El thriller revisitado con maestría con una visión local que supera estereotipos y lugares comunes. Recientemente laureada en el Festival Internacional de Cine de las Alturas, esta historia de pobres contra pobres, y de glorias de tiempos pasados, en medio de una dolorosa narración que evidencia el mercantilismo de los cuerpos y la corrupción reinante en la región.
El ocaso de un ídolo: Un hombre recuerda con los ojos cerrados sus años de gloria, parado en una cancha de fútbol en lo alto de la ciudad de La Paz a plena luz de día. Se trata de Jorge “Muralla” Rivera (Fernando Arze Echalar), un arquero de fútbol devenido en ídolo popular a partir de una memorable atajada en un partido clave del club San José en el año 1995, a lo cual hace referencia su apodo. Hoy su estado desaliñado y su barba descuidada hablan de su presente de decadencia, tanto económica (es chofer de un minibus) como familiar (se ha separado de su pareja y su hijo se encuentra internado a la espera de un trasplante) y personal (se lo ve sumido en el alcohol). Este es el cuadro de situación que plantea el comienzo de Muralla (2018) del realizador boliviano Gory Patiño, seleccionada como la representante de dicho país para los próximos premios Oscar y recientemente ganadora del premio a Mejor Fotografía en el Festival Internacional de Cine de las Alturas. La película es un desprendimiento de una serie del mismo director que se estrenaría el año próximo y cuya titulo es La entrega. Desde el punto de vista del género se trata de un drama familiar hibridado con elementos del cine negro que está acertadamente trabajado mediante el recurso al clima de suspenso. El empeoramiento de la salud de su hijo es el factor que mete presión para que Muralla consiga de prisa el dinero para la operación. Y es la pasión ciega por salvar a su hijo lo que lo sume ahora en la decadencia moral al involucrarse, a partir de las facilidades que le brinda su trabajo como chofer, como intermediario que secuestra jóvenes para una red de trata y tráfico de drogas. Aquí el trabajo con la luz y los descensos desde lo alto en medio de las callejuelas de La Paz se vuelven cruciales para marcar el descenso del protagonista al infierno. Sus esfuerzos serán en vano, ya que el hijo muere y, peor aún, su falta moral no permite que el espíritu del niño pueda descansar en paz. El hijo, en una suerte de limbo, retorna en la vida de Jorge mediante visiones, acompañado de un linyera que carga el peso del pecado del padre. A partir de aquí asistimos entonces al derrotero de Muralla para lograr la expiación de su culpa moral, encontrando a la joven que entregó a la red de trata y devolviéndola a su familia. Se convierte así en una suerte de investigador que intenta dar con la organización y liberar a la joven; pero los métodos a los que recurre para lograr su intento de redención, paradógicamente, lo sumergen más y más en la oscuridad. Muralla encarna en su periplo a la figura del héroe trágico que avanza en soledad movido por su sufrimiento en su camino de redención. En su recorrido encuentra como aliados a la enfermera Marcela (Andrea Ibañez) y a Cacho (Cristian Mercado), un contrabandista que intenta ayudarlo en su desgracia conectándolo con la organización criminal para luego traicionarlo. En la ultima parte del film se acentúa la simbología que le da al protagonista características crísticas (linchamiento popular, entrega pasiva al sufrimiento, ahorcamiento). El ascenso heroico de la fama de antaño encuentra su reverso en la estrepitosa y dolorosa caída de hoy, de la cual no hay salvación posible. El protagonista deviene un paria incomprendido en medio de un mundo que le es hostil y en el cual no puede volver a reinscribirse con dignidad. La mirada que Patiño nos entrega de la urbe latinoamericana sumida en la decadencia moral y económica es desoladora y cruel. Ahí no hay lugar para la compasión ni la justicia, herramientas humanas y simbólicas que han sido arrasadas por el avance del capitalismo salvaje que acrecienta la brecha entre ricos y pobres y que ha convertido a los cuerpos en mercancía. La labor del elenco es prolija y se enmarca en una cuidada fotografía, con una atención particular por el tiempo (acelerando la imagen en los pasajes más vertiginosos y enlenteciéndolos en aquellos de corte más sobrenatural) y un adecuado uso de la sordidez de las locaciones. Muralla es una película que funciona al amalgamar la línea dramática con el ritmo del thriller y del cine criminal, sin descuidar la reflexión sobre un estado de degradación simbólica en la época contemporánea, cuando la sociedad se aleja de los valores de su idiosincrasia cultural.
Sin redención Elegida por su país para representar a Bolivia en la próxima entrega de los premios Oscar (Argentina apuesta a La odisea de los giles todas sus fichas) estamos en presencia de un thriller, cuyo embrión es una serie a realizarse, La entrega, que debería contar con unos diez capítulos. Sin entrar en especulaciones sobre los Oscars y la elección de este film, dirigido por Rodrigo “Gory” Patiño, que cuenta entre su elenco con el argentino Pablo Echarri, podemos decir que Muralla es un crudo thriller que toma como punto de partida la desesperación de aquellos que necesitan sobrevivir cuando las condiciones socioeconómicas dictan esa angustiante brecha entre los que tienen mucho y aquellos que no tienen nada. Allí, el protagonista de este relato, en la piel de Fernando Arze Echalar (también guionista) en primer lugar tiene todos los atributos del antihéroe de manual: pasado de gloria como arquero de fútbol del equipo San José, un arrastre de una lesión que lo sumió en el alcoholismo, separado, y con un hijo pequeño enfermo que requiere de inmediato un trasplante para el cual se necesita mucho dinero. En ese contexto y con una Bolivia urbana, actual y real, filmada con la urgencia de las situaciones límites, la vara de la moral o la ética entra a exhibir su ambigüedad frente a la necesidad de los hombres de carne y hueso. Caldo de cultivo para un muestrario de miserias humanas que forman parte de un enorme mecanismo perverso que se vale del negocio de la trata como del tráfico humano en una aceitadísima matriz que no conoce límites, aunque sí los rostros del poder, sus instituciones cómplices y un tendal de rostros y cuerpos que se consideran “bultos” y que el protagonista transporta en su minibús. Ese calvario que acumula culpa lo vuelve absolutamente dependiente de cada billete y para ello no hay un cupo entre el fin y el medio porque en todo se justifica la cura milagrosa de su hijo, en la aparición de un órgano que le salve finalmente la vida pero también que lo redima a su padre de tanta ausencia en años de fracaso y ocaso. Si bien estamos frente a un relato con una premisa sencilla, que aborda el tema de la trata sin pelos en la lengua, sin apuntar hacia algún lugar específico del estado ausente, la tensión del film la constituye el derrotero de este antihéroe apodado “Muralla” por su pasado futbolístico, para quien la redención parece no existir. La elección del elenco que suma a Pablo Echarri para otorgarle la piel del villano más despreciable, una caricatura de lacra que no puede ocultar el acento argento, es acertada desde el punto de vista dramático, aunque resulta forzada la resolución que por motivos obvios no se revelarán en este texto.
Jorge “Muralla” Rivera supo ver tiempos mejores. Pero su pasado como ídolo futbolístico quedó atrás y ahora vive como puede, de una manera muy humilde, con un hijo internado esperando un transplante y sumiéndose en el alcohol para calmar las penas. Frente a la desesperación de conseguir dinero, recurrirá al secuestro de jóvenes, un acto que resulta simple por su trabajo de chofer de un minibus. Sin embargo, luego de la muerte de su pequeño tomará conciencia de sus actos e intentará redimirse. “Muralla”, la película que representará a Bolivia para los Oscars, nos ofrece un thriller con tintes de drama familiar que atrapará al espectador desde un inicio por la profundidad de su temática y el clima de suspenso intenso que genera. Es una radiografía sobre la sociedad, la decadencia humana, los límites que estamos dispuestos a cruzar, las decisiones moralmente cuestionables, la redención y la corrupción. Estos temas están abordados de una manera profunda, realista y pesimista, provocando sensaciones de angustia en el espectador. Además, se ven plasmados en la construcción del personaje, que poco a poco se va sumergiendo en el infierno. Fernando Arze Echelar realiza una gran labor a la hora de interpretar al protagonista, poniéndose la película al hombro, a pesar de estar bien acompañado por el resto del elenco, entre ellos con una participación de Pablo Echarri como uno de los antagonistas. El actor principal construye un personaje marginal, que por más que tenga buenas intenciones, su desesperación lo lleva a irse degradando de a poco. No solo lo logra transmitir con sus acciones y actitudes, sino también con sus gestos. La película se arriesga en sus aspectos técnicos, por momentos con abusos de ciertos recursos, pero usa posiciones de cámara interesantes que suman a la historia, como también presenta una atinada fotografía a cargo de Gustavo Soto que marcará la decadencia del protagonista. La banda sonora acompaña de una manera óptima, sobre todo para marcar y acrecentar los momentos dramáticos. En síntesis, “Muralla” es una película poderosa, que se sumerge en un submundo marginal para realizar una radiografía social sobre la decadencia moral y humana. Muy bien interpretada por su protagonista y con buenos recursos técnicos, la cinta atrapará al espectador de principio a fin.
Camino a la paz El último éxito del cine boliviano llega a las salas argentinas con una historia que atraviesa una problemática social que acontece a todo Latinoamérica: el tráfico de personas. A partir de una investigación realizada para una obra de teatro que reveló alarmantes cifras de gente desaparecida, se inspiró la historia de Jorge Muralla Rivera (Fernando Arze Echalar), un ex arquero que se encuentra manejando una combi colectivo por las afueras de La Paz, mientras trata de juntar dinero para financiar una operación a su hijo enfermo. Un buen día se le presenta una oportunidad, una niña queda varada en su camioneta y la “vende” a una red de trata. Acongojado por su accionar decide recuperar a la chica para limpiar su conciencia. Muralla (2018) es una película de redención personal que sobre el final adquiere la forma de un policial de venganza. Desde ese lugar utiliza lugares comunes para tejer la trama y tópicos entre los personajes buenos (la enfermera) y villanos (el doctor que interpreta Pablo Echarri). Sin embargo el film que se suma a una larga lista de relatos sobre la trata de personas tiene algo distinto y novedoso: no narra la situación ni desde la víctima ni desde el victimario sino desde el “entregador”, construyendo un punto de vista diferente. Gory Patiño describe a una contrastada Bolivia desde los márgenes. Las afueras de la gran ciudad donde deambula el protagonista con su camioneta muestra las majestuosas vistas desde la altura y, al mismo tiempo, las decadentes calles y personas que la abrazan a su alrededor. Una visión agridulce en la que conviven belleza y terror a cotidiano. La primera mitad del film desarrolla la descripción de las problemáticas económicas y sociales de los suburbios con cierto tinte realista. La segunda parte el relato se sumerge en la trama de venganza desde el género, con una historia que avanza con ciertos arquetipos aunque también pierde verosimilitud. En esos momentos resulta fundamental el trabajo de los actores. Fernando Arze Echalar (que también participa del guion) quien se carga la película al hombro con el arco dramático que elabora para su personaje. Por su parte Pablo Echarri le agrega matices a su personaje destinado a ser esquemático como el resto del elenco, haciéndolo resaltar gracias a su composición. Muralla tiene la doble tarea de entretener con un relato de género que a su vez denuncia una red de complicidades civiles e institucionales con respeto al tráfico de personas. El resultado es una película potente desde su narración y contundente desde la problemática que expone.
Coco “Muralla” Rivera fue un gran arquero de fútbol durante la década del 90. Hoy es un chofer de minibús en La Paz, Bolivia. Desesperado, vende a una niña a una red de trata para pagar la operación de su hijo enfermo. El niño muere y su fantasma atormenta al Muralla quien en busca de redención decide recuperar a la niña, aunque esto implique su propia condena. La premisa podría haberse convertido en una historia atrapante, un camino derrotero parecido al de los personajes de los Hermanos Dardenne, o incluso un thriller de Hollywood. Pero perdido en dos o tres trucos de cámara poco felices y un estilo más bien pueril para contar el drama del protagonista, la película se va hundiendo minuto a minuto. Cuando va una hora aparece, para peor, el actor Pablo Echarri, invitado en esta película boliviana en la que su actuación catastrófica y fuera de tono lo convierte en lo peor que tiene la película. Una pena, porque un film mediocre termina aplastado por ese golpe de gracia extra.
Dirigida por Gory Patiño, un joven director boliviano, que antes realizó una miniserie sobre el tráfico humano y aquí resume el tema de la trata, en el submundo de la Paz. La historia de un ex arquero que supo ser famoso, pero que ahora tiene una vida marginal, maneja una combi donde traslada pasajeros, pero desesperado por la salud de su hija se hunde en el submundo que hasta entonces ha evitado, la droga, el secuestro, el robo de órganos. Premiada en el Festival de Las Alturas, también representara a Bolivia en el camino al Oscar. El director que colaboró en el guión de Fernando Arze y Camila Urioste, muestra lo que generalmente no queremos ver. Lo que se mueve en las sombras y casi pertenece al mito de la leyenda urbana. La violencia, la indiferencia hacia el dolor, la naturalización del secuestro, y fundamentalmente la degradación de un hombre que lucha entre la solución del problema de su hijo, y los mandatos de la mafia. Es también una lucha de pobres contra pobres, enfrentados sin lucidez posible. Pablo Echarri compone a un doctor que ha pasado todos los límites y se mueve con comodidad en los peores escenarios, con una gran composición de cinismo a flor de piel.
Coco "Muralla" Rivera fue un gran arquero de fútbol en los 80. Ahora se convirtió en un hombre solitario y alcohólico que se desempeña como chofer. Cuando le informan que su hijo deberá ser sometido a un trasplante, acudirá a sus amigos para que lo ayuden en este trance. Pero lo que él ignora es que estos pertenecen a una organización que secuestra a mujeres jóvenes, en la que terminará involucrado, hundiéndose en una espiral de malas decisiones. El director Gory Patiño logró en esta producción boliviana insertarse en la trayectoria de su protagonista (buen trabajo de Juan Carlos Aduvini) y logra así un film en el que suspenso y violencia se unen para retratar a su agónico protagonista.
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Una noche que cambia todo Desesperado por la delicada salud de su hijo que necesita un trasplante con urgencia, el ex jugador de fútbol Coco “Muralla” Rivera se gana la vida transportando gente en su vehículo. Casi nunca lo reconocen como el arquero estrella que supo ser antes de caer en el olvido. Tiene un plan para salvar la vida de su hijo con un médico que por el precio justo puede hacer realidad el transplante de inmediato, pero es un dinero que está muy lejos de sus posibilidades. Al menos de forma legal, porque hace tiempo que un conocido con vínculos con el submundo criminal le hizo una oferta de trabajo. Lo que debe hacer espanta tanto a Muralla, que solo cuando el niño está al borde de la muerte en terapia intensiva se atreve a considerar aceptarla; en una sola noche consigue el dinero que necesita para sobornar al médico del trasplante, sabiendo que las consecuencias de su decisión lo van a perseguir por el resto de su vida, pero sin sospechar que tendrá que enfrentarse con ellas casi de inmediato. Chofer en llamas Todo esto que la mayoría se tomaría media película en mostrar, Muralla lo hace apenas en unos minutos; un arco que podría llenar por completo a una producción más chata, acá alcanza apenas para presentar a los personajes y su conflicto con agilidad y contundencia, porque lo que más le importa narrar al director Gory Patiño son las consecuencias de este acto criminal que se ve forzado a cometer un padre para salvar a su hijo. Quien persigue a Muralla no es la policía, que no da señales de vincularlo con el crimen o siquiera de estar haciendo algo. Es su propia culpa y los fantasmas derivados de su crimen los que lo obligan a hacer algo para intentar limpiar su conciencia, que no descansa tranquila con la justificación de que lo hizo guiado por la desesperación de estar viendo morir a su hijo. Lamentablemente, buena parte de esa potencia inicial que presenta a la historia con un ritmo y una belleza visual increíbles, se desarma durante el desarrollo posterior empezando a arrastrarse mientras el protagonista intenta rastrear a los criminales con los que hizo negocio. En ese proceso, el día pierde el encanto que tuvo la noche en la fotografía de la película, y cuantos más personajes aparecen menos le suman a lo que su protagonista en soledad tan bien hace en un principio. Vuelve a mejorar para el desenlace, atreviéndose a tomar un par de decisiones arriesgadas pero efectivas que la despegan de lo que en otras manos podría resultar una historia clásica de crimen y venganza, para terminar siendo algo mucho más personal y profundo.
Muralla: De ídolo a expiar su propia culpa. El drama familiar se mezcla con el thriller en una película que es un “spin-off” de una serie que aún no se estrenó. Un ex arquero que, desesperado por una situación familiar, se inmiscuye en un caso de trata de personas. Luego de una larga carrera por festivales como: Festival de Cine de Guadalajara, en el que fue nominada Mejor Película, Festival Internacional de Cine de Las Alturas y Sydney Film Festival entre otros, llega a los cines argentinos el film dirigido por Gory Patiño, que representará a Bolivia en los premios de la academia del próximo año. Coco “Muralla” Rivera (Fernando Arze Echalar) fue un gran arquero de fútbol del Club San José, en los 90s. Hoy es alcohólico, chofer de minibús, separado de su mujer y con un hijo que espera un trasplante. Para pagar la operación, se involucra en una red de trata de personas, razón por la cual vende una niña, marcando su decadencia moral. El niño muere y Muralla busca redención intentando recuperar a la niña para devolverla a su familia. Aunque este proceso lo termine de hundir en la oscuridad, moviéndose por las calles como un paria sumido en su terrible sufrimiento. La película, como se mencionó, es un “spin-off” de la serie La entrega, del mismo director que se estrenaría en 2020. En cuanto al reparto, además de Fernando Arze Echalar como el “Muralla”, aparecen Cristian Mercado, Juan Carlos Aduviri, Luis Aduviri, Erika Andia, Freddy Chipana y Andrea Ibañez. Además, la película cuenta con la participación del argentino Pablo Echarri. Muralla (2018) es una película oscura, desde su personaje, las noches, la problemática social de la trata, la muerte de un niño. Se hace evidente la necesidad de mostrar, desde todos los ángulos posibles, este mecanismo criminal de la trata de personas. En este caso se ve desde la óptica de los criminales y esto, quizás, quita un poco las ganas de ver la película ya que parece naturalizar la situación, en vez de denunciarlo, lo que resulta sumamente incómodo. Funciona, a partir de la excelente fotografía, las actuaciones acordes y la mixtura entre los géneros drama y thriller, prestando atención a la humillación del ser humano hasta llegar al infierno mismo, social, económica y moralmente.
Muestra a un hombre que lo ha perdido, todo hasta su identidad, hundido en el alcohol, en su propio infierno y la pobreza no solo en lo económico sino también en lo espiritual. En una trama de denuncias (el tráfico de personas y las drogas), contiene suspenso, violencia, corrupción, angustia, la muestra de un mundo marginal, con mucho realismo y que puede ocurrir en cualquier lugar. Un gran trabajo de su protagonista Fernando Arze Echalar, quien también participó en el guión y estuvo acompañado por el actor argentino Pablo Echarri, un villano. La fotografía de Gustavo Soto, la cámara y la banda sonora acompañan los momentos más dramáticos. Esta película fue enviada por Bolivia para ser seleccionada en la categoría “Mejor película de habla no inglesa” de cara a la entrega de los premios Oscar.
EL PENAL Y LAS PENAS Coco Rivera ganó su apodo de “Muralla” cuando era arquero profesional de fútbol y allá por los 90’s tuvo un momento de gloria cuando atajó un penal que, dos décadas después, los hinchas de San José de Oruro todavía recuerdan. Glorias pasadas que parecen pesar sobre el protagonista, devenido en chofer de un minibús y vinculado con el mundo criminal: en su vehículo son trasladadas personas que terminarán involucradas contra su voluntad en el tráfico de drogas o en la trata de mujeres. Muralla, la película de Gory Patiño, toca estos temas lateralmente porque en verdad lo suyo es el thriller, el drama policial con elementos morales: Rivera está juntando dinero para la operación de su hijo enfermo, y por eso no parece tener reparos cuando termina entregando una niña de 13 años. El destino (y la culpa) lo obligarán a desandar sus propios pasos y meterse hasta el fondo del asunto. Como en la paraguaya 7 cajas, en la peruana Magallanes o en este film boliviano, el thriller presta un envase que sirve para que filmografías periféricas y no del todo difundidas encuentren otros mercados y hasta el interés de un público alejado del ámbito festivalero o del cine de autor. Y como en aquellas, Patiño intenta imbricar lo político, lo social, con las reglas del policial: el registro de la ciudad es nocturno, sórdido, alejándose de lo turístico y adentrándose en los márgenes de una sociedad que parece consumida por la pobreza y la necesidad de dinero rápido. Si durante una hora la película funciona centrándose en la intimidad de su protagonista (un ajustadísimo Fernando Arze Echalar), en los dilemas morales que lo van aquejando, la aparición de elementos más vinculados con el cine de género (el villano interpretado por Pablo Echarri) hacen un poco de ruido en el contexto. Muralla apela estéticamente a una luz verdosa y amarronada, a tonos ocres que expongan la tristeza general y, muy especialmente, una miseria exportable. También tiene otros recursos visuales, como una cámara que se coloca en algunos ángulos improbables, que recuerdan más a las series de televisión y específicamente a Breaking bad. De hecho el quiebre ético del protagonista sigue algunos caminos del antihéroe trazado por Vince Gilligan en aquella exitosa producción. Más allá de los reparos apuntados, Muralla se ve con interés y funciona dentro de sus propias reglas: hay elementos sobrenaturales que se incorporan con fluidez y un drama moral que le otorga dimensiones a su personaje. Dimensiones que se extrañan en otros pasajes, como en el final, que resulta abrupto y extemporáneo, precipitándose más como una necesaria comprobación de tesis general que como una progresión coherente de la lógica del relato. El mundo está podrido y no hay salvación alguna.
Tremenda película que va al centro de una temática descarnada y actual, el tráfico de personas. El mérito de esta superproducción boliviana está en la dirección de arte, en la conmovedora actuación de su protagonista, Fernando Arze, que coescribió el guión con Gory Patiño (director) y en el coraje de contar las cosas como son. Con rasgos del Soderbergh de "Traffic" sin tanto presupuesto, o del más cercano "El Bonaerense" de Trapero, nos iremos adentrando en el drama de Jorge "Muralla" Rivera, apodado así por haberle dado la gloria por medio de una atajada magistral a su San José, actualmente, apenas reconocible para sus fans. Jorge maneja un minibus a hora y deshora para ganar el dinero para el transplante de su hijo de 12 años. El pequeño cada vez está más débil y no alcanza para el tiempo que le queda en un hospital público donde muchos otros tienen la misma necesidad o pueden por algún artilugio cambiar el número en la fila. El hombre no se resigna, quiere conseguir todo por las buenas, no corromperse, quizá vender su transporte a un contrabandista. Cacho (Cristian Mercado), un sabandija, otra actuación a tener en cuenta, le insiste diciendo que puede obtener lo anhelado y más pero tendrá que ensuciarse las manos y el alma, además de dejar una comisión. Un llamado del hospital lo apura más y Jorge cae en una trampa que parece no tener vuelta atrás. Lo que hace no sirve para salvar a su hijo y acentúa su calvario. Ese viacrucis es lo que nos va a relatar la película. Va a sufrir el peso de todos los pecados, de la traición, de todos los males en carne propia y buscará poner en evidencia a la red que actúa locamente. Lo que no se da cuenta es que su inocencia lo hará carne de cañón de los poderosos y corruptos que no perdonarán ese arrojo de un hombre desesperado que les echó a perder su operación. Parece que al presentarse como candidata al Oscar(r) por su país de origen, Bolivia, HBO se interesó por la película y por una serie, "La Entrega" que es spin off de "Muralla". Ya compraron los derechos para esta señal con lo que tiene lugar asegurado para su distribución a nivel mundial. Un logro bien merecido. En lo que vemos e imaginamos hay violencia, lo que hace a la trama más pesasa es saber que esos delincuentes existen. Esta película hace visibie a través de la ficción, de una manera frontal, sin regodearse ni en la sangre, ni en lo morboso. Es como el tiburón de Spielberg que casi sin aparecer en pantalla hacía que la platea temblara, cuánto más nos conmoverá y comprometerá si caemos en la cuenta de que las víctimas son jóvenes, son niños, los botines más buscados, los que más pagan. El villano de la película es Pablo Echarri, que tiene pocos minutos en pantalla y deja de jugar al galán para convertirse en Nico, un siniestro médico que recibe a los "bultos" que deben ser vendidos o usarse de contenedores para la droga. Otro punto que resulta atractivo dentro de la oscuridad es la inclusión de costumbres rituales, de esa figura fantasmagórica que se le aparece a Jorge y lo llama, lo interpela luego de caer en el abismo; al mismo tiempo, veremos rituales cristianos. La cultura, los rostros, los lugares, la vida y la muerte a cada minuto de este filme que no da respiro. Es una oportunidad para aprovechar el cine latinoamericano que poco llega a nuestras pantallas, salvo en algún festival o en los espacios de cine arte. Gory Patiño, el director consigue destacarse. Yo lo seguiría con atención al igual que a Fernando Arze y ojalá, sigan sorprendiendo positivamente.
El segundo largometraje de Rodrigo “Gory” Patiño, Muralla, éxito en su país de origen Bolivia, es una sensible mezcla entre el policial negro actual, y el cine de denuncia social frente a una realidad inocultable como la trata de blancas. No es ninguna novedad, en las zonas limítrofes, el tráfico de personas, así como el narcotráfico, es algo más corriente de lo deseable. Hay muchísimos informes periodísticos, novelas, y películas al respecto. Muralla, segunda película de Gory Patiño luego de Cielito lindo, viene a entregar su propio granito de arena. Si por algo se destaca Muralla de otras similares (Traffic y Sicario como títulos muy conocidos) es por la sensibilidad y honestidad con la que aborda su tratamiento al que siempre pretende mantener con verosimilitud a rajatabla, más allá de algunos clichés en momentos claves. Quizás la razón de esto la dio el propio Patiño en una entrevista en la que relató que la génesis de su segundo opus comenzó con una investigación que una sus guionistas Camila Urioste (en conjunto con Fernando Arze Echalar – también protagonista – y el propio Patiño) realizó sobre el tema para la puesta de una obra de teatro. El asunto les resonó y desencadenó la realización de esta co-producción con Argentina, que el año pasado se convirtió en todo un éxito en nuestro país vecino. Muralla puede hacer referencia a una pared metafórica que habrá que atravesar. Pero también se refiere al sobrenombre del personaje protagonista, Jorge, o Coco Rivera (Fernando Arze Echalar), al que apodan Muralla gracias al mito de ser un arquero infranqueable durante los años ’90. La realidad de hoy en día lo encuentran conduciendo una combi o mini bus con la que intenta trasladar distinta mercadería y personas, para hacerse de un dinero que le permita operar a su hijo enfermo grave. La situación se le complica, el trabajo escasea y se cae, el tiempo apremia, y los nervios aumentan. En un momento de desesperación, Muralla va a realizar un acto del que luego se arrepentirá, terminará vendiendo a una joven que encuentra desamparada en la ruta a una red de prostitución clandestina. Esto, lejos de solucionar algo, lo complica todo. La tensión aumenta, y cuando la tragedia lo visite, Muralla querrá redimirse liberando a lo joven, metiéndose en un submundo muy peligroso. Patiño, Arza Echalar, y Urioste no innovan demasiado en un guion que va desde el drama personal y social, hacia el policial negro más tradicional del bajo mundo. Pero se guarda sus mejores herramientas en una puesta que utiliza cámara subjetiva, seguimiento personal, y primeros planos para lograr una cercanía tan agobiante como empática. Bolivia es presentada como una zona de contraste, con algo de turística, y mucho de crudeza y oscuridad aún a pleno rayo de sol que no da tregua. Pero no genera una estigmatización como si lo supone las usuales miradas externas plagadas de prejuicios. Aún recurriendo a lugares comunes y clichés, queda claro que no todo está podrido, y hay personajes buenos, y hay muchos grises, y posibilidades de redención. No es un mirada estigmatizante que asocia a la pobreza con la delincuencia. De hecho, su villano (un Pablo Echarri que tarda en aparecer pero convence), es un hombre al que apodan Doctor, y se adivina con un pasar bastante mejor que el resto de los personajes. Filmada con muchísimos exteriores, con las complicaciones que eso genera en la zonas que presenta, Muralla lo resuelve de un modo muy competente, pese a tratarse claramente de una producción modesta. Su tratamiento visual es pulcro y logrado. En el apartado de sonido, si presenta algunas dificultades menores no muy graves. Arza Echalar se carga un protagónico absoluto y lo saca a flote, un personaje doliente, y difícil, que debe generar empatía aún luego de haber cometido un hecho muy reprochable. Quizás el haber participado también del guion lo ayuda a comprenderlo y hacer que los espectadores puedan sentir su posicionamiento frente a la desesperación y la espalda de la realidad social. Echarri cuenta con un villano prototípico, como el resto de los secundarios, pero consigue un buen resultado gracias a su solvencia y el medio tono que le da un permiso a la sobreactuación esporádica de un personaje que tiene que ser desagradable. Muralla no pretende quedar en la historia como una obra maestra del policial. Juega sus cartas nobles, y balancea bien entre la trama de género, y una realidad cruda e insoslayable presentada sin edulcoraciones ni estigmatizaciones, de un delito tan aberrante como corriente. Una propuesta para tener en cuenta de una filmografía no tan usual como la boliviana. Algo a destacar en la cartelera local.
La trata de personas desde adentro. Crítica de “Muralla” de Gory Patiño ¿Qué somos capaces de hacer cuando la vida de un ser amado (sobre todo cuando es un hijo) corre peligro? Al igual que “John Q”, protagonizada por Denzel Washington, esa parecería ser la premisa principal de la película. La historia arranca con Coco “Muralla” Rivera (Fernando Arze), quien en algún momento fue un gran guardameta. Ha conocido la gloria en los años noventa como arquero de San José al tapar un penal que le mereció el campeonato al equipo. Sumido en el alcohol, hoy es un chófer de minibús que trata de juntar plata para pagar la operación de su hijo enfermo. Él ya no vive con su familia, se ha vuelto un marginal, y en este su lugar en el mundo, la delincuencia puede ser uno de los caminos por los cuales atravesar. Su desesperación llega a tal punto que vende una niña a una red de trata para pagar el tratamiento. A pesar de sus esfuerzos el niño muere y su fantasma atormenta al Muralla quien, en busca de redención, decide recuperar a la niña, aunque esto implique su propia condena. “Muralla”, ópera prima de Gory Patiño, es el spin off de una serie de televisión que todavía no se ha emitido en Bolivia; La película muestra un escenario sórdido de una ciudad que escucha mucho sobre el tema en cuestión pero poco muestra. La ausencia de imágenes relacionadas con lo que la trata y tráfico representan encuentra en esta película un espacio ideal para hacer evidente un problema que ocupa un sitio de privilegio a la hora de pensar los males de la actualidad. El director logra de manera acertada crear un cuadro de situación desde el lado de los operadores del crimen, sin profundizar en todo el aparato que ejecuta operaciones con la complicidad institucional y civiles, lo que daríamos en llamar “el poder real”. Envuelta en una oscuridad, se enfoca más en el drama del protagonista y su búsqueda de redención que tratar de desentramar el trasfondo del problema, lo que provoca mayor desazón. Igualmente Gory Patiño logra reflejar una Bolivia desde el costado marginal. La fotografía de la gran ciudad desde las afueras de la gran ciudad donde deambula el protagonista con su camioneta contrasta con la decadencia de las calles de los alrededores, lo que da un sentido apropiado para el relato. Quien carga con todo el peso dramático es Fernando Arze Echalar interpretando a Muralla de manera creíble y convincente. En sintonía con Pablo Echarri quien le agrega matices a su personaje, el de un médico argentino, eslabón clave dentro de la trata de jóvenes . La primera mitad del film desarrolla la descripción de las problemáticas económicas y sociales de los suburbios de manera realista. Pero a partir de la segunda parte el relato se vuelca en la trama de venganza, con una historia que avanza con ciertos arquetipos pero pierde cierta verosimilitud. A pesar de eso “Muralla” entretiene y funciona como denuncia. Es un film potente, complejo sobre una problemática actual que preocupa y visibiliza parte del entramado que funciona atrás del tráfico de personas. Puntaje: 70/100.
Un padre que se encuentra desesperado porque su hijo está enfermo y a punto de morir, lo más probable es que haga locuras y Jorge (Fernando Arze) no es la excepción dentro de esta historia creada y desarrollada en un país con escasa tradición cinematográfica como es Bolivia. El director Gory Patiño, inspirado en hechos que ocurren realmente, filmó una película donde los malos predominan la escena diaria. y estar al margen de la ley es lo habitual. En ese submundo marginal vive Cacho (Cristian Mercado), el único amigo del protagonista, que, ante la necesidad de conseguir dinero. le encarga un trabajito con buen rédito, que le entregue algún individuo a un grupo mafioso, lo que se conoce como tráfico de personas. Arrinconado por las circunstancias Jorge acepta sin medir las consecuencias y, para cuando se arrepienta. va a ser demasiado tarde. Aquí, todos hacen lo que pueden para sobrevivir. Jorge es chofer de un minibús alquilado y tiene un pasado glorioso como arquero de fútbol, por eso el sobrenombre “Muralla”, pero la plata no le alcanza para la operación de su hijo, que termina muriendo. La decadencia, depresión y el estado de abandono personal están muy bien representado por el ex deportista, pero describen demasiado el espiral descendente que transita, por lo que se hace excesivamente extenso y redundante, de tal modo que cuando le toca convertirse en héroe el relato está sumamente avanzado. Con una música instrumental de fondo, que sólo sirve para rellenar un hueco porque no le aporta gran cosa, y una disparidad de situaciones que confunden al espectador, se compensa con el criterio artístico de la utilización de la cámara que cuenta con ángulos poco utilizados dentro de la llamada “industria cinematográfica”, y le aportan originalidad para tratar un tema espinoso donde al ser humano capturado se lo llama “bulto” y que se los trafica si son mujeres jóvenes,. y si son varones son sometidos a experimentos por Nico (Pablo Echarri), un médico al que le atrae mucho más el dinero que la vida humana. Planteadas así las circunstancias, en el que impera la ley del más fuerte, y que tiene los mejores contactos con el poder, no queda otra que reflexionar cómo todo se vuelve en contra y el que mal anda, mal acaba.
Con ‘Muralla’, film que se iba a estrenar únicamente en señales de HBO, Bolivia juega una primera apuesta comercial en las exhibidoras de Argentina. Se trata de un “spin-off” de ‘La Entrega’, la miniserie de diez episodios sobre el periodista Paco Velasco que, a partir de su investigación profesional, comienza a atar cabos sobre una muy programada red de trata y tráfico de personas que no es exigente con su mercancía (o “bultos”) en cuanto a género o edad. Es pertinente destacar de entrada a las tres figuras talentosas que se destacan en esta película, a saberse: los bolivianos Fernando Arze y Cristian Mercado, y, nuestra estrella local, Pablo Echarri -en un papel casi insólito en su carrera, si descartamos ‘Cuestión de principios’ y ‘Al Final del Túnel’-. Arze es Coco “Muralla” Rivera, quien se dedica a ser peón de este nefasto modelo de negocios, para conseguir el dinero necesario, y en la urgencia de aplacar los avances de una enfermedad terminal que sufre su hijo Lucas; Mercado es el intermediario entre “Muralla” y los patrones, y dispone de toda la información necesaria para amenazar con denigrar la reputación como arquero futbolista retirado del protagonista; Echarri, por su parte, tiene un rol reducido en tiempo de duración que se hace esperar y del que anticiparemos.
“Muralla”, de Gory Patiño Por Mariana Zabaleta Bolivia 2020 muestra los dientes. Urbana, pagana y oscura, cóctel explosivo que relata desde el doble filo de la maldad. Su protagonista “Muralla” Rivera (Fernando Arze Echalar) es un ídolo futbolístico, más que popular, devenido conductor de un minibús que recorre las turbias calles de La Paz. Su presente palpita al pulso de la urgencia, su hijo espera una operación que definirá su continuidad en este mundo. Muralla transita la ciudad y en la oscuridad conoce a los múltiples agentes del mal, malandras de última hora que se dedican a lucrar con el secuestro y la sustancia que consume las almas de los citadinos. En su descenso al infierno, el fin-la vida de su hijo- justifica los medios, pacta crueles tratos con los diablos. Un catálogo de pagas retribuye el secuestro y la entrega de personas a una red de tráfico de drogas y de trata de blancas. En primera persona vemos la labor de Echalar por construir un Muralla decadente, sumido en la desesperación y la contradicción de esperar el bien por el camino del mal. Este factor impregna la ciudad, intrincada, sin opción a una mínima configuración u ordenamiento espacial para el espectador. Perdidos, Patiño nos entrega el descenso, la decadencia moral y la crueldad como lugares reales de los que no se puede escapar. El salvajismo de la selva se cristaliza en la dinámica impúdica de las urbes latinoamericanas, construyendo verdaderas ciudades góticas donde la injusticia y la crueldad son monedas corrientes. Una vez concretado el pacto la ambigüedad del mal hace sentir su efecto, el medio condena el fin anhelado por Muralla, convirtiendo su periplo en una pena. Planos contrapicados y primera persona otorgan gran dinamismo a un drama que por momentos obtiene ribetes de thriller negro. Consolidado antihéroe Muralla camina por el borde de la maldad tratando de retomar la estabilidad, la venganza y la búsqueda de la ofrenda otorgada a los demonios parecen el único plan de redención. El final será cosa tan antigua y popular como los periplos relatados en los libros antiguos. MURALLA Muralla. Bolivia, 2018. Dirección: Gory Patiño. Guion: Rodrigo Patino, Fernanda Rossi, Camila Urioste. Intérpretes: Pablo Echarri, Juan Carlos Aduviri, Luis Aduviri, Fernando Arze Echalar, Freddy Chipana. Duración: 110 minutos.
Ópera prima de ficción protagonizada por los bolivianos Fernando Arze y Cristian Mercado y por el argentino Pablo Echarri. Seleccionada para representar a Bolivia en los Oscar. A grandes rasgos, la historia nos habla sobre el ocaso de un ídolo, Coco “Muralla” Rivera, quien fuera un prestigioso arquero de fútbol en la Bolivia de los 90. Hoy, este ex futbolista sufre de problemas de alcohol y trabaja humildemente como chofer de combi. Su conflicto principal se dispara cuando no puede afrontar el financiamiento de la operación de su hijo, internado en el hospital a la espera de un trasplante de órganos, por lo que termina involucrándose, de forma desesperada, en el submundo de la trata de personas para juntar el dinero. La película da su apertura con la presentación del personaje de “Muralla”, interpretado por Fernando Arze Echalar, y su cosmos. En él, observaremos a un hombre de unos cuarenta años, desaliñado y abatido, que mira nostálgico, y a plena luz del día, el arco de una canchita de fútbol ubicada en la parte alta de La Paz, mientras que al cerrar sus ojos se sumerge a recuerdos sonoros de sus años de gloria. Luego, pasaremos a comprender su crítica situación económica y descubrir que la salud de su hijo se encuentra en grave peligro. Este factor pone en acción a nuestro protagonista para conseguir una gran suma de dinero de forma rápida, sin importarle cómo, pues es la pasión ciega por salvar a su hijo lo que lo llevará a una decadencia moral y sin medida. Desde el punto de vista formal, dirección, arte y fotografía realizan un trabajo planificado con la luz y los espacios a lo largo del relato, buscando la connotación del descenso del protagonista a los infiernos. De esta manera, veremos al arco lumínico iniciarse en la secuencia de apertura con escenas de día y, casi culminando el film, estaremos transitando por la noche más oscura; este mismo análisis corre para las locaciones, ya que irán variando de mayor a menor en relación a su altura. Estas decisiones, sumadas al extrañamiento que provocan los encuadres aberrantes, nos marcan la psicología del personaje y cómo éste irá consumiéndose a sí mismo a causa de la carga interna que acarrea. Cerca del punto medio, la historia toma un nuevo curso, no voy a spoilear el por qué, pero hace que “Muralla” busque la redención tomando la decisión de rescatar a la niña raptada por él mismo mientras es atormentado por su pasado inmediato. ¿Podrá el protagonista reivindicarse con dignidad? Es aquí donde Patiño se apoya en la simbología cristiana como respuesta y utilizando como herramienta condenatoria a la humanidad. Narrativamente parece centrarse en la intriga policial, con tintes de cine negro y, si bien no profundiza en el negocio de la trata y tráfico de personas, es valedero que la película ponga en pantalla la problemática remarcando la existencia y la indignante naturalización de la venta de seres humanos para fines de explotación laboral, sexual y/o tráfico de órganos. Muralla es una película que consigue reflotar, técnica y artísticamente, al cine boliviano; y si bien el guion no consigue ahondar en sus tramas lo que significa una apatía para con les personajes y la historia, puede que interpele un hasta dónde llegaría nuestra moral en semejante situación.