Dirigida por María Victoria Menis (El Cielito y Cámara Oscura), llega María y el Araña, un hermoso e intenso drama donde el primer amor trata de hacerse un lugar entre la oscuridad de una situación familiar. La importancia de la Rayuela María (Florencia Salas) tiene 12 años y vive en una villa de emergencia de Buenos Aires con su abuela (Mirella Pascual) y el compañero de ésta (Luciano Suardi). Está terminando la primaria y trabaja en el subte, y es aspirante a ganar una beca completa para una escuela secundaria. María parece tímida, pero desde el comienzo intuimos que sufre algún tipo de abuso por parte del oscuro compañero de la abuela. Un día, mientras está trabajando conoce al Araña (Diego Vegezzi), un adolescente que hace malabares en el subte. Se iniciará una relación entre ellos, que tratará de abrirse camino entre la oscuridad de la situación familiar de María. maria-y-el-hombre-araña- Este es un punto importante, a mi parecer. Cuando me encontré con la película vi que el conflicto no está determinado por la clase social de María, sino que se trata de un problema bastante universal, que “pasa hasta en las mejores familias”. Quizá la situación económica y social de María haga que sea más visible la ausencia de redes de contención a la hora de tratar estos casos. La historia se desarrolla en lugares muy contrastantes, en el subte, el Museo Ernesto de la Cárcova, la villa y la Reserva Ecológica de Costanera Sur. Y a su vez se sitúa en la transición infancia-adolescencia, también de mucho contraste, donde conviven los juegos de la infancia con los primeros besos y el despertar sexual. Como en la rayuela, María avanza a los saltos de la infancia a la adultez. La oscuridad que la rodea la empuja, pero ¿habrá Cielo al final del juego? El triunfo de la imagen Me emocionó mucho María y el Araña. Cada plano que compone la película es espectacular. Es un largometraje con muy pocos diálogos, donde la historia está contada y construida a partir de las imágenes. Y a la vez, María Victoria Menis protege al espectador de la horrible oscuridad que vive María, sabe bien hasta dónde mostrar esa situación. La fotografía es exquisita y la música acompaña muy bien la película. De hecho, me costó sacarme de la cabeza la canción que hace de leit motiv en la película. En su debut cinematográfico (y absoluto, ya que nunca había trabajado ni estudiado actuación), Florencia Salas hace un trabajo espectacular, y el resto del elenco también entrega actuaciones formidables. Las miradas en esta película lo dicen todo. El enamoramiento entre María y el Araña se puede casi sentir con esas miradas, la maestra de la escuela nos puede decir todo sin emitir una palabra. 105 Conclusión Con una gran riqueza visual, María y el Araña es una película que emociona sin recurrir a golpes bajos. La propuesta de María Victoria Menis está muy bien lograda y es muy recomendable para quien esté dispuesto a encontrarse con un drama. Con excelentes actuaciones, personajes queribles y una fotografía impecable, María y el Araña vuelve a lo básico: nos cuenta una historia a partir de sus imágenes. - See more at: http://altapeli.com/review-maria-y-el-arana/#sthash.mZtad5zj.dpuf
María y el Araña es una historia de amor, y a la vez la historia de un abuso. Se estrena el 10 de octubre Su protagonista tiene alrededor de 13 años es una adolescente que disfruta del estudio, tan es así que va a ser becada en el secundario. Por la tarde trabaja como vendedora en el subte. Vive con su abuela y la pareja de esta, un hombre desagradable que pasa su vida tirado en una cama, tosiendo, mientras espera la llegada de su mujer para que lo sirva. Un día en el subte conoce a un adolescente unos años mayor que ella, quien hace malabarismos de diferente tipo para sobrevivir. Ambos comparten el trabajo en el mismo ámbito, habitan en villas dentro de la gran ciudad, y tienen responsabilidades que los exceden en sus roles. El Araña cuida a un padre que se lo ve en la cama, mientras María regresa a su hogar con su abuela, para arribar a un clima denso donde las miradas se entrecruzan… mientras la tensión va anticipando la historia del abuso. Paralelamente la relación entre los dos jóvenes va creciendo afectivamente. El hecho de ver o intuir que María se esta transformando en una mujer va a sumar a la hora del desencadenamiento del descontrol en este hombre. Cuando se habla sobre abuso sexual en menores, siempre se piensa en violencia visible y/o invisible, y se sospecha de un no querer ver la realidad, para pasar al terreno de la complicidad basada en el temor. El peligro físico y moral de María va acompañado de una angustia creciente, la cual se encuentra relacionada -como ocurre en la mayoría de los casos- con la vergüenza y el miedo. La distorsión de los roles de este tipo de hombres, no difieren de los otros por la cantidad o la calidad de su potencial de violencia, sino que lo que ocurre es que estos mismos han fracasado en el dominio de este potencial, por no haber podido adquirir la capacidad de abstraer, de simbolizar y de desplazar la cólera derivada de la frustración de sus deseos. En la segunda mitad del siglo xx junto al creciente movimiento a favor de los grupos humanos discriminados (mujeres y niños) fueron surgiendo grupos que se unieron para luchar a favor de los derechos de las víctimas, los que denunciaron la existencia de un conjunto no considerado de las estadísticas oficiales: las víctimas de la violencia doméstica. Este primer momento de acción militante fue determinante a la hora de buscar respuestas sociales, sicológicas y legales. Y es partir de los 70, que el tema es recortado como objeto de estudio por los investigadores sociales. Pero dicha tarea es muy compleja a la hora de acceder a la información de lo que ocurre entre las cuatro paredes de una casa. Bastaría pensar en lo ocurrido hace poco en la localidad de Conchayoj en Santiago del Estero, donde un hombre violó a su hijastra desde los 11 años -ahora una mujer de 35- con la cual tuvo 10 hijos, de los cuales dos fueron enterrados cerca de su casa. Esta mujer recién se anima a contarlo, comentando que esto es común en esa zona. Algo realmente impensable, si se sabe que esta mujer no estaba encerrada. El 25% de las mujeres que dan a luz en La Banda, Santiago del Estero son niñas entre 11 y 16 años lo que la transforma en una población vulnerable por desarrollo, por historia familiar y por situación social, y la convierte a sus vez en una zona de alto riesgo. El escenario de la casa de María es el clásico de ese tipo de abuso. Un perverso y dos mujeres sometidas por diferentes razones: preferir tener un hombre al lado, aunque sea un enfermo y ser abandonada por la madre. Lo terrible en el campo de la violencia doméstica es que las propias víctimas de maltrato y/o abuso realizan esfuerzos para que nadie se entere de lo que ocurre, y eso se manifiesta tanto en la propia víctima como en los familiares directos. El uso de la violencia dentro del hogar sigue siendo estadísticamente una expresión del control que el hombre ejerce contra la mujer, ya que el 2% de la violencia corresponde a la mujer, el 25% es recíproca y casi el 75% restante es violencia contra la mujer. Dentro de ese porcentaje los niños y los ancianos son las víctimas más frecuentes. En el seno de la violencia se puede hablar de abuso físico, sexual, y emocional o sicológico. María es abusada en las tres modalidades, las que suelen estar casi siempre asociadas. Lo que María Victoria Menis nos presenta en este logrado film es una historia de abuso a la que se va a imponer la historia de amor, ya que estos dos adolescentes, -a los cuales se les han arrancado una parte de sus vidas- serán obligados a saltar una etapa y forzosamente a convertirse en adultos, para poder salir de ese círculo y construir una nueva vida basada en el respeto mutuo. Menis nos relata esta historia a través de las miradas de sus personajes, de sus emociones, de sus silencios, y del modo en que procesan la experiencia que les toca vivir. María y el Araña es una postal visible de nuestra Argentina profunda, aquella que negamos aunque lo veamos todos los días, en la calle… en el subte. Un film que va a emocionar al espectador generando diversos tipos de reacciones marcadas en mayor medida por la impotencia. Con muy buenas y parejas actuaciones, donde se destaca la de Florencia Salas (María), actriz no profesional, destacada revelación. Otro excelente trabajo de Menis, que se mueve entre el documento de la realidad y a la vez se acerca al documental como género en ese vagabundeo por la ciudad, dando cuenta de realidades tan diferentes, como pueden ser la Villa Rodrigo Bueno y en su extremo Puerto Madero, pero haciendo foco en una historia de amor que superara a la de la violencia. Buscar y ofrecer -desde la perspectiva de la mujer- explicaciones a la realidad, supone ubicarnos en el terreno de la utopía que le otorga sentido de futuro a los procesos sociales. El objetivo sería ampliar la mirada, para que esta nos permita volvernos sobre nosotros mismos, y de este modo poder ver y hacer algo sobre las personas afectadas en su ser y en la historia, que una vez más legitima el predominio de lo masculino sobre lo femenino. María y el Araña es un film de autor con un guión sólido, cuya estrategia narrativa son las miradas, los silencios, y las elipsis. Su historia contribuye al proceso de toma de conciencia de una realidad que sabemos se encuentra demasiado cerca, aunque elijamos no verla.
María Victoria Menis nos entrega su tercer largometraje, siguiendo el eje que la caracteriza: mirar a los dolientes, desposeídos o vulnerables en contextos particulares. A quienes necesitan protección, guía y mirada especial. Su lente tiene particular capacidad para registrar esas sensaciones, para adentrarse en universos herméticos (en apariencia) y en dotar de una leve luz al final del túnel, a sus personajes, en esta oportunidad, a "María y el Araña". Esta es una historia de amor adolescente, enmarcada en un contexto crudo y áspero: el del abuso dentro de una familia. Durante la proyección, y a pesar de que no comparten más que la problemática, recordé mucho "No tengas miedo" de Montxo Armendariz. Si bien aquella historia tiene una protagonista adulta y es más física (en términos de lo que se “siente”) que "María...", hay cierto encuentro en la respetuosa y cuidada manera de narrar la historia. Silencio, miradas cómplices, actos en apariencia vacíos y alteraciones sutiles en la conducta. Que realizan una curva que implosiona, primero, para luego modificar el entorno donde se producen los hechos. La trama nos presente a una nena (María), que cursa 7mo grado. Es una alumna ejemplar y reconocida por su maestra. Callada y de gestos mínimos, María está finalizando sus estudios (le ofrecen una beca en una escuela privada por su aplicación), y ayuda a su familia con la venta callejera. En el subte conocerá a "El Araña", otro chico que se gana la vida, haciendo malabarismo e intentando sobrevivir con su número. Entre ellos, lentamente, nacerá un sentimiento de compañía y refugio... Pero ese amor, deberá afrontar una prueba grande para materializarse… María vive con su abuela y su pareja, un hombre hosco que no les caerá bien, les anticipo. Sin anticipar más de la trama, hay que decir que Menis elige filmar en locaciones poco usuales (en la villa de Retiro, las cercanías de Las Nereidas, la Costanera sur) y posiciona a sus personajes con ideas claras y economía de palabras. Hay muy poco texto explícito en "María y el Araña" y mucho por debajo, que el espectador entiende rápidamente. Imposible no estremecerse cuando percibimos en cada gesto lo que sucede. “María y el araña” se ofrece como una película necesaria, tierna (en los encuentros de la pareja protagónica, cargados de candidez) y a la vez, perturbadora. Actuada con solvencia por un cast convincente (Florencia Salas, Diego Vegezzi, Mirella Pascual y Luciano Suardi), ofrece una mirada comprometida hacia un fenómeno al que debemos combatir, hoy y siempre.
María Victoria Menis se sumerge con delicadeza y talento en el mundo de los adolescentes marginados, con una chica de la villa que vive con su abuela y su abuelastro, y un chico que hace malabares y viste un buzo que le da su apodo. Una película que sugiere las crudezas, que se mece en la poesía aunque alrededor estalle el abuso y el abandono. Véala.
María y el Araña: a story of hidden pain “With this film, I felt the need to plunge into the world of kids, of marginal teenagers. To tell a story from the points of view of María (Florencia Salas), a 13-year-old girl who lives in the shantytown of Villa Rodrigo Bueno, and that of Araña (Diego Vejezzi), a 17-year-old teen dressed in a lousy Spider-Man costume who scrapes a living by juggling balls in the subway. María and Araña are surrounded by adults who do little or nothing for them. Sometimes, they even hurt them for life. I care about their inner worlds. What do they feel? What do they think?,” says Argentine filmmaker María Victoria Menis about her new film María y el Araña, co-written with Alejandro Fernández Murray, who also co-wrote the scripts of Menis’ two previous films, El cielito and La cámaraoscura. María lives with her grandmother (Mirella Pascual) and her sentimental companion (Luciano Suardi), a younger man with a secret. She also works in the subway, but is now about to finish elementary school and has received a scholarship to enroll in high school, something she and her grandmother have dreamed about for a long time. As Araña and María slowly, but firmly, fall for each other, which makes her grandmother’s companion mad. Sooner or later, the secret he keeps, which involves María, will be revealed indirectly. It is then when things take an abrupt turn – and not for the better. María y el Araña is a film that begins with a straightforward premise: to portray the thoughts and feelings of a girl and a boy as they fall in love. Or so you’d think during the film’s first half, which mostly deals with introducing the characters, establishing their longings and desires, and placing them in diverse situations of their everyday reality. However, as the film unfolds, another story comes to the foreground, a story of subjugation and hidden pain. And this is one of María y el Araña’s main assets: its ability to smoothly switch the dramatic focus without ever feeling contrived or arbitrary. It’s not that the filmmakers decided to merely add another layer for shock value or go socially conscious for the sake it. On the contrary. It’s plainly clear that the two stories — the visible one and that kept in the dark — have always been conceived together as the two sides of María’s present, blissful and dreadful at once. As regards the love story, expect subtlety and tenderness. In fact, a great deal of its appeal is due to its meditative tone that says lots of things with no stridence, few words and even silences. Menis’ camera examines and caresses María’s sweet face, which is arguably the film’s delicate heart. It effortlessly catches the smallest of expressions and gestures, and this way it brings her closer to viewers. Remember that, above all, this is an intimate film. Neither María nor Araña are fully fleshed-out characters, but they are no stereotypes either. After all, this is not a profound character study. All the same, they have enough personality traits to make you care for them (more so María), and provided that what matters most is both their falling in love and how they behave in their worlds, you get more than the basics just by observing without knowing that much about them. María y el Araña is, at least partially, a film about moments and details, and that’s why it’s so important that they are captured in an honest, substantial fashion. You have to believe them and feel their immediacy. It helps that Diego Vejezzi and Mirella Pascual do deliver convincing performances that add to that of Florencia Salas, a non-professional actress who truly excels. On the minus side, there’s a problem with the film’s tempo and with some scenes that, instead of adding something new, merely say more of the same. Even for a contemplative feature, María y el Araña sometimes drags and so its emotional impact is diminished. It’s as if sometimes it takes too long to say something which is not really that interesting. But even with its flaws, it meets most of the expectations it arises.
La niñez partida Doble mérito para la directora María Victoria Menis que en este tercer opus, María y el araña, logra extraer una soberbia actuación de la debutante Florencia Salas para contar con enorme sutileza y profundidad una historia pequeña con trasfondo social y que gira en torno al abuso sexual y a la violencia psicológica. Basta desplegar el juego de imágenes y de miradas para comprender la situación de la protagonista: una preadolescente que atraviesa la transición hacia la adolescencia desde esa niñez partida, a cargo de una abuela (Mirella Pascual), cuya pareja (Luciano Suardi) encuentra los momentos furtivos para acercarse en la intimidad de su precaria habitación en la Villa Rodrigo Bueno. Pese a la situación, María procura continuar con sus estudios y por las tardes ayudar a su abuela con la venta en el subte, mientras el hombre de la casa fagocita tanto la relación de ellas como todo aquello que ambas mujeres aportan en el hogar. Entre lo parasitario y la sensación de desprotección, la llegada de un muchacho (Diego Vegezzi) que se disfraza de hombre araña y realiza malabares en el subte abre las puertas a nuevas sensaciones y horizontes que para María implican el escape de esa densa realidad. El film de Menis traza un camino de aprendizaje interior -¿Quién dijo que aprender no duele?- en el que el maltrato o el abuso deshonesto también pueden convertirse -aunque sea por un tiempo limitado- en el reflejo distorsionado de una lucha silenciosa en la que se impone el amor por sobre todas las cosas. De eso también se ocupa este relato de la directora de El cielito (2004) al abordar esta sensible anécdota de amor adolescente en un contexto cruzado por la violencia del mundo adulto y las problemáticas sociales que al igual que los indicios de abuso a veces no se quieren reconocer y mucho menos ver. En tono con un cine de carácter intimista, despojado de sensacionalismo o morbosidad estética pero que no abandona la causa ni tampoco a sus personajes, María y el araña por momentos sacude la pantalla desde sus armas más nobles extraídas de la realidad más pura, con austeridad y al borde del coqueteo con el documental aunque siempre predomine la ficción.
Los contrastes de la vida adolescente En gran medida, el cine argentino de los últimos veinte años se ha preocupado por los espacios, las situaciones y -por sobre todas las cosas- los seres marginales, con películas que se desarrollan dentro de un colectivo social específico que pone de relieve el contexto en el que se encuentra el país. María y el Araña no le escapa a esta premisa. La segunda película de María Victoria Menis cuenta la historia de María (Florencia Salas), una joven de trece años que, entre diversos conflictos familiares y personales, trabaja vendiendo distintos objetos en el subte, lugar en el que conoce a un chico (Diego Vegezzi) que hace malabares con un disfraz de Spider Man. A pesar de estar enmarcado en un contexto bastante sombrío, el film -que maneja muy bien los contrastes a nivel narrativo- se centra en una historia de amor, en como la inocencia puede obrar por sobre la catástrofe...
Un mundo menos hostil En María y el Araña (2013) la directora María Victoria Menis (La Cámara Oscura, 2008) vuelve a explorar el tema de la marginalidad a través de la historia de amor entre dos adolescentes dentro de un marco de abusos e indiferencias sociales. La relación que entablan María (Florencia Salas), una chica de 13 años que habita la villa "Rodrigo Bueno", y el Araña (Diego Vegezzi), un malabarista de 17 que disfrazado de Hombre Araña muestra su habilidad en el subte a cambio de unas monedas, será la excusa que María Victoria Menis toma para hablar de temas contrastantes como el odio y el amor, la marginalidad y la superación personal o la indiferencia social y el sentido de pertenencia. Tópicos que la realizadora muestra a lo largo de un film que apela a la utilización de escasos recursos narrativos, en donde las imágenes serán mucho más potentes que las palabras. María vive en la casa de su abuela (Mirella Pascual) que a su vez convive con una pareja abusadora (Luciano Suardi), mientras el Araña se somete a largas horas de trabajo en el subte para poder subsistir. El abuso infantil -en todos los sentidos- es lo que refleja la película, pero sin caer en el golpe bajo ni la sensiblería, sino apostando a la sutileza de un relato focalizado en gestos y posturas que los personajes expresan a la perfección y que el ojo/cámara de Menis encuadra en primeros planos que lo dicen todo. La forma elegida para plasmar la mirada del abusador cuando descubre a María y el Araña bailando al ritmo murguero es uno de los momentos más logrados del film, una escena que sin decir nada explica toda la historia. Otro elemento que la directora trabaja es la utilización de los diferentes espacios a partir del contraste entre sí. Los personajes no serán los mismos cuando deambulan por el selecto e indiferente Puerto Madero, que para muchos puede ser un lugar seguro pero para ellos resulta hostil, como cuando se mueven dentro de su propia hábitat como los laberintos de las estaciones de subte, la escuela a la que concurre María o las propios recovecos de la villa. La seguridad para unos será la inseguridad para los otros. María Victoria Menis logra contar una historia de amor adolescente a través de una mirada cruda y desgarradora, pero sin por eso caer en la abyección visual ni narrativa, sino evitando en todo momento lo explicito para, desde la sutileza, plasmar la miseria humana sin la necesidad de regodearse en ella. Un pequeño gran film.
Amor en la oscuridad Quien vaya a ver María y el Araña debe estar preparado para enfrentarse a una película dura. Porque lo que desde el título, el afiche y los primeros minutos parece la encantadora historia de amor entre dos púberes desamparados, de a poco se va oscureciendo hasta convertirse en un drama de proporciones. No conviene contar en qué consiste ese drama, porque se estaría arruinando uno de los mayores méritos de la directora María Victoria Menis (El cielito, La cámara oscura). Va dando indicios, pistas sutiles de lo que está ocurriendo, de manera que los espectadores quedan totalmente atrapados dentro de la trama. Y, al igual que alguno de los personajes, preferirían que eso que sospechan no fuera verdad. Como tantas producciones nacionales de los últimos años, esta es una película de silencios, gestos y miradas más que de diálogos. Pero, a diferencia de otras, esa austeridad verbal es funcional a una historia. Por supuesto, para que ese mecanismo dé resultado son fundamentales las actuaciones (y la dirección de actores): aquí se lucen la debutante Florencia Salas, Mirella Pascual (recordada por Whisky) y Luciano Suardi (un actor de sólida formación teatral poco aprovechado por el cine). La fotografía (a cargo de Daniel Andrade) es bella, y esto puede ser tanto un halago como una objeción. Las imágenes son, casi casi, demasiado lindas: hasta la villa Rodrigo Bueno y el subte de Buenos Aires parecen lugares con cierto encanto, amigables, dignos de un paseo dominical. A la vez, se comprende que, sin esta estetización, la sordidez invadiría la película hasta hacerla indigerible, y entonces se agradece que la cámara, y Menis, sean capaces de captar belleza en los lugares más oscuros.
Un pequeño romance Una muchachita tímida, melancólica, que vende mapas en el subte, conoce a un chico apenas un poquito más grande, de buena apariencia, que hace malabares en el tren. Ellos son como tantos otros que vemos distraídamente todos los días. La directora María Victoria Menis, la misma de "El cielito", hace que ahora nos detengamos a mirarlos de veras. Su mansedumbre, los gustos sencillos, los anhelos, las alegrías compartidas, esos momentos hermosos de los primeros días de acercamiento entre dos que se están enamorando, la comprensión de la abuela, pero también la tristeza de lo incompleto, la felicidad que alguien se niega, las razones muy escondidas, vergonzosas, de una elección. Ella es una alumna aplicada. La maestra la aprecia tanto que le ha gestionado una beca en la secundaria de la parroquia, para que siga estudiando. Pero cuando otra alumna aplicada se hubiera alegrado, ella apenas esboza un gesto de aceptación, como quien siente que en el fondo no podrá disfrutar de ese regalo. La historia termina con sonrisas, esto conviene aclararlo. Y con algunas renuncias, y otro regalo. Ella vive en la Rodrigo Bueno, cerca de Puerto Madero y la Reserva Ecológica. El, con un poquito de suerte, ya podría ser de clase media baja. Pasean por ahí, visitan el Museo de Calcos y Esculturas de Costanera Sur, son inocentes. Linda, pudorosa como ellos, la escena de la primera tarde juntos. Cuidadosamente estilizado, el momento de choque del pibe con el novio de la abuela, que no sabemos en qué trabaja. Un choque vinculado a "códigos barriales", como se dice fácilmente. Así también hay otros momentos, que no corresponde anticipar. Y secretos, que la autora sugiere claramente sin decirlos, así de delicada es la obra. Intérpretes, María Florencia Salas, debutante, Diego Vegezzi, Mirella Pascual ("Whisky") en rol de abuela, Luciano Suardi. Para algunos tarda un poquito en arrancar. Pero vale la pena.
El amor, un vecino del dolor Como en "El cielito" (2003), María Victoria Menis vuelve a hablar del desamparo y la niñez y lo hace a través de una poética urbana y dolorosa y de dos chicos de poco más de diez años: María (Florencia Salas) y el Araña (Diego Vegezzi). En esta historia de claroscuros Menis expone un conflicto actual y tortuoso, en el que coinciden cuatro personajes: la abuela (Mirella Pascual) de María, el compañero de la mujer (Luciano Suardi), que se presume abusa de la chica y un chico que vive con su padre enfermo y disfrazado de Hombre Araña, se dedica a hacer malabares y juntar monedas en los vagones del subte de la línea D. LEJOS DEL SOL María conoce al Araña en el subte, en cuyos vagones todos los días intenta vender unas pequeñas guías. El chico un día le "roba" un beso. Pero ella, de trece años, guarda un secreto terrible que no puede verbalizar por temor al compañero de esa abuela, que indiferente a lo que sucede a su alrededor, prefiere mirar hacia cualquier lado. El tema, tal vez, hubiera requerido una mayor profundización, pero la directora sólo quiso mostrar una historia de amor, que nace en medio del dolor y está bien actuada por Florencia Salas, Diego Vegezzi.
En su quinto largometraje, la directora de El cielito y La cámara oscura se arriesga con un tema complejo como el abuso infantil dentro del ámbito familiar y, apelando a la sensibilidad y al recato que la caracterizan, sale airosa de semejante desafío. Pero los valores de María y el Araña exceden el mero marco de la corrección política a la hora de visibilizar un tema mucho más extendido (y negado) de lo que parece. Lo hace a partir de una historia entrañable que expone la inocencia del amor adolescente en oposición al horror que surge en el otro extremo del relato. La protagonista del film es la María del título (una Florencia Salas que en su debut en el cine alcanza a transmitir toda la vulnerabilidad y descontención de su personaje), una chica de 13 años que vive de manera muy humilde con su abuela (Mirella Pascual) y la pareja de ésta (Luciano Suardi). Ella es una alumna aplicada (hasta le ofrecen una beca para el inminente secundario) y se gana unos pesos por la tarde vendiendo guías en el subte. Pero cuando llega la noche y regresa al hogar en el asentamiento, el pánico la invade: la presencia amenazante del hombre de la casa le hace temer lo peor. En una de sus habituales jornadas en el subte conoce a El Araña (Diego Vegezzi), un muchacho de 17 años con una situación familiar no mucho mejor, que hace malabares disfrazado de El Hombre Araña e intentará acercársele pese a la extrema timidez de ella. Superadas las resistencias iniciales, pronto él se convertirá en su ángel de la guarda en medio de un entorno tan sórdido. Una vez planteado el conflicto y delineados los personajes, al film le cuesta un poco crecer y trascender ciertos lugares comunes, pero nunca cede a las tentaciones de los golpes de efecto, de la explotación o de las manipulaciones emocionales. En ese sentido, es interesante el personaje secundario que compone la uruguaya Pascual ( Whisky ), de esos que por omisión o negación, por hacerse "la distraída", terminan avalando el maltrato a una nieta que ella, por otra parte, quiere. El rigor formal y la solidez narrativa de Menis sostenida por un muy buen equipo de técnicos ayudan a que la experiencia por momentos dura y extrema de María y el Araña que recurre a mínimos diálogos resulte atractiva desde lo visual. Una película inteligente y, sí, también necesaria.
Un drama en pequeñas pinceladas “Cada hora, 228 niños/as padecen de explotación sexual en América latina y el Caribe. En la Argentina, el embarazo adolescente es una de las principales causas de deserción escolar.” Los datos son aportados por María Victoria Menis en la gacetilla de prensa de su quinto largometraje, iluminando algunos de los tópicos que lo atraviesan. La realizadora de El cielito y La cámara oscura echa raíces entonces en el drama realista y construye la historia del film a partir de la sensibilidad social y la preocupación por temas dolorosamente actuales. Pero María y el Araña no es un documental o un reporte televisivo; por el contrario, otro de sus pilares es cierto ideal contemporáneo basado en la construcción de universos cinematográficos de trazos mínimos, donde los silencios y sobreentendidos son tan importantes como la información brindada por las imágenes y diálogos. María, la protagonista, no es precisamente una chica parlanchina, y atraviesa su último año de educación primaria con un semblante distante y tristón. Al terminar su jornada de estudio, la muchacha se quita el delantal blanco y se sumerge en el submundo de la línea D de subterráneos, una cifra más del trabajo infantil callejero. Allí conoce a el Araña, compañero de rubro que, disfrazado con una remera del famoso superhéroe, anda revoleando pelotas de goma cual malabarista de ocasión. Al caer la tarde, María se vuelve para sus pagos, una casilla en una villa de emergencia (la película fue rodada en parte en la villa Rodrigo Bueno, puerta trasera del paquete Puerto Madero). Allí viven también su abuela (la uruguaya Mirella Pascual, la Marta de Whisky) y su pareja, un hombre taciturno y algo ominoso. Con ese planteo, Menis va desarrollando el drama con pequeñas pinceladas, logrando en gran medida que el espectador se sumerja en la vida cotidiana de ese personaje frágil y, en más de un sentido, heroico. El timbre en alguna marcación actoral o el énfasis en una sordidez atemperada le restan al film potencia y verdad en ciertos pasajes, como si la búsqueda de impacto desnudara una esencia artificial en las imágenes y las situaciones. A medida que la narración avanza y algunos de sus “secretos” comienzan a ser develados, Menis abandona en parte la delicadeza y se deja seducir por el canto de sirena del melodrama, pero sin entregarse por completo a él. Ese “tira y afloja” entre dos tonos de calidad opuesta –evidente, por ejemplo, en la escena donde una murga practica en las calles de la villa o en la última escena de la película– no termina de equilibrarse y genera una suerte de desfasaje que atenta contra los logros del film. El rostro de Florencia Salas, la chica debutante que interpreta a María, es uno de ellos: en sus ojos usualmente resignados, en los escasos momentos donde se dibuja una sonrisa en sus labios, en su pequeño cuerpo acostumbrado a llevar más de una pesada carga, María y el Araña encuentra un fiel reflejo de ciertas realidades sin que sean necesarias las palabras o los subrayados.
El fin de la inocencia María es una excelente alumna y hasta recibe una beca escolar. María vive con su abuela y su pareja, un tipo joven comparado con ella, en una casa de la supervivencia y el día a día. María viaja en subte, tiene una amiga más grande, vende algo para llevar plata a la casa y conoce a El Araña, un chico de su misma condición social. La niña María es luz, sonríe tímidamente, se siente feliz en el colegio, en la calle, en el subte, no así en el hogar, vigilado por la mirada de la pareja de su abuela, un hombre digno de temer. María está interpretada por Florencia Salas, sin ninguna experiencia en cine, en una performance extraordinaria donde se entremezclan alegrías momentáneas y un tremendo dolor interior. El tercer largo de María Victoria Menis (El cielito, La cámara oscura) se adentra de manera sutil en un par de vidas al voleo, a pleno pan nuestro de cada día, donde la niña María y el adolescente Araña actúan como punto de vista del relato, a través de elecciones formales donde la puesta en escena (locaciones reales, movimientos tensos de la cámara) recuerdan a los mejores exponentes urbanos de la Generación del '60 del cine argentino. Pero el aspecto más relevante de María y el Araña se hace presente no solo por aquello que muestra, sino también desde lo que decide eludir a través de un inteligente uso del fuera de campo. Con similares inquietudes temáticas a otro film argentino reciente, El sexo de las madres de Alejandra Marino, el dolor de María se sintetiza en su mirada triste, de vez en cuando feliz, invadida por el excesivo control de un hombre mayor que convive cerca de ella. En este punto, la película entrega sus mejores momentos, sin caer en el habitual miserabilismo de esta clase de historias, sin recurrir al dedito acusador y a la tosca división entre buenos y malos. Menis es contundente desde la sutileza, certera por el uso del espacio off, protegida y apoyada por ese rostro cándido de María, un personaje invadido por alegrías efímeras y obligada a crecer rápidamente debido a los horrores del mundo. De allí el complejo final, la sonrisa tímida de María, ahora acompañada, y el reencuentro con el chico-araña.
En el 2003, El polaquito aparecía en la pantalla grande para mostrar que se puede generar poesía desde el horror, que la vulnerabilidad juvenil es susceptible de convertirse en materia de una bella y crítica película. Así como los protagonistas de aquel drama social argentino se enamoraban en una estación de tren, María y el Araña trazan lazos afectivos en el bajofondo del subte porteño. El trabajo a la salida de la escuela los encuentra, los pasajes oscuros de las biografías individuales amenazan con separarlos. La nueva película de María Victoria Menis se inscribe en esa línea de realismo descarnado que el cine nacional viene trazando hace rato. La cinta abre con una escena pintoresca que recrea la inocencia infantil: María mira desde afuera el juego bailantero de sus amigas. Este y otros pequeños indicios aclaran desde un principio que su infancia ha sido brutalmente perforada. La protagonista tiene una mueca triste, cuando sonríe parece que lo hace desde las entrañas. Aunque el mimetismo con la realidad se logra desde todos los costados (el guion, la elección de las locaciones y el criterio de vestuario) el gran acierto del filme está en la elección de la actriz. Florencia Salas logra un naturalismo siempre creíble valiéndose de una gestualidad mesurada y de escasas palabras. La reducción al mínimo de los diálogos es un rasgo estético deliberado. La película muestra todo sin decir casi nada, y ese todo no es para nada liviano. A pesar de sus circunstancias María es una alumna destacada, que recibe una beca para empezar la escuela secundaria. La maestra sabe que su silencio acusa más de lo que calla. Trabajar a la salida del colegio es un alivio, cuando el enemigo está adentro, la calle no es un peligro, la amenaza es la propia casa. Aunque la trama resulte un poco predecible por la profusión de indicios y la reutilización de los tópicos narrativos frecuentemente asociados a las villas de emergencia, y aunque la escasés de los diálogos hace que algunos suenen un poco impostados, María y el Araña es una película sólida, estoica y esperanzada. La pobreza, la perversión, el abandono y el maltrato forman parte de un enclave contaminado y sin embargo, gracias al amor del Araña, la protagonista subsiste a la adversidad.
Mirar lo que vemos María (Florencia Salas) es una chica de 13 años que vive con su abuela y la pareja de esta en un barrio de emergencia en una zona de Buenos Aires que es el epítome de las diferencias sociales más tajantes (Puerto Madero se convierte así en otro protagonista). Es una alumna ejemplar, merecedora de una beca en un colegio religioso para continuar sus estudios secundarios, y por las tardes vende guías en el subte. Allí la conoce al Araña (Diego Vegezzi), un joven de 17 años que vive en una habitación compartida en una pensión y que “trabaja” -vestido con el disfraz de ese superhéroe-, haciendo malabares. María Victoria Menis (El cielito, La cámara oscura) ahonda nuevamente en esos mundos marginados y en esos personajes que deambulan por la vida tratando de sobrevivir negados por una sociedad que ni se detiene a observarlos. La puesta en escena, inteligentemente, se detiene en mostrar a esos actores sociales (que somos nosotros: los espectadores) que ni levantan la vista de lo que están leyendo cuando el Otro se les acerca, que se lo llevan por delante, que lo ignoran. La película, a través de un guión sutil y fluido que prefiere confiar en lo visual y en los silencios antes que en los diálogos (entendiendo que esos personajes son de una parquedad orgánica cuasi ontológica) narra el nacimiento de un romance adolescente en un universo que hace lo imposible para demostrar que nada de lo bueno puede permanecer. La criminalidad del abuso y el prohibido trabajo infantil como moneda corriente se contraponen a las sonrisas que se dibujan en cada encuentro de los protagonistas (ambos de destacada actuación) y en la tristeza y la desazón cuando algo lo impide. Hay una evidente decisión de pintar el otro lado de ese mundo. El que, en general, no se muestra ni se cuenta porque vende más el horror y el morbo, porque es más fácil la lástima bienpensante de la clase media fascista que la aceptación de las culpas propias en la construcción de esos Otros, nuestros prójimos próximos. Es una decisión política mostrar lo que también es parte constitutiva de cualquier vida sin cargar las tintas en “el mal” ni construir una positividad hueca y falaz: la murga que trae la alegría, la solidaridad inter pares, el valor de la educación, la apuesta por el arte, la esperanza a pesar de todo y contra todo. María y el Araña nos enseña a mirar sin bajar línea, ni hacer pedagogía con los aires de maestra ciruela tan propios de cierta clase social que se cree dueña de la verdad, ni solemnizar los discursos, ni olvidar que cine es entretenimiento pero también la posibilidad de contar lo importante a (re)pensar.
El silencio de los ángeles Al borde de los 13, María, la protagonista, habita una villa urbana muy cerca de la exclusiva zona residencial de Puerto Madero en Buenos Aires. Su madre la ha abandonado desde muy pequeña pero vive con su abuela y la pareja de ésta, destacándose como buena alumna en la escuela. En las horas libres, trata de sumar algún peso al magro salario familiar y subsiste vendiendo guías en los subtes. En ese ámbito, un día conoce a un chico de 17, que recibe algunas monedas por malabares y acrobacias vestido como el Hombre Araña. A partir de la transparente historia de amor que surge entre estos dos adolescentes angelados, la película profundizará también el marco de callados abusos en medio de la ceguera social del entorno más próximo, aunque evitando en todo momento lo explícito, siempre desde la sutileza, sin regodearse en la miseria: poesía y luminosidad en medio de la sordidez. Como en su ópera prima “El Cielito” 2004, la directora María Victoria Menis vuelve a explorar el tema de los más vulnerables y desamparados, que a pesar de las múltiples limitaciones sociales buscan abrirse camino a su manera. Esta vez se sumerge con delicada crudeza en el mundo de los adolescentes al borde de la marginalidad, distantes años luz de los frívolos jóvenes consumistas que circulan por la última película de Sofía Coppola. Cine del bien y del mal A pesar de ser un film fuerte, en donde se tematiza el abuso, el trabajo juvenil y la pobreza, “María y el Araña” no se apoya en las manipulaciones emocionales ni en las sobreexplicaciones. No hay diálogos de más sino elipsis, hechos y situaciones que están por sobre lo textual. Esa austeridad verbal es funcional a la historia, aunque para que este mecanismo resulte gravitan también las buenas interpretaciones y la dirección de actores: en su debut cinematográfico, Florencia Salas, que nunca antes había actuado, hace un trabajo espectacular, y el resto del elenco también entrega actuaciones formidables, particularmente Mirella Pascual (recordada por “Whisky”) y Luciano Suardi, un actor de sólida formación teatral. La dinámica de pocas palabras pero generosa en miradas y gestos, se apoya en una banda sonora trabajada en todos sus niveles. Se prefiere el sonido diegético: desde la respiración hasta el goteo de una canilla adquieren protagonismo. También la música ingresa en la trama, con sus pegadizos acordes para bailar y sus letras para interrogar, aportando a una suerte de resistencia poética que afirma la alegría aun en medio del dolor, lo que se corresponde con una fotografía que captura el brillo de los lugares oscuros, disminuyendo la sordidez de los espacios. Otro elemento que la directora trabaja es la utilización de diferentes lugares a partir del contraste entre sí: los rascacielos y el bajo villero, el museo Ernesto de la Cárcova, con sus frías esculturas clásicas y la murga festiva en la playa marginal. También se resalta la combinación de vulnerabilidad y fuerza en los protagonistas; el amor y lo bestial; el lazo solidario y el aislamiento; la creatividad y la explotación; los primeros besos y la inocencia del amor adolescente, en oposición al horror que surge en el otro extremo del relato. Tan perturbadora como llena de encanto, “María y el Araña” resulta una película tan atrayente como necesaria.
María Victoria Menis ha mostrado a lo largo de su filmografía que sabe cómo llegar al fondo sensible de sus personajes. Esta fábula sobre la pobreza, basada en el amor entre dos chicos marginales de 13 y 17 años, esquiva muchos golpes bajos y el miserabilismo, riesgos mayores de una propuesta de este tipo. Pequeña, sensible y bien realizada, la película recorre al mismo tiempo una ciudad y sus suburbios como un laberinto que refleja las emociones de sus protagonistas.