Acción y reacción En Los sentidos (2016), Marcelo Burd entrega otro documental de observación en donde la no intervención directa del director permite que conozcamos a los protagonistas de una manera privilegiada y que la acción transcurra de forma armónica. Olacapato es un pequeño pueblo de la puna salteña donde los días transcurren sin prisa. La escuela sobresale del árido paisaje y revela la importancia que tiene en la comunidad desde los primeros minutos. Un matrimonio de maestros junto a la cocinera se encargan de los 45 alumnos de distintas maneras. Entre almuerzos y tareas, se interiorizan con ellos y van más allá de su mera función educacional. Los sentidos es el tercer documental de Marcelo Burd luego de codirigir Habitación Disponible (2004) con Diego Gachassin y Eva Poncet y El tiempo encontrado (2014), nuevamente junto a Poncet. Aquí vuelve a elegir el método de observación para registrar la vida de esta comunidad y, sin intervenir en forma directa, capta momentos cruciales. En la mayor parte del metraje, la cámara permanece inmóvil. Ya sea registrando la inmensidad del paisaje con el trasfondo de las máquinas que escupen humo o a unas niñas jugando sobre las vías del tren mientras anhelan poder verlo algún día. El tema del ferrocarril aparece en varias secuencias como el gran generador de trabajo desaparecido, ahora las mineras son las que ocupan a los hombres y con ello sobrevienen los problemas de salud y ambientales. La cámara se fija en el matrimonio de docentes pero también sobre la cocinera y la madre de unos de los alumnos. De manera sutil asomarán las dificultades que enfrentan día a día y cómo los maestros abordan esas problemáticas. Con la misma dedicación, Burd registra las interacciones entre el matrimonio de maestros y en los minutos finales logra capturar un momento decisivo cargado de emoción, sin necesidad de acercar el objetivo para forzar la situación. Los sentidos no busca convertirse en un documental de denuncia. Las injusticias del sistema aparecen pero no se pone acento sobre ellas. Aquí lo que importa es la relación entre los alumnos y los docentes que, entre las lecciones sobre la ley de Newton y los relatos de Julio Verne, encuentran la forma de hacer de este un mundo mejor.
Es muy habitual escuchar por estos días que el cine argentino tiene que producir una cantidad de películas directamente proporcional al público interesado en él. O sea, menos. Una nota reciente en el diario de La Nación se pregunta de modo muy rimbombante “Cuantos estrenos de cine son demasiados”. Aunque el periodista habla de los estrenos de modo amplio (este año la cantidad llegaría a los 500) se lee por debajo un problema concreto en relación a las salas que están en condiciones de exhibir esos estrenos. Lo que se dice en términos cuantitativos lo quiero pensar mejor en términos de calidad. - Publicidad - Si fuera tan así que hay “demasiadas peliculas” y que no hay público para verlas, siempre entendiendo que esa figura que se conoce como publico es válida cuando supera el millar, nos perderíamos un universo de ficciones y documentales que registran modos, costumbres, deseos, problemas a los que de otro modo difícilmente asomaríamos. Estoy hablando claro de cine nacional al que le costó tanto producir una buena cantidad de peliculas para tener una industria que hasta hace poco fue la tercera generadora de trabajo en la Argentina. Digo. ¿Como nos vamos a privar de ver Los sentidos que se estrena el próximo jueves 7 de diciembre? ¿Cómo vamos a dejar de conocer Olapacato, ese pueblo perdido en algún lugar de la provincia de Salta construido muy humildemente sobre las vías de un Ferrocarril que ya no pasa? ¿Y de meternos con su maestro en el aula de la escuela de esa poblacion que no llega los 300 habitantes? Parece que Olacapato a 4.090 metros sobre el nivel del mar, es el pueblo más alto de la República Argentina, un record que el documental de Marcelo Burd no menciona pero que si uno navega por internet es fácil de hallar. Si una película genera ese interés de encontrar más datos, de saber más, objetivo cumplido. Burd, junto con Eva Proncet, había hecho ese documental realmente consistente sobre el trabajo de las comunidades bolivianas en la provincia de Buenos Aires llamado El tiempo encontrado, resultó como decíamos en su momento una película para pensar la migración en los tiempos del postcapitalismo. En Los sentidos, su primer film en solitario, el grupo humano que describe también está asediado por ese contexto, la diferencia es que son migrantes sino argentinos viviendo en una población en la que falta la tecnología a la que ya no llega el tren, en la que algunos trabajan en minas sin sistema de seguridad. Los niños y los jóvenes conversan entre ellos sobre esos problemas y lo hacen en medio de su cotidianeidad que consiste en estar en el aula, en el comedor o en su casa con su familia. Burd elige la modalidad de observación con momentos aparentemente guionados y actuados por los protagonistas del lugar: el maestro y director de la escuela (Salomón Ordoñez), la maestra, bibliotecaria y esposa del maestro (Victoria Ramos), La coplera y tejedora Sixta Casimiro, la cocinera de la escuela y capitana del equipo de fútbol femenino de Olacapato, (Florinda Nieva) y la encargada del almacén (Rosa Choque). Sus conversaciones conforman un mundo en el que hay que bajar kilómetros para cargar una garrafa, para comprar zanahorias o para ir a ver a los hijos. Para todo, hay que tomar pequeñas o grandes decisiones y el film acierta en otorgar a cada una de ellas una misma dimensión. En dos momentos se concentra buen parte de lo que estoy diciendo, y son muy conmovedores: el lanzamiento de cohetes hechos con botellas de plástico que les enseña a los chicos a hacer el maestro, y la charla entre el maestro y su esposa sobre volver a Salta para estar con sus hijos. En el medio, se guarda a las cabras por una amenaza de tormenta, se juega al futbol, o el granizo cae sobre un perro. Impecabla fotografia y cámara de Diego Gachassin y el diseño sonoro de Hernán Gerard. Ultima pregunta, realmente creen los que piensan que el cine argentino tiene que producir menos que nos podemos dar el lujo de no ver una película como ést? Véanla, y seguimos conversando. Los sentidos ganó el Premio Especial de Jurado en el 14 Internacional Ethno Film Festival The Heart of Slavonia, Croacia; recibió Mención Especial en la Competencia Latinoamericana en el 17 Festival Internacional de Derechos Humanos, Argentina; Premio Mejor Documental en el 6º Festival de Cine Nacional Leonardo Favio, Argentina; Premio Mejor Largometraje en el Festival Nacional Luz del Desierto, Argentina y Premio DOCA al Mejor Documental Argentino en el Festival de Cine de Santiago del Estero.
Acción Reacción Olacapato se encuentra en Argentina. Más precisamente a unos 4.000 metros sobre el nivel del mar. En Olacapato se vive esa realidad que no tiene prensa, que no cobra estado mediático porque no es atractiva en términos televisivos. No pasa nada, pero pasa. Allí, se intenta pensar en el futuro desde la enseñanza en un aula compartida por varios grados y al frente de esta tarea titánica se encuentra Salomón Ordóñez, algo más que un director de escuela y docente, quien ha decidido entregar su cuerpo y horas a la enseñanza a cambio de no estar con su familia. Salomón tiene por alumnos a chicos que van de cuarto a séptimo grado, domina la escena con su paciencia, voz calmada, y procura entusiasmar con el aprendizaje de cosas nuevas, sin apelar a la didáctica aburrida. Como esos viejos directores de escuela, conoce los nombres de cada alumno y alumna, los rostros a veces asombrados, otras cansados, y dedica la misma atención sin hacer distinción alguna. “Señor nene”, dice frente a cámara cuando observa que un alumno dispersa al resto y da la sensación que eso no forma parte de la espontaneidad, que la cámara atenta del director Marcelo Burd busca desde la difícil distancia del observador. La cotidianidad de la comunidad de Olacapato ocupa el núcleo de Los sentidos y lo hace en un primer plano desde las problemáticas más urgentes como la relación desigual entre trabajadores de una empresa minera que no reciben ni una tajada de la riqueza extraída, la postergación de todo, incluido internet, transporte y un tren que ya no pasa por ese pueblo, antes vehículo no sólo de transporte sino de sustento de economías primarias. Familias que recuerdan y transmiten anécdotas de tiempos mejores a los más chicos, como esas frases de una copla que arrastra el viento. Pero la importancia en ese mensaje para las mentes del futuro es el estudio y la conservación de la tradición, no perder aquellos rasgos distintivos, a pesar de los profundos cambios que llegan sin que se los llame. De eso también hablan los jóvenes en sus charlas vespertinas, en la intimidad de un comedor improvisado donde Salomón y la encargada de cocina, Florinda Nieva, se reciben de economistas a diario para preparar una dieta rica en nutrientes con escasos recursos. Posiblemente Salomón y su gente tampoco llegaron a Olacapato por un llamado, dada la constante ausencia de un Estado que a nivel provincial es mucho más evidente y se transparenta en las necesidades insatisfechas de una población o de un mini universo como el que puede representar cualquier pueblo del interior profundo, gobierne el partido que gobierne. Hay varias imágenes que sirven como síntesis de este panorama agridulce donde el rol de la docencia recobra una dimensión mucho más necesaria que aquella que a veces se difumina en un reclamo sectorial o sindical. La pasión por enseñar la encarna Salomón, su nivel de compromiso compensado con su sentido común por saber con los bueyes que ara, su acabado conocimiento de sus alumnos, padres y pueblo en general, conjunto de cualidades que lo erigen como un verdadero símbolo de aquellos ciudadanos de a pie anónimos, quienes con su labor nos dejan la mejor enseñanza de una ley de la física ortodoxa acuñada a Isaac Newton: “El principio de Acción y Reacción”. Acción y Reacción para intentar transformar una realidad adversa, para apostar en los alumnos la carta hacia el futuro y enseñarles el valor de la imaginación y del trabajo en equipo, tarea que requiere mucho tiempo y dedicación para terminar en la concreción y confección de cohetes elaborados con los propios alumnos con botellas de plástico con el objeto de aplicar una ley de la física y llegar a lo más alto con apenas unas pocas ideas y mucho amor.
Los sentidos, de Marcelo Burd Por Marcela Barbaro Sin educación, en balde es cansarse, nunca seremos más que lo que desgraciadamente somos”, decía Manuel Belgrano a inicios del siglo XIX y en pleno proceso de emancipación. Transcurrieron doscientos años, y aún vemos en una escuela rural de la puna salteña, a dos maestros con muy pocos recursos económicos ocuparse de educar, alimentar y cuidar la salud de 45 chicos. La motivación e incentivo que dan a los alumnos, dio origen a Los sentidos, tercera película del Marcelo Burd y la primera en solitario, luego de Habitación disponible (2004), codirigida con Eva Poncet y Diego Gachassin y El tiempo encontrado (2014), también codirigida con Eva Poncet. Luego de su paso por números festivales, obtuvo el Premio Especial de Jurado en el 14th Internacional Ethno Film Festival The Heart of Slavonia en Croacia. En nuestro país, recibió la Mención Especial en la Competencia Latinoamericana en el 17 Festival Internacional de Derechos Humanos; el Premio Mejor Documental en el 6º Festival de Cine Nacional Leonardo Favio; Premio Mejor Largometraje en el Festival Nacional Luz del Desierto, Argentina, y el Premio DOCA al Mejor Documental Argentino en el Festival de Cine de Santiago del Estero. La películal transcurre en la localidad de Olacapato, un humilde y pequeño pueblo enmarcado en una zona semidesértica del norte argentino. Allí, la cámara observa la cotidianeidad del colegio, se introduce en las aulas, en el recreo, en la cocina y vemos el esfuerzo diarios del matrimonio de maestros y de la cocinera hacia esos chicos de diferentes edades. Desde armar un programa de radio, hacer un cohete en base a la teoría de newton, o contar historias, la película subraya ese hallazgo en relación a la importancia del estímulo y dedicación educativa. Alrededor de la escuela, las puertas de las casas se abren para captar el ritmo diario, los diálogos entre padres e hijos y participar de las costumbres propias de la región, también de sus deseos. Sin ningún tipo de intervención y con una gran austeridad en la puesta en escena, Marcelo Burd observa con la distancia justa, un escenario donde pasa poco y se necesita mucho. Allí, los días se parecen y sus habitantes esperan la llegada del tren para que haya otra atracción. Si bien el documental hace foco en el tema educativo, dando cuenta del esfuerzo y el sentido de vocación de los docentes, también se remarcan otros temas: Las carencias económicas, la falta de recursos, los deseos de los padres por brindar un porvenir a sus hijos, y la explotación laboral de la empresa minera que se instaló allí contaminando la zona y llevándose el oro y la plata de los lugareños. Los sentidos se nutre del tema que transmite con gran sensibilidad y sencillez desde lo formal. Las imágenes captan el paisaje e integran a sus protagonistas como una extensión más de esa tierra olvidada. Una dosis de hiperrealismo que da cuenta de todo lo que aún falta por hacer. LOS SENTIDOS Los sentidos. Argentina, 2015. Dirección y guion: Marcelo Burd. Intérpretes: Salomón Ordoñez, Sixta Casimiro, Rosa Choque, Florinda Nievas, Victoria Ramos y Florinda Nieva. Director de fotografía y cámara: Diego Gachassin. Montaje: Valeria Racioppi. Diseño de Producción: Aníbal Garisto. Sonido: Fernando Vega y Hernán Gerard. Posproducción de imagen: Julián Giulianelli y Gustavo Biazzi. Duración: 72 minutos.
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Sin dudas Los sentidos es una película que te moviliza. Te muestra una Argentina que se hace lejana y poco reconocible para alguien de Buenos Aires. Catalogada como un documental pero ficcionado, la película muestra una cruda realidad de un pueblito en la Provincia de Salta, donde una pareja de maestros le cambia la vida día a día a un puñado de chicos. Los hacen ver más allá, los hacen soñar, y les enseñan cosas que les abren la cabeza. Asimismo, conocemos las familias de algunos de los alumnos y escuchamos anécdotas. Es en ese proceso que pese a la lejanía empatizamos. Con una puesta simple el director Marcelo Burd dirige a no-actores y da testimonio de una Argentina relegada pero llena de pasión.
Un documental que muestra y derriba conceptos, que emociona y da testimonio bello y veraz de lo que ocurre en Olacapato, el pueblo más alto de nuestro país, ubicado en la puna salteña. Y lo que se ve es revelador. La escuela como el centro de actividades donde la enseñanza es llevada por un matrimonio de maestros, inspirados y activos, soñadores y solidarios. Él, director del establecimiento, aparte de enseñar, ella además bibliotecaria. Y en ese programa de estudio están desde los principios de Newton a los sueños de Julio Verne o la fabricación de cohetes con propulsión a chorro. Se muestran a los chicos con conflictos, curiosidades, dudas sobre su futuro. Las mujeres emprendedoras y comprometidas. Con guión y dirección de Marcelo Burd, que logra momentos de gran intimidad, de alegrías y tristezas, de la dureza del clima y el difícil acceso. Hay que verlo.
El pueblo más alto de la Argentina, en la semidesértica Puna salteña, se llama Olapacato. Allí llegó la mirada de los realizadores de Los Sentidos, que se mete en las clases de la escuela, motor fundamental de la vida marcada por el entorno riguroso. Y escuchó a sus maestros y a sus chicos, y siguió sus gestos y sus reacciones frente a las leyes de Newton, la religión o las novelas de Julio Verne.
Pocas veces el cine documental logra transmitir con sencillez, y a la vez con una profunda y potente convicción, ideas que trascienden el mero registro y la expectación, pero cuando sucede, la empatía con el relato es instantánea y el hecho cinematográfico se potencia. El realizador Marcelo Burd debuta en solitario (“Habitación Disponible”, “El tiempo encontrado”) con una película que no sólo posibilita el conocer el día a día de una comunidad, sino que, principalmente, permite reflexionar, post visionado, acerca del rol que tienen en la actualidad la educación y los maestros Salomón es un profesor de colegio primario que dejando su familia atrás se instala de lunes a viernes en la localidad de Olacapato, Salta, para ofrecerles a un grupo de niños algo más que una simple tarea o un dictado. Diariamente imagina estrategias que superan los dictados y las innumerables cuentas, posibilitando el acceso instantáneo a una cosmogenia diferente a la realidad, dura por cierto, que atraviesa a cada uno de los niños y niñas con los que trabaja. Una botella se transforma en un cohete espacial, y en esa transformación Salomón convierte el corto plazo en un horizonte plagado de expectativas y anhelos, de sueños y de relatos que completan. Pero Salomón no está solo, lo secunda un grupo de ayudantes, cocineros, celadores, que también desean que esos niños puedan imaginarse en un futuro que no quede únicamente ligado a la actividad principal del lugar, o a aquellos negocios esporádicos que se suceden rápidamente y que sólo desean llenarse los bolsillos sin pensar en el otro. Burd es uno más en la escuela, con habilidad de borrar la cámara, el registro comienza a difuminar la lábil línea entre ficción y documental, generando la duda, todo el tiempo, de qué es realidad y qué forma parte de un guion. “Los Sentidos” habla de esa Argentina en la que nadie tiene garantizado nada, en donde vale más la posibilidad de poder salir adelante acompañado por un docente que se sale de la curricula y la administración para mostrar otra verdad sobre la sociedad. Y también habla de los sueños postergados, del dejar de lado el ego para salir adelante como equipo, sabiendo que nadie es más importante que el conjunto que día a día pelea para que los alumnos puedan superar los obstáculos que se presentan. Olacapato es el escenario, y Burd lo refleja con su belleza natural imponente, pero también con la imposibilidad de ofrecer a sus habitantes beneficios que puedan superar aquellas limitaciones económicas que poseen. Un viaje al norte y al centro de la educación local, en el que cada uno de los personajes que muestra se convierten en actantes de una realidad dura, dolorosa, de la que no se puede ser ajeno o indiferente, y de la que “Los Sentidos” viene a demostrar que se puede modificar con pasión, amor y con mucha, mucha inventiva cuando no se tiene más que la imaginación para poder superarla.
Los sentidos: un pueblo que sueña con Julio Verne Olacapato es una localidad muy pequeña de la provincia de Salta. Tiene apenas un caserío de adobe, una capilla y una escuela. Desde la interrupción del servicio del Ferrocarril General Belgrano en la década del 90, sus chances de comunicación se han restringido. Este documental de Marcelo Burd pone el foco en la actividad de una pareja de maestros que lleva adelante, en ese contexto tan singular, un tesonero proyecto educativo que incide decisivamente en la vida de esa minúscula comunidad. En la escuelita, ubicada muy cerca de una zona de intensa explotación minera, se producen programas de radio y cortometrajes, se habla de Isaac Newton y de Julio Verne.
Acompañar antes que solamente observar. Con el esencial aporte de un sonido directo que consigue generar una sensación de cercanía, el documental de Burd retrata la vida en Olacapato, un pueblito salteño habitado por menos de 200 personas. Y lo hace evitando lo antropológico o la condescendencia. Luego de una oportuna cita de Silencio, poema en prosa de la escritora brasileña Clarice Lispector, Los sentidos –primer largometraje en solitario del documentalista Marcelo Burd– comienza con una serie de imágenes de Olacapato, un pueblito salteño cercano a la cordillera y habitado por menos de 200 personas. Los planos de una mina a cielo abierto –casi la única fuente de trabajo formal cercana, a pesar de los peligros ligados a la contaminación ambiental– les ceden el lugar a otros menos ajetreados: un caserío de casas de adobe construidas a la vieja usanza, un pequeño almacén de ramos generales, una capillita, la escuela. Un grupo de niñas trepadas a una torre otea y describe los alrededores, intentando descubrir con el sentido de la vista aquello que se sabe presente, aunque no se lo pueda observar directamente. “La nieve es muda pero deja rastro”, afirma Lispector, y algo parecido parece decir el realizador respecto de los chicos y adultos que protagonizan la película, un matrimonio de docentes que se esfuerza desde hace años en educar, apoyar, curar y alimentar al grupo de estudiantes de la escuela primaria que dirigen, en ese paraje ubicado a más de 4000 metros de altura. En una entrevista publicada en PáginaI12 hace algunos días, Burd insistía en despegar de su documental la etiqueta “de observación” prefiriendo, en cambio, la definición “documental de acompañamiento”. Es lógico: desde que codirigió Habitación disponible en 2004 junto a Eva Poncet y Diego Gachassin –retrato de inmigrantes en la Argentina antes, durante y después de la crisis de 2001–, su mirada siempre se mantuvo a mitad de camino entre el registro objetivo y una cercanía emocional con los sujetos observados por el lente de la cámara, sin intromisiones ni comentarios explícitos, pero evitando, al mismo tiempo, un abordaje excesivamente antropológico a la hora de describir sus realidades. Esa misma estrategia, difícil de equilibrar, era central en El tiempo encontrado (2013, codirigida con Eva Poncet) y vuelve a estar presente –quizás más que nunca– en Los sentidos, cuyo título puede ser interpretado de diversas maneras. Rodada a lo largo de cuatro meses a comienzos de 2015, se trata en definitiva de un sentido homenaje a una silenciosa lucha cotidiana –llena de complicaciones y sacrificios, pero también de alegrías–, a la vez que intenta encarnar en pintura social de ese país que, desde los centros urbanos, se insiste en no mirar. Salomón Ordoñez, maestro y director de la escuela, y su pareja Victoria Ramos, también docente, reciben de lunes a viernes a esos chicos de entre seis y doce años que llegan al lugar para estudiar, pero también para comer y socializar. Alguno de ellos podría estar predestinado para continuar la práctica del centenario arte de la copla; otros –un poco mayores– se debaten entre la posibilidad de ir a estudiar a la capital o quedarse en el pueblo y comenzar a trabajar. La lejanía de los hijos del matrimonio de docentes, allá en la ciudad de Salta, duele y ningún contacto vía Skype es suficiente (siempre y cuando, por supuesto, funcione la conexión a Internet). Olacapato es uno de los tantos lugares olvidados por el ferrocarril desde comienzos de los años 90 y más de un diálogo permite deducir la esperanza de su regreso; la mayoría de los chicos, en tanto, sólo ha oído hablar del tren y nunca lo ha visto con sus propios ojos. El trabajo de sonido directo de Hernán Gerard es esencial para el éxito del proyecto de acompañamiento de Burd: escuchar lo que se dice, a veces en voz baja, cuando aquellos que son observados por la cámara olvidaron su presencia. Las imágenes del aula, las casas y la enormidad del paisaje son evocadoras sin caer en ningún momento en la trampa del preciosismo exótico. Mientras tanto, los chicos preparan cohetes hechos con botellas de gaseosa para poner en práctica la ley de acción y reacción newtoniana estudiada en clase. “Los niños ríen, los pasos resuenan y dejan huella”, continúa Lispector. Los sentidos logra abrir los ojos y los oídos del espectador para que esas risas y pasos sean escuchados y esas huellas invisibles puedan ser observadas.
El tercer largometraje del director Marcelo Burd es un retrato acerca de los habitantes de Olacapato, una pequeña localidad de la provincia de Salta, para luego meterse de lleno en historias más concretas, como la de un matrimonio de maestros que convive día a día con la falta de suministros y con carencias de diferentes tipos. Los chicos aprenden y se alimentan todo el año en esta escuela-comedor que les brinda una segunda casa y hasta los cuida de enfermedades. Cada día implica un nuevo desafío para cada alumno que aprende más que leer y que sumar y restar: los profesores, con esfuerzo y dedicación, les enseñan valores que le servirán durante toda su vida. Pero el sueño de volar, de poder ganar un poco más de dinero y de ir a Buenos Aires a trabajar siempre está. La pareja, entre lágrimas e impotencia, debe decidir si comienza de nuevo en otro lugar o se queda a pelearla allí en el pueblo. Marcelo Burd no titubea y hasta utiliza las metáforas para poder representar temas y subtemas que no parecen sencillos: el cohete que con botellas de plástico le enseñan hacer a sus alumnos es algo muy parecido a la sensación de volar lejos de allí. Los Sentidos (2015) es un documental más bien observacional, un poco intimista y apela al espectador a ser un poco más consciente de la realidad de los otros.
CUESTIÓN DE PRINCIPIOS Nuestro país parece estar repleto de historias y espacios donde el acto de educar trasciende los parámetros convencionales y constituye un desafío a lo establecido y hasta una pequeña épica. En este caso, el recorte del documental Los sentidos está establecido en Olacapato, una pequeña localidad salteña, donde un matrimonio de maestros no sólo educa a 45 niños, sino que se ocupa de varios aspectos más sumamente constitutivos en sus vidas, como la educación y la alimentación. El abordaje del director Marcelo Burd se acerca lo justo y necesario a los eventos, sin bajar línea de manera explícita, confiando en que las imágenes y las interpretaciones del público sean las que delineen un discurso determinado. De esta manera, Los sentidos deja que sean las personas frente a la cámara las que esencialmente construyan los ejes de conflicto, los rituales, los vínculos y finalmente toda una visión sobre el deber del docente en la Argentina de hoy. En consecuencia, Los sentidos también se constituye en una declaración de principios sobre la ausencia de las instituciones estatales y cómo son los individuos los que cargan con responsabilidades que parecen superarlos pero que al final los definen. En un país donde los gobernantes sólo parecen conducirse a través de la demagogia y el doble discurso, no viene mal que desde el cine se sostengan unos cuantos principios éticos, apoyándose precisamente en quienes los ejercen.
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Allá arriba. Bien arriba. En la frontera entre Jujuy y Salta, colgando de la cordillera, se encuentra el poblado más alto del país. Un lugar llamado Olacapato, que tiene las casas de adobe, una capilla, la escuela y las vías del ferrocarril que extrañan horrores el paso del tren. Hacia allí se trasladó el director de este documental, Marcelo Burd, para retratar las condiciones de vida en la que se encuentran los abnegados pobladores de esta localidad. Especialmente a los alumnos, docentes, y no docentes de la única escuela que tienen. La cámara se dedica a seguir las vivencias de los chicos dentro de las aulas, y de algunos de ellos en sus casas, junto a sus padres. También registra el sacrifico, la vocación y la dedicación del director y docente Salomón Ordóñez, junto a otra maestra y a una cocinera, para mantener motivados al alumnado, que aprendan y entiendan, pese a las adversidades regionales, climáticas y políticas que sufren permanentemente. No sólo les enseñan, sino que también les dan de comer durante el día, en tanto que las cenas son en sus casas. Prácticamente la existencia del poblado gira en torno a la escuela y al ciclo lectivo, porque el pulso disminuye drásticamente durante los duros inviernos La película acompaña en varias jornadas las tareas que realizan los habitantes. Y también presta atención a sus necesidades, sueños, anhelos, padecimientos y resignaciones asumidas por los mayores. La lucha y el trabajo diario es el argumento principal de esta realización. El director tiene la clara intención de resaltar la voluntad, hidalguía y generosidad de los adultos para mantener en pleno funcionamiento tanto la institución educativa como al pueblito, que se encuentra lejos de todo, no sólo en los mapas, también en los pensamientos de los políticos de turno. Pero, por lo que vemos, eso no los amilana, sino que les da más fuerzas para continuar con su cometido.
La primera película de Marcelo Burd como realizador en solitario, Los sentidos, es un documental que retrata la vida en un perdido pueblo de Salta: Olacapato. En Olacapato no pasan muchas cosas, al menos a simple vista. Lo que hace Burd con su cámara es observar y retratar esa supuesta “nada” que sucede en ese lugar perdido. A la larga, es una película construida por medio de pequeños momentos. Clases escolares con el maestro enseñando a hacer un cohete con una botella, compras en el almacén, discusiones sobre la empresa que hace poco llegó y parece querer adueñarse del pueblo, la bibliotecaria presentándoles a Julio Verne, niños jugando sobre las vías del ferrocarril que hace años que no pasa. La cotidianidad en su máximo esplendor. Con Los sentidos estamos ante un documental de observación, con carácter intimista, en el que Burd nos permite acercarnos a determinados personajes, como el maestro de la escuela o la dueña del almacén, y es a través de ellos que va mostrando cómo es la vida en ese lugar. Si bien en apariencia no suceden muchas cosas, lo llamativo es también que es una comunidad rural que tiene mayores comodidades que otras tantas. Una escuela donde se preocupan de que los niños estén alimentados, de que asistan a clases y hasta de que vean al médico si tienen algún problema. Y si bien el film sigue también por momentos a algunas de las familias, es en lo educativo donde se encuentra el foco principal. Porque el sistema educativo del que somos testigos viendo la película rompe los estereotipos que se tienen sobre las escuelas rurales. Las familias, a grandes rasgos, parecen estar bien. Sobreviven, pueden comer, sin esperar mucho más. La promesa de una empresa que llegue y les brinde trabajo tampoco es imprescindible. Acá la gente está simplemente cómoda. Los problemas, o las dudas, aparecen cuando se piensa en el futuro, en lo que vendrá. Quedarse ahí o irse, ésa es la cuestión. “No pasa mucho acá”, es una de las reflexiones finales que brinda un joven muchacho, uno de los pocos habitantes de Olacapato, pensando sobre su futuro. Ni siquiera el ferrocarril pasa. Y lo que sí se sucede es una pequeña gran película.
La nieve es muda, pero deja rastro, los niños ríen, los pasos resuenan y dejan huella. Hay una continuidad que es la vida. Clarice Lispector Con esta frase de la escritora Clarice Lispector, el director Marcelo Burd nos proporciona algunas pistas de lo que vamos a ver a lo largo del documental. La historia, se centra en una zona semidesértica de la provincia de Salta. No hay nieve. Sin embargo, los pasos de los chicos riendo dejan huella y resuenan en ese paisaje de ensueño. La vida de estos niños se desarrolla en Olacapato, un lugar en el que sólo se escucha el sonido del viento. En este entorno, funciona una escuela primaria y es ahí en donde se va a centrar la historia. A lo largo del documental veremos a los niños en la cotidianidad de sus clases, cómo se desarrollan las mismas, cómo es la relación con los maestros y hasta se puede ver, en algunos chicos, cuando están en las casas con sus padres. La escuela es guiada por una pareja de maestros: Salomón Ordoñez (Maestro y director de la escuela) y Victoria Ramos (Maestra, bibliotecaria y esposa del maestro). Ellos tienen la dura tarea de no sólo enseñar sino también de alimentarlos, de contenerlos y de expresarles todo el tiempo que la escuela es un lugar en la que pueden confiar. A pesar de que están condicionados por un riguroso entorno. Con cámara fija en todas las escenas, sonido ambiente, no hay intervención por parte del director. Todo se desarrolla de manera natural. No hay testimonio en primera persona. Tanto adultos como niños hablan de lo que quieren hablar en ese momento de la escena. Un trabajo de fotografía impresionante en la que los paisajes parecen pintados al óleo. Una historia lineal, con pocos matices, conformada por las palabras de los chicos. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz
Un par de maestros, en un pueblo perdido de la Puna salteña, se ocupan de 45 chicos. De todo, alimentos, salud y, claro, educación: entre otras cosas, con novelas de Julio Verne y la construcción de cohetes para aprender de física. Sin juzgar, solo observando, Burd pinta un paisaje bello y triste pero también esperanzado: aparece la idea de que la imaginación y el aprendizaje son propulsores para el vuelo, para romper la inercia y generar cambios.