos. Con buenas secuencias de acción e interesante uso de los FX (especialmente el uso del chroma key) el filme no es de lo más redondo, pero plantea un tema interesante, mezclando acción, romance y un poquito de reflexión sobre desafiar el camino que, supuestamente, tenemos trazado de por vida.
Diferencias (primera entrega) Agentes del destino, primera película como director del hasta ahora guionista George Nolfi, muestra a Matt Damon ir y venir, moverse intrépidamente por Nueva York, correr por puertas secretas y desafiar eso de “contra el destino nadie la talla”. Esta es otra película, como La doble vida de Walter, que sabe que los riesgos de coquetear con el ridículo (basada en un cuento de Philip K. Dick, la historia trata de que hay agentes, con sombrero y todo, que ajustan ciertos detalles para que la gente llegue al destino que alguien diseñó para ella) hay que evitarlos a puro convencimiento. Y si La doble vida de Walter parece querer compensar la decisión de contar una oscura historia extraordinaria con una más convencional, clara y lineal (y ahí se deshilacha); Agentes del destino abraza el mundo que elige contar y lo hace con convicción y consistencia, descansando en las espaldas del que probablemente sea uno de los mejores actores de la actualidad: Matt Damon, quien con una mínima caída de hombros puede cambiar el tono de su personaje (como ya lo había demostrado en Más allá de la vida) y que sabe que el gesto cinematográfico por excelencia es el de la contención. Al elegir no desviarse, al tensarse con electricidad narrativa y jamás apelar a pirotecnia alguna (esta es una película trabajada y no holgazaneada, no tiene falsos atajos), Agentes del destino puede permitirse no pocos apuntes de especial lucidez sobre la política, las burocracias y los desplazamientos por las ciudades. Suele ser así: las películas convencidas y orgullosas de su relato y de su mecánica ajustada son las que pueden tener digresiones que no son extravíos sino brillos suplementarios, como en las mejores novelas de Bioy Casares (las que vinieron después de Plan de evasión). Esos son algunos de los beneficios de la consistencia. Por último, mientras en la película de Jodie Foster la montaña rusa –que era una buena referencia comparativa de la vida de Walter mientras se mantenía en segundo plano– termina siéndonos enrostrada en ralenti y con voz en off, Agentes del destino pone en escena sin subrayado alguno sus múltiples sentidos, que se relacionan con los espacios y los ambientes y que aquí no explicitaremos uno por uno. Mantengamos los misterios de Agentes del destino, otra de esas buenas películas sólidas que, bajo una apariencia simple y límpida, piensan temas fundamentales (amor, destino, finitud, sueños, movimiento, vacío, pasión) mientras nos hacen mover, interesados y divertidos, por una gran ciudad.
Nada más y nada menos que una historia de amor Antes que nada, esta película es una historia de amor ultra romántica, donde el amor es, casi literalmente, más grande que la vida. Esta adaptación de un cuento corto de Phillip K. Dick estaba servida para la alegoría ética y moral sobre la manipulación del destino de las personas; el libre albedrío; la existencia y el carácter de Dios; la búsqueda de la felicidad y las decisiones que tomamos en consecuencia; y cómo el contexto social condiciona nuestros deseos individuales, entre otros tópicos. Y algo de eso hay en Agentes del destino, en los que sin duda son sus momentos más obvios y menos interesantes. Pero en realidad, el filme trata de otra cosa. Porque antes que nada, la película es una historia de amor ultra romántica, donde el amor es, casi literalmente, más grande que la vida. Una de esas donde se recupera el amor a primera vista, donde apenas un par de miradas, un diálogo y la química brindan la certeza de que se está frente a la persona con la que se querría estar toda una vida. ¿Esto existe en verdad? ¿Es una idealización, una exageración del cine y, más que nada, del cine estadounidense? Agentes del destino sólo se hace la primera pregunta, responde con un rotundo SÍ y ni siquiera necesita hacerse la segunda pregunta. Le da para adelante, con total pasión y convencimiento, pero sin dejar de tener en cuenta el contexto cultural actual. Pero esa conciencia lo único que hace es servirle de impulso para reivindicar un amor puro contra todas las convenciones. Olvídense de las reflexiones acerca del funcionamiento de la pareja o la institución matrimonial: acá tenemos a dos personas totalmente enamoradas luchando contra un destino que les presagia una tragedia. El filme puede sostener más que nada esta historia, situada en un escenario estéticamente achatado, burocratizado, atravesado por líneas urbanas rectas muy pero muy alegóricas, gracias a sus protagonistas. Matt Damon es un actor que ha evolucionado un montón desde que comenzó con la saga Bourne y que comparte con sus amigos George Clooney y Brad Pitt cierta preocupación por conectarse con la edad de oro hollywoodense –remitiéndose al relato hitchcokiano-, aquí interpreta al ciudadano estadounidense que a pesar de su cercanía al poder no deja de querer ver las cosas de manera idealista. En cuento a Emily Blunt, no sólo es hermosa, sino que tiene además una gran presencia y magnetismo, es graciosa y conmovedora por igual, y ayuda a construir un atractivo. Es cierto también que las imperfecciones de Agentes del destino son evidentes. No sólo se perciben cuando la cinta quiere ponerse seria y trascender la trama romántica, sino también en la narración de la construcción de la pareja, donde hay una vuelta de tuerca extra en el medio del metraje que empantana la fluidez de lo que se está contando, agregando unos quince a veinte minutos que no aportan mucho en verdad. Asimismo, el final también podría ser visto como complaciente, como esquivo a determinadas construcciones que deberían conducir a los personajes hacia otro desenlace. Pero aún así, Agentes del destino no deja de ser otra muestra de lo cinematográfica que puede ser la obra de Phillip K. Dick y cómo se amolda a las variantes genéricas de Hollywood. En este caso, el drama romántico más elemental, que sigue probando ser efectivo.
JUGANDO CON EL DESTINO Película de ciencia ficción que plantea un juego argumental muy original, con actuaciones correctas y técnicamente excelente, pero que pudo convertirse en una gran propuesta si se acentuaba un poco más la emoción y la poca exageración cerca del final. Luego de perder las elecciones, el candidato a senador David Norris, va a presenciar algo que ningún ser humano tendría que ver: es testigo de una serie de cuestiones protagonizadas por unos hombres de sombrero que controlan el destino de cada individuo del planeta. Ellos le muestran su futuro, pero él no lo acepta y va rápidamente en busca de la mujer que ama y que dichas personas le dicen que tenga cuidado. Ellos van a hacer todo lo posible por impedir que él logre contactar a la muchacha. La cinta tiene un planteo argumental que está muy bien desarrollado y presenta una originalidad muy bien expuesta durante el transcurso de la narración. Los términos filosóficos que aquí van apareciendo le dan un toque distinto y muy interesante a la propuesta y demuestran que una cinta de acción puede ser muy entretenida y diferente, a la vez que inteligente y estar bien escrita. Desde un comienzo son muchas las preguntas que van apareciendo y que parecen no tener respuesta inmediata, pero mientras los minutos van pasando y los diferentes conflictos paralelos al principal se van resolviendo, la película va cobrando sentido y va desarrollando una temática paradójica que está muy bien resuelta y que hará reflexionar al espectador. La acción está presente, las corridas, y ese juego estrepitoso con las puertas cerca del final, le aportan dinamismo y velocidad a la imagen, aparte de estar filmadas con una técnica excelente, mostrando desde varios ángulos distintos el mismo hecho. A su vez, la banda sonora tiene algunos puntos en los que es protagonista directo de las escenas, en especial en las persecuciones y en todos los desarrollos rítmicos que van apareciendo en la segunda mitad de la historia. La ciencia ficción aparece desde el principio y, aunque parece algo innecesaria en ciertos momentos, en especial al final, cuando se abusa un poco de la temática, le aporta una verosimilitud importante al hecho y un entretenimiento mucho mejor a la película. El principal problema, que interviene principalmente en la conclusión, es la falta de emoción en la relación entre la pareja protagónica. Las actuaciones son muy buenas, Matt Damon se destaca en todas las escenas, pero su personaje se ve limitado, ya por cuestiones de escritura, a salvar el destino de su amada y a no expresar, con realismo y amor, sus sentimientos. Esto mismo sucede con el rol de Emily Blunt, muy bien interpretado, pero algo frío en emociones. "The Adjustment Bureau" es una cinta que se remata con una frase que hará pensar y reflexionar al espectador, que presenta buenas actuaciones y una historia original muy interesante. Con planteos filosóficos y con una visual que le da una vuelta de tuerca distinta al género. Una correcta película para disfrutar, pensar y debatir. UNA ESCENA A DESTACAR: segundo encuentro.
En el mundo de Los agentes del destino hay una suerte de plan divino trazado para cada persona en función de otro más grande que involucra a la humanidad en su conjunto. Los agentes del título son los encargados de ver que las personas no se salgan del plan asignado y, en caso de que lo hagan, se entregan a la tarea de colocarlos de nuevo en la dirección correcta sin importar los medios ni los costos. La película de George Nolfi (que adapta un cuento de Phillip K. Dick) tiene una concepción de la vida que pivotea entre visiones radicalmente opuestas: no niega la existencia de un destino que se decide de antemano por quién sabe qué clase de poder celestial, pero tampoco postula que ese destino sea el único camino posible. Así, Los agentes del destino tiene pasta de cine importante, que actualiza grandes temas de manera pomposa, que aspira a discursear sobre asuntos bien profundos. Y lo cierto es que hay bastante de eso, pero también que la película se las arregla para esquivar un poco ese costado altisonante llevando hasta el límite su propuesta de base, esto es, describiendo de manera minuciosa cómo es esa especie de mundo paralelo de los agentes: sus costumbres, intereses y aspiraciones, y la relación que tienen con Dios (o con un dios). Lo más fascinante de Los agentes del destino es la construcción de los personajes de los agentes y la decisión de hacer de su labor un trabajo de oficina con jerarquías, ascensos, disgustos, problemas y una serie de reglas laborales, todo matizado por una estética cincuentosa que les confiere un aire anacrónico a la vez que de actualidad. No es que la historia principal no atrape, pero la tensión que se edifica entre David y Elise funciona solo en tanto su relación se ve amenazada y no pueden estar juntos. Claro, es el típico conflicto que constituye el corazón de cualquier película con trasfondo romántico, dirán ustedes: nos interesa el devenir de esa pareja solamente por lo incierto de su futuro, porque esa relación está siempre en peligro de romperse. Sí, eso pasa casi siempre de la misma forma, pero en Los agentes del destino hay una diferencia, y es que la química de los protagonistas podrá no ser explosiva, pero parece que ambos estuvieran “destinados” (bueno, esta vez justo no. Es la costumbre, perdón) a estar juntos irremediablemente, como si los dos fueran los amantes perfectos. Y que esa relación no pueda llegar a iniciarse nunca, que no empiece más allá de unos escarceos amorosos fugaces y se trunque enseguida, eso es lo que le imprime al relato una tensión dramática muy fuerte, porque cada vez que los dos se encuentran y van a probar suerte juntos, los agentes (eso lo sabremos después) obran desde las sombras para separarlos y que no se crucen nunca más. El resultado es que uno cree estar viendo los hilos que, detrás de la escena, habitualmente tejen una trama romántica, solo que en lugar de un director y un guionista lo que se nos muestra son unos tipos de impermeable y sombrero prácticamente conspirando con un librito (¿un guión?) tratando de hacer los ajustes necesarios para que la pareja no se una y los dos sigan caminos separados. La sensación es que los protagonistas están luchando ya no contra un destino programado en el más allá sino contra los anticuerpos narrativos de una película que sabe que para poder seguir funcionando (es decir, viviendo) debe mantener intacta esa tensión, impedirles el reunirse y ser felices para siempre, o aceptar esa unión y optar por clausurar un relato antes de abrirlo (que sería una especie de muerte narrativa, si cabe el término). En sus mejores momentos, Los agentes del destino resulta entretenida y cada detalle nuevo que se conoce sobre los agentes y su trabajo (porque ellos mismos se refieren a su actividad como un trabajo) hace que la historia gane en interés y se incline cada vez más hacia ese universo ultraterreno y menos hacia el de la pareja en fuga. El resto del tiempo, Nolfi se despacha con unos cuantos diálogos sobre la honestidad, la capacidad destructiva del hombre, la inescrutabilidad de las órdenes divinas y el derecho al libre albedrío (sí, esto último suena casi a un tratado de psicología) que hunden a la película en una gravedad insoportable, que aburre cuando directamente no irrita. Por eso, la mejor manera de ver Los agentes del destino es lanzando una mirada oblicua, que barra no solamente la trama romántica y sus peligros sino que también haga una puesta en relación con la mayoría de historias sobre amores imposibles, que se fije en la manera en que se construye esa distancia entre los protagonistas y en cómo toman cuerpo los obstáculos en la figura de los agentes. Y, más que nada, obvio, hay que mirar a los agentes (que por algo aparecen en el título): sus gestos, sus charlas toscas, sus métodos, sus espacios laborales, sus herramientas de trabajo, sus anhelos (de ascenso, de cumplir con un encargo). Hay que detenerse a ver esas cosas, o correr el riesgo de quedarse empantanado en la trama y los diálogos grandilocuentes sobre la vida, el amor, la humanidad, la Historia y no me acuerdo cuántas solemnidades más.
David Norris, un carismático congresista destinado a ser toda una eminencia dentro de la política nacional, conoce a una hermosa mujer llamada Elise, para la cual siente estar destinado, sin embargo descubrirá que hay fuerzas superiores que intentan mantenerles separados. La ciencia ficción debe mucho al escritor Phillip K. Dick, cuyas novelas y cuentos influenciaron al género a lo largo de décadas. El cine no fue ajeno a su prolífica obra, de la que derivaron películas importantes como Blade Runner, Total Recall, Minority Report o A Scanner Darkly así como también realizaciones bastante menores como Next. El guionista George Nolfi, detrás de The Bourne Ultimatum entre otras, debuta como director llevando a la gran pantalla Adjustment Team, uno de los cuentos cortos que este referente concibió en 1954. Más allá de los antecedentes del director, esta historia atrapante, original y bien llevada en la complejidad como en la sencillez, se ve convertida en una película romántica que más de una vez cae en la obviedad. Recuerdo estar viéndola pensando en lo ridículo de ciertos aspectos de la trama y no entender cómo es que este famoso escritor fuera tan inocente a la hora de escribir este cuento. Unos días más tarde pude leer este breve relato de unas pocas páginas y comprender que en realidad, todos los agregados perezosos que molestan en el filme, corresponden exclusivamente a George Nolfi. Él es el causante de que el guión parezca que se va escribiendo sobre la marcha, quien decide por ejemplo, que para caminar libremente por otra dimensión hace falta un sombrero o que el agua sea lo que impida a los agentes escuchar conversaciones. Él es sobre todas las cosas quien convierte la crisis mental de un hombre que se encuentra con algo que no debería haber visto en una película romántica con buenas interpretaciones pero cargada de clichés. Para ser justo con George Nolfi, él es quien logra llevar adelante un thriller de acción con ciertas dosis de emoción sin disparar una sola pistola o quien pinta un retrato de una New York hermosa, como el descubrir de un mundo nuevo con cada picaporte que se gira.
Matt Damon y la chica de sus sueños Encontrar a una joven en un baño de hombres de un gran hotel internacional, no es algo de todos los días. Por eso David Norris, cuando mira a la muchacha a los ojos y la besa, cree que es la chica de sus sueños. Pero así como los sueños son fugaces, a los pocos instantes la niña desaparece y ya no se sabe si se la volverá a ver alguna vez, o nunca. Norris es el más joven de los candidatos a senadores del Congreso estadounidense y sobre él crecen las apuestas, pero cuando un medio sensacionalista descubre una foto de sus años de estudiante con los pantalones bajos, todo parece derrumbarse. En en ese momento cuando a Norris se le aparecen "los agentes del destino", los que se encargarán de prevenirlo que lo suyo no es perseguir a una chica de la que cree estar enamorado, sino seguir aspirando a la carrera política, tal como lo quería su fallecido padre. PODER SUPREMO "Los agentes del destino" está basada en un relato del norteamericano Philip K. Dick, el mismo de "Blade Runner" y "El vengador del futuro" y si bien lo suyo es la ciencia ficción y jugar con el presente, el pasado y las premoniciones, en este caso se inclina por una saga romántica, apuntalada con la posibilidad de creer que existe un poder superior al humano, capaz de manejar nuestras vidas. El filme dedica más tiempo a los aspectos de la búsqueda implacable de un hombre para encontrar a la chica de sus sueños, que al tema esencial que trata: el libre albedrío y la predestinación, no obstante es una historia que cierra y se sostiene mediante un preciso y ajustado mecanismo narrativo, apoyado en una estética que hace referencia a la década de 1950. Un siempre eficaz Matt Damon, muy bien acompañado esta vez por Emily Blunt y la reaparición del legendario Terence Stamp, como el presidente de "los agentes del destino", cierran este filme que no defraudará, pero dejará con ganas de algo más.
Todo está escrito George Nolfi debuta como director con este largometraje para el que también escribió el guión, basándose en una novela que publicó hace casi medio siglo el siempre ingenioso Philip K. Dick (Blade runner, Minority report). Durante los primeros minutos parece que el filme se va a centrar en las intrigas y los vericuetos del mundo de la política norteamericana (hay varios personajes notables de ese ambiente que hacen brevísimas apariciones); sin embargo, pronto la trama sufre un giro (interesante) que lo lleva a desarrollar una historia romántica en un escenario de ciencia ficción. El protagonista se relaciona casualmente con una enigmática mujer y entre ambos surge una electrizante química; paralelamente, se hace evidente que los miembros de un grupo especial (los agentes del destino de los que habla el título) van a intervenir permanentemente para "ajustar" el desarrollo de los hechos al cumplimiento de un misterioso plan establecido de antemano por vaya a saberse qué fuerza sobrenatural. Nolfi cuenta la historia con solvencia y con muy buen ritmo, y alterna las escenas de acción entre el protagonista y los hombres que lo acechan con las intervenciones de la extraña joven (la ascendente Emily Blunt), que parece destinada a compartir su vida con la del joven político, a pesar de los esfuerzos para separarlos que harán los extraños agentes. La película se deja ver con agrado, y tiene algunos hallazgos visuales sumamente atractivos. Sin embargo, el argumento (que amaga con ofrecer sabrosos interrogantes acerca del destino, la fatalidad, el libre albedrío y las consecuencias que producen los actos de los seres humanos) se torna un tanto obvio y esquemático a la hora de plantear el desenlace. De cualquier manera, el saldo que deja la película es positivo; y en buena medida, esto se debe a las convincentes actuaciones de un elenco muy sólido, con menciones destacadas para Matt Damon, Blunt, Anthony Mackie y el siempre eficaz Terence Stamp.
Nada más libre que el amor La mayor virtud de Los agentes del destino consiste en plantear en la pantalla una serie de problemas y dilemas filosóficos que rara vez el cine desarrolla de un modo tan directo. La pregunta clave que se formula es ¿los actos humanos son libres o responden a un plan desconocido? La película protagonizada por Emily Blunt y Matt Damon pone en acción este interrogante en el contexto de una historia de amor. Él interpreta a David Norris, un joven candidato a gobernador del Estado de Nueva York; Ella, a Elise Sellas, una talentosa bailarina inglesa. Se cruzan por azar y los dos sienten en el primer contacto que están hechos el uno para el otro. ¿Pero qué pasa que les cuesta tanto volver a verse después de ese flechazo inicial? Pronto él descubre que hay una fuerza que actúa en contra de su amor y esa fuerza está encarnada en unos personajes ataviados con sombreros, trajes y corbatas, que hacen lo imposible para impedirle que se reencuentre con Elise. Son los agentes del destino. Equivalentes actuales de los dioses olímpicos, se encargan de que se cumplan los planes trazados para cada persona y los planes para ellos no son precisamente que formen una pareja ni que vivan juntos. Si bien los escenarios son estrictamente contemporáneos, todo el asunto remite a la literatura griega antigua o a su variante romana, en las que dioses y humanos se entreveran en múltiples enredos, con consecuencias más o menos letales, la mayoría de las veces para los seres humanos. La gran diferencia es que en Los agentes del destino no hay ninguna necesidad intrínseca más que la ocurrencia del guionista (extraída de un cuento de Philip K Dick ) para contar la historia de ese modo. Lo que no sería un inconveniente si la ocurrencia a la vez no pretendiera ser justificada con discursos grandilocuentes de estos dioses con sombrero, traje y corbata. La ansiedad por encontrar nuevas formas narrativas (o reciclar antiguas formas) es un signo de salud de la industria y si ha funcionado en la televisión también tendría que funcionar en el cine. El problema en este caso es que ni la base sobre la que se sostiene toda la arquitectura argumental (una simple historia de amor) ni las peripecias que deben vivir los personajes acompaña esa ambición de innovar y por momentos sólo se repiten fórmulas gastadas. Además, parece una contradicción defender la libertad contando una historia cuyo final es obvio desde el principio.
No puedes dejarte el sombrero puesto La opera prima de George Nolfi (quien fuera guionista de "Bourne: el ultimátum" y la segunda entrega de "Ocean's Twelve") juega al mundo de los universos paralelos muy al estilo de "Matrix" y aprovechando tangencialmente el éxito de "El Origen" que ya instaura un subgénero dentro del mundo de la ciencia ficción. Partiendo demasiado libremente de un cuento de Philip K. Dick (de quien en algún otro momento con otra adaptación de su obra se lograra la brillante "Blade Runner") llamado "Adjustement Team" la historia juega a develar la gran pregunta ¿Controlamos nuestro destino o existen fuerzas invisibles lo manipulan?, pregunta que más de una vez uno se habrá formulado en su propia cabeza. David Norris (Matt Damon) es un político con una promisoria carrera y está atravesando un momento exitoso en el que todas las encuestas lo marcan como un imbatible favorito. Y a pesar de todo lamentablemente pierde su banca en el senado. Pero la misma noche en que pronunciará su discurso, se cruza en un baño con Elise (Emily Blunt) una bailarina de danza contemporánea de la que cae perdidamente enamorado y justamente, por un "error" del destino, sus caminos se volverán a cruzar. Será precisamente después de este segundo encuentro, cuando un ejército de señores vestidos de negro y que portan un misterioso sombrero que abre puertas que ofician de túneles de comunicación y vías de viaje rápido de un punto a otro, le informen que su destino está escrito y que nada hará que se aleje de lo que figura ya programado en unos cuadernos que los miembros de este misterioso grupo llevan consigo. Hay algo que impide que Elise y David vuelvan a encontrarse. Pero puesto en la disyuntiva de su carrera política o el amor, David sigue eligiendo transgredir las reglas y hacer lo imposible por torcer el destino y volver a encontrarse nuevamente con la que él siente que es la mujer de su vida. Si bien al inicio la historia se mueve dentro del mundo de la política, es una mera excusa. Es sólo el entorno elegido para el comienzo del cuento, que luego se diluye y queda sólo la clásica historia de un amor contrariado, casi imposible, por el que David luchará contra todos los pronósticos. La idea de los mundos paralelos, del destino escrito o bien de la posiblidad de torcerlo, no deja de ser una historia interesante que además, condimentada con el sabor de la búsqueda del amor verdadero y puro, genera una química interesante. Pero en lo que desacierta esta liviana adptación del cuento de Dick es en la forma que elige contarnos la parte fantástica de la historia: hay sobreabundantes parlamentos llenos de explicaciones subrayadas para que hasta el más desatento espectador no pierda el hilo argumental de lo que está pasando en la pantalla. Y cuando abundan las palabras, falta buen cine. Semejante parafernalia de ideas de universos paralelos y destinos marcados, se contraarresta con la simpleza de una historia de amor que no cuenta nada en particular. Ni el encuentro de David y Elise generará el fin del mundo ni ninguna catástrofe particular, ni definirá la vida del planeta, es sencillamente una historia de amor que torcerá el curso de lo que está escrito (y que tampoco queda clara la razón por la que está escrito). Ambiciosa en la puesta y con una química aceptable entre la pareja protagónica Damon-Blunt (aunque hay que reconocer que con la trilogía de Bourne, Matt Damon parece mucho más entrenado para este tipo de papeles que Blunt que parece medio "perdida" en las escenas vinculadas con la acción y las persecusiones) , la historia termina siendo demasiado débil en el fondo, para una estructura tan compleja que fuera presentada en la forma. Muchos otros directores han sabido hablar de las vueltas del destino para encontrar el amor de tu vida, sin necesidad de interpelar a ejércitos de hombres de negro que abren puertas a canales paralelos, ni urdir entramadas explicaciones para sencillamente contar que uno puede torcer el destino por amor, si es que se lo propone. Un cuento demasiado fantástico en la superficie para deconstruir una historia tan rosa en el fondo.
¿Qué pasaría si...? The Adjustment Bureau es el debut como director de George Nolfi, escritor de películas conocidas como Bourne Ultimátum y Ocean`s Twelve. La historia que presenta es una adaptación de la obra de Philip K. Dick, en la cual también están inspiradas otras cintas como Blade Runner y Minority Report. Debo decir que por la poca promoción, falta de distribución y por la precariedad de las publicidades gráficas, a esta película no le daba ni $2 pesos... pero la verdad es que me entretuvo bastante, y a una persona como yo que no ha leído nada de Dick, el concepto que introduce junto con el enfoque de Nolfi, me enganchó bastante y me pareció por sobre todo original. Remarco esto de la originalidad ya que a simple vista podría parecer que se trata de una película más de acción, pero en realidad es uno de esos productos que resulta difícil encasillar, ofreciéndonos una historia de amor, suspenso, ciencia ficción y acción, todo junto en un pack que resulta por momentos vertiginoso y reflexivo a la vez. Es refrescante ver una historia de amor contada de una forma distinta, sin la estructura enlatada hollywoodense de Comedia Romántica que suele presentar tramas planas y poco creativas. Los protagonistas de esta historia son David Norris (Matt Damon), un prometedor aspirante al senado norteamericano, Elise Sellas (Emily Blunt), una bailarina bohemia un tanto excéntrica que vive su día a día sin estructura alguna, y un Bureau de misteriosos agentes que parecen controlar el destino de todo el mundo. El nudo se produce cuando, por un descuido de los agentes del destino, Norris se cruza con la atractiva Elise en un encuentro que los unirá y que a su vez significará una amenaza para el plan que tiene trazado el "Presidente", una especie de Dios que nos da la libertad para elegir sólo las opciones que estén dentro del camino que él eligió para nosotros. Por momentos se le va un poco la mano de pretenciosa, abordando temas de gran profundidad muy por arriba y con poco calado, lo que hace que el espectador a veces se vaya del film a dar una vueltita mental. De todas maneras creo que resulta interesante en sus 3/4 de duración, trabajando una estética que recuerda a "El Origen", con algunas escenas que nos traen a la cabeza "Matrix" o incluso "El Caso de Thomas Crown". Si "8 Minutos antes de Morir" es la hija de "El Origen", esta se podría decir que es la sobrina. La recomiendo.
Digitado y estupendo La obra de Phillip K. Dick ha dado pie a unas cuantas adaptaciones cinematográficas, de entre las que sobresalen películas tan disímiles como Blade Runner, El vengador del futuro, Minority report o la animación A scanner darkly de Richard Linklater. Todas ellas tienen en común una idea base originalísima, pero fue la visión particular y la impronta de sus realizadores lo que las convirtieron en algo memorable. La historia original en la que se basa esta película* es uno de los primeros relatos cortos que Dick escribió en su carrera (“Equipo de ajuste”, publicado en 1954) y trata sobre una organización secreta que controla el destino y los grandes acontecimientos humanos, inmiscuyéndose y controlando desde las sombras la vida mundana. Pero un buen día el programado ladrido de un perro se retrasa, por error, un minuto, y como consecuencia un empleado de una agencia de bienes raíces llega a su oficina con anticipación, descubriendo a los agentes del destino en plena labor compositiva. Es así que se destapa, en tono risueño, toda una alegoría paranoica de tintes pesimistas, con algunos apuntes sobre la vida marital. Aquí se retoma tan sólo la idea general: Matt Damon es un promisorio congresista que se ve trastocado por un encuentro inesperado y azaroso con una bailarina, que le servirá de inspiración para un contundente discurso político. Pero es cuando la vuelve a encontrar que el destino digitado se tuerce, y que surge una seguidilla de problemas e imprevistos para la agencia de planificación, ya que la consumación de ese amor podría acarrear problemas terribles. Los personajes son sólidos, la narración clara y concisa, y un preciso e inteligente montaje agiliza el relato, lográndose resumir una considerable seguidilla de eventos sustanciales en apenas minutos. Se trata, claramente, de un thriller de ciencia ficción, pero el peso sustancial está colocado en el romance entre ambos protagonistas. La película funciona, y muy bien, debido a dos pilares fundamentales: la construcción de los “agentes” como burócratas en plena labor, que cometen errores a pesar de sus poderes y que ni siquiera tienen muy claro por qué es que hacen eso que hacen, que además se ven estresados, sudorosos y abrumados por los inesperados cambios de agenda, o pendientes de mecanismos internos como promociones, ascensos y sanciones. Anthonie Mackie y John Slattery (el Sterling de Mad men) convencen con secundarios sólidos y Terrence Stamp impone su presencia para sustentar un villano de los de verdad. En segundo lugar, las historias de amor suelen adquirir intensidad cuando son dilatadas cronológicamente –aquí pasan años sin que los personajes puedan verse-, y además existe una química sustanciosa entre los personajes de Matt Damon y Emily Blunt. Los agentes del destino se permite tocar, como al pasar, temáticas como la capacidad destructiva del hombre, la inescrutabilidad divina, la libertad de opción y los destinos digitados. Esto ya puede sonar a lugar común en thrillers que se la dan de “inteligentes” pero por fortuna no se insiste demasiado en estos puntos como para que logren irritar o para que el planteo todo resulte altisonante.
No, Los agentes del destino (The Adjustment Bureau) no es una película de extraterrestres, si bien en el film existen personajes que no encuadran del todo en la lógica mundana. Lo inquietante del poema citado -y del film, en su premisa inicial- es que nos ubica a todos los mortales como conejitos de indias de algún proyecto idealista que se trama secretamente en alguna torre escondida entre rascacielos. Generaciones a prueba, porque como sujetos aún no estamos capacitados para tomar el timón y nuestra historia no es más que un fallido simulacro, apenas el desordenado ensayo de la Historia verdadera que llegará algún día y que, por supuesto, no podremos protagonizar. “La humanidad no tiene la madurez para controlar las cosas importantes”, dice por allí un personaje del film, resumiendo el principio rector de esta organización clandestina que monitorea los horizontes de hombres y mujeres. Pero no, tampoco se trata de la Matrix ni de rostros que nos amonestan desde cristales líquidos. Ellos, los agentes de esta empresa, quieren pasar inadvertidos. Alegan que los necesitamos para reencauzar nuestra razón, pues de lo contrario no podríamos evitar la autodestrucción. Y aunque algunos resulten pedantes y amenazadores, hay otros que son buenos tipos. Les creemos porque los sentimos de carne y hueso, a pesar de las líneas increíbles que a los actores les toca pronunciar. Son algo así como ángeles de la guarda vestidos de traje. Burócratas del devenir. Algunos son soñadores, otros son cínicos, otros están más hartos que oficinistas kafkianos. Su tecnología se reduce a una especie de guía Filcar que indica los trayectos y encrucijadas vitales de cada persona: allí donde el deseo complica el camino hacia la meta predeterminada, el mapa lanza una señal de alerta. Estos funcionarios, sin embargo, son falibles como cualquier hijo de vecino. Al comienzo del film, uno de ellos se queda dormido en el banco de una plaza y no llega a tiempo para cumplir su tarea. El error tendrá repercusiones ingobernables, ¿pero quién dijo que un ángel guardián no tiene derecho a echarse una siestita de vez en cuando? La idea, decididamente genial, se la debemos a Phillip K. Dick y su cuento “Equipo de Ajuste”. El realizador George Nolfi cambió el rol del protagonista central (en el film es nada menos que un potencial presidente de Estados Unidos) pero logró filtrar en la pantalla el encanto sabiamente juguetón del relato original. Más allá de la acción y la tensión y los vericuetos fantásticos, si algo se desprende de The Adjustment Bureau es una profunda ternura y una seria confianza en la voluntad de los seres humanos para transformar sartreanamente aquello que han hecho de nosotros. En el fondo, se trata de cuidar el motor íntimo y esencial de cualquier historia y de la Historia, ese metal precioso llamado libre albedrío, un arma que sigue siendo inalienable y bien concreta a pesar de un sistema biopolítico empecinado en convertirla en quimera.
El prometedor comienzo (los primeros treinta minutos son de un atractivo impresionante) y la excelente química que existe entre el dúo protagónico (¿quién puede negarse al acento de Blunt?) auguraban un film a tener en cuenta. Con el correr del metraje, los cambios de rumbo, la solemnidad de ciertos pasajes, lo aún más inverosímil que se vuelve la historia (es ciencia ficción desde el comienzo, pero todo tiene un punto de inflexión) y las reiteradas complicaciones que debe enfrentar el personaje de Damon terminan por desperdiciar una de las premisas más originales que proponía la industria cinematográfica en este 2011.
Variaciones sobre el amor Gracias al vigoroso circuito de cine alternativo que se ha consolidado en la ciudad, la heterogeneidad sigue presente en nuestras carteleras cinematográficas: los grandes complejos apuestan cada semana al cine norteamericano, mientras el resto de las salas permite acceder a una variedad realmente estimulante de cinematografías del mundo, argentina incluida. Por una vez, esta columna intentará abarcar las diferentes variantes, a sabiendas de que el resultado se verá indefectiblemente afectado (pues la síntesis, virtud de los grandes, conspira en contra de aquellos que necesitan espacio para desarrollar sus argumentos). Del lejano norte nos llegó otro filme que se propone tratar grandes cuestiones metafísicas, a través de un thriller romántico con aspiraciones de masividad, o más bien de una particular conjunción de géneros. Los Agentes del Destino es un filme que aspira a ser tanto una épica romántica de aires clásicos (con Las alas del deseo como gran inspiración) como un thriller pop de ciencia ficción, capaz de plantear especulaciones filosóficas acerca del destino de los hombres y la posibilidad del libre albedrío. Basado en un cuento de Philip K. Dick, el filme es un pastiche típicamente hollywoodense, que si se salva de caer en el más craso ridículo (nótese que se habla en potencial) es apenas por un par de factores: la actuación de sus protagonistas, la decisión de no tomarse muy en serio a sí misma (al menos hasta el final), la voluntad genuina de explorar diversos géneros. Matt Damon compone a un joven y prometedor político en ascenso, con posibilidades de llegar al Senado, que en un encuentro casual conocerá a Elise (Emily Blunt), una hermosa y desafiante bailarina, de la que se enamorará a primera vista. Pronto, sin embargo, se cruzarán obstáculos en su camino, los llamados agentes del destino, especie de entidades superiores con apariencia humana que intervienen en el mundo para lograr que se cumpla el plan diseñado por un ser al que denominan Presidente, y que precisamente no quiere que David y Elise se unan. David no sólo los descubrirá, sino que se enfrentará a ellos, aunque en cierto momento deberá elegir entre seguir su destino o apostar a una relación que parece condenada por fuerzas que lo superan. Formalmente convencional, acaso lo más interesante del filme sea la decisión de construir el mundo de los agentes del destino como una institución burocrática del Estado, donde una entidad superior dirige las acciones de estos funcionarios, metidos en un escalafón estricto que les impone obediencia debida (y que frustra sus deseos de trascendencia). Una posición que revela no sólo la concepción política sino también estética del filme (que remite a los viejos seriales de espionaje de los años ´50). Diametralmente opuesta es la propuesta que el jueves estrenará el Cineclub Municipal Hugo del Carril: el filme Lo que más quiero, ópera prima de Delfina Castagnino y nuevo ejemplo de la rigurosidad del cine joven argentino (fue premiada en el Bafici 2010), que irá junto a la que quizás sea una de las mejores películas que se verán este año en nuestros cines, la italiana Le Quattro Volte (que se proyectará en 35mm), de Michelangelo Frammartino (y que el autor desistió de comentar debido a que la vio hace un año). Minimalista en su concepción argumental, pero maximalista en sus ambiciones formales, Lo que más quiero es un filme sobre la amistad y el crecimiento, que se centra en las experiencias vividas durante una semana por dos amigas en los campos de Bariloche. María (María Villar) ha venido de Buenos Aires a visitar a Pilar (Pilar Gamboa), que ha perdido a su padre recientemente y tiene que hacerse cargo de su negocio. La visitante está escapando además de su novio, con quien las cosas no andan bien, y quizás espera encontrar algunas respuestas. Ambas se encuentran en un momento de crisis y de cambio, aunque se puede adivinar que ninguna sabe muy bien qué es lo que quiere. Un encuentro con amigos, una fiesta en el pueblo, un paseo por el río y otro por el bosque serán todas las anécdotas de la película, que en la atención a los detalles irá descubriendo los procesos internos que vive cada quien, y cómo reaccionan a su entorno. Con planos medios casi siempre fijos, con la cámara colocada a una distancia que se irá acortando con el correr de los minutos, Lo que más quiero es un filme de una conciencia formal infrecuente, cuya historia (o guión) paradójicamente no siempre está a su misma altura (ver la escena con los empleados del aserradero), aunque el resultado final siga siendo más que gratificante. La humanidad y la honestidad son, en definitiva, los faros luminosos de esta película que hace de la observación atenta su principio narrativo, y de la naturalidad expresiva su centro filosófico, capaz de abordar (ahora sí) grandes temas de la condición humana con sencillez, humildad y por supuesto profundidad. Por Martín Ipa
Un voto al futuro El ambicioso político David Norris (Matt Damon) conoce a Elise Sellas (Emily Blunt), una hermosa bailarina de danza contemporánea. En la unión (o desunión) de estas dos personas, parte el argumento de Agentes del Destino donde unos enigmáticos hombres trajeados buscarán que los caminos de ella y él se separen definitivamente. El grupo de hombres (¿referencia a los clásicos ¿Hombres de Negro?) poseen mapas que van cambiando de direcciones y objetivos a medida que la vida del político se involucra en distintas decisiones. Y allí es donde el guión se torna repetitivo, el laberinto en el que giran sus decisiones siempre recaerán en la bella Sellas quien busca consagrarse en el baile artístico. Pero para él tienen otros planes: la presidencia de los EE. UU. Los hombres del Adjustment Bureau se manejarán, como su nombre lo dice, en "cuestiones de ajuste" donde la carrera política de Norris no deberá ser entorpecida por los danzarines planes de Elise. Este grupo de trabajo buscará a los protagonistas a través de portales: puertas que los transportarán de un lugar a otro de la ciudad de Nueva York, uno de los puntos más destacados del film. Este thriller, dirigido y guionado por George Nolfi, está basada en un cuento corto de Philip K. Dick, autor de Total Recall, Minority Report y Blade Runner sin dudas películas que siguen con la línea de Agentes del Destino.