Las diásporas de los pueblos. En el año 2000 Nicolás Avruj partió a Israel de vacaciones para visitar a su primo y comenzó sin proponérselo un camino que definiría su carrera. Tras un recorrido por Tel Aviv y Jerusalén, el joven director entra en la Franja de Gaza y encuentra la versión palestina de ese milenario conflicto que se acentúa en el siglo XX tras la caída del Imperio Otomano, la ocupación británica y el triunfo militar israelí. NEY: Nosotros, ellos y yo reconstruye a partir de la narración del director la historia del viaje y sus descubrimientos. Avruj reflexiona sobre los personajes que conoce, sobre el extremismo de ambos lados y el discurso maniqueo alrededor del conflicto y la reciente y frágil paz, firmada entre el Estado de Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en 1994 en Oslo. En Gaza, un Avruj perdido recibe la hospitalidad de algunos palestinos que de a poco se van abriendo y dan su visión del conflicto. Siguiendo a unos periodistas, se encuentra en medio del comienzo de la segunda intifada -que duró cinco años- y hasta asiste por casualidad a un acto de la entonces segunda fuerza política palestina, Hamas, de orientación más extremista y combativa que Al-Fatah. De a poco el director va comprendiendo el legado de la derrota, a partir de un involucramiento físico total en la situación y la herencia que el pueblo palestino acarrea, y ve cómo el gobierno israelí va desplazando a los palestinos de sus tierras en Cisjordania. Allí conoce algunos movimientos que se oponen a estas políticas beligerantes y documenta sus protestas. El director logra -a partir de una toma de distancia temporal e intelectual- retomar su material para reflexionar y dar una forma narrativa a un debate que se dirime en las calles y en las mesas de negociación de los países industrializados que controlan la vida y la muerte de millones de personas. La gran labor de edición de Andrea Kleinman, que le da sentido a unas vacaciones que se convierten en una gran aventura política y personal, se encuentra con la música de Simja Dujov y la intervención de Sebastián Muller, quien ofrece una mirada a la vez intima y global sobre esta experiencia única. NEY: Nosotros, ellos y yo traspasa así todas las fronteras culturales para interpelar a los espectadores y estimularlos hacia un involucramiento en uno de los temas más complejos de la política internacional. Desde una reflexión trabajada y pulida durante quince años sobre acontecimientos que es necesario no perder de vista, Avruj descubre la importancia de dejar que el material cobre vida propia para dejar que él nos lleve por el camino, en lugar de imponerle un sentido sin la preparación necesaria.
En el desierto del consenso Nosotros, Ellos y Yo es un documental muy personal del realizador Nicolás Avruj, ya desde el título la dicotomía entre lo colectivo y lo individual se entrecruzan en un juego dialéctico que propone distintas miradas y reflexiones sobre un hecho, a la vez que arraigadas a la experiencia de un viaje desde Argentina a Israel. La necesidad del director surge en el año 2000 cuando en un primer viaje tomó la decisión de ir a su tierra ancestral en busca de un primo, quien paradójicamente para ese entonces regresaba a Buenos Aires. El azaroso desencuentro mutó en diferentes alternativas, que confluyeron en la idea de viaje íntimo y travesía personal. El testimonio recogido por Nicolás Avruj con su cámara testigo, a la vez narradora, durante su estadía en casas de familias o de desconocidos, tanto en Israel como en Palestina, en el contexto de la Segunda Intifada, articula el relato desde una distancia muy difícil de conseguir tratándose de una película en primera persona. La virtud de NEY es exclusiva de la toma de posición del realizador a partir del despojo manifiesto de preconceptos y con la intencionalidad explícita de comprender un fenómeno histórico, político y social de gran complejidad, en el que la mayoría de los involucrados de ambos lados del conflicto ocupan el papel de víctimas de ideas fundamentalistas y negadoras de la realidad, tanto de un bando como del otro. Para Nicolás Avruj el viaje es un disparador de preguntas sin respuestas, aunque la sobreexposición del cuerpo en lugares conflictivos supone en primera instancia honestidad y, en segundo término, una postura ética, abierta al debate y a todo tipo de interpretaciones por parte del espectador. En ese sentido, el ejemplo más acabado es el viaje que el propio Avruj documenta a bordo de un taxi por las calles de Cisjordania, mientras se pregunta qué pasaría si sus interlocutores palestinos descubren su verdadera identidad. Ese miedo absolutamente verosímil impregna a NEY de una verdad incontrastable: las apariencias engañan y someten a pueblos enteros.
La tierra prometida y yo Pocos documentales toman un tema tan controversial como el conflicto judeo-palestino y logran presentarlo de manera tan sensible y objetiva como NEY, Nosotros, ellos y yo (2015). Esto se debe fundamentalmente a que el director, Nicolás Avruj, no tenía ninguna intención de hacer una película cuando decidió registrar con su cámara su curioso vagabundeo de 3 meses en Tierra Santa en el año 2000. Quince años más tarde ha reconstruido su viaje en un largometraje de hora y media, y la coherencia con la que recuenta una aventura tan accidental es un loable trabajo de edición si los hay. Avruj es recalcadamente judío, como lo demuestran las home movies iniciales que abren la película. Es de familia judía, la cual celebra fiestas judías en honor a tradiciones judías que honran la cultura judía de una forma muy judía. Quiere dejar eso en claro, porque si eso es lo primero que vemos, lo primero que escuchamos es su voz en off declarando que detesta definirse como pro-palestino o pro-israelí. La película no se pone de ningún bando. De hecho cuestiona la idea de bandos: como indica el título, por cada dos bandos siempre hay un tercero, el individuo. La premisa es que el joven Avruj viaja en el año 2000 a reunirse con su primo pero por un desencuentro queda solo y sin plan de acción en Jerusalén. Conoce a los nativos – algunos de los cuales recurren y se transforman a lo largo de la cinta, como personajes en una ficción –, consigue trabajo, va de hospedaje en hospedaje. No mucho después presencia una violenta represión por parte del ejército israelí y huye junto a un grupo de periodistas a la ciudad de Ramala. Ya en modo investigativo, osa viajar a Gaza y vivir (de incógnito) entre árabes. La voz en off de Avruj acompaña la cinta, interpretando las acciones de su joven-yo en el desierto. El director recoge testimonios de israelíes y palestinos, jóvenes y ancianos, pacifistas y guerreantes, militantes y civiles, fanáticos y gente con un sano uso de la razón. No se intenta conciliar las diferencias culturales entre ambos pueblos, ni someter a nadie a un juicio de valores, ni dictaminar la validez de tal o cual reclamo, ni ofrecer una solución al milenario conflicto. La película se mantiene leal a la imagen de un viajante con un asombroso poder de distanciamiento entre lo que vive y lo que piensa. Pero si hay una idea patente a lo largo de la película, es el desdén por el belicismo y la necesidad de definir un conflicto no a través de una verdad preconcebida sino mediante la investigación de sus límites. Lo que ha conseguido Nicolás Avruj con NEY, Nosotros, ellos y yo es transformar los retazos de un antiquísimo y accidentado rodaje documental en una película con cuerpo de aventura y mente crítica e incisiva. Va a atraer infinitas críticas por su indiferencia histórica y la ignorancia de varios factores socio-políticos, sumada la reconfiguración del conflicto (¿cuánto ha cambiado?) en los últimos 15 años. Pero la película no trata sobre la posible resolución de un conflicto que nunca se termina de delinear, sino sobre el impacto que tiene este recorrido – tanto en su protagonista como en el espectador.
Notable película de Nicolás Avruj, en su ópera prima documental (es también productor de grandes películas y programas de televisión). Con un material realizado en el año 2000, quince años después montó este film que muestra como ninguno la cotidianeidad de israelíes y palestinos, con una honestidad envidiable.
“Tenía 24 años y andaba con la mochila por el mundo”. Para Nicolás Avruj, la idea de documentar su vida deriva en que su film comience como un diario de viaje cuando allá por el 2000 se va de vacaciones a Israel para visitar a su primo. Pero cuando llega a aquella tierra otra realidad comienza a exponerse ante sus ojos, y su película se termina convirtiendo en algo más interesante y complejo. Nicolás sabe quién es, de dónde proviene, cuáles son sus creencias e ideales (de familia de larga tradición judía e ideales progresistas). Cuando viaja a Israel pretende además de vacacionar y ver a su primo, también conocer parte de su herencia. Lo que no sabía aún y descubre al cruzar de Jerusalén a Gaza y Cisjordania, es que las cosas no estaban fáciles entre los palestinos y los israelitas. Desde adentro, a veces sin exponerse como quien es realmente no por vergüenza sino por miedo, Avruj retrata un conflicto en pleno apogeo, cuando comienza la Segunda Intifada (septiembre 2000) a través de sus ojos, de los ojos de un joven que se encuentra de viaje, recibe la hospitalidad de israelitas, luego de palestinos, pero entonces se da cuenta de que la gente de allí nunca cruza fronteras. Cuando comienza a indagar la gente en general se abre ante su cámara y dan sus opiniones, a veces extremistas, sobre el conflicto. Avruj le da lugar a ambos bandos, no toma posición. Pero entonces, ya de regreso, analiza y reflexiona y es ahí cuando decide hacer esta película, que le toma unos quince años. Gracias a esta toma de distancia y a la mano de Andrea Kleinman en la edición, Avruj imprime su película de la mezcla perfecta entre documental socio-político sobre el complejo conflicto, y un viaje y descubrimiento personal que viene de la mano del primero. Intimista, pequeño, y honesto, NEY no impone reflexiones ni posturas pero sí expone con impresionante cercanía un conflicto todavía difícil de comprender.
Un viaje iniciático hacia el horror Como su mismo director comentó, el viaje que emprendiera a Israel hace 15 años fue una especie de aprendizaje hacia una zona de iluminación que recién se definiría (o no) en el futuro. Nicolás Avruj aunó su mirada de tiempo atrás con la reconstrucción actual de un mundo en guerra, trazado a través del enfrentamiento entre israelíes y palestinos. El director, por lo tanto, cruzó fronteras y fue más allá del territorio de sus orígenes y ancestros, ya que partió desde Jerusalén hacia la franja de Gaza y más tarde a Cisjordania. Ejemplo de documental en forma de reconstrucción genérica, el trabajo de Avruj autoriza más de una reflexión. Democrática en su amplia visión sobre el conflicto, donde no aparecen buenos o malos, ni vencedores y vencidos, sino un mundo a punto de estallar en mil pedazos debido al propio conflicto bélico, pero también a raíz de una ideología religiosa tan fanática y asesina como el paso mortal de un tanque victorioso. En ese sentido, el film entrevista a individuos de ambos bandos: civiles, líderes religiosos, chicos provistos de ametralladoras, sobrevivientes de la soberbia y la sinrazón. La voz en off, por suerte, no baja líneas ni sentencia, sino que carga con una serie de preguntas sin respuestas, las del mismo director, acaso también las de un hipotético espectador. El relato histórico sobre el conflicto también triunfa por su didactismo, en un mismo punto de equilibrio que el de esas (pocas) voces que reclaman por una paz lo antes posible. Pero no, el miedo a la oscuridad acecha, el sonido en off de las armas de la muerte intimida y las explicaciones y justificaciones de algunos de los entrevistados resuenan vacías, casi sin sentido. El viaje iniciático, por lo tanto, se convierte en un manifiesto sobre un mundo que se desmorona, que vive asustado, aterrado por decisiones tomadas por los poderosos y por los dueños de la palabra a través de las creencias religiosas. En la hora y media de NEY: nosotros, ellos y yo, Avruj mira y no juzga, observa con detenimiento y decide no señalar con el dedo acusador. Constata y nunca subraya el horror.
Postal de una guerra sin fin Gracias a su mirada desprejuiciada, Avruj consiguió interesantes testimonios de israelíes y palestinos. En el año 2000, Nicolás Avruj se fue de viaje a Israel para visitar, de sorpresa, a un primo que vivía allá. La sorpresa se la llevó él, porque el primo justo había viajado por un tiempo a la Argentina, pero Avruj decidió esperarlo hasta que volviera y mientras tanto recorrer el país, cámara en mano. Quince años después se reencontró con las filmaciones que hizo durante esos meses y que, por diversos motivos, no había editado hasta ahora. El resultado es NEY: Nosotros, ellos y yo, un retrato desprejuiciado del conflicto palestino-israelí. “Hace quince años que empecé a grabar este documental y todavía detesto que me pregunten si soy pro israelí o pro palestino”, dice Avruj al comienzo de su opera prima. Una declaración de principios que es el mayor mérito de esta película en primera persona: el narrador, a pesar de ser judío y provenir de una familia sionista, se ubica genuinamente en un punto equidistante entre las partes en pugna. Con una mirada tan curiosa como inconsciente, Avruj fue viajando casi azarosamente por Israel, la Franja de Gaza y Cisjordania, y fue entrevistando a la gente que le daba alojamiento. Así, nos enteramos de la opinión de ciudadanos comunes sobre la disputa entre ambos pueblos, en charlas que son ricas sobre todo porque Avruj pregunta para enterarse, sin ánimo confrontativo. Y obtiene definiciones profundas y sinceras, como ésta de un palestino: “Toda nuestra vida es un problema basado en otro problema. Como los edificios: piedra sobre piedra, problema sobre problema. Muerto sobre muerto sobre muerto, todo se convierte en conflicto”. Quizás antes de entrar al cine sea conveniente estar enterado de algunos aspectos básicos de la situación política de la región, porque la película no aporta datos duros ni demasiada información que contextualice las imágenes y los diálogos. Tampoco hay una actualización temporal de lo que ocurrió durante estos quince años (aunque tal vez nada haya cambiado demasiado). NEY funciona, entonces, como una fotografía personal del estado de las cosas en el año 2000. Una cautivante postal de una guerra que parece no tener fin.
Es el año 2000 y Nicolás es un joven perteneciente a una familia de una arraigada tradición judía. Cuando su primo recibe una beca para estudiar en Tel Aviv, Nicolás decide visitarlo de sorpresa. Al llegar al Estado de Israel se encuentra con que su primo se fue del país, por lo que el joven decide empezar a recorrer el territorio y grabar con su cámara lo que en un principio son unas vacaciones tranquilas, que luego terminan convirtiéndose en un viaje donde pone en riesgo su vida y en un documental de gran valor histórico. Un misil en mi placard A primera vista, NEY, Nosotros, Ellos y Yo, parece un documental más al estilo road movie: un joven común que decide hacer un viaje para visitar a un primo en Israel mientras graba con su cámara sus propias vivencias. Pero lo que hace diferente a este documental es el hecho de que el propio Nicolás se encuentra al borde de cuestionar las creencias tan bien guardadas de su familia cuando empieza a conocer más sobre el conflicto entre Palestina e Israel. La genial edición de Andrea Kleinman transforma una grabación totalmente casera en un producto bien llevado, que sabe lo que quiere contar a través de los testimonios. La narración, a cargo del propio Nicolás Avruj, quien fue el protagonista de este viaje nos contextualiza los orígenes de su familia y su fuerte tradición judía. Todo este marco que se nos presenta nos sirve para entender lo fuerte que es todo lo que llega a vivir Nicolás y como el hecho de ser testigo en carne propia todo lo que ocurre en Palestina y en la Franja de Gaza lo lleva a movilizarse por dentro y preguntarse si en realidad todo lo que le enseñaron sus creencias desde pequeño sobre los palestinos es lo correcto. Sin proponérselo, Nicolás y su cámara son testigos de algunos eventos históricos, como el comienzo de la segunda intifada. Los testimonios obtenidos también son de gran valor, y sorprende la ingenuidad del protagonista al ingresar por su propia cuenta a la Franja de Gaza –con todos los riesgos para un judío que ello supone– y directamente preguntarle a los entrevistados gazatíes su opinión sobre el bloqueo israelí, los judíos, y el conflicto. La inocencia por el peligro que podría suponer el formular esas preguntas en terreno tan escabroso para un judío convierte en material de peculiar interés las grabaciones obtenidas. Al ser filmaciones caseras con una sola cámara, las imágenes no tienen la mejor calidad, pero cumplen su objetivo, y ese toque casero le otorga cierta magia al documental. El 9 de septiembre de 2001 se produjo el atentado que cambió al mundo, tanto por la violencia como por la desconfianza reinante, por lo que uno se pregunta si hoy en día, un muchacho como Nicolás podría llegar a realizar la misma travesía y vivir para relatarlo. Conclusión NEY, Nosotros, Ellos y Yo es un documental interesante al retratar un momento histórico determinado. Es la curiosidad de un muchacho que lo lleva a descubrir con sus propios ojos que no todo es lo que parece, y que cuestionarse a sí mismo y lo que le fue infundado desde pequeño no está mal: los hechos hablan por sí solos, ni pro-palestino, ni pro-israelí. Una gran edición, buen material grabado, la crudeza de lo que presenciamos -bombardeo incluido-, una música que acompaña, y el propio protagonista narrando el documental hacen de esta propuesta una alternativa ampliamente recomendable.
Las preguntas sin respuesta En su ópera prima, Nicolás Avruj narra su estadía de casi tres meses en Medio Oriente y se plantea interrogantes acerca del conflicto entre israelíes y palestinos. Así, el documental es un videodiario grabado en una zona en la que lo político no para de arder.“Yo no vine a hacer una investigación periodística ni histórica”, aclara en off Nicolás Avruj. Eso es justamente lo que da su mayor interés a Nosotros, ellos y yo, documental en primera persona sobre su estadía de casi tres meses en Medio Oriente. La ópera prima de Avruj –productor cuyos créditos incluyen películas como La mirada invisible, Refugiado y la inminente Mi amiga del parque– es un relato de aprendizaje durante el cual el protagonista hace aquello que no se había propuesto. Avruj viaja para encontrarse con su primo, no lo logra (el desencuentro, tópico básico de todo relato de viajes), y termina cruzando de ida y vuelta la frontera entre Israel y los territorios palestinos. En ese trayecto, en ese tiempo, el héroe de este bildungsroman no para de hacerse preguntas que tal vez nunca antes se había planteado. No así, al menos. Preguntas sobre el conflicto entre israelíes y palestinos, sobre la utopía sionista y sus consecuencias reales, sobre la posibilidad de convivencia entre vecinos con intereses enfrentados, sobre el lugar del Otro en la construcción de una identidad nacional.“El viaje anterior había sido como uno de fin de curso”, dice Avruj sobre imágenes de sus amigos a bordo de un crucero, gritando “¡Descontrol, descontrol!”. Dos viajes hace el narrador a Medio Oriente, invirtiendo aquel aforismo de Marx sobre la repetición, la Historia, la tragedia y la farsa. Para el caso, el que importa es el segundo periplo, hecho en el año 2000. ¿Quedó viejo el material? Lamentablemente, no: hoy en día, israelíes y palestinos lucen tan irreconciliables como quince años atrás. O sesenta y siete, cuando Gran Bretaña otorgó a los israelíes una estrecha franja de Palestina para fundar allí, tras siglos y siglos sin país, un Estado y un hogar. Incluido en la programación del último Bafici, el de Avruj no es un documental explícitamente político. Es un videodiario, grabado en una zona en la que lo político no para de arder.Es por esa condición que Nosotros, ellos y yo (lo de NEY suena a intento algo fuera de lugar de ponerle un acrónimo a un título que no da) no empieza y termina con imágenes de topadoras, o de tiros, o de piedras, o del Muro de Separación, sino de la abuela del protagonista. En la escena inicial, la abuela, fundadora del movimiento Mujeres Argentinas Sionistas, pregunta al nieto cómo funciona la cámara. Lo último que se oye es de nuevo la abuela, en un mensaje telefónico en el que menciona lo bien que la habrá pasado el nieto en el viaje. Las imágenes inmediatamente previas son las más bélicas de Nosotros, ellos y yo: noche cerrada sobre Gaza, apagón intencional, tremendo ataque aéreo israelí en represalia por el linchamiento de dos combatientes. No parece la clase de viaje en la que se lo pasa bien. No a la larga. Tal vez por eso Avruj se filma a sí mismo sonriendo en los primeros tramos, contagiado de seriedad en su última toma.“Todavía detesto que me pregunten si soy pro-israelí o pro-palestino”, dice Avruj ya regresado. De allí el título. “¿Por qué tienen que ser unos u otros?”, intenta hacer pensar al muchacho palestino que acaba de afirmar, literalmente, “amo la guerra”. ¿Es ingenuo el esfuerzo del héroe? La respuesta depende de cuánto se crea en la posibilidad de conformación de dos estados vecinos, que acepten la convivencia del otro. En su viaje, Avruj no encuentra mucho de eso. Como el protagonista no es periodista, con quienes habla del tema no es con desconocidos sino con aquellos con quienes se cruza. Como cualquier viajero.Su primer anfitrión, argentino jasídico instalado hace tiempo en Jerusalén, le explica que la luz del shamash iluminará al mundo entero. Ya en Gaza, adonde el héroe cruza con cierta irresponsabilidad de forastero, un palestino, sobreviviente de torturas, explica qué se siente colgado como una res, cabeza abajo. Para ingresar en el edificio de la Universidad local es necesario pisar la bandera israelí, pintada en el piso. Hamed, segundo anfitrión de Avruj, reclama que los israelíes “se vuelvan a sus países”, antes de recordar que los judíos son mala gente. El viajero presencia el apedreo de una casa palestina por parte de colonos de asentamientos israelíes, en territorio palestino. Oye el relato de un campesino, de cuando el ejército israelí taló sus doscientos árboles. Observa el agujero que un misilazo acaba de dejar en la pared de la habitación de dos niños palestinos, y observa también el video de unprograma llamado El club de los niños, en el que chicos de 8 o 9 años cantan que marcharán con los guerreros de la jihad, arrojando a los israelíes al mar.El mensaje de la abuela en el contestador, preguntando por el lindo viaje, no tiene respuesta.
Elogio de la hospitalidad y la tolerancia Allá por el 2000, Nicolás Avruj era un pibe sin mayores problemas. De tradicional familia judía, con una abuela que había luchado por el viejo sueño de un sionismo en paz y en kibutz, un día Nicolás cargó su mochila y su cámara y fue a visitar al primo que vive en Jerusalén. Primera sorpresa: el primo estaba de viaje. Tras dar unas vueltas, el muchacho se instaló en un hostel barato cualquiera. Segunda sorpresa: al otro día descubrió que estaba en la parte musulmana de la ciudad. Lo siguiente fueron tres meses de vagabundeo por distintos lugares y hogares de Israel y Palestina (presentándose como argentino), con trabajos ocasionales, encuentros de variada clase y alojamientos impensados. Ante la cámara quedó un rompecabezas de situaciones llamativas: así, un inmigrante ortodoxo de tonada bien porteña difunde feliz un rock ortodoxo, un árabe recrimina al policía que lo golpeó delante de su hijo, testigos comentan una explosión, un conejo canta (esto hay que verlo), un viejo muestra el techo roto de su casa por las piedras que desde lo alto le tiran los colonos, un israelí muestra la propaganda antisionista que la TV árabe inculca a los niños, judíos antibelicistas se manifiestan, soldados en formación despiden a un reservista muerto en un atentado, un palestino recuerda sin rabia las torturas sufridas en una detención, otro declara su amor a la guerra porque nunca conoció nada distinto, y así. Hay gente hospitalaria en todas partes, personas de mente abierta y de la otra en todas partes, por Jerusalén, Ramallah, Beit Hanun en Gaza, Hebron, la mítica Masada cuyos habitantes prefirieron morir antes que rendirse a los romanos, un campo de refugiados, un asentamiento en Cisjordania, etcétera. Tercera sorpresa: una joven judía visita cotidianamente el hogar de sus vecinos palestinos, donde es bienvenida. Una relación ideal, pero casi una excepción. La cámara también registra las impresionantes explosiones de un ataque israelí. El sonido en plena noche es impactante. Esa fue una de las últimas noches que pasó Nicolás por aquellos lares, cuando, como diría García Márquez, "era feliz e indocumentado". Quince años después nos muestra los documentos de aquel viaje. No pretende orientar al espectador hacia ningún campo. Simplemente dedica su película "a los que me dieron de tomar agua en el desierto, a los que me alojaron en sus casas". La hospitalidad, la tolerancia, son mensaje suficiente.
"NEY, Nosotros, Ellos y Yo" no es un mega estreno de Hollywood y tampoco pretende serlo, pero te recomiendo - por sobre todos los estrenos de hoy - que le pongas un ojo a este documental, que llevó quince años y hoy podemos contemplar en pantalla grande gracias a su realizador, Nicolás Avruj, quien vivió, rodó y sintió todo lo que sucedió y sucede entre Israel y Palestina. Durante el trayecto del documental, o del recorrido que hace Nicolás, te vas a adentrar en los distintos pensamientos - los reales - de la gente que vive en estas zonas. Grandes momentos de reflexión, charlas y un registro del día a día es lo que propone este gran documental de una persona normal, como vos, yo, que buscó respuestas a muchas preguntas que todavía muchos nos hacemos.
Relatos de guerra Partiendo de la base de un documental que no pretendía ser tal, un viaje que no pretendía ser el que fue y una aventura que se desató como una lluvia de revelaciones y tormentos, NEY, abreviatura de ¨Nosotros, ellos y yo¨, se nos presenta desde un punto de vista lo suficientemente imparcial para comprender el mensaje de manera simple y rápida; la violencia no soluciona conflictos. Nicolás Avruj debuta como director con este documental que llevó 15 años terminarlo y el cual se presenta esta semana como el único estreno de su tipo en las salas nacionales. Si bien los encuadres, el montaje o los diversos aspectos técnicos no sobrepasan lo convencional, NEY consigue sencillamente transmitir un claro mensaje de paz y diálogo desde las vivencias del mismo director, el cual según sus propios relatos, volvería con una visión muy distinta de la realidad vivida en el conflicto entre Israelíes y palestinos. Mostrando el día a día desde el relato de distintos ciudadanos que amablemente le proveyeron asilo, el documental va desatando un sinfín de nudos estructurados de la conciencia ciudadana de ambos bandos, con todo lo bueno y malo que ello conlleva. La película no pretende demostrar quien tiene o no la razón, sino porqué creen los ciudadanos que debe seguir o terminar la guerra entre ambos bandos, y cómo llegar a una solución satisfactoria para todos. Si bien no puede decirse que NEY logra ahondar lo suficiente en el conflicto bélico/social que pretende mostrar, sí logra mostrar una visión distinta a la acostumbrada a recibir desde ciertos medios de comunicación y termina trascendiendo el conflicto para mostrarnos el interior de los hogares y ciudadanos que han quedado en medio de una guerra que pareciera nunca terminar, pero la cual queda claro que todos quieren que lo haga lo más pronto posible. ¨Nosotros, ellos y yo¨, como se conoció originalmente, es una buena opción para internarse en el interior del conflicto e intentar desentrañarlo desde la mirada de quienes realmente lo viven en el día a día.
Desde Israel, documental y diario íntimo Reconocido productor, Nicolás Avruj debuta en la dirección de largometrajes con un film que combina, con muchos más aciertos que carencias, elementos propios del documental de observación, el diario íntimo, la épica de viaje, las películas familiares, el cine político y el ensayo social. Todo comenzó en 2000, cuando Avruj -por entonces de 25 años- emprendió un viaje de varios meses por Israel sin rumbo fijo ni objetivos definidos. Con su pequeña cámara a cuestas comenzó a filmar primero en Tel Aviv, para luego trasladarse a Jerusalén y más tarde a las convulsionadas zonas de Gaza y Cisjordania. Lo que había comenzado en plan casi vacacional terminó siendo un registro propio de un corresponsal de guerra. Avruj -proveniente de una familia de larga tradición judía con militancia en diferentes organizaciones y de ideales progresistas- convivió con habitantes de asentamientos judíos y con palestinos que sobrevivían en condiciones miserables con la idea de buscar explicaciones y, de manera bastante ingenua, apostar a la reconciliación y la convivencia en medio del odio (y el fuego) cruzado. Ese material (tan urgente, potente y visceral como por momentos desprolijo) quedó durante más de una década en un limbo hasta que Avruj decidió retomarlo para escribir y editar esta película que cumple con el doble papel de ser tanto un relato en primera persona, íntimo y confesional, como una aproximación respetuosa y rigurosa a uno de los conflictos más antiguos y sangrientos de nuestra historia. Una propuesta valiosa tanto por la honestidad y nobleza de su realizador/protagonista como por la potencia desgarradora de sus imágenes.
NEY, Nosotros, los Otros y Yo es la ópera prima de Nicolás Avruj. Un excelente documental con una mirada curiosa y sensible, en primera persona, que intenta analizar los discursos desde una posición objetiva. Desde el inicio apuesta a rechazar los prejuicios, frente a un conflicto sobre el que se han vertido controvertidos juicios de valor, y que se remonta a principios del siglo XX. Razón por la cual es también y más precisamente, la historia de un viaje personal que va hacia el encuentro con el Yo…un recorrido iniciático en varios sentidos, ya que la búsqueda se inicia en Israel, el pueblo de sus ancestros. Su propuesta es reconstruir ese viaje realizado 15 años atrás en casi 90 días de permanencia. Tiempo en el que convive tanto con israelíes como con palestinos. Aunque el film se destaca por transcurrir lejos de las instancias de propaganda mediática, en lo que ha tragedia se refiere, alejándose de los estereotipos habituales. A pesar de la desigual capacidad armamentista, y del apoyo de las grandes potencias, el estado de vulnerabilidad de unos y otros se parece, porque el miedo y el odio se hace presente en ambos, a través de la narración de su historia, y desde las vivencias de sus protagonistas. Su director, de familia judía, respetuosa y celebrativa de sus costumbres se sumerge en la realidad de estos dos pueblos, que ha posteriori del gobierno británico, a comienzos del siglo XX los enfrentase… instalándose de allí en más la violencia. Claro está que este es sólo uno de los referentes, que hablan de la mutua anulación de derechos, donde Cisjordania y la franja de Gaza es algo así como una metáfora del espacio ideal. El documental está armado en base a los días en que transcurre, en el que se escuchan las voces de sus protagonistas, sumadas a sus propias reflexiones, en casi todas las instancias. Es posible que a la postre de la escucha estas voces, su protagonista , después de haber cursado estas experiencias y de haber leído imágenes y comportamientos pueda finalmente asumir una distancia entre el Nosotros y los Otros. Reconociendo de este modo una renovada percepción de la realidad, sin cuestionar en ningún momento la percepción de los Otros. con la conciencia de que los conflictos sólo pueden solucionarse de a dos, y con la riqueza que implica descubrir un viaje no imaginado. Dijo su Director: Cuando fui a Israel en el año 2000, no imaginé adónde iba a terminar. Vengo de una familia de larga tradición judía e ideales progresistas Llegué a Tel Aviv de vacaciones y por una mezcla de aventura y curiosidad, crucé de Jerusalén a Gaza y Cisjordania. Con mi cámara como única compañera, durante meses viví en casas de palestinos e israelíes. Filmé y me descubrí en un viaje distinto al que había imaginado .Volví a Argentina y no pude encarar el documental.15 años después, esta es la reconstrucción de aquel viaje.
El conflicto israelí-palestino -la violencia en las zonas ocupadas, la coexistencia en un mismo territorio, la lucha armada- ha generado numerosas películas, muchas de ellas documentales, por parte de extranjeros, judíos y -en menor medida- palestinos. Casi todos ellos coinciden en denunciar las invasiones del territorio árabe por parte del ejército israelí y los abusos que éste comete sobre tierras y habitantes. Por el otro lado, los israelíes cuestionan la reacción de los grupos armados palestinos. Nicolas Avruj -más conocido entre nosotros como productor de Refugiado, La mirada invisilble, Mi amiga del parque- se lanza con su opera prima como director de documentales. Hijo de familia judía argentina, en el año 2000 realizó el clásico viaje a Israel para visitar familiares. Cuando llega y descubre que su familia no estaba para recibirlo, decide viajar a su aire por el país, visitando también Cisjordania y la Franja de Gaza, zonas palestinas. Allí toma contacto con jóvenes árabes que le muestran otra realidad, que conoce con los ojos ingenuos de un adolescente, y filma el registro de ese viaje iniciático. 15 años después, decide editar y transformar ese material sensible, fresco y espontáneo en una película documental. Resulta evidente en sus entrevistas a jóvenes israelíes y palestinos el conflicto que vive el propio Avruj. Desde el inicio, cuestiona que quieran ubicarlo en uno de los dos bandos. En sus entrevistas a jóvenes y adultos, pacifistas y belicistas, algunos fundamentalistas, a veces en zonas ocupadas donde la violencia estalla a cada instante, demuestra sus simpatías por unos y otros, y también agrega observaciones mordaces, sin comentarios. En el juego dialéctico del montaje, enfrenta a israelíes con palestinos, haciéndolos dialogar sin saberlo. Avruj no pretende que su film sea una respuesta a la guerra, ni mucho menos una solución, dado que “la respuesta al conflicto no está en los argumentos de cada parte”.
Alrededor de quince años después de rodada, el productor de las películas de Diego Lerman, entre otras, Nicolás Avruj, estrena su primera película como realizador, NOSOTROS, ELLOS Y YO. El “rodaje” en cuestión tuvo lugar cuando Avruj –de una familia judía porteña– viajó de muy joven a Israel con algunas convicciones bastante claras –heredadas, familiares, aprendidas aquí– acerca del Estado Judío para toparse allí con que las cosas no eran tan sencillas ni blanco/negro, ya que una intifada palestina lo agarró en pleno viaje. Avruj recupera ese material filmado entonces y lo reorganiza desde el presente para contar un viaje de descubrimiento que es una historia personal y familiar, una que se vuelve universal gracias a la presencia del realizador en Gaza justo en el momento de los hechos, que de distintas maneras continúan afectando la relación entre los dos países hasta hoy. Nosotros, Ellos y YoHay varias entrevistas y mucho material rodado en el lugar acerca de la tensa situación entre Israel y los palestinos, y si bien los que conocen más o menos bien el tema sentirán que algunas cuestiones son un poco didácticas y/o subrayadas, para los que viven esa historia más de afuera (o la conocen muy por arriba) se encontrarán con un documental que supera el relativo amateurismo de su registro inicial para convertirse en un viaje de (re)descubrimiento que pone en cuestión algunas convicciones de la comunidad judía argentina acerca de la situación que se vive en Israel. Y que pone en duda muchas certezas heredadas familiarmente, certezas que no son sencillas de confrontar.
Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional. Comentarios, entrevistas y mucho más. ¡No te lo pierdas!
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El conflicto eterno Hay dos momentos de esos que surgen en los documentales casi “sin querer”, y que precisan de un buen ojo como el de Nicolás Avruj para destacarse y resultar fundamentales para definir una película: el realizador llega hasta una casa en Cisjordania donde acaba de haber un ataque de las tropas israelíes y se encuentra con unos hombres, que informan sobre unos niños de 2 y 5 años que dormían en esa pieza ahora arrasada. “¿Vos querés a los judíos?”, le pregunta uno de ellos al niño, a lo que este responde “sí”; no sólo una vez sino dos veces a partir de la repregunta: “¿cómo podés quererlos si te acaban de destruir todos los juguetes?”. Ese carácter ingenuo del niño es la única respuesta, un pequeño resquicio de paz y esperanza, frente al horror que registró Avruj en su ópera prima NEY – Nosotros, ellos y yo. El otro momento se da al cierre. Nosotros, ellos y yo es la recuperación del director y habitual productor (La mirada invisible, Refugiado, Mi amiga del parque) de un material registrado hace una década y media, cuando realizó el típico viaje para conocer sus raíces en Israel. En ese final regresa su abuela, personaje clave en el prólogo, una referente de la comunidad sionista en Argentina. Allí, la anciana deja un mensaje en el contestador telefónica de Nicolás preguntándole por lo bien que la pasó en el viaje. Es un comentario habitual de abuela compinche, que por un lado sirve como anotación irónica sobre el panorama de guerra constante que ofrece el Medio Oriente, con sus odios ancestrales y políticos, y por el otro es una reflexión inconsciente sobre cómo la lejanía impide conocer la complejidad de un conflicto específico. Avruj obtiene varios aciertos. En primera instancia le da un peso real a su experiencia de viaje, elemento un poco habitual del documental argentino contemporáneo que no siempre resulta satisfactorio: cuánto del orden de lo privado resulta en verdad atractivo para el público en general, uno se pregunta. Aquí ese efecto se logra porque el realizador pone el ojo no sólo sobre un tema que lo involucra emocionalmente (los mejores pasajes son aquellos donde se descubre sin respuestas y en duda sobre la necesidad de traición o defensa de sus orígenes), sino porque además es un tema universal -más allá de palestinos e israelíes en sí- en el que se pone en primera plano el tema de lo propio y lo ajeno, nosotros y los otros, o cómo abordar esa otredad que nos resulta amenazante. Otro terreno sobre el que avanza Nosotros, ellos y nosotros es el del documental autorreferencial, subgénero en exceso transitado que por la operación de la temática universal halla no sólo una justificación, sino también un motivo de interés cinematográfico: Avruj, que llegó a Israel con el sólo motivo de conocer y visitar familia, se termina convirtiendo casi en un reportero de guerra, pero contra el conocimiento que debería imponer aquel rol hay aquí más preguntas que respuestas. Sus ojos se abren a un mundo que desconocía, para revelarlo en su más puro estado, aún contra su propia conveniencia: los testimonios son realmente tremendos, especialmente aquellos de los más beligerantes, de un lado y del otro. La película, finalmente, se completa en el presente. La voz en off de Avruj no es la de aquel viajero sorprendido, sino la de este adulto que recién una década y media después descubre cuál fue el sentido de aquellas imágenes. El juego entre esas imágenes y la voz en off es fundamental, porque el tiempo que pasó lo es también para el realizador. Que el documental no haya perdido actualidad es en parte acierto de Avruj y un montaje tan urgente como ajustadísimo, como así también de un mundo que se esfuma en refriegas económicas, políticas, territoriales, religiosas, circular y eternamente. Nosotros, ellos y yo no ofrece respuestas orales, apenas aquellas secuencias que mencionábamos como un atisbo de paz pero no hacia el futuro, sino tal vez para entender por qué las cosas no funcionan como los espíritus humanistas pretenden. Falta ingenuidad, sobre lejanía. ¿Será posible un acuerdo?
Detrás de la guerra NEY, Nosotros, Ellos y Yo es un documental que busca las historias humanas detrás del conflicto entre Israel y Palestina En el año 2000 (antes de la caída de las Torres Gemelas y otros eventos que cambiaron el rumbo de la geopolítica) Nicolás Avruj, joven argentino de familia judía que por entonces tenía veintipocos años, emprendió un viaje primero por Israel y luego por Gaza y Cisjordania. Unos 15 años después, realizó con esas imágenes el documental Ney, Nosotros, Ellos y Yo. El presente desde el cual Nicolás piensa en esos años del viaje está en su voz en off, que narra esos recuerdos, los analiza en retrospectiva, los pone en valor. La potencia de la película está, justamente, en la fusión de ambos puntos de vista: la cámara curiosa del joven intrépido que seleccionó qué ver por intuición; y el montaje y el relato que le da un anclaje hoy. “Hasta el día de hoy me molesta que me pregunten si estoy a favor de Palestina o Israel”, dice el director al comienzo del filme. Y en su recorrido intenta hacerse otras preguntas sobre ese conflicto histórico. El viaje pone una lupa sensible, que acerca y le da escala humana a una realidad que muchas veces entendemos sólo desde la mirada macro. Así, Nicolás se encuentra con gente común, se hace amigos e intercambia opiniones con palestinos e israelíes. Le pregunta a los que viven desde hace generaciones con el conflicto en la carne. Y encuentra argumentos pacifistas, belicosos, temerosos, esperanzados y resignados. Como todo viaje, esos encuentros también sirven para que Nicolás se pregunte sobre su identidad. Entre todas las palabras, quedan las de su amigo palestino, al que a pesar del afecto nunca puede contarle que él es judío: “Toda nuestra vida es un problema basado en otro problema. Como los edificios: piedra sobre piedra. Problema sobre problema. Muerto sobre muerto. Todo se convierte en conflicto”.