Wonderwall. Si hay un tema recurrente en la obra del joven realizador canadiense Xavier Dolan, es la madre. Suelen ser roles maternos bastante fallidos, mujeres algo excéntricas, con altos rasgos fálicos y poca evidencia de la función paterna, que aparece ausente o muy debilitada. Si en su ópera prima, Yo Maté a mi Madre, el cineasta abordaba cómo un joven rebelde adolescente podía matar simbólicamente a su madre, en Mommy, su quinto y último trabajo, el circuito edípico toma un giro hacia lo contrario, es la madre la que puede renunciar a su rol y desentenderse de su hijo. El film se centra en una distopía basada en una Canadá ficticia donde los padres pueden entregar al estado a aquellos hijos que sean problemáticos o tengan severos trastornos psicológicos. Es así cómo Diane (Anne Dorval), una mujer viuda, va a buscar a su hijo al establecimiento donde asistía, ya que fue expulsado por desórdenes conductuales. Steve (Antoine-Olivier Pilon) es un adolescente con comportamientos antisociales, una estructura de personalidad muy border que lo hace extremadamente compulsivo y con la imposibilidad de poder reprimir impulsos ante algunas situaciones. La convivencia entre ellos dos será explosiva y es ahí donde Dolan puede demostrar su madurez narrativa sumergiéndose de manera magistral en la construcción de los personajes y el vínculo, dando cuenta de los conflictos internos que vive cada uno a partir de un pasado no resuelto sin ser sobreexplicativo. Un tercer personaje se suma a esta pareja de madre e hijo, Kyla (Suzanne Clément), una vecina que sufre las secuelas de un pasado reciente muy traumático. Los tres actores nos regalan esas interpretaciones que no se olvidan, ya que encarnan sus personajes con solidez e imponente calidez interpretativa. Filmada en un formato de 1:1, que parece ser un capricho más de un director visto por muchos como snob, la película adquiere sentido a medida que avanza el relato. La encerrona asfixiante en la que viven estos personajes se despliega muy bien en la pantalla gracias a esta modalidad de presentación. De hecho, es la obra menos narcisista de él: no aparece en cámara ni en un solo plano, aflojó con algunos vicios como la intensidad de los colores, la imagen es mucho más limpia con un trabajo de fotografía impecable, y los ralentí son usados en el momento exacto donde la intensidad dramática se apodera de la historia. Una de las características principales de su filmografía es el buen uso que hace de la música y acá es el pilar fundamental del film. Descubrimos varias canciones conocidas que son resignificadas en las escenas, así suenan hermosas piezas de Dido, Counting Crows, Celine Dion, Beck, Lana Del Rey, una maravillosa secuencia onírica con la desgarradora Experience de Ludovico Einaudi, y una de las escenas más memorables de todo el metraje de la mano del mega clásico de Oasis Wonderwall, donde lo visto hasta el momento adquiere un nuevo sentido gracias a este tercer personaje que funciona de corte en el lazo simbiótico entre madre e hijo. Una gran variedad de recursos cinematográficos (visuales, interpretativos, musicales y narrativos), son utilizados para contarnos un relato freudiano extremo con tinte melodramático pero sin perder sus buenas raciones de humor, que atrapa desde el primer minuto y logra la obra más madura, reflexiva, nihilista e intensa del enfant terrible canadiense.
Cantando bajo la lluvia. Mientras las imágenes y los sueños se disuelven en el aire, la vida sacude sus cadenas en medio de las gotas de lluvia que todo lo inunda. En medio de estos temporales, las grandes obras dejan una semilla, una mirada hacia lo desconocido, hacia la violencia cotidiana que se encuentra maquillada y amordazada para que sus gritos no agiten nuestra comodidad. Mommy (2014), la última película del director, guionista y actor canadiense Xavier Dolan, es un drama existencial sobre la maternidad, la amistad y las relaciones familiares en una situación extrema. Diane (Anne Dorval) es una viuda que pretende salir adelante en changas en Quebec mientras cría a su hijo, Steve (Antoine-Olivier Pilon), un adolescente con déficit de atención, hiperactividad y raptos de violencia súbita en situaciones estresantes. Con riguroso detallismo, el director mira con su lente cada rasgo de la inusual madre, Diane, una mujer que quiere mantener su apariencia juvenil y sensual sin resignar su rol materno. En medio del drama familiar que se vuelve insoportable por la falta o la imposibilidad de poner límites, o tal vez por las características de la relación misma, una vecina, Kyla (Suzanne Clément), profesora de colegios secundarios que se está tomando un año sabático, comienza a acercarse a Diane y Steve para ayudarlos en su convivencia y escapar de sus propios problemas. El trío desata una necesaria felicidad que les era esquiva a través de la amistad desinteresada, pero también convoca todo el pasado que la madre y el hijo se empeñan en olvidar creando contradicciones latentes que no tardan en estallar. Las soberbias actuaciones de Anne Dorval, Suzanne Clément y Antoine-Olivier Pilon sostienen una trama que toca los puntos cardinales de los problemas sociales canadienses con gran sensibilidad y agudeza, atravesando musicalmente la cultura pop actual con canciones de Celine Dion, Oasis, Beck, Ludovico Einaudi, Lana del Rey y Dido, y dándole a Mommy la forma de un manifiesto generacional sobre los problemas de las nuevas relaciones familiares. Los actores embisten con dramatismo a la cámara en primeros planos que registran cada lágrima y cada gesto que surge para estallar en escenas de gran fuerza emotiva, convirtiéndose en pequeños hermosos momentos que van creando de a poco una obra sobre un pasado cercano nunca expresado que revive a través del cuerpo para atormentar a los personajes. De esta manera, el director canadiense busca en las profundidad de la maternidad de ambas mujeres, y en la sintomática relación entre el hijo y su madre, los arquetipos universales de las relaciones familiares para crear un espejo terrible sobre el cual mirarnos distorsionados e interpelarnos en nuestras pasiones como seres que aman.
Nuevamente Xavier Dolan profundiza en las relaciones filiales, como sólo él sabe hacerlo, pero en el caso de “Mommy“ (Canadá, 2014), por primera vez corre el eje y deja también el protagonismo a otros actores. El filme mira un núcleo monoparental desde la perspectiva de Dianne (Anne Dorval), una aguerrida mujer, un poco pasada de copas y de excesos, que asumirá la educación y acompañamiento de su hijo (Antoine Oliver Pilion) a pesar que todo le jugará en contra. El filme inicia cuando Dianne retira del colegio en el que está internado a Steve y lo lleva a su casa, luego que éste provocara un incendio y algunos daños sobre el resto de sus compañeros. “El amor no alcanza para salvar a alguien” le dice la señora que le entrega al hijo, a lo que ella responde “los escépticos están condenados”, toda una toma de posición sobre qué asistiremos a continuación. Y esto independientemente que en el camino a buscar a su hijo claramente haya algunos indicios que en ese ir hacia el lugar tendrían que haberla advertido sobre el peligro y la amenaza que se ceñirá sobre los destinos de ambos. Sola, con el explosivo Steve, deberá encontrar una dinámica de relación armónica, aún sabiendo que esto es imposible y que lo suyo es tóxico, además deberá continuar con su vida, razón por la cual decidirá pedirle a una vecina muy callada y silenciosa (Suzanne Clément) el favor de ayudarlo con el estudio y además asumir el rol de “niñera” de él, porque de alguna manera debe ganar dinero y seguir postergando sus intenciones de encontrar algún compañero. El trío de a poco comenzará a funcionar a la perfección, más aún cuando entre todos se limen asperezas y puedan decirse a la cara aquellas verdades que anteriormente se callaban, pero claro está que las cosas no serán como ellos esperan. En su nuevo filme Dolan interpela al espectador con una contundencia que le permite jugar con los sentimientos a lo largo de toda la proyección. Obviamente este filme requiere de una posición activa del mismo para poder afrontar la propuesta sin juzgar, al menos hasta finalizar la proyección. Si en “J'ai tué ma mère” (2009) el juego residía en la exposición de él mismo como protagonista con una serie de afirmaciones sobre el rol de la madre, aquí esto se reitera, pero asegura además una serie de sentencias sobre el hijo y el vínculo que nunca termina a cortarse entre ambos. De Edipo a el estadío del espejo, mucho se ha afirmado sobre ese vínculo primigenio que funda lo social del ser humano. Pero Dolan plasma en la pantalla con habilidad una introspección hacia lo más despreciable del ser humano con el objetivo de fundar un filme que atrapa, no sólo por la historia y las interpretaciones, sino que, principalmente, por el juego que abre a su entendimiento. “Mommy” atraviesa la historia apoyándose en una banda sonora que explota algunas imágenes y que además sirve de apertura de la pantalla, en donde el cuadro académico queda introducido dentro del filme como un elemento narrativo más, como un estado del sentimiento de los protagonistas y sus más profundas emociones. Dolan provoca y expone a Dorval, Pilion y Clément a un enfermizo juego que da como resultado una historia honesta y simple, pero que en el maniqueísmo y habilidad de su mano directriz terminan consolidando una narrativa bella y rechazable a la vez. “Mommy” es un filme intenso, agobiante, que busca trabajar en la superficie la explosión del joven protagonista y su madre, con un detallado y minucioso trabajo de exploración de la relación para poder, a su vez, integrar algunas críticas al mundo laboral y el estado de la salud en una Canadá ficticia que permite que uno se pueda “desprender” de un hijo sin siquiera más que firmar un papel de autorización. Bienvenida esta nueva incursión del director y su habilidad para contar con pormenores una historia de seres desolados y desamparados que aún en la ausencia de soluciones se siguen queriendo y necesitando a pesar de todo. Provocativa.
La vie en jaune La última película del novel director canadiense es una historia particular de un chico con problemas que tiene una madre que está sola y lo sobreprotege. O podría decirse que narra la historia de una madre que tiene un hijo reo, rebelde, problemático, víctima de los excesos y abusos de la vida sintética de la sociedad posmoderna. Desde cualquier ángulo, el film es más o menos ese, una historia cruzada, íntima, cerrada, nuevamente en un círculo entre una madre y su hijo. O un hijo y su madre. Otra vez. Steve es un rebelde, un chico problemático. Precoz y violento, sale del internado donde estaba por estos problemas de atención e hiperactividad, que tan de moda están. Steve sale a encontrarse con su madre, su única familia ante la ausencia de su padre. Y es ella quien debe cuidarlo, criarlo y hacerse cargo cumpliendo su rol de madre, tras retirarlo de un hospicio en el que se albergaba, y fue expulsado luego de un escandaloso incendio que provocó. Pero a partir de ese momento, y de las tensiones que comienzan a surgir en esos polos, aparece una mujer, una vecina que como en equilibrio, comienza a formar parte de sus vidas y a ser la tercera sin discordia que ponga a funcionar esa extraña relación de amor violento que une al niño con su madre. La película del aclamado y joven director, Xavier Dolan, que le valió nada menos que el premio del jurado en el festival de Cannes del año 2014, es una historia cargada de matices, drama, violencia familiar, resignación, encanto, y música. Despliega una historia íntima y particular, narrada en un atinado formato de 1:1, con el que juega con el espectador, volviendo a una pantalla más íntima y propia. Además de unas excelentes interpretaciones del grupo de actores, el director canadiense logra una atinada realización cinematográfica por las sensaciones que va despertando, aquellas huellas que va dejando en el espectador. Por momentos, el film parece que está a punto de explotar; que va a dar o plantear algo más. Y a veces llega eso esperado, y a veces no. Como la suerte, o la vida, un reducto que nos toca atravesar. Sin filtro y sin misterio. Con un realismo cargado de violencia y agresividad, el film va desenvolviendo esta historia de la mejor manera que Xavier lo siente, una historia cruda y dolorosa, pero llena de vida, plenitud y color. Aunque también con un poco de tristeza e impotencia, dejando al espectador ser juez de los destinos del joven sin salida. En un tipo de cine que se conforma con ser un excedente de exquisitas escenas, un episodio particular donde ya conocemos las historias, pero cargada de momentos de tensión con la expectativa de que aparezca algo más, algo que nos conmueva, y nos motive. Y sólo eso, pero suficiente a la vez, esta película tiene un poco de todo eso. Se convierte en una mirada certera y concisa de un prodigioso joven en crecimiento, y junto con él, su forma de narrar.
"Mommy", y el límite de la desesperación Xavier Dolan tiene 25 años, y ya tiene cinco largometrajes bajo el brazo. L'enfant terrible canadiense, hipster hasta la médula –aunque como buen hipster, lo negará hasta su muerte-Dolan es un caso excepcional de cineasta brillante, que logra atrapar a una juventud sedienta de historias profundas y personajes con varias capas, y hasta al más elitista crítico de cine. Los deseos de sus sujetos siempre en primer plano, con la sexualidad y la ira a flor de piel, Dolan logra nuevamente un filme impresionante con Mommy, su quinto largo que se llevó el premio del jurado en el Festival de Cannes y que llega a Argentina haciéndose esperar. Una madre soltera enviudada (Anne Dorval) decide criar sola y sin ayuda a su violento hijo adolescente con ADD (Antoine-Olivier Pilon), y, luego de llantos, gritos y desconsuelo, encuentra la paz gracias al auxilio de su vecina de enfrente (Suzanne Clément). Y éste es un trío para la historia. Trabajan perfectamente en una especie de armonía disonante, llena de tensiones, pero en perfecto unísono. Mommy es una opereta, y quizás una de las más acertadas en la ya vasta experiencia cinematográfica de este virtuoso joven director –a quien no se lo puede acusar de haber realizado nunca hasta el momento algo menos que "brillante". Dolan entiende las relaciones humanas, y entiende los potentes vínculos entre las personas que llevan a acciones que uno en principio quizás vería como inesperadas o confusas. Pero por sobre todo, Mommy es, obviamente, una película sobre los obsesivos lazos entre madre e hijo, y la relación codependiente entre dos personas con perturbaciones diferentes pero que terminan por definirlos. Mommy es una película imperdible, que explora lo más hondo de la substancia del ser humano, y las complicaciones de las disfuncionalidades, y cómo las relaciones en apariencia irreparables pueden esconder más de lo que parece. ¿Final feliz? Los que conocen las películas de Dolan podrán adivinar la respuesta, y los que todavía no entraron en su atormentado universo, pronto lo averiguarán.
Paraíso perdido El precoz y prolífico enfant terrible de Quebec despliega raudales de energía, pasión y generosidad, difíciles de hallar en el cine contemporáneo. Los excesos, combustible habitual de sus películas, se convierten aquí en tema excluyente: Mommy es una montaña rusa emocional que desborda ruido y furia. Una historia volcánica. Una madre eruptiva. Un hijo adorable y exasperante al mismo tiempo. El deseo está en todas partes: el amor filial es absoluto, peligroso, agotador. Cada pulsión, antojo o molestia puede convertirse en una explosión. Amamos a la película como a una madre: con todos los defectos incluidos. La “mami” del título es Diane: una cuarentona sexy embebida de amor maternal, angustiada por el desempleo y desorientada entre lo que es bueno para su hijo y lo que es bueno para ella. Al comienzo de la película, Diane recupera la custodia de su hijo luego de ser transferido de un correccional por haber provocado un incendio. Steve es un hermoso adolescente que vive con todos los deseos y tormentos habituales exacerbados por sus problemas psicológicos. Para armonizar a este dúo en riesgo permanente, Dolan introduce a la tímida vecina de enfrente: un ama de casa que se aburre en su triste existencia conyugal. Kyla logra estabilizar por momentos la locura madre-hijo pero ella, a su vez, se libera en contacto con este binomio de fuego. Las variaciones de energía y las vibraciones eróticas atraviesan al trío generando la sensación de que todo puede pasar: una relación lésbica, el incesto o un trío. La película avanza entre la gravedad y el humor, entre risotadas y crisis emocionales. El director pinta esta comedia negra con colores pop brillantes para conjurar la carga dramática. Dolan inventa un insólito formato vertical que trasmite la genial idea de “media película”: dan ganas de ir hacia la pantalla y desplegar la imagen, como cuando abrimos las cortinas de una habitación para ver más claro. El extraordinario juego formal es el contrapunto de un vacío inquietante. Cantar los temas pop que inundan la película es, más que nunca, un modo de renacer en el mundo. La forma ideal aparece en una fabulosa escena en la que Steve ensancha su visión bajo la mirada benevolente de sus dos madres. Pero la felicidad dura poco. Dolan ensaya movimientos contradictorios, como si nos dijera que cualquier solución a las cuestiones dramáticas es una impostura. El torbellino de imágenes que cambian de tamaño, color y velocidad, compone un impresionante réquiem para la bella y loca inmadurez.
Provocadora y obsesiva. Con apenas 26 años, Dolan ha logrado afinar su estilo, consolidar sus convicciones, afirmar una personalidad artística y conseguir un rendimiento superlativo de los actores que elige. Todo esto se comprueba en Mommy, donde se narra la vida de Steve, un joven que sufre, y cómo, los vaivenes de un trastorno por déficit de atención con hiperactividad. Dolan inventa una polémica ley para la Canadá de su ficción (se les permite a los padres que lo deseen ceder al Estado toda la responsabilidad de la educación y la atención médica y psíquica de sus hijos) y escoge un formato inusual (1:1, que configura la pantalla como una especie de teléfono celular gigante colocado en posición vertical) para, según sus propias palabras, simbolizar la opresión en la que vive el protagonista. Las dos decisiones encuadran perfectamente en su habitual plan de provocaciones. Programático y obsesivo, Dolan también se encarga en sus películas de la edición y el vestuario. Y siempre sabe cómo llamar la atención: con el argumento, el formato de proyección o la utilización de la música para crear escenas que, sin despegarse completamente de la trama, ganan en belleza y autonomía (en Mommy, la aparición de "Wonderwall", clásico de Oasis, es formidable). Para cuidar, y más de una vez acompañar, los desbordes de Steve, estará Die, la mamá del título, una mujer llena de fortalezas y fragilidades que intenta ostensiblemente rebelarse ante el paso del tiempo y la molicie de los mandatos sociales. "Yo cada vez te querré más y vos cada día me querrás menos. Es una ley de la vida", le dice Die a su hijo, capaz de oscilar entre una cándida interpretación de un tema de Andrea Bocelli en un karaoke y los arrebatos de furia más insospechados. Cuando la disolución entre ellos parece inevitable, entra en escena una mujer tímida pero de enorme templanza que, al menos por un breve período, transformará en una modesta pero entrañable fiesta a esa casa dominada por la sucesión de conflictos rabiosos e intempestivos. Los momentos en los que las relaciones de ese anómalo triángulo parecen estar en armonía despiden una luminosidad que tiñe todo el paisaje.
Amores que matan... El joven maravilla del cine canadiense llegó a la Competencia Oficial del Festival de Cannes con su quinta película, que finalmente obtuvo el Premio del Jurado en lo que resultó una suerte de consagración para este enfant-terrible. Ambientada en un futuro cercano en el que se han cambiado las leyes sanitarias de ese país, Mommy resulta una suerte de continuación de su aclamada ópera prima Yo maté a mi madre (2009), aunque esta vez Xavier Dolan cede el papel principal a Antoine Olivier Pilon y se reserva apenas un personaje secundario que aparece en una secuencia onírica. El film se centra en la (demasiado) cercana, simbiótica y dependiente relación entre Diane "Die" Després (Anne Dorval), una viuda inmadura llena de energía, y su hijo Steve, un muchacho descontrolado y violento (se la pasa insultando, golpeando e incendiando) que entra y sale de institutos correccionales. Para completar el triángulo de esta tragicomedia aparece Kyla (Suzanne Clément), una misteriosa vecina y profesora que va perdiendo el habla por un extraño trauma. Estas tres conflictuadas criaturas dan vida a otra de las historias ampulosas y desatadas del realizador de Les amours imaginaires, Laurence Anyways y Tom à la ferme. Rodada en buena parte de sus excesivos 139 minutos en un poco habitual formato cuadrado, Mommy ratifica el inmenso talento formal, la capacidad para dirigir actores con enorme intensidad y la incansable creatividad e ingenio de Dolan, pero también su tendencia al regodeo esteticista y al capricho, que le hacen perder muchas veces el foco respecto de lo esencial de sus películas.
Libérate Si el cine se trata de transmitir emociones mediante imágenes y sonidos, Xavier Dolan es uno de los últimos genios que ha dado el séptimo arte. Claro que la fascinación que sus films despiertan, viene dada por su espíritu posmoderno también vigente en Mommy (2014), su quinto largometraje en el que vuelve sobre un adolescente en crisis y su enfermiza relación con su madre, como en su primera película Yo maté a mi madre (J'ai tué ma mère, 2009). Quien no hay visto el film podría pensar en una historia similar a la película Tenemos que hablar de Kevin (We need to talk about Kevin, 2011). Pero no, Dolan es Dolan y su universo es tan personal como posmoderno. Diane/Die (Anne Dorval) se muda con su problemático hijo adolescente, Steve (Antoine-Olivier Pilon), a un nuevo vecindario en donde sólo se tienen el uno al otro para reiniciar sus vidas. En el plano afectivo aparece Kyla (Suzanne Clément), la vecina de enfrente, una ama de casa que encuentra un poco de aire en su rutinaria vida familiar al relacionarse con sus vecinos. Entre los tres encontrarán un armonioso equilibrio. Lo curioso de Mommy es que Dolan sale en apariencia del universo adolescente que caracteriza su filmografía. Pero en realidad no sale en absoluto. Los personajes de la película más allá de Steve, se conectan con su lado juvenil (con el deseo, con el placer). Su madre intenta conseguir trabajo inútilmente, y recae en la sobreprotectora dependencia para con su hijo, que sufre un trastorno por déficit de atención con hiperactividad. Por su parte Kyla, la vecina, se separa de su cómodo confort burgués al relacionarse con ellos, explorando su costado menos correcto pero más placentero, y así juegan a ser felices. Este vínculo asociado también al postmodernismo es tan fuerte como efímero, de ahí la contradicción de Daine: ama a su hijo pero se le torna un obstáculo en su búsqueda de deseo personal. No por nada la película busca las causas del desorden psicológico de Steve en la relación con su madre. Mas allá de las interpretaciones que puedan hacerse, el acento de Dolan está siempre en la forma en que construye sus films: forma que habla del contenido, con el fin de graficar el conflicto interno de sus personajes. Todo el dispositivo cinematográfico está en función de exteriorizar sus estados de ánimo. De este modo veremos una narración fragmentada, planos cortos de rostros, junto a un montaje por momentos vertiginoso, al igual que el atractivo fuera de foco, la música pop y hasta el cambio de formato del film. Recursos que, junto al uso expresivo de la lluvia, la luz, y el sonido directo -que aparece y desaparece a su antojo- producen un deleite audiovisual en el espectador. De esta manera el director de Los amores imaginarios (Les amours imaginaires, 2010) vuelve a filmar un diagnóstico de época, con sus vínculos enfermizos al interior de sus hogares, replicados al exterior de los mismos. Vale pensar el lugar que juegan los espacios de consumo ligados a episodios traumáticos, o en veredas opuestas, los escenarios al aire libre donde se está hablando de una u otra manera de "liberarse". Dolan gira alrededor de sus criaturas, entra en sus cabezas y corazones, los describe desde sus puntos de vista y sensaciones de modo que, el espectador pueda conocerlos y entenderlos, aunque no siempre justificarlos. Mommy logra ser un retrato generacional, en cuanto film posmoderno que es: genera placer sensorial con su tratamiento visual y sonoro, mientras expresa problemáticas y consecuencias psicológicas contemporáneas.
Los que se han quedado sin lugar En un futuro no muy lejano, en una Canadá ficticia, una ley permite a los padres cuyos hijos tienen problemas mentales o severos trastornos de conducta, dejarlos en el hospital más cercano a cargo del estado para ya no tener que ocuparse de ellos, y así terminar con el angustioso problema. Diane es una viuda que no se hace cargo de su edad, es una mujer provocativa, extrovertida, que se las arregla sola en la vida, sin trabajos estables, y con un hijo problemático, Steve (Antoine-Olivier Pilon), que desde muy pequeño padece ADHD (un trastorno con déficit de atención con hiperactividad) lo que lo ha llevado a tener episodios violentos, internaciones y problemas legales. Madre e hijo tienen una relación simbiótica, Steve es un joven cargado de energía que puede explotar en cualquier momento; su madre es la receptora de todo ese caudal, que pueden ser desbordadas demostraciones de afecto, o desatados ataques de ira. Durante uno de los brotes de Steve, en que las cosas se tornan violentas y su madre no encuentra otra manera de lidiar con el problema que escondiéndose, aparece Kyla (Suzanne Clément) una timida vecina que ayuda a calmarlo y curarle las heridas que se provocó. A pedido de Diane, Kyla acepta cuidar a Steve durante las tardes para que ella pueda trabajar. Kyla es una introvertida profesora que sufre de un trastorno en el habla desde hace un par de años, a causa de un episodio traumático, por lo que no puede trabajar. Los tres construyen una relación, son la compañía que les hace falta. Son tres seres marginales, que arrastran su falta por el mundo, que parecen no tener lugar alguno hasta que se encuentran, y por un tiempo logran construir un microclima, un oasis con momentos de enorme felicidad, que saben que no durará mucho. Afuera de esos momentos felices, cuando Steve esta cargado de adrenalina y les contagia las ganas de vivir, los esperan los momentos difíciles, en los que no saben cuando Steve tendrá alguno de sus brotes. Diane tendrá que enfrentarse con un presente en que su única alternativa de trabajo es limpiar casas, sin poder manejar a su hijo, y Kyla tendrá que enfrentarse con un pasado que la ha dejado desarmada, y un limbo que ella llama año sabático. Xavier Dolan juega tanto con las imágenes como con la música, las escenas felices son en general en espacios abiertos, llenos de luz, donde resignifica hermosas canciones como "White Flag" o "Wonderwall", mientras que el formato cuadrado en el que está filmada la historia, se oscurece y nos asfixia aún mas al estamparnos en la cara los angustiosos e intensos momentos en que Steve despliega su violencia, en un cuerpo que parece no poder comprender lo que le pasa, y madre e hijo se ahogan encerrados uno en el otro. Las tres interpretaciones son extraordinarias, intensas, representan una situación extrema, con enorme sensibilidad, sin exageraciones. Más allá de algún que otro capricho adolescente de Dolan a la hora de filmar, esta es su obra más redonda y consistente, donde ha afianzado su estilo, su estética, dejando de lado algunas fobias, y construyendo un relato conmovedor, de extrema sensibilidad, con tres personajes complejos, intensos, reales y retratando de forma visceral, la más primaria y complicada de las relaciones: la de madre e hijo, tema recurrente en su filmografía.
Si vas a ver "Mommy" te aseguro que el ticket del cine será un boleto de tren a un punto completamente diferente al que estás acostumbrado a transitar. Una película deslumbrante, desgarradora, con una dirección de actores que sobrepasa muchas super producciones de Hollywood y con un elenco que, más allá de los momentos incómodos, vas a encariñarte y sentirte (quizás no) reflejado. La fotografía, la edición, la música (un film repleto de hits que conocemos todos y que cuando suenan, vas a poder relajar un poquitín) y lo más importante, el guión, hacen de Mommy una película que no te vas a olvidar nunca que la viste. Si no pasa a ser de tus favoritas le pega en el palo, porque mía ya lo es. Tremendas actuaciones del trío protagonista que cualquier actor/actriz amaría interpretar, porque el arco de crecimiento desde el minuto 1 hasta el final es impactante e intenso. Gran gran gran película que no podes dejar pasar por alto. Historia para debate, charla y volver a ver.
La quinta película de Xavier Dolan, un realizador canadiense de solo 26 años, que deslumbra con su cine y, habitué del festival de Cannes, fue ganador junto con Godard del premio del jurado con este film. Para quienes lo van a conocer por esta película, se encontrarán con una intensidad muy poco común en la relación de una madre, que sobrevive como puede, y un hijo que estuvo internado varias veces porque padece un trastorno psicológico que tuvo consecuencias trágicas. A ellos se une una vecina con problemas psicológicos que termina de completar un triángulo donde ese chico desbordado experimenta una contención que, sin embargo, no alcanza. Él es como un símbolo desbocado de la libertad y ellas, mujeres que disimulan hasta que la angustia las ahoga.
A los 25 años, el canadiense Xavier Dolan estrenó en Cannes su quinta película. Tres de las cuatro de las anteriores entraron en el festival, pero esta es la primera que lo hace en la competencia oficial. Es, obviamente, un cineasta prolífico y muy personal, que filma películas muy distintas entre sí cuyo único hilo en común son sus propias obsesiones: las relaciones familiares y los curiosos caminos de la sexualidad. Se puede decir que MOMMY responde más al primer ítem, ya que se trata de la relación entre una madre y su hijo, ambos bastante peculiares. Ella es una cuarentona, viuda y sexy, que habla constantemente y tiene una energía envidiable, aunque una personalidad bastante intensa. El hijo acaba de salir de un internado por problemas psiquiátricos y es, en un punto, una versión aún más extrema de ella en cuanto a energía, tensión y agresión. Una sola cosa los separa: el hijo es violento, diagnosticado ADD, y ese cúmulo de energía lo lleva muchas veces a descontrolarse por completo y nadie sabe (ni él) qué es lo que puede terminar haciendo. mommy1El filme narra el intento de la madre de vivir con su hijo más o menos armónicamente y tratar de evitar una nueva internación. El trabajo no es fácil ya que el adolescente explota una y otra vez por cualquier cosa, llevando a esa dupla a situaciones tan angustiantes para ellos como para los espectadores. Una tímida y retraída vecina con sus propios problemas termina uniéndose a ellos conformando una peculiar familia que por momentos funciona bien, y el trío vive situaciones agradables y hasta humorísticas. Pero siempre, en todo momento, se sabe que la cosa puede explotar. No soy un gran fanático del cine de Dolan (la que más me gustó fue la anterior, TOM AT THE FARM, que no estuvo en Cannes y es la menos “dolaniana” de las cinco), pero esta película logró por un rato atraparme en sus tironeos psicológicos, una especie de pulseada entre madre e hijo que se adoran pero que no pueden vivir juntos sin agredirse o explotar, como sucede con muchísimas relaciones familiares, solo que en este caso llevada a ciertos extremos. mommy-xavier-dolanDolan exagera, en partes, con el griterío circundante, la necesidad de llevar todo al máximo y ese clásico recurso de armar pequeños clips musicales cada tantos minutos. Filmada en un formato 1:1, de pantalla cuadrada, para manfiestar desde el cuadro ese encierro y pegoteo de los personajes, la película se vuelve también un poco repetitiva desde lo visual (le sobran veinte minutos, por lo menos) y uno tiene, por momentos, la sensación de que podría bien adaptarse a una obra de teatro. Intensa y atrapante, pero remanida y forzada, MOMMY es para mí de las mejores películas de Dolan, quien parece ir encontrando un camino medio entre el “show-off” inicial y la reserva y discreción del anterior filme. Más allá de los momentos casi cacofónicos y el griterío permanente que tiene la película (y ese acento extravagante con el que hablan en francés en Quebec que no ayuda mucho), el muy buen trío actoral va llevando la película adelante, siempre al borde de estrellarse pero sin autodestruírse del todo. Casi como el personaje.
Cuidado, madre hay una sola La sensiblería visual de Dolan no extraña en un film gritón y algo ampuloso, ideal para el despliegue de histrionismos, que alterna situaciones genuinamente emotivas con golpes de efecto melodramáticos de dudosa calaña. Director jovencísimo (nació en 1989) y prolífico como pocos (cinco largometrajes a la fecha), al québécois Xavier Dolan el mote de “niño mimado” le queda chico, particularmente luego de que su última película recibiera el Premio del Jurado del Festival de Cannes, distribuido ex aequo junto a nada más y nada menos que Jean-Luc Godard. Mommy regresa, una vez más, a un tema que parece obsesionarlo: las relaciones problemáticas entre madres e hijos, que ya estaban presentes –y de qué manera– en su ópera prima, Yo maté a mi madre, estrenada en ese mismo festival en el año 2009. Y si bien, como en aquella película, ciertas cuestiones ligadas a la sexualidad están también presentes en este último esfuerzo, son otros los problemas que ponen al borde de un estallido emocional al dúo central. La primera escena presenta a Diane (Anne Dorval), a la que todos llaman simplemente Die, luego de un no tan leve accidente automovilístico. Así, un poco en shock, sin auto y con algo de sangre en la frente, se presenta en la escuela para retirar a su hijo quinceañero, Steve (Antoine-Olivier Pilon), expulsado del lugar por provocar un incendio de manera indudablemente intencional.Por el diálogo que sigue entre Die y la rectora de la institución y los alaridos y epítetos de Steve que se escuchan a través de un walkie-talkie, resulta claro que ninguno de ellos calza ni remotamente en cualquier clase de arquetipo de madre o hijo ejemplar que se quiera imaginar, si es que tales cosas existen. Más datos: Die, cuarenta y pico de años, viuda y físicamente muy atractiva, sobrevive apenas con un trabajo que pende de un hilo (por cierto que la idea de supervivencia es muy distinta en la geografía canadiense); Steve, joven iracundo, solitario y agresivo con serios problemas de conducta y una fijación con la figura materna alterna episodios de violencia verbal y física con otros de absoluta dependencia emocional. Mommy concentra su atención en la posibilidad de reconstruir ese vínculo dañado, incorporando un tercer personaje a esa relación central, una vecina cuyos problemas de timidez la han alejado de la profesión docente y parecen estar acelerando la descomposición de su matrimonio.Dolan decidió rodar la película en un formato de pantalla perfectamente cuadrado, nunca antes utilizado en un largometraje, que extrañamente genera la sensación de ser más alto que ancho –ilusión óptica mediante–, como esos videos grabados de forma errónea con un teléfono celular. Decisión como mínimo caprichosa, ese formato asfixiante (como la relación entre los protagonistas, por supuesto), que puede defenderse a partir del constante uso del primer plano de los personajes –como si se tratara de retratos en movimiento–, en otros momentos no alcanza a contener a los actores en el cuadro, ante sus movimientos y los de la cámara misma. Resultan particularmente molestas las dos instancias en las cuales la imagen se “abre” a un formato más tradicional, utilizando el ancho de pantalla como metáfora de... ¿libertad, profunda algarabía, joie de vivre?Tamaña sensiblería visual no extraña en un film gritón y algo ampuloso, ideal para el despliegue de histrionismos, que por cada palada de cal echa también una de arena, alternado situaciones genuinamente emotivas con golpes de efecto melodramáticos de dudosa calaña. Resulta claro que uno de los objetivos de Xavier Dolan es provocar al espectador, llevarlo de la mano en una suerte de montaña rusa emocional con bruscos giros, subidas, bajadas y sacudones. Pero, en el fondo, detrás de ese lustre border y algo excéntrico que puede encandilar e incluso enamorar, no hay mucho más que un correcto telefilm de la semana sobre un chico con problemas de conducta y sus conflictos con la sociedad y el entorno más cercano. ¿Y qué hubiera pensado el drugo Alex DeLarge sobre esa ley de fantasía con la cual se abre y cierra el relato, excusa para el quiebre argumental y disparo de salva culposo sobre el espectador?
Amor y odio filial. Tiene solo 26 años, cinco películas premiadas en festivales de primer nivel, el periodismo le dio el mote de "enfant terrible" y se dedica a provocar con sus temas y elecciones de puesta en escena. Con menos de 20, el quebequense Xavier Dolan presentó Cómo maté a mi madre en Cannes y luego vinieron otras ficciones en donde se cruzan las relaciones humanas, los padres ausentes, la homosexualidad (Los amores imaginarios; Tom en la granja) y el cambio de sexo (Lawrence Anyways) y la figura materna como eje central de todas las tramas. El arco parece cerrarse con Mommy, visión de Dolan sobre el combo madre-hijo ahora con menos virtuosismo que en la opera prima pero con los mismos vicios e inquietudes estéticas que caracterizan a su prolífica obra. En un mundo distópico donde las madres tienen el derecho de desprenderse de sus hijos cuando estos representan una amenaza no solo social, Mommy presenta a Diane (Dorval), madre soltera con un violento e irascible hijo adolescente (Pilon), a quienes se sumará más adelante una vecina (Clément), de profesión escritora, quien no se sabe por qué razón está perdiendo el habla. Dos madres y un hijo revoltoso, la síntesis perfecta para un cineasta como Dolan, que invita a contemplar peleas, gritos histéricos, violencia física teñida de cinismo y esa obsesión por el diseño de vestuario que tanto satisface a este rebelde de postulados edípicos mezclados con partículas de psicodrama que terminan siendo devoradas por un esteticismo vacío y a la moda. Las dos notables actrices (fetiches del director) y el protagónico de Pilon, que sustituye a Dolan intérprete, suman para bien de la película. Uf, por lo menos, el film zafó de un engreído actor.
Mommy es la quinta película del canadiense Xavier Dolan (Laurence Anyways, Tom à la ferme), que compartió el Premio del Jurado con Adiós al Lenguaje en el pasado Festival de Cannes. Mommy issues La película se sitúa en una Canadá distópica, con una legislación muy particular en cuestiones de salud. Diane "Die" Després (Anne Dorval) es viuda, está en sus cuarenta y pico y su escasa formación escolar hace que tenga que aceptar cualquier tipo de trabajo para ganarse la vida. Cuando su hijo de quince años, Steve (Antoine Olivier Pilon), es expulsado por problemas de conducta de un centro especial para adolescentes, Diane se lo lleva a vivir a su casa. La convivencia no es nada fácil, Steve tiene arranques violentos y la relación madre-hijo de por sí es intensa. La llegada de Kyla (Suzanne Clément, la chica Dolan) al vecindario modifica esta complicada dinámica familiar. Atrapado sin salida Dolan toma los temas recurrentes de su filmografía, las relaciones familiares y la sexualidad. Aquí, la relación madre-hijo está puesta en primer plano, no termina de ahondar en ella. Se mueven entre el estallido violento y la tensa calma, una y otra vez, subiendo la intensidad. El nivel interpretativo de los tres protagonistas es impecable, en especial el de Suzanne Clément, quien compone un personaje con interesantes matices. El formato de Mommy es de 1:1, para amplificar las emociones de los personajes (en palabras del propio Xavier Dolan), y también, por qué no, para sentirse un poco atrapado en la vorágine de gritos y llanto que es Steve. En una de las escenas de sus paseos en longboard, se utiliza de manera genial el recurso del formato "acotado". Es una gran secuencia, un buen respiro para el espectador. Más allá de eso, la estética de videoclip de Dolan es un poco obvia por momentos. Conclusión Mommy es más superficial de lo esperado en el relato. Su intento por amplificar las emociones de los personajes se siente exagerado por momentos y casi repetitivo. Los 139 minutos de duración le pesan a Mommy. Dolan se arriesgó con el formato 1:1 y la fotografía es de lo más destacable de la película.
Aunque sin mucha sustancia, interesa por su originalidad. Como si se tratara de una de Cronenberg, Xavier Doland empieza su última película con el texto de una ley imaginaria de su propia invención sobre la participación del Estado en la educación de adolescentes con problemas. Esto en realidad no aporta mucho al desarrollo de "Momy", una comedia dramática "de auteur" que tiene como principal característica ser la primera película rodada en formato cuadrado 1:1 (esperemos que sea también la última) que convierte la pantalla de cine en algo parecido a la pantalla de un celular y que corta ostentosamente algunas de las imágenes, algo que se nota especialmente cuando alguien maneja un auto, por ejemplo. La película narra la difícil relación entre una madre madura que se esfuerza por ser joven y su conflictivo hijo adolescente, un chico que puede pasar de lo encantador a la furia más violenta. El director Xavier Doland, niño mimado del festival de Cannes (es el cineasta más joven en presentarse en este certamen), por momentos abusa de los diálogos y otras veces juega de manera más interesante con las imágenes y el uso sorpresivo de canciones pop de bandas como Oasis. De todos modos, si bien genera tensión con la relación madre-hijo, apenas juega con situaciones incestuosas que nunca llegan a concretarse, especialmene porque en el momento adecuado de la trama, aparece una vecina que se instala en esa relación convirtiéndola en una especie de extraño ménage à trois bastante inocente. Las imágenes y el errático estilo del director aportan originalidad aunque no mucha sustancia, pero a favor de "Mommy" se puede decir que las actuaciones son muy buenas y que el tema nunca deja de generar interés.
“Amamos a nuestra madre sin saberlo, solo tras el último adiós somos conscientes de la profundidad de ese amor”. Guy de Maupassant (citado en el inicio de “J’ai Tue Ma Mére” pelicula de Dolan) Mommy2 Diane (Die) Després (Anne Dorval ) debe retirar a su hijo adolescente Steve (Antoine-Olivier Pilon) del reformatorio por que han cambiado las leyes de una Canadá Futura donde todo padre puede manifestar su impotencia para criar y controlar a su hijo y lisa y llanamente entregarlo al (des) cuidado del Estado. Pero Diane decide intentar lo que no pudo hacer hasta ahora: ser una madre responsable. Viuda, elegante y seductora cree poder reencauzar la vida de un hijo que padece AD/HD (Déficit Atencional e Hiperactividad) un mal sin cura farmacológica y donde la posibilidad de un tratamiento psicológico ni siquiera se menciona. Aislado y sin posibilidad de socializarse la última posibilidad para Steve de no pasar a la tutela del Estado es su madre que no sabe todavía si es capaz de serlo. Al principio Diane emprende con entusiasmo su relación con Steve y ambos se tratan al principio como dos desconocidos, en esos diálogos iniciales la ausencia paterna aparece como marca indeleble, como un hueco en la relación y en el espíritu joven y turbado del chico. Diane (firma “Die” en los formularios) pronto se dará cuenta del lo difícil que resulta criarlo, sin nadie que lo cuide cuando trabaja el chico se dedica a patinar por unos suburbios solitarios de Quebec y a crear problemas dentro y fuera de la casa, generando primero preocupación y luego miedo en Diane después de una discusión que termina con una escena donde Steve intenta golpear a su madre y termina accidentado. Cuando Diane pierde el trabajo, cierta desesperación se apodera de ella y como si fuera una particular hada madrina una nueva vecina (Suzanne Clément) llamada Kyla cura las heridas de Steve y en ese gesto irá mostrando interés por conformar un especial trío. Kyla es Maestra y se encuentra con tiempo libre ya que está gozando de su año sabático, habla con cierta tartamudez producto de un conflicto nunca develado y se vuelca al cuidado y la enseñanza de Steve con una dedicación y un compromiso mayor a los que manifiesta para su propia hija atendida y cuidada por su esposo que comienza a preocuparse por la distancia que establece Kyla con ellos. La nueva vecina no tarda en ganarse el afecto y la confianza de Steve en un vínculo con matices sexuales y maternales que son la causa de un nuevo equilibrio energético en el imprevisible adolescente mientras que generan en Diane una fugaz felicidad mientras acumula trabajos de toda índole. Las madres que aparecen en las películas de Dolan son de todo menos madres y esa ausencia es física, no hay abrazos ni besos y el contacto es tan esporádico como las sonrisas por eso reluce la violencia como símbolo de esa falta, en el mejor de los casos se transforman en compañeras o amigas a las que se les dedica amores u odios tal como lo vive Steve en Mommy, como si toda la suerte de nuestra vida emocional dependiera de la construcción mítica de ese vinculo, como si fuera una particular y extraña representación del legado de Don Sigmund. Mommy también es una radiografía de una sociedad donde el Estado recoge lo que ha sembrado. Décadas donde el sistema ha producido ciudadanos orientados al consumo y obsesionados en construir una vida “individual” aislada del resto aún cuando esos “otros” sean hijos y parejas. El resultado no es otro que una sociedad desoladora, sin sensibilidad ni compromiso por su propia construcción social. Foucault había explicado como los manicomios y las cárceles se ocupan de distinta manera con aquellas personas a las que el capitalismo no podía usar como fuerza de trabajo, el sobrexcitado Steve no tiene lugar en esta sociedad de calma resignación que nos muestra el director. Tal vez como Birdman de Iñarritu su destino está n el aire. Dolan en su quinto film, a los 25 años nos muestra cuanto de promisorio puede ser su carrera, su películas son vistas y premiadas en distintos Festivales (“Cannes lo ama” dijo en la presentación del ciclo el Señor Frèmaux). Mommy está un peldaño por debajo de la poéticamente oscura “Tom at the Farm” y de la brillante y provocadora “Laurence Anyways” siendo también notable su capacidad para contar historias no convencionales y dirigir actores con tan poca edad, por eso es realmente incomprensible cierta “ferocidad” de algunos críticos que lo único que parecen destilar es envidia. En fin… de carne somos y a veces madre hay una sola y tampoco sabemos si eso es bueno.
Transcurre un accidente automovilístico pero el espectador apenas logra presenciarlo desde la lejanía. De uno de los autos logra bajarse Die (Anne Dorval), a los insultos y levemente herida. Sin embargo, a diferencia de todo lo que se podría llegar a esperar, nada de lo sucedido reviste demasiada importancia: la destrucción de un auto y unos cuantos golpes resultan insignificantes en comparación al choque que el estilo de vida del personaje está a punto de enfrentar. A esta altura uno ya respira el dramatismo que lo comienza a envolver aceptando con total normalidad determinadas condiciones que el film plantea; uno toma la decisión de someterse a la angustia generalizada que se encuentra por venir, ya que lo que estamos viendo no es un drama más del montón (al que Hollywood nos tiene tan acostumbrados). Mommy es un drama con tintes de comedia que busca generar en el público no sólo un tangible grado de aflicción, sino también de euforia y adrenalina. Mommy es un abanico de emociones, Mommy te hace sentir, Mommy es -en esencia- puro Xavier Dolan. Resulta necesario aclarar que a pesar de que la sustancia del último largometraje del cineasta canadiense subyace bajo los mismos parámetros que los anteriores (una descontrolada juventud en contraposición a la figura materna, acompañada por el descubrimiento de la sexualidad), Mommy es uno de sus films más importantes, funcionando como punto de quiebre en su carrera. La semilla de la película aparenta ser similar a la de sus obras realizadas previamente y su huella desde la dirección se manifiesta de manera irrevocable, pero no cabe duda alguna de que, junto a este mundo con el cual ya nos encontramos familiarizados, coexiste la idea de reinventarse como artista. Al igual que Pedro Almodóvar y Gus Van Sant, dos de sus más grandes referentes, Dolan comprende que aquel tópico “fetiche” que comparten (el de la homosexualidad en la sociedad moderna) no puede cumplir el rol de sustento para todas sus obras, o mejor dicho, no de modo tan explícito. En su última película la orientación sexual no reivindica un conflicto, sino que la sexualidad latente entre los personajes ayuda a constituir el entorno enfermizo que caracteriza al film: se produce una reorganización de los factores que componen el universo de sus películas. Tal vez a esto se deban las numerosas situaciones que no alcanzan su máximo potencial a lo largo de las secuencias; uno siente la ausencia de un vínculo (llegando al extremo en el que la ficción y lo autobiográfico se entrelazan) entre proyecto y director… pero como espectador, uno también lo comprende y celebra, porque el hecho de renovarse y salir de la zona de confort conlleva un crecimiento artístico. Mommy es la transición al nuevo cine de un joven cineasta que dejó de ser una promesa para asentarse como uno de los intelectos cinematográficos más interesantes (y hasta populares en determinados ambientes) de la actualidad. Tal vez, Mommy sólo sea una interrogante sobre las próximas obras del enfant terrible.
EL ESTILO DEL AFECTO La fascinación por la observación de detalles es una de las prácticas frecuentes del realizador canadiense Xavier Dolan. Posar la mirada y detenerse a contemplar ciertos recovecos ocultos a la vista de la mayoría de los mortales es, tal vez, el secreto que devela su particular forma de hacer cine. Intenso observador de gestos, tics y mañas, sabe recrear en la ficción, escenas típicas de la cotidianeidad (mayormente urbana) que rescata del incesante fluir de tiempo cronológico, para darle vida a sus historias de personajes sensibles que sufren. Aquellos que vieron sus cuatro largometrajes anteriores (Yo maté a mi madre, Los amores imaginarios, Laurence Anyways y Tom at the farm) no se sorprenden cuando, por ejemplo, de manera inesperada, el tiempo se suspende en una sensual caminata acompasada por la música de Dalida, o cuando la cámara se ubica en ángulos distintos al punto de vista habitual, para detenerse a fotografiar la confesión de un secreto, o las huellas faciales de una nueva decepción amorosa. Tampoco lo hacen si la película se toma su tiempo para mostrar escenas nocturnas de fiestas privadas en las que los personajes tienen sus cinco minutos de libertad, o si la composición de los planos descubre una organización planificada de colores que combinan el vestuario con la escenografía. Con estos rasgos estilísticos, y una batería de otros tantos (la sonorización de los movimientos de cámara, los encuadres con aire sobre la cabeza de los personajes de espalda a cámara, la escenificación surrealista de los sueños, etc) se crea una atmosfera de fantasía cinematográfica que sólo puede remitir a una cosa: la representación audiovisual de una mirada personal acerca del mundo. Fashionista, arrogante y superficial son algunos de los motes con los que algunos críticos prefieren describirlo. Otros, menos ortodoxos, escogen descubrir en el cine de Dolan un nuevo concepto, que al estar en pleno desarrollo productivo, muta y se resignifica con cada nuevo filme. Como cineasta en formación la obra del canadiense no ha dejado de entregar pequeñas piezas de un arte que prometía, y no defraudó. Mommy, su quinta película como realizador, llega como continuación de su saga retórica, pero también como expresión de un proceso de evolución narrativa centrada en el drama afectivo de tres personajes que necesitan afecto y contacto vincular. Como ya es costumbre, no es casual que la nómina de actores sea tripartita. Son los triángulos la forma geométrica que simbolizan la perfección, la Santa Trinidad y la manera de Dolan de contar historias, quien ubica a sus personajes en cada extremo de la figura triangular de manera que todos puedan vincularse y repelerse con la misma tensión (e intención). En esta oportunidad, el melodrama como género se corporiza en la historia de Diane “Die” Deprés (Anne Dorval), una viuda que debe mantener a Steve (Antoine-Olivier Pilon), su hijo adolescente que posee síndrome de hiperactividad y falta de atención. El núcleo es muy sencillo y es justo ahí, en esta simpleza argumentativa, que radica la belleza de la narración cinematográfica, la cual se dedica a contar en imágenes y sonidos, el derrotero circular de una mujer que lucha para sobrevivir. Por reiterada conducta inapropiada y por haber quemado el rostro de un compañero, Steve es expulsado del centro de internación donde reside. Entonces, Die es citada para resolver la situación, teniendo en cuenta que en el Quebec de Mommy, existe una ley que habilita a los padres de chicos incontrolables, a dejarlos a disposición del Estado para su rehabilitación. ¿Podrá Die abandonar a su único hijo? Tal vez, Die, no sea la madre perfecta, pero acaso, ¿Quién lo es? Con el interrogante latente, Steve regresa a la casa familiar. Mientras tanto, del otro lado de la vereda, vive Kyla (Suzanne Clément), una mujer introvertida que en su tartamudeo expresa más de lo que le cuesta poder pronunciar una frase completa con claridad. De esta forma, las tres piezas del triángulo están expuestas. Ahora sólo falta que la magia suceda y sus caminos comiencen a entrelazarse. Algunos aspectos formales Propulsados por la lucha como motor de acción (y reacción), los personajes parecen expulsar todas sus miserias, unos a los otros, a modo de exorcismo. Evento que los encuentra cada vez más unidos y liberados que nunca. Las distancias entre ellos se acortan, la felicidad no debe estar muy alejada de esta situación de aparente bienestar. Sus interiores florecen, ellos respiran, laten, viven. Pero, saben que esta realidad es una ilusión, y que sus rutinas volverán a apresarlos en la soledad y la desesperación. Sin embargo, antes que la burbuja idílica se quiebre, hay un momento de plena convergencia de estas tres fuerzas-personajes: en la cocina de Die, justo antes de cenar, ella prepara la comida mientras fuma. Le convida a Kyla, quien acepta. Y justo ahí, en ese instante es cuando aparece Steve desde el fuera de campo, al mismo tiempo que comienza a sonar On ne change pas (No cambiamos) de Céline Dion. Por un lado, el título del tema reclama una realidad oculta (luego del éxtasis volverá la lucha), y por el otro, obliga a que Die explique el motivo de esa música en su cocina: el difunto padre de Steve les dejó un CD con un compilado de temas, del que éste forma parte. Entonces, ellos tres bailan, cantan, y se amalgaman en un ritual liberador que los aleja del presente, en una escena que regala sincronismo técnico (el montaje coincide con el ritmo del tema musical) y argumentativo (es el único momento que los tres personajes juntos entran completos en un mismo plano representando su momentánea conexión espiritual). Una forma de recordar sin flashback. Dolan, recupera este intrincado sentimiento humano que mezcla la angustia con el bienestar espontáneo (pero efímero), y lo convierte en cinematográfico cuando decide realizar Mommy en un formato que le pertenece a la fotografía: el encuadre del retrato, aquel primitivo género fotográfico que Nadar inauguró en el S.XIX. Inspirado por el ratio 1:1 (aspect ratio), el formato del filme habla de la decisión de contar una historia únicamente sostenida por las herramientas que brinda el lenguaje audiovisual, que transforma cada plano de la película en un instante pictórico. Entonces, al momento de presentar a los personajes y, luego, de mostrarlos en acción, cada uno de ellos quedará encuadrado de forma plástica centrando la tensión visual en sus rostros. Apresados entre dos grandes barras negras verticales, los personajes claustrofóbicos respiran un aire viciado y agobiante, pero que lejos de ser vetusto, se presenta con la clásica paleta “amarillo Dolan” que el realizador sabe imprimir en sus películas. Estéticos y diseñados al detalle, realizan su peripecia en el espacio que el formato les permite. Así como una de las decisiones técnicas más importantes fue la elección del ratio, también lo fue la banda sonora y soundtrack. Con una selección que responde no sólo a necesidades estéticas, la música de Mommy además de hablar de la historia y sus personajes, ejerce una función puramente técnica: la música no proviene de la película sino que está en la película. De la misma manera en que el formato es intervenido en dos oportunidades por los personajes del filme (Steve anda en patineta y con sus dos manos abre las barras verticales de 1:1 a 16:9, y cuando comienza el viaje en auto, antes de que Die comience a imaginarse el futuro en un excelente flashforward), la música se presenta también como diegética cuando se analiza que los temas están en posesión del mundo propio de la película. Es decir, tanto el formato como la música forman parte del universo único de Mommy. Sin nunca descuidar el aspecto estético que caracteriza la tupida filmografía de Xavier Dolan, el cineasta se observa en un punto de maduración artística la cual venía demostrando a partir de su tercer filme, Tom at the farm. Ya casi sin la necesidad de tener que realizar cameos, a modo de huella estilística, el desarrollo de su obra se encamina hacia la profundización del drama como género accesible para dotarlo de su marca personal. Con el don de poder expresar la cotidianeidad, pero a través del ojo del cine, cada imagen de su puesta en escena habla de un trabajo intelectual que combina sensibilidad con talento. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Fuerte y conmovedora Con esta película, el canadiense Xavier Dolan se ganó un lugar al lado de ilustres apellidos del cine.. Con apenas 26 años, el canadiense Xavier Dolan ya dirigió cinco largometrajes, todos ellos bien recibidos por la crítica y el público. El dato es llamativo. Pero lo más llamativo de Dolan es su madurez: tiene un conocimiento profundo del alma humana y una asombrosa capacidad para mostrar todos sus matices. Mommy -ganadora del premio del jurado en el Festival de Cannes del año pasado- es conmovedora sin ser sensiblera, fuerte pero sin golpes bajos, poética pero no pretenciosa ni rebuscada; ante todo, es genuina, verdadera. Una de esas películas que aparecen de vez en cuando para recordarnos que, además de una industria, el cine también puede ser un arte. La “mami” del título es Diane, una viuda que anda a los tropezones por la vida, y que debe volver a hacerse cargo de Steve, su único hijo, un adolescente conflictivo al que había internado en un reformatorio poco después de la muerte del padre del chico. Steve padece un síndrome conocido como “trastorno por déficit de atención con hiperactividad”: oscila entre la euforia y la depresión, la ternura y la violencia. Si Diane no sabe qué hacer consigo misma, menos pistas tiene sobre cómo lidiar con esa bomba de tiempo que es su hijo. Quizá la vecina de enfrente, que arrastra sus propios problemas mentales, la pueda ayudar. Cada detalle está al servicio de la historia, de contar el dolor y el desconcierto que la enfermedad mental causa en el enfermo y su entorno. A su sensibilidad, Dolan le suma una rica paleta de recursos técnicos: desde el encuadre, que varía según el estado de ánimo de los personajes, hasta la banda de sonido, los planos, la luz y los colores de las imágenes. Nada se percibe artificioso, caprichoso ni manierista. Al contrario: todo eso hace que no estemos frente a una película más sobre vínculos disfuncionales (con perdón por la palabra). Y hay que destacar, sobre todo, las actuaciones. Anne Dorval -prócer del teatro y la televisión de Quebec-, Suzanne Clément (la vecina) y el joven Antoine-Olivier Pilon les dan a sus criaturas una carnalidad que nos hace olvidar de que estamos viendo una ficción, y nos sumergen en un clima parecido al del cine de John Cassavetes o el de los hermanos Dardenne. Las comparaciones suelen ser odiosas, injustas y exageradas, pero con Mommy Dolan se ganó un lugar al lado de esos ilustres apellidos.
Madre e hijo El filme, hablado en idioma francés, abre y se despliega de dos maneras, la primera nos instala con una voz en off, en un Canadá ficticio y en un futuro cercano, en el cual por una ley, por ahora inexistente, los padres podrán poner bajo custodia del estado, esto es en algún nosocomio psiquiátrico, a su hijo con problemas de conducta, sin la mediación de nadie. Aclarando, en la actualidad en la Argentina, este tipo de internaciones, que casi nunca son definitivas, pueden ser realizadas por psicólogos, psiquiatras, o por un juez. Estamos en presencia de un conflicto vivencial entre una madre sola y un hijo adolescente en el que los desordenes mentales parecerían jugar un papel preponderante. La madre, gran trabajo de la actriz Anne Dorval, (icono del director), exhibida desde el inicio padeciendo el síndrome de Tourette, en una escena que no retorna, de ahí que la importancia es sólo la presentación del personaje. Aclarando, El síndrome de Tourette es un trastorno considerado hereditario, de origen neuropsiquiátrico, mayormente con inicio en la infancia, determinado por múltiples movimientos motores involuntarios (tics) de los que el paciente sabe que tiene, pero no se da cuenta en el momento que se manifiestan. Hay otra variable de la enfermedad que se caracteriza porque produce exabruptos verbales, insultos, y desarrollo de violencia física inusitada e injustificada, esta es menos frecuente que la anterior. Ambas variables pueden sumarse y completar un cuadro bastante más complejo para su tratamiento. Los impulsos motores pueden tener modificaciones tanto de intensidad, como de frecuencia, pero nunca desparecen, disminuyen en muchos casos en la adolescencia y/o juventud. En esa escena de apertura, ella conduce su vehiculo nerviosamente, en busca de su hijo que se vio envuelto en un problema escolar grave, choca, se lastima, baja, insulta, y sigue hablando por celular. Cuando nos enfrentamos al hijo, muy bien personificado por el joven actor Antoine Olivier Pilon, parece ser un joven rebelde, casi normal. Se le informa a la madre (se nos manifiesta) que ha provocado un incidente del cual uno de sus compañeros termino hospitalizado con graves quemaduras. Luego sabremos que lo que juzgaba indisciplina en realidad circula entre dos posibles patologías, el Trastorno Límite de Personalidad (TLP) y el Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad (ADHD). Sin que esto se haya desarrollado demasiado en el filme, en realidad, para muestra basta un botón, la finalidad última de las características patológicas no es ni por casualidad el motor que genere el desarrollo del filme, de ahí que si bien se comprende las razones no hay una definición concreta. Particularmente me inclino a pensarla mas cercana a TLP. La segunda forma que se despliega es el formato, ya que es presentado visualmente de manera no convencional, los personajes primero y el conflicto después en pantalla casi cuadrada, cerrada por los laterales, pero en expansión vertical de pantalla normal. De tal manera que la primera impresión sea que algo pasa con la proyección, pero lo señalado al principio sobre el idioma, da cuenta a partir del subtitulado, que el director con toda intención planteo su filme con esa construcción de la imagen. Acostumbrado el espectador al estilo de la imagen, puede empezar a leer en la elección, algo del orden de la “sin salida” de la historia, del conflicto y de la estigmatización de los personajes, no hay sensación de agobio, ni sofocación como si se podía sentir en filmes como, por ejemplo, en “Birdman”(2014) y “Whiplash” (2014), ambas todavía en la cartelera de Buenos Aires. Al promediar la historia, el director dará cuenta de sus razones con dos escenas no consecutivas en que se despliega a su totalidad la pantalla, en una intenta denotar una libertad ausente en el joven, y la otra da cuenta de los deseos de la madre en relación a su hijo, su objeto de amor. Los incidentes provocados en la institución obliga a madre e hijo a mudarse, y en la nueva casa, barrio, ciudad, conocerán a Kyla, la tercera pata del triangulo, tanto desde lo narrativo como desde las actuaciones, otra magnifica performance actoral de Suzanne Clement, dándole carnadura a una mujer tartamuda, en pleno proceso de duelo por la muerte de su hijo, quien se hará cargo de la educación del joven Steve, deslindándole las responsabilidades de la madre de hacerse cargo de la imposición de limites a su propio hijo. Valga otra aclaración, se dice que los limites los imponen los padres, pero son exigidos por los hijos, para preservar la salud mental del individuo, si esto no se produce, puede derivar en infinidad de patologías, que sólo demuestran que el enfermo es la cara visible de una familia enferma. Volvamos. La circulación sobre el drama no se deja de lado en ningún momento, que haya una constante sensación de tragedia tampoco, pero se torna sostenible por los instantes en que el director le imprime un tono de comedia, a veces forzado, siempre bien recibido. Cuando el director juega desde su atrevimiento formal con la imagen, la puesta de luces y el trabajo de color naturalista, la música en particular, y el diseño de sonido en general, la película crece, se diferencia de otras producciones, de otras estéticas, se configura maravillosamente de manera muy particular, pero el guión, específicamente los diálogos, nunca terminan de instalar al filme en una reflexión profunda como para desplegar demasiados interrogantes. Aunque parecería ser que con el sólo planteo de la idea, el buen montaje y el resto de los elementos antes mencionados, le alcanzara para mantener, primero atento y luego movilizar al espectador.
El niño prodigio del cine canadiense, Xavier Dolan, da aquí un paso en falso: la historia de la rivalidad entre un adolescente con déficit de atención y su madre (que ya había tratado en “Yo maté a mi madre”) aquí toma visos de exceso de egolatría. Dolan quiere mostrar cuánto puede hacer y descuida el mundo en el que viven sus personajes. Y entonces se repite a sí mismo y muestra que sus ideas del mundo son menos interesantes que sus juegos con la cámara.
Tres de un par perfecto En su quinto largometraje, el prodigio francocanadiense Xavier Dolan (aún no cumplió treinta años) imagina un 2015 alternativo, donde los padres pueden dejar a un hijo bajo custodia de una institución estatal. Tras prender fuego un bar, Steve (Antoine-Olivier Pilon) es expulsado del colegio; su madre viuda, Diane (Anne Dorval), encuentra serios problemas para educar a Steve: el chico sufre trastorno de hiperactividad con déficit de atención y busca un vínculo afectivo con su madre (un eje temático en el cine de Dolan). La ayuda vendrá de una vecina, Kyla (Suzanne Clément), una persona recatada, el polo opuesto de Diane, que prácticamente abandona a su familia para ocupar aquellas instancias donde la madre de Steve es inoperante. El conflicto entre madre e hijo, la tensión entre lo que cada uno espera es reproducido por el director en un extraño formato de radio 5:4, como modo de expresar claustrofobia, mientras los momentos de liberación se demuestran en la ampliación al formato panorámico. En Mommy, Dolan alcanza un dominio pleno del medio, no sólo a través del formato sino en recursos para destacar la polaridad de Diane/Kyla, quienes viven enfrentadas y comparten un notable parecido fisonómico.
Casi una secuela espiritual de su ópera prima J'ai tué ma mère, Xavier Dolan arremete con todo en su quinto largometraje y sigue alimentando al niño terrible que es en Mommy, un drama con pequeñas gotas de sci-fi en su entramado tan aplastante como catártico. Nuevamente, el centro narrativo de la historia de Dolan es la relación madre-hijo, en este caso entre la atolondrada Diane 'Die' Després de Anne Dorval, y su acelerado y violento hijo adolescente Steve, interpretado por Antoine-Olivier Pilon. Imposibles de encasillar e inevitablemente rotos por dentro, tanto Die como Steve no pueden vivir el uno sin el otro, ni tampoco evitar golpearse, tanto física como psíquicamente. El amor de una madre -dicen- lo puede todo, pero quizás en este caso en particular ambos estén lejos de salvarse y la decisión de la madre de encerrar a su hijo contra su voluntad gracias a una nueva ley en un futuro muy cercano pende sobre sus cabezas como una pesada espada de Damocles. Quizás puedan encontrar refugio en Kyla, la extraña vecina de enfrente que padece de una acuciante incapacidad de comunicarse, pero que poco a poco irá ganando confianza en sí misma, gracias a la ayuda de sus vecinos. El trío busca la libertad de alguna u otra manera, pero ¿la conseguirán? Filmada en un angustiante encuadre 1:1 -básicamente, la pantalla es un cuadrado- el nuevo capricho del director se suma a las escenas donde los personajes se gritan sus miserias a viva voz, y los números musicales se suceden uno tras otro. La extravagante manera como está presentada la película puede fastidiar -y con razón, ya que más de dos horas de este peculiar formato puede cansar hasta al más paciente- pero el sofoco que le aporta la cámara a las emociones de los personajes bien vale el experimento. Eso, y que hay una secuencia casi mágica al son de "Wonderwall" de Oasis, donde el formato maravillosamente muta en una escena magnífica. Ésto puede resultarle a muchos artificial, pero Xavier sabe lo que quiere ver en pantalla y todos los que sigan su carrera también. El jovencísimo director se vale de sus actrices fetiche -Dorval y Suzanne Clément- que tan bien trabajaron con él en el pasado, y se les suma la explosiva revelación de Pilon como el flamable retoño de Die. Si algo puede hacer bien Dolan es sacarle jugo a sus protagonistas y el trío tiene increíbles escenas emotivas y liberadoras, donde la carga emocional puede pasarse de la raya de vez en cuando, pero se transmiten a través de la pantalla y tocan una fibra en cada espectador. Seguro, casi dos horas y media de griterío y momentos musicales pueden hacer claudicar a cualquiera, pero el núcleo de la propuesta es lo suficientemente interesante para seguir hasta el final. Luego del tibio thriller Tom à la ferme, Xavier Dolan vuelve a sus raíces dramáticas y Mommy es la demostración absoluta del talento del joven canadiense.
Cuenta con excelentes actuaciones. Es una historia inquietante, atrapante, que da para debatir y reflexionar. La película parte diciendo que: en una Canadá ficticia le permiten a los padres angustiados por ley abandonar a sus hijos enfermos en un hospital. A excepción de Diane "Die" Despres (Anne Dorval) una viuda valiente que decide educar y ayudar a su hijo Steve O' Connor Després (Antoine-Olivier Pilon) que padece ADHD (Trastorno Hiperactividad con Déficit de Atención). Apenas se abre esta historia se ve a esta madre que se dirige con su auto hacia algún lado, su rostro se nota triste y ante un choque su automóvil queda deteriorado. Se encuentra con su hijo Steve y van a otra escuela especial ya que este fue expulsado porque incendió la cafetería e hirió gravemente a un compañero de estudio. Después de eso se instalan en su casa pero no puede controlar a su hijo adolescente, salvaje, impredecible y agresivo. Sus vidas se entrelazan con la de una buena vecina de nombre Kyla (Suzanne Clément), una mujer joven, ama de casa, que les ofrece su ayuda y para ella significará un poco de aire fresco a su rutinaria vida matrimonial. La relación entre los tres se torna cada vez más fuerte y deberán encontrar el equilibrio, recobrar la esperanza, aunque surgen algunos misterios, a medida que corre la cinta crece la intriga y el interés en el espectador. Estos tres personajes madre, hijo y vecina nos ofrecen excelente actuaciones. El joven actor, productor, director y guionista canadiense Xavier Dolan (26) con esta película ha obtenido varios premios. Se encuentra muy bien narrada, con estupendas actuaciones, con momentos que resultan desgarradores, en los cuales va mezclando el amor, la violencia y el dolor para desarrollar una historia intensa y atrapante. Por momentos salen los demonios internos de este joven adolescente, además de otros trastornos, entre ellos: el complejo de Edipo, ofreciendo situaciones crudas y reales. Un buen manejo de cámara haciendo algunos planos asfixiantes, buen montaje, bien aprovechado el personaje de la vecina que aporta un poco de equilibrio, la que muestra las grietas y otorga los momentos para reflexionar. La música acompaña a la perfección en varias secuencias.
El niño terrible eterno Xavier Dolan es un niño terrible del cine. Sí, se lo han marcado desde siempre, desde su debut con Yo maté a mi madre hace ya seis años. Y no hay nada de malo en eso, ya que su cine está repleto de decisiones formales y apuestas temáticas rupturistas, controversiales y transgresoras. El problema de estas calificaciones que hace la prensa -y el público- es cuando el propio artista se la cree, y reduce el ritmo de su obra a una serie de guiños y gestos que se convierten, por sistematización, en pose: claro que es muy fina la línea que divide el recurso autoral de la repetición gastada, y ahí es donde Dolan gana la pulseada, porque en el cúmulo de emociones exacerbadas que trabaja se pierde un poco la capacidad de discernimiento. Las películas del canadiense buscan el impacto, y en ese choque invisibilizar sus defectos. Al fin de cuentas, Dolan cree que ser un “niño terrible” es un trabajo, y como tal se vuelve rutinario. Entonces para continuar sosteniendo un imaginario a su alrededor se nutre de apuestas que suenan a capricho, como el formato con el que filma su película (un 1:1 que por pura ilusión visual forma un rectángulo) o el dato de una Canadá futurista donde los padres pueden dejar sus hijos a la suerte del Estado si su crianza se complica por cuestiones que los exceden. En Mommy regresa un poco al comienzo de la rueda, nuevamente con una historia que pone el foco -como en Yo maté a mi madre- en la relación madre-hijo, vínculo que es siempre conflictivo y violento para el realizador: aquí, un hijo con un síndrome que lo hace comportarse de manera violenta y una madre a la cual la juventud se le empieza a ir y tiene que hacerse cargo de asuntos de adultos que no la muestran muy cómoda. Para Dolan, las emociones son algo físico y no le alcanza los silencios, sino que tiene que exponerlas en escenas gritonas que llevan a sus personajes hacia lo más bajo: en el fondo, el impacto de su cine no está muy lejos de un Lars Von Trier o Gaspar Noé, donde la sordidez es entendida como un valor positivo que enriquece las acciones. Y ese es el choque más rico y a la vez más contradictorio del cine de Dolan: si por un lado apuesta al pop como un gesto de humanidad y sus películas no eluden la amabilidad sumando un uso muy inteligente de la música, por el otro es como si inconscientemente entendiera que aquello es poco serio y con culpa recurriera a esos zamarreos donde todo estalla para instalarse como un autor importante. Lo suyo es el melodrama conceptualizado, y mal no le ha ido si vemos el camino que ha tomado su obra en los festivales más importantes del mundo. El problema es que muchas veces detrás de la cáscara del cine de Dolan, no hay nada. Y en Mommy se nota demasiado, especialmente a partir de dos de sus decisiones principales. Por un lado ese aspecto visual del film, esa pantalla cuadrada, es un recurso que metaforiza groseramente el conflicto interior del protagonista: ver si no cómo aquellos momentos donde se sugiere libertad, la pantalla se ensancha. Dolan utiliza un recurso formal con un nivel de obviedad alarmante y que, encima, tiene un problema mayor: al achatar la pantalla hacia los costados, al director no le queda otra cosa que centrar a sus personajes en el plano, inhabilitando cualquier otro tipo de información porque lo único que vemos, constantemente, son esos rostros y esos cuerpos. No hay más por contar o mostrar, la imagen es subsidiaria de la palabra y el psicodrama se vuelve abrumador en el mal sentido. Y por otra parte, aquel dato que le aporta el toque futurista, esa posibilidad de los padres en abandonar sus hijos a la suerte del Estado, no es más que un punto de arranque sensacionalista sin mayor implicancia en el relato o, sí, un elemento que está ahí para que el guión tenga un punto de escape a la repetición asfixiante de Dolan. No le vamos a pedir al director un drama social a lo Ken Loach, donde debata sobre el sistema de salud de su país, pero al menos le podemos exigir que si va a poner un punto de arranque tan inquietante, eso tenga algún tipo de injerencia en lo que va a contar. Caprichos y más caprichos de un director que, por el contrario, tiene la capacidad para generar momentos bellos, con un gesto postmoderno constante, como lo demuestra en Mommy cuando deja de lado la exageración y la pose repetitiva. En todo caso, el debate interior de Dolan es el de dejar de ser el niño terrible para convertirse en un autor de relevancia o ser el patético niño terrible eternamente.
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La perversión nuestra de cada día El joven director canadiense Xavier Dolan está haciendo bastante ruido en el círculo cinéfilo internacional, ámbito en el cual irrumpió en 2009, cuando apenas tenía 19 años, con su primer largometraje “Yo maté a mi madre”. Después filmó tres títulos más y ahora ha presentado con gran suceso su quinta película: “Mommy”. Otra vez se concentra en el tema de la relación madre-hijo y explora en la intimidad de personajes que viven al límite. “Mommy” describe el caso de un adolescente problemático, hijo de una madre viuda, que está institucionalizado. La historia se desarrolla en un Canadá ficticio, donde ha comenzado a regir una nueva ley (también imaginaria) que permite a los padres de chicos con problemas, internarlos en algún establecimiento sanitario y delegar su cuidado totalmente en el Estado. En esas instituciones, los tienen encerrados y sometidos a tratamientos diversos, bajo la exclusiva responsabilidad de las autoridades. Pero, a veces, estos adolescentes ni siquiera son admitidos en esos lugares. Die es una mujer cuarentona todavía muy atractiva. Tiene trabajo y es autosuficiente. Su hijo, Steve, un muchachito de quince años, está internado en un establecimiento especial porque ha sido diagnosticado con ADHD (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad). La película comienza cuando desde esa institución reclaman la presencia de la madre porque Steve ha provocado un incidente grave y han decidido que ya no pueden hacerse cargo de él. Los problemas empiezan desde los primeros minutos del filme. Die va manejando su auto camino del internado cuando sufre un accidente en una esquina que la deja de a pie y de muy mal humor. Cuando le comunican cuál es la situación con respecto a su hijo, su actitud es un tanto provocativa y no muy colaboradora. Ya se percibe que la mujer está bajo una fuerte presión y que sus respuestas no son las más adecuadas. Finalmente, decide llevarse a su hijo de vuelta a su casa, e intentar de nuevo funcionar juntos. Ella necesita tiempo para trabajar y el chico es un problema porque ha perdido la escolaridad y tiende a tener conflictos con la ley. El relato se concentra en la relación entre esta madre y su hijo, una relación cargada de violencia, aunque también de un afecto posesivo y absorbente, como si fueran dos almas huérfanas y perdidas en un mundo difícil y que en vez de ayudarse mutuamente, no hacen más que sabotearse y amenazarse uno a otro, al punto tal que los conflictos estallan a cada momento. Para complicar un poco más las cosas, Die pierde su empleo y tiene que rebuscárselas limpiando casas. Por suerte, una vecina, Kyla, que también atraviesa una situación de duelo, aporta alguna ayuda y pone, a su manera, un poco de equilibrio en la relación entre estos dos seres caóticos y disfuncionales. Pero la fuerza autodestructiva que parece poseerlos es demasiado poderosa y al final termina devorándoselos irremediablemente. La película de Dolan es sumamente inquietante. El guión respira al ritmo de los personajes, con sus ambivalencias y contradicciones, y siempre se percibe un clima enrarecido, enfermizo, que no consigue resolverse ni encontrar una salida satisfactoria. Dolan utiliza algunos recursos formales que intensifican la sensación de encierro, de opresión y por momentos, de psicosis, propia del mundo mental en el que están sumergidos los personajes. Pone el dedo en la llaga en la relación más significativa para todo ser humano y capaz de condicionar todo el resto, y de dejar al mundo exterior sin alternativas viables para una convivencia normal. La película es extremadamente incómoda desde el punto de vista de las sensaciones que transmite al espectador y hay que subrayar que los actores interpretan sus personajes trastornados con una profesionalidad extraordinaria. “Mommy” es uno de esos filmes que muestran lo que tal vez uno no tenga ganas de ver y nada que se parezca a un entretenimiento.
DEL ESTETICISMO A LO HUMANO Xavier Dolan es de aquellas personas que por su corta edad y abultada trayectoria nos hace preguntar en voz baja y con algo de vergüenza qué hemos hecho de nuestras vidas hasta el día de la fecha. Este joven canadiense, de apenas veintiséis años, tiene en su haber cinco largometrajes, tres de los cuales fueron producidos, guionados, dirigidos, actuados y hasta subtitulados por él. Suena agotador. Dolan es de aquellos que, tal vez producto de su narcisismo, no pueden delegar casi ninguna tarea y que terminan por convertirse en una entidad omnipotente en sus obras. Por lo tanto, hablar de una película de Dolan implica hablar de Dolan mismo. El “genio impertinente”, el “niño prodigio”, “el maldito” y “l’enfant terrible”, son algunos de los sobrenombres con los que se le ha bautizado a lo largo del mundo debido a la transgresión y a la heterodoxia mostrada en sus películas. Películas que pueden gustar o no, pero que nunca pasan desapercibidas. Mommy (2014), film que valió el premio del jurado de Cannes junto a “Adieu au langage” (Adiós al lenguaje) de Godard, es un esquizofrénico y explosivo melodrama que da un salto de calidad respecto a sus producciones anteriores. El primer signo de madurez se visualiza en que él no actúa en el film. Esta sensata decisión le permitió esquivar cierto acartonamiento temático en que recaen otras de sus películas, fundamentalmente porque cuando él actúa se interpreta a sí mismo. Por otro lado, este film no necesita apelar a su conocida parafernalia visual para ser impactante; logra el mismo efecto por medio de las excelentes actuaciones de sus tres protagonistas. La empatía que logran transmitir los personajes provoca que esta reseña sea más una suerte de biografía de sensaciones, que un escrito racional o técnico. La paradigmática Anne Dorval, referente e ícono de Dolan, interpreta a Diane o “Die” (en inglés: “muere”), una viuda que con la liviandad fonética propia del francés quebequiano y sus bruscas ironías (“Hay que organizar mejor las pajas e iremos por buen camino”), se hace querer desde la primera intervención. Antonie-Oliver Pilon interpreta a Steve, hijo de Die que sufre de TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) y de un recalcitrante complejo de Edipo que le lleva a tener una conflictiva relación con su madre. Suzanne Clement, fetiche de Dolan por excelencia, interpreta a Kyla, una vecina tartamuda que sufre de algún intrigante trastorno sólo visibilizado a medias y que propicia de sostén psicológico de los otros dos. La tríada sentimental, elemento recurrente en las películas de Dolan, entre Die, Steve y Kyla es lograda con precisión quirúrgica en Mommy. Los tres protagonistas, cada uno dueño de su propia cruzada psicológica, encuentran liberación y plenitud en este vínculo. Los personajes construyen entre sí una relación tan sensata y poco convencional que durante varios tramos es difícil de asimilar. Pasados algunos minutos de la película, comprendemos que como interlocutores no seremos entidades pasivas que absorberán los estímulos del film y ya; éste nos empujará de una sensación radical a otra; nos hará pasar de una apopléjica melancolía a la excitación o el terror en muy corto tiempo, incluso en una misma escena. Es que no se puede confiar en la estabilidad emocional de ninguno de los protagonistas y esto nos llevará a estar constantemente alertas y expectantes. Los tres personajes están hechos de dinamita y sus diálogos materializan un sincericidio tras otro. Cualquier escena puede ser víctima de un vuelco inesperado producto de las convulsas personalidades que están en juego. Y este es a mí entender uno de los puntos fuertes de la película; lo imprevisible, la no certeza. Los films de Dolan se caracterizan por tener una fotografía potente que hace uso de una amplia gama de colores que se combinan entre sí de forma ecléctica. Tanto los vestuarios como la escenografía contienen una fuerte carga estetizante, que conjuga lo barroco y surrealista con planos simétricos y pictóricos, obteniendo como resultado un lenguaje algo complejo y cargado. Sorpresivamente en Mommy estos recursos son dejados de lado para mostrar una estética mucho menos pretenciosa, aunque igual de impactante, que se deja guiar exclusivamente por los personajes. Lo vintage, lo pop, lo excéntrico dan lugar a una fotografía menos contracturada, situada en los suburbios de Quebec, con casas modestas y un vestuario que, a diferencia de sus producciones anteriores, no disimulan cierto descuido y mal gusto. Carece de la ornamentación y el refinamiento técnico de las producciones previas: se dejan en segundo plano las minuciosas cámaras lentas y los impasses plásticos; el lenguaje visual se vuelve más terrenal y directo. Con impacientes movimientos, la cámara sigue el vaivén corporal de los protagonistas generando que el foco de atención recaiga exclusivamente sobre éstos. Este retroceso del plano estético, sumado al particular encuadre 1:1, provoca que la riqueza del film repose exclusivamente en lo humano. Este efecto visual, que se radicaliza sobre las pantallas horizontales en las que acostumbramos consumir cine, es tan chocante como oportuno. No es una decisión arbitraria; la sensación de agobio y aprisionamiento que causa el encuadre se desarrolla en perfecta sintonía con los sentimientos que experimentan los protagonistas. Tensión, angustia y euforia son algunos de los sentimientos que se suceden a ritmo histérico y que se intensifican con ese recorte visual. Cuando el plano se abre al familiar 16:9, sentimos, junto con los protagonistas, cierta liberación y liviandad que no habíamos experimentado en los primeros setenta minutos de la película. Cuando éste vuelve a cerrarse, el aire de plenitud se desvanece tanto para nosotros como para los protagonistas, y la claustrofobia nos envuelve nuevamente. Si hay un elemento en las películas de Dolan que jamás pasa desapercibido es la música. Ésta se caracteriza fundamentalmente por su eclecticismo; Dolan puede pasar del pop más comercial, al indie alternativo o a una pieza clásica en un mismo film. El espectro musical puede recorrer sin prejuicios producciones lejanas en tiempo y espacio: Isabelle Pierre, The knife, Vivaldi, Lana del Rey, Depeche Mode, Celine Dion, son alguno de los artistas seleccionados. Esta confluencia, nada ortodoxa, es fundamental para crear un vínculo emocional con cada una de sus películas, y sobre todo con una película que refleja sentimientos que se suceden de forma tan caótica. En Mommy, esta heterodoxia musical también es manifiesto. Es muy común escuchar dos o más temas musicales superpuestos en una misma escena. La música que se proyecta en off, transita sin silenciar la música que emana de la radio de algún auto o de los altavoces de un bar. Llamativamente esto no representa un problema, en cambio, resulta determinante para definir cada contexto. A su vez, puede suceder que los cambios de tomas estén acompañados de cambios tajantes en la musicalización, permitiendo que la música marque el ritmo del film y se transforme en su lenguaje mismo. La eficacia musical, la osadía del film, se hace evidente cuando escuchamos “Wonderwall” de Oasis y no la sentimos ajena a la película. La canción deja de ser el hit de los 90, trillado y comercial que tantas veces escuchamos; se resemantiza. Crea un sentido de pertenencia tan fuerte con la película que difícilmente podamos escucharla nuevamente y no pensar en Steve sobre su longboard. El particular anclaje que tiene la música en las escenas genera un híbrido extraño. Por ejemplo, no acostumbramos a que un film nos exhiba un accidente automovilístico con una canción de Sarah Mclachlan de fondo. “Buildig Mystery”, una balada nauseabunda y soft, llega a su climax cuando se enfoca a nuestra protagonista ensangrentada y en estado de shock. Esta habilidad para trastocar los equilibrios del sentido común es lo que hace meritoria la película. Diría que la sutileza con la que elude los convencionalismos cinematográficos es la piedra angular de Mommy. Diálogos, sonidos, música y fotografía transitan muchas veces desfasados entre sí, en una suerte de dislexia cinematográfica y, sin embargo, muestran una coherencia, un continumm que transita subterráneo en ese mosaico de particularidades; es la subjetividad propia del espectador. En definitiva, lo que importa no es qué se muestra (películas que traten la temática de Mommy hay varias) sino cómo se lo muestra y la empatía que se logre generar con el espectador. Creo que con esta película Dolan hace justicia a lo que se supone que el cine debe ser: una literatura contemporánea, que se escribe y se lee con imágenes; una experiencia gráfica que difícilmente pueda contarse, sino que debe vivirse. ”El maldito”, siempre definido a partir de otros directores (Truffaut, Godard, Almodóvar), tal vez por la reticencia que genera consagrar a una persona en su temprana edad, moldea con esta película una impronta propia, caracterizada no a partir de apreciaciones exógenas sino endógenas: el estilo Dolan.
Dolan es un director que abraza toda posibilidad de exploración cinematográfica. Su pulso transpira cine y su sensibilidad encuadra con belleza y pasión las emociones. En un ambiente enrarecido, disfuncional y pseudo incestuoso “Mommy” pone al frente la pesadilla de cualquier padre: no poder contener a un hijo fuera de control. Todo esto enmarcado por un soundtrack que rescata algunas gemas noventeras y que convierte canciones sobrerreproducidas como “Wonderwall” en un nuevo paradigma visual. Ahora al escuchar alguna de estas canciones no podremos separarlas de las imágenes de un carrito de supermercado y un longboard. “Mommy” es el cuadrado triple retrato de vidas al margen de la sociedad en un suburbio canadiense de clase media contado sin filtro por un artista en total control de su voz …y con apenas 26 años.
Lo que más llama la atención de esta película es el director, de tan solo 26 años. Todas sus películas han sido intensas, mostrando una mente adulta e inteligente. Mummy tiene momentos exagerados y sobreactuaciones, pero de esta manera nos muestran el extremo, hasta dónde se puede llegar. Todos los protagonistas están sobrecargados de problemas, todo el tiempo, sin respiro. Verborragia y gritos constantes hay en el film que desde el principio sabemos cómo va a terminar, pero el camino hacia eso es muy intenso, dramático y hasta disfrutable. Y para el final, uno recordará a Jack Nicholson en “Alguien voló sobre el nido del cuco“.
La película situada en una Canadá ficticia nos cuenta que se aprobó una ley que permita a los padres que sean incapaces de controlar a sus hijos, sea cuál sea el problema pueden entregarlos a un centro médico en el cual trataran de encaminarlo o dejarlo encerrado para siempre. Diane “Die” Depres (Anne Dorval) es una madre viuda e inmadura que decide no darse por vencida con su hijo adolescente Steve (Antoine-Olivier Pilon) que tiene bastantes problemas y puede llegar a ser muy violento. Con la ayuda de Kyla (Suzanne Clément), una mujer callada, que necesita volver a encontrarse, logran “controlar” a Steve y crean una “”pequeña familia”” muy rara. Mommy, la ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 2014 está escrita y dirigida por Xavier Dolan (Yo maté a mi madre), es estéticamente hermosa, sin dudas está muy bien filmada, en un formato cuadrado bastante inusual en la pantalla, que muestra que para él lo técnico es lo más importante, mostrándote, lo que él quiere de la manera que él lo desea, con planos bien seleccionados, resaltando detalles y sentimientos que desea poner en la pantalla. También se puede hablar de la música, perfectamente seleccionada, que encaja con cada escena, con cada capa de la personalidad de sus personajes y con cada momento de la película haciendo este film técnicamente perfecto. Pero aparte de director Xavier Dolan también es guionista y estando tan centrado en lo técnico por ahí descuida un poco la narrativa, la manera de contar la historia, que por momentos se hace pesada ya que tiene que soportar unos excesivos 139 minutos. Pero a pesar de la duración, Dolan, el joven nacido en 1989, sigue haciendo de las suyas, con una película llena de drama, que habla de la unión que hay entre un hijo y su madre, de llevar el amor que hay por parte del hijo a extremos impensables, de destruir constantemente a su madre, tirándola más y más abajo para ver cuán lejos llega su amor y de una tercera que aparece, con problemas con su familia, que no puede transmitir porque le cuesta hablar, pero con los dos extraños logra volver a sentirse útil y viva. Con grandes actuaciones por parte de los tres, porque tienen papeles muy difíciles que hace que tengan que cambiar emocionalmente durante todo el film muchas veces.
Vivo per lei El joven Xavier Dolan vuelve a demostrar su talento al frente de Mommy. La quinta cinta en la filmografía del canadiense, quien siempre está al mando del guión y la dirección de sus obras, deslumbra principalmente cuando la música se combina con la fuerza emotiva de algunas de sus escenas. Mommy inicia con una placa que sirve como breve explicación de lo que ocurre en una Canadá ficticia, caracterizada en cuanto a elemento de diferenciación primordial por la aprobación de una ley que permite que los padres incapaces de controlar a sus problemáticos hijos puedan internarlos en un centro especial. Diane “Die” Despres es una madre viuda que decide educar por su cuenta a Steve, un adolescente que padece ADHD, tornándose sumamente difícil de manejar por lo desatado y violento que puede mostrarse. Kyla, vecina de Diane, interviene para ayudarla. El “enfant terrible” llama la atención no solo en lo que concierne a su modo de filmar, sino también en lo que respecta a la dirección de actores (el trío principal redondea una performance excelente). El realizador de Les amours imaginaires opta por un formato cuadrado bastante peculiar de modo que el espectador no se distraiga con elementos externos que ocupen lugar en los escenarios. Es así como Dolan, a través de este formato, prácticamente nos obliga a enfocarnos de lleno en los protagonistas y en sus expresiones. A veces genial y a veces algo pretencioso, el canadiense nos regala un par de secuencias emotivas y brillantemente combinadas con un soundtrack que acompaña, contagia y a la vez eleva el grado de enlace del observador con el film (mención especial al pasaje en el que suena Wonderwall de Oasis). El nacido en Montreal sabe cómo saltar de un estado a otro y conseguir que el público experimente una variedad de sensaciones entremezcladas y cambiantes, pero también suele pecar cuando da la sensación de que se enamora de sus productos, excediéndose o extendiendo peligrosamente los momentos en lugar de cortarlos a tiempo. Mommy contiene referencias y detalles variados. Algunos de ellos resultan más detectables que otros (como sucede con el tema Vivo per lei en la secuencia del karaoke). Es factible que a la película le sobren algunos minutos y unas pizcas de histeria (de a ratos puede llegar a irritar), no obstante, se percibe sumamente intensa, opresiva y distinta, prestándose a debate y saliendo airosa al ser poseedora de mayor cantidad de elementos positivos que negativos. LO MEJOR: las interpretaciones del trío protagónico. Con importantes niveles de intensidad. Polémica, ideal para debatir. LO PEOR: da la sensación de que le sobra metraje. PUNTAJE: 7
Con tal solo 26 años, Xavier Dolan ya lleva 5 largometrajes a sus espaldas. Su prolífica carrera no ha sido a costa de sacrificar calidad, ya que ha ido demostrando desde su primer film J’ai tué ma mère (o Yo maté a mi madre) un crecimiento en las miradas de realidad que plasma en la pantalla. Mommy, su última película, es como su nombre lo indica, una narración particular de una Canadá francófona más burguesa, sobre la relación entre Diane (Anne Dorval), una viuda con un trabajo mal remunerado, y su hijo adolescente Steve (un gran Antoine Oliver Pilon) que padece de ADHD (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad) lo que se traduce en un conflicto permanente en el entorno familiar. Lo que promete desencadenar en cualquier momento en una gran crisis, se ve alterado con la presencia en sus vidas y de manera absolutamente involuntaria, por su vecina Kyle (Suzanne Clement) la que arrastra un pasado del cual nunca sabemos el fondo, pero sí que le produjo una profunda timidez y una alteración emocional contenida. Desde una imagen en forma de cuadro (1:1) a una música pop noventera repleta de hits, este film va desgranando los problemas particulares de cada uno de estos 3 complejos personajes, donde cada uno cumple un rol, y que se juntan como una Jenga sentimental, donde la fuerte personalidad de Steve, es el hilo sobre el cual las dos mujeres descargan sus frustraciones y problemas. Con Mommy, Dolan asume un desafío argumental potente y directo, que no da respiro en la forma como estos tres personajes se mueven delante de nuestros ojos, llenos de una dicotomía existencial llena de vida, ansiedad y frustración, que deja dando bote en cada instante, la ebullición de un climax que sabemos va a llegar, aunque no bien cuando. Durante el año pasado, Dolan ganó por este trabajo, el Premio del Jurado en Cannes, transformándose en un verdadero niño mimado del festival de cine francés, ya que con solo 19 años pudo ingresar en la Quincena de Realizadores con la citada Yo maté a mi madre. Esperemos que con sus próximos trabajos Xavier Dolan, se consagre como el gran director que es, dando paso a historias distintas en su particular lenguaje: el de hablarte de frente, sin miedo a ocultar las miserias y bondades del amor.
Acaba de editarse el último trabajo hasta la fecha del nuevo enfant terrible del cine, de quien podría decirse que es dueño de una filmografía que sigue marcando la cancha posmoderna del cine del siglo XXI. El canadiense Xavier Dolan, de 26 años, ya lleva cinco largometrajes como director y va por el sexto en filmación, sobre la ola de una obra recorrida por un hilo conceptual: el de la familia como purgatorio, cuando no como infierno en la tierra. Mommy habla de madres e hijos, pero con una vuelta de tuerca en relación a su gran ópera prima Yo maté a mi madre. Aquí, el hijo-víctima de aquella da vuelta los papeles y parece encarnar la venganza del párvulo ante el desmadre, el grito de guerra anárquico y terminal. Y lo hace fuerte, rompiendo vidrios, esquemas y lazos, hasta el punto de poner en evidencia aquello de que con amar no alcanza, o que, al fin de cuentas, lo que hay que hacer es saber amar. La madre que compone la actriz fetiche de Dolan, la enorme Anne Dorval, es la contracara de la que jugó en Yo maté... Es fácil entrar en calor con su sexualidad explícita, quererla por su bruta inocencia, odiarla, despreciarla y tenerle profunda pena por el desmanejo de todo lo que la rodea. Y todo eso, a lo largo de dos horas en las que su hijo la sacude hasta la exasperación.