Quedándote o yéndote La obra del director argentino relata las actitudes de amigos y familiares hacia la llamada a la guerra. “Ni héroe ni traidor” (2018) es un largometraje argentino dirigido por Nicolás Savignone. Año 1982, Matías (Juan Grandinetti) recién terminó el servicio militar, toca el bajo y tiene novia (Verónica Gerez). Quiere irse con ella a España. En las calles hay rumor de guerra. El padre de Matías (Rafael Spregelburd) desea que su hijo trabaje y suelte el bajo; la madre (Inés Estévez) no se opone a su hijo, desea lo mejor para él. La guerra se declara. Diego, el mejor amigo (Agustín Daulte) del protagonista, se niega a ir a Malvinas. Pablo (Gastón Cocchiarale), el otro compañero, lo trata de cobarde. Matías no se decide, si huir o ir allá. Los amigos no resultan ser quienes decían ser y no todos tienen contactos militares. “Alguien tiene que ir” al campo de batalla. La banda de sonido del film es excelente, denota mucho esmero y juega constantemente con la banda de imagen. El vestuario y la dirección de arte reconstruyen la estética ochentosa y logran muy buenos resultados. Los actores son muy buenos, desde el protagonista hasta el soldado. El argumento es interesante y el guión es regular; los personajes que ofrece son lineales, salvo Diego, Matías y la madre. Los dos momentos interesantes que ofrece el guión se cortan abruptamente, el pulso de lo que vemos, se vuelve discontinuo. La estética tiene una dirección de fotografía interesante, por sus colores y los encuadres de los personajes. Entre los recursos técnicos hay planos generales a altura normal, planos generales en picado, plano medio a espaldas de los personajes, paneos y travelling in. Por momentos se repite el mismo tipo encuadre, no hay variedad. "La obra tiene un argumento original, mejor ir a más." Calificación: 7/10 Ficha Técnica Reparto: Alicia Mabel Pepa - Magda Castro - Felix Agustin Castro - Edgardo Castro Dirección de Fotografía: Ines Ducastella - Agustín Mendilaharzu Montaje: Miguel de Zuviria Director de Arte: Edgardo Castro - Alicia Mabel Pepa Vestuario: Florencia Viton – Edgardo Castro Traducción: Laura Zarebski – Tara Sulivan Subtitulado: Susana Leunda Diseño de Afiche: Andrés Mendilaharzu Dirección de Sonido: Gabriel Barredo Diseño de Sonido: Gabriel Barredo - Guillermo Lombardi - Juan Martín Jimena Edición de Diálogos de Sonido: Gabriel Real Estudio de Postproducción de Sonido y Mezcla 5.1: Monociclo Sonido Producción Ejecutiva: Tomas Guiñazú – Edgardo Castro Asistencia de Producción: Leticia Gurfinkiel – Gabriel “Chacha” Mendoza Productores Asociados: Alicia Mabel Pepa – Félix Agustín Castro Productor General: Edgardo Castro Asistencia de Dirección: Tomas Guiñazú Dirección y Guion: Edgardo Castro Con el apoyo de EL PAMPERO CINE / GEMA FILMS
El realizador Nicolas Galvagno (Los desechables) regresa al cine con una historia enmarcada en la previa a la Guerra de Malvinas, con el Servicio Militar Obligatorio y miles de jóvenes que recibían el llamado para ir a combatir a esa dolorosa contienda. La reflexión surge desde la mirada puesta sobre un joven (Juan Grandinetti) y sus padres (Inés Estévez, Rafael Spregelburd) y cómo la cotidianeidad se enrarece desde la noticia son clave para este relato, que desnuda la infame e innecesaria guerra mostrando el lado B de aquellos que esperaban con ansias la noticia del enrolamiento y los que sólo deseaban que esa pesadilla terminara. El director nos habla de complicidades y cuentas pendientes, y heridas que hasta hoy siguen abiertas, en una sólida historia donde sus personajes toman vuelo propio.
Esa herida que no sana Relato anacrónico tanto en su narrativa como en su estilo. Con una puesta que se acerca más al teatro que al cine, Ni héroe ni traidor (2018) resulta un muy buen intencionado viaje al pasado explorando lugares poco frecuentados por el cine nacional. Buenos Aires, 1982. Matías (Juan Grandinetti) acaba de terminar el servicio militar y sueña con irse a estudiar música a España. Debe convencer a su novia para que lo acompañe más adelante y lidiar con la oposición de su padre. Pero todo cambia cuando se declara la guerra de Malvinas y es convocado junto con sus amigos. Es el segundo largometraje del director y guionista Nicolás Savignone. En el que aborda el tópico de la guerra, desde un lugar poco visitado en el cine; el momento previo a que el conflicto se desate y, además, las posturas encontradas de sus protagonistas entre el deber y deseo personal. Acierta Savignone en la construcción de personajes empáticos, de gestos reconocibles y de palabras que resuenan familiares. La película posee una notable y modesta reconstrucción de época, en lo que considero un acierto puesto que describe su particular estilo al filmar como se filmaba en los ´80, una búsqueda acertada y que funciona muy bien. Se destacan las interpretaciones de Inés Estevez y Mara Bestelli. "Ni héroe ni traidor posee coraje y se hace cargo de sus intenciones, no pretende justificar las acciones de sus personajes. Arroja una mirada humana ante un acontecimiento que casi treinta años después los argentinos seguimos sin comprender." Calificación 7/10 Título original: Ni héroe ni traidor Año: 2018 Duración: 73 min. País: Argentina Dirección: Nicolás Savignone Guion: Francisco Grassi, Pío Longo, Nicolás Savignone Fotografía: Federico Lastra Reparto: Juan Grandinetti, Inés Estévez, Rafael Spregelburd, Gastón Cocchiarale Género: Drama | Años 80. Guerra de las Malvinas
El antes de la guerra “Ni héroe ni traidor” es una película nacional dramática dirigida, co-escrita y producida por Nicolás Savignone (Los desechables). Protagonizada por Juan Grandinetti (Bruja), el reparto se completa con Inés Estevez, Rafael Spregelburd, Gastón Cocchiarale (Luciferina, Claudia), Fabián Arenillas, Héctor Bidonde, Mara Bestelli, Agustín Daulte, entre otros. Buenos Aires, 1982. Matías (Juan Grandinetti) es un joven de 20 años que terminó la colimba y desea dedicarse a tocar la guitarra. Sin embargo, su padre lo cree un inmaduro y busca convencerlo de que acepte trabajar con él en el puerto. Con ganas de viajar en un futuro cercano a España y que después su novia se le una, Matías no tiene en cuenta algo que pondrá en jaque sus planes: la declaración de la guerra de Malvinas. Luego de que llegue la carta con la convocación a la guerra, Matías tendrá qué pensar a fondo cómo proceder. En el cine nacional estamos acostumbrados a que se representen historias sobre Malvinas, no obstante “Ni héroe ni traidor” por suerte nos trae un enfoque distinto: aquí no vamos a ver ni a los combatientes ni la batalla, ni siquiera seremos testigos del estrés postraumático que ocasiona un evento de tal magnitud; lo que la cinta busca explorar es la situación previa a la guerra. De esta manera, con una perspectiva original, el director nos hace reflexionar desde la mirada del protagonista, un chico que está atravesando una etapa con la que es muy fácil sentirse identificado. Matías no tiene muy en claro qué es lo que quiere para su vida; aunque se siente interesado por la música, el prejuicio de su padre no lo ayuda y que sus amigos quieran seguir carreras “serias” lo desalienta, ya que es inevitable compararse con los demás. Cuando su madre protectora le muestra la carta, la reacción de Matías es de indiferencia. Sin embargo, su cabeza está que explota. A pesar de que Juan Grandinetti transmite poco y nada en pantalla, Savignone deja en claro las diferentes reacciones y posturas que existieron en esa época: aunque están los que ni bien se enteraron que Argentina iba a la guerra festejaron, sintiéndose valientes, también están los que lo primero que se les pasó por la cabeza fue el miedo. En el personaje de Inés Estevez es en donde más veremos la preocupación no solo porque su hijo puede llegar a morir, sino también por pensar en lo que Matías es enviado a hacer: matar a otros jóvenes de su misma edad que nada tienen que ver con los conflictos políticos y económicos por los que la guerra se llevó a cabo. Aparte de la floja actuación protagónica, los diálogos no logran sentirse naturales, en especial en el personaje del padre de Matías (Spregelburd). No obstante, la película sale airosa cuando a la historia se le agrega tensión alrededor del grupo de amigos del joven. Los acomodos para tener un puesto fuera de combate y las maneras desesperadas para excusarse de no poder ir a Malvinas son aportes verosímiles que hacen que no se pierda el interés en el filme. Con una música en un principio acorde pero que luego termina siendo repetitiva, “Ni héroe ni traidor” se destaca por su mensaje, que bien expresado ya está en su título. Un relato muy nuestro de una herida que continúa abierta hasta el día de hoy.
Matías tiene la típica vida de un chico de clase media de 19 años. Sus días pasan entre juegos con amigos, charlas con su novia y largas horas tocando la guitarra en su habitación mientras sueña con viajar a España para probar suerte en la música, algo que al padre (Rafael Spregelburd) no le gusta pero que la madre (Inés Estévez) apoya. Pero la acción transcurre en Buenos Aires en abril de 1982, y Matías (Juan Grandinetti, uno de los mejores actores de su generación) recibe una convocatoria para enlistarse en las fuerzas armadas y partir hacia la Guerra de Malvinas. El modesto aunque genuino patriotismo inicial mutará en un tironeo interno entre el deber y la conciencia, entre los mandatos familiares y los temores ante la inminencia de un viaje al frente de batalla. Dirigida por Nicolás Savignone, Ni héroe ni traidor se mueve alrededor de la disyuntiva sobre si acudir o no a la convocatoria, una decisión para nada sencilla que involucra también el deseo y la voluntad de sus amigos. En ese sentido, la película es respetuosa de esos jóvenes dubitativos y vacilantes, a quienes muestra atravesados por la contrariedad y el miedo, la adrenalina y los nervios sin caer en el juzgamiento o la bajada de línea.
Con el conflicto de Malvinas como el epicentro del film, llega "Ni héroe ni traidor" a todos los cines: una película dirigida por Nicolás Savignone que aborda la temática de esta guerra desde una perspectiva completamente diferente a las vistas anteriormente. La historia se sitúa en Buenos Aires, en 1982. Matías, interpretado por Juan Grandinetti, acaba de terminar la colimba y sueña con irse a estudiar música a España. Sin embargo, una cadena nacional de las autoridades argentinas cambia sus planes y la vida de miles de ciudadanos. Hay que ir a la Guerra a luchar por la Patria. El miedo y angustia se apodera de algunos amigos del protagonista mientras que el orgullo y la ansiedad de ir a combatir invaden al resto del grupo. De ahí, sale el gran interrogante: Si no voy, ¿soy un traidor? Si voy, ¿soy héroe? El gran elenco que representa a cada uno de los personajes, hace a la historia más real. En especial, Inés Estévez en su papel de una madre llena de miedos, Rafael Spregelburd como un padre frío pero consciente del peligro y Gastón Cocchiarale en la piel de un malo tan inocente como víctima del contexto histórico. Si bien el desarrollo de la historia es correcta al igual que la ambientación y el soundtrack, no es una producción que te deje boquiabierto por lo increíble, aunque sí por la sensibilidad que transmite. Es que, a destacar del film, cumplió su objetivo: hacer que los espectadores argentinos que la vean, revivan aquellas épocas a flor de piel. Sobretodo quienes en su momento tuvieron la edad de los actores principales. --->https://www.youtube.com/watch?v=4W2yAlzA73c TITULO ORIGINAL: Ni héroe, ni traidor DIRECCIÓN: Nicolás Savignone. ACTORES: Juan Grandinetti, Ines Estévez, Rafael Spregelburd. GUION: Nicolás Savignone. FOTOGRAFIA: Federico Lastra. MÚSICA: Wenchi Lazo. GENERO: Drama . ORIGEN: Argentina. DURACION: 74 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años DISTRIBUIDORA: Primer plano FORMATOS: 2D. ESTRENO: 12 de Marzo de 2020
El cine nacional mostró el durante y el después de la guerra de Malvinas (Los chicos de la guerra, Iluminados por el fuego); tuvo en QTH una fantasía sobre la perspectiva de los movilizados sin intervenir directamente en el conflicto; y, en Teatro de guerra, el detrás de escena de un biodrama protagonizado por excombatientes de ambos bandos. Ni héroe ni traidor pone el foco en otro aspecto de esa tragedia nacional: los días posteriores al 2 de abril, cuando los jóvenes recién salidos del servicio militar recibían el telegrama que los convocaba a presentarse para combatir. La jugada de Galtieri sorprende a cuatro veinteañeros amigos viviendo los últimos estertores de su adolescencia tardía en una ciudad chica de la provincia de Buenos Aires. A través de sus reacciones y las de sus familias ante el estallido de la guerra, Nicolás Savignone -que, además de cineasta, es médico psiquiatra- reconstruye el espíritu de una época de la Argentina. A la manera de películas como Rojo, La larga noche de Francisco Sanctis o Infancia clandestina, indaga en nuestro pasado reciente a través de un drama familiar, jugando con el peso del contexto histórico sobre la intimidad. Del triunfalismo a la incertidumbre y de ahí al miedo: los personajes recorren todo el arco de emociones de aquellos días. “Alguien tiene que ir” es la frase clave, que marca la complicidad de una mayoría silenciosa -o directamente eufórica- con la aventura bélica. Pero además de mostrar el comportamiento de gran parte de la sociedad en torno a Malvinas, Ni héroe ni traidor también registra la dinámica de las relaciones interpersonales en aquella época. El vínculo entre algunos de esos amigos está marcado por lo que hoy se conoce como “masculinidad tóxica”, que parece recargarse y aflorar con el estallido de la guerra. Y que se reproduce en la tirante relación entre Matías (Juan Grandinetti) y su padre (Rafael Spregelburd): está muy lograda esa paternidad a la antigua, donde la severidad se imponía al cariño y el rol conciliador quedaba a cargo de la madre (Inés Estévez), la única habilitada para expresar sus sentimientos. Sólo una situación límite puede resquebrajar ese muro afectivo.
Ni chicha ni limonada. El relato está ambientado en el surgimiento del conflicto bélico por la soberanía de las Islas Malvinas. El foco narrativo está puesto en Matías, un joven de 17 años, que acaba de terminar el servicio militar obligatorio. Su padre, un músico frustrado devenido oficinista en el puerto de Buenos Aires, pretende que Matías acepte un puesto en la oficina, sin embargo éste tiene planes para irse en una especie de año sabático a España con el objeto de hallar finalmente su destino. La declaración de la guerra trastoca todos los planes. La narración presenta una serie de materiales potencialmente fructíferos para un conflicto, pero estos no terminan nunca por decantar y desarrollarse de un modo orgánico. El grupo de pares Los amigos de Matías en sí mismos no constituyen un conflicto hasta que aparece el tema de Malvinas, por lo cual oscila por ser un mero contexto de lugar donde colocar al Matías joven, cuando no está con su familia. El grupo carece de una intimidad afectiva, por lo cual pareciera haberse constituido el grupo en el servicio militar, y no preexistir a esa experiencia; quizás el amigo desertor sea la única excepción, ya que es el único que comparte el gusto por la música, lo que caracteriza a Matías. El grupo aparece escenificado en circunstancias disímiles e inorgánicas respecto de la supuesta personalidad de Matías: en la cancha de fútbol y en el campo, realizando actividades de cacería. Matías parece, en cambio, estar en un momento de su vida indefinido, introspectivo, y se lo ve muy obsesivo con la música y el instrumento del bajo. Sin embargo, estos elementos no aparecen vinculados en modo alguno con la condición extrovertida del grupo. El Matías jugador bocaza y pendenciero de la canchita de fútbol; el cazador; el bebedor de whisky; el novio impulsivo de los zaguanes, no parecen armonizar de manera equilibrada en una caracterización verosímil. Por otra parte, el personaje de la novia está completamente desdibujado y carece de todo sentido narrativo en el film. No aporta especialmente al conflicto, ni permite aclarar la psicología del personaje. La familia de Matías El otro campo de conflicto con el que podemos asociar a Matías es su familia, y particularmente, su padre (Rafael Spregelburd). La relación entre Matías y su padre es, de todos los vínculos que el relato propone, el único que presenta una mínima organicidad: ellos son lo mismo. Podríamos aventurarnos y decir incluso que ese padre es el futuro de ese hijo, como el hijo es pasado para el padre. Y ambos en ese presente indefinido en el que ninguno de los dos sabe muy bien qué quieren ser o hacia dónde dirigirse. Matías una sola vez manifiesta su intención expresa de un destino (España), sin embargo, acepta pasivamente dos veces un destino cambiado: como soldado de Malvinas, en un primer momento, y como desertor a un país probablemente limítrofe. Quiere decir que Matías termina resignando también un deseo, como su padre ha resignado su vocación de músico por las obligaciones adultas de un hombre bien parado. Sin embargo, el relato desaprovecha estos encuentros, estos diálogos, perdiendo el tiempo con otras circunstancias menos interesantes, y con personajes que no presentan ninguna trascendencia en el conflicto: la madre y el abuelo materno. Estos, como la novia, no parecen tener un lugar muy definido en el conflicto que se plantea. El relato, como su personaje, se queda en esa indefinición: no profundiza el conflicto bélico, ni el conflicto existencial de su protagonista, pero tampoco se interna en los conflictos familiares; Matías va como transcurriendo de una situación a la otra, sin gran capacidad de posicionamiento. El único momento significativo de la historia es la escena final, donde el padre de Matías produce una diferencia en la escena de despedida con su hijo. Ese momento es lo único auténtico y aferrado al sentido en el marco de una trama que no ha podido articular ni madurar sus elementos. No deja de llamarme la atención este comentario que ahora escribo, respecto de una película que se ha esforzado bastante en la ambientación de época. Que su parte más auténtica sea justamente aquella donde prácticamente ha quedado despojada la escena… eso debiera ser profundamente aleccionador.
Otra mirada a Malvinas Ni héroe ni traidor, de Nicolás Savignone, escrita por el mismo Savignone junto a Francisco Grassi y Pío Longo, es una película cuya constitución general es correcta y pensada así como la describo encaja perfectamente en la época y dentro de los espacios y sucesos que describe y en los cuales se enmarca. Para cualquiera que no haya vivido la década de los 80s, puede parecer como ver el Canal Volver: básicamente una forma diferente de ser, comportarse, unos modismos que suenan, incluso, risueños. Y es que en ese punto donde, considerando que la idea y planteo desde la dirección eran justamente esos, la película acierta en la reconstrucción, y junto con la reconstrucción de época, dan en el clavo con los detalles y la atmósfera que se pretende recrear. A partir de un muy buen elenco, entre los que se encuentran Juan Grandinetti, Inés Estévez, Rafael Spregelburd, Gastón Cocchiaralle, Fabián Arenillas y Héctor Bidonde, el director trabaja con la mirada que le imprime a su personajes y utiliza muy bien lo que cada uno de los intérpretes puede dar en función de tonos y posibilidades, y logra una recreación ajustada y sincera de los momentos y vínculos de tres generaciones que se encuentran en el dolor y la búsqueda de los sueños. En cuanto a la visión histórica, del momento y de los personajes, de la desesperación sobre una guerra incomprensible y la comparativa con otras guerras y conflictos motivados por cuestiones diferentes y tal vez más válidas en el pulso de los acontecimientos (pero nunca justificables por todo lo que significa un conflicto armado en términos de pérdidas de vidas humanas) lleva a preguntarse qué ha hecho la humanidad y cómo ha elegido resolver sus conflictos. Un planteo que se une con el primero, con el que sobrevuela y es el interés particular de la película que nos ocupa, y pinta la decisión inentendible (desde la lógica más básica) de declarar una guerra por motivos espurios y una clara intención de manipulación ideológica tendenciosa de la población, de la mano de un poder violento que había arrebatado la libertad y los derechos básicos, sentándose casi literalmente sobre una constitución que, aunque a veces y a los tumbos, debe respetarse y más o menos funciona. Ni héroe ni traidor es una película de una armado y una construcción particular, que parece, inclusive, filmada en la misma época en que transcurrieron los hechos, y ello le imprime una atmósfera que acerca aún más a los hechos que se narran.
¿Hubo lugar para los sueños? La nueva obra de Nicolás Savignone (Los desechables) nos relata las reacciones de un grupo de jóvenes que es llamado a luchar en la Guerra de las Malvinas. Una película que indaga en un suceso histórico argentino para construir la perspectiva de miles de sueños que quedaron truncos y de unos pocos que pudieron cumplirse. Matías, interpretado por Juan Grandinetti (Pinamar), tiene 19 años, viene de hacer la colimba, toca el bajo y su anhelo es viajar a España para estudiar música. Estamos en el año 1982 y las referencias de la época son claras. Un país que viene de ser campeón del mundo, enceguecido, con una juventud sucumbida por la dictadura militar. Inspirado en un recuerdo de su infancia, Savignone se arriesga al tocar un tema sensible para cualquier argentino y los resultados son satisfactorios. El desaliento, la incertidumbre y el miedo de los jóvenes son evidentes en cada escena de Ni héroe ni traidor. La obra nos clarifica a raíz de pequeños indicios la ingenuidad vivida en aquel tiempo, los temores, el hecho de crecer de golpe y el festejo, a través de canticos victoriosos, de una aberración. Un pueblo oprimido por la política, una herida que siempre está latente. El arte funciona aquí como un vehículo ideal para honrar la memoria de aquellos que lo padecieron. Con un elenco de lujo que acompaña a Grandinetti (Inés Estévez, Rafael Spregelburd, Gastón Cocchiarale, Fabián Arenillas) y filmada en 35 mm, la historia se centra en el conflicto de sus personajes con todo aquello que lo rodea, desde el espacio hasta sus vínculos. Estamos en presencia de una película que no se detiene en homenajear a los jóvenes que fueron a dar batalla, sino que nos ofrece una mirada diferente: la posibilidad de mostrarnos al desertor que decidió ir por sus sueños. No hay dudas de que Ni héroe ni traidor se convertirá, tras el paso de los años, en un exponente de aquellas películas capaces de retratarnos la historia argentina desde un punto de vista distinto a aquel que estamos acostumbrados.
Muerto patriota o vivo desertor La guerra es la más grande plaga que azota a la humanidad; destruye la religión, destruye naciones, destruye familias. Es el peor de los males", dijo el teólogo y pensador Martín Lutero. Es curiosa la ambivalencia con la que recordamos la Guerra de Malvinas en nuestro país. De víctimas y héroes es la dualidad, de inocentes que nunca debieron ir a pelear un conflicto bélico absurdo, pero de próceres de la patria. ¿Se puede ser ambas cosas? Es la pregunta que prevalece en "Ni héroe ni traidor", filme de Nicolás Savignone en el que Martín (Juan Grandinetti), un joven músico que planea ir a España para estudiar, es citado para combatir en la Guerra de Malvinas un tiempo después de haber concluido la instrucción militar, en 1982. A partir de allí se debatirá entre la obligación patriótica o irse del país para cumplir su sueño, pero lejos de sus afectos y familia. El conflicto nace desde el momento en el que la carta llega a manos de los padres de Martín (Inés Estévez y Rafael Spregelburd), quienes deben decidir si ayudan a su hijo o no, pues el interés paternal suele anteponerse a cualquier otro y la reflexión del filme surge de la dicotomía sobre qué vale más. El deber, el patriotismo, el destino del hombre, se enfrentan a la singularidad, al instinto de supervivencia, a la vida en sí misma. Visto "con el diario de ayer", a sabiendas de las atrocidades cometidas por la dictatura y las devastadoras consecuencias que tuvo en nuestra sociedad la Guerra de Malvinas, y en general, con la perspectiva de 2020 sobre cómo y por qué vivimos, todo parece más simple. Pero el ejercicio que hace Savignone, de meternos en el año 1982, cuando el clima social, las actitudes del pueblo y la posición del hombre en general eran muy diferentes, genera un debate sobre temas que van más allá del episodio particular.
Adaptación con sólido elenco La guerra de Malvinas es, para muchísimos argentinos, una herida que aun permanece abierta. Muy especialmente para aquellos que tuvieron que poner el cuerpo, y sobre todo cuando eso ocurrió contra su propia voluntad. Pensada originalmente como obra de teatro, esta película austera y emotiva refleja el clima tenso de aquel momento decisivo para una generación de jóvenes que debió dejar de lado sueños y proyectos para participar de un conflicto bélico fogoneado por un gobierno militar en retirada. Cada rol simboliza las diferentes actitudes frente al problema: el chico que sueña con dedicarse a la música y con un viaje a España (Juan Grandinetti), el hijo de un militar que compra el discurso patriotero pero al mismo tiempo prefiere no exponerse (Gastón Cocchiarale), el pibe sensible que ni siquiera tolera la idea de enrolarse en un ejército (Agustín Daulte). Y también están los padres, con la natural carga de angustia y confusión que los tomó por asalto, sensaciones que Rafael Spregelburd e Inés Estévez transmiten con mucha solvencia. Una de las fortalezas más notorias de la película, además de la solidez del elenco y la buena ambientación de época, es la fluidez de un guion que trabaja muy bien los vínculos entre los personajes (familiares, amorosos, de amistad), transformando aquella amarga coyuntura en el telón de fondo de una historia con muchos otros matices.
"Ni héroe ni traidor", dilemas sobre Malvinas En su intento de retratar los días del estallido de la guerra en abril de 1982, el film cae demasiado a menudo en la ilustración audiovisual directa y diáfana de una idea. “Llevátelo otro día”, le dice Matías a su mejor amigo, luego de regalarle una edición española del disco The Wall. Ni héroe ni traidor, tercer largometraje del realizador y psiquiatra Nicolás Savignone, supone que el álbum doble de Pink Floyd estuvo censurado en nuestro país durante los años de la dictadura, llevando a un extremo imaginario la prohibición de la radiodifusión de su corte más famoso. Es un ejemplo menor de confusión histórica, aunque sintomática de la estructura dramática de la película, cuya historia transcurre durante los primeros días del mes de abril de 1982. Matías (Juan Grandinetti) acaba de terminar el servicio militar obligatorio y pasa sus días practicando en un bajo, juntándose con los amigos del barrio y enfrentándose a su padre en pequeñas rencillas tan típicas como desgastantes. “¿Con qué plata te vas a ir?”, le espeta el hombre de la casa (interpretado por Rafael Spregelburd) a su hijo, luego de que este vuelve a expresar su deseo de mudarse a Europa. Mamá (Inés Estevez) participa de esa conversación con preocupación y amor de madre costumbrista, mientras el abuelo (Héctor Bidonde), español y alguna vez soldado republicano, observa todo desde un costado del cuadro. El lugar puede ser un barrio cualquiera del conurbano bonaerense o del interior del país. La guerra estalla y, con ella, llegan los avisos de reclutamiento, los miedos y ansiedades. Matías está decidido a viajar a las islas, a pesar de todo; cree, en un primer momento, que es su deber. Lo mismo su compinche Pablo, hijo de militar y fanático de las armas y la caza, posiblemente el personaje más estereotipado de la historia. Diego, por el contrario, está decidido a escapar, a cualquier costo, de ese destino impuesto. El carácter alegórico de una parte del procedimiento se completa con un violín escondido en un armario –vestigios de un ascendente musical por vía paterna– que sólo volverá a oírse en un dueto improvisado cerca del final, cuando las líneas paralelas comiencen a acercarse. No hay nada demasiado chirriante en Ni héroe ni traidor, apenas algún momento ligeramente pasado de tono, y su mecanismo narrativo se asemeja por momentos al de un drama que perfectamente podría ocurrir sobre las tablas: una porción mayor del relato transcurre dentro de las paredes la casa de Matías. A pesar de ello, será otro “error” de guion (¿cómo es posible que chicos que acaban de salir de la colimba supongan que un médico puede confundir la herida de un revólver con la de una escopeta?) la que defina la suerte de uno de los personajes y, por relación directa, la del protagonista. La película de Savignone es, en esencial, la ilustración audiovisual directa y diáfana de una idea. O de una serie de ideas/interrogantes/inquietudes: toda guerra es una mierda, como afirma en cierto momento el abuelo; no se es héroe por participar de la misma ni un traidor por no querer hacerlo; la vida humana es más importante que las circunstancias políticas.
Ni héroe ni traidor es una película argentina dirigida por Nicolás Savignone que transcurre en 1982, y retrata la crisis que atraviesa Matías, interpretado por Juan Grandinetti, que es convocado como soldado en la guerra de Malvinas. Y lo acompaña un elenco formado por Rafael Spregelburd e Inés Estévez como sus padres, Verónica Gerez como su novia, Agustín Daulte y Gastón Cocchiarale entre otros. El guion, coescrito entre Nicolás Savignone, Pío Longo y Francisco Grassi cuenta la crisis de Matías, un joven que luego de terminar la conscripción es llamado como soldado para combatir en la guerra de Malvinas. Pero esta noticia afecta también a su ámbito familiar, a su novia, y a sus amigos, quienes toman diferentes decisiones al respecto. Entre los aspectos a destacar se encuentra la dirección de fotografía, a cargo de Inés Duacastella y Agustín Mendilaharzu, quienes demuestran su talento en la belleza de los planos generales. Así como también el diseño de producción y el vestuario, que reconstruyen esos años con muy pocos recursos, y evitando caer en los clichés. Porque Ni héroe ni traidor es una película intimista, que usa una puesta en escena minimalista donde dice más lo que se encuentra fuera de campo que lo que se puede ver en pantalla, ya que como en Jardines de Piedra, su director pone el foco en lo que ocurre en la civilización mientras transcurre el combate. Pero el punto en contra que tiene esta película son las actuaciones de los amigos de Matías. Porque al igual que él atraviesan la misma crisis, aunque toman decisiones opuestas, que invitan al debate. Pero no logran transmitirla ni con sus expresiones ni con sus diálogos, que parecen forzados, quitándoles verosimilitud a sus personajes. En conclusión, Ni héroe ni traidor es una película que invita al debate sobre las diferentes actitudes de los personajes frente a una guerra que no se muestra, pero se hace presente de forma constante mediante el fuera de campo. Y lo bueno es que no baja línea, sino que invita al espectador a que saque sus propias conclusiones.
Un nuevo enfoque sobre la guerra de Malvinas. ¿Qué pasaba en los hogares argentinos cuando los más jóvenes eran convocados?. ¿Qué ocurría con los chicos convocados que de pronto debían sus sueños y vocaciones de lado, por una noción de valor de patria? . ¿Cuánto de fervor patriótico se jugaba de la boca para afuera o de verdadero compromiso? La propuesta del realizador Nicolás Savignone, que escribió el guion junto a Pio Longo y Francisco Grassi se platea en voz alta lo que se discutía o revelaba en la intimidad antes del conflicto armado. Los cuestionamientos de este film novedoso y sincero son válidos y poco explorados. Y en el desarrollo de los planteos caen las caretas de chicos y adultos, con hipocresías, mentiras, odios y discriminaciones. En el elenco abundan los aciertos: Inés Estévez en el rol de una madre, motor de las acciones en el mundo adulto. Rafael Spregelbud como un padre que ha olvidado sus sueños y se ha transformado en un hombre paralizado. Juan Grandinetti en un protagónico conmovedor y talentoso. A su lado en el mundo «joven» Agustín Daulte y Gastón Cochiarale. Y otros lujos como Fabián Arenillas, Héctor Bidonde y Mara Bestelli.
Crítica: “Ni héroe ni traidor” Se renueva la cartelera argentina. Argentina, abril de 1982 y la citación a combatir. “Ni héroe ni traidor”, lo último de Nicolás Savignone, retrata los nerviosos y confusos días antes de la Guerra de Malvinas. Un joven veinteañero que sueña con aprender a tocar el bajo ahora debe cumplir con su rol como ciudadano. Por Lautaro Franchini. Matías (Juan Grandinetti) realizó el servicio militar obligatorio, pasa sus días tocando el bajo y jugando al fútbol con amigos. Sueña con viajar a España y aprender música, pero no cuenta con ningún plan para concretarlo. Algo que su padre (Rafael Spregelburd) resalta e insiste ya que tampoco trabaja. Del lado de la madre (Inés Estevez), el mensaje es más alentador y trata de acompañarlo y apoyarlo. Pero un llamado hacia la guerra hará que todo estalle y el futuro cambie por completo. Matías divagará entre pensamientos heroicos y traicioneros, sumado al certero golpe que recibieron sus familiares, novia y amigos, quienes también irán a batallar. El emotivo drama pondrá en contexto al espectador de cómo fueron esos días de miedo e incertidumbre ante la aproximación del enfrentamiento ante Inglaterra. La Guerra de Malvinas sigue resonando en la Argentina. El golpe de la triste pérdida de miles de caídos en batalla es uno de los temas más dolorosos de nuestra patria. La película mostrará parte de las heridas y las agigantará con su música tenue y las actuaciones discretas del elenco. Más la dirección de Savignone, el relato será difícil de procesar. Al fin y al cado “alguien tiene que ir, ¿no?”. Puntaje 60/100.
Tenemos varias etapas de la historia nacional que son muy importantes para la sociedad, una de ella es la Guerra de Malvinas, un conflicto bélico desarrollado en 1982 entre Argentina y Reino Unido por la disputa de las islas. Durante este enfrentamiento lo que más impactó en el pueblo fue la convocatoria obligada de miles de jóvenes inexpertos que fueron a combate sin saber las condiciones que tendrían allá y mucho menos si volverían a casa. Muchas adaptaciones fueron creadas para contar esta dura etapa, tenemos desde el punto de vista de los militares, de los jóvenes en combate, hasta documentales post guerra con los familiares; pero muy poco de la visión de un posible desertor. Es por eso que la historia que creó el director Nicolás Savignon junto a Pío Longo y Francisco Grassi es muy acertada y muestra una realidad que poco conocemos. Buenos Aires, 1982. Matías (19) acaba de terminar la colimba y sueña con irse a estudiar música a España. Pero algo se interpone en su misión, su padre. Interpretado por Rafael Spregelburd quien encara un personaje bastante duro ya que acude al boicot como mensaje de amor para su hijo. Por otro lado tenemos a Ines Estevez en un personaje mucho más dulce, sabio y cómplice con su hijo que sabe ir creciendo a lo largo de toda la cinta. Las construcciones de todos los personajes son excelentes. El reparto lo completa Juan Grandinetti, Gastón Cocchiarale, Fabián Arenillas y Héctor Bidonde. El acompañamiento del director en esta parte fue fundamental, ya que el relato en su totalidad fue muy bueno. La empatía generada con el contexto de los hechos es muy favorable. El personaje de Grandinetti comienza asimilando el reclutamiento pero luego con su grupo de amigos empiezan a cuestionar el accionar político y deciden por momentos no ir justificando que no se sienten parte de esa guerra. En estas escenas justamente es donde más se refleja lo que el director quería expresar y junto a un equipo de arte magnífico lo pudieron lograr, con una paleta de colores bastante sobria y una ambientación excelente. Los 76 minutos que dura la cinta bastan y sobran para lograr viajar a esa época y sentir lo mismo que sienten los personajes. En resumen si te gustan las películas con contextos históricos fuertes ‘’NI HÉROE NI TRAIDOR’’ es perfecta para vos, la curva de sentimientos que atraviesa logra traspasar la pantalla y generar gratos momentos. Por Keila Ayala
Nicolás Savignone estrena su segunda película, Ni héroe ni traidor, un drama testimonial que aborda una temática tan dolorosa como difícil desde una óptica diferente. La decisión de ir o no ir a la Guerra de Malvinas. 1982, el Gobierno de facto de Galtieri se encontraba apretado con las denuncias de violaciones de Derechos Humanos acorralando por todos los flancos, y el desastre económico apremiante. Como manotazo de ahogado, se intenta despertar el fervor popular, así como había funcionado con el mundial de futbol en e l’78, saldando una deuda pendiente de nuestro patriotismo, recuperar la soberanía de las Islas Malvinas. El 2 de abril de 1982, Galtieri se asoma al balcón de Casa Rosada para realizar aquel fatídico discurso en el que anuncia que hacía ocho días nuestro ejército había tomado posesión de las islas, e incitaba al gobierno de Gran Bretaña a que “Si quieren venir, que vengan. Les presentaremos batalla”. Obviamente, la Gran Bretaña comandada por la Primer Ministro Margaret Tatcher, que también necesitaba distracción para su quebrado pueblo, vino con su ejército; y así se desató uno de los capítulos más oscuros de nuestra historia reciente. Claro, dicen que es fácil analizar el partido con los resultados del lunes. Mirar los hechos en retrospectiva, conociendo los resultados ¿Pero acá no se sabía de antemano que era lo que iba a pasar?, y en definitiva; sea lo que sea que fuese a pasar ¿Tiene sentido la pérdida de vidas humanas por un sentido de patriotismo? Nicolás Savignone había realizado en 2013 la comedia under Los desechables, y ahora consigue estrenar su segunda película, Ni héroe ni traidor; con un cambio de registro profundo, porque acá de comedia no hay nada. Lo que sí se repite de aquella es el foco puesto en la juventud o post adolescencia. Matías (Juan Grandinetti) tiene 19 años, acaba de regresar de la colimba y aún no sabe qué hace con su vida. Su madre (Inés Estévez) lo apaña y deja que siga haciendo su vida de adolescente hasta que encuentre un rumbo. Su padre (Rafael Spregelburd) es casi la cara opuesta, no comprende a su hijo – por más que se deja entrever que él a su edad era igual –, quiere que abandone el bajo y encuentre un trabajo, donde sea; podría estudiar contabilidad y entrar a trabajar con él en el puerto. También está su abuelo materno (Héctor Bidonde) que peleó en España en la guerra por el Peñón de Gibraltar, y al que su nieto ve como héroe de guerra. Es abril de 1982, y Matías recibe la carta para presentarse nuevamente a prestar servicios militares, esta vez en el marco de la Guerra de Malvinas. Sus dos amigos (Gastón Cocchiarale y Agustín Daulte) también reciben sus cartas, aunque cada uno tiene una actitud diferente. Uno es hijo de un militar (Fabián Arenillas), bravucón, homofóbico (¿tapado?), valiente patriota de la boca para afuera; está feliz con volver al cuartel a defender a su país; aunque claro, su papi le consigue un puesto para atender el teléfono en el cuartel. El otro está aterrado con la idea, no quiere saber nada, y está dispuesto a lo que sea para no ir. Matías hace su proceso, al principio parece decidido a ir, pero poco a poco lo irá analizando. Así como Los chicos de la Guerra miraba el frente de batalla y sus consecuencias inmediatas, Iluminados por el fuego también el campo y las consecuencias más a largo plazo, y El visitante directamente las consecuencias en la adultez; Ni héroe ni traidor analiza los momentos previos. Aunque claro, como espectadores, no podemos dejar de ver el diario del lunes, y Savignone también lo sabe, y no es algo menor. No hay acá un punto gris, la posición de la película es clara, sin titubeo. Tanto desde el guion, como desde el lenguaje visual (a veces algo subrayado), está claro que ese patriotismo militar no es más que propaganda y aprovechamiento, y que se estaba mandando a nuestros chicos a un matadero seguro. La familia del joven militar tiene todos los condimentos para ser moralmente condenados, esa presunta valentía quedará clarísimo que no es tal, que en el fondo son cobardes que usan al otro como carne de cañón; y es que “alguien tiene que ir”, aunque difícilmente sean ellos. También indaga es en esa idea de patriotismo y masculinidad asociada a lo bélico, las armas, la cacería, lo patriarcal. Algo que escapa estrictamente a la Guerra de Malvinas y alcanza un cariz universal. Con frases que resuenan como una piedra contundente, y gestos controlados que expresan mucho, Ni héroe ni traidor es una película que duele. Savignone va creando una tensión atrapante y agobiante, y hace que su duración (que además es bien corta, como para no irse por las ramas) pase rapidísimo. Algo de thriller, y mucho de drama, absorbe de lo mejor de nuestro cine testimonial tradicional. Matías mira, observa, se asoma al balcón, posa sobre la ventana, quiere huir ¿pero hacia dónde, y de qué? El importante elenco también es fundamental. Inés Estévez y Juan Grandinettti logran química de madre e hijo sin necesidad de gestos enormes, cruzan miradas, roces, palabras sueltas, y se entiende la preocupación de ella y la desorientación de él. Ambos consiguen grandes trabajos. Spregelburd compone otro personaje patético en su filmografía, a este padre es difícil comprenderlo, más en sus últimas decisiones. Mara Bestelli, como la esposa del militar, brillante como siempre, le alcanzan unos pocos minutos para destacarse. Cocchiarale y Daulte, como personajes contrapuestos también consiguen un nivel alto. Ni héroe ni traidor es una película chica, deliberadamente fría; y dura, muy dura, sin necesidad de ningún asomo de golpe bajo. Savignone cala hondo en las emociones de sus personajes y transmite todo al espectador que no quedará inmóvil ante el mazazo que nos propina ¿y vos, fuiste a la plaza a festejar la toma?
Con un enfoque diferente a todo lo visto sobre Malvinas, «Ni héroe, ni traidor» reflexiona sobre el «… alguien tiene que ir» frente a los telegramas que convocan al frente de batalla El cine nacional, se ha ocupado en reiteradas ocasiones de un tema tan central en la historia reciente de nuestro país como ha sido la Guerra de Malvinas. Los exponentes van desde una mirada dentro de las propias trincheras como en “Iluminados por el Fuego” de Tristán Bauer o lo mostrado en “Soldado argentino sólo conocido por Dios”, hasta una película icónica de los ´80 cuando en un momento en donde la herida se encontraba todavía muy abierta, un director como Bebe Kamin se animaba a ponerlo en pantalla grande ´-apenas dos años después de lo sucedido- con fue “Los Chicos de la Guerra”. Documentales como “Hundan el Belgrano” o la fallida experiencia de “Fuckland” también abordaron el tema desde puntos de vista diferentes y, recientemente, el trabajo teatral de Lola Arias en donde en un formato de diario íntimo se reencuentran ex combatientes argentinos e ingleses en “Campo Minado”, que luego fue plasmado en la pantalla con tintes de biodrama para ese trabajo que cierra el díptico, “Teatro de Guerra”, indudablemente uno de los trabajos más creativos, reflexivos y profundos sobre este tema. Ahora es el turno de “NI HÉROE NI TRAIDOR” la nueva película de Nicolás Savignone que si bien vuelve sobre Malvinas, lo hace desde un lugar completamente diferente y lo atractivo de la propuesta es justamente este punto de vista inédito, desde el que no se había sido abordado este tema, dentro de ninguna película nacional. Matías (Juan Grandinetti) pasa sus horas tocando el bajo, acaba de terminar el servicio militar y su única motivación –además del vínculo con su novia- parece ser ese sueño de irse a vivir a España, y poder desarrollar allí su carrera estudiando música. Pero no estamos en un momento cualquiera de nuestro país: desde el inicio la narración brinda claras referencias al tiempo en que transcurre la historia (ya sea desde una radio, desde un diario, desde la vestimenta, algún poster futbolístico, o cualquiera de las diferentes marcas que aparecen desde una cuidada reconstrucción de época): corre el mes de Marzo, Abril de 1982 y los últimos coletazos del gobierno militar se imponen con la figura de Galtieri y la decisión de recuperar el territorio de las Islas Malvinas, aún a costa de una guerra completamente inexplicable. En ese contexto, comienzan a llegar los telegramas que irán convocando a que los jóvenes que acaban de finalizar la “colimba” se presentasen para ir al combate. En el grupo de amigos adolescentes dentro de los que se encuentra Martín, aparecerán diversas posturas: desde el miedo y la negación, el pánico y la incertidumbre, hasta el patriotismo a ultranza y esos festejos con los que el pueblo suponía que derrotaríamos a los ingleses prematuramente y toda la desinformación reinante donde se subvertía todo lo que estaba ocurriendo. Como en un efecto dominó, el guion del propio Savignone junto a Pio Longo y Francisco Grassi, propone mostrar no solamente las implicancias que tienen estos momentos previos a las notificaciones, absolutamente decisivos en el grupo amigos sino que también abre el juego en el que sus propias familias quedan atrapadas / involucradas, manejando, manipulando, decidiendo y reforzando una situación, de por sí, emocionalmente caótica. El estallido de la guerra subraya aún más las diferencias y dispara reacciones muy disímiles en cada uno de los personajes frente a un momento tan extremo, exponiéndolos en sus propias contradicciones, su propia ética y sus límites morales… o la ausencia de ellos. Uno de los aciertos es como Savignone muestra las diferentes posturas de los grupos familiares a través de los vínculos de los adolescentes con sus padres. En el caso de Matías, ellos (Rafael Spregelburd e Inés Estévez en dos sólidos trabajos secundarios) responden a un esquema más tradicional en donde el padre tenía una deliberada frialdad emocional y se (pre)ocupaba más por impartir la ley dentro del hogar, y la madre parecía mucho más habilitada a flexibilizar y comunicarse desde otro lugar. Aparecen los padres más compinches (como el personaje de Fabián Arenillas) pero a costa de romper ciertos cánones de la época y, posteriormente, algunos otros vinculados con ciertos núcleos de poder, mostrarán una cierta forma de presión y de poder, tan relevantes para ese momento, con la posibilidad de que a través de algún contacto se evitase que alguno de ellos tuviera que ir obligadamente al frente. Tanto en el diseño de arte como en la fotografía, el tono de la época es preciso, acertado, y nos zambulle en lo sucedido por aquellos días. Sin embargo, Grandinetti como el protagonista absoluto que lleva el peso dramático de la historia, no cumple demasiado con el phisique du role que le impone su papel (parece demasiado más grande) y trabaja su composición en un tono en el que le cuesta transmitir los momentos más críticos de su personaje, lo mismo sucede con el personaje de Agustín Daulte que no logra convencer en los momentos más exigidos del guion. Gaston Cocchiarale y Verónica Gerez, en cambio, dentro del grupo de jóvenes, logran ser más convincentes y armónicos dentro del sentido de la historia y a los muy buenos trabajos ya mencionados de Spregelburd y Estévez se suman los de Mara Bestelli y Fabián Arenillas y fundamentalmente la participación especial de Héctor Bidonde en un pequeño personaje con el que demuestra que con solo un par de escenas, puede generar un impacto emotivo más que importante. “NI HÉROE NI TRAIDOR” logra atravesar un tema difícil a través de posiciones incómodas y complejas, en una historia que no pretende en absoluto volcarse a la complacencia pero que pierde intensidad en el trabajo distante de algunos de sus protagonistas.
Buenos Aires, Argentina, 1982. Matías tiene diecinueve años, acaba de terminar la colimba y sueña con irse a estudiar música a España. Sus problemas se reducen a convencer a su novia que se le una más adelante y lidiar con la oposición de su padre. Pero todo cambia completamente cuando comienza la guerra de Malvinas y es convocado junto a sus amigos para ir al combate. Con ese arranque comienzan una serie de dilemas y una división entre los amigos. Uno de ellos está feliz de ir a pelear y el otro está dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de evitar ir a la guerra. La película tiene la inteligencia de no hacer bajadas de línea, ni con los personajes ni con el contexto. Pero no alcanza con esto para darle a la película un material que la convierta en una historia interesante más allá de la propuesta. El tema de la guerra de Malvinas fue retratado muchas veces con diferentes tonos y estilo, Ni héroe ni traidor se suma a esa lista mostrando un punto de vista diferente, lejos y cerca de la guerra al mismo tiempo.
Aún esperamos que la Guerra de Malvinas sea un tema tratado de modo ecuánime y en profundidad por el cine. Esta película intenta un acercamiento algo lateral (la historia de un muchacho que ha terminado el servicio militar en 1982 pero es convocado a pelear, y las dudas o certezas acerca de ir o no a matar o morir) y logra que, a pesar de ciertos diálogos que no suenan demasiado “reales”, tome el asunto con no poca sinceridad.
Se estrena comercialmente el jueves 2 de abril y repite el 4 de abril en Cine.Ar TV, en ambos casos a las 22. A partir del 3 de abril y durante toda toda la semana se podrá ver en la plataforma Cine.Ar gratuitamente. La Guerra de Malvinas es una de las heridas sociales más graves que registra la historia Argentina y semejante trauma aún no ha sido debidamente abordado por nuestro cine, salvo en contadas ocasiones. Es entendible que la generación que la sufrió en carne propia haya sentido que acercarse a ese tema era conflictivo, pero ya ha pasado suficiente agua debajo del puente y es interesante que se pueda tener una mirada diferente. Ni héroe ni traidor es una mirada diferente, ya que Nicolás Savignone, su director y guionista, tenia apenas siete años cuando se produjo la guerra y pensó esta historia que se ubica en un lugar diferente del triunfalismo guerrero que a veces desata el tema o de los resultados traumáticos que provocó la presencia en el frente de batalla. Matías (Juan Grandineti) es un joven de 20 años que ha pasado por el servicio militar obligatorio y en los primeros meses de 1982, se encuentra pensando en su futuro, intentando juntar plata para ir al Mundial de España antes de empezar el conservatorio para estudiar música y dedicarse a tocar el bajo. Su padre, interpretado por Rafael Spregelburd, alguna vez se dedicó a tocar el violín pero no quiere que su hijo pierda el tiempo y le ofrece un lugar en su trabajo. Así están las cosas en la vida de Matías, que tiene un grupo de amigos de su misma edad con los que se está preparando para salir de cacería con el padre de uno de ellos, que es militar cuando la Argentina toma las Islas Malvinas y Margareth Thatcher declara la guerra. La excursión de Matías con sus amigos se vuelve un hecho traumático y emerge en ese fin de semana las división entre ellos. A partir de ahí se muestran las miserias de la época, el ímpetu nacionalista, las diferencias de clase, el acomodo de quienes pertenecían en ese momento a la casta militar y la desesperación de quienes sabían que serían convocados al frente y no creían en nada de todo eso. Así, Matías se ve enfrentado a un dilema moral y luego a una decisión de vida y muerte. La hora y cuarto de película es tensa y se apoya en buenas actuaciones del protagonista, Gastón Cocchiaralle -entre los más jóvenes- y de Inés Estevez como la madre, pero es medio injusto nombrar a algunos porque todos cumplen muy bien sus roles. Malvinas y una mirada diferente que se agradece y que nos obliga a pensar una vez más sobre esa guerra insensata. NI HÉROE NI TRAIDOR Ni héroe ni traidor. Argentina, 2020. Dirección: Nicolás Savignone. Intérpretes: Juan Grandinetti, Inés Estévez, Rafael Spregelburd y Gastón Cocchiarale. Distribuidora: Primer Plano.Duración: 75 minutos.
LA ÉPICA DESARTICULADA Hay una frase que alguna vez se ha escuchado por ahí. Su procedencia siempre ha sido incierta y tal vez se trate de una de las tantas sentencias que se convierten en leyendas urbanas dentro del mundo del cine. Sin embargo, no está exenta de curiosidad y posee cierta resonancia: el cine argentino aún está en deuda con Malvinas. La afirmación se puede interpretar de varios modos, pero sospecho que detrás, una línea posible de análisis, se vincule (sobre todo en el campo de la ficción) con un tipo de abordaje que nunca escatimó en visiones estereotipadas, cercanas a la falsa épica o a una sumatoria de golpes bajos con lemas confusos (uno de ellos reza iluminados por el fuego, como si el fuego de la guerra iluminara algo). Afortunadamente, el paso del tiempo trajo las lógicas reacciones y remedó en algún punto esa falta. Si hay un mérito visible en Ni héroe ni traidor, la película de Nicolás Savignone, es desarticular desde el principio la mayoría de los rasgos de una tradición tendiente a exacerbar el contenido discursivo épico o a saturar con archivos televisivos y radiales de la época, hartamente repetidos. Apenas se escuchan las palabras de Galtieri mientras los chicos juegan a la pelota, porque el fuerte de la historia es su carácter intimista que se cocina desde la habitación del protagonista (Juan Grandinetti), un mundo cerrado a sus placeres musicales, un refugio en medio de una casa asfixiante, donde al problema de los vínculos padre/hijo se le suma la posibilidad de ir a la guerra. El punto de vista se focaliza en ese joven que, como tantos, no tenían idea de lo que es una guerra, a no ser por lo que podían escuchar o absorber desde cláusulas patrioteriles. Si bien el personaje de esta historia ha hecho la colimba y tiene al abuelo que ha luchado en la guerra civil española, toda su estantería se cae cuando los propios adultos vacilan acerca de sus convicciones. Otro mérito es el despojamiento de la grandilocuencia a la que nos tienen acostumbrados estas ficciones. Son los detalles los que aportan indicios acerca del contexto y los que arman progresivamente el universo de entonces donde los miedos, las miradas, los gestos y varios objetos marcan la incertidumbre de lo que podía venir. Y en un momento, la necesidad de centrarse en el marco histórico cede la posta a una decisión, ese artilugio narrativo tentador que, al igual que películas como La larga noche de Francisco Sanctis (Francisco Márquez y Andrea Testa, 2016), permite desplazar la mirada a una cuestión moral. Es un terreno pantanoso porque el contexto mismo tiene un peso enorme. El título mismo de la película de Savignone no deja lugar a dudas: no se es ni héroe ni traidor en ciertas circunstancias, algo que muchos podrían rebatir, como también podrían enojar las palabras del abuelo cuando, a la distancia, confiesa que no sabe si volvería a luchar por la misma causa. No obstante, más allá de lo que indigne o no, la posibilidad de revisar los actos del pasado atraviesa a los seres humanos, y el director no impide (más allá de ilustrar su idea en el título) que exista un abanico de voces reconocibles en ese entonces, desde la fiebre patriótica hasta la fragilidad de aquellos chicos que se veían obligados a concurrir a esta masacre perpetrada por el gobierno militar. En este último grupo se encuentra el personaje del amigo, Diego, dispuesto a hacer lo que sea para evitar el destino que le imponen. Hasta sus últimas imágenes la película cumple con evitar la incorporación de la guerra propiamente dicha, lo cual asoma como sesgo positivo frente a un campo saturado de exaltaciones heroicas falsas. Los verdaderos héroes son corrientes, como muestra un documental reciente de Miguel Monforte. Ahora bien, así como se destaca este tipo de acercamiento, también hay que decir que ciertos recursos en torno al diseño de los personajes puedan causar la impresión de estar forzados (por ejemplo, la familia militar), que algunas líneas de diálogos, alusiones metafóricas y tratamientos visuales tengan más que ver con un viejo cine argentino de los ochenta, o que sobrevuele en oportunidades el imperativo de ilustrar una idea antes que sugerirla. De hecho, existen acciones que bordean lo inverosímil (por ejemplo el modo en que Diego y Matías planean zafar de la convocatoria). No obstante, sería injusto recaer solamente en esto, dado que el punto principal de Ni héroe ni traidor es concentrarse en un conflicto despojado de grandilocuencia, con la duración justa y necesaria y sin mayores ambiciones que escenificar un estado de angustia con el que muchos se habrán identificado.
Dirigida por Nicolás Savignone y protagonizada por Juan Grandinetti, Inés Estévez y Rafael Spregelburd, Ni héroe ni traidor es un drama que aborda el conflicto de Malvinas desde el foco de una familia cuando el hijo es convocado para ir a pelear. Matías es un joven que, después de haber hecho la colimba, ahora pasa su tiempo tocando el bajo y sueña con irse a vivir a España. Nada de eso es lo que espera su padre de él, un hombre que también disfruta de la música pero aprendió a dejar de lado esos “hobbies” para hacerse una carrera. Su madre, en cambio, lo entiende e intenta apaciguar la rigidez de su marido. Al cuadro se le suma el abuelo, español y soldado republicano, que vivió una guerra en carne propia. Pero esos días tan propios de la juventud, entre amigos, música y una novia, se ven sacudidos por la noticia de Margaret Thatcher declarándonos la guerra por las Islas Malvinas. Y se terminan de interrumpir cuando es convocado por las fuerzas armadas, algo que siente que es su deber pero que, a medida que se va acercando el momento, empieza a hacerle ruido, a provocarle dudas, a darle miedo, un miedo intensificado por una madre que no quiere perder a su hijo en manos de algo absurdo como la guerra. El guion que escribe Savignone junto a Pía Longo y Francisco Grassi se encarga de retratar estos dilemas, principalmente, en esta familia, pero también a través de las historias de sus amigos. Entre esos cuatro compinches (con muy desparejo desarrollo como personajes) está el más sensible que, desde un principio, siente mucho miedo y piensa en hacer cualquier cosa con tal de no ir, y el que habla todo el tiempo de la lealtad pero se resguarda en un padre poderoso que le permite sacarlo del campo de batalla, sin desertar, consiguiéndole un puesto administrativo. “Alguien tiene que ir”, y si se van a usar esos contactos será sólo para unos pocos, así que, en general, los muchachos transitarán cada uno como pueda la espera hasta que llegue el momento. ¿Qué hay en el medio entre la figura del héroe y del traidor? ¿Querer vivir es traicionar a la patria? ¿A la larga no son todas las guerras una mierda, como dice el abuelo que habla desde la experiencia corpórea? ¿Qué valor tiene la vida humana, la de uno y la del enemigo? Matías cree en acudir al llamado pero pronto se le empiezan a aparecer todas estas preguntas. Hay constantes planos de objetos que resaltan la ambientación de época, desde los colores hasta los pósters, discos, revistas que se ven. Una ambientación poco sutil, modesta pero remarcada, incluso el estilo visual es propio de aquella década en que transcurre la historia. La banda sonora intensifica, a veces de manera innecesaria, los momentos de mayor tensión. Ni héroe ni traidor es un drama sobrio, con algunas inconsistencias en su guion y en la construcción de algunos de sus personajes que, al menos, intenta retratar un dilema sin bajar línea, aunque deja en claro la idea de lo absurdo de las guerras. Se le suma un puñado de buenas actuaciones.
En el nuevo filme de Nicolás Savignone asistimos a los prolegómenos de la guerra de Malvinas, que se le declaró a Gran Bretaña en 1982, desde la intimidad de una familia de clase media, y desde la vida misma de cuatro jóvenes adolescentes recién salidos de la colimba que serán convocados, con distinta suerte, a combatir en la guerra. Matías (Juan Grandinetti) es el centro por el que giran como satélites los demás personajes, la madre, el padre, el abuelo y los amigos. Matías quiere ser músico, pasa sus ratos libres encerrado en la habitación tocando la guitarra y soñando con poder irse a España a estudiar música. El director nos muestra desde dentro del hogar de una típica familia argentina cómo se comporta cada uno de sus miembros frente a una guerra impensada, insólita, en la que deberán ofrendar a sus hijos a fin de hacerle frente al enemigo más poderoso del mundo… Si quieren venir que vengan… Al principio la noticia preocupa a los padres y abuelo, y entusiasma a Matías. Pero poco a poco, a medida que la historia avance, ese entusiasmo inicial irá menguando hasta llevarlo a la disyuntiva de contemplar la idea de desertar en vez de presentarse ante el llamado. Lo mismo le ocurrirá a sus amigos, tanto, que uno de ellos, tomará esa drástica decisión con un desenlace imprevisto… La desesperación va ganando terreno y se va apoderando de una madre que solo la ductilidad de Inés Estévez la hace convincente, tan cálida y protectora como la campera que le regala a su hijo. Spregelburd muestra su cara menos conocida, la de un padre de familia siempre contenido, preocupado por el futuro del hijo. Un hombre tan arrumbado en su frustración como el violín que guarda en el armario y que se lo arrebata a Matías cuando su hijo comienza a hacer vibrar las cuerdas, enojado consigo mismo por no haber cumplido sus sueños, sabremos que al menos el hijo quizás logre lo que él en su juventud no pudo concretar. Y un siempre efectivo Héctor Bidonde que hace de un abuelo que conoce la guerra, como combatiente de la Guerra Civil Española y por eso mismo dice que tanto la detesta. Les presentaremos batalla… Quizás la escena en la que van de caza y de campamento con el padre de uno de los chicos del grupo, casualmente, un miembro de las Fuerzas Armadas, sea un simulacro de rito de pasaje, durmiendo en una carpa, utilizando armas largas para cazar patos, para que los chicos vayan pensando en lo que vendrá, y vayan acostumbrándose a la idea de ir a la guerra… Hay un par de indicios, no son más que unas breves y concisas líneas de diálogo que sugieren y dejan flotando el horror que vendrá pero que apenas alcanza a vislumbrarse en el relato del militar cuando habla del olor a carne quemada de un hombre y cuando recomienda apuntar siempre al enemigo… Yo, argentino… Es abrumadoramente reveladora de la más pura cepa argentina la escena en la que la mamá de Matías, habla con la esposa del militar a ver si puede lograr acomodar a Matías, del mismo modo en el que han acomodado a su propio hijo en un puesto administrativo para que no tenga que combatir en el frente. Cuando la mujer le dice que va a hablar con su marido, la mamá de Matías insiste y vuelve a pedir por los otros dos amigos, a lo que la otra responde, “pero es que alguien tiene que ir”. Ese alguien tiene que ir estalla en la conciencia de todos nosotros porque habla de un tipo de comportamiento típicamente argentino, el borrarse, salirse del lugar y evadir la responsabilidad frente a cualquier situación de riesgo, como por ejemplo, en este caso, la guerra, ese sacarle el cuerpo a una situación que resulta ya de por sí insostenible. Nada menos que ir a luchar al campo de batalla, y poner nada más ni nada menos que todo lo que uno tiene, su propio cuerpo. Ese alguien tiene que ir se refiere siempre al otro, que vaya aquel, o este, pero porqué yo… Ni héroe ni traidor El filme tiende una línea desde aquellos primeros tiempos idílicos y de un creciente fanatismo en que el Ejército Argentino había tomado posesión de las Islas, pero aún no se imaginaba la magnitud de la guerra con la que se iba a enfrentar. Muchos jóvenes se preparaban para combatir estando dispuestos a dar su propia vida por la patria ilusionados con la idea vaga y abstracta de lo que para ellos era morir por la patria; mientras que otros, desde Buenos Aires, embriagados por un falso patriotismo alentaban la heroicidad que esos otros irían a encarnar, porque justamente siempre eran otros los que pondrían el cuerpo, arengando una aventura en la que nadie sabía a ciencia cierta en lo que iba a derivar. Sin embargo, en la vida de Matías todo se precipita con su decisión final, que justamente nos lleva a preguntarnos una y otra vez, qué es lo que hace a uno un héroe y qué es lo que convierte a otro en traidor. Quizás no se trate ni de una cosa ni de otra, tanto la palabra héroe como traidor tienen una contundencia y un peso tan descomunales que será necesario buscar otras instancias intermedias menos categóricas y definitivas, pero mucho más reveladoras para comprender qué se hace o se puede hacer frente a la inminencia de una guerra. Por Gabriela Mársico @GabrielaMarsico