El recuerdo que no descansa Memorias cruzadas (A memória que me contam, 2013) es un film delicado que enlaza el arte audiovisual y la temática de la dictadura para construir una mirada crítica y autorreferencial de los militantes radicalizados frente al golpe de estado de 1968 en Brasil. La directora brasileña Lúcia Murat parte de la vida actual de un grupo amigos que, habiendo participado de un grupo armado cuatro décadas atrás, reflexionan acerca de los errores cometidos y la culpa de haber sobrevivido. Mientras que el actual gobierno brasilero decide abrir los archivos oficiales de las fuerzas armadas partícipes del golpe de estado perpetrado entre 1968 y 1979, en un hospicio de Río de Janeiro, Ana (Simone Apoladore) reposa semiconsciente en la sala de cuidados intensivos tras sufrir una nueva crisis psiquiátrica, sumado a otros males que padece hace varios años. El estricto régimen de visitas hace que los amigos, únicos preocupados por su salud, se congreguen en la sala de espera a lo largo de -lo que seguro será- su última internación. En su encuentro diario, estos viejos compañeros de la resistencia radicalizada de los años sesenta, no podrán evitar confrontar consigo mismos, adjudicarse responsabilidades, mostrarse arrepentidos, sentirse culpables y recordar con dolor a los muertos, los torturados y los locos -como Ana, quien supo ser una líder carismática. Lo peculiar del film es que la convaleciente protagonista, Ana, nunca es vista en el tiempo presente de la historia, sino el espectro de su juventud, tal como los otros personajes logran reconstruirla en sus mentes. Entorno al recuerdo de Ana, emergen las disidencias ideológicas entre dos generaciones: la de los padres ex militantes y la de sus hijos. Hay una escena que, aun siendo lateral al relato, resignifica la riqueza de este enfrentamiento generacional de experiencias, intereses y cosmovisiones; en ella, Irene –el personaje que da vida a Lúcia Murat en la ficción- confiesa a su hijo que alguna vez deseó que no fuera homosexual, como si eso lo protegiera de la actitud beligerante de la sociedad. Sin dudas, en este diálogo se expresan las contradicciones internas de quienes, tiempo atrás, han reivindicado los ideales de la liberación identitaria y sexual. Cuando el recuerdo fantasmagórico no es la de un muerto, existe una poética más compleja de fondo. La aparición de Ana en la vida sus amigos es la metáfora de la culpa que aun no pudieron resolver ni siquiera pronunciar. En este sentido, la escena inicial del film es una aproximación al trauma inaugural: una joven mujer sumergida en el mar siente que el fondo la arrastra hacia lo profundo, no puede liberarse ni salir a la superficie para recobrar el aire. “La pesadilla vuelve a repetirse.” Ella es Ana, la eterna joven comunista de la historia. ¿Será la retórica visual la que señala lo indecible de la culpa? Con diez largometrajes en su filmografía, Murat recibió múltiples premios -entre ellos, a mejor película de Iberoamérica en el Festival de Mar del Plata por su film Casi Hermanos (2004)-, lo cual se debe a su interesante propuesta cinematográfica fuertemente influenciada por la temática de la dictadura, de la que también vivió el secuestro y la tortura en carne propia. Memorias cruzadas vendría a confirmar la regla por la cual la inteligencia de un fenómeno artístico se asocia al grado de autocrítica de quien lo produce. Para ello, se necesita indudablemente mucho tiempo. En su caso, Murat necesito algo más de 20 años para escribir, junto a Tatiana Salem Levy, este guión inspirado en la vida de la militante Silvia Vera Magalhães –la única mujer participe del secuestro de embajador de EE.UU. Charles Burke Elbrick, en 1969- quien, tras recibir duras torturas durante sus tres meses de detención, resultó gravemente afectada en su salud física y mental.
El mito flotante Existen varias maneras para filmar lo que ya no está, es decir hacer presente la ausencia y aquí es donde la directora brasileña Lucía Murat, en Memorias cruzadas, toma un rumbo por demás arriesgado al incluir en la reconstrucción de una ausencia el mecanismo del mito como esa imagen construida desde la fantasía o el deseo de quien la convoca para despojarla de todas aquellas impurezas que la vuelven perenne.¿ Acaso la memoria es la savia de lo perenne?. Interrogantes de esta naturaleza atraviesan el universo del nuevo opus de la realizadora, quien recientemente ofició de jurado en el Festival de Mar del Plata, en consonancia con los tópicos que en su larga carrera viene explorando -este es su octavo film- y que se encuentran profundamente ligados a los roles de la juventud y de la izquierda en las épocas más feroces de la dictadura en Brasil. Si bien no puede señalarse que estamos frente a un film de estructura coral, lo cierto es que los puntos de vista y la mirada sobre el pasado -siempre confrontada desde el presente- aparecen de manera fragmentaria y encarnizada en la voz, discurso y el pensamiento de un grupo de amigos militantes convocados por la figura de Ana, antigua compañera de lucha que en el presente se va disipando como su cuerpo que yace en una sala de hospital al que llegó por padecer un cáncer. La Ana imbatible; vigorosa; carismática y decidida por convicción a llevarse el mundo por delante es aquella que deambula entre la realidad y la fantasía como ese fantasma cuya rebeldía no es más que aferrarse al recuerdo para no desaparecer. Y es esa quizá la mayor lucha que ese mito de Ana libra más allá del tiempo y del cáncer o de los psiquiátricos que laceraron su voluntad pero siempre convencida de que la batalla por lo que se cree valió la pena. Vale la pena entonces el recuerdo no atado a la tristeza sino a la honra de un personaje que para la directora Lucía Murat encarna a un símbolo de la izquierda, Vera Sílvia Magalhães, a quién va dirigida la dedicatoria del film. Esa persona y no personaje es lo suficientemente influyente e importante para dejar su huella en cada amigo (un lujo la presencia de Franco Nero en el elenco), incluso superando una brecha generacional con los hijos de los que en un pasado fueron jóvenes revolucionarios, equivocados tal vez en haber pensado en el camino de la violencia ante una coyuntura aún más violenta pero con la suficiente capacidad reflexiva para admitir los errores. Un mito no conoce de errores o por lo menos no hay nadie que lo someta a semejante fragilidad, por eso la Ana representada desde lo fantasmático jamás envejece y contagia esa energía de lo que perdura porque no cambia, como una gota de lluvia que se desliza por el cristal de la vida antes que el limpia parabrisas la arrastre al olvido en ese vaivén que pendula entre lo que fuimos y lo que dejamos de ser.
Sobrevivir a la dictadura Como en otros países de América del Sur, en Brasil se produjo un golpe de estado que derivó en una dictadura militar entre 1964 y 1985, cuando las fuerzas armadas derrocaron al gobierno de João Golart con ayuda de Estados Unidos, en épocas donde la norma era enfrentar todo tipo de ideas que pudiesen llevar al comunismo. En Memorias Cruzadas, nuevo film de Lúcia Murat, se retratan estos trágicos sucesos a partir del presente, mostrando un país en donde poco se hace por revelar ciertos hechos relacionados con un período en el que los medios de comunicación y otros sectores del poder eran cómplices de la dictadura. A partir del relato de un grupo de amigos que pertenecían a la resistencia radicalizada, se irán recreando las situaciones que les tocó vivir durante el golpe de estado...
Memorias cruzadas es una película inspirada por la vida de Vera Silvia Magalhaes, una leyenda de la izquierda revolucionaria de Brasil. Vera fue una de las más famosas guerrilleras latinoamericanas que participó del secuestro del embajador de Estados Unidos en Brasil en 1969 y se convirtió en un icono de la lucha armada contra la dictadura militar en ese país. La mujer luego fue detenida y brutalmente torturada, algo que le ocasionó dos cáncer y varios problemas de salud por los tormentos recibidos. Magalhaes falleció en el 2007 mientras se encontraba en producción este film. La película dirigida por Lucía Murat, reconocida por su trabajo Dos hermanos(2004), es muy interesante porque se centra en un problema actual de ese país que es la resistencia del gobierno brasilero a investigar los crímenes de lesa humanidad cometidos en la última dictadura militar y el enjuiciamiento a los torturadores. Un tema que está muy caliente en Brasil donde no se avanzó demasiado a diferencia de otros países de la región. Memorias cruzadas es una reflexión sobre el rol de la izquierda brasilera en los ´70 que expone también los errores de quienes eligieron combatir la dictadura a través de la lucha armada. Un aspecto de esta producción muy rico porque no se queda en la oda a la militancia política de los años ´70 sino que también hay una crítica de las cosas que no se hicieron bien dentro de los partidos políticos más radicales. Un historia que tiene su contra-cara en la nuevas generaciones que cuentan un visión distinta de la vida y están representados en este film por los hijos de los protagonistas. El film sobresale por el trabajo de los actores, donde se destaca el legendario Franco Nero (Django) en un rol secundario y la fotografía de Guillermo Nieto, clásico colaborador de Pablo Trapero. El trabajo de la directora es de lo mejor que se hizo en el cine de Brasil con estos hechos históricos por la manera en que crítica la impunidad de los militares torturadores y el cuestionamiento de quienes tomaron medidas extremas para enfrentar la dictadura. Una película que en definitiva merece su visión por la honestidad con la que se abordó este tema.
La mujer que agoniza en este hospital brasileño ha ocupado un lugar relevante en la vida de los que ahora siguen de cerca la evolución de su estado. Son, como ella, ex militantes de la lucha armada contra la dictadura, y es natural que al compartir esa angustiosa espera sean los hechos de aquellos años el tema que vuelve una y otra vez a la conversación, y que en ella queden expuestas las diferencias entre los puntos de vista con que cada uno los interpreta desde el presente y las reflexiones que a cada uno le suscitan. La historia y los personajes son de ficción, pero provienen de las experiencias vividas por la directora y su círculo de amigos y compañeros de la resistencia. Lucia Murat se comprometió primero con la política estudiantil y más tarde formó parte de un movimiento revolucionario, por lo que padeció cárcel y tortura. El film está dedicado a la memoria de Vera Silvia Magalhães, la única mujer que participó del grupo que en 1970 secuestró al embajador norteamericano a cambio del cual se obtuvo la liberación de algunos presos políticos. Murat fue su amiga; admiró su inteligencia, su coraje, su apasionamiento y su fortaleza de carácter, y con esos rasgos vistió al personaje central de su film, Ana. Pero no se propone hacer un retrato de la que devino leyenda de la izquierda brasileña sino -como lo hace su álter ego en la ficción, la cineasta Irene- utilizar el cine para tener una perspectiva más clara sobre lo vivido en el pasado y plantearse los interrogantes que ahora la inquietan. Entre ellas -y por eso el film incluye personajes jóvenes- la visión del pasado que se transmite a las nuevas generaciones. La acción transcurre en la actualidad y es la realidad actual de estos personajes, incluidos algún actual ministro y un ex guerrillero italiano refugiado en Brasil, lo que importa: la relectura que pueden hacer hoy del pasado, de lo que significó para ellos la dictadura, de los ideales que perseguían con su lucha y de las decisiones que tomaron en busca de alcanzarlos. Aunque el lazo que los une sigue siendo fuerte -nada lo expone mejor que la propia figura de Ana (que se hace omnipresente en el relato a través del pensamiento de sus viejos compañeros, que la corporizan siempre joven, más que por medio de flashbacks)- hay no pocos desacuerdos entre ellos. Así, Murat expone sus dudas y afronta sus interrogantes. Puede no renunciar a sus ideales, pero coloca en cuestión la necesidad de asumir alguna actitud autocrítica antes que refugiarse en el papel de víctimas que prefieren adoptar algunos de sus compañeros sobrevivientes de la represión. En ese sentido, se trata de un film valiente, honesto y valioso, aunque en el fondo resulte tan interesante por los temas que expone como por la elecciones formales que propone, como la presencia viva de una Ana de otro tiempo en medio de la acción, un poco a la manera del Bergman de Cuando huye el día.
Recuerdos de la dictadura vecina Con una presidenta de la Nación que pasó por esa experiencia, parece totalmente lógico que el cine brasileño produzca una película que reflexiona sobre los años de la guerrilla urbana. Más aún teniendo en cuenta que la realizadora, Lúcia Murat (Río de Janeiro, 1949), también tomó las armas a fines de los ’60, siendo encarcelada y torturada por la dictadura militar del país vecino. Las referencias a la realidad son bien concretas en Memorias cruzadas (A memória que me contam, 2012), coproducción de la que participaron capitales chilenos y argentinos. No sólo porque la protagonista es directora de cine, sino porque un recordatorio final termina de poner en claro que el personaje alrededor del que gira toda la película es una transposición de la legendaria Vera Sílvia Magalhâes, que en 1969 participó, junto a otros miembros del MR-8, del secuestro de Charles Burke Elbrick, embajador estadounidense en Brasil. A diferencia de Cuatro días en setiembre (¿O que é isso, companheiro?, Bruno Barreto, 1997), que reconstruía el secuestro de Elbrick en tono de thriller político, la película de Murat toma como eje el modo en que aquella experiencia repercute aún en quienes la protagonizaron. Lujosamente fotografiada por Guillermo Nieto, director de fotografía favorito de Pablo Trapero y aporte argentino a la coproducción (el aporte chileno es un actor que intenta hacer de médico brasileño, sin lograrlo), el presente de Memorias cruzadas tiene lugar en el momento en que la aquí llamada Eva es internada en estado comatoso, provocando la reunión de sus ex compañeros, que guardan una larga y angustiosa vigilia en la sala de espera. A esa Eva nunca se la ve, pero el fantasma de la que fue no deja de presentarse ante sus ex compañeros. Como si se tratara de un bello bloque de memoria, que viene a recordar que aquello que pasó no pasó: sigue vivo en ellos. Mientras tanto se debate, a nivel nacional, la posibilidad de que los militares accedan a abrir los archivos secretos de tiempos de la dictadura. Cosa que, a diferencia de lo que sucedió aquí y en otros países latinoamericanos, en Brasil no ha tenido lugar. Ni parece que vaya a tenerlo. En los papeles, todo estaba servido para un film político complejo y cuestionador, que vinculara el presente brasileño con un pasado que allí está bastante menos asumido que aquí. En los hechos se trata de una película en la que todo está escrito, nada vive. Los personajes son entelequias, cuya función consiste en poner en palabras las ideas que el guión quiere transmitir. Palabras en ocasiones tan altisonantes como aforismos kitsch. Sobre todo las puestas en boca de Franco Nero. Que no se entiende bien qué hace aquí, como ex guerrillero italiano acogido en Brasil, intentando hablar portugués con apenas un poco más de éxito que el actor chileno. Tampoco ayuda mucho la gravedad de tono, justificada por la situación pero acentuada en ocasiones casi hasta el borde de la autoparodia. La verdadera historia de Vera Sílvia Magalhâes es francamente terrible: herida de un balazo en la cabeza antes de ser apresada, fue torturada en ese estado y padeció secuelas físicas y psíquicas durante toda su vida, además de contraer un linfoma y terminar muriendo de un infarto a los 59 años, en 2007.
Vida y muerte de la militancia Ana es una ex guerrillera y militante de la izquierda brasileña de los años '70 y '80. Pero Ana está agonizando en un sanatorio, en el siglo XXI, razón por la cual sus compañeros de combate se reúnen en actitud de espera. Pero también hay jóvenes, que representan otro mundo y otra clase de acción, motivo por el que la película construye un ida y vuelta generacional. En realidad, la estructura caleidoscópica de Memorias cruzadas es una elección narrativa recurrente de la realizadora Lucia Murat, tal como se expresara en la premiada Casi hermanos (2006). Los personajes no son los mismos de antes, el tiempo transcurrió modificando conceptos en algunos y hasta legitimando a algún otro, como se observa en el actual ministro, ex combatiente contra las dictaduras de antaño. La mirada de Murat invade la nostalgia a través del tono susurrante y las expresiones por un mundo al que se intentó modificar dentro o fuera de lo legal. En algún punto, la película escarba en aquellos años de agitaciones políticas, golpes de Estado y radicalización ideológica de la juventud, articulando un discurso donde se permite la confrontación de ideas, acaso el ocasional arrepentimiento, tal vez la melancolía por haber intentado un cambio, que en muchas ocasiones terminó en la frustración y la muerte. La estructura de relato, por su parte, convoca al rompecabezas, con imágenes de archivo, escenas donde la militancia descansa en la playa y una actualidad donde se intenta ubicar aquella historia ya en un mundo diferente. En ese puzzle ideológico, la película entrega sus buenos y discretos momentos; por un lado, Memorias cruzadas logra fusionar aquel pasado y los nuevos tiempos con suma inteligencia; por el otro, el film se esfuerza de manera denodada por salir de cierto esquema teatral y televisivo que neutraliza sus logros en los aspectos técnicos, en especial, con el uso de una luz mortecina que rodea a los personajes esperando los informes médicos sobre la protagonista. El resultado final será Ana a través de una foto y unas imágenes en blanco y negro, recordando aquella utopía y esa genuina militancia.
Demasiados recuerdos La vida de Vera Silvia Magalhaes es la elegida por la cineasta brasileña Lucía Murat para contar parte de la historia más oscura de Brasil. Magalhaes tuvo una activa participación en el secuestro del embajador de Estados Unidos en Brasil, en 1969. Ana -el personaje ficticio basado en Vera- milita desde muy joven y es de armas tomar. Era el motor que inspiraba a sus amigos, la líder de su circulo. Al igual que Vera, luego del encierro, la tortura y el exilio, Ana sufrió varias enfermedades y crisis psicóticas. En cada una de sus internaciones sus amigos se reunían en el hospital, y es allí donde comienza esta película, con sus amigos sentados en la sala de espera, y Ana ya en estado de coma, en su última internación. Allí los camaradas recuerdan a su amiga, y surgen las reflexiones y las confrontaciones. Durante toda la historia la presencia de Ana los acompaña, se les aparece en su juventud, la Ana de los ´60. Hablándoles, mirándolos, mientras están solos, mientras escriben, mientras piensan. Así durante las apariciones de Ana y los flashbacks en los que se va contando su historia, vamos armando el rompecabezas de su vida, y entendemos qué la une con cada uno de aquellos que están en ese lugar. La película aborda diferentes temas, desde la perspectiva de quienes tomaron las armas en los ´60, y también desde la de sus hijos, quienes irremediablemente chocan en más de una oportunidad con aquella visión, y tienen unos cuantos reproches para hacer. Han pasado muchos años, aún les cuesta hacer una autocrítica, y sufren por ese mundo que quisieron cambiar y no cambió demasiado. Algunos de ellos siguen luchando contra los molinos de viento, otros han tomado diferentes caminos, como el cine o la literatura, y otros se han dedicado a la política, con todo lo que eso implica. "Memorias Cruzadas" es una gran pelicula, no solo porque la forma en que está narrada es impecable, sino por la riqueza y el realismo de sus personajes; porque se habla mucho del idealismo de aquella época, pero pocas veces reflexionamos sobre qué pasa por la cabeza y el corazón de aquellos que vieron desaparecer la utopía.
Es una coproducción entre Brasil, Chile y nuestro país. El film dirigido y escrito por Lucia Murat, una reconocida cineasta brasileña. Está inspirado en la vida de Vera Silvia Magalhaes, un mito de la izquierda de su país. Y es una excusa para explorar los vericuetos de la memoria, las utopías perdidas, los mitos y leyendas de una generación. Interesante.
La guerrilla y las cosas por su nombre Menos de lo que cabía esperar, pero mucho más de lo que aquí se hace, este film muestra cómo viejos izquierdistas brasileños se animan a la autocrítica y llegan a la duda, pese al amor y el orgullo por lo que hicieron cuando jóvenes. La directora, Lucía Murat, sabe de qué habla: ella integró el grupo guerrillero MR-18 cuando adolescente. Luego, tras la cárcel, fue periodista y cineasta. No habla aquí de las tremendas torturas sufridas en prisión. Eso ya lo hizo en el documental "Qué bueno verte viva", donde reencontraba algunas compañeras sobrevivientes. Lo que ahora ofrece es una ficción, inspirada en las reuniones de viejos amigos en el hospital, cada vez que una de las ex militantes más famosas era internada. Esa mujer, Vera Silvia Magalhaes, participó en el secuestro del embajador norteamericano Charles Burke Elbrick, a quien cambiaron por 15 presos, fue capturada, torturada, liberada con otros a cambio de un nuevo embajador secuestrado, ahora alemán, exiliada (pasó por la Argentina en 1973, huyendo de Chile a Suecia), y, tras unos años de trabajo, terminó jubilada por invalidez. Ya cuando la sacaron de la cárcel en silla de ruedas pesaba solo 37 kilos. Murió a los 53 años. Murat no la menciona por el nombre, sino por sus dolores, sus varios maridos pese a los dolores, su espíritu animoso, la tempranísima lectura del "Manifiesto Comunista" a los 12 años de edad (así quedó) y alguna otra anécdota. Y tampoco la representa en agonía. Al contrario, la muestra en una eterna juventud, sonriente, contrapuesta a los demás, que fueron acumulando canas, panza y desazones. Pero ahora está en coma y los viejos camaradas le hacen el último aguante, bromean, recuerdan, sienten más cercano el cierre de una época. En esas charlas de hospital, o en alguna reunión hogareña, cada tanto surgen recuerdos culposos, de crímenes cometidos por error o por fanatismo, incluso contra algún compañero que estaba flaqueando en sus ilusiones (algo que acá también se hizo pero pocos dicen). Surge además un raro agradecimiento: por suerte no triunfó la dictadura del proletariado. Y se advierte la falta de energía para defender a un "compañero de la revolución universal" cuando Brasil acepta el pedido de extradición de un viejo miembro de las Brigadas Rojas. Personaje especial, ajeno a esas reuniones, un ex militante, ahora ministro de Justicia obligado a moverse entre viejos reclamos y actuales posibilidades. En Brasil recién el año pasado Dilma Roussef (también ex guerrillera torturada) logró que el Ejército deje de celebrar el golpe de 1964, que lo mantuvo en el poder durante 20 años. Y recién hace poco empezó a funcionar un comité de investigación, no vinculante, por crímenes de aquel entonces. Ese ministro es, entonces, un personaje interesante, aunque aparece poco. Lo mismo, el Brigada interpretado por Franco Nero, con toda su máscara pero muy poca presencia y menos letra. En cambio, se pierde mucho tiempo con una trama secundaria, sin conflicto, que envuelve al hijo homosexual de una militante (quizá para atraer públicos nuevos). Aun así, una película que decide mencionar ciertas cosas por su nombre, y preguntarse si valió la pena tanta sangre, sin darle a esa pregunta una respuesta enfática. Para tener en cuenta. Participación argentina: coproductoras, Felicitas Raffo y Julia Solomonoff (las mismas de "Historias que solo existen al ser recordadas", de Júlia Murat, hija de Lucía) a través de Cepa Audiovisual, fotografía de Guillermo Nieto, acabado de imagen y efectos en Mandragora Producciones, y aparición de Pablo Uranga como notero en una escena.
Octavo opus de Lucía Murat, cargado de historia reciente, debate generacional y reflexión sobre las acciones vividas por los revolucionarios en aquellos 70 que marcaron a fuego a Sudamérica. Nuevamente en rescate de la memoria, la directora brasileña nos trae una propuesta semicoral de corte ideológico y revisionario que reviste interés y promueve debate. El libro cinematográfico de "A memória que me Contam" es de Murat y de Tatiana Salem Levy y está ambientado en el presente, e inspirado en la vida de Vera Silvia Magalhaes, quien participó en el año 1969 en el secuestro del embajador americano, convirtiéndose en una heroína de la izquierda combativa de esos tiempos. La acción se centra en un grupo de viejos amigos, todos ex miembros de la resistencia radicalizada de Brasil, quienes se reúnen en el hospital al conocer la noticia que Ana (Simone Spoladore), la musa revolucionaria de los 70, se encuentra frente a su última batalla: desafiar la muerte y encontrar la paz en el ocaso de su vida. Es el presente y todos estos hombres y mujeres tienen posiciones económicas sólidas, son exitosos pero aún mantienen ese discurso inflamable que los hace discutir y debatir sobre hechos presentes y pasados. Se juntan y tratan de acompañar a Ana, mientras ella se encuentra internada grave en el centro médico. Es así que a través del relato de Irene (Irene Ravache), una directora de cine, se va armando un rompecabezas donde cada personaje aporta recuerdos, inquietudes, condenas, dolor y reflexión sobre lo que a ese grupo le sucedió en el pasado y cómo aforntar una serie de hechos que se instalan paralelos a la fase terminal de la enfermedad de su ex líder. Hay una historia lateral, que también aporta al corazón del film y es jugada por el personaje de Paolo - el legendario Franco Nero - quien es un refugiado italiano, acusado en su país de haber participado en hechos de violencia en los años ´70, e involucrado con el grupo y su causa. Murat ensaya ideas para explicar las acciones de sus piezas en este tablero con su solvencia habitual. Acierta mucho (el tema interesa y es rico para analizar) pero también plantea posiciones discutibles que no se sienten bien en la butaca (la elección de mostrar el fantasma de Ana dialogando con sus amigos, abrumar con la belleza de Spoldaore que desdibuja su perfil ideológico y lo subordina a su magnetismo visual). Algunas historias que se presentan no revisten mucha profundidad (el hijo de Irene y su novio, la intriga política del ministro, etc) y el peso dramático de la película está en manos de Ravache, quien tiene un trabajo regular(luce desconcentrada y no logra transformarse en eje de la trama). Sin embargo, el debate que propone, ese que se da no sólo en la pantalla, sino luego de su proyección, es lo más rico del film... Cuál es la manera correcta de revisitar esos hechos violentos frente a los procesos militares que regían las vidas de los sudamericanos en esos tiempos revolucionarios? Cuál es el precio que ellos pagaron por defender su ideal? Cómo viven estos años de burgueses quienes lucharon para no ser parte del sistema? Más allá de nuestras propias respuestas, hay que reconocer que Murat hace un cine necesario que traza líneas para acercarnos a estos cuestionamientos. Propone películas para revisitar no sólo hechos de ese pasado tumultuoso, sino sus consecuencias en el hoy. Y si bien no logra a veces que sus relatos brillen, lo cierto es que no se puede negar que son necesarios.
La memoria en perspectiva Vista recientemente en el 28° Festival de Mar del Plata, llega al circuito comercial Memorias cruzadas, de la brasileña Lúcia Murat, que aborda la temática de los ex miembros de la resistencia que luchó contra la dictadura. Película a la que uno puede discutirle ciertos procedimientos de puesta en escena que hacen un poco de ruido, no discutir la pertinencia, la sensibilidad e inteligencia de Murat para discutir la idea de militancia y de guerrilla en el presente. En la película, un grupo de amigos que participaron de la resistencia se reúnen cuando Ana, quien fuera la líder, se encuentra cerca de la muerte, lo que sirve para que se evoquen aquellos tiempos convulsionados. Independientemente de la postura ideológica de la directora, la riqueza discursiva de sus personajes, el cuidado con el que los trata, sus puntos de vista determinados por diferencias generacionales, ya hacen de este film algo necesario y por qué no, entrañable. Con algunos recursos discutibles (la materialización de la muerte tal vez sea el más discutible), Memorias cruzadas aporta la confrontación de pareceres, de roles, de utopías pasadas, batallas perdidas o ganadas. Estos son temas que se debaten y que invitan a debatirse a partir de lo que dejó la dictadura, en un mosaico fragmentario, de emociones cruzadas, pero que mantiene la idea de afecto, de amor, en un marco de revisión de ideas.
Reflexiones y recuerdos emotivos traducidos con solvencia cinematográfica Lucia Murat fue militante política en los ’70. Vivir en América Latina, ser joven, tener ideas políticas y militar activamente era una forma de vida para unos pocos valientes en una década signada por las dictaduras de ultra derecha. En esa época conoció a Vera Silvia Magalhaes, una revolucionaria de izquierda que participó en el secuestro del embajador norteamericano en Brasil. Años después, Lucia se inclinó por el arte para realizar un cine eminentemente político con, al menos, tres buenas películas: “Casi hermanos” (2004) narraba la historia de dos presos, uno por razones políticas y otro por robo. En “Tierra brava” (2001), presentada en Mar del Plata al año siguiente, se despachaba con una lectura sobre la conquista portuguesa. En “Doce poderes” (1997) abordaba el tema de los medios y la manipulación de las elecciones. Ésta última es, para quien esto escribe, su mejor realización aunque, salvo la de 2004 y la que nos convoca hoy, ninguna se estrenó oficialmente en Argentina. Desde su apertura en “Memorias cruzadas”, Lucia Murat vuelve a la década del ‘70 que a esta altura conforma los cimientos donde se erige su cine. La información es de registro directo y con imágenes de archivo. Militancia de izquierda revolucionaria incluyendo la noticia sobre el secuestro del embajador. Ya en tiempo presente, vemos a un grupo de hombres y mujeres, en sus cincuenta y tantos años, reunidos en la sala de espera de un hospital. Todos están allí por Ana. Su enfermedad los volvió a convocar luego de aquellos años de lucha armada contra la dictadura. Años de ideales y causas que hoy marcan el desgaste en sus rostros. Hombres y mujeres que hablan y discuten con la misma pasión de antaño. Pero se los ve cansados pese a los cruces de miradas. Todos hablan de y con Ana (Simone Spoladore). Entre los muchos aciertos de “Memorias cruzadas” se aprecia el de proporcionar al espectador la información necesaria de cada personaje, pero rebotada en la juventud de Ana. Todos la ven joven, vital y decidida como en aquella época. Como si ella representara ese espíritu, ese fuego interior que nunca se apaga. Sólo entre ellos se hacen cargo del paso del tiempo, por eso los diálogos van actuando como un microscopio del pensamiento de cada uno conformando una radiografía casi perfecta de estos seres atravesados por un manto de resignación. De la misma forma, las nuevas generaciones también están representadas por el sobrino de Ana y un amigo, quienes se debaten entre una relación amorosa y la necesidad de entender de qué madera están hechos. La directora se acerca a sus criaturas con planos cerrados a fin de lograr la intimidad necesaria para la reflexión, los recuerdos y la emoción, pero también recurre planos generales cuando el grupo debate acaloradamente. Gracias al nivel parejo del elenco cada palabra adquiere una significación especial que actúa como disparador en los personajes. También es cierto que los actores Irene Ravache, Miguel Thiré, Clarisse Abujamra, Hamilton Vaz Pereira y el resto; saben muy bien a qué juega cada uno. Como si ellos también hubieran sido parte de la historia verdadera. Esta naturalidad es acaso la virtud adyacente de una obra que llega hondo evitando pretensiones y golpes bajos. Podría mencionarse la presencia de Franco Nero como la menos expresiva en términos de lo que pide el texto cinematográfico. Por momentos pareciera tener alguna dificultad con el idioma, como si fuera una barrera invisible que se nota. De todos modos “Memorias cruzadas” aborda con solvencia la temática y sale airosa de la difícil tarea de tener que narrar la historia como una mixtura en la que el texto es tan importante como la imagen. Cuando el cine de contenido político es llevado a cabo con tanto compromiso, el beneficio es por partida doble: Disfrutar de ver buen cine y acercarse más a la historia.
Sobrevivir a la dictadura Como en otros países de América del Sur, en Brasil se produjo un golpe de estado que derivó en una dictadura militar entre 1964 y 1985, cuando las fuerzas armadas derrocaron al gobierno de João Golart con ayuda de Estados Unidos, en épocas donde la norma era enfrentar todo tipo de ideas que pudiesen llevar al comunismo. En Memorias Cruzadas, nuevo film de Lúcia Murat, se retratan estos trágicos sucesos a partir del presente, mostrando un país en donde poco se hace por revelar ciertos hechos relacionados con un período en el que los medios de comunicación y otros sectores del poder eran cómplices de la dictadura. A partir del relato de un grupo de amigos que pertenecían a la resistencia radicalizada, se irán recreando las situaciones que les tocó vivir durante el golpe de estado...
EL PASADO TIENE CARA DE PRESENTE A raíz de la agónica internación de una vieja compañera de militancia revolucionaria, un grupo de compañeros de una organización armada brasilera de los años setenta se reencuentra. Lo hace como tantas otras veces, pero en esta ocasión la inmediatez de la muerte de la amiga los interpela a echar luz sobre discusiones pendientes. El recuerdo de una militante que fuera muerta de un modo controvertido devenido fantasma a partir de la visita de su hija exilada, más la mirada de los jóvenes nacidos y criados en un entorno de resistencia política, hacen de esta recuperación de pasados también un debate sobre el presente. Lucía Murat fue militante de la izquierda brasilera en tiempos de la larga dictadura que vivió ese país (1964-1985). Estuvo presa y fue torturada. En Memorias cruzadas el personaje alrededor del cual se tejen las relaciones con el resto de los protagonistas es el de una realizadora que está terminando un documental sobre la compañera asesinada en tiempos dictatoriales. El resto de los militantes de entonces tienen posiciones diversas sobre aquel pasado, aun cuando todos son críticos de la política de memoria, verdad y justicia llevada adelante por el gobierno popular brasilero, que desde la asunción de Lula da Silva lleva algo más de 10 años en el gobierno. El único que justifica y explica la política gubernamental en materia de derechos humanos es el compañero que siguió militando en política durante el proceso democrático y es ministro del gobierno central. Un lugar interesante ocupan los jóvenes actuales. Además de participar de ciertos debates, su propia realidad, sus propias luchas y conflictos (la identidad sexual, el arte, la nacionalidad) trazan un puente entre aquella juventud y esta. ¿Cuál es aquella juventud universitaria, burguesa, inquieta proyectada en el presente? Con mucha sencillez e inteligencia Murat trama una larga serie de debates. Se permite problematizar tanto las miradas esquemáticas y cristalizadas sobre la acción de las brigadas rojas, como la idea del arte en el contexto del mercado global apropiándose de los sectores populares. Los jóvenes que fueron interpelan a los adultos que son, pero la relación es sin dudas dialéctica, pues lo que la realizadora propone es pensar, indagar, asumir la realidad sin juicios morales. En todo caso todo juicio sobre la historia reciente solo puede ser político. La directora realiza una película abierta. Lejos está de ser una crítica a la militancia armada de los años 70, es una película que reivindica el sentido del pensamiento revolucionario y evita el tabú de la muerte. Esta definición es central para delimitar en que lugar del mundo Murat elige ubicarse. Memorias cruzadas es además un filme sensible y bello, que permite incluir a casi todos y dejar afuera a muy pocos. Especialmente a los dogmáticos, a los que aun hoy se suponen impolutos y con derecho a pontificar sobre el pasado y, por sobre todo, a los cómplices conscientes de cualquier dictadura. Por Daniel Cholakian redaccion@cineramaplus.com.ar
La revolución del recuerdo Coproducción con Brasil, sobre un grupo de ex guerrilleros con nostalgia colectiva. Todo tiempo pasado no fue mejor, podría ser la síntesis de Memorias cruzadas, donde se refleja un choque de dos generaciones desde la perspectiva revolucionaria. “Ustedes ya hicieron todo”, es el reclamo sarcástico de un hijo a su madre. Ella es Irene (Irene Ravache), la cineasta que filma la vida de Ana (Simona Spoladore), una ex guerrillera, cuya historia se basa en Vera Silvia Magalhaes, quien en 1969 participó en el secuestro del embajador de los EE.UU. La directora brasileña Lucía Murat fue militante política, pasó a la clandestinidad y fue detenida y torturada entre 1971 y 1974. Ella parece retrotraerse en Memorias cruzadas hacia su opera prima Que bom te ver viva, donde documenta -con algunas escenas de ficción- el testimonio de ocho mujeres (ex guerrilleras) que estuvieron en prisión durante la dictadura militar brasileña (1964-1985). Su flamante filme ubica a un grupo de viejos amigos -todos ex miembros de la resistencia radicalizada- que recuerdan a su líder mientras ella atraviesa sus últimos días internada en un hospital, con planos detalle de su sufrimiento. Los integrantes del grupo (entre los cuales se destaca Paolo, un ex militante italiano, encarnado por el renombrado actor Franco Nero) parecen almas en pena que viven reflejados en los objetos, miran sin ver hacia un pasado de repetidas anécdotas revolucionarias. Los flashbacks hacia la joven Ana son fuertes desde lo fotográfico, la mayoría del filme sucede durante la noche (metáfora de una época oscura) y Murat hace un buen uso de la cámara lenta, sobre todo a nivel submarino. Las imágenes de archivo en blanco y negro (las reales, no las ficticias) le dan un marco histórico al filme, donde Murat debería haber escarbado más y no dividir el guión en múltiples relatos. Así, el argumento empatizaría más con un espectador sometido a las habladurías de los ex militantes. Por momentos, el filme hace foco en discusiones tibias (algunas acaloradas) que rescatan al azar la figura de la ex guerrillera moribunda. Y los diálogos se construyen más desde el ego personal que desde la nostalgia colectiva.
Mirar para atrás y reflexionar es una buena manera de hacer foco en los días por venir. Y eso es lo que hace Lucía Murat en “Memorias cruzadas”. El filme hace hincapié en una feroz autocrítica de los militantes de izquierda que soportaron la dictadura de Brasil entre 1964 y 1985. Los diálogos que hilvana Murat, quien también fue secuestrada y torturada, tienen tanta calidez como dureza. Inspirada en la vida de Vera Silvia Magalhaes, la trama se basa en el relato de una directora de cine que se plantea hasta qué punto fue necesario dejar todo por la revolución, y si los métodos utilizados fueron los correctos en la lucha armada. En ese análisis, en el que entran compañeros de ruta y hasta un político que militó con ellos, sobrevuela la figura de Ana, que es la voz de la conciencia revolucionaria, la idealista, el mito. Ana, que está a punto de morir, obliga a estos replanteos desde un lugar imaginario, donde aflora con su imagen setentista y con sus banderas revolucionarias bien altas. Murat también abre el juego para los más jóvenes, a quienes muestra con ideales libertarios tan firmes como los que tuvieron los de su generación. “Memorias cruzadas” propone un debate que también es de utilidad para los militantes de la izquierda argentina.
Inspirada en la vida de Vera Silvia Magalhães, Memorias cruzadas reflexiona sobre pasado y presente de quienes decidieron tomar las armas para enfrentar a la última dictadura militar brasileña. Ana es el punto de encuentro, musa de un grupo de jóvenes que durante los años sesentas y setentas lucharon contra las fuerzas armadas que gobernaron Brasil. Ahora, ya en su lecho de muerte, ella reúne una vez más, a estos viejos amigos. La espera de la peor noticia sobre la salud de su querida amiga funcionará como excusa para que ellos repasen los hechos y consecuencias de cuando formaron parte de la izquierda radicalizada brasileña. Y que tuvo su mayor hito al secuestrar al embajador estadounidense Charles Burke Elbrick en 1969. A pesar de que Ana está en cuidados intensivos se hace presente, en casi todo momento, en la memoria e imaginación de sus compañeros de ruta. Y es ella misma, la que se plantea y reflexiona acerca de su vida y si valió la pena todo su devenir. La directora Lúcia Murat nos trae una obra autorreferencial pero con la particularidad de no glorificar aquellos años en los que ella formó parte de la resistencia al gobierno militar. Contrariamente, funciona como revisionismo histórico de su propia vida y como autocrítica a los defectos y virtudes de su lucha. Simone Spoladore 5 Otro de los planteos de Memorias cruzadas es sobre los valores de cada generación y de cómo el tiempo hace estragos en las personas. Aquellos guerrilleros que luchaban contra el capitalismo de antaño se han convertido en cineastas, escritores, funcionarios y hasta se podría decir: de clase acomodada. Sin embargo, ahora tienen que enfrentarse a su pasado, a sus consecuencias y a sus hijos, en un Brasil que está intentando reparar los daños de un período donde no hubo lugar para la democracia. La belleza de film radica en sus formas y en el amor que le profesan a Ana sus allegados. Sin tomar una posición exacerbada, este homenaje a la revolucionaria de izquierda Vera Silvia Magalhães, tiene su mayor virtud en los exquisitos diálogos donde estos compañeros (entre los cuales podemos encontrar al mítico Franco Nero) reflexionan sobre su existencia y su papel revolucionario. La culpa, otro fantasma que ronda entre ellos, parece no ser suficiente para matar las razones que los unen. Aunque por momentos juega a ser un documental, y a pesar del trasfondo político, el arte le gana a la historia en una película que nos deja pensando en la amistad y en cómo una persona puede ser motor suficiente para inspirar la vida de tantas otras.
Publicada en la edición digital #257 de la revista.