En esta ocasión no se trata de un film situado directamente en la problemática de la violencia de género como en Salsipuedes, aunque el retrato de la maternidad que ofrece Luque dista de ser vindicatorio de ese rol asignado a la mujer y también sugiere otra forma de violencia. La cotidianidad de una madre joven y divorciada de clase media trabajadora, que vive con su hija en la casa de su madre, tiene pasajes amables y otros tristes. Luque presta atención a las obligaciones y a los deseos, e incluso hasta llega a viajar en el tiempo para espiar el futuro de su protagonista. Una mujer es siempre mucho más que una madre.
Mujeres de distintas edades comparten silencios y charlas en sus casas y lugares de trabajo, en el contexto de una serena población cordobesa. De eso se trata Otra madre: de describir con delicadeza ese universo íntimo en el que lavarropas, máquinas de coser, tareas escolares y cremas para la piel mantienen ocupadas a estas madres, hijas, hermanas o amigas, todas deteniendo en algún momento su mirada en algún punto lejano, pensativas, transmitiendo una conmovedora melancolía. Salvo una noche distendida en un bar con música de fondo, el resto son instantes de soledad y pequeñas o grandes preocupaciones (que casi no se dicen pero se intuyen). El joven realizador cordobés Mariano Luque ya había mostrado interés por el mundo femenino en Salsipuedes (2012), pero acá da un paso adelante, encuadrando los ambientes como recortándolos sutilmente de la realidad y aprovechando las posibilidades que el paisaje cordobés puede ofrecer cuando aparece alejado de los clisés turísticos. Esa creación de un estado anímico marcado por la congoja (hasta cuando dos de las mujeres mantienen una cordial conversación mientras comen helado asoma una música que baña la situación de tristeza) se sostieotra_madrene en la expresividad de Mara Santucho, Eva Bianco y las otras actrices, así como en el excelente trabajo de Eduardo Crespo como director de fotografía. Fernando G. Varea
Hace cinco años Mariano Luque estrenaba su primer largometraje llamado “Salsipuedes”, donde se abordaba la violencia de género dentro de una pareja. En esta oportunidad, el director nuevamente se adentra en el universo femenino para contar la cotidianidad de la maternidad. “Otra Madre” se centra en Mabel, una mujer de treinta y pico que se separó de su marido y que volvió a vivir en la casa de su madre junto a su pequeña hija. Allí convive también con su hermana adolescente y su abuela. Una familia donde el matriarcado tiene un rol preponderante. El film plantea una mirada melancólica sobre la maternidad de distintas generaciones, a través de la rutina de ciertas mujeres que son el sostén de una familia. Se las ve luchar, trabajar desmedidamente, ocuparse de sus hijas, mientras presentan una dificultad para tomar las riendas de su propia vida. Se observa el sacrificio que realizan en el cuidado de los demás, y sus sueños que quedan detrás. En la historia no nos encontramos con muchas figuras masculinas, y los que aparecen lo hacen en un corto período de tiempo o fuera de campo. Si bien muchas de las decisiones o acciones que realizan estas mujeres están relacionadas al universo masculino (criar sola a una hija, por ejemplo), la cinta busca centrarse solamente en dichas protagonistas. A lo largo de la trama tenemos pocos diálogos y pocas acciones (que se repiten una y otra vez dentro de la rutina), debido a que se explora más la expresividad, la mirada y los silencios de las mujeres, que terminan diciendo mucho más que las palabras. Esto se transmite a través de la utilización de largos planos. Con respecto al elenco, nos encontramos con buenas interpretaciones en general, destacándose Mara Santucho, quien vuelve a repetir el papel protagónico dentro de un film de Luque, y la revelación de su pequeña hija en la ficción, Julieta Niztzschmann, otorgando una gran simpatía y naturalidad. En síntesis, “Otra Madre” presenta una mirada interesante sobre la maternidad de las distintas generaciones, mostrando su lado luminoso como también los desafíos y el desgaste que esto conlleva. Criar niños, trabajar, sostener a una familia y pensar en uno mismo, una tarea compleja que solo una madre puede tener.
Mi vida sin mi La sensibilidad de Mariano Luque para retratar universos femeninos, cargados de conflictos internos, es admirable. Sobre todo porque proviene de un hombre. Después de abordar la violencia de género en su ópera prima Salsipuedes (2012) incursiona en el interior más profundo de una madre recién separada que debe rehacer su vida a los empujones y como pueda. Mabel (otro soberbio trabajo de Mara Santucho) vuelve a la casa de su madre, acompañada de su pequeña hija, luego de separarse de su marido. Pero en la casa no estarán solas, también viven su abuela y una hermana. Mabel debe trabajar todo el día en una tienda y como profesora de aquagym para poder sobrevivir, lo que le resta tiempo a la hija que espera el regreso. Luque aborda la compleja situación a la que muchas veces deben enfrentarse las mujeres separadas con hijos a cuestas. El dinero que no llega y la ausencia de un padre que está pero no todo lo presente que debería. Lo hace de un modo realista, duro, pero también honesto, donde no hay lugar para la sensiblería barata, el clisé o el golpe bajo. Otra madre es una película de mujeres, en un mundo donde los hombres parecieran no existir aunque rijan sus destinos, del vínculo entre ellas y esa complicidad que muchas veces resulta difícil de comprender. Es sobre madres e hijas, abuelas y hermanas, amigas y vecinas, pero también sobre la problemática laboral, las diferencias sexistas, el abandono y la infelicidad. De luchas internas y externas, algunas que tal vez se ganen en un futuro incierto y otras que se pierdan para siempre y nunca más se puedan recuperar.
Otra madre, de Mariano Luque Mujeres, madres, varias generaciones de mujeres, muchas madres. La segunda película del director cordobés Mariano Luque, luego de Salsipuedes (2011), vuelve a proponer una particular mirada sobre determinados conflictos, otra vez relacionados a las vivencias de mujeres. Si en aquella opera prima el registro argumental se dirigía a la violencia de género, en Otra madre el abanico se amplía no solo por la cantidad de personajes principales y secundarios sino también por las interrelaciones personales y laborales que se establecen entre las criaturas de ficción. Hay un centro operativo del relato, una mujer separada, Mabel (la siempre excelente Mara Santucho) y a su alrededor otros personajes satelitales de peso, que por momentos, desplazan al personaje central como interés de la historia o de las múltiples historias que se cuentan en menos de ochenta minutos. Una hija de cuatro años, amigas, compañeras de trabajo, otros parientes, vínculos laborales y afectivos, pequeños relatos que reflejan espejos semejantes entre más de una de las protagonistas. Luque elige un bienvenido distanciamiento de cámara y de sonidos para no enfatizar los conflictos, y más aun, con tal de remarcar la (casi) ausencia de hombres, ocasionalmente exhibidos en pequeños trazos o desde el uso contundente del fuera de campo. La planificación visual y sonora, por lo tanto, se impone a las características dramáticas que tipificarían a una película que recorre vivencias de mujeres, madres, compañeras de trabajo y una casi total ausencia del mundo masculino. En ese sentido, el off sonoro en varias escenas oficia como elección estética casi de carácter imprescindible. Su uso, al mismo tiempo, clarifica qué caminos decide emprender el director, como si se trataran de travesías riesgosas que complacerán a muchos y mantendrán al margen (“o afuera del film”) a otros tantos. Párrafo final para la dirección y marcación actoral, en especial, además de Santucho, el mejor de los elogios para la niña Julieta Niztzschmamn y también hacia Eva Bianco, gran actriz ya vista en otros films, que en Otra madre interpreta a la encargada del local de venta de ropa donde trabaja el personaje central. OTRA MADRE Otra madre. Argentina, 2017. Dirección y guión: Mariano Luque. Producción: Julia Rotondi, Mariano Luque y Federico Eiburszyc. Fotografía: Eduardo Crespo. Música: Juan Ceballos. Arte: Adrián Suárez. Montaje: Mariano Luque. Con: Mara Santucho, Eva Bianco, Julieta Niztzschmamn, Ana Tenaglia, Cecilia Antonozzi, Celina Ludueña. Duración: 77 minutos.
Un mundo de mujeres filmado con rigor y con una especial sensibilidad por el talentoso director Mariano Luque responsable también del guión. Su apuesta es de riesgo, estas mujeres, relacionadas entre si están en distintos momentos de sus vidas, nada extraordinario les sucede, o todo les sucede. Ahí esta la mirada atenta, las historias laterales, los encuentros, las caminatas en la noche, de regreso de un trabajo obligado, o de necesidad de cansarse y mitigar la falta de sueño, el mordisco de la soledad, el dolor de querer comunicarse y no poder. Una mujer se acaba de separar y con su pequeña hija regresa a vivir a la casa materna, con esa madre, una hermana, la abuela, pero cerca también esta la tía, la sobrina. Las miradas y las esperas. Los hombres casi no habitan la película. Los momentos de cansancio. Los ratos de juego. La pausa del cigarrillo o el mate y las tostadas. En ese mundo hay solidaridad, pero también demandas. Y alguna esperanza en un nuevo amor. Todas, cuando caen la trivialidades de la conversación, cuando se quedan en silencio, están sin disfraz frente a la cámara que capta en esas miradas todo un mundo interior que apenas se asoma a los rostros sin sonrisas, a los ojos húmedos, a los gestos que quedan en el aire, en ansia que no se satisface, la vida desnuda que pasa rápida y lenta, pero de manera inexorable. El mérito de un director de meterse hondo en esos momentos femeninos únicos, breves e irrepetibles.
Nuevo trabajo del creador de "Salsipuedes" (2011), Mariano Luque, un cordobés que viene trabajando en equipo con gente de su misma generación que le hace muy bien al cine indie local: Iván Fund (aquí, productor) y Eduardo Crespo (director de fotografía). Esta conformación de identidades creativas, impulsa una propuesta intimista, pequeña, potente y con ritmo de tierra adentro, una historia femenina de principio a fin, donde la cuestión gira en torno a la construcción generacional de los diversos roles de la maternidad. "Otra madre" es el título de este segundo largo de Luque ( este estreno se complementa con un foco dedicado a la obra de Mariano integrado por su ópera prima antes mencionada, los cortometrajes "Sociales" y "Así me duermo" y la exhibición --en calidad de preestreno-- de su flamante documental "Los árboles", que a su vez fue el film de clausura de la 17° edición del DocBuenosAires. Considero imprescindible que vean la sensibilidad de este cineasta y el abordaje que hace de la violencia de género en "Salsipuedes" (fue en 2012 a la Berlinale también). Esta es la historia de una mujer (Mabel, jugada por Mara Santucho) que por cuestiones de fin de su relación de pareja, regresa a la casa de su madre. Allí se instalará con su pequeña hija, su hermana, su mamá y su abuela. Un universo femenino fuerte y complejo. En ese espacio, se jugará una silenciosa trama donde veremos cómo la nueva familia (un matriarcado), va configurando sus existencias en relación con su mirada del mundo. Hay en esa propuesta una construcción de significados que atraviesan los pequeños e informales diálogos que los personajes principales tienen. No hay demasiadas alteraciones ni situaciones de quiebre, no. Pero sí una sutil red va entrelazando climas y protagonistas, con la idea puesta en reflejar cómo llevan adelante su día a día este grupo de mujeres. Luque retrata en bellos fotogramas, una historia que no parece despegar mucho a nivel dramático, pero sí que convence al público por la identificación que genera. Más allá de estar rodada en el interior, con ese ritmo propio y color, y mostrarse casi comtemplativa a veces de una realidad subyacente y corpórea, "Otra madre" ofrece la posibilidad de estimular la reflexión por los roles y su transmisión generacional. ¿Por qué estas mujeres terminan todas juntas? ¿Qué sucede con los varones, que no son parte de los vínculos fundacionales de estas mujeres? ¿Hasta que lugar, la perspectiva de cada progenitora influye en las otras? Los interrogantes enriquecen el visionado y predisponen al espectador para conectar con el cine de Luque. Puede que para los aficionados al mainstream tradicional este tipo de aproximación cinematográfica les resulte un poco incómodo al principio, pero una vez que el encuadre está marcado, las cosas fluyen en forma natural. En lo personal, entiendo la manera en que el equipo de producción estructura cada movimiento en el desarrollo de climas, pero si reconozco que extraño la intensidad del film anterior de Luque. Aquí hay demasiadas mujeres y una lente que amplifica y recorta su mundo de manera singular, lo cual puede restarle posibilidades narrativas de profundización en otros campos de la interacción entre personajes. Me quedo con ganas de conocer más sobre cómo se relacionan estas madres e hijas con los hombres, en todo contexto. Más allá de mi percepción, creo que "Otra madre" es un paso adelante de este Luque y vuelvo a invitarlos, en la Lugones, al foco en su obra disponible hasta el 26 de octubre.
Mujeres que se comunican con el cuerpo. Indagar para comprender antes que para juzgar. Esa voluntad es la que mueve al director de Salsipuedes en su segundo largometraje, concentrado en el infinito universo femenino. La que está transcurriendo debe ser una de las semanas más agitadas en las tres décadas de vida de Mariano Luque. Hace 48 horas el director cordobés –radicado en Buenos Aires hace cuatro años– tuvo la première de su tercer largometraje, el documental Los árboles, en el marco del cierre de la muestra DocBuenosAires, y ayer volvió a la Sala Lugones del Teatro San Martín para el estreno de Otra madre, su trabajo inmediatamente anterior. A Luque se lo seguirá viendo seguido en el décimo piso del edificio de la Avenida Corrientes al 1500, dado que el doblete se completa con un foco sobre sus trabajos previos. Entre ellos estará Salsipuedes, que en 2012 marcó su debut la dirección de largometrajes. El acompañamiento a mujer sometida a la violencia de su pareja durante un fin de semana de camping le servía a Luque para explorar un universo femenino en crisis, indagando en el interior y en las dinámicas internas que la llevaban a soportar una experiencia violenta y traumática. Indagar para comprender antes que para juzgar. Esa misma voluntad es la que persigue Otra madre. “Vos sos chiquita todavía, no te hagás la grande”, le dice Mabel (Mara Santucho, rostro emblemático del llamado Nuevo Cine Cordobés) a su hija de cuatro años (Julieta Niztzschmamn) mientras le ata los cordones en medio de un cuarto con más camas que las que aconsejaría la comodidad. La cámara de Luque encierra el rostro de esa mujer de ojos claros y pecas que intenta canalizar en la maternidad la incertidumbre y los temores de una nueva vida. Nueva tanto para ella como para el resto de las mujeres que componen su entorno más cercano en la casa familiar. Mabel convive bajo el mismo techo con su madre, su hermana adolescente y la abuela después de haberse separado de su pareja, quien, como todos los hombres aquí, ocupa un rol periférico. Incluso cuando se los ve es como si no estuvieran. Están pero no están: el de Otra madre es, pues, un universo de relaciones femeninas tan íntimo y cerrado que los hombres no pueden acceder. Mabel vuelve muy tarde a casa porque ahora tiene dos trabajos en lugar de uno. Hace malabares con sus horarios y el dinero, sus salidas con hombres son menos un momento de cortejo que de catarsis y liberación, y pide y debe favores a su amiga y empleadora (Eva Bianco, otra figura recurrente del NCC). Para esta última las cosas tampoco andan del todo bien puertas adentro, con los conflictos con su hija a la orden del día. ¿Es posible ser mujer, madre, hija, tía, hermana y amiga a la vez? ¿Cómo enfrentar los sentimientos contradictorios de la maternidad? ¿De dónde sacar fuerzas para seguir cuando el mundo prefigurado muestra fisuras irreversibles? La búsqueda de respuestas de Mabel es un camino allanado de rugosidades dramáticas o vueltas rocambolescas de guión. Es como si a Luque le interesara un devenir y quisiera obtener un registro naturalista de las situaciones (las escenas con la nena son extraordinarias) para filmar lo más parecido al recorte de una porción de vida. No parece casual que en la ficha técnica de Otra madre figuren Ivan Fund y Eduardo Crespo en los roles de director asistente y director de fotografía, respectivamente. Los dos realizadores tienen en común, además de la ciudad entrerriana de Crespo como lugar de origen, una sensibilidad particular para hacer cine basándose en la observación fina de los detalles y el uso de pequeños retazos de una rutina en apariencia anodina. Para eso resulta fundamental una cámara que, como la de Luque, se vuelva una prolongación del ojo humano camuflada en la puesta en escena que pueda ver sin ser vista. Una cámara atenta al pulso y la respiración de esas mujeres que comunican no tanto con la palabra como con el cuerpo.
Mabel (Mara Santucho) se separa del padre de su hija, obligándola a volver a casa de su madre en Villa Allende, junto a la pequeña de cuatro años (Julieta Niztzschmann). Ahora, le toca compartir una diminuta habitación, con afiches de Justin Bieber
Mara Santucho y Eva Bianco protagonizan la nueva película del realizador de “Salsipuedes” que se estrena en la Sala Lugones. El filme se centra en las complicadas vidas de un grupo de mujeres en Córdoba –madres, hijas,abuelas, hermanas– que atraviesan delicadas situaciones. La nueva película del realizador cordobés de SALSIPUEDES, que llega al BAFICI tras presentarse en el Festival de Rotterdam, mantiene algunas constantes respecto a su anterior filme: su preferencia por los personajes femeninos y un tono observacional, pausado, más interesado en los detalles y los pequeños momentos que en grandes narraciones. La diferencia de aquel filme con éste, acaso, está en que la violencia masculina es más sutil y está fuera de cuadro. Acá el eje son una serie de madres. Madres e hijas. Y abuelas, que también son madres. Y madres que siguen siendo hijas. No es un juego de palabras. Es el universo en el que transcurre OTRA MADRE, título que puede aplicarse a alguna situación concreta o personaje del filme pero también a una especie de caracter transitivo impreciso e inacabable. Mabel (Mara Santucho) se acaba de separar y se va a vivir con su pequeña hija (la simpática y vivaz Julieta Niztzschmann) a la casa de su madre, en la que también viven su hermana, o eso es lo que parece. Mabel trabaja dando clases en una pileta de natación y también en un negocio de ropa (su jefa/amiga es Eva Bianco, que también es madre), y su hija queda al cuidado de las otras mujeres de la familia y también de amigas, cuando no tiene ella que correr a buscarla. Pero cada una tiene sus asuntos, romances y problemas (laborales, personales) que sumarle al rol casi mutante de madre que pareciera corresponderle culturalmente por pertenencia a un género determinado. Y eso vuelve la cotidianeidad más complicada de lo que debería. El breve filme se va en las conversaciones y momentos que ellas viven –distintos personajes se cruzan, muchos están solos–, haciendo un arte de la narración lateral, casi una puesta en abismo, por la manera en que las protagonistas se van cediendo paso entre sí en determinados momentos. Esas vidas de mujeres en un pueblo del interior cordobés puede parecer bucólica, solidaria y amable pero todas guardan algún dolor, se callan alguna molestia o injusticia, lloran cuando nadie las ve y siguen poniéndole el cuerpo a sus tareas. Por momentos la cantidad de personajes hace complejo establecer claramente las relaciones familiares, laborales o de amistad (no estoy seguro si yo las entendi bien, para ser honesto) que las unen. Pero, finalmente, eso no es importante. De hecho, la confusión parece buscada (Luque no solo no define claramente las relaciones sino que muchas veces oculta entre sombras los rostros de los personajes o no muestra a una de las interlocutoras en ciertos diálogos) termina jugándole a favor al filme y poniendo el eje en distintas mujeres –de niñas pequeñas a ancianas– que hacen lo posible por manejar varias vidas en el tiempo en el que muchos de nosotros vivimos solo una.
Bien lejos de las resonancias del drama, Otra madre elige seguir de cerca a una familia en crisis atendiendo a los ecos casi inaudibles que generan las tareas cotidianas. El director Mariano Luque, ahora secundado en distintos rubros por Iván Fund y Eduardo Crespo, hace un relevamiento microscópico de la vida secreta de los personajes. La película establece enseguida, en apenas unos planos, un profundo clima de intimidad. El dispositivo de Luque le permite trabajar con la fisicidad de los actores y la materialidad del entorno: los gestos, las rutinas (como tomar mate y comer galletitas), los objetos que llenan las casas, todo parece cargado de una historia que excede a la película, como si el tiempo de las cosas se colara imprevistamente en las imágenes y las invistiera con su espesor. Las actuaciones son orgánicas y conmovedoras, los protagonistas (en especial los chicos) interactúan entre ellos y con lo que los rodea con una naturalidad extraordinaria. Pero no es la búsqueda de quién sabe qué autenticidad lo que desvela a la película, sino la posibilidad de rasgar la trama del relato y ver qué clase de micromundos que escapan al ojo rutinario del cine pueden encontrarse ahí.
En su primer largo Salsipuedes (2012), Mariano Luque proponía una mirada frontal sobre la violencia doméstica. No había salida, solo asfixia. La mujer estaba atrapada en una telaraña de subordinación y machismo tejida por su propio marido. Ahora, en su nuevo trabajo, es el director cordobés quien teje cuidadosamente los hilos para construir una red de vínculos y solidaridades femeninas y así contrariar –o aunque sea soportar- una violencia exógena que de una forma tal vez más difusa, más indirecta, aún persiste. Otra madre es una película sobre mujeres desde el momento en que los pocos hombres que aparecen lo hacen desde la periferia, en un segundo plano, por no decir desde su ausencia Recién divorciada, Mabel (interpretada por Mara Santucho o, mejor dicho, por el rostro y los ojos clarísimos de Mara Santucho si es que nos detenemos en la prevalencia de los primeros planos) se va a vivir a la casa de su madre en Sierras Chicas mientras intenta reacomodarse a su nueva vida. Su llegada a ese techo -en el que también vive su hermana adolescente y su abuela, y donde las camas ahora son varias, pero la comodidad escasa- vendrá acompañada de su hijita de cuatro años (Julieta Niztzschmamn), y dará sentido al título de la película donde “otra madre” termina siendo sinónimo de “otra mujer”, cuando una mujer es mucho más que eso. En este caso, la protagonista es una joven soltera que al verse obligada a buscar un segundo trabajo, lo que implica levantarse antes de que salga el sol y volver a casa cuando la luna todavía rige el cielo, termina adeudando favores a amigas y familiares donde el motivo último es poder cuidar dignamente a su hija. Inmersa en un presente no elegido uno esperaría que Mabel reaccione, enfrente su situación, pero siendo una mujer de clase media trabajadora, madre, hermana, amiga y empleada no tiene más opción que adaptarse. Esa cadencia monolítica que empuja la rutina, alcanza a vibrar la imagen por más rígida que sea. A veces es el humo de un cigarrillo, otras un suspiro a medianoche, y otras ni siquiera eso, solo un cuadro vacío, inmóvil, donde apenas caben algunos ruidos hogareños. Así y todo, Luque encuentra en la cotidianeidad ardua de la protagonista, instantes donde una foto, un recuerdo, una conversación puede ser siempre un refugio, una puerta trasera a la añoranza del pasado y la nostalgia, y eso es un tesoro que el presente jamás podrá sepultar. En esta línea, la cámara no apunta ni invade, sino que se sirve de su estatismo para que sean los cuerpos y las voces de estas mujeres que andan de paso por el cuadro, las que se dejen o no capturar. Y si en esta disección el entramado de relaciones familiares -que de por sí son múltiples- no queda del todo claro ¿qué importa? Un simple mimo, un abrazo, un favor, un cigarrillo frente a la ventana oscura antes de salir a trabajar o la calidez de una frase que se filtra en fuera de campo, puede ser al final de la película lo único que quede sobre la superficie y al mismo tiempo, lo más potente. Otra madre se estructura a partir de sus tiempos muertos, pero al final, queda concebida por sus detalles y gestos más ínfimos. Pequeños átomos que dan forma a la sororidad. Por Felix De Cunto @felix_decunto
Una sensible mirada acerca de los caminos que en los últimos tiempos los roles más primarios han ido mutando. Una mujer que debe salir a la calle para poder completar el dinero que le falta para cumplir con gastos y obligaciones, deja en cuidado de otros a su hija. Luque bucea en cómo los vínculos se van transformando y también cómo la maternidad dejó de ser un espacio de crianza sólo de aquella que llevó en su vientre a sus hijos. Potente, real, cruda, necesaria.
Mandatos Otra madre es el segundo opus de Mariano Luque, quien sorprendiera hace algunos años con su ópera prima Salsipuedes, retrato íntimo de la violencia de género depositado en el cuerpo de Mara Santucho, tal vez una de las actrices más prometedoras de las nuevas generaciones con una enorme fotogenia y entrega en cada papel que interpreta. Y así de cambiante es además el cine de Mariano Luque (hace poco se conoció su documental Los árboles) como la propia Mara Santucho, quien en esta oportunidad encarna el rol de Mabel, una mujer separada con una hija pequeña, quien en ese salto al vacío que implica volver a empezar debe adaptarse a nuevos vínculos: dos trabajos para sobrevivir, vivir en casa de su madre junto a su hermana adolescente, su hija pequeña y su abuela, con horarios difíciles. Sobre lo cotidiano pero también sobre lo emocional es donde focaliza su atención Mariano Luque; en preguntarse por la maternidad, las relaciones familiares y sobre todas las cosas indagar acerca del paso del tiempo porque el mini universo de mujeres en Otra madre comparte generaciones, algunas tal vez en calidad de hijas llegarán a ser madres o deberán cuidar a sus progenitoras cuando envejezcan. Todo eso pasa entre el humo de un cigarrillo nocturno en una noche para la reflexión y en los ojos expresivos de Mara Santucho. El cine en la vida, en la medianía de lo que pasa pero siempre bajo el sesgo de una mirada atenta y que se deja sorprender por lo que descubre en la agonía de los tiempos muertos o en pequeñas viñetas cargadas de amor y luminosidad para darle un poco más de brillo a lo inexorable y a la melancolía.
Un retrato del universo femenino, a partir de una familia de mujeres que buscan su destino, construye Mariano Luque en Otra madre. Mabi (Mara Santucho) se ha separado y vuelve a vivir con su hija pequeña (toda una revelación Julieta Niztzschmamn) a la casa de su madre en las Sierras Chicas cordobesas, donde además habitan una hermana adolescente y una abuela postrada. Necesita de cualquier trabajo que le ofrezcan para juntar dinero y, además de instructora de natación, es empleada de una tía, Pini (Eva Bianco), con cuya hija se lleva mucho mejor que la propia madre. Mujeres solas, de todas las edades, haciendo frente a la cotidianeidad de nuestros días. Mujeres que soñaron cuando chicas un futuro, si no un poco mejor, por lo menos diferente al presente que transitan. Mariano Luque (Salsipuedes) opera en Otra madre desde la sustracción: en la puesta, en las actuaciones, en el relato mismo. Pero a veces es tanto lo que se quita que se termina por complicar la comprensión sobre los vínculos de las protagonistas. Y no hace falta, porque saber qué son entre sí no les quita ningún rasgo de universalidad y basarlo sólo en los parecidos físicos es quizá innecesaria sutileza. Es evidente que en este mundo eminentemente femenino (los hombres apenas aparecen) todas actúan como espejo proyectante de lo que pueden llegar a ser o reflejante de lo que son. Cumpliendo mandatos sociales o familiares sin elección. Y sobre la forma es que el director trabaja con precisión y detalle: fragmentando los cuerpos, filmando conversaciones que niegan el rostro de uno de los participantes, procurando primeros planos que desnudan los sentimientos que atraviesan a esos personajes, dejando la cámara fija en lugares que captan acciones mientras los diálogos en off portan información de otro tipo. Hay momentos en que las escenas con un registro de actuación que se apoya en la naturalidad y la improvisación (Mabi y la pequeña) chocan con otros que desde la puesta y el guion remarcan su artificio (Pini y la clienta en el bingo) o estiran su duración para darle más tiempo a una canción que remarca lo que ya se entiende a partir de las imágenes (Mabi en un boliche con un hombre). La fragmentación y la sucesión de secuencias de la rutina diaria sin embargo son la forma de entender las dislocaciones propias de las protagonistas en tensión permanente con lo que viven y lo que quisieran vivir: aunque no se entregan jamás, arrastran el pesar algunas, en esos ojos llenos de una esperanza que parece irse apagando, mientras otras procuran romper los modelos asignados y repetidos para darse una oportunidad.
LA CONFUSIÓN IMPONIÉNDOSE A LA FLUIDEZ El relato de Otra madre se centra en una madre soltera con dos hijas y el entorno familiar que incluye a su tía, hermanos, primas, con relaciones e interrelaciones marcadas por la conflictividad y la necesidad de hallar puntos de encuentro. La película de Mariano Luque ingresa en el terreno de lo confuso, ya que no se llegan a conocer bien los vínculos filiales de los protagonistas porque hay un regateo permanente de la información. La historia parece un permanente loop en el que las mujeres son seres sufridos que llevan adelante sus vidas sin la presencia de hombres, que podrán aparecer, pero solo como figuras colaterales y de reparto. En Otra madre pueden rescatarse los diálogos entre el personaje de la madre (Mara Santucho) y su hija menor, que logran una fluidez como pocas veces se ha visto en el cine nacional y permiten avizorar el potencial de la película cuando se permite indagar en los vínculos entre las protagonistas. Sin embargo, hacia el final vuelve a imponerse la confusión: la última imagen, congelada, hace pensar que vemos a los protagonistas en un futuro, aunque eso no es más que una intuición ya que el realizador hace un fundido previo que desconcierta al espectador. En esas contradicciones queda inmersa Otra madre y con ella, su historia.
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