Dios de la adolescencia Gus Van Sant es un caso paradigmático, aunque no el único: directores cautivados por el universo agridulce de los adolescentes, su estado de fragilidad e inquietud constante, su fotogenia y su singular manera de sobrellevar arduas eventualidades sin dejar de disfrutar de modas y juegos que parecen mantener todavía viva la inocencia de la infancia. Entre nosotros, realizadores como Ezequiel Acuña y Celina Murga expresan, a través de su obra, ansiedad por comprender esa etapa de la vida. En Raúl Perrone (1952, Ituzaingó, pcia. de Buenos Aires) también hay una suerte de fascinación por los adolescentes, aunque la suya es una mirada diferente, cómplice, con los pies en la tierra y el espíritu del barrio en diálogos, gestos y actitudes. Desde su mismo título, su última película -premiada en la última edición del BAFICI- manifiesta un propósito ligeramente ambicioso (con una sola palabra sugiriendo un retrato generacional) y, al mismo tiempo, afectuoso y lúdico (como puede indicarlo la combinación de letras con números, algo que también lleva al lenguaje utilizado en la escritura informal en computadoras y teléfonos celulares). El hecho de agregar a dicho título el apellido del director habla, por otra parte, de un interés -más enfatizado que modesto- por dejar clara una marca autoral. A lo largo de tres actos y una coda, P3nd3jo5 registra momentos en las vidas de distintos jóvenes de ambos sexos atravesadas por la incertidumbre o la angustia ante situaciones que no saben cómo resolver, mientras fuman, deambulan con sus skates y comparten su tiempo en taciturnos parques o clubes. Hay algo de desdén o despreocupación por lo material, evidente en detalles como el de ese chico que prefiere arreglar su skate a comprar el celular que le ofrecen. Los adultos son pocos pero no están mostrados como adversarios; por el contrario, suelen poner una dosis de sentido común y aconsejar con cariño (en algún momento uno de ellos parece extrañar la frescura de los jóvenes que lo rodean, subiéndose a un skate mientras se escucha la Cumbia en Do Menor). A años luz del cine de Larry Clark y otros, no hay morbo en esta exposición de hechos a veces ciertamente dramáticos: un embarazo inesperado, la posibilidad de un aborto, el tuteo con la droga y con el delito asoman sin sensacionalismo, como parte de problemáticas que exceden a los personajes. Incluso los momentos que podrían resultar sórdidos son eludidos, tal vez porque Perrone no busca provocar incomodidad en el espectador sino identificación, comprensión o piedad. La sensación de desamparo que recorre la película permite indudablemente inferir un contexto político-económico-cultural-educativo que lleva a ese estado de insatisfacción personal y social, aunque el director podría haber añadido algunas referencias precisas sobre instituciones o hábitos responsables de esa suerte de decadencia. De todos modos, la propuesta es abiertamente lírica y su mayor valor consiste, precisamente, en convertir espacios cotidianos en oníricos, haciendo del anodino paisaje urbano de todos los días algo casi mágico o fantasmal. Una búsqueda de trascendencia que puede remitir no sólo a Leonardo Favio (hay planos de lugares despojados con personajes parcos que traen inmediatamente a la memoria a las primeras películas del director fallecido el año pasado) sino también, de manera más manifiesta, a maestros como Carl Dreyer y Pier Paolo Pasolini (a quienes Perrone alude explícitamente en ciertos momentos). Uno de los puntos altos de P3nd3jo5 es su musicalización y su admirable trabajo con el sonido. Haendel y Puccini se mezclan –literalmente– con cumbia electrónica (con Nomenombressway al frente) y esa masa musical fluye blandamente, completando los estados de soledad o de compañía de los personajes, su introspección o su vuelo. La banda sonora ignora deliberadamente las voces (al punto de agregar intertítulos, como en épocas del cine mudo), pero lo que se oye a veces no se corresponde con lo que se ve sino con condiciones anímicas, pudiendo, de pronto, irrumpir un disparo o escucharse como lánguido fondo lo que parece ser el ruido de una púa sobre un disco gastado. Es difícil encontrar un grado de experimentación similar no sólo en la filmografía de Perrone sino en el cine argentino de ficción de los últimos años: apenas Picado fino (1993, Esteban Sapir) y El nadador inmóvil (1998, Fernán Rudnik) se le acercan. Apoyado en una expresiva fotografía en blanco y negro, Perrone logra conmover cuando se demora en la mirada de una chica pensativa, en los travellings de seguimiento de alguno de los pibes por caminos rodeados de árboles, o en el hermoso plano en el que el ocio compartido en una plaza exhibe como fondo misteriosos nubarrones y una calesita iluminada. Ocasionalmente recurre a la cámara lenta y a cortes y fundidos dentro del mismo plano, evitando filmar con cámara en mano, por lo que P3nd3jo5 invita todo el tiempo a la contemplación y a la reflexión antes que al sobresalto. Las imágenes de nubes en el cielo o de jóvenes en sus skates recuerdan a Gus Van Sant así como los travellings laterales por las calles devuelven el eco del primer Jim Jarmusch, pero Perrone logra correrse bastante de esas y otras influencias para plasmar algo propio, impregnado del tono húmedo, desgastado y a la vez refulgente de ámbitos y rostros que los argentinos conocemos de cerca. Y es que Perrone no intenta copiar a nadie. Las características de P3nd3jo5 (su ausencia de actores conocidos, la elección del blanco y negro, incluso su duración) dejan en claro que no hubo cálculo sino simplemente necesidad de expresarse. Con virtudes y defectos tal vez, pero, sobre todo, con honestidad y una protectora sensibilidad, algo que siempre se agradece.
Raúl Perrone es el cineasta argentino más independiente… y también el más prolífico. Sus retratos de la juventud del conurbano ya son clásicos de culto, más allá de los amores y odios que suelen generar. P3ND3JO5 sigue en esa línea temática, pero con un importante, ambicioso y sorprendente cambio estético que la diferencia de sus films anteriores: filmada en blanco y negro, en formato 4:3, sin diálogos, en clave de cine mudo, incluyendo intertítulos… y además, en palabras de director, se trata de una cumbiópera, ya que tiene la forma de una ópera de tres actos y una coda, musicalizada con una muy interesante y funcional mezcla de cumbia y dub...
Una singular mezcla de neorrealismo, con poesía operística, tragedia griega y altas cuotas de misticismo, define la última y más ambiciosa obra del cineasta independiente, Raúl Perrone. Es que P3ND3JO5, es todo eso y mucho más. Estrenada en la Competencia Argentina del BAFICI 2013, la película aborda la adolescencia desde su raíz semántica: adolecer. Esa etapa de la vida donde las pulsiones fluyen a borbotones y en cada vivencia se juega la misma vida. Hipnóticamente melancólico, este extenso largometraje se divide en tres actos y una coda, filmado en blanco y negro, con formato 4:3, hace que sea imprescindible verlo sí o sí en una sala de cine. Porque Perrone hace uso del lenguaje cinematográfico con una admirable variedad de recursos, que apuntan a volver a la raíz misma del cine. Es una película muda con algunos intertítulos y en otros momentos los diálogos los debe inferir el espectador. Pero esto que puede hacerlo pesado y denso, es lo más atrapante del largometraje. Narrativamente es notable como el director logra que en un filme de estas características, la tensión hipnótica vaya incrementando a medida que nos internalizamos en la vida y conflictos de estos pibes...
Perros de la calle Pasó el BAFICI y una de las películas más comentadas de las 473 que fueron exhibidas fue la obra número 30 de Raúl Perrone. Una película notable en más de un sentido, tanto porque se distingue entre lo mejor que se pudo ver en el festival como por su manera de llamar la atención con sus procedimientos formales, que hacen que no se parezca a ninguna de las películas anteriores del director y a la vez se parezca a la suma de todas. P3ND3JO5, así como está escrito, es en palabras del propio Perrone “una cumbiópera en tres actos y una coda para ver de corrido. De caras / miradas / deseo / amor / drama / tragedia / disparos / imagen cruda en ByN – 4:3″. Parece exagerado, desmedido, ambicioso. Es todo eso y mucho más. Perrone ha sabido construir toda su filmografía con una notable consistencia. Entre sus marcas de estilo más relevantes se pueden mencionar la naturalidad de los diálogos y la concisión para reducir cada propuesta a lo más elemental. Dos rasgos que se anima a dejar absolutamente de lado en este caso. Lo que queda, lo que encuentra, más allá de seguir siendo absolutamente coherente con sus trabajos previos, es muy interesante. Una película limbo, con un pie en el pasado y otro en el futuro. Personajes que deambulan y se muestran como fantasmas atemporales. Las precisas coordenadas del conurbano bonaerense que se desdibujan en un viaje hipnótico que cruza el viejo cine de Dreyer con el nuevo de Sylvain George y la ópera con la cumbia electrónica, como si fuera lo más natural de mundo. Y desde ese espacio impreciso interroga al espectador en lugar de ofrecer respuestas. Más que una película para ver es una película que nos mira.
El cine de Raúl Perrone tiene algunas marcas indiscutibles. Más allá de los mecanismos de producción y algunos recursos formales, el lugar – Ituzaingó como el conurbano post industrial – y la identidad de clase – clase obrera o trabajadora en general, para evitar categorías complejas – son tal vez las más significativas. P3ND3J05 articula a esos modos y temas permanentes una larga tradición cinematográfica, que va desde el mudo del origen, pasando por Dreyer hasta Gus Van Sant hasta llegar a lo mejor del cine italiano post neorrealista, en particular la obra de Pier Paolo Pasolini. Logra, como este maestro, encontrar en los rostros de los jóvenes, el encuentro del deseo, la soledad, la desorientación, la omnipotencia ante el mundo exterior. La película se estructura en 3 partes y una coda. En las tres partes, que componen movimientos diversos de una misma obra, se suceden historias de jóvenes que aman, duelen, y encuentran en el skate un espacio de pertenencia y una identidad estética. En estas historias, y aquí también coincide con Pasolini, el amor parece un destino trágico. Aun cuando las historias son siempre poco luminosas, Perrone se niega al pesimismo. No hay una mirada oscura. Los P3ND3J0S no son pibes que sufren ese momento trágico. En tal caso ese destino es parte de lo vital. Con esa lógica, de una vida cuya maravilla está incluso en esos dolores, Perrone construye una mirada potente sobre el mundo de los adolescentes de la clase obrera. Este punto es central. Mientras la mayoría de los cines que miran la adolescencia en los sectores populares observan los sectores marginalizados, los personajes de Perrone son trabajadores. Tal vez no ellos mismos, sino sus familias, sus grupos de pertenencia, sus entornos. Ellos mismos son en potencia trabajadores, clase obrera. Esto es una clave también para entender la película. Porque esa condición de clase está presente en las formas en la cuales se produce su vida cotidiana y sus deseos. El relato es perfecto en ese sentido. P3ND3J05 es además una obra organizada a propósito de una estructura férrea. Repite los leitmotivs musicales, varía las construcciones sonoras (musicales y no musicales) y se sostiene con la presencia envolvente de la cadencia visual y auditiva de los skaters, que en ambos planos articulan las escenas y dan ritmo a la totalidad de la obra. P3ND3J05 es una película que se distingue en el panorama del cine argentino sin ningún tipo de dudas. Es una obra integral, con una concepción que se nota en cada plano, en cada sonido, en cada rostro de los pibes del conurbano. Un salto de calidad notable en la obra de Perrone.
Raúl Perrone concibió una película con su tiempo y un ritmo especial que invita a sentarse y reflexionar. P3nd3jo5 es una película coral que toma a los jóvenes de Ituzaingó en su mundo de quilombos y sueños. Jóvenes conectados entre sí por el barrio, el skate, la droga y la edad. Tiempo El montaje entrega una deconstrucción del tiempo, como un vaiven tan cíclico como finito y por ende único apoyado en este ir y venir que ejercitan los jóvenes en el film sobre la patineta, una y otra vez. Todo, absolutamente todo, es relativo como el tiempo y el espacio en el que nos movemos y existimos. A través de las variaciones sobre el tiempo ejercidas en el montaje, P3nd3jo5 mantiene una tensión brutal durante sus dos primeros actos que luego en el tercero pareciera ceder hasta llegar al cod4. Esa tensión se sostiene por un montaje que nos hace mirar una y otra vez lo mismo pero desde otro lugar, con otra información. Continuamente se están percibiendo nuevas cosas, nuevas posibilidades que la película no cierra sino que nos da la posibilidad de hacerlo. Cine mudo que habla La película de Perrone no tiene diálogos hablados y continuamente se apoya en las formas del cine de las primeras décadas del cine como el recuadro negro para enfocar sobre un sector más importante de la escena. La banda sonora no termina siendo un mínimo acompañamiento sino que está explotada de manera brillante generando capas de lectura mayores -este ir y venir del que hablaba antes aparece en la banda sonora con mucha presencia-. Los actores, sin embargo, no entran en exagerados movimientos ni gestos ampulosos. Son ellos mismos en la pantalla y uno puede leerlos y entenderlos fácilmente siguiéndolos con atención. Conclusión P3nd3jo5 ofrece muchas posibilidades para sus espectadores. Tiene una potencia narrativa muy fuerte que hace que uno se olvide fácilmente que casi no existen los diálogos. Todo es para destacar de una película con un montaje y banda sonora del carajo. Tienen la posibilidad de verla ahora y disfrutar. Y eso es todo lo que tengo que decir al respecto… Bafici Club
LOS PERIFÉRICOS A los vacíos que provocan las ausencias de las voces, Perrone los rellena con melodías que desencadenan interrogantes ambiguos y densos. ¿Quiénes son esos adolescentes? ¿Qué quieren? ¿Qué están pensando? ¿Hacia dónde van? ¿De dónde vienen? ¿Qué hacen? La música, que va desde la ópera hasta la cumbia electrónica, subsume al espectador en el quieto pero movedizo mar de los adolescentes; la empatía que se genera con estos chicos es enorme: sentimos, pensamos, vemos como ellos y a través de ellos. Perrone arma una topología de las emociones ancladas en espacios urbanos, resbaladizos y pasajeros: estaciones de trenes, pistas de skate, bares antiguos, plazas, cielos. Estos espacios indefinidos borran las huellas de identidad, las señales de la pertenencia. Los pendejos de Perrone son iconográficos; son pura conciencia de clase desde adentro, desde las entrañas; son ideogramas de una adolescencia abrumada, estallada de música y vaivenes, atravesada por la tragedia, por la soledad, por el amor, por la falta. Seguramente P3ND3JO5 inaugure una tradición, instalándose en el lugar que nunca se ha transitado, una nueva estética que va de la mano de una ética honesta y contundente. Esta inauguración necesariamente crea nuevos espectadores; esos espectadores que no existen todavía, que sean capaces de sentir más que de entender, de dejarse llevar por la cadencia de las imágenes y de la música, por la carencia de palabras habladas, por la ausencia de estructuras conocidas, de personajes definidos. Tal vez, Perrone esté cerca del cine de José Campusano (o viceversa); un cine que pide nuevos espectadores dispuestos a salir de la mediocridad habitual e instalarse en un futuro cercano que tiene su punto de partida en el cine más antiguo. Una nueva manera de mostrar, una realismo estético de los contenidos, de los argumentos, de aquello que se cuenta. La tragedia, el cine mudo con sus intertítulos, las cámaras aquietadas en travellings que acompañan el vagabundeo de los chicos, la granulación de las imágenes, el rabioso blanco y negro, la forma despiadada de encuadrar a los personajes son cuestiones de otra época, del pasado del cine, aquel al que Perrone le rinde homenaje en P3ND3JO5 y en este homenaje hay un gesto de actualización. El presente cinematográfico de Perrone necesita mirar atrás, recuperar todo lo valioso y proyectarlo hacia un futuro inmediato, con los conflictos de hoy, con las urgencias y las necesidades. Iconografía del presente, con retazos del pasado y estallados hacia el futuro. Mezcla de fragmentos de la historia del cine, que es la historia del ser nacional, con imágenes del futuro, cosiendo sutilmente las junturas, yuxtaponiéndolas, fundiéndolas a negro, seleccionando detalles. Cuidadoso trabajo de montaje que elije acallar la palabra y resaltar el rítmico movimiento de los planos da como resultado un registro reflexivo, cercano a veces al buen documental y cercano también a ficciones interesantes. vlcsnap-2013-04-26-12h35m01s17 P3ND3JO5 Pura poesía, sin comienzo, sin final, sin límites; plagada su tensa superficie de agujeros, de miradas, de huecos, de gestos. Sin palabras, mudo de toda mudez. Lo único real en P3ND3JO5 son los cuerpos (siempre lo único real es el cuerpo) y las cadencias rítmicas de esos cuerpos en constante desplazamiento. Vaivenes de un surfeo preciso que necesitan espacio para expandirse. Filmar esos cuerpos en acción, en ese vaivén incesante, es un gesto político. Esos desplazamientos no tienen que ver con el mundo del trabajo –que nos ancla con el mundo real, con la cadena productiva-, que no está en la película, que está ausente; pero justamente esa ausencia es políticamente significativa. El mundo de los jóvenes está alejado del mundo del trabajo. Ver los rostros de los chicos en primer plano, el parpadeo de una mirada, el movimiento sutil de la boca, es prestar atención a aquello que resulta irreductible. Situar los cuerpos en espacios impersonales y en tiempos indefinidos es situarlos políticamente, no es inocente el vaivén que adormece, los encuentros furtivos, las subidas y las bajadas; nada es permanente, todo es móvil, pasajero. En este mismo blog, Roger Koza entrevista a George Sylvain que dice: “Ver y comprender un rostro, por ejemplo, y cómo lo atraviesa las presiones y los sentimientos. Al estar así acompaño a esa persona experimentando un acontecimiento, como si la cámara hablara con ella y trabajara así en su liberación.” Así, filmar los desplazamientos en esas pistas de skate es uno de los modos de filmar la liberación y a la vez la resistencia de esos personajes a un mundo que les es hostil, inmune, inerte. La cámara de Perrone los acompaña, los registra, no los invade, no los penetra. Cuerpos que se deslizan, literalmente, en la periferia: de un territorio, de una clase, de una emoción, de una carencia. Poesía desagarrada e inacabada, mirada que hipnotiza, novela sin principio ni final contada en tres actos, arte puro que inquieta, molesta, carcome los sentidos, roe el alma, hipnotiza. Cine urgente, pasional, erotismo visual y sonoro; un cine fantasmático que hace una relectura del videoclip en el presente, con sus tiempos y sus ritmos particulares. Un cine del reducto, del espacio de Ituzaingó que puede universalmente ser cualquier lugar, cualquier espacio. En P3ND3JO5 Perrone trabaja un cine que se desplaza, como esos chicos con sus skates, de una punta a la otra, fundando una nueva topología, espacial y simbólica. Y a la vez muestra a su manera, personal y única, uno de los modos de estar en el mundo, de habitar el presente.
Ituzaingó silente En ituzaingó transcurre esta ópera de tres actos y una coda que como toda ópera no puede ser otra cosa que una historia trágica en la que las almas errantes y adolescentes del cine de Raúl Perrone se vuelven fantasmas o portadores de verdades que parecen no querer escucharse. P3nd3jo5 por un lado es el opus número 30 del director y por otro un retorno a su cine de los comienzos pero también la apuesta al cambio y al experimento que significa mutar, transitar por caminos distintos sin perder el horizonte, la brújula y la esencia. Y es en ese sentido donde se potencia haber elegido un registro cercano al cine mudo precisamente para gritar a los cuatro vientos a este ituzaingó silente, con intertítulos, música incidental que mezcla la cumbia electrónica con lo clásico en una textura plástica que abraza la composición 4:3 y explota las virtudes expresivas del blanco y negro, los grises y algunas imágenes de una belleza y poesía inolvidables. Se nota cada vez que la cámara sale a la calle o se esconde como cazador furtivo a la espera de sus presas: skaters –algo del film 180 grados se recuerda por momentos- que ensayan el salto al vacío; descreen del futuro pero viven con plena intensidad cada momento como este proyecto del realizador, absolutamente transformador, anárquico y de una potencia visual arrolladora. Cuando la experiencia cinematográfica recupera para nuestras retinas títulos ya consagrados por el solo reflejo de encontrar en la pantalla cierto homenaje o indicio, aunque tal vez ninguno de ellos, no cabe otro modo de pensar que existe una sintonía extra cinematográfica pero que sólo se consigue a partir del hecho cinematográfico por eso el lienzo de esta cumbiópera –así la definió su propio autor- se ve salpicado por Dreyer en la inolvidable Juana de arco (1928) o tal vez Coppola y ese recuadro generacional que significó La ley de la calle (1983). Todo está ahí en P3nd3jo5, hay que saber buscarlo y apenas dejarse elevar y descender por sus atmósferas densas, crudas, intensas pero de difícil indiferencia a la mirada. La de Perrone es lúcida y autoconsciente porque su poética permanece intacta.
Extraña juventud Estructurado en tres actos y una coda, el nuevo film de Raúl Perrone centraliza su atención en jóvenes skaters que merodean por Ituzaingó con sus tablas, viviendo el día a día casi sin ningún tipo de intención o motivación que los conduzca hacia un futuro prometedor. Lo peculiar de este film es la forma de representar que elige, en donde La pasión de Juana de Arco (La passion de Jeanne d'Arc, 1928) de Carl Theodor Dreyer y el cine mudo en general son referentes obligados. Desde un estilo más que personal y único, Perrone construye un submundo que aturde, lo cual no siempre es bueno. Los personajes de Perrone podrían ser los no personajes: ninguno tiene nombre o al menos pasan desapercibido, apenas se pretende indagar en su psicología y todos se parecen. Lo poco que sabemos de ellos es lo que vemos, porque ni siquiera los escuchamos. Sea como sea, resulta difícil producir un acercamiento a estos seres que deambulan con su skate por la vida. Y el director pronuncia aún más dicha distancia con sus recursos estéticos: emulando al cine silente, sus palabras las leemos, no las escuchamos; y sus vidas se nos presentan como pequeños fragmentos. La película juega con dos ideas cinematográficas. Aquella más cercana a un registro documental es la que nos muestra a cada uno de estos chicos en su cotidianeidad: andando en skate, comprando droga al dealer del barrio, penando por embarazos no deseados. Este costado angustiante, perturbador y marginal dialoga con una idea menos terrenal. Aquí es donde el film de Dreyer hace acto de presencia, porque cada primer plano que elige mostrar Perrone remite a los de aquel film. Como si cada uno de esos primerísimos primeros planos estuvieran metaforizando el interior de estos jóvenes. Quizás buscando algo más. ¿Quizás una redención? Hay sí pequeños desarrollos dramáticos dentro de cada acto, que apenas se esbozan, y se muestran casi tangencialmente. Porque lo que termina sobresaliendo mayormente es esta forma de mostrar, que busca el extrañamiento, claro está, pero que termina por abrumar en un film de tan larga duración como este (dos horas y media). La música que elige para el film, y su textura, con rostros endurecidos por el tono gris del blanco y negro refuerzan este entramado con más fuerza. El clima se hace asfixiante por momentos y los tiempos de algunas escenas demasiado largos. La idea general vale reconocer que es interesante, pero quizás para un cortometraje o un largometraje de corta duración, donde la repetición de planos y situaciones similares no terminen por aburrir al espectador.
Juventud divino tesoro La película número treinta de Raúl Perrone se estructura en tres actos y una coda a la manera de una ópera y, en gran parte, es también el universo musical el que revitaliza emotivamente la sucesión de sus planos. P3ND3JO5 rescata características del cine primitivo como el uso del blanco y negro, las placas de diálogos y los mezcla con la ralentización de las acciones, planos extensos o yuxtapuestos y el naturalismo de la Ituzaingó natal del director, esa de la que emergen estos pendejos que adolecen sobre un skate. Todo en ella es magnánimo, gigante, sagrado. Lo que podría parecer un abuso de los primeros planos se percibe como un ritual: los rostros, encuadrados o no, y su claroscuro se transforman en una oda a los pequeños gestos cotidianos, totalmente imperceptibles si no fuera por el uso de la cámara lenta. Así, los personajes dejan de ser comunes y se camuflan con la iconografía de santos, vírgenes o mártires…y sí, la adolescencia es trágica. En relación a esto, no es casual que una de las citas a la historia del cine en esta película sea la Juana de Arco pergeñada por Dreyer. Quizás tampoco es una casualidad ese primer plano del revólver que recuerda mucho al de El nacimiento de una nación de Griffith, film que no sólo sistematiza todos los recursos narrativos sino que descompone una acción muy breve extendiéndola en el tiempo, un recurso central en P3ND3JO5. Hay otras referencias cinéfilas, pero la más divertida es aquella que emula en clave nacional la escena del concierto de los Yardbirds con Jimmy Page y Jeff Beck en Blow-Up de Antonioni, aunque Perrone suplanta el clavijero de la guitarra por un anacrónico disco de pasta. En la película el sonido y la música están utilizados de una manera muy particular ya que ambos elementos en vez de funcionar como un ornamento de la imagen se ubican a su misma altura y la completan. No se usa un sonido ambiente que ilustra los ruidos que podrían existir en ese plano sino un sonido extradiegético (o no tanto) que es el repiqueteo de los skates sobre la pista de patinaje. La música clásica y la cumbia, un híbrido entre lo académico y lo popular, ejemplifica la pacífica convivencia entre los opuestos y además acompaña el clímax de algunas escenas, como aquella en la que los pibes, con una estética muy propia del videoclip, toman carrera para tirarse sobre los colchones una y otra vez. Las tres historias son mínimas, simples. Y los pocos diálogos que hay en ellas se subtitulan manteniendo total fidelidad con el dialecto adolescente. Lo interesante de P3ND3JO5 está a un nivel que no es el temático sino el formal, aunque la radicalidad y dulzura con la que está filmada se exprese en todos los aspectos de la película. Un gran amor por la imagen y sus misteriosos poderes son la garantía de un cine que vale la pena.
Alas de libertad En su ¡30ª! película, el Perro asegura “volver a las fuentes”, aunque eso sólo se percibe en los dispositivos que utiliza y en ciertas decisiones estéticas que toma: imágenes en blanco y negro con bastante grano (o pixelado) y pantalla 4:3 (casi cuadrada). Por supuesto, sigue en el Oeste del conurbano, se ocupa de los jóvenes y -como en 180 grados- el skate ocupa un lugar importante. Hasta allí las “semejanzas” que se pueden establecer. Es que P3ND3JO5 nos muestra a un Perrone siempre en mutación, probando, experimentando, intentando no encasillarse, buscando cambiar. Algo sano para cualquier artista, pero sobre todo viniendo de un director que ya ha pasado los 60 años y tiene muchas condecoraciones ganadas. Creador -en general- de películas cortas (suelen durar poco más de una hora), aquí opta por 157 minutos para concebir una narración en varios actos (episodios), con múltiples personajes (los pendejos/adolescentes del título) que apuesta como nunca a la experimentación visual y sonora, a la sensorialidad, a un cine no-narrativo. P3ND3JO5 es un musical sin diálogos (con intertítulos propios del período silente), una tragedia suburbana y, sobre todo, un trip dominado por las imágenes de skate y la permanente banda sonora (excelente combinación entre mucha cumbia electrónica con un poco de ópera y hasta algún tema de Los Violadores) concebida por el colectivo Nomenombres Wey encabezado por el productor DJ Negro Dub. Lo popular y lo “culto” conviviendo con absoluta armonía y desparpajo. En principio, debo admitir que la experiencia se me hizo un poco tortuosa y creo que no hacían faltan los 157 minutos, pero ahora que escribo (varias horas después de la proyección matinal en el BAFICI) siento que la película va creciendo. En primera instancia, Perrone parece regresar al cine “juvenil” de Gus Van Sant, pero luego el film muta hacia un homenaje a La ley de la calle, de Francis Ford Coppola (las nubes, los personajes fantasmales que se elevan y luego regresan, los policías que persiguen a los pendejos). Sobre la segunda mitad, aparecen las referencias directas a Pier Paolo Pasolini, a Carl Theodor Dreyer (Juana de Arco), y la cosa se pone un poco (sólo un poco) más convencional (léase algo más narrativa). La película está llena de ideas (algunas muy originales, otras “prestadas”), de hallazgos y también de caprichos. A esta altura de su carrera, Perrone no tiene que pedirle permiso a nadie. Puede ser “larguero”, ambicioso, desmesurado, ampuloso. Algo de eso se percibe en P3ND3JO5, pero también hay un director que se permite “jugar” a y con el cine, que se siente sin ataduras de ningún tipo. Bienvenida sea, entonces, esa libertad creativa.
Raúl Perrone es un auténtico outsider cinematográfico. Su cine siempre ha estado alejado de géneros, tendencias, modas y tecnologías dominantes –más allá que la notable La Navidad de Ofelia y Galván fuera rodada sólo con una cámara fotográfica recién adquirida-. Su carrera fílmica siempre estuvo al margen de la industria, de los lazos comerciales con otros formatos, como la TV, y hasta del propio cine independiente, a menudo mal denominado como tal. Y sin dudas que ha establecido, entre variantes y altibajos, un estilo personal inconfundible y representativo, un sello propio a veces menospreciado y otras tantas sobreestimado. Sea como fuere, un puñado de films suyos son piezas únicas en su tipo. Y P3ND3J0S es su apuesta más elevada, más elaborada y por eso mismo más lograda, el Citizen Kane perroniano. Un pico altísimo, visual, expresiva y narrativamente; por momentos –abundantes momentos-, una obra de arte. Dentro de su habitual universo ituzaingoniano, el director de Peluca y Marisita renueva su mirada y redescubre espacios suburbanos, calles húmedas, rincones inexplorados, reductos que combinan la naturaleza con el asfalto. Y fundamentalmente rostros y cuerpos anhelantes, introspectivos, sugerentes. Despojados, insondables y también refulgentes. En especial al estar desplazados en sus skates, casi una parte más de ellos, tablas rodantes que se vuelven tan protagonistas del film como los pibes a los que alude el –no tan- críptico título. Los diálogos, resueltos de manera inesperada, evocativa, a través de placas con textos, estética que se traslada a la imagen recortada entre contornos negros, también expresa. Y habla, porque P3ND3J0S no es una película muda más allá de estas pinceladas, todo lo contrario; su excepcional banda de sonido se integra al audio ambiental dando por resultado una sonoridad que se acopla impecablemente a las imágenes, potenciando improntas climáticas. Quizás algunas escenas se podrían haber acortado, pero es sólo un detalle que no empaña una experiencia audiovisual insoslayable.
Cómo retratar fantasmas Decir que una película es hipnótica es caer en un lugar común. Caigamos: porque P3ND3JO5 provoca una suerte de trance que transporta -bajo la inducción de bellísimas y cadenciosas imágenes en blanco y negro, y de eclécticos cruces musicales- hasta el espíritu de jóvenes del conurbano, retratados como fantasmas a punto de esfumarse o como melancólicas apariciones místico-callejeras. No importa que el registro oscile entre el realismo sucio, la fábula elegíaca, el expresionismo, el noir, el documental y más: importa que capture una esencia, un estado de ánimo; que nos haga sentir: sin necesidad de narración, de juicio sobre los personajes ni de mayores explicaciones (En La novela luminosa, Mario Levrero se pregunta por qué no le pedimos explicaciones al mundo, y sí a las obras de arte). Raúl El Perro Perrone, un director rabiosamente independiente, ha logrado la mejor película de su carrera -si él tomara al cine como carrera-, y P3ND3JO5 es nada menos que su opus 30. Sus retratos de skaters están cargados de expresividad; sus secuencias en las calles de Ituzaingó -el lugar de Perrone en el mundo- o en un skatepark, desbordan de plasticidad. Sobran las palabras: la película, de 157 minutos, dividida en tres actos y una coda, es muda, o casi, porque hay algunos sonidos ambiente, como las notas de Escalera al cielo que un chico le arranca a su guitarra. Algunos pocos diálogos son transmitidos a través de intertítulos, La banda de sonido combina cumbia y música electrónica con Haendel y Puccini, en absorbente armonía. Los personajes se mueven con libertad sobre sus tablas, pero, al mismo tiempo, parecen cercados por padres, policías, desamores, crisis, tragedias. El tratamiento que Perrone les da se parece -entre otros- al que usa Sylvain George, director del formidable documental Fantasmas de guerra, para registrar a inmigrantes africanos marginados en Europa. Pero en P3ND3JO5 hablamos, apenas, de jóvenes humildes del Gran Buenos Aires, esa “amenaza” creciente para la burguesía argentina.
Elocuentes postales de un microcosmos Raúl Perrone ha hecho muchas películas. Y la oración anterior, la aserción lisa y llana, prueba que ha tenido razón. Cuando empezó, a fines de los ochenta-principios de los noventa, algunos eran reticentes a llamarlo cineasta y a llamar películas a sus películas. Hacía películas en video, no en fílmico (hubo una película de Perrone que se estrenó en fílmico, sin embargo: La mecha). Hoy estamos cerca de que no haya más fílmico. Y las películas de Perrone se ven y se escuchan cada vez mejor. Su apuesta fue el futuro. De todos modos, Perrone no se hizo masivo, y no lo será con una película como P3nd3jo5, su película más larga (tres actos que podrían ser tres películas cortas), más ambiciosa, más excesiva y desmesurada. También la más impactante: una apuesta que es, entre otras cosas, un musical mudo: mucha música, diálogos escritos en forma de intertítulos, como en el cine mudo. Del cine mudo (y de las primeras décadas del sonoro) también es el formato de pantalla casi cuadrado -la proporción 4:3- y los cierres en iris (en redondo). Perrone define a P3nd3jo5 como "una cumbiópera". La música (cumbia, ópera, rock) pulsa el ritmo, la cumbia electrónica minimalista (o más minimalista) funciona como ambiente acuoso y rítmico de estos skaters suburbanos. Pibes y pibas. Y Perrone hablaba de y filmaba a "pibes" y "pibas" antes de que esos términos fueran abusados y banalizados. Hay drama, hay disparos, hay blanco y negro, hay caminatas, hay chicos en las encrucijadas suburbanas típicas de Perrone, al borde de "mandarse una macana", en el peligro cotidiano y la posibilidad de alguna salida: un skate, una conversación desde el cordón mirando el cielo, alguna otra forma de escape. Perrone, por su parte, marca en P3nd3jo5 una continuidad con su carrera, pero esa continuidad en su siglo XXI ha incluido por lo general nuevas pruebas en las formas. En este caso juega a mezclar un mapa estético temprano del cine (hay planos similares a los de la Juana de Arco de C.T. Dreyer, entre otras referencias) con su territorio habitual: el oeste del conurbano. Después de más de veinte años de carrera, está claro que Perrone se moldea a sí mismo mediante sus elecciones estéticas de cada momento, que se amalgaman con su mirada -cada vez más fina- sobre un mundo que él revisita contantemente y registra en su decadencia (Peluca y Marisita, de 2001 y Los actos cotidianos, de 2009, como máximos exponentes de un microcosmos cada vez con menos chances de salida). P3nd3jo5, de todos modos, al optar por una estética mucho menos inmediata y más alejada del realismo, logra por momentos presentar los grises suburbanos como luces radiantes gracias a la música, las miradas, los travellings para las caminatas. Es una experiencia perroniana extrema, incluso para los seguidores del director: una película tan ardua como -a su manera, en su individualidad, incluso en su terquedad y desmesura- gratificante.
Un experimento del mejor Raúl Perrone Puede ser visto como un film mudo musicalizado, un largo videoclip narrativo o un experimento multisensorial. Como sea, la película presenta varios componentes conocidos de la obra de Perrone pero a la vez la actualiza como mirando hacia el futuro. Raúl Perrone se tiró a la pileta de cabeza. Y estaba llena. P3ND3JO5 es un Perrone en estado puro y, al mismo tiempo, da toda la impresión de ser un nuevo punto de partida dentro de su extensa filmografía. Ahí están todos y cada uno de los componentes de muchas de sus películas, reciclados y reubicados: Ituzaingó, los pibes y pibas de barrio, el vagabundeo, los amores y desamores, la presencia del Mal encarnado en la maldita policía, la poesía de arrabal, las influencias de todo el cine devorado y tamizado por el realizador. Pero lo novedoso es el formato, que entre otras cosas abandona el registro del sonido ambiente, particularmente los diálogos, para abandonarse a un ejercicio formal extremo y extenso, creando un universo que bombea el naturalismo de su obra anterior y lo salpica en dosis apenas necesarias, haciendo a un lado cualquier intencionalidad estrictamente narrativa para concentrarse en tonos, climas, texturas y sensaciones. ¿P3ND3JO5 es cine experimental? Lo es en la medida en que la historia (las historias) queda reducida a su mínima expresión, transformada en simple excusa. Si el derrotero del cine –y el del arte en general– es una sucesión de imitaciones, homenajes y préstamos estéticos, Perrone ha sabido reconvertir, a lo largo de su extensa carrera, el cine de Jarmusch, Van Sant, Kiarostami y Costa (por nombrar algunos de los referentes más evidentes) a sus propios intereses formales y temáticos. En P3NDEJO5, la reciente moda de la vuelta a algunos de los topos del cine silente le sirve de trampolín para pensar el presente y tal vez el futuro de su cine, como una vuelta a fojas cero. P3ND3JO5 no es una película muda como las de antaño, a pesar del blanco y negro, el formato 4:3, la intervención de los intertítulos para transmitir los diálogos o el uso de diversos iris y máscaras para reencuadrar la imagen, sino un film que utiliza algunas de esas técnicas en su provecho. En otras palabras, todo lo contrario a un homenaje o una imitación superficial a El artista. No es poca cosa, particularmente si se tiene en cuenta el efecto final acumulativo de esta película definida por su autor como una “cumbiópera”. Desde un primer momento sabemos que P3ND3JOS estará frecuentada por chicos skaters y padres en gran medida ausentes, por “conversaciones” en la vereda o en el banco de la plaza, por esperas y tiempos muertos. Pero a poco de comenzado el viaje, el hábitat comienza a poblarse además por presencias fantasmales, más simbólicas que literales, por presunciones y sobreentendidos. Las miradas son, a partir de ese momento, el leitmotiv de la película; el deseo, el miedo, la duda surgen de los ojos de los protagonistas y Perrone utiliza los primeros planos y la cámara lenta como superficies por las cuales el espectador debe desplazarse para penetrar en los misterios de su última creación. La música, compuesta por una sucesión de temas ambient y dub de raigambre cumbiera, pero que también incluye algún fragmento sampleado de la ópera Tosca, de Puccini, es inseparable de las imágenes. A tal punto que P3ND3JO5 puede ser visto como un film mudo musicalizado, un largo videoclip narrativo o un experimento multisensorial. En cualquiera de los casos, las emociones primarias que terminan imponiéndose al final del recorrido son la tristeza y la melancolía. Y en un film atravesado por las referencias al cine –de la Juana de Arco de Dreyer vía Vivir su vida (o viceversa) al Antonioni de Blow Up–, el espíritu que empapa el metraje es el de Pier Paolo Pasolini. A fin de cuentas, P3NDEJO5 es un film sobre la carne y el espíritu: cuerpos dolientes, golpeados, mancillados, martirizados; espíritus paganos, anónimos y por siempre vagabundos. Los pendejos de Perrone son santos en miniatura y la religión que practica su creador no es otra que la del cine.
Raúl Perrone es una leyenda del cine independiente, creador de una estética y una ética en su cine. Con este film fue elegido el mejor director en el ultimo Bafici. Historia de skaters, jóvenes actores, personajes con imágenes poéticas en blanco y negro, sin diálogos, con una mixtura musical que une opera y cumbia, con un gran resultado. Los jóvenes del titulo inmersos en la desconexión y la soledad.
No es fácil reinventarse a los 60 años y con una carrera que alcanza las 35 películas. Sin embargo, Raúl Perrone lo hizo. Tal vez no haya sido un replanteo existencial ni mucho menos una decisión estratégica. Perrone se reinventó de casualidad, porque un día se “hinchó las pelotas” y empezó a probar cosas. Un paso llevó al siguiente, apareció una especie de sistema y acá está P3ND3J05, la película más radical y bella de su carrera, una elegía musical a la adolescencia, un retrato silente de rostros y lugares, una opera con ritmo de cumbia sobre Ituzaingó. En P3ND3J05 el universo de Perrone sigue siendo el mismo, sólo que la forma de acercarse se ha modificado de raíz. Si bien a lo largo de su carrera, “El Perro” ha ido alterando la manera de acercarse desde lo formal a los personajes de Ituzaingó que usualmente retrata, aquí se desprende casi por completo de los diálogos, un elemento que siempre fue considerado como central en su cine. P3ND3J05 es una película muda, en blanco y negro, filmada en formato 4:3 (el del cine clásico y de la reciente TABU) y con algunos pocos intertítulos. El otro elemento clave que lo diferencia no está necesariamente en su duración (si bien 157 minutos es casi el doble de lo normal en su cine), sino en la forma de intervenir el material desde el montaje y la música. Perrone estira y repite sus imágenes, se detiene en rostros por largo rato, sobreimprime materiales y arma secuencias en cámara lenta, como un VJ que manipula pistas y motivos visuales. Y ese universo conceptual lo completa un persistente e hipnótico soundtrack de cumbia electrónica (más algunos aportes de Händel y Puccini), creando algo parecido a una sinfonía trágica en tres actos. IMG_1257 (2)P3ND3J05 cuenta tres historias modélicas de los suburbios, ligadas al universo de los skaters de Ituzaingó. Pero esas historias se ven del mismo modo en el que se escucha el sonido dub que lo cubre todo: como un eco de otras películas, de otras canciones, de otros tiempos. Las referencias internas y externas (Gus Van Sant, Jim Jarmusch, “La ley de la calle”, etc) siguen estando ahí, pero desarmadas. En cierto sentido, aquí Perrone actúa como un artista de hip-hop: mezcla materiales propios con otros pre-existentes, les da una nueva forma al combinarlos y les agrega una “voz”, una personalidad, una presencia específica. Hay un fuerte elemento de abstracción en P3ND3J05, como si lo que estuviéramos viendo fuera un juego de sombras chinescas: los protagonistas parecen vivos y muertos a la vez, como fantasmas que han aparecido desde viejos “outtakes” para husmear la vida de los otros (“Los flacos del barrio que murieron andando en skate siguen acá, en el aire”, dice uno de los protagonistas). Sin embargo no deja de ser realista y creíble. Perrone hace una película que es puro gesto, puro rostro, pura poesía audiovisual (Dreyer y Pasolini no suenan excesivas como referencias), pero nunca pierde de vista que el mundo que muestra existe allá afuera. En cierto sentido, uno puede pensar que P3ND3J05 marca un retorno a los orígenes de Perrone, un intento de desconfiar un poco de las palabras y poner toda la verdad en las imágenes, en la poesía que surge del acto de observar el mundo y de traducirlo en eso que llamamos Cine. Es por eso, tal vez, que las excelentes fotos fijas de la película generan un efecto tremendamente evocativo en cualquiera que haya visto el filme. Es como si estuvieran vivas, como si de ellas pudieran desprenderse los personajes y la música para meterse entre nosotros, en nuestras vidas de acá afuera y seguir respirando.
De un cine artesanal de barrio a un esteticismo a la moda Raúl Perrone, proclamado cultor de un cine básico y directo, autor respetado entre los amantes del bajo costo y los habitantes de Ituzaingó, donde siempre ambienta sus pequeñas historias de viejos y adolescentes sin iniciativa ni mayor futuro, se ha dejado tentar por el esteticismo y la grandilocuencia. Su nueva película impresiona más por las formas y la larga duración, que por el contenido. Corresponde, quizás, explicar algo. Sus obras son habitualmente breves, y varias de ellas pueden ordenarse en trípticos. La que ahora vemos, con las rutinas de unos skaters de Zona Oeste someramente asediados por la fama de un dealer, los padres, la policía, y la muerte en accidente glorioso, dura 157 minutos, es decir más de dos horas y media, pero como se divide en tres partes y una coda fácilmente puede entenderse que estamos ante un tríptico de menos de una hora cada parte. Lo que no se entiende es el nivel exagerado de algunos elogios que ha recibido, y con los cuales sólo se puede coincidir enteramente en un punto: la película es realmente hipnótica. Quizá cierta tendencia a las reiteraciones y la mínima trama provoquen alguna pérdida de atención en el espectador. En compensación surgen momentos estilizados, envolventes y engañosamente calmos, que fascinan a más de un habitué del cine minimalista. Entre ellos, el famoso director tailandés Apichatpong Weerasethakul, ganador de la Palma de Oro en Cannes, que en carta al productor ejecutivo Pablo Ratto definió la experiencia "como una explosión de energía juvenil que poco a poco se desintegra y te deja con lágrimas fantasmales". Lo de explosión de energía es exagerado, pero este hombre sabe de lágimas y fantasmas, y hasta se ofrece a salir de garante en la difusión internacional de la obra. Quién sabe si Perrone esperaba algo semejante. Tampoco muchos seguidores esperaban que su cine casi casero, artesanal, se volviera tan cuidadoso de las formas y de los climas, e hiciera trascender más allá del naturalismo a sus criaturas. Porque esto último ocurre de veras. Sus retratos de chicos intimamente afligidos por algo inasible tienen más fuerza de lo habitual, gracias a una música enrarecida con dejos alternativos de ópera y cumbia, el uso de intertítulos de tipografia moderna en vez de diálogos sonoros, y el refinado blanco y negro que potencia el atractivo visual de un skatepark bajo autopista y otros lugares. Pero esos retratos apenas cuentan historias. Y la película es bastante larga.
Indudablemente, “P3ND3JO5” va camino a hacer historia. Cuando llega el film número 30 de un cineasta, cualquier observador duda del poder de innovación del artista… porque lo más natural o corriente es que comience a repetirse. Le llegó a Perrone nomás y el hombre se despachó, a esta altura de su carrera, con una obra de arte. Discutida, si tu canal para percibir cine es uno solo. Controversial, si te gusta la narración clásica. Extensa, si sentís que al no haber palabras en boca de los protagonistas, te falta algo (hay intertítulos pero no es lo mismo). Todo eso es cierto, si hablamos de “P3ND3JO5”. Al menos, esa es la impresión para un espectador corriente que sale de sala luego de 157 minutos de proyección. Pero no es todo. Lo cierto es que para quienes pueden ir más allá, y predisponerse a vivir una experiencia cinematográfica diferente, plena de ideas y música, Perrone, tiene algo para decir. Como a todo creador, le tenes que respetar las reglas de juego para poder apreciarlo en toda su dimensión. Para quienes no conocen al hombre detrás de las cámaras, hay que saber que Raúl (su primer nombre) es un legendario director independiente, poseedor de un talento particular para contar historias suburbanas (que hacen foco, habitualmente en la zona Oeste del Gran Buenos Aires) y que en esta oportunidad, presenta la pelicula de mayor duración de su producción (sus títulos duran alrededor de una hora). Ahora bien, la pregunta es obvia…Qué es P3ND3JO5? Podemos decir que es un relato secuenciado de skaters del Oeste del GBA, donde encontrarás muchos personajes (los chicos del título) viviendo una historia singular, clara y trágica. Me cuesta definirlo como un musical, pero quizás lo sea (sí, a ver, escucharás una gran banda sonora de Nomenombres Wey que querrás salir corriendo a comprar) aunque no es del estilo que estás acostumbrado a ver. Mucho skate, conflictos sociales, relaciones intensas, gran fotografía y mucho clima es lo que ofrece el trigésimo opus de Perrone, galardonado en el último BAFICI como mejor director por esta cinta. Si lo tuyo es lo sensorial, no estás preocupado por la narración tradicional y te interesa conocer un director de aquellos, es probable que tengas que hacerte el viajecito al Malba, los viernes a las 22 para ver a estos P3ND3JO5. Ir advertidos los noveles en este tipo de género, que puede costarles bastante salir airosos de su primera vez en una obra conceptual tan árida. Sin embargo, es un trip que vale la pena intentar.
La soledad de la adolescencia Raúl Perrone sigue provocando cierta fascinación con sus filmes rodados en Ituzaingó, ciudad del Gran Buenos Aires en la que vive. "P3nd3jo5", cuyo título parece la contraseña de algún correo electrónico, refiere a un grupo de adolescentes de la zona Oeste, que en su mayoría practican skate, en tablas de pequeñas ruedas en un espacio que se conoce como el Itu Park y está ubicado en esa misma localidad. TRES SEGMENTOS Filmada en blanco y negro, Perrone divide su película en tres segmentos. En el primero un joven solitario, cuya madre parece estar siempre ausente de su casa, intenta conectarse con un hombre mayor, probable encargado de algún tipo de negocio sucio. Decimos "probable", porque lo dicho es sugerido por la cámara, que muestra ciertas actitudes entre los hombres -uno parece querer entregarle algo al otro- que preceden una discusión. El segundo segmento contiene una historia de amor, hecha de silencios y miradas, que protagonizan un quinceañero, Yenien Teves, y una chica algo mayor (Eugenia Juárez), mientras observan a varios pibes que practican skate. Finalmente la tercera sección, tiene como escenario una plaza pueblerina en la que se reúnen chicos y chicas, skaters, vendedores de droga, policías de civil y hasta jubilados que asisten a un concierto al aire libre. En esta parte, hay una muerte, la policía sospecha de dos de los jóvenes de la plaza y finalmente se produce un desenlace trágico. CONCLUSIONES PROPIAS En la mayoría de las situaciones es el espectador quien debe sacar sus propias conclusiones de lo que sucede entre esos jóvenes. Porque los chicos y chicas que participan de esta película de ficción con elementos del documental, prácticamente no diálogan. O en todo caso lo que dicen no se oye. El espectador sólo se puede enterarse de algunas frases, a partir de "cartones" que aparecen en la pantalla, con diálogos breves y concisos que dan cuenta de una historia de amor, de un reproche o de una separación. Radiografía de un grupo de adolescentes de la zona Oeste, del Gran Buenos Aires, este nuevo filme de Perrone, provoca cierta fascinación a través de su calidad plástica, de esos claroscuros con siluetas, de miradas que parecen indicar
Cumbiópera en tres actos. El cine de Perrone siempre ha sido caracterizado por su impacto, por su impronta que no puede generar en el espectador indiferencia. Prolífico como pocos realizadores, en este su film numero treinta, decidió pegar el volantazo y realizar una apuesta osada y ambiciosa desde el punto de vista estético: Un film de 150 minutos, en blanco y negro y pantalla 4:3. Enmarcado en esta apuesta desde lo visual y casi obviando los diálogos, Perrone nos ofrece una opereta cumbiera donde la tragedia se sitúa en el conurbano bonaerense, territorio que en el que el director se mueve con la soltura de saberse parte. Allí nos presenta uno a uno los fantasmas que azotan a la juventud, el dealer de la cuadra, el embarazo no deseado, los padres separados, las amores no correspondidos , la necesidad de inclusión en una tribu, en definitiva la formación de la propia personalidad adulta con los mosaicos que poco a poco van trazando la identidad añorada. La cámara del director reinventa la cotidianeidad del barrio, otorgándole el aire trágico que tiene todo lo irreversible, esa realidad que muchos jóvenes conocen como ineludible, ese destino que mas alla de las elecciones sienten como marcado. P3nd3jo5 es al cine lo que el conurbano a las grandes urbes, la periferia donde se adentran los que se animan a vencer ciertas barreras en la búsqueda de nuevas sensaciones cinéfilas. El espectador citadino mental no se animara a entrar en las calles de barro que no tienen la accesibilidad de las grandes y frías calles grises de la cotidianeidad urbana. El asumirá el costo de no conocer nuevos paisajes de no permitirse la expresión mas sublime del séptimo arte: la experimentación. Un ejercicio sobre como hacer cine desde una perspectiva diferente, rompiendo paradigmas para reordenarlos en una nueva definición de arte. Una búsqueda personal del director que nos permite acompañarlo en esta nueva apuesta. @Cariolita
Una película ya vista de Perrone Esta es ni más ni menos que la película N° 30 en la filmografía de Raúl Perrone. Lo que no significa que sea su mejor película. Lejos esta de eso. Para uno que es un seguidor e incluso admirador de este director, “P3nd3jo5” es una muy larga decepción. Esta película silenciosa donde los diálogos se leen en intertitulos como en el viejo cine mudo, las personas pasan y algunas imágenes quedan, podría haber sido un buen mediometraje sin el engolosinamiento de Perrone en creer que todo su cine es maravilloso y el que no lo entiende así es porque no sabe nada, como esbozo cuando en el último BAFICI le otorgaron el premio al director pero no a su la película. Que Perrone es un gran narrador de historias de vida y sobretodo de la clase obrera no hacen por eso que sus experimentos sean todos validos. En este caso, es un film que aquellos que siguen su carrera compartirán que todo ya se vio en anteriores films del director, que es un compacto de los clichés del cine de culto de Perrone, pero además peca en no encontrar algo que haga que el espectador sienta ni empatía ni antipatía con cada uno de los personajes que pasan sin pena ni gloria durante este largo film sobre skaters, entre otras cosas, y que dividió en tres actos y una coda. Un film donde ni siquiera respeta el idioma con el que hablan los jóvenes de hoy. Esto volviendo a recordar que todos los diálogos se ven en intertítulos donde se lee lo que hablan los protagonistas. Realmente “P3nd3jo5” no es uno de los más satisfactorios films de este gran director. Es una película que demuestra que por más que la haga un gran director, director casi de culto, un montón de gestos incomprensibles y hasta descuidados en muchísimos aspectos eso no siempre es arte, sino solamente el gusto de un director que se enamoro de lo que hizo, aunque esto no sea lo mejor ni para él ni para el público.
Volver al pasado P3ND3JO5 de Raúl Perrone es una película donde uno tiene que construir y ser parte activa de lo que sucede en la pantalla, no es apto para espectadores cómodos que quieren tener todo digerido, rápido y procesado. Claro que hay que soportar (porque requiere cierto esfuerzo) dos horas y veinte minutos algo excesivas de cine mudo, en blanco y negro y con una estética que nos remite directamente a los orígenes del cine. Digo esto porque me llamó la atención la huida masiva del público de la sala del cine Gaumont el sábado por la noche. Y desde mi butaca no podía entender si la película les resultaba realmente insoportable o si no tenían ni la más mínima idea qué era lo que habían ido a ver. Nunca en mi vida (que ya tiene unos cuantos años) vi tanta gente irse del cine como en esta película y no es un dato menor porque toda la calma y la abstracción que requiere ver un cine de estas características se esfuma si nos distraemos cada vez que una figura se escapa de la sala. Dicho esto, y recomendando verla con cierta comodidad y serenidad, paso a lo que realmente nos interesa. P3ND3JO5 está dividida en tres historias, tres actos y un final dónde los personajes son siempre adolescentes. Historias de skates, droga, embarazo, amor y muerte. Ellos deambulan por las calles del barrio Ituzaingó y pasan las horas andando sobre esas cuatro rueditas. Lo interesante no está en lo que se cuenta, sino en el cómo, o sea en el aspecto formal y no en el argumental. La fotografía es increíble y el uso del sonido y los encuadres, impecable. No sólo son intensos los silencios, sino la música (una especie de cumbia electrónica e instrumental) el ruidos de las ruedas andando y los relámpagos que anticipan la tormenta no sólo en un sentido literal, sino también en un sentido metafórico. Con un blanco y negro despojado y con un juego de luces y sombras, Perrone se las ingenia para hablar sin necesidad de que las palabras surjan de las bocas de los protagonistas. No hay diálogos y los pocos y algo básicos intercambios de palabras los tenemos que leer al mejor estilo del cine mudo o silente como muchos prefieren decirle. Hay un homenaje a los orígenes en donde lo visual y lo sonoro tienen una preponderancia que no suele verse en el cine actual. Hay referencias implícitas y explícitas a La pasión de Juan de Arco (1928) de Carl T. Dreyer y un cierto tinte místico que sobrevuela el final de la película, como si la cotidianeidad empezara a teñirse de religiosidad. Una mirada metafísica donde la muerte como liberación se percibe en aquellos personajes fantasmales que caminan por un pasillo angosto hasta terminar diluyéndose al acercarse a la cámara. Una película con su propio tiempo, con un ritmo lento pero disfrutable, al compás de los bajos que se reiteran una y otra vez, como el sonido de las ruedas que dan vuelta sobre sí mismas, como las vidas de estos jóvenes que parecen no ir hacia ningún lado. Pero en todo caso, ¿hacia dónde van las nuestras? Pendejos parece no dejar a todos conformes, pero ese universo tan fuera de órbita, tan inusual y tan difícil de ver para algunos, abre un camino y demuestra que en estos tiempos todavía hay una esencia en el cine que no se perdió y que tiene que ver con la reivindicación de su propio y único lenguaje.
Todavía no alcanzamos a comprender qué es P3nd3jo5, la trigésima película de Raúl Perrone, un gran cineasta auténticamente independiente, que jamás filmó otra cosa que la vida en Ituzaingó. La primera definición es que se trata de una cumbiópera, una fusión heterodoxa de dos géneros musicales que sólo tienen en común las 12 notas de la escala musical. El resultado es magnífico, pues la intervención electrónica de los DJ que siguen la batuta de Perrone combina Puccini, cumbia, el sonido de las patinetas y de los trenes, como si se tratara de un gran acorde infinito que cifra y descifra el espíritu del filme. La contundencia visual de P3nd3jo5 es ostensible: el formato 4:3, el blanco y negro, los planos que retoman los encuadres rigurosos del cine mudo, los travellings que siguen el deslizamiento de los skaters o los ralentís de alguna proeza de uno de ellos, los fundidos para registrar el movimiento de las nubes o sugerir el destino fantasmal de estos jóvenes. Lo inolvidable del filme de Perrone pasa también por el redescubrimiento del rostro en el cine. Siempre vemos gente en las películas, pero la atención suele centrarse en la boca y en las palabras. Al desplazarse los diálogos a una zona de escritura (usando una vez más el sistema de intertítulos del cine mudo), el rostro queda liberado del lenguaje y la cámara puede afirmarse en la gestualidad pura. En una de las historias, una chica un poco más grande que su novio de 14 años lo mira hacer piruetas con su patineta. Perrone se concentra en su mirada hasta extraer una dimensión casi espiritual. El brillo de los ojos emite un signo preciso: el placer de estar enamorada, y eso se ve como si la cámara subtitulara en imágenes el estado de su alma. La secuencia termina en un callejón: los enamorados se abrazan y el plano general con el que se los registra es un ejemplo de cómo filmar la ternura sin apelar al exceso. De lejos se ve mejor. Tres actos, una coda; el relato se circunscribe a esbozos narrativos: algunas historias de amor, la soledad errante de un joven, un crimen vinculado con la corrupción policial y la venta de drogas. El resto es moverse en cuatro ruedas en un eterno presente sin horizontes. ¿Quiénes son estos ángeles del Conurbano? Una cita directa de Pasolini lo advertirá en clave poética. Para decirlo sin rodeos: son los crucificados de una sociedad, espectros en vida que intentan conjurar el desencanto arriba de una patineta que no se dirige a ninguna parte, pero que los ayuda a experimentar la intensidad del presente, como si en ese tiempo fugaz encontraran el lugar que el mundo les niega.
A cualquiera le temblarían el pulso y el teclado para hablar de Raúl Perrone, el director independiente de Ituzaingó que desde siempre eligió sus propios códigos y sus propias reglas a la hora de contar historias. Y su obra número treinta no podía ser la excepción. Este relato altera los sentidos por diversas razones, no sólo por la construcción visual y sonora que se deja entrever entre tanta trama, sino también por la particular mirada rápida que Perrone nos ofrece sobre el mundo joven bonaerense. Diversas historias de adolescentes discurren por la pantalla entrelazadas entre sí como por un hilo mágico. Estos pendejos no serán sólo protagonistas de sus propias historias sino también de una realidad mayor, asentada sobre las bases de una sociedad retrógrada y discriminativa. Colocando a Ituzaingó nuevamente como escenario por excelencia (sin embargo, de manera sustancialmente distinta al resto de sus filmes) se puede vagar sin márgenes de tiempo y espacio durante alrededor de 150 minutos por eternos planos acompañados de una banda sonora explosiva, que fusiona desde ópera hasta cumbia y música electrónica. Una vez más, Perrone parece haber estado en el lugar correcto y en el momento indicado para retratar con una sobriedad y un misticismo inimaginables las vidas conflictuadas de pendejos que, en otro caso, serían ignoradas. Los skates, los fantasmas y los ralenting son el combo firmante de este largometraje, permitiéndole al director jugar con éstos y otros tantos recursos para originar un cine minimalista, donde la economía de recursos es la línea dominante. La pulcra y excelentísima fotografía (a cargo de Hernán Soma, Bernardo Demonte, Fabián Blanco y, claramente, el mismo Perrone) supone un mundo mágico de esferas blanco y negro que parecen flotar frente a nuestros ojos. Tres actos y una secuencia de bonus (que misteriosamente se llamará “COD4”) configuran la organización de un filme tan orgánico como impactante. Perrone retrae los rostros de sus pendejos de un ambiente claro para sonsacar de ellos la esencia de la juventud misma e inmortalizarlos en un plano. A toda esa maraña de genialidad hay que sumarle una herramienta clave: el silencio. Es que P3ND3J0S es una película muda, que salvo por algunos intertítulos explicativos (al mejor estilo cine mudo) sólo es acompañado por melodías sumamente dramáticas, combinadas con ruidos de skates y trenes a toda marcha que acentúan o alivianan las tensiones de determinados momentos. El montaje responde a un orden invisible para el observador ordinario, confundiéndolo entre la tristeza y la agonía y la simpatía que generan los enlaces. El producto final es inimaginable; si bien en su estreno en el BAFICI 13 se rumoreaba el hartazgo del espectador y su posterior retirada de la sala, éste hecho solo subraya una cosa: Raúl Perrone lo hizo de nuevo.
El cine de Raúl Perrone está atravesado por la ciudad de Ituzaingó. Para el que conoce al menos una parte de su extensa filmografía (más de treinta películas en veinticinco años) esto es una obviedad, pero pocos directores en la historia del cine mantuvieron una relación tan estrecha con un espacio. La atención puesta en el lugar de su nacimiento no tiene nada que ver con un gesto endogámico, sino -entre otras razones- con la conciencia de que fijar la mirada en espacios alejados de la capital, donde todo pareciera suceder, constituye en sí mismo un acto político. Cuando uno revisa esos sitios en internet donde cualquier cosa se reduce a un par de datos, se encuentra con que en el 2010, cuando se realizó el Censo Nacional, Ituzaingó tenía casi 200.000 habitantes y que supuestamente era la localidad con más robos de toda la zona oeste de la provincia de Buenos Aires. El cine de Perrone, lejos de cualquier mirada global, se concentra en las pequeñas historias y las pequeñas líneas que, tarde o temprano, forman una secreta telaraña. Los personajes en general son jóvenes que habitan un terreno marginal, pero la mirada que Perrone dirige hacia ellos jamás cae en la complacencia ni en la condena. El cine de Perrone es cercano y esa cualidad se acentúa con P3ND3JO5, su última gran película. Los adolescentes flotan sobre patinetas en un movimiento que no está determinado por la rigidez de un guión (nunca existió ese esquema previo en el cine de Perrone), pero tampoco por la dudosa espontaneidad que ostenta la improvisación. Los adolescentes son libres y con cada giro que deciden, en las calles de su ciudad o en las curvas artificiales de cada pista, se revela su condición de pasajeros. En algún lugar se comparó a esta película con Paranoid Park, de Gus Vant Sant, pero mientras el norteamericano elegía la pesadez de la tierra para situar a sus personajes afligidos, Perrone elige el aire, no menos denso pero quizás más apto para movimientos fluidos como los que emprenden los jóvenes sobre sus patinetas. Para los adultos que aparecen en la película y que se atribuyen los discursos morales no existe tal movimiento; los pibes están quietos, no saben lo que quieren. Los tres actos que componen el entramado, al que se agrega una coda final, no tienen nada que ver con un relato convencional, aunque a lo largo de sus dos horas y media se puedan ver algunas líneas narrativas como la de una pareja de adolescentes que se encuentra ante la posibilidad de un aborto o la de un par de pibes que podrían estar involucrados en el asesinato de un dealer. Menos que un drama, lo que se comparte en P3ND3JO5 es un espacio y un tiempo. La música, omnipresente a lo largo de todo el desarrollo, no conduce a las imágenes y tampoco sucede a la inversa: a veces están juntas y otras veces separadas, pero siempre comparten un lugar más amplio y un momento: Ituzaingó, ahora. La decisión más acertada de Perrone es anular cualquier diálogo sonoro y suplantarlo por las viejas didascalias del cine mudo. Olvidarse de la imposición de la palabra para integrarla al plano visual logra momentos de enorme potencia y genera un desplazamiento perceptivo: el espectador que logra deslizarse a través de las imágenes y los sonidos y se olvida por un rato de la dictadura de los significados quizás encuentre otros caminos. Hacia el final del recorrido, el punto en el cual todos los hilos se encuentran y se vuelven a separar, confirmamos que Perrone no sólo ama a sus personajes sino también al espacio que los rodea.
Publicada en la edición digital #255 de la revista.
Publicada en la edición digital #255 de la revista.