Arte y pedagogía en tiempos de crisis En el cine contemporáneo el viejo y querido campo de lo “no dicho”, otrora un enclave retórico muy visitado, por lo general ya casi no es tomado en cuenta porque hoy por hoy lamentablemente el grueso de la industria está obnubilada con las fórmulas narrativas más explícitas y literales, lo que deriva -en la mayoría de las ocasiones- en un exceso de explicaciones que definitivamente destrozan ese mínimo halo de misterio que debería enarbolar todo relato para despertar la curiosidad del espectador de turno. Por supuesto que esto se condice con una transformación progresiva de los criterios de consumo cultural orientada a relegar al circuito festivalero a las películas que exigen “un poco más” al que ve, al mismo tiempo condenando a esas propuestas a una salida comercial bastante limitada si la pensamos en relación al resto de los estrenos (nos referimos al mainstream, aunque gran parte del indie y los ejemplos arties asimismo se suman a esta pereza en el desarrollo). Quizás el film que nos ocupa, Niñato (2017), no sea el mejor representante en términos cualitativos del rubro de las insinuaciones narrativas, no obstante por lo menos nos sirve para subrayar la falta de obras de estas características en la cartelera actual: entre el drama social y el documental de observación, esta ópera prima del español Adrián Orr, asistente de dirección en las interesantes La Isla Mínima (2014) y El Apóstata (2015), analiza la rutina de los Ransanz, una familia de clase media venida a menos cuya cabeza, David, es un MC treintañero de hip hop que no tiene trabajo estable y vive con sus padres junto a tres niños que cría como propios, dos nenas y un varón llamado Oro (nunca se aclara del todo el lazo concreto entre los personajes en pantalla). Es precisamente el chico el que le genera más dilemas a David porque, como si se tratase de un juego de dobles, está más interesado en obviar los clichés sociales y seguir su propio camino que en realizar las tareas escolares. La película es una suerte de ampliación/ secuela de un corto previo de Orr, Buenos Días, Resistencia (2013), y en esencia duplica los engranajes formales de antaño: aquí tenemos una serie de tomas secuencia que giran alrededor de la intimidad y la dinámica afectiva del clan, respetando la lógica de la acumulación de escenas que si se ven de manera aislada parecen fútiles pero que en la suma de todas las partes van pintando el retrato deseado, haciendo foco sobre todo en las herramientas artísticas y pedagógicas de las que dispone el protagonista para enfrentarse a los berrinches de Oro a la hora de las “obligaciones” que demandan las instituciones de uniformización social. De hecho, debajo de la superficie doméstica existen dos dimensiones escondidas, la primera relacionada con el conflicto entre vocación y familia y la segunda vinculada a la misma crianza de niños y la posibilidad de hacerse escuchar en una coyuntura de crisis cíclicas como las de España o Latinoamérica. Si bien la propuesta no ofrece nada en verdad novedoso dentro del terreno de la sencillez expositiva y hasta por momentos puede resultar un poco redundante debido a la repetición de determinados latiguillos/ situaciones a lo largo de la primera mitad del metraje, de todas formas Niñato se las arregla para examinar el proceso creativo de David, la conexión que entabla con Oro y finalmente su faceta más personal, en sintonía con los instantes que comparte con su novia. El máximo logro de la obra sin duda pasa por recalcar que se puede atravesar con dignidad y astucia la triste adecuación que nos impone el mundo exterior bajo la fachada de un ninguneo y/ o una indiferencia que suele llevarnos a la conformidad más automática, lo que desde ya implica renunciar a nuestros sueños y aspiraciones. La marginación asoma su cabeza a cada minuto aunque en simultáneo está contrarrestada vía los enigmas e incertidumbres que subyacen en un porfiar cotidiano valioso y muy austero…
Cada jurado tiene sus razones. Niñato ganó el premio principal en la competencia internacional del Bafici 2017. Considerando que lejos está de ser la mejor película, sí hay que decir que hace honor a un espíritu de independencia absoluta. Filmada con pocos recursos, recorta un aspecto de la realidad española mostrada desde adentro, en el seno de un núcleo familiar liderado por un joven padre cantante de Hip Hop que alterna su trabajo artístico con la crianza de sus hijos. Con abundancia de planos cerrados en ambientes oscuros, asistimos a retazos de una historia que nunca termina de armarse, que tiene sus momentos de gracia cuando se consagra a uno de los niños en particular (un pelirrojo llamado Oro que intenta seguir los caminos musicales de su padre, con una sensibilidad que seduce pero parece jugarle en contra a su edad, demandando mayor atención) y que propone un seguimiento personal, casi asfixiante, al protagonista. Podría pensarse que el film de Orr es un alegato de indignación ante un país que ha sufrido una crisis importante, que esas letras que expulsa rabiosamente el joven treintañero constituyen una forma de protesta y que las imágenes de una familia de clase media amontonada en un pequeño reducto configuran un espacio alusivo a la precariedad económica predominante. Sin embargo, tampoco hay que buscar aceitunas en un pan dulce. Aquí no hay alegatos y la ciudad, a la que habría que mostrar con sus zonas olvidadas brilla por su ausencia. De modo tal que lo que queda es un registro de lo cotidiano que se exprime como a una naranja hasta donde se puede, durante un día en la vida de un artista en busca de un rumbo, mientras lidia con las tareas en la crianza de sus pequeños y algunos encuentros esporádicos con su novia. La mayor virtud de la película es eludir un tono lastimoso y confiar en la naturalidad de aquello que se observa sin reparos, lograr sumergirse en la intimidad de un núcleo familiar y no soltar nunca al protagonista. En este sentido, cabe destacar algunos hallazgos (inevitables cuando se pasa tanto tiempo con la cámara consagrada a ello). Por ejemplo el despertar de los niños, digno de una comedia, y su renuencia para ir al colegio. Orr dedica unos cuantos minutos a la secuencia y permanece con el ojo puesto en la pereza infantil a la vez que se escuchan los reproches del padre. Uno puede advertir que más allá de la pesadez del momento, hay un vínculo afectivo legítimo y sólido entre ellos, y que esto es apenas un síntoma realista de las dificultades de ser padre. También son destacables aquellos pasajes en los que vemos el rostro de David. En la expresión de su mirada tal vez asomen los indicios de resistencia diaria, el cansancio pero también la posibilidad de confiar en la utopía del éxito con la música. Su rostro dibuja los trazos de la melancolía (no conocemos su paraíso perdido), aspecto que se acompaña por tonos azulados en pantalla, al mismo tiempo que saca ese “niñato” que aún lleva adentro. Dado que no hay nervio dramático que suponga un andamio narrativo convencional, lo que resta es un conjunto de fragmentos de dispar belleza que son apenas un amague de nobles intenciones pero cuyo resultado no pasa de ser un filme más donde lo íntimo se convierte en objeto de exploración, una clase de dignidad saludable pero recurrente en circuitos festivaleros. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Rayos, estrellas y garabatos podemos ver graficados en la pared de la habitación de Mimí, Luna y Oro, los protagonistas de una historia tan espontánea como redundante. El argumento de Niñato es tan simple como la forma en que está filmado. La cinta retrata la cotidianidad de David, un padre soltero de tres hermosos nenes, que vive con su madre, en frente del departamento de su hermana. Conforman una gran familia que se sostiene y contiene. David es un músico que se dedica al hip hop y su vida transcurre, además de criar a sus hijos, en torno a triunfar como cantante de este pegajoso ritmo. Libre de prejuicios, la cámara se centra en captar el vínculo familiar, deteniéndose especialmente en los hábitos de los tres niños: Luna, Mimí y Oro. El ritual de despertarse, vestirse y tomar el desayuno para luego partir hacia el colegio. O cuando hacen los deberes, se bañan y conversan entre ellos. Siempre intercalado con las excursiones de David hacia el exterior, para conocer algo de su rutina o a su novia. A pesar de un modo de vida económicamente inestable, este padre tiene una relación de calidad con sus hijos. Es un papá presente, muy compañero y no duda a la hora de poner límites. Con un registro cercano al documental, Niñato interpela directo a la identificación con el espectador, mostrando con suma naturalidad la vida diaria de un grupo de niños. Si de algo peca este film, es de volverse reiterativo. La misma fórmula extendida a lo largo del relato, lo torna algo tedioso, estado que no se redime ni con los chistes, ni con el hip hop que canta el pequeño y simpático Oro.
En 2013, el director español Adrián Orr realizó un corto llamado “Buenos Días Resistencia”, donde retrataba a un padre levantando a sus hijos para ir al colegio, y la dificultad de los pequeños por comenzar la mañana. “Niñato” retoma este corto para ampliar la historia de ese padre. Se trata de un hombre de 34 años apodado “Niñato” en el mundo del rap, con tres hijos a cuestas, viviendo en casa de sus padres, sin trabajo y teniendo que sobrellevar su vida en el crudo invierno español. La cámara de Orr se posa desapercibida, a modo de documental con cámara en mano, para retratar la rutina de esta familia. No sabemos absolutamente nada de la madre (si murió, si los abandonó), pero casi que no hace a la historia, ya que lo que busca el film es mostrar cómo un padre se hace cargo de la situación como puede, como le sale. No intenta glorificar al protagonista, ni echar culpas al exterior, sino simplemente plasmar en la pantalla grande la vida misma. De todas maneras, existe un paralelismo entre la personalidad y las acciones del protagonista con las de sus hijos; cómo en cierto punto el padre tiene algo infantil y encuentra en uno de sus hijos las mismas problemáticas que él tiene. En ciertos pasajes podemos notar también una crítica social y económica a la España actual, y a la dificultad de los adultos para sobrellevar la situación y sustentar a sus familias. El film tiene un tono melancólico, pero a la vez esperanzador. En “Niñato” no se encuentra un conflicto latente que haga que la historia avance, sino que simplemente se busca retratar esta cotidianeidad. Sí se puede decir que existe un proceso de crecimiento, tanto para el padre como para los hijos, desde el comienzo del film hasta el final. En síntesis, “Niñato” busca mostrar la cotidianeidad de un padre con sus hijos, las dificultades de la paternidad, del crecimiento y de la vida actual en plena crisis española.
Infancia a los ponchazos David Ransanz y su hijos Oro, Luna y Mimí vuelven a protagonizar un film concentrado en lo cotidiano, en los avatares de un país que ya no puede ocultar una crisis de valores y que se encuentra en estos momentos en otra crisis más profunda, alejada simplemente de la economía. Hay una gran masa de excluidos pululando por el mundo. No sólo en Europa, sino también en Latinoamérica. Por eso la identificación con el día a día de un joven viejo de 34 años, con tres hijos pequeños a su cargo y una insistente determinación de luchar por sus sueños -algo que ya despuntaba en el corto Buenos días Resistencia, 2013- resulta inmediata en cualquier parte. No obstante, ocurre algo parecido con los conflictos modernos de la paternidad, la forma de educar y negociar la crianza con hijos cada vez más rebeldes y que no son otra cosa que el síntoma latente de lo que ocurre en la periferia de sus mayores.
Forever Young Presentado como documental, Niñato (2017) provee una íntima mirada en la vida de David Ransanz, un hombre que a sus 34 años se encuentra en un estado de adultez atrofiada. Ransanz es soltero, desempleado, vive en casa de sus padres y él mismo es padre de tres hijos - un nene y dos nenas. De todas las preocupaciones que normalmente aquejarían a una persona de su edad y en su situación, la más apremiante es la infantil obsesión de ser una estrella de rap. ¿Su nombre de rapero? Niñato. Adrián Orr - escritor, director, productor y camarógrafo - ya había retratado a Ransanz y a su familia en el cortometraje Buenos días resistencia (2013). La familia Ransanz se plantea como otra víctima de la presente crisis económica española: los adultos han fallado como adultos, y sus inútiles vidas han de ser sacrificadas en el nombre de la próxima generación. La película de todas formas no tiene una mirada tan fatalista sobre el tema a desarrollar. Construye a Ransanz como un personaje patético pero a la vez tierno, un tanto niñato - vale la redundancia - en sus ínfulas de éxito musical (pasa la mayor parte del tiempo drogándose y escuchándose a sí mismo en su computadora) pero en algún punto consciente del destino que le toca, como vemos en la escena en que intenta explicar el concepto de “autonomía” a su hijo. La mayor parte del documental está dedicado a mostrar las escenas de convivencia entre padre e hijos. Apreciamos la naturalidad con la que los niños hacen cosas de niños, y la forma en que el padre los guía a lo largo del día con el cuidado de quien no quiere meter la pata dos veces. Los levanta todos los días a altas horas de la madrugada (hostigándolos en una escena por 7 minutos), los guía con recelo hasta la escuela y luego los vigila mientras hacen los deberes. ¿Sentimos admiración por este padre soltero? Orr no celebra al hombre como un ejemplo de paternidad exitosa, ni lo plantea como una historia de lucha. Tampoco busca la pena del espectador. Niñato plantea su historia casi como un ejemplo de justicia: Ransanz está cumpliendo su deber con la rigurosidad de un convicto que entiende y acepta la sentencia. En un intento por darle a la película su arco narrativo quizás parece un poco rebuscada la forma en la que el niño eventualmente cuestiona, o es utilizado para cuestionar, las decisiones del padre. El final en sí es entre triste y esperanzador, porque sugiere que los niños no solo son capaces de forjar su propia autonomía sino que al hacerlo darán fin a la vida útil de su padre, por siempre niñato.
BAFICI 2017: películas para celebrar y discutir. Registro presumiblemente documental de la vida de un treintañero cantante de hip-hop que lidia con la crianza de sus tres pequeños hijos, esta ópera prima tiene el aliento del cine de los hermanos Dardenne, aunque su intención testimonial es más lateral y menos explícita. El aspecto ocasionalmente descuidado de los chicos, la luz mortecina de los espacios cerrados, la lluvia exterior y los sonidos de sirenas encaminan el retrato personal-familiar hacia un terreno desangelado, indicador de que las cosas no funcionan demasiado bien en la España actual. Algunos diálogos casuales agregan elementos, con el vínculo padre-hijos en primer plano. “Lo que hacemos es lo que somos, no lo que pensamos que somos”, les dice el joven a sus chicos, cuyas travesuras (e incluso sus llantos) asoman espontáneamente. En algún punto recuerda a Go get some Rosemary (dirigida por Joshua y Benny Safdie, exhibida en el BAFICI siete años atrás), pero lo que se busca aquí es captar instantes de la vida de estas personas y sus sentimientos, a través de la elocuencia de sus miradas. Aunque el premio a Mejor Película pareció excesivo, el film de Orr es un ejercicio atendible que deja un sedimento agridulce. Fernando G. Varea
Una cámara en mano que persigue a los personajes, tomas extensas que revelan la cotidianeidad de los protagonistas, conversaciones que no parecen relevantes pero que iluminan detalles cruciales, cuerpos que se mueven como si no supieran que están siendo filmados, niños que actúan como si no estuvieran actuando. Niñato (2017) es la típica película festivalera. Cumple todos los requisitos del cine contemplativo contemporáneo, como si rindiera examen. Por suerte, también hace casi todo bien. Es irreprochable. No nos desvela con las posibilidades del medio, pero logra lo que se propone. David se dedica al hip hop y no tiene un mango. A sus 34 años, vive con su madre y mantiene a tres hijos, Luna, Mimi y Oro. Este último es el más problemático. Cada día está menos interesado en los deberes y más ansioso por jugar a los videojuegos. Sus notas en la escuela están empeorando. Se aburre fácilmente y si alguien dice algo que no le gusta, se tapa los oídos. Pero también es el que más admira a su padre. Se sabe de memoria las letras de sus canciones y las canta en la ducha. También tiene batallas de rimas con David. Sin duda, de sus pequeños, Oro es el que más se le parece. Y quizás, por este motivo, tiene miedo de que siga sus pasos. Aunque tampoco David es enteramente culpable de su derrotero económico. En esta España moderna, todo es gris y opaco. Escasea el laburo y el dinero, también. De vez en cuando, David se junta con su novia. Son instantes de paz. Pero ella está a punto de conseguir una beca y partir hacia tierras lejanas que para él solo serán accesibles por Skype. No hay precisamente un desarrollo de los personajes, al menos desde el punto de vista psicológico. El director Adrián Orr y la guionista Ana Pfaff se concentran más en las relaciones entre los protagonistas. La novia de David es un espacio, un refugio, que pronto desaparecerá. Los hijos de David son puro potencial. Los adultos necesitan creer en ellos, los impulsan en la escuela, para así poder imaginarse una vía de escape, una alternativa a la realidad que los rodea, aunque sea para las próximas generaciones. David, por su parte, está siempre en movimiento, tratando de equilibrar una relación amorosa, una carrera artística y su labor de padre. Recibe ayuda de su madre y de su hermana. Todos están en la misma y salen para adelante como se puede. La cámara suele ir detrás de alguien o quedarse quieta. En estos segundos casos, se enfoca en una figura, generalmente Oro o David, que puede estar sentada o tirada en la cama. Desde algún lugar que no vemos, más allá de los límites del encuadre, llegan voces que casi siempre son un reclamo. Oro es el que recibe la mayoría de las quejas, el que siempre está haciendo algo mal: o no se despierta a la mañana o no completa los ejercicios de la escuela o no quiere hablar sobre su rendimiento académico o no quiere hablar a secas. Quizás lo mejor de la película sea cómo sugiere, a través de estas voces que vienen desde afuera, la desesperación y exasperación de los adultos, que tal vez esperan que los más jóvenes se pongan en marcha y saquen a todos del lío nacional (o internacional, ya que estamos) en el que están envueltos.
Como si fuera excluyente tener un trabajo y un proyecto musical aparte, Niñato (David Ransanz) no ha encontrado la oportunidad para despegar del hogar materno -ni tampoco la buscó tanto. Sin resolver su presente, y cobijado entre cuatro paredes mamarracheadas, David -el nombre real de este treinteañero- intenta criar a sus tres hijos Mia, Oro y Luna, a la vez que le sigue buscando la vuelta a su carrera como artista de hip hop.
La infancia desnuda. En su opera prima, el director madrileño logra un objetivo que sólo es sencillo en apariencia: que el registro íntimo de una familia tenga cualidades universales a pesar de sus singularidades. De un tiempo a esta parte, en determinadas películas usualmente alejadas de la producción más industrial, los ecos de la ficción y el documental resultan indistinguibles. De hecho, hay títulos sobre los cuales la discusión acerca de qué es absolutamente real y qué elementos han sido creados específicamente para la pantalla resulta estéril, absurda. Llámense ficdocs, docfics, documentales ficcionales o ficciones documentales, en largometrajes como Niñato –gran ganadora de la Competencia internacional en el último Bafici– distinguir entre uno y otro universo no sólo se hace innecesario, sino que hacerlo implicaría romper una parte de su hechizo y, quizá, su razón misma de ser. ¿Qué importancia pueden tener las fibras de origen si la tela ofrece una buena textura? El primer largometraje del madrileño Adrián Orr retoma la vida cotidiana de los personajes de su corto Buenos días resistencia (2003), el registro del despertar de un grupo de niños y el simple acto de vestirse y desayunar antes de ir al colegio, cuyas complicaciones todo padre o madre conoció, conoce o conocerá al dedillo. Niñato regresa al mismo y abigarrado cuarto donde duermen las dos niñas, Mimi y Luna, y el más pequeño de la familia, el pelirrojo Oro. Sus paredes, completamente agujereadas y dibujadas, hacen las veces de palimpsesto hogareño: un arqueólogo podría encontrar, en sus diferentes capas, las diferente eras de crecimiento de los improvisados artistas. Orr revive esa misma secuencia, consciente de que se trata de un ritual diario que, a pesar de la repetición, encuentra siempre alguna variación en las semejanzas, y vuelve a retratar al trío asumiendo las obligaciones y órdenes paternas con distinto grado de acatamiento o rebeldía. Niñato es, a su vez, el apodo de David Ransanz, un hombre de unos treinta y pico de años que enfrenta diariamente la difícil tarea de criar a los tres chicos y que, a pesar de la dura situación laboral y económica, sigue persiguiendo el sueño de alcanzar la fama con su evidente talento para escribir rimas y rapear sobre bases de hip hop junto a su banda. No hay nada extremadamente dramático en Niñato. El tono es descriptivo y acerca un diagnóstico posible de una clase social algo desamparada. David debe recurrir a la ayuda de la abuela para cuidar y criar a sus hijos y reprimir pequeños lujos para poder llegar a fin de mes. Una breve escena en la cual el protagonista y otros padres conversan en la vereda, mientras esperan la salida de la escuela de sus hijos, es representativa: Niñato comenta que le resultaría imposible pagar el comedor escolar para los tres chicos y, casi de inmediato, afirma que hay algo positivo en todo ello, ya que de esa manera pueden almorzar y pasar un tiempo juntos todos los días. Si bien los apuros y las necesidades pueden ser vistos a veces como virtud, los esfuerzos no son transformado por el director en un canto optimista y la película no cae nunca en esa clase de demagogias emocionales. Los hijos de Niñato crecen a lo largo de los 70 minutos de metraje y es fácil deducir que la cámara del realizador se mantuvo ocupada durante unos tres o cuatro años de rodaje intermitente. En ese sentido, es probable que la idea para la estructura final del film haya terminado de cuajar durante la edición, más allá del planteo de base del guion original. Lejos de cualquier formato de familia nuclear tradicional, ese padre amistoso pero firme, porrero empedernido y aún dependiente de su madre para el lavado de la ropa (entre otros menesteres) es, sin embargo, miembro de un clan muy unido. Tal vez, en parte, gracias a las dificultades que debe enfrentar, tanto en los frentes internos como en el exterior. Adrián Orr logra un objetivo que sólo es sencillo en apariencia: el registro íntimo de la familia Ransanz posee cualidades universales a pesar de sus peculiaridades y nunca pierde el sentido de la humanidad por los personajes que registra/crea.
Niñato: la vida del padre de familia hiphopero Filmado a lo largo de cinco años (si se toma en cuenta Buenos días resistencia, un corto previo en el que el madrileño Adrián Orr ya ponía el foco en la vida de David, un padre soltero de tres hijos aficionado al hip-hop) y premiado en el Bafici, este atípico film trabaja cerca de una frontera imprecisa entre ficción y documental, como es habitual en el cine que circula hoy por los festivales internacionales. A través de las transformaciones, los conflictos y los aprendizajes de los hijos de David, Orr va dando cuenta del desarrollo de una rutinaria vida familiar plagada de sucesos ordinarios narrados con profundidad, recato y nobleza.
Ganadora de la Competencia Internacional del último BAFICI, esta ópera prima española nos acerca a la intimidad de una familia tan disfuncional como en el fondo querible con la crisis social en el trasfondo. Especie de secuela y ampliación de su elogiado cortometraje Buenos días resistencia (visto en el BAFICI 2013), la ópera prima del madrileño Orr describe la cotidianeidad de David (David Ransanz) y sus tres hijos: Mia, Oro y Luna. Este pelado de 34 años no tiene un trabajo fijo, vive en casa de sus padres, es músico de rap (lo vemos cantar, componer y grabar), se ocupa como puede (como le sale) de la crianza de unos pequeños que no parecen prestarle demasiada atención (uno de ellos directamente suele taparse los oídos) y están más pendientes de la X-Box, y además tiene una novia que está a punto de irse al exterior por una beca de al menos un año. Documental ficcionado o ficción con fuerte impronta documental, Niñato habla de una sociedad gris y desangelada, que no ofrece demasiados estímulos ni oportunidades. Orr apela a una cámara en mano y a una cercanía que por momentos remite al estilo dardenniano. El resultado, en ese y otros sentidos, es tan potente como devastador. El frío invernal que cala los huesos de sus criaturas y esa lluvia omnipresente transmiten y contagian una carga melancólica que desgarra el corazón. De todas formas, la película gambetea con astucia el golpe bajo, el patetismo y el sentimentalismo. La dinámica familiar, como todas, tiene sus irrupciones de humor (como cuando uno de los chicos demuestra sus habilidades para el hip hop), pero la sensación de desencanto todo lo invade y sintoniza con estos tiempos de crisis crónica en España.
El hip hop de la crisis Acierta en el retrato de una vida cotidiana familiar. Fue la ganadora del último Bafici. Sorpresiva ganadora de la última edición del Bafici, Niñato sigue la vida de un treintañero desempleado que vive con sus padres y se debate entre seguir luchando por su sueño de convertirse en una estrella de hip hop y la mundana crianza de sus tres pequeños hijos en medio de la crisis española. La historia de la película es bien sencilla, pero el debutante madrileño Adrián Orr no busca hacerle las cosas fáciles al espectador. Todo vínculo filial entre los distintos personajes, los problemas económicos familiares, cada pequeño paso narrativo que hace avanzar el relato e incluso el transcurso del tiempo están todos apenas esbozados, sin jamás remarcar demasiado ninguna situación, en esta atractiva cruza entre los mundos de la ficción y el documental. Niñato está construida a partir de la suma del registro de la vida cotidiana familiar: Orr se apoya en las pequeñas cosas como la lucha de este aniñado papá por despertar a sus hijos para que vayan al colegio, o en la necesidad que tiene el padre de ir a buscarlos a la escuela para que almuercen en su casa y, en tiempos del movimiento de los indignados, evitar el gasto del comedor. Los mejores momentos de la película aparecen con la conflictiva dinámica entre este papá pelado y su pelirrojo hijo menor, quienes encuentran una pequeña tregua en las rimas del hip hop. El colorado Oro no quiere saber nada con el tenue intento de Niñato de ocupar el rol de padre responsable al sentarse junto al chico para obligarlo a hacer los deberes. Orr aprovecha el crecimiento del carismático nene como contraste de un papá que no parece verse afectado por el paso del tiempo en esta película de aprendizaje sobre cuáles son las implicancias de ser padre.
La mejor película del último BAFICI, Festival Internacional de Cine de Buenos Aires, según el jurado especializado, transita con habilidad entre el punto justo de ficción y realidad que tanto en el último tiempo se ha “fundido”. Adrián Orr nos trae la historia de un hombre cabeza de familia, que insiste con su pasión por la música, a pesar que eso no le da dinero y que su casa, y todo aquello relacionado a esta comienza a desmoronarse. A pesar de todo él continua con sus rimas imperfectas, con su improvisación contundente, la misma que le ha transmitido a uno de sus tres hijos, con quien mantiene, a diferencia de las demás, una conexión mítica. El “niñato” del título hace referencia al protagonista, en eso de que cada vez más se extiende la emancipación e injustamente, se explota por muy poco dinero a cualquiera que desea estar “dentro del sistema” Pero al “niñato” no le interesa sólo la música, le importan sus hijos y su mujer, con quienes diariamente se vincula, a pesar que cada vez le es más complicado dada la gran tarea que el grupo exige. Mientras avanza en el día a día, la música se presenta como válvula de escape a la rutina, pero también como posibilidad de hacer algo diferente y real, algo que lo distinga entre ese magma de vínculos y resquemores que afloran todo el tiempo. “Niñato” también habla de la crisis, de ese espacio en donde la economía (cada vez más violenta, por cierto) no da tregua, al contrario, aprieta cada vez más el cuello, y en donde no hay chance de poder progresar con el sistema capitalista salvaje que determina todo. Curiosamente “Niñato” dialoga con otra producción reciente española “Techo y Comida”, en la que esas dos palabra no conforman un mandamiento, al contrario, son los elementos que se reclaman para poder sobrevivir al canibalismo al que se exponen diariamente millones de personas. Volviendo a un concepto clave y esencial, el de la transformación de la lábil línea de documental y ficción en posibilidades expresivas, allí es en donde una propuesta como “Niñato” gana por frescura y por innovadora. Pero cuando los hilos de la documentación, comienzan a resemantizar un discurso muy de espíritu y diagnóstico de época, es cuando todo comienza a cerrar y tener mayor sentido que aquel que el director impone sobre su protagonista y su descendencia. Si “Niñato” funciona, es porque el registro, que borra por completo al autor, nunca se muestra artificial (a pesar de lo expuesto en el párrafo anterior), al contrario, intenta todo el tiempo conseguir frescura y naturalidad, para hablar de un presente oscuro en el que día a día millones de personas salen a pelear por su trozo de pan...
Boyhood Ganadora de la Competencia Internacional del Bafici pasado, la opera prima del español Adrián Orr reencuentra a la familia que protagonizó su cortometraje Buenos días resistencia en 2013, donde retrataba las dificultades de un padre soltero a la hora de despertar a sus hijos para ir al colegio y comenzar el día. El padre en cuestión es David, un treintañero desempleado alla Apatow que fuma porro con su novia y convive con su hermana y su abuela en dos pisos adyacentes. Su vida se divide entre la crianza de sus tres hijos, Oro, Mía y Luna, y su vocación por el rap. Como una suerte de continuación del cortometraje mencionado, la película introduce a esta familia singular con un maravilloso plano secuencia de David llegando a la casa y despertando a los niños que, entre bostezos y berrinches, se visten para desayunar e ir al colegio. Esta secuencia inicial funciona como toda una declaración de principios por la fuerte carga de verdad que se desprende de las imágenes y por la decisión de Orr de no panear cuando Oro, el mayor de los hermanos, se saca el pijama. El plano se mantiene en él hasta que se desnuda por completo y se cambia, algo tan habitual y rutinario en la vida, pero tan difícil, si no casi imposible, de ver en la pantalla grande hoy en día. La cámara sigue a los personajes como un miembro más de la familia registrando con una naturalidad asombrosa la intimidad de la relación entre el padre y los niños. El director madrilense acierta al esquivar el relato dramático sobre una familia disfuncional y privilegia la sensación de refugio y de luminosidad sin caer en la tentación de hacer una crítica social sobre la crisis económica española. A medida que avanza el metraje, entre peleas, juegos y batallas de rap, descubrimos que a Orr le interesa menos el desarrollo de un arco dramático que la observación exhaustiva del tiempo y de los vínculos familiares. No sabemos absolutamente nada de la madre de los chicos, pero no importa. Tampoco importa entender de primera que la hermana de David es la hermana y no la novia o lo que fuera porque lo único relevante es ese presente infinito en el que transcurre la película, esa complicidad diaria estremecedoramente auténtica capaz de ofrecer un momento tan maravilloso como el de Oro rapeando bajo la ducha. Esa honestidad que se hace visible plano a plano bajo la aparente sencillez de un relato extremadamente minimalista revela el amor y el respeto del director hacia sus criaturas, y se desnuda sin ninguna otra pretensión que ser lo que es, una pequeña gran película. Una sumamente valiosa.
Ganadora de la competencia internacional en el último Bafici, esta ópera prima española es una película pequeña e íntima que pone frente a cámara, cerca y todo el tiempo, a una familia real y bastante disfuncional. Es la de David, que es músico y no tiene trabajo, y sus tres hijos, con los que vive en la casa de sus padres. Lo más interesante de Niñato, sin embargo, no es el apunte social de las consecuencias privadas de las políticas públicas, sino ese registro, entre el documental y la ficción. Y aunque vale (mucho) como implacable retrato de una crisis general, es en el juego agridulce de observación de esos niños y ese padre, que intenta ser y estar, como puede y con lo poco que puede, donde se encuentra su fuerza y su contundencia.
El primer largometraje de Adrián Orr, responsable también de la fotografía y el guión fue la gran ganadora del Bafici y otros premios internacionales. Es que el director dedico varios años en retratar la vida de su mejor amigo y el resultado es un retrato sobre la intimidad de un padre soltero y sus hijos que intentan sobrevivir aún con el mundo en contra. Y esa construcción nos mete de cabeza en un mundo tan resguardado como interesante, verdadero, espontáneo y conmovedor. Poco se sabe del protagonista. Que ronda los 40, que vive en la casa familiar, en dos departamentos adyacentes, con su hermana (que a veces puede confundir al público con su novia) y su madre. El es un músico apasionado por el hip hop que vive intensamente esa vocación adolescente. Tiene su grupo, un lugar donde actuar. Y ningún otro trabajo. Lo demás es atender a sus hijos, con paciencia y verdades, especialmente con el pequeño Oro que tiene dificultades de atención y solo quiere rapear. En esa relación se profundiza no solo la educación que le da sino el aprendizaje de ser padre. Casi siempre en lugares cerrados, atiborrados, donde se logra una intimidad única. Un atractivo docudrama.
Dentro de la historia de este hombre se mezcla muy bien lo que puede ser ficción y realidad. Durante varios minutos nos encontramos frente a lo cotidiano un padre de unos treinta años con sus hijos haciendo sus tareas, bañándolos, jugando con ellos, preparando las comidas, alimentándolos, traerlos desde la escuela, etcétera, la pelea entre los niños y sin dejar de lado su gran pasión el rap (vemos sus grabaciones, cuando compone, canta y sus presentaciones ante público). Gran parte de la filmación es con cámara en mano, con un gran dinamismo y ritmo vamos viviendo junto al protagonista parte de su vida, quizás alguno hasta pueda sentirse identificado con este padre soltero desempleado. Hasta se da sus tiempos para ir recogiendo imágenes y testimonios de la calle. Toca varios temas: la crisis económica y laboral en España, los sin techo, las relaciones de pareja y la de los hijos, pero él perseguir una ilusión, un sueño, se ve frente a los obstáculos, las responsabilidades y la familia, además de trata de vivir como uno lo desee. Cuenta con una buena banda sonora, con toques de humor y una buena paleta de colores.
Niñato, opera prima del español Adrián Orr, es una sensible “docuficción” que ganó el BAFICI 2017. David, alias Niñato, tiene 34 años y vive con sus padres y tres hijos que educar. Distribuye su tiempo haciendo hip hop y cuidándolos. Oro, el más pequeño de ellos, comienza a requerir más atención cuando no se siente motivado por sus estudios y quiere seguir los pasos de su padre. La vida de David es bastante difícil tratando de encontrar el equilibrio entre su pasión y su rol como padre. Aunque lo que nunca decae es su compromiso, no sólo hacia su música sino también a la enseñanza de sus hijos, que aunque no lo diga quiere que tengan más posibilidades en el futuro de las que él tuvo. La sensación de esta vida sin fronteras que lleva David, está encuadrada a la perfección por su director. El contexto queda en segundo plano y Madrid se convierte en una ciudad gris, fría y sin vida, sin movimiento. Esta falta de posibilidades no afecta al protagonista que en ningún momento levanta la voz o se desespera por su situación. Se usan planos cerrados y algunos fuera de foco. Dentro de la casa la cámara registra los sucesos pero no se mueve, no se involucra con los personajes, le da suficiente libertad para no forzar la actuación y sentirlo como un registro natural. La libertad también es un concepto que se desarrolla en el filme. Por un lado, la idea de confrontar la crianza con las reglas que la sociedad impone, pero por el otro con la capacidad de ser autosuficientes y de enseñarles esta independencia a sus hijos. Hacia el final de la cinta esta idea se nota remarcada, aunque también pone en peligro el rol del padre en pos de no ser más necesitado.
POTENCIALIDADES PERO NO REALIDADES Todavía me resulta difícil de entender cómo Niñato, ópera prima del español Adrián Orr, terminó llevándose el premio máximo de la competencia internacional. Ojo, no estamos ante una mala película, pero sí ante una apenas correcta, donde se puede intuir a un realizador con futuro pero cuyas habilidades y capacidades siguen ubicadas dentro del espectro de lo potencial. Hay que reconocerle a Orr su coherencia y hasta persistencia en su seguimiento del protagonista, un treintañero desocupado que busca el éxito dentro de la música hip-hop, pero que también debe lidiar con la crianza de sus tres hijos y sus propias limitaciones. Hay ciertas decisiones en la puesta en escena -por ejemplo, en una secuencia donde el padre levanta a sus niños de la cama para el desayuno- que muestran a un director que sabe posicionar la cámara en el lugar adecuado y explotar tanto los factores temporales como las interacciones entre los personajes. Por momentos, el cineasta parece querer construir su propia versión del cine de los Hermanos Dardenne, con el tejido social español –roto y en crisis a partir de los coletazos de la crisis económica de los últimos años- como telón de fondo. Sin embargo, también el propio recorte temporal que emplea Niñato para su relato, sin llegar a instancias realmente conclusivas, muestra cierto temor a ir más allá, a profundizar en los conflictos y desafíos que podría ofrecer la historia. Hay un acto por parte del realizador de refugiarse en lo seguro, en recostarse en los hallazgos formales y en los diseños de algunos personajes. Esto le permite a su película conectar con un horizonte festivalero –lo cual quizás explique el premio mayor obtenido en el BAFICI-, pero lo aleja de vincularse con otros espectadores. De ahí que en el aceptable ejercicio que es Niñato falta esa fisicidad definitivamente política que constituye a las grandes películas. Esa es la gran diferencia que se puede marcar con la filmografía de los Dardenne: Orr recién arranca con su propio camino, pero no estaría mal que tome mayores riesgos en su próxima película, para así adquirir una verdadera personalidad.
David (David Ransanz) es un joven español, tiene tres hijos que van a la escuela primaria, no tiene trabajo, vive con sus padres y trata de cumplir su sueño de ser cantante de hip-hop y vivir de ello. Da recitales en pequeños recintos y graba cd´s para venderlos entre amigos y conocidos. Esa es la vida del protagonista, pero no es ficción, es realidad. El director Adrián Orr, que es amigo del músico, decidió retratar la vida de esta persona en una película que no es un documental ni un reality, pero se le parece bastante. Porque no hay conflictos, ni puntos álgidos que hagan cambiar el rumbo de la historia. Simplemente es el transcurrir de unos días. Mostrarnos cómo se relaciona con sus verdaderos hijos, ejerciendo en solitario el duro oficio de ser padre, al que lo ayuda su madre. También lo vemos componiendo una canción en la computadora, los encuentros nocturnos con su novia y la irritante acción, en casi todas las escenas, de estar fumando un porro, como si fuese un cigarrillo común. La cámara es un testigo privilegiado de las vivencias de la familia. Logra inmiscuirse en la habitación donde duermen los chicos y nos permite apreciar sus despertares. Que son muy lentos, aunque su padre intente apurarlos. David, pese a todo, intenta hacer una carrera y concretar su deseo. La cotidianeidad es lo que predomina. No hay otra cosa que llame la atención, es decir, que el contenido del film no tiene un fundamento consolidado como para que merezca ser un largometraje.
Con bajísimo presupuesto y lo que podría definir, sin ironía alguna, muchos “recursos humanos”, esta pequeña película se centra en la vida cotidiana del personaje cuyo apodo le da título al filme, un treintañero que se dedica al hip-hop, tiene que hacerse cargo de sus tres hijos y no le queda otra que vivir en la casa de sus padres. Interpretado por la verdadera familia en algo que podríamos definir como docuficción, la película de Orr se ocupa de detallar los esfuerzos diarios de David por cumplir su función de padre –que no son pocas– mientras intenta sobrevivir a la difícil situación económica en la que se encuentra. El disparador dramático del filme es la posibilidad de que su novia actual se vaya al exterior a hacer una beca, pero en su breve desarrollo el acento del filme está puesto en el detalle de la relación del padre con sus hijos, que por momentos parecen no prestarle atención pero que, finalmente, dejan en claro que tienen un vínculo profundo con un hombre que, pese a sus limitadas posibilidades y caótico estilo de vida, hace lo posible por crear un fuerte lazo con ellos. Mostrándolos buena parte del tiempo en el espacio cerrado y bastante oscuro en el que conviven, la película deja por un lado una sensación de desamparo y angustia, pero a la vez deja entrever una pequeña luz ligada a ese protegido espacio familiar que logra construir pese a un desangelado universo que pone todas las fichas en su contra.
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