Esta notable película del director de La boca del lobo (La bocca del lupo) y Bella y perdida (Bella e perduta) llega finalmente a los cines de Argentina luego de su estreno mundial en la Competencia Oficial de la Mostra de Venecia 2019 (donde Luca Marinelli obtuvo la Copa Volpi al Mejor Actor) y de ganar la competencia Platform en Toronto, entre varias otras distinciones. Basada en la novela más autobiográfica de Jack London, Martin Eden es una película enorme, amplia, abarcativa, que presenta la sociedad europea de todo un siglo, atravesando épocas sin especificar. Gran personaje literario y cinematográfico, el protagonista es un marinero de Nápoles que, por circunstancias casuales, es aceptado por una familia de la alta burguesía. Inmediatamente él y Elena, la hija de la casa, se enamoran y él queda fascinado por ese mundo privilegiado que le da acceso a la literatura. Ya tiene todo decidido: será un escritor, y así podrá casarse con ella y ser aceptado en ese medio. El camino de Martin no es fácil, teniendo en cuenta que es proletario e iletrado, y la sociedad no lo ayuda. Un inconformista, el hombre arremete contra toda forma institucional, partidos políticos, grupos literarios, ganándose sólo enemigos. Marcello (La boca del lobo / La bocca del lupo, Bella y perdida /Bella e perduta y las posteriores Per Lucio y Futura) trabaja un fluir temporal sin indicaciones, sin datos temporales, con una imagen y color intencionalmente antiguos: varias veces se habla de una guerra, sin especificar a cuál se refiere; la familia Orsini, aristocrática, parece fijada en el siglo XIX, salida de un film de Luchino Visconti, con su estética aristocrática, mientras la de Martin podría estar en uno del Roberto Rossellini neorrealista. Por otro lado, la enorme riqueza de recursos también remite a distintos momentos temporales: músicas de diversas épocas, registros en blanco y negro de una Italia destruida, como la de Paisà o Europa 51, barcos carabela del siglo XIX y bombarderos de la Segunda Guerra Mundial, esas imágenes desconciertan al tiempo que abren las posibilidades interpretativas. Marcello ya había utilizado material de archivo también en Bocca di lupo para evocar una época de la historia de Italia. Personaje contradictorio, como tantos artistas de fuste, Martin esgrime su rebelión y su individualismo como una bandera, que lo llevará –tras una transformación tanto intelectual como física (gran composición de Luca Marinelli)- a la postura extrema propia de los vencedores, cínica y desdeñosa. Una película que abre la reflexión –y nunca la cierra- sobre el poder de la cultura, de las clases sociales, la esencia del socialismo, del individualismo y tantos temas de nuestra época.
“Martin Eden”, la clásica novela del aventurero socialista Jack London, obtiene un curioso y original tratamiento en esta producción europea que cambia el libro publicado en 1909 tanto en ambiente como en época. En el original, Martin Eden era un marinero estadounidense pero aquí es napolitano, y la época es un momento más o menos indeterminado entre los años 60 y 70. Estos cambios le permite al director Pietro Marcello algunos comentarios sociales más cercanos al espectador actual, pero también la inclusión de hermosas canciones pop italianas. La trama sigue siendo la misma del libro de London, y lleva como protagonista a un marinero iletrado que salva a un joven rico de una situación violenta en el puerto, con lo cual logra el agradecimiento de su familia aristócrata, en especialmente de su atractiva hermana estudiante, gracias a quien conoce la poesía de Baudelaire. Esto es un punto de inflexión en la vida de Eden, que casi inmediatamente desarrolla una fiebre literaria, empieza a leer ávidamente y se decide a ser en un gran escritor, asunto con lo que no todos los que lo rodean están de acuerdo, ni creen posible. El Martin Eden de Luca Marinelli es realmente convincente, y este detalle es el punto fuerte de un film que, por el cambio de época y de ambientes, puede contrariar un tanto a los seguidores de Jack London. Pero el film es interesante, tiene buenas actuaciones y una sólida fotografía.
“Martín Eden” de Pietro Marcello. Crítica. Un viaje de transformación a través de la cultura. La película del director italiano Pietro Marcello, que se estrena el próximo 5 de agosto, es una adaptación libre de la novela homónima del escritor Jack London publicada en 1909. Una historia autobiográfica, que el realizador traslada desde Oakland, en California, en la versión original hasta Nápoles, en el sur de Italia, para Introducir su impronta en la obra añadiendo nuevas particularidades, dentro de una cultura que se construye más familiar para el cineasta. El protagonista, que lleva el nombre del film interpretado de manera magnífica por Luca Marinelli, es un joven autodidacta, humilde y de pueblo, que se gana la vida trabajando como marinero. Sin embargo, su vida iniciará una transformación el día que defiende al adinerado Arturo Orsini de recibir una paliza por un trabajador del puerto. El chico de familia rica, en agradecimiento invita a Martín a su mansión, sitio en donde el inmaduro navegante conoce a Elena, hermana de Arturo, de la que se verá intensamente atraído. Elena será la fuente de inspiración del protagonista, que comienza a ilustrarse así mismo descubriendo en su enamorada la pasión por la lectura y la escritura. Escenario que transporta a Martín a una obsesión por convertirse en escritor enfrentando los diversos obstáculos. Ilusionado en alcanzar el éxito, que lo sitúe en una alta posición económica, similar a la familia de Elena. Es así, que en busca de superar su status, Martín empieza una nueva vida, entre la realización de duros trabajos, necesarios para subsistir y su deseo de llegar a ser un gran literato, que lo lleva a embarcarse en un mundo de conocimiento alcanzado por grandes obras literarias de poetas y filósofos, en donde también se cruzará con ideas socialistas y de izquierda. De esta manera, se expone la vida del joven marinero, que en esta búsqueda insaciable, escribe sin parar a pesar de las frustraciones al recibir de regreso sus escritos, rechazados a la hora de ser publicados. Entre tanto, Martín martilla las teclas de su máquina de escribir, transformando este sonido en una especie de banda sonora, que acompaña el montaje de imágenes que se suceden en paralelo. Este será un camino dificultoso, del cual el protagonista no solo deberá soportar los rechazos de los editores, sino también los de su enamorada y de por supuesto, su familia burguesa. En una Italia marcada a fuego por los diferentes conflictos políticos, como el fascismo y la guerra, aunque no se remarque con exactitud la época en que transcurre el relato. Es decir, una historia anacrónica, que sin embargo busca subrayar el surgimiento de los diferentes movimientos sociales y el crecimiento intelectual de un hombre en solitario y en permanente lucha por sus ideales. Disponible en las siguientes salas:
La premiada película de Pietro Marcello con Luca Marinelli Adaptación de la histórica -y semi autobiográfica- novela del americano Jack London, la historia del marinero devenido escritor es ambientada en una conflictiva Italia del siglo pasado. Hay una larga tradición de películas de revisionismo histórico en Italia, sobre todo las acontecidas en la Segunda Guerra o en la tensión entre fascistas y comunistas. Sin embargo, esta recuperación de la novela de London (escrita a principios del siglo XX) no precisa ni un tiempo ni un espacio determinado. La historia de Martín Eden (Luca Marinelli, ganador a la mejor actuación por este papel en la Muestra de Venecia), un marinero sin educación que tras caer ocasionalmente en una familia aristocrática sueña con ser escritor y lucha hasta conseguirlo, se presenta como el puntapié inicial para hablar de muchas cosas -nunca una sola- abriendo posibilidades en una película rica en interpretaciones. Por un lado tenemos la cuestión de clase: el proletario que no es aceptado por su condición en la familia adinerada. El conflicto se evidencia cuando se enamora de Elena (Jessica Cressy), la hija de la familia Orsini, y ella le pide que se eduque. Luego esa educación no es suficiente, necesita dinero para estar con la chica. Una vez que triunfa económicamente con la publicación de sus poemas (no sin antes ser rechazado miles de veces), aparece la ideología de los textos como un problema. Por otra parte aparece el conflicto intelectual: mientras es criticado por los socialistas por ser individualista en sus escritos, es también criticado por los aristócratas por ser pesimista. Este “no encajar nunca” se vuelve una constante en su vida, tal es así que cargará con ese estigma como una cruz. Pero también vemos la manera del director de La boca del lobo (La bocca del lupo, 2009) y Bella y perdida (Bella e perduta, 2015) de insertar imágenes de archivo en medio del relato. Escenas que no pueden determinarse con exactitud a qué período pertenecen: vemos un barco a vela, vemos trabajadores en la playa, una ciudad destruída, etc. Una dimensión cinematográfica que le otorga un carácter de ensueño al film, dando apertura a múltiples interpretaciones con la historia italiana contemporánea. Martín Eden (2019) es una película muy interesante porque tiene un personaje carismático, de esos soñadores que pretenden llevarse el mundo por delante y vivir con intensidad cada oportunidad que se le presenta. Pero también, al modo de Luchino Visconti (Rocco y sus hermanos, El gatopardo), el film supera la historia que se cuenta para abordar dimensiones sociales y filosóficas, sin jamás subrayarlas, con una capacidad sorprendente.
Basada en la novela autobiográfica de Jack London, la italiana Martin Eden, dirigida por Pietro Marcello, es una rareza y una proeza. Que navega su relato entre la narración clásica y la fragmentación posmoderna, sin perder intensidad. Por el contrario, la fuerza de esta historia no hace más que crecer, a medida que pasan los minutos. Es la de un joven y apuesto marinero, de origen humilde, iletrado, casi sin formación, que se propone ser escritor, embelesado por el mundo culto y burgués al que pertenece su enamorada. Martin desea la cultura, el conocimiento, la soltura con que la joven aristocrática Elena Orsini (Jessica Cressy) pronuncia el francés, toca el piano y tiene el criterio suficiente como para percibir, rápido, que sus poemas ardientes necesitan más trabajo. Pero su deseo —de ella, de lo que representa ella, de su mundo “viscontiano” y de la posibilidad futura que se le abre al soñarse escritor— choca con su entorno. Una familia trabajadora, un padre duro, que se preocupa por el gasto de luz cuando lo ve leer, un barrio en el que la necesidad se da la mano con la agitación política sindical. Con las ideas del socialismo que también lo llaman, pero que no van a salvarlo. Para algo parecido debería quizá creer, al menos, en la lucha colectiva, antes que en la individual. El extraordinario Luca Marinelli protagoniza esta historia, de compleja épica personal, sobre la novela de Jack London (Foto: prensa). En el lenguaje del cine, con el trabajo impresionante de su protagonista, Luca Marinelli (que se llevó el premio al mejor actor en el Festival de Venecia, en 2019), Martin Eden se construye como una obra única y original, que fluye sin el lastre de la atadura al texto fuente. Larga, épica, abarcativa, cruza la peripecia de Martin con las convulsiones de la Europa del siglo pasado. Pero son las cuestiones del alma angustiada de su protagonista, su exasperante inquietud, al borde de la desesperación, las que atraviesan la pantalla y conmueven. Su parábola atraviesa temas tan universales como contemporáneos: lo aspiracional, esa palabra de moda que a veces maquilla asuntos de clase; la vacuidad del éxito, la naturaleza del talento, la utopía de la movilidad o el ascenso, social o de otro tipo. No se la pierdan.
EXPLORACIÓN ABSTRACTA “Film sobre cómo un simple nombre nos permite explorar el mundo mismo. Para todas las personas que desean algo pesado, pero significativo espiritual y artístico”. Martin Eden, 2019. Sigue a un joven humilde de pueblo que se gana la vida trabajando como marinero. Un día, Martin (Luca Marinelli) defiende de una agresión a Arthur (Giustiniano Alpi), un joven de clase alta. Como agradecimiento, éste invita a Martin a su hogar y poco a poco lo va introduciendo en su estilo de vida. El joven conoce así las ventajas de la educación, y ve esto como una oportunidad para progresar y convertirse en el escritor que ha decidido que quiere ser, mientras aprovecha al máximo el tiempo entre lujos. Martin recibirá un impulso inesperado cuando conozca a Elena (Jessica Cressy), la hermana de Arthur (Carlo Cecchi), de la que se enamora al instante. Al mismo tiempo, por influencia de su amigo Russ, se integra a círculos socialistas. Todo esto lo lleva a asumir un compromiso político y a desarrollar actitudes destructivas, pero al mismo tiempo le genera un conflicto con Elena y su entorno burgués. La dirección de este filme posee un camaleonismo con un gran nivel de detalle: No se conforma sólo con entregar una forma de contar las cosas, sino que introduce diferentes técnicas audiovisuales para comunicar mensajes, puntos de vista, sensaciones, pensamientos, etcétera: Imágenes que nos remiten a otras épocas o un uso cuasi futurista y multiculturalista de la música en un ambiente europeo clásico son algunos de los ejemplos más comprobables de primera mano. Simplemente, sublime el ambiente generado. El guión es la última cara de la moneda: Lo que define por completo a Martin Eden cómo una obra atemporal, que recorre la totalidad de su prisma. La narrativa sigue una exploración introspectiva que toma cómo puntos clave las ideas del arte, la desilusión, la filosofía, la lucha de clases, el libre mercado y el idealismo europeo. Todo está perfectamente hilado, con un propósito mutable respecto a su protagonista y el cómo éste va a relacionarse con su entorno y el espectador. Martin no existe para caernos bien, existe para desarrollar todos los puntos anteriormente mencionados, y lo hace de maravilla. La música es otro acierto: Recopilando tonadas con un estilo más oriental semejante al “Pop Ciudad” japonés junto a composiciones más barroquiales, lo que nos queda es una ambientación sonora mutable entre el ayer, el ahora y el mañana, algo vital para terminar de construir la madre del borrego que es el guion. Cada pieza acompaña el momento por el que pasa el protagonista, con esto dándole color al elenco y contexto en el que nos encontramos. "Película muy recomendable sobre cómo los tiempos se unen, los artistas sufren con o sin el éxito ansiado, y dando un gran golpe en la mesa sobre temas políticos y culturales aún relevantes a la presente fecha."
Fulgores de una vida. Sin dudas, dentro del puñado de películas extranjeras que se han estrenando en salas comerciales de nuestro país desde que las condiciones sanitarias lo permiten, Martín Eden es una excepción. No tanto por ser una coproducción italiana-francesa-alemana, sin estrellas y sobre conflictos (sociales, políticos, de personalidad) complejos y nada complacientes, sino por lo que el realizador Pietro Marcello hace con ese material. En principio, el guión (escrito por Marcello junto a Maurizio Braucci, quien previamente fuera coguionista de películas como Gomorra y Reality, de Matteo Garrone, o el Pasolini de Abel Ferrara) traslada la acción de la novela homónima de Jack London de Oakland a Nápoles. El retrato de época no procura la minuciosa reproducción de un momento determinado sino que –aunque la historia transcurre evidentemente durante la primera década del siglo XX– hace del tiempo algo elástico, con fugaces momentos que se cruzan como anticipos o flashbacks, como si el relato avanzara sin desestimar los pensamientos, las intuiciones y los recuerdos del protagonista. Lo interesante es que el realizador recurre para ellos a material de archivo, filmaciones en 16 mm. o fragmentos de antiguas películas, logrando que esos segmentos transmitan (por su textura y sutileza, así como también por la musicalización) un tono como de ensueño, entre la perturbación y el lirismo. Recursos que Marcello empleaba también en su película anterior más conocida, la notable La bocca del lupo (premiada en la edición 2010 del BAFICI). Otro punto de interés, nada menor, se encuentra en las ideas que se sacuden en torno al personaje central (que hace creíble Luca Marinelli, Mejor Actor en el Festival de Venecia 2019), joven marinero que se gana la simpatía de una familia burguesa conociendo a Elena (Jessica Cressy), de la que se enamora al tiempo que descubre la posibilidad de superarse. Sus esfuerzos por brillar como escritor lo van llevando a un doble camino: por un lado cierto éxito, después de muchos tropiezos; por otro (yendo de su amistad con un bohemio socialista y su comprensión por los sufrimientos de trabajadores humildes hasta una suerte de individualismo desprendido de dogmas), el dolor de enfrentar su posición ante la vida con la realidad, lo que incluye los privilegios de clase de la familia en cuestión y sus allegados. No sabe, o no puede, o no quiere, moverse con prudencia en una sociedad en la que gestos de solidaridad se cruzan con el cinismo y la indiferencia de muchos. Por eso se llega a un desenlace tan distinto a lo que suelen ofrecer las biopics convencionales (tan parecidas a tratados de autoayuda), previsible para quienes conocen la novela original pero resuelto con sobriedad y lucidez. Por Fernando G. Varea
La novela homónima del escritor estadounidense Jack London dio origen a la nueva película del director italiano Pietro Marcello (La boca del lobo, 2009; Bella y perdida, 2015) al transponer la obra literaria, publicada a inicios del siglo XX, a la gran pantalla. La historia de Martín Eden, aquel hombre que se construyó a sí mismo sin medir las consecuencias de llegaría a ser, aborda temáticas que aún se mantienen vigentes y profundizados: la exaltación del individualismo, las contradicciones sociopolíticas, el éxito como fin y el sujeto preso de su condición de clase. Mientras la novela original transcurría en Oklahoma (EE.UU), la versión cinematográfica la coloca en sintonía con la idiosincrasia europea, situando la historia en la ciudad de Nápoles durante el agitado período del Novecento. El joven Martín Eden (gran trabajo de Luca Marinelli) es un marinero de origen humilde sin educación, que viaja de pueblo en pueblo para ganarse la vida. Una tarde, defiende a un joven agredido llamado Arthur, perteneciente a una rica familia de empresarios liberales, quien, en agradecimiento, lo invita a su casa. Allí conocerá a la hermana, Elena (Jessica Crespy) una joven refinada y culta de quien se enamora y se obsesiona en conquistar. Eden, movilizado por su gusto a la poesía, decide instruirse para convertirse en escritor y así poder alcanzar el amor de Elena y vivir de una profesión que lo jerarquice. Decidido a luchar por sus deseos, Edén enfrentará un dilema existencial en relación a su destino. Filmada en 16mm bajo una textura fotográfica que se ajusta al clima de época, las imágenes remiten tanto a los pasajes aristocráticos de Visconti como a la lucha proletaria y socialista en el cine de Pasolini. La experiencia de Marcello como documentalista introduce en la narración imágenes reales que dan cuenta de los estratos sociales de una Italia dividida y convulsionada. A través de un interesante trabajo de montaje la mezcla de lenguajes produce un contrapunto visual y sonoro que genera distintas capas de sentido. Al uso metafórico, se suman distintos recursos como el relato en off, el uso del blanco y negro, y la reconstrucción de los recuerdos que dialogan con el presente de Mario. Esas idas y vueltas en el tiempo aluden a la reconstrucción de la identidad a la que aspira un personaje cargado de contradicciones. En su afán de progresar y alimentarse de conocimientos, enfrentará un proceso introspectivo en relación a los vínculos que subsisten en su memoria y lo conectan a sus orígenes. Orígenes, que ante el hecho de ser un marinero devenido en escritor, generarán una tensión constante entre la nueva imagen que se construye y aquella de la que se intenta alejar. Luego de su estreno mundial en la Mostra de Venecia 2019, la riqueza interpretativa de su protagonista, Luca Marinelli le valió del premio Copa Volpi al mejor actor de la muestra. La película también ganó la competencia Platform en Toronto, entre otras distinciones. La riqueza de una historia como la de Martín Eden cargada de conflictos, frustraciones e ideales logra de la mano de Pietro Marcello funcionar como un espacio decidido a reflexionar sobre el poder de la cultura, los prejuicios de clase, el fracaso, el ascenso social y el amor como origen de una transformación física e intelectual que desconoce sus propios límites. MARTIN EDEN Martín Eden. Italia/Alemania/Francia, 2019. Dirección: Pietro Marcello. Guion: Maurizio Braucci, Pietro Marcello. Intérpretes: Luca Marinelli, Jessica Cressy, Vincenzo Nemolato, Marco Leonardi, Carmen Pommella. Montaje: Aline Hervé, Fabrizio Federico. Fotografía: Alessandro Abate, Francesco Di Giacomo. Música: Marco Messina, Sacha Ricci, Paolo Marzocchi. Diseño de Producción: Roberto De Angelis, Luca Servino. Montaje de sonido: Stefano Grosso. Vestuario: Andrea Cavalletto. Duración: 129 minutos.
Es una de esas películas que le escapan a las clasificaciones, atractivas, perturbadoras, bien realizadas que siempre vale la pena ver. El director Pietro Marcello es también guionista junto a Maurizio Bracacci, sobre la novela de principios del siglo XX de Jack London, la considerada como la más autobiográfica. En un contexto histórico que no precisa exactamente el tiempo en que transcurre, aunque se ven las cicatrices de necesidad y hambre que dejo la guerra, un marinero seductor, por una situación casual tiene acceso al mundo del saber. Al castillo y las maneras refinadas de una familia que parecen haberse quedado en otro siglo pero que le muestra al protagonista el deslumbramiento por la educación y las artes y en especial por la literatura. Y lo que sigue en una historia de amor trunca en un difícil y despiadado camino donde el personaje, con avidez y desesperación se empeña en ser escritor. Será uno esos a quienes se le reprochan la crudeza de sus creaciones, la falta de esperanza o alegría. Porque el film ahonda en las diferencias de clases y de oportunidades, en discusiones entre socialismos e individualismo, en reflexiones sobre el éxito y el reconocimiento que nunca traen ni paz y ni claridad de objetivos, solo suman una cuota mas de amargura. Con un gran actor como Luca Marinelli, este film creativo, disrruptivo con las modas y tendencias, incomodo es definitivamente atractivo.
"Martin Eden": cómo dar cuenta de una época El "Martin Eden" de Pietro Marcello transcurre durante todo el siglo XX, lo que le permite ir incorporando de fondo los conflictos políticos y sociales que marcaron a fuego a la Italia contemporánea –el fascismo, la guerra, el surgimiento de una nueva burguesía liberal— a partir de la mirada siempre escéptica de su protagonista, nutrido de un pensamiento utópico que quiere ir más allá del socialismo partidario. Marcello trasladó su adaptación a las calles y los muelles de Nápoles, allí donde se siente en casa y conoce los rostros y los cuerpos de su gente. Ya se sabe. Nada más trajinado que adaptar una novela famosa al cine y nada más difícil que hacerlo bien, con originalidad, con fidelidad al texto y al autor pero a la vez encontrando una forma propia, que se distinga de aquello que nació en papel. Y que responda a las coordenadas de su propio tiempo y a la cultura de su realizador. Justamente eso consigue el cineasta italiano Pietro Marcello con su versión libre de Martin Eden, novela esencial de Jack London, que le valió la Copa Volpi al mejor actor (Luca Marinelli) en la Mostra de Venecia 2019, el premio a la mejor película en la sección Platform del Festival de Toronto de la misma temporada y que este jueves finalmente llega a siete salas de la Ciudad de Buenos Aires. Publicada en 1909, cuando London tenía 33 años y ya era famoso por El llamado de la selva, El lobo de mar y Colmillo blanco, Martin Eden marcó un punto de inflexión en su obra. Por primera vez, el autor estadounidense se embarcaba en una aventura más interior que exterior, daba rienda suelta las reflexiones de su protagonista, un joven marinero de origen proletario y sin educación, que se siente destinado sin embargo a ser escritor, a toda costa. En el camino, sólo encuentra desdén y rechazo, incluso de parte de Ruth, la joven burguesa de quien se ha enamorado. Y cuando finalmente alcanza el éxito, ya nada le importa, porque entiende que no se lo valora por lo que escribe sino por su súbita fama, que lo empuja a al desconcierto y la desesperación. Algo no muy distinto, por cierto, a lo que experimentó el propio London. El primero de los muchos logros de la excelente película de Pietro Marcello (Caserta, 1976) es haber trasladado la acción del puerto de San Francisco del original a las calles y los muelles de Nápoles, allí donde el director de La bocca del lupo (2009) y Bella e perduta (2015) se siente en casa, donde conoce los rostros y los cuerpos de su gente, los giros del idioma y los modos en que se comportan. Todo allí le es familiar y se vuelve verdadero. El segundo logro, de una audacia aún mayor, es haber tomado la decisión de no hacer una película de época, al modo más convencional, con costosas reconstrucciones que casi siempre terminan resultando falsas, de cartón pintado. El Martin Eden de Pietro Marcello no está determinado por un anclaje temporal preciso. Se diría que transcurre durante todo el siglo XX, lo que le permite ir incorporando de fondo los conflictos políticos y sociales que marcaron a fuego a la Italia contemporánea –el fascismo, la guerra, el surgimiento de una nueva burguesía liberal— a partir de la mirada siempre escéptica de su protagonista, nutrido de un pensamiento utópico que quiere ir más allá del socialismo partidario, al que también se enfrenta hasta terminar en un individualismo negativo, sin salida. El modo en el que Marcello logra esta suerte de atemporalidad, que tiene a su vez un alcance universal, es tan sencillo como eficaz. Por un lado, rodó en el viejo formado analógico. Más aún, en Súper 16mm, lo que le da a todo el film una textura granulosa muy especial, que remite al pasado. Por otro, el director utiliza abundante material de archivo en blanco y negro. Pero no de momentos históricamente significativos o personajes claramente reconocibles (salvo en el comienzo, cuando se ve al anarquista Errico Malatesta). Las imágenes que elige incorporar a su película corresponden al impresionante hundimiento de un enorme velero, rodado por algún camarógrafo del cine mudo, o de unas serenas barcas de pescadores, o de gente anónima, campesinos y marineros perseguidos por una miseria atávica contra la que el protagonista se rebela de manera visceral. Estas imágenes parecieran ser a la vez los sueños y las pesadillas de Martin, que se reconoce en esa gente a la vez que no puede dejar de sentirse atraído por la belleza y la erudición de esa joven burguesa que aquí ya no se llama Ruth sino Elena (interpretada por Jessica Cressy). Hay ecos del Novecento de Bertolucci en ese conflicto de clases, en esas banderas rojas que se agitan vanamente al viento, en el modo en que Pietro Marcello aspira a dar cuenta no sólo de las pasiones de sus personajes sino de las de toda una época.
“Martin Eden” de Pietro Marcello. Crítica. Desde este 5 de agosto disponible en salas de cine, “Martin Eden” conlleva una peculiar mirada y adaptación del gran Pietro Marcello. La película “Martin Eden”, recién estrenada en las salas de cine, comprende un trabajo brillante de parte de su director, Pietro Marcello, al adaptar libremente la novela de Jack London; con lo cual, en esta nota, nuestro psicoanalista cinéfilo, Mario Betteo, realiza la tarea de desarmar y describir los aspectos narrativos y cinematográficos más significativos. Martin Eden. El marinero que se convirtió en escritor – Programa PilotoEl “capo lavoro” que realiza Pietro Marcello al adaptar libremente la novela de Jack London “Martin Eden” (2019) y dirigir la película del mismo nombre, requiere desarmar y describir sus más significativos aspectos narrativos y cinematográficos. Un film que le pide al espectador una colaboración intelectual y emocional no habitual. Porque la novela, escrita en 1909, situada en Oakland, California, aunque mantiene Marcello el mismo nombre para el personaje encarnado por el intenso Luca Marinelli, ya quiere mostrarnos una relación al lenguaje que es casi un aspecto del personaje central. Los nombres no se traducen ni se cambian para acomodarse al medio ambiente. El nombre propio es una marca sin sentido pero que ancla al individuo a una identidad compartida. Martin Eden es un joven marino que en su tosca, simple y humilde existencia, por azar se encuentra salvando de una paliza a un joven burgués que lo invita a su espléndida casa, a participar de un almuerzo a título de agradecimiento. Allí conoce a la hermana de la víctima, Elena, de la que queda prendado en el instante. Es a partir de ella, de esa suerte de inspiradora, que él le pedirá que le enseñe a pensar, a leer. Una especie de educación sentimental a la letra. Es así que comienza la odisea, por qué no, en la que Martin se compromete, para llegar a conquistar a su amada, cruzando los mares de las escuelas, los maestros, los exámenes y, sobre todo, el océano que son para él los libros. El objeto libro lo irá llevando a costas tan fabulosas como peligrosas. Si seguimos de la mano del director, la vida de Martin será esa navegación que nos exigirá cierta habilidad para mantenernos sin marearnos sobre el galeón que él dirige. Porque una de las peculiaridades del film es que no hay un escenario temporal definido, situado en un calendario italiano. Hay anacronismos entre la imagen y el sonido, los discursos y las épocas: se junta el fascismo con el anarquismo y el modernismo anunciado. Aquí es cuando este cronista aprecia que hay un personaje de la literatura que es evocado, tal vez sin saberlo, y es el de Jorge Luis Borges. Martin en momentos habla políticamente e ideológicamente como Borges. Ambos son entusiastas lectores de Herbert Spencer, aquel filósofo inglés de fines del siglo XIX que promovía una suerte de individualismo superado frente a la esclavitud del hombre ante el Estado. Porque Martin arranca su odisea con una bandera socialista, con la esperanza de que la educación acabaría con la pobreza (estupenda metáfora que es presentada cuando Martin recoge con el pan la salsa que queda en el plato) y de a poco, medida que comienza a escribir, irá virando hacia un anti comunismo y fascismo para exaltar hasta el grito, de libertad del individuo sobre el estado, plegado a un darwinismo evolutivo que lo hace desconfiar ferozmente de los movimientos colectivos, de clases. Citando unas líneas de Borges para acentuar dicho semblante: “El más urgente problema de nuestra época (ya denunciado con profética lucidez por el casi olvidado Spencer) es la gradual intromisión del Estado en los actos del individuo; en la lucha con ese mal, cuyos nombres son comunismo y nazismo, el individualismo argentino, acaso inútil perjudicial hasta ahora, encontraría justificaciones y deberes” (Otras Inquisiciones, 1946).
Martin Eden es un humilde marinero que conoce por el azar del destino a Elena, una joven de la alta burguesía de quien se enamora perdidamente. Con la finalidad de encajar en el mundo de ella, el joven decide estudiar, para así convertirse en un famoso escritor y poder superar los obstáculos que le impiden estar con su amada. Luego de pasear por diversos festivales internacionales y ganar un buen número de ellos: Festival de Sevilla, Festival de Venecia, Premios David di Donatello, por citar sólo algunos, pudimos disfrutar de Martin Eden, filme italiano dirigido por el cineasta Pietro Marcello (Bella e perduta, Il silenzio di Pelesjan), que adapta la famosa novela homónima del escritor estadounidense Jack London. Esta obra nos narra la historia de Martin Eden (Luca Marinelli), un marinero de bajos recursos y deficiente educación que se enamora perdidamente de Elena Orsini (Jessica Cressy), una hermosa joven perteneciente a la alta burguesía. El joven Eden al ver que su mundo no encaja con el de ella, comienza a estudiar por su cuenta y sueña con convertirse en un famoso escritor, para así poder superar los obstáculos que le impiden estar con su joven amada. Sin embargo, toda su lucha por convertirse en el mejor escritor, más que acercarlo a Elena y conseguir que reciba la aprobación de la familia de la joven, lo llevará a recorrer otros caminos que le demostrarán la falsedad de una clase social que en los momentos más difíciles nunca quiso apoyarlo. Aunque al leer esta premisa podemos pensar que estamos en frente de un drama romántico más, Martin Eden va mucho más allá. Es una obra profunda, con un relato que nos recuerda al mejor cine italiano post-Segunda Guerra Mundial -conocido como Neorrealismo Italiano- al poner sobre la mesa duros temas sociales que permanecen vigentes en nuestra sociedad actual. Así, en este largometraje de Pietro Marcello, más que una historia de amor, nos encontramos -principalmente- con la historia de un personaje que vive y siente lo mejor y peor de dos mundos, de dos clases sociales bien diferenciadas. Martin pasa de una austera, pero feliz juventud a una adultez frustrada y amarga, en donde la escritura se convierte en el único espacio que le permite conseguir su propia libertad. En este punto, vale destacar el magnífico trabajo protagónico de Luca Marinelli (The Old Guard, Pinocchio, Una Questione Privata), quien lleva magistralmente el peso del filme sobre sus hombros, al darle vida a un personaje complejo, cuya personalidad se caracteriza por poseer profundas contradicciones. Así, Marinelli nos ofrece un personaje que lucha entre permanecer ignorante y feliz o erudito y desdichado, al entender la realidad de un mundo que parece querer desecharlo. Asimismo, el extraordinario trabajo de Marinelli contribuye a realzar la visión vanguardista de la obra, en la cual su director expone diversas estrategias discursivas que se traducen en la presentación de un relato simbólico, en donde el pasado y el presente parecen superponerse para demostrarnos que algunos temas lejanos se mantienen vigentes. Para ello, la obra cuenta con un montaje -a cargo de Fabrizio Federico y Aline Hervé– excepcional, donde el uso de un muy bien pensado material de archivo es capaz de retratarnos y comparar la Italia de principios del siglo XX con la Italia de Martin Eden, la cual parece estar ubicada en la década de los setenta -aunque en ningún momento se nos dice abiertamente la época de su ambientación-. No obstante, la inserción de dicho material no siempre parece tener una finalidad concreta, si bien por momentos el material de archivo está allí parar comparar el pasado con el presente, también es cierto que otros fragmentos que se superponen con las imágenes propias del filme tienden a ser ambiguos, pero esto más que ser un problema narrativo, se convierte en una carga poética que enriquece metafóricamente la historia y que Pietro Marcello aprovecha muy bien. Lo anterior -además- se vigoriza con una hermosa fotografía -bajo el mando de Alessandro Abate y Francesco Di Giacomo-, la cual nos adentra magistral y poéticamente en una Italia llena de nostalgia, una Italia que se debate entre lo que somos como sociedad y lo que deberíamos ser. De allí que cada escena, cada plano, nos envuelve en una experiencia cinematográfica que busca confrontarnos -quebrantando algunas convenciones del lenguaje cinematográfico clásico- con diversos temas políticos, sociales, económicos y culturales. Es importante enfatizar que, Martin Eden no es una película sencilla ni complaciente -y no pretende serlo-. La clara intención de Pietro Marcello por convertir su filme en una obra libérrima, hace que su discurso por momentos se sienta confuso, sobre todo en los últimos minutos, en dónde no logramos entender con exactitud los cambios que ha sufrido su protagonista. Pero más allá de esto, Martin Eden es una obra sublime, que nos pasea por el turbulento camino de un hombre que posee virtudes y defectos como todos los seres humanos, una película que -además- se atreve a conjugar el romanticismo con el debate político. En definitiva, una obra que todo amante del cine vanguardista sabrá apreciar y disfrutar.
El mar es el primer y último horizonte Basada libremente en la novela de Jack London, la película del italiano Pietro Marcello ofrece un fresco social que funciona como una mirada crítica y poética. Basada libremente en la novela de Jack London, el italiano Pietro Marcello ofrece en Martin Eden una semblanza de aspectos que miran al pasado reciente y proyectan molestias actuales. Martin Eden vaga libre, con las aguas como fronteras por franquear y el mundo como horizonte. De su padre y su madre poco se sabe. Como si hubiese nacido libre de mandatos. Pero no todo es tan así. Ya el inicio presagia algo diferente, en su voz algo caída, con palabras que intentarán decir o explicar lo vivido. Martin Eden inicia así su confesión de vida, en un recorrido que lo llevará, de modo inevitable, a la angustia del presente. Un diario de viaje y amor, entre luchas políticas, libros y periodismo, de un andamiaje que hermana al personaje de London con seres de tinta y narrativas similares, acunados por otros como Conrad o Pratt. Es decir, la angustia de Eden bien podría ser la de Corto Maltés. Éste, aventurero de puertos interminables, guarda siempre una nota íntima que lo detiene mientras lo impulsa, y tal vez lo hiera. En este lugar es donde cae y se abruma el protagonista del film italiano –interpretado espléndidamente por Luca Marinelli–, una vez que se enamore de Elena (Jessica Cressy) y de los libros. De clases sociales diferentes, Eden llega a la morada de su amada como si fuese al castillo de un cuento de hadas. El lujo burgués reverbera en los ojos del pobre marinero, acostumbrado a las fatigas del cuerpo. Pero en verdad todo se cifra en Elena, es en ella en quien él entrevé un mundo diferente, al que desea arribar. Envuelta de libros, Elena seduce en la lectura a su enamorado, y así comienza el raíd de Martin Eden, enfrascado ahora en una hilera literaria que crece desmesurada, de ejemplares obtenidos por poco dinero en un local de saldos, entre muebles viejos y artículos desvencijados. La aventura que emprende lo lleva, inevitable, al destino ansiado: ser escritor. Es tan fuerte su impulso como la manera con la que teclea la máquina de escribir. Cuentos y poemas que esperan ser reconocidos, mientras cartas incontables son enviadas –y rebotadas– para la publicación. En el camino, el amor de Elena relumbra de a poco y las puertas del palacio encantado parecen recibirle. Pero lo que también sucede es el despertar hacia otras cuestiones, en donde la fuerza del socialismo estalla en las calles. Eden, en cambio, prefiere el individualismo del filósofo Herbert Spencer. “Parece que Spencer ejerce un influjo raro en los jóvenes”, exclama la madre de Elena; luego de una virulenta discusión que le hará finalmente comprender a Eden que la diferencia de clases lo sitúa y situará en el mismo lugar de siempre. Visto de soslayo, repelido y celebrado como una rareza salvaje, Martin Eden despreciará por fin a la burguesía que lo había hechizado. Pero también lo hace con el socialismo, mientras se empecina en una trayectoria que lo sitúa de manera cada vez más solitaria, sea en relación a los demás pero también consigo mismo. El film de Pietro Marcello supera los 120 minutos y encuentra su equilibrio simétrico en la precisa mitad de la duración. Un quiebre. Entre un primer y largo episodio que narra las vicisitudes del escritor primerizo, y otro posterior, situado bastante después en el tiempo, cuando el logro está cumplido y el dinero sobra. Entre una y otra instancia, como si se trata de dos vidas en una, Eden bascula, sin poder estar cómodo en ninguna, pero con la atención puesta en agradecer a quienes le ayudaron y en no caer en las redes de quienes lo engañaron. De todas maneras, el desajuste es muy fuerte, y la pasión que movía los dedos sobre el teclado ahora languidece en palabreríos de presentaciones donde, otra vez, lo miran y escuchan como a algo curioso. El horizonte del mar ya está lejano, encerrado como está ahora en una agenda de compromisos, las obligaciones de una pareja formal, y una mansión provista de todo lo necesario. ¿Entonces? Queda la palabra, a ver si allí todavía anida algo. Martin Eden es una película las más de las veces atenta a los planos cerrados, cercanos, en donde su personaje luce magnífico pero también inestable. Sin olvidar que se trata de un relato personal, realizado como testimonio de una vida, la película articula situaciones diferentes, sin aparente ilación argumental, como recuerdos que destellan. En estos momentos, el film adquiere texturas distintas, y al hacerlo habla del mismo cine. Porque Martin Eden está filmada en celuloide, en Super 16 mm, y de este modo apela a un concepto de imagen que inevitablemente choca con el actual, mientras recuerda algo que era conocido y ahora difiere: el cine, o quizás el socialismo. De manera admirable, la película de Marcello plasma un fresco variado, en donde las referencias temporales suelen ser un tanto imprecisas pero sin embargo funcionan. Es decir, se trata del siglo pasado –justamente, el siglo del cine–, y esto está claro, pero sin embargo hay momentos donde, por ejemplo, las décadas aludidas no se condicen con los vehículos que transitan las calles. Como si el ejercicio del recuerdo hiciera simbiosis, síntesis, entre todo lo vivido y ofreciera, así, este resultado. En última instancia, lo que queda es el tesón de alguien que supo vislumbrar aciertos pero también tuvo equívocos. Tal vez el viejo periodista –que interpreta Carlo Cecchi– haya sido su mejor ángel guardián, capaz de enrostrarle a Eden sus verdades sin temor, mientras el siglo termina y las guerras persisten. En tanto, el misterio del paraíso que “eden” significa, sigue lejano.
El estilo «moderno» del realizador italiano de «Bella y perdida» funciona sorprendentemente bien a la hora de adaptar este clásico de la literatura escrito por Jack London. Estreno en cines. Una de las mejores películas que empezaron su recorrido internacional en 2019 tiene –por motivos que todos conocemos– su demorado «estreno» local meses después de que el realizador italiano presentó un nuevo film en el Festival de Berlín, un documental sobre el músico Lucio Dalla, PER LUCIO. Quizás uno no habría pensado en el realizador de BELLA Y PERDIDA o LA BOCCA DEL LUPO para abordar un relato épico de estas dimensiones, pero la combinación resulta ser fascinante. Es que esta adaptación de la novela de Jack London es un verdadero «capolavoro», una película que hace honor al texto y a la vez modifica por completo muchísimos de sus detalles. Marcello logra aportarle a su característico estilo más cercano al cine de observación y experimental un volumen narrativo y una gravedad dramática importantes, que homenajean la obra del gran escritor estadounidense y a la vez parecen darles una nueva vida, una respiración actual. Y además la traslada a Italia, agregándole una serie de capas y particularidades que la diferencian del texto original que transcurría en los Estados Unidos. La historia de un marinero de bajos recursos que entra en la vida de una mujer y de una familia adinerada a partir de la cual descubre la literatura y luego prueba ser un notable pero controvertido escritor le sirve a Marcello para hacer una pintura histórica y política de Italia con fecha imprecisa pero con un lugar muy claro como Nápoles como su universo. Con un gran Luca Marinelli en el rol principal –premiado en el festival de Venecia por esta actuación–, MARTIN EDEN es un film moderno que a la vez respira y que, seguramente, quedará guardado en la memoria como un clásico.
La nueva y aclamada película del director italiano Pietro Marcello (Bella y perdida) es una ambiciosa adaptación de la novela autobiográfica de Jack London. Una versión libre en la cual incluso traslada el escenario desde Estados Unidos a Italia. La historia de Martin Eden empieza con un joven marinero pobre que ayuda a un muchacho en el puerto en una situación violenta, una pelea de esas que fácilmente pueden terminar de la peor manera. Éste, agradecido por el acto, lo invita a su casa a comer con su familia. Resulta una mansión donde vive gente adinerada y culta y allí, Martin Eden conoce a la hermana, una joven universitaria que lo deslumbra y quien lo invita al mundo de los libros. «¡Leo! Leo como un pescador insaciable. Anoto las palabras nuevas. Me familiarizo con ellas. Las frecuento, paso tiempo con ellas. Cuando es posible, las uso para describir los fenómenos que veo.» Martin Eden se introduce en la literatura de manera voraz, aprende a escribir y leer, prueba hacer algunos poemas y decide rápidamente que quiere ser escritor. Su vida de aventuras y viaje la quiere cambiar por otra vida llena de viajes, sólo que a través de las letras. Sin embargo la profesión, vivir de escritor, nunca fue una opción fácil y Martin tiene que intentarlo e intentarlo muchas veces hasta lograr vender un cuento. Porque se lo estigmatiza al no tener estudios y ser autodidacta o porque lo que escribe es demasiado triste. O como le dice su enamorada, que sus textos plantean una crudeza que la gente no quiere ver. En cierto modo, Martin Eden es la historia de una vida, de la vida de un hombre. En este caso alguien que descubre a través de las letras de manera algo tardía su profesión pero consigue llegar a ser un reconocido y leído y una vez allí tiene que luchar con muchos demonios para no caerse de manera estrepitosa. Es curioso que la película toma la obra de London pero no le es del todo fiel, la modifica bastante, y no obstante, el espíritu, la esencia permanece. Martin Eden es una película enorme, rodada en 16 mm y que cuenta con una notable ambientación en el siglo XX que juega con lo atemporal y una trama que abarca temas como el amor, las clases sociales, la política, la literatura. Todos estos ejes fluyen con naturalidad. A la larga es también la historia de un individuo que no quiere perderse en medio de la sociedad mientras crece el socialismo que éste quiere rechazar. Pietro Marcello consigue ir más allá de una historia de superación al agregarle diferentes aristas, lo mismo con su protagonista (destacable interpretación de Luca Marinelli), que empieza como un muchacho humilde y romántico y se va transformando en alguien que ni siquiera a él mismo le gusta. Una versión moderna de la historia de un escritor tan fascinante como Jack London. Quizás no para conocer mejor su vida, al menos no desde lo compuesto por datos técnicos, sino para entender de dónde viene y por qué una historia como esta sigue perdurando.
EL CINE NO ES UNA FRASE BONITA Muchas veces pareciera que para hablar de temas relevantes el tono tiene que ser serio. Sin embargo, no necesariamente hace falta que el tratamiento narrativo invite a quedarse dormido para que pueda movilizar al público. Martin Eden forma parte de esos films de los que se podría hablar bastante de lo que pasa, pero que no llegan a movilizar como propuesta audiovisual. ¿Qué le pasa a este señor que grita? Uno de los grandes desafíos para ver Martin Eden es lograr soportar al personaje principal. Este hombre está subido un par de tonos de la media. Pero no es solo eso su problema, sino que desde el film nunca se logra mostrarlo con cariño. Martin tiene un carácter molesto, con ínfulas que lo hacen ser bastante despreciable. Estas características que lo representan se vuelven más marcadas cuando va creciendo. La película desarrolla la vida de este joven que empieza siendo marinero y que tras su empeño en el estudio logra consagrarse como escritor. Martin reúne la bronca de una clase despreciada y con pocas posibilidades de cambio social. Su carácter toma sentido al entender su historia. Sin embargo, no hay una construcción del personaje que nos acerque a empatizar con él. Muy por el contrario, aun sabiendo su trayectoria, genera rechazo por su trato hacia los demás y la distancia con la que se nos presenta. Otro de los grandes problemas que tiene este film son las ínfulas de los diálogos. Sin duda, hay un montón de frases hermosas que podrían luego compartirse como fotos de escena. Pero dentro del film, este recurso genera un ritmo lento y tedioso. La pretensión de seriedad, de revelación, aparece forzada. Se prioriza la palabra por sobre el tratamiento cinematográfico. De esta manera, en muchas instancias, los personajes quedan a merced del diálogo, con una cámara estática. Quizás lo más interesante es mostrar la evolución del personaje. En este sentido vemos cómo cambia físicamente. Pero también es posible dar cuenta de un cambio en sus actitudes, ideas y confianza hacia las personas. El cambio anímico que va sufriendo Martin sirve para dar cuenta de un tipo de sociedad. Son varios los aspectos que trabaja. Por un lado, aparece la idea de educación como emancipación. El film muestra cómo a través de las lecturas el personaje empieza a rebelarse contra un sistema que en una primera instancia respetaba y hasta creía justo. Se trabaja también el rechazo a las nuevas formas artísticas y cómo luego de instaladas son absorbidas por las mayorías. Hay en Martin Eden varias ideas que circulan y son interesantes de pensar. Pero el modo con el que decide trabajar no explora las posibilidades cinematográficas sino que se apoya en las literarias. De esta manera, no solo pierde fuerza sino que también se vuelve bastante extensa de visualizar.
Martin Eden parece salida de otro tiempo. La película narra con fuerza y candidez el ingreso de un joven marinero al mundo de la cultura, los libros, la escritura y las buenas maneras. Pietro Marcello no teme mostrarse encandilado con la historia, no necesita ningún credo político que lo ponga a resguardo de los vaivenes del relato: el director hace suyo el aprendizaje del protagonista, la formación personal de Martin no se produce de acuerdo con un inventario de causas al uso, sino que Martin traza para sí una cartografía ideológica tomando distancia por igual de las corrientes de su época, patrones y sindicatos, desconfiando siempre de cualquier forma de sujeción colectiva que oblitere al individuo. El resto del tiempo, el protagonista trata de labrarse una carrera de escritor enviando cuentos a revistas que vuelven rechazados. La historia de la película, sobre la novela de Jack London, es la de los rigores que supone vivir del arte para un desfavorecido. Parece difícil hablar de algo así hoy, cuando el cine mainstream es un campo minado de denuncias ampulosas y de “buenas intenciones”, como dicen los críticos cuando no saben qué decir de una mala película. Como Eden, que se abre paso a los golpes en un mundo hostil y aprende a moverse con eficacia como un animal anfibio en el territorio de la cultura y el de los trabajadores empobrecidos, Marcello traza un itinerario igual de sinuoso: la película retrata sin subrayados la miseria material que rodea a Martin y a los suyos y la contrapone con los placeres cultivados de Elena y su familia de clase alta. El director nunca cede a la tentación del contraste demagógico entre pobres y ricos, nunca aparece la repartición esperada de bondades y vicios: Martin va y viene y aprende a descubrir la belleza y los males en todas partes, en la generosidad discreta de Elena, en los arranques tiránicos del cuñado que le pega a su hermana, en la vida de un pueblito de campo donde conviven todo el cariño y toda la maldad del mundo. El tránsito del protagonista se mide por su relación con el lenguaje, con la lectura de libros, su memorización y recitado, por las oportunidades en las que puede llevar a momentos cotidianos las máximas aprendidas. Marcello sitúa a Eden en un lugar incierto: el personaje habla con grandilocuencia, como exhibiendo las palabras adquiridas con esfuerzo, los giros rebuscados de una frase, pero sin que lo dicho pierda relación con las cosas a las que se refiere, con la materialidad contundente de la marginalidad, del trabajo en una fábrica, de la vida en altamar. No se puede pensar bien si no se habla o lee en esos mismos términos, sugiere todo el tiempo la película. Pero Marcello debe a su vez encontrar el equilibrio que le permita representar ese aprendizaje evitando las tentaciones de la pedagogía bienpensante. Para eso el director dispone del montaje. La película está intervenida toda por pequeños fragmentos documentales y por canciones pop que reverberan en las imágenes y las alejan de cualquier empresa moralizante, como si esos insertos expandieran las frases y los gestos de Eden y los inscribieran en otra escala, ya no narrativa sino histórica o universal. El retrato de comienzos del siglo pasado se escucha junto con la cadencia melancólica del pop italiano y el efecto es sobrecogedor, como si la pobreza y sus intentos de fuga hubieran sido siempre esta música eterna del mundo. Al final, elipsis de varios años. Eden en su decadencia: el hombre es un autor consagrado, buscado en todas partes, pero no pudo convivir con el éxito y se volvió un cínico que se abandona a sí mismo y a los que lo rodean. Se entiende la necesidad narrativa de este cierre, es el final trágico que sobreviene a cualquier relato de formación, pero la película no sabe bien cómo procesar el cambio, la vitalidad y la energía previas ahora se reducen apenas a discusiones y eslóganes de izquierda con los que el protagonista trata de disimular su caída. Ya no hay música ni ritmo sino la pesadez sentenciosa de las certidumbres, el espectáculo condescendiente del creador que se autodestruye sin gracia.
En el recorrido de la vida de un hombre que entendió que en la lucha por los ideales hay una diferencia, el relato universal se potencia con la lograda interpretación de Luca Marinelli. Pietro Marcello transita la historia de Italia del siglo pasado, sin anclarla con referencias temporales, permitiendo una experiencia lúdica para el espectador.
Adaptación de la novela homónima de Jack London que, según Pietro Marcello, “preanunció las perversiones y tragedias del siglo XX”, Martin Eden trabaja apoyada sobre los pilares ideológicos de la libertad y la solidaridad que el director italiano recupera del ideario anarquista del teórico Errico Malatesta, cuya imagen, no por casualidad, aparece en el inicio de esta película osada, ambiciosa y dispuesta a asumir desafíos narrativos. Cineasta atrevido que ya ha llamado la atención con largometrajes alejados de la norma como La boca del lobo (2009) y Bella y perdida (2015), Marcello se propuso esta vez “atravesar todo el siglo XX” a partir de la singular historia de un proletario que va cambiando su perfil a medida que incorpora un bagaje cultural que en su época -principios del siglo XX- estaba restringido a las personas de clases sociales más acomodadas. Martin Eden es también un héroe negativo, un autodidacta tesonero que cree ferozmente en el camino individual y termina mareado por el encanto superficial del éxito. El film acompaña ese derrotero con una gama de recursos que no suelen aparecer en un mismo contexto: música pop e imágenes decimonónicas, ficción cruzada con fragmentos de documental, colores naturales imágenes con filtros drásticos. Operaciones destinadas a tender puentes posibles entre el cine popular y el más orientado a la experimentación. Marcello también cambia el lugar de los hechos: de Oakland -la ciudad del estado de California donde está ambientada esta novela naturalista y presuntamente autobiográfica- a una Nápoles empobrecida donde el protagonista vive una epifanía de corto alcance. Tener éxito en el marco de la cultura de masas, nos propone el agitado relato, puede implicar algunas traiciones y una pérdida de personalidad y de rumbo que Luca Marinelli -premiado en el Festival de Venecia por este trabajo- encarna con una convicción admirable. Lo que arranca como una historia de esfuerzo encomiable y posible redención acaba como la tragedia de un personaje extraviado, atrapado por el narcisismo e incapaz de reaccionar frente a ese problema. Marcello traza el recorrido de esa dramática deriva con mucha perspicacia: logra que primero empaticemos con el hombre que se sobrepone a circunstancias adversas y finalmente lo deja al desnudo, exponiendo su categórica derrota, la que conlleva olvidarse del progreso cultural como herramienta de emancipación para entregarse a la pura vanidad solipsista.
Desde Italia llega este film adaptado libremente de la obra homónima del autor Jack London, el cual se ha llevado elogios y premios a lo largo y ancho de Europa, incluyendo una nominación a los Oscar como Mejor Film Extranjero.
Inteligente y original adaptación del libro de Jack London, ambientada en Italia. Martin Eden es un chico humilde marinero que se gana la vida con el trabajo diario. El destino lo cruza con Arturo, un joven de clase alta, a quien Martin defiende de una agresión. Agradecido, Arturo invita a Martin a su hogar y poco a poco le va permitiendo entrar en su estilo de vida. Eden conoce así las ventajas de la educación, y ve esto como una oportunidad para progresar y convertirse en el escritor, mientras lleva una vida de lujos. Además, cuando Martin conozca a Elena, la hermana de Arturo se enamorará al instante. Esta ambiciosa película retrata la Europa del siglo XX. Habla de la lucha socialista, del individualismo, del proletariado y la clase alta y de las grandes guerras. De la ilusiones y el desencanto, de la pasión y del destino. Eden es un personaje rico y complejo, como la película. No compra ningún discurso cerrado y choca con los dogmas de todos lados. La película no se deja encasillar ni se estanca en ningún momento. La mezcla de material original y un excelente uso de material documental le da a la película una dimensión poética inesperada y a la vez luminosa.
Estamos ante uno de los mejores ejercicios de cine estrenados en 2019, acreedor de múltiples galardones en festivales a nivel mundial, adaptado de una creación del escritor estadounidense Jack London, maestro en la narrativa de novelas y cuentos. Para el autor de “El Llamado Salvaje”, Martin Eden es un antihéroe, víctima de su individualismo. En plena pérdida del contacto con el entorno circundante, se ausenta su capacidad de referencia sobre toda realidad. Esta es la historia de un joven trabajador, working class hero de pura cepa, quien llevado por el amor descubierto se cultiva hasta convertirse en un intelectual. No obstante, siendo incauta víctima de la industria cultural que fomenta la literatura de masas del comienzo de siglo en América. La parábola de vida se construye, visualmente, de modo atractivo, recurriendo a distintas fuentes de imágenes y texturas. Una decisión estética que no se priva de ciertos anacronismos, insuficientes como para de estropear una visión cinemática portentosa. El film expande sentidos, mientras su mirada popular convive con el cine experimental por el que aboga su autor. Entre referencias estilísticas y conceptuales, se filtra la tradición y el aroma a la mejor escuela italiana clásica. Finalmente, una poderosa adaptación, poéticamente ecléctica, surca los senderos de la epístola hasta llegar al video arte; del cine romántico vira hacia el drama de época. Tintes autorreferenciales de la vida del propio London se filtran, indefectiblemente. Filosofía y política las circunstancias relatadas transforman a nuestro personaje, convirtiéndolo en un escritor de éxito. La negación de un mito supone un desmoronamiento monumental.