Trivialidad e indiscreción. ¿Cuántas veces nos hemos encontrado con realizaciones -de la más variada naturaleza- que pretenden complejizar determinados tópicos mediante los atajos que brindan la tragedia explícita o su contraparte, esa abstracción que gusta de fetichizar a la distancia emocional, cayendo en ambos casos y a fin de cuentas en la redundancia retórica? A pesar de que el acto de “jugarse” en un cien por ciento por una de las dos alternativas, o en ocasiones por una zona gris compatible con la hibridación, es sinónimo de valentía formal y hasta puede resultar en un opus por demás satisfactorio, lamentablemente la experiencia nos comunica que todo debe darse en su justa medida y que conviene incluir ítems foráneos en la mixtura. Así las cosas, en el contexto actual las verdaderas anomalías se reducen a aquellas obras que por un lado escapan a los comodines y/ o simplificaciones que suelen pulular dentro del género de turno, y por el otro consiguen trazarse a sí mismas caminos más o menos independientes aunque no necesariamente originales. De hecho, esto es lo que ocurre con Mis Días Felices (Les Beaux Jours, 2013), una rareza proveniente de Francia que se centra en una relación extramatrimonial entre una mujer mayor y un treintañero, obviando de manera concienzuda los vericuetos del “amour fou”, los histeriqueos habituales de los implicados y toda esa liturgia del drama candoroso que se avecina a la vuelta de la esquina. En esta coyuntura lo que prima a nivel narrativo es un retrato adulto de un affaire vinculado tanto a la pasión lisa y llana como a un bienvenido hedonismo, sin demasiados infortunios que llorar ni un entorno social/ familiar/ laboral que asfixie de plano o censure a los protagonistas. La esplendorosa Fanny Ardant compone a Caroline, una odontóloga retirada que recibe de parte de sus dos hijas un vale de regalo para probar suerte en los cursos que ofrece un club de jubilados. Con la muerte reciente de su mejor amiga a cuestas y mucho tiempo libre que llenar, inicia un romance con su profesor de computación: aquí no es importante si su marido la descubre o no, sino el placer disruptivo detrás de la indiscreción. Más que crisis de la tercera edad o el síndrome del nido vacío, dos leitmotivs quemados de este tipo de propuestas, estamos ante un caso de aburrimiento mundano que deriva en la necesidad de balancear lo previsible con una buena dosis de novedad, una urgencia de la que hasta este momento no se tenía conocimiento. La directora y guionista Marion Vernoux entrega un desarrollo encantador que se apoya en el naturalismo y en las excelentes actuaciones de Ardant y Laurent Lafitte como Julien, el amante en cuestión. Combinando humildad, colores cristalinos y un cariño sutilmente negociado, Mis Días Felices es una película hermosa y disfrutable, un bálsamo contra la levedad mainstream contemporánea…
La edad de la inocencia. El cine francés y sus historias siempre han tenido una cuota de desenvoltura sensual y de sensación de alta cultura para el público argentino. Mis Días Felices (Les Beaux Jours, 2013), la última película de la directora Marion Vernoux, cumple con ambas premisas. Caroline (Fanny Ardant) es una atractiva dentista recientemente jubilada sumida en un cuadro depresivo debido a la falta de incentivos, la jubilación prematura, la muerte de su mejor amiga y una relación más amistosa que sexual con su marido y colega Philippe (Patrick Chesnais). Cuando sus hijas le regalan un pase para los cursos en un instituto para la tercera edad y comienza una relación amorosa con el profesor de informática, deberá replantearse diversas cuestiones acerca de su actitud hacia la vida. Mis Días Felices, nombre del instituto en el que Caroline se anota en diversos cursos, desde teatro e informática hasta cerámica, es una especie de escuela para reinsertar a los abuelos en este nuevo mundo que la jubilación les ha abierto. La adaptación de Fanny Chesnel junto a Vernoux de la novela de la primera Une Jeune Fille aux Cheveux Blancs, contiene una gran sensibilidad que puede ser apreciada no solo en los diálogos y en los primeros planos, donde más se luce la extraordinaria actuación de Ardant, sino también en la elección de las hermosas e introspectivas composiciones de piano de Quentin Sirjacq. Dejando sutilmente una mención hacia las políticas de desmembramiento de la seguridad social llevadas a cabo por los distintos gobiernos en Francia, Vernoux cuestiona el rol de la tercera edad en la actualidad al adentrarse en la vida y las relaciones de personajes de más de sesenta años que comienzan realmente a vivir a partir de que abandonan sus obligaciones laborales y pueden o deben dedicarse a descubrir qué es lo que van a hacer de ahora en más. Esta especie de libertad aparente, que nunca antes había existido en la historia de la humanidad, crea para los personajes un limbo a partir del cual deben comenzar a pensarse de nuevo como sujetos. Allí donde termina el reino de la necesidad aparecería la historia de la libertad, parafraseando burdamente de alguna manera al filósofo alemán del siglo XVIII, Immanuel Kant. La última película de Marion Vernoux logra de esta forma componer a través de una comprensión e indagación en los sentimientos y la sexualidad, una visión sobre los dilemas y las bifurcaciones de una tercera edad que cada vez se siente más joven, desenvuelta y libre, pero que en su nueva adolescencia no puede ver aún que sobre su condición pende amenazante la espada de Damocles.
Tiempo libre Hay pocas películas que abarcan tópicos relacionados con la tercera edad sin abocarse en el conflicto que implica atravesar esta etapa final de la vida. Desde los dramas con enfermedades limitantes del cuerpo o de la cabeza hasta las comedias negadoras que evocan esa vejez falsa, amparada más en un anhelo que en una realidad, por lo general los personajes que pertenecen a esa franja etaria -desde el punto de vista cinematográfico- nunca se cuestionan su realidad y mucho menos qué hacer de sus vidas cuando hay tiempo de sobra. Mis días felices es un film que se instala sin tapujos en ese umbral hacia la vejez cuando la juventud quedó en el pasado pero persiste en el presente, por lo menos desde la actitud proactiva y no depresiva de su protagonista, Caroline, odontóloga en edad de retirarse y que por intermedio de sus hijas, quienes le regalan un vale para incorporarse a un centro de jubilados, comienza a experimentar a partir de la relación clandestina con un joven profesor treintañero las chances de ponerle algo de picante a su rutinaria vida matrimonial y así experimentar en carne propia la sensación de libertad y sus peligros cuando no se depende más que del deseo propio y genuino, a pesar de las miradas ajenas. Sin embargo, sin caer en demagogia la directora Marion Vernoux desde el guion, en coautoría con la sensacional actriz Fanny Ardant, esboza los planteos y conflictos por las diferencias de edad sin escabullirse con pretextos dramáticos o facilistas, sino por el contrario que actúan como detonantes problematizadores para la protagonista en plena etapa de búsqueda y de fuga al mismo tiempo. Es remarcable la labor de Fanny Ardant al componer desde su sensual Caroline un personaje plagado de matices y aristas que seduce desde el primer minuto porque resulta por momentos impredecible al dejarse llevar por el deseo, como ocurre en gran parte de la película al encontrarse con este joven profesor enamorado en la piel de Laurent Lafitte.
Liberación e independencia Caroline tiene prácticamente todo lo que una mujer francesa de clase media-alta con flamantes 60 años a cuestas podría querer: un marido que la corresponde con devoción, hijas ya asentadas en la adultez, un departamento confortable y mucho tiempo para invertir en sí misma. Pero algo le falta, y ni siquiera ella sabe muy bien qué es. Dentista durante décadas, sus hijas le regalan una inscripción a un club de jubilados para que socialice con sus pares y profesores. Por uno de ellos, el de informática, siente una atracción particular que más pronto que tarde se convertirá en affaire. Así están planteadas las cosas en Mis días felices, que llega a la cartelera comercial luego de su paso por el ciclo de preestrenos Les Avant-Premières. Dirigido por Marion Vernoux, conocida aquí por Nada que hacer (1999) y la coral Reinas por un día (2001), y basado en un libro de la aquí coguionista Fanny Chesnel, el film seguirá la relación entre ambos (Fanny Ardant y Laurent Lafitte), desde las idas y venidas iniciales hasta la concreción física del amorío y las reacciones posteriores, encuadrándose así dentro de dos de las recurrencias más habituales del cine francés -o al menos del que llega comercialmente hasta estas tierras- como son la exploración de la clase más acomodada y la reacción de los vínculos familiares ante la irrupción de un factor que amenaza su statu quo. Una de las primeras particularidades del film es que ese factor amenazante está encarnado por un personaje ambiguo y mujeriego, para quien el sexo es un juego basado en la mera acumulación anecdótica antes que en cualquier atisbo de sentimiento. Así, a través de la esa lógica puramente pasional, Vernoux tuerce la lógica culpógena de la protagonista aplicándola sólo a las potenciales consecuencias sobre el marido antes que a la infidelidad en sí, evitando además juzgarla. Mis días felices, entonces, resulta una película tan libre como su protagonista.
En busca de la juventud perdida ¿La vida se termina después de jubilarse? ¿Qué hacer con el tiempo libre? Esos son algunos de los interrogantes que plantea la directora Marion Vernoux en Mis días felices (Les beaux jours, 2013). Fanny Ardant protagoniza de forma excelente una historia con la que muchos de los espectadores se sentirán identificados. Caroline (Fanny Ardant) cree que ya no tiene nada para hacer: cumplió 60 años, dejó de dedicarse a la odontología y su matrimonio con Philippe (Patrick Chesnais) se transformó en una relación bastante aburrida y sin sorpresas. Incentivada por una de sus hijas, y con muchos prejuicios previos, se acerca a un centro ocupacional que ofrece numerosos talleres para personas de la tercera edad. Primero prueba suerte con un curso de teatro, pero rápidamente se da cuenta que no es para ella el dejar al descubierto sentimientos frente a desconocidos. Entonces decide asistir a uno de informática que le permita solucionar cuestiones técnicas de su computadora. Allí no sólo empieza a dialogar de forma amena con sus compañeros, sino que comienza una relación amorosa con Julien (Laurent Lafitte), el profesor de 40 años. ¿Vale la pena arriesgar todo por una aventura? ¿Es necesario perder la confianza de un marido fiel? ¿En verdad una mujer de 60 le puede atraer a un hombre más joven? Esas son las preguntas que surgen en la “nueva realidad” de Caroline, signada por una importante atracción sexual. Y, justamente, las decisiones pensadas e impulsivas que tomará son las que vuelven interesante a Mis días felices. Pero si bien también se esbozan temas como el miedo a envejecer y a la muerte, da la sensación de que se podrían tratar con mayor profundidad. Quizás es en ese punto donde el film de Vernoux no termina de convencer y deja sabor a poco. Ardant interpreta majestuosamente a Caroline, y consigue una gran química tanto con Chesnais como con Lafitte. Sus actuaciones le aportan calidez y credibilidad a la película. Mis días felices retrata un período determinado en la vida de una mujer; lapso en el que podrá disfrutar o simplemente aprender de esas vivencias. Mientras, el público oficiará de observador y podrá acompañar, entender o juzgar a la protagonista. Pero esa es otra historia.
La pasión en tiempos de ocio Una sensible mirada al mundo de una dentista madura y casada que mantiene un affaire con un hombre más joven que ella. Fanny Ardant es la mujer con tiempo libre que arrastra el dolor de una pérdida del pasado. Caroline parece tenerlo todo: es una dentista retirada y con mucho tiempo libre, tiene un buen marido, dos hijas y nietos, pero algo rompe la rutina de su tranquila existencia cuando se lanza a una aventura extramatrimonial. Mis días felices -Les Beaux Jours- formó parte de la programación del ciclo Les Avant Premiéres y, aunque llega con dos años de retraso, resulta bienvenida por la sensibilidad con la que la directora Marion Vernoux plasma en imágenes el mundo de una mujer madura y su relación con el sexo y la familia. Fanny Ardant, vista en Nathalie X y 8 mujeres, es la protagonista que recibe de parte de sus dos hijas un vale para los cursos que ofrece un club de jubilados y en los que no termina de sentirse cómoda hasta que conoce a Julien -Laurent Lafitte-, su profesor de computación mucho más joven que ella. Las miradas encienden un juego de seducción, un paseo por el muelle y luego citas a escondidas que la sacan de su días de rutina aplastante. La realizadora narra una historia dinámica que se apoya en el explosivo affaire que mantienen Caroline y Julien, pero además cómo sobrelleva la situación en el ámbito familiar, en su relación diaria con un marido distante, dos hijas que ponen toda su energía en sus pequeños y una amiga que falleció luego de una enfermedad. En ese sentido, Caroline construye su mundo en silencio, está rodeada de afectos pero está sola y no es casual que decida disfrutar de su cuerpo sin tapujos. El film se desarrolla en un ámbito cercano al mar y en locaciones portuarias que ilustran el deambular de la protagonista devenida en una adolescente con hormonas en ebullición que hasta llega a planificar un viaje con su reciente conquista...
Con la espléndida Fanny Ardant, la directora Marion Vernox reflexiona sobre la posibilidad de la felicidad, cuando todo parece perdido entre el aburrimiento de una reciente jubilada, con su matrimonio gastado, y la llegada de una pasión que despierta toda su sensualidad dormida y cambia su mirada del mundo que la rodea. Melancólica, bien actuada.
Placeres crepusculares Típica comedia dramática crepuscular de pura cepa francesa, Mis días felices, de Marion Vernoux, tiene algunos de los encantos de este género particular, pero también sus berretines. Entre los encantos sobresale la presencia de Fanny Ardant, que con sus 60 y largos se encarga de dejar bien claro que difícilmente la historia del cine vuelva a tener una generación de actrices con el talento, la elegancia y la sensualidad que sólo las divas del cine francés de las décadas de 1960 y 1970 eran capaces de conjurar. Sí: femmes fatales eran las de antes y en esta película la Ardant, ama y señora de cada escena, las hace todas juntas. Las miradas oblicuas cargadas de intenciones; la sonrisa llena de picardía que se niega a envejecer; las caminatas descalza por la playa al atardecer; o de noche, con tacos y medias negras, bajo la luz amarillenta del alumbrado público; la escena fumando en la cama (y no tabaco), riendo después de hacer el amor, apenas tapada por las sábanas y con la melena rubia salvaje pero cuidadosamente despeinada; los ojos desbordados de lágrimas que a ella nunca llegan a arruinarle el maquillaje; las copas de vino que buscan con insistencia sus labios, mientras ella mira de costado y deja que sus párpados se entrecierren de una manera calculada con tanta naturalidad que parece imposible y es ine-vitable preguntarse cómo lo hace. Todo un arsenal dramático y de seducción puesto al servicio de darle vida a Caroline, una dentista que acaba de jubilarse tras haber perdido a su mejor amiga y que termina enredada en una aventura apasionada con Julien, su profesor de computación, 30 años menor que ella.Mis días felices es sobre todo una historia acerca de los límites, más que nada los finales, que son los más definitivos de todos los límites, y las diversas formas en que es posible enfrentarse a ellos. El final de la vida productiva, el final de la pasión y del deseo, el final del amor y la misma muerte se amontonan en el camino de Caroline, poniéndola ante la disyuntiva de evaluar cuál será la forma en que finalmente encarará este tramo de su vida. Por un lado está el vínculo plácido con Philippe, su marido, que encarna la seguridad de una compañía sin condiciones y que la empuja a encontrar una forma de seguir adelante. El problema es que, como suele ocurrirles a muchos, existe un desfasaje aparente entre la edad cronológica y la percepción que Caroline empieza a tener de sí misma. ¿Llegar a cierta edad equivale a cerrar determinadas puertas, a dejar atrás por defecto muchas de las cosas de las que hasta ahora se gozó, solamente por aceptar la imposición del deber ser? Mis días felices se viste de liberal para acompañar a Caroline en ese recorrido, le permite disfrutar del paseo y recuperar el placer de volver a algunas zonas que ella creía clausuradas. Pero no se atreve a ir por más y se apaga en un final de lo más conservador.
Publicada en edición impresa.
El perdurable encanto de Ardant. El cine de los últimos tiempos le ha prestado frecuente atención al tema del amor y la sexualidad en la madurez. Valgan como ejemplos ¿Y si vivimos todos juntos?, Alguien tiene que ceder, El exótico hotel Marigold o Una segunda oportunidad. También lo hace Mis días felices, aunque aquí también importa la diferencia de edad. Como que todo gira en torno de una dentista tan cautivante como Fanny Ardant que acaba de retirarse y, a instancias de sus hijas, intenta llenar su tiempo ahora vacío con los cursos y talleres que le ofrece un club para adultos mayores llamado precisamente como la película. Allí no será el teatro ni la cerámica lo que despertará su interés sino la informática, o más precisamente el instructor a cargo de la materia, unos treinta años más joven que ella y verdadero profesional de la seducción. Felizmente, la directora y coguionista Marion Verdoux expone el caso con cierto descaro chispeante, sortea las zancadillas que podían acecharla en una historia como ésta y evita las clásicas justificaciones psicológicas: Caroline ama a su marido y tiene una relación armoniosa con él, también odontólogo, con quien disfruta del confort de la burguesía de Dunkerque; no padece de soledad aunque hace pocos meses sufrió la pérdida de su mejor amiga, ni anda a la pesca de aventuras, pero tampoco está dispuesta a renunciar a sus deseos. La atracción mutua se produce espontáneamente y el encuentro se concreta del modo más discreto posible; pronto crecerá entre ellos cierta ternura y una perceptible complicidad amorosa, a la que mucho aportan la siempre bella y distinguida Ardant (esta vez rubia) y el seductor Laurent Lafitte, bien lejos del empaque de la Comédie Française, a la que pertenece. Ella desdeña las convenciones, pero es consciente del escaso futuro de la relación y de las restantes -y múltiples- complicaciones que engendra la gran diferencia de edad, así como tiene noción de su cuerpo: "Por favor, apaga la luz", le pide a su compañero en uno de sus primeros y fugaces encuentros? En el modo menor que elige Vernoux para contar la historia (no hay apelaciones dramáticas ni siquiera cuando sobrevienen los desenlaces) merece destacarse la dignidad que el admirable Patrick Chesnais confiere al marido engañado, que, en el fondo, no es tal. No hay tampoco sobredosis de innecesario azúcar y si sobran, o se desdibujan, un par de elementos secundarios (la confesión de la hija menor, la muerte de la amiga), hay en cambio una delicada síntesis entre lo racional y lo pasional en la exposición del vínculo. El retrato que Fanny Ardant hace de su Caroline se enriquece con sus sutilezas y seguramente quedará entre los muchos destacados que ha asumido en su carrera. En pocas palabras, se trata simplemente de una bella historia de amor, bien escrita, bien contada y mejor interpretada, a la que el compositor checo Quentin Sirjacq suma su inspirada partitura.
El amor durante el amor Una jubilada reciente, con tiempo, dinero y... un amante joven, en el centro de esta mirada sobre la madurez. Hace unos días, Horacio Guarany decía en este diario que jubilar de un día para el otro a una persona que se dedicó al mismo trabajo durante 40 años es matarlo. Y no se refería a una cuestión económica sino al excesivo tiempo libre, a la necesidad de la rutina como ordenadora de los días, a las motivaciones para vivir. En eso anda Caroline (una luminosa Fanny Ardant, bella aun sexagenaria y retocada), tratando de rearmar su vida ahora que dejó de ejercer la odontología. Tiene un marido, dos hijas, un nieto, suficiente dinero, y un montón de horas para llenar. Y ese vacío lo ocupa con un hombre veintipico de años menor que ella. Lo interesante de Mis días felices es la mirada desprejuiciada, alejada de convencionalismos morales, sobre la infidelidad. No se la trata como algo condenable, sino como un hecho de la vida que puede suceder, que viene a compensar el inexorable decaimiento pasional del matrimonio y no implica dejar de amar a la pareja estable. Hay, además, una reivindicación del derecho de la mujer a ejercerla tanto como el hombre. En este aspecto se nota el toque de género de la directora Marion Vernoux (conocida por Nada que hacer y Reinas por un día), que deja constancia de su feminismo mostrando, sin caer en una bajada de línea explícita, que una jubilada puede tener más intereses que cuidar a sus nietos y prepararle la comida al marido. Si algo realza estas posiciones es que no haya un trato peyorativo de los personajes masculinos. De hecho, en la dinámica de los vínculos de la protagonista con su amante y su marido están los mejores momentos de la película. Mis días felices también plantea las posibilidades que hay de gozar de la vida en la tercera edad, cuando lo mejor parece haber pasado. Aquí es cuando flaquea: en primer lugar, porque ese contenido se concentra en pasos de comedia facilistas y demagogos que, en busca de la complicidad de las señoras espectadoras, son una desafortunada cruza entre las Mujeres alteradas de Maitena y Cocoon. Y, además, porque muestra una realidad bastante ajena a la de gran parte del mundo (incluyendo la Argentina): se enfoca en europeos que gozan de buenas jubilaciones y viven en una adorable ciudad a orillas del mar. Digamos que en esas circunstancias es bastante fácil ser optimista.
Cuando parecía que ya no podía pasar nada Caroline (Fanny Ardant) es una hermosa y elegante mujer de 60 años, que se ha jubilado recientemente, ha trabajado toda la vida como dentista y se ha ocupado de su familia. Ahora que ya no trabaja, sus hijas han formado sus propias familias y su marido está todo el día ocupado con su carrera, no sabe como llenar tanto tiempo libre. La situación la angustia mucho y, sumado a eso, recientemente ha perdido a su mejor amiga. Temiendo que se deprima, sus hijas le regalan un pase libre para tomar clases en un centro cultural para jubilados. Caroline al principio no esta muy convencida de andar haciendo teatro, alfarería y expresión corporal, rodeada de gente con la que siente que no tiene nada en común, hasta que conoce al joven profesor de informática (Laurent Lafitte), y repentinamente comienzan un apasionado romance. No eran las clases de bricolage, ni amigas de su misma edad lo que necesitaba la señora, sino alguien que diera vuelta su mundo, llenara su vida de novedades y la hiciera sentirse deseada nuevamente. La pareja hace el amor en los lugares mas insospechados, y la abuela se escabulle de su casa con excusas de adolescente para ver a su amante. Con delicadeza y naturalidad, la película muestra el despertar de una mujer cuando las responsabilidades y las obligaciones desaparecen, y el tiempo sobra. La directora y guionista Marion Vernoux narra esta historia con una mirada femenina, una mujer que encuentra su propio camino, no el que la sociedad o su familia quiere para ella; Caroline no elige el retiro, elige vivir de otra manera. Fanny Ardant le da vida a un hermoso personaje que pasa por varias etapas, y nos deleita durante todo el filme, en una historia que explora sentimientos y nos muestra que aún en la tercera edad es posible resignificar nuestra vida.
Un poco de amor francés. Mis Días Felices es uno de esos films que pasan completamente desapercibidos, pero que al toparse con ellos uno no puede dejar de cuestionarse por qué no hacen más películas como esta. Detrás del simple cliché reside aquella particular mirada francesa que basta para hacer a la obra “diferente”: Caroline (Fanny Ardant), una dentista retirada que se ve obligada a afrontar su vejez y la de los que la rodean, establece una relación amorosa -o mejor dicho, sexual- con su joven profesor de computación Julien (Laurent Lafitte), como último acto cuasi desesperado por intentar evadir la inevitable monotonía a la que su estilo de vida se encamina. Si bien el adulterio tiene una presencia fundamental a lo largo del film, éste no trata sobre eso; no hay reclamos, llantos, discusiones o cualquier otra típica característica del género dramático… se opta por contar la historia de una mujer mayor que logra ser tan divertida, inteligente, deseada y vivaz como lo fue durante su juventud. De eso se trata Mis Días Felices, de una mujer que busca disfrutar la vida. La sexta película de Marion Vernoux (Love, etc., 1996) no pretende ser más -o simplemente algo diferente- de lo que es. No aspira a filosofar, a plantear problemáticas existenciales o a realizar una crítica social; todo está a la vista. Así como Caroline busca gozar de sus últimos años de vida, podría decirse que la realizadora francesa busca que el espectador disfrute del film; todas las herramientas aparentan estar dispuestas para la satisfacción del público: una atmósfera cautivante, situaciones que rebosan de complicidad, comedia, planos bien compuestos y una fotografía que logra complementarse a la perfección con el arte y su paleta de colores. Mis Días Felices resulta de extremo agrado desde el contenido y desde lo visual, deleitando al espectador con una trama absorbente y bellas imágenes. No cabe duda que otro gran factor que contribuye al encanto de la película es, por sobre todo, la interpretación de Fanny Ardant. Si bien ninguno de los personajes presenta un desmesurado grado de complejidad, resulta inevitable concebir la idea de que la actriz es la adecuada para el papel. Esto probablemente se deba a la naturalidad de su registro actoral: Caroline podría pertenecer, sin dificultad alguna, al círculo de personas que nos rodean. Y a esto mismo se apunta: a presentarnos un entorno “habitual”, rodeado por personajes “familiares” y conflictos que se ven a diario… pero también nos hace notar que hay otras maneras de ver las cosas. Mis Días Felices (o “Los Bellos Días”, como sería la traducción del título original). El nombre del film es sincero; no oculta nada. Una película que transmite libertad y que demuestra que en lo “mundano” también hay buenas historias.
Reconocible retrato de una mujer otoñal. Sobre el mar calmo, las nubes ocultan el sol. Casi siempre está nublado. Sobre la playa camina una mujer descalza. Se la ve todavía linda, cabello con claritos, descalza. A veces pensativa pero siempre de paso firme. A veces iluminada por una sonrisa de alegría. Quien se ríe solo, de sus picardías se acuerda, dice un viejo refrán. Ella tiene un amante. Un día, acariciándose los tobillos, se lo dice a una de sus hijas, que la mira con admiración cómplice. Solo el temor y la falta de tiempo le impiden hacer algo semejante. Linda escena. Habrá que ver qué dice el marido cuando se entere. Se trata de conflictos reconocibles. La rutina del amor hogareño, el cambio necesario dentro de la pareja o en forma individual. La necesidad, también, de encarar otra etapa en la vida. Pocos meses antes, la mujer perdió una amiga muy querida y recibió la jubilación. Abandonar la profesión, entretenerse en cursos y talleres, volver un poco al espíritu lúdico de la niñez, sentirse más o menos a gusto entre otra gente, aceptar sin demasiadas ilusiones otra clase de relación, enfrentar el tiempo. Libremente basada en la novela de Fanny Chesnel "Une jeune fille aux cheveux blancs", una joven de cabellos blancos, la historia elude sobresaltos dramáticos y soluciones extremas. Puede que algún crítico joven desdeñe ciertas resoluciones. Será que no conoce a las jubiladas. Las espectadoras verán todo esto como algo posible, y se identificarán fácilmente con Fanny Ardant, la protagonista, que va entrando al otoño con aires de hidalguía. Autora, Marion Vernoux, la de "Nadie me ama" (mujer abandonada se apoya emocionalmente en su hermana con problemas), "Nada que hacer" (una señora sin trabajo y un jefe de sección que acaba de perder su empleo alivian de obligaciones a sus respectivos cónyuges, siempre ocupados) y "Reinas por un día" (pequeñas ilusiones de amores y amoríos, a veces con alguna consecuencia más o menos llevadera). Todas, de visión aconsejable también para los maridos.
Luego de su paso por Les Avant-Premières llega el estreno comercial de Mis Días Felices (Les Beaux Jours). Caroline es una dentista que por una mala praxis, un exceso de blanqueamiento, decide jubilarse. Supuestamente, su mal desempeño profesional con un paciente se debió a que su mejor amiga acababa de fallecer. Ahora con mucho tiempo libre, Caroline se acerca al centro de jubilados “Días Felices” para realizar todas las actividades que allí ofrecen. Teatro, cerámica, horticultura, cata de vinos e informática, entre otros. Un simple desconocimiento tecnológico produce que su joven profesor de computación se sienta atraído por ella. Caroline, tiene 60 años, está casada y es abuela, sus dos hijas tienen prácticamente la misma edad que su amante. Ellos comienzan a tener, primero, encuentros espontáneos y luego citas programadas con mentiras de por medio. Pero por esas cosas de la vida, su esposo se entera pero nada se desmorona demasiado, sin gritos ni platos rotos más o menos la situación se reacomoda y todo vuelve a la normalidad matrimonial. Mis Días Felices, otro film francés del montón. Marion Vernoux, la directora, poco se arriesga y desaprovecha la figura refinada y la sensualidad que tiene la voz Fanny Ardant, su protagonista. Cada encuentro amoroso está plagado de elipsis como si hubieran pasado las tijeras de un censor por este metraje. Vernoux, intenta jugársela con un tema pero al fin y al cabo es pura espuma. Si uno piensa que está próximo a ver algo parecido a El Graduado (The Graduate, de Mike Nichols) lejos está de satisfacer ese deseo. Cuando visionaba esta película recordaba el film Ella se Va (Elle s’en va, de Emmanuelle Bercot) con Catherine Deneuve, otra película que no pasa nada. Un paralelismo que se puede realizar, es que ambas protagonistas/personajes son rubias, se encuentran entre la adultez y la ancianidad, caminan pensativas y vuelven a fumar para disfrutar de los placeres reales que brinda la vida. Luego de esto, la historia en Mis Días Felices solo pone como excusa la muerte de su amiga y no dramatiza el romance. Sí, vale destacar, como una luz entre tanta oscuridad, la pequeña participación de Marie Rivière, gran actriz de Eric Rohmer.
Desventuras de una mujer burguesa Caroline y Julien viven su primer momento de intimidad, adentro de un auto. La música crece -y remarca-, la cámara se mueve sinuosa en suave vaivén, los planos resaltan ese espacio de sexualidad revelado: manos, bocas, cuellos, escotes. De pronto, una acción de él genera la reacción de ella, y el momento se quiebra. Corte y plano general, que muestra el auto estacionado en la costa mientras los paseantes merodean por ahí. Ese instante, de plena sabiduría formal, es uno de los más logrados del film de Marion Vernoux porque define con pocos recursos de qué va Mis días felices: la lucha interna de una mujer entre su deseo y la generalidad de su vida burguesa y cómoda, lo interior versus el exterior amenazante. Ese corte entre un momento de intimidad idealizado (de ahí la música casi de novelita romántica) y un contexto que de tan distante convierte la escena en ridícula. En cómo se va convirtiendo ese affaire en un imposible -encima con un joven más de 20 años menor- para la acomodada Caroline se definirá buena parte de la suerte de este relato. Vernoux tiene algunos aciertos que pertenecen a las herramientas con las que cuenta, las actuaciones de Fanny Ardant, Laurent Lafitte y Patrick Chesnais (la mujer, el amante y el esposo cornudo) son realmente notables, y otros que corresponden a su propia visión: la construcción de personajes es envidiable, trazando sutilmente todos los componentes sociales y rituales que atraviesan la situación que decide poner en escena: la mujer recién jubilada que con tiempo libre vive su sexualidad libremente, el joven sin compromisos que se vincula con la señora mayor, el marido profesional que va madurando su consciencia en silencio. El paso del tiempo, la muerte, la libertad, los conflictos generacionales, la fidelidad, los mandatos sociales y familiares, la diferencia de edad en el amor son temas que se imponen a través del movimiento de sus personajes y de las relaciones entre ellos, más que por las palabras que se emiten. El film está atravesado por una comicidad asordinada y por un drama liberado de intensidad psicologista. Llegado un punto, Mis días felices sufre un poco el dilema de su protagonista femenina: ¿qué hacer con eso que está haciendo? Si bien Caroline decide vivirlo sin mayores problemas, hay una culpa que ronda y pende sobre su conciencia. En ese sentido lo de Ardant es notable, construyendo a esta mujer madura con total sensualidad pero también haciendo evidente la seguridad que dan los años y la inseguridad que habilitan las aventuras. En su mirada y en su postura, en cómo bebe y fuma, su Caroline se construye como una mujer no demasiado hastiada de su mundo aparentemente perfecto, pero dispuesta a hacer algo con ese tiempo libre que le queda. Está segura de esa aventura y la película no la juzga, el conflicto llega mayormente con las consecuencias sobre los otros más que sobre ella misma. Y ahí Vernoux arriba a un final que da para la polémica. ¿Es Mis días felices una película que se la da de liberal para terminar siendo totalmente conservadora? Sin revelar demasiado, podríamos decir que sí, más aún por la forma abrupta y un tanto arbitraria con que se resuelve el conflicto central. Pero el dilema finalmente es del que mira y sus expectativas: ¿el cine debe cumplir los deseos o tiene que acompañar coherentemente el desarrollo de las criaturas que lo habitan? ¿Puede una mujer como Caroline, con el universo previo que uno adivina, soltarse finalmente a la aventura? ¿Es la aventura el verdadero sentido de lo que hace Caroline o el paso del tiempo se impone como algo inevitable y cruel? Enigmas que se resuelven más en nuestra cabeza que en lo que Mis días felices termina proponiendo. Más allá de que el desenlace no esté a la altura, Vernoux retrata con sutileza esos días veraniegos que preceden al ocaso otoñal de la tercera edad.
Cuando una gran actriz, vale más que mil palabras Cuando una Caroline cumple los 60 años, se jubila y este nuevo estado se le hace muy pesado. Para una mujer sumamente activa, independiente (también arrogante por momentos) y con un matrimonio monótono le es difícil esa etapa de la vida. Por esto sus hijas le regalan para ir a un Centro de Jubilados llamado “Mis días felices”. Allí tratara de hacer algunos talleres, pero no hay ninguno que la satisfaga, hasta que uno de los instructores, de la misma edad que sus hijas, le hará recordar que está viva. Esta nueva relación a escondidas, logrará que renazca y se reencuentre con ella misma pero puede también hacer que pierda lo que había conseguido hasta ese momento. Sin lugar a dudas “mis días felices” se podría haber convertido en una película francesa más que pasaría por las taquillas sin pena ni gloria, pero la fantástica actuación de Fanny Ardant y su metamorfosis de esa mujer apática, engreída y soberbia, sumida en el aburrimiento total, hasta la que se va reencontrándose con ella misma, es realmente soberbia. La directora, Marion Vernoux, supo sacar provecho de una actriz que levanta un guión con algunos altibajos.
Luego de su paso por la semana del cine francés, Les Avant-Premières, llega a la cartelera porteña Mis días felices, nuevo film de Marion Vernoux. Caroline (Fanny Ardant) acaba de cumplir sesenta años, pertenece a una buena clase social y está retirada de la práctica odontológica, hecho que le genera melancolía. Al panorama se suma el reciente fallecimiento de su mejor amiga, y la fría pero cordial relación con su esposo Philippe (Patrick Chesnais), todos elementos que se suman para generarle una sensación de vacío y una potencial depresión. Ante esto, sus hijas treintañeras le regalan una membresía para que pueda realizar distintos cursos en un centro para la tercera edad, y así mantener su vida, su tiempo y sobre todo su mente ocupada. Cerámica, yoga, pintura, ping pong e informática son algunas de sus nuevas actividades que Caroline practica, además de comenzar a intimar con el personaje interpretado por Laurent Lafitte, su instructor de computación -veinticinco años menor que ella- y así desarrollar una relación con conexiones más sexuales que emocionales. Marion Vernoux brinda un film encantador, que no sólo se centra en las idas y vueltas de la protagonista, sino también en la libertad con que ella poco a poco va dando rienda suelta a su deseo, con la sola preocupación de como esto sería visto por sus vínculos cercanos, pero sin caer en el trillado acto del sentimiento de culpa. En ese sentido, el guión es delicioso, ya que evita el lugar común de centrar la trama en el descubrimiento de la infidelidad por parte del marido, sino que prefiere y privilegia el hecho de narrar y mostrar el proceso interno y emocional que Caroline atraviesa, y que la mueven a actuar de tal o cual manera. Así, Mis días felices resulta una película que exuda libertad y sensualidad, sumamente disfrutable.
OTRO AMOR IMPOSIBLE Otra previsible viñeta amorosa entre una señora de 60 y un profesor con 30 años menos. Caroline (Ardant) es odontóloga. Se acaba de jubilar y está de duelo por una amiga. Tiene buen marido y dos hijas. Pero bueno, la rutina matrimonial y la necesidad de darle un golpe de timón a su vida, la tientan. Y se anota en un club para la tercera edad y allí conocerá a este muchacho. No estaba en sus planes, pero tampoco estaba abandonar el deseo. Encuentro, flechazo, lo de siempre: estampas muy conocidas, sin nervio ni mayores novedades. Todo es muy francés, distante y respetuoso, hasta la confesión de ella, asumida con esa entereza distante de los maridos del cine, un buen hombre que se queja de no haber sido avisado más que haber sido engañado. Fanny Ardant aporta una belleza otoñal y nada molesta en esta historia de amor imposible que culmina tontamente: ellos en la playa nudista, dispuestos a sacarse todo (ropa y fantasmas) para poder empezar de nuevo.
Marion Vernoux es una realizadora francesa que describe como pocas hoy la experiencia femenina (recuerden “Reinas por un día” y “Nada que hacer”). Aquí, con una gran Fanny Ardant, narra la vida de una mujer en sus sesenta, con mucho tiempo libre y que redescubre los sentimientos. El film es preciso, no carga las tintas melodramáticas y sigue a su protagonista como a quien vive una auténtica aventura. Puro corazón.
Tuve la suerte de escuchar a Marion Vernoux, la directora de "Los días felices", en ocasión de la presentación en Les Avant Premieres de su película. Ante la pregunta de si había buscado especialmente a Fanny Ardant para el papel, dijo que no, que estaba abierta en el cast y podría haber sido otra actriz la que llevara adelante esta historia. Y mientras escuchaba sus palabras, pensaba que si no hubiese estado Ardant, seguramente no habría llegado al final de la proyección. Sólo su altura profesional y carisma sacan a flote una película, que como las muchas que están llegando de Francia a nuestras tierras, hablan del confort de la vida del europeo promedio y de sus problemas para adaptarse al tiempo libre. Mucho más, si son jubilados. Es sabido que llegar a la tercera edad allí, no es lo mismo que aquí. En "Mis días felices", conocemos a Caroline (Ardant), una mujer que supo ser muy bella (y sigue siendolo, aunque los años van dejando su huella), odontóloga, a quien le llegó la hora del retiro. Varias razones llevaron a que tomara esa decisión. Sus hijas y su marido Philippe (Patrick Chesnais) le recomiendan un club de retirados en los que cada día se hace una actividad distinta. La riqueza del conflicto sería pensar las contradicciones de haber ingresado en una edad donde hay ciertas cosas (el deseo físico, en este caso), que dejan de ser bien vistas y consideradas (posibles). En todas las culturas, el retiro laboral parece el ingreso a un cono de sombras donde es difícil encontrar el placer y la satisfacción en los proyectos que se abordan. Sin embargo, al haber elegido a la legendaria Ardant para el rol central, eso se pierde. Ella es un imán y es difícil no imaginarla deseada, a pesar de ser sexagenaria. Pero volviendo a la historia, la vida en una asociación de retirados es... interesante si te sentís integrado, de lo contrario... Clases hay. A veces es cerámica, otra actuación...y hasta hay un día en que Caroline tiene computación. El profesor de esa clase, un treintañero sencillo y galán, Julien (Laurent Lafitte), se muestra amable con ella y eso lleva a establecer una extraña relación donde los dos se verán atraídos y comenzarán una relación clandestina. Ardant es toda la película. Su sensibilidad le da estatura a un film que trabaja con pocas ideas (está basado en una novela de Fanny Chesnel y adaptado conjuntamente con la directora) y sin demasiados matices. Caroline exhibe su enamoramiento que la vuelve radiante, pero no provoca cambios en el mundo exterior. La cámara la sigue pero el mundo, el mundo sigue en otra dirección. Al contrario, el ritmo contagia letanía en el espectador. Lafitte hace un rol plano y se extraña a Chesnais, porque sus líneas no le dan mucho lucimiento en la trama. Sí, la fotografía y los rubros técnicos son sólidos pero sólo enmarcan una historia que nunca conmueve, apenas interesa. "Les beaux jours" queda en anécdota y no logra ser el gran film que amaga en la primera media hora. Porque el conflicto no se vuelve universal, sino reduce su aspecto a una cuestión privada, donde los que intervienen no logran conmover con sus actuaciones. Sin embargo, hay que reconocerle a Vernoux el valor de asumir la radiografía femenina de una mujer en busca de comenzar a transitar una etapa nueva. Cuida mucho a Ardant y la registra con oficio y respeto. El problema es que la historia nunca alcanza vibración ni misterio (alguien duda como termina todo?) y sólo parece justificar su metraje por la soberbia actuación de su protagónica. Discreta y sólo recomendada para fans de la talentosa Fanny Ardant.
Marion Vernoux habla en “Mis días felices” (Francia, 2013) de la posibilidad de seguir construyendo un futuro a pesar que las puertas se vean cerradas y que se crea que un ciclo ha concluido. Caroline (Fanny Ardant), se ve oprimida y con pocas expectativas de cambiar su horizonte. Depresiva, recibe para su cumpleaños de parte de sus hijas, una membresía del club “Les beaux jours” (título del filme en su original) al que se acerca casi sin ganas. Detrás de las paredes del lugar primero encontrará el rechazo, rechazo por lo nuevo, rechazo por lo diferente, rechazo por la edad, todo será negativo lo que Caroline encuentre allí. Su marido Philippe (Patrick Chesnais) intentará persuadirla para que, de alguna manera, vuelva al lugar a pesar de la mala primera impresión. Con poco que hacer durante el día regresará casi sin expectativas, y se topará imprevistamente con Juliane (Lauren Laffitte), encargado de una clase de informática para la tercera edad. El hombre avanzará varias veces sobre Caroline como una ráfaga necesaria para agitarla y estremecer su cuerpo. Caroline avanzará, luego de ceder a la tentación, en una relación extramatrimonial que la hace sentir viva una vez más, a pesar de la sólida estructura familiar que posee. La mujer decide apostar a las dos historias sin renunciar a alguna de ellas, haciendo malabarismos y generando situaciones cómicas, sabiendo que la aventura en la que acaba de meterse tiene fecha de caducidad. Marion Vernoux se introduce en el mundo de una mujer que todavía cree que las oportunidades pueden cambiar la vida y eligiendo planos detalles y, en algunas oportunidades, la mirada cámara cómplice para reforzar la historia. La actuación de Ardant también permite profundizar en la psicología de Caroline, porque en la complejidad y a su vez simplicidad del personaje, la directora trabaja con algunas cuestiones y tópicos como las relaciones familiares, la brecha generacional, el cumplir mandatos y el de alguna manera tratar de quebrarlos. “Mis días felices” es una mirada femenina sobre el mundo de la mujer, en este caso, entrada en años, y que gracias a la utilización de la banda sonora y algunas escenas dirigidas con virtuosismo se destaca el romance apasionado entre Caroline Juliane que permiten que el film avance de manera natural sin disrupción. En la historia de esta mujer qué quiere volver a vivir Vernoux no deja nada librado al azar, y también se ocupa del grupo familiar de Caroline, presentado como displicente con ella hasta que Philipe descubren el engaño del que fue parte. Esta será la bisagra para quebrar la narración y posicionar la película en otro camino, uno mucho más desagradable incómodo para Caroline, y relacionado a situaciones que se desprenden del manejo engañoso de la protagonista. “Mis días felices” es una película simple que bucea en los intentos de una mujer por cambiar su presente, a pesar de saber la fugacidad de su presente. Inmensa Fanny Ardant.