Las olas y el tiempo Nunca mejor elegido Darío Grandinetti para ponerse en la piel de Santos, protagonista de Pescador, el nuevo opus de José Glusman que ha pasado por el Festival de Huelva y espera su estreno este jueves en salas comerciales. Se trata de acuerdo a palabras de su autor y guionista junto a Iván Tokman de un policial playero pero va mucho más allá del género y de la playa como escenario aunque todo transcurre en ese espacio de arena, mar, amaneceres, presencias inesperadas y un largo silencio que se ve interrumpido por un grupo de jóvenes con intenciones de inaugurar un parador en vísperas de la temporada veraniega. El parco y ermitaño Santos no los recibe con la calidez y la hospitalidad de un parroquiano que vive de lo que su caña o red extrae a diario tras una jornada de apacible tranquilidad y pesca, donde el tiempo se desgrana y el día y la noche a los ojos de Santos son exactamente iguales. Vive solo, come solo, espera. No se sabe muy bien qué y ese porqué es parte del misterio que lo atraviesa y que se impone mientras los jóvenes en medio de sus preparativos de inauguración buscan congraciarse con el único vecino en el lugar. El pasado de Santos es ese diamante en bruto difícil de hallar, pero llega en murmullos o perturbaciones auditivas que hacen de Santos el prototípico personaje en fuga constante. A esa característica se le suma la curiosidad del oficio, los secretos de la pesca y la pequeña gran enseñanza de la paciencia a la joven e impetuosa Franca (Jazmín Esquivel), a quien el pescador solitario le abre un resquicio de intimidad como si por momentos la tomara como hija o al menos joven en estado de tránsito hacia la adultez. Si hay algo que Glusman maneja con destreza es la cámara y la distancia para que Darío Grandinetti actúe sin verse intrusado pero también con una gran confianza para que rellene los huecos de un personaje con flancos abiertos y por descubrir a pesar que todo indicaría un intento desesperado de clausura con el pasado, con los otros y porqué no con la propia vida. El enrarecimiento de la trama también acompaña los diferentes procesos de relaciones entre los jóvenes y Grandinetti a lo largo de los 80 minutos en que una buena actuación del actor también reconocido en Huelva se lleva los mejores laureles de esta más que interesante película sobre soledades, redenciones y dulces venganzas.
José Glusman propone un viaje a la vinculación de un hombre apartado del mundo (Darío Grandinetti), con secretos, y tres jóvenes recién llegados. En ese viaje se comenzarán a descubrir pequeños gestos de un lado hacia otro que potenciarán un relato intimista sobre la amistad, el amor, el poder, la corrupción, las pérdidas y la lealtad. Darío Grandinetti ofrece una de sus mejores interpretaciones con un rol casi minimalista, un hombre que sólo sabe hacer su tarea, sin palabras, contemplando al mundo y dejándose perder en aquello que el presente le otorga para olvidar su pasado.
Otro hombre que huye de todo en las playas. Más allá de un volumen de estrenos que desde hace un lustro se ubica entre los 150 y 200 títulos (en 2017 fueron 209, según un relevamiento del sitio Escribiendo Cine), y de la variedad de formas y búsquedas dentro de ese corpus enorme, desde que al cine argentino se le antepuso el “Nuevo” las ciudades balnearias son, indefectiblemente, el refugio de seres penitentes. Nada de vacaciones con la familia o de andar feliz en alpargatas. Da lo mismo que sea Mar del Plata, una localidad del Partido de la Costa, algún pueblito tajeado por la ventosidad de la Patagonia u otro en las frondosas márgenes del Río Paraná. Siempre, como un mandato tácito, los hombres y mujeres de la factoría audiovisual nacional están ahí para que nadie los encuentre, con un pasado oscuro –un duelo, un delito, una relación trunca– a cuestas que, más temprano que tarde, llegará hasta ellos. Pescador es el exponente más novel de esta tendencia. Uno que marca el peso de la arena y las olas en su historia desde ese plano inicial que muestra la soledad más absoluta de la playa y, allí, en medio de la nada, al hombre que, se supone, huye de algo. O de alguien. O de los dos. Recién sobre la última parte del film de José Glusman (Cien años de perdón, Domingo de Ramos) se sabrá quién es el parco y solitario Santos (Darío Grandinetti) y cuáles fueron los motivos detrás de su mudanza a una casa en medio del páramo que es la zona de Pinamar fuera de temporada. El dato venía cocinándose a fuego lento desde el principio, creando una módica intriga que el film diluye con un largo flashback explicativo que rompe con el punto de vista establecido hasta ese momento. Antes hay un típico relato costero centrado en la relación entre este hombre y tres chicos locales que alistan un restaurant en un parador con miras a la próxima temporada de verano. Relación que va, como casi siempre en estos casos, de la desconfianza al aprecio, de la autoprotección silenciosa a la manifestación de la vulnerabilidad emocional. Y que empieza a construirse torcido, con Santos rechazando una y otra vez a los jóvenes interlocutores. Así y todo insisten en charlarle porque... bueno, no queda muy claro por qué. O son buenos o hay un agujero en el guión que justifique la tenacidad de los chicos. Definido por la información de prensa como un “policial playero”, el film va del drama intimista a la concreción del máximo temor de Santos no sin antes puntear las cuerdas del vínculo filial a través de un incipiente paternalismo ilustrado en decisiones que generan el refunfuño de los chicos. Sobre todo el de la chica, quien delegó en Santos el rol de depositario de sus miedos y desconfianzas y ahora, para salvar las papas del negocio, debe convertirse en mercancía de intercambio con un inspector municipal cuya bondad esconde, como todos aquí, secretos oscuros. Pródiga en planos abiertos de las playas vacías que ilustran la soledad de su protagonista, Pescador transmite un desfasaje tonal respecto al contexto de un estreno en plena temporada de verano que convierte ese terreno de sufrimiento en un lugar de descanso para mojar los pies.
Sobrevivir frente al mar El director José Glusman dijo en una entrevista brindada a este medio que Pescador (2017) es una película de personajes y tiene razón: se trata del encuentro de seres opuestos gracias a la condición solitaria en la que ambos se encuentran. Uno es Santos (Dario Grandinetti), el pescador del título, un hombre parco y misterioso que realiza su dura rutina diaria en las playas de Pinamar. La otra es Franca (Jazmín Esquivel), quién junto con dos amigos inauguran un parador en el lugar con una visible falta de experiencia en el rubro. Al sentirse vulnerada por las trabas municipales y los escasos clientes, entabla un vínculo con Santos. Pescador arranca muy bien, presentando de manera cotidiana los detalles de la pesca y de la actividad balnearia. Describe a los personajes con mínima información para que el espectador vaya descubriendo de a poco sus objetivos y anhelos. Pero en la segunda parte, la película de personajes comienza a jugar con el género, incorporando un pasado criminal de Santos que corre en paralelo a la historia de Franca y su vínculo con ella. Esta historia de venganzas con ribetes de cine negro, no termina de enlazarse con la de los chicos en el parador, generando una diferencia de registros evidente. Tampoco queda claro las características del vínculo entre Santos y Franca, ¿padre e hija? ¿pareja? ¿ángel guardián? ¿maestro y discípulo? La ambigüedad puede pensarse adrede, lo cierto es que la redención personal de él está asociada al rescate de ella. Pescador no cuenta una historia novedosa pero se alimenta de sus personajes y, por supuesto, de la buena interpretación y química que los actores puedan crear. Y lo hacen porque es en los personajes donde está la clave de la película: personas solitarias que se encuentran perdidas en su vida y hallan en el otro una razón para sus actos.
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Pescador: un policial frente al mar La vida solitaria de Santos, un ermitaño y misterioso pescador, se ve alterada cuando tres jóvenes llegan al lugar para abrir un parador cerca de su playa. Muy pronto el trío y Santos se enfrentarán en medio de discusiones, arrebatos, venganzas y violencia, hasta desembocar en un final tan dramático como inesperado. El director José Glusman intentó aquí narrar una historia policial con individuos insertos en sus ambiciones personales, pero muy pronto el guion toma un giro incierto, ya que el entramado se va complicando en medio de las aventuras y desventuras de ese pescador y de quienes pretenden apropiarse de su lugar en la playa. Diálogos casi telegráficos y una borrosa pintura de ese grupo playero procuran sacar adelante a esos hombres y a la muchacha que los acompaña, todos ellos inmersos en conflictos dramáticos teñidos, a veces, por un romance que no llega a fructificar. Rodado en bellos exteriores de Valeria del Mar, Pinamar, Cariló y Ostende, el film, que prometía mucho más de lo que da, va así decayendo y convirtiéndose en una trama que, por momentos, se hace muy difícil de armonizar. La sobria labor de Darío Grandinetti aporta cierta verosimilitud a ese pescador ermitaño, en tanto que los rubros técnicos aportan calidad a este thriller, que solo por momentos logra el suspenso que requería la totalidad de la historia.
Un thriller sin anzuelo Darío Grandinetti es un ermitaño que ve alterada su rutina con la llegada de tres jóvenes a la playa en la que trabaja. Un páramo donde lo único que parece quebrar la tranquilidad es el sonido del mar y la presencia de Santos (Darío Grandinetti), un pescador ermitaño y poco comunicativo que tiene su rutina organizada. Tres jóvenes (Jazmín Esquivel, Juan Grandinetti y Matías Marmorato) llegan a esa playa con la intención de montar un parador para el verano mientras luchan con sus propias búsquedas e intentan sortear barreras burocráticas. Aunque con desconfianza, Franca (Esquivel) y Santos cruzan sus caminos en este thriller dirigido por José Glusman que conduce a los personajes hacia terrenos menos cotidianos y más peligrosos. Pescador, que participó en la Sección Oficial de la 43° edición del Festival del Cine Iberoamericano de Huelva, presenta un buen comienzo pero va perdiendo fuerza dramática con el correr de los minutos, en el que entran en juego un puñado de seres marginales. De este modo, aparecen policías de dudoso accionar que aguardan el momento para volver al ruedo; hay un cultivo de marihuana que trae complicaciones: un inspector municipal que presiona al trío de inexpertos y Pedro (Emilio Bardi), el amigo de Santos que deja la cárcel luego de un fallido robo gracias al oficio de una abogada entrenada (Gigí Rua). La historia contrapone la tranquilidad que ofrece el escenario natural de la playa con la violencia que esconde cada uno a través de una narración que descansa (quizás demasiado) en los silencios y en un enfrentamiento que tarda en llegar para enhebrar las vidas de personas solitarias en busca de su salvación. Con acciones reiterativas (la pesca con red y la enfermedad que azota a Santos) y con diálogos que no generan el clima de suspenso ni la intriga que la historia requiere, el realizador también coloca su red en este relato que apresura la tensión sobre los minutos finales. En el filme hay un cameo de Gustavo Garzón en el rol de un joyero, y Franca, uno de los pilares, aparece atrapada en el mismo registro actoral de Santos, debido a la parquedad que transita. En tanto, en la red gigantesca sólo quedan los peces y el suspenso pasa de largo, entre negocios y delincuencia.
Entre el drama intimista y el policial, este nuevo trabajo del realizador de Cien años de perdón y Domingo de Ramos tiene unos cuantos atractivos Las películas con personajes que se instalan en un balneario fuera de temporada para huir de un pasado que los persigue son una costumbre del cine argentino del siglo XXI. Sobre esa base el realizador José Glusman (Cien años de perdón, Domingo de Ramos) construye este film que va del drama íntimo al policial playero. Santos (Darío Grandinetti) es un solitario pescador de la zona de Pinamar que todas las mañanas tira sus redes en la costa. A unos metros de su lugar de trabajo, tres chicos locales alistan el restaurante de un parador con miras al próximo verano y enfrentan varias dificultades con un inspector municipal local. Entre Santos y los muchachos -sobre todo Franca (Jazmín Esquivel)- surgirá un vínculo que se desarrolla a lo largo de una de las subtramas de Pescador. De la otra conviene ahorrarse detalles, puesto que alrededor de ella el guión de Glusman e Iván Tokman construye una intriga a develarse recién en el último tercio del metraje. Pescador funciona mejor en el terreno del drama intimista que en el del policial gracias a esos personajes opuestos aunque hermanados en el desamparo y la soledad. Glusman los acompaña en sus sentimientos, apostando por silencios, gestos y miradas. La pata policial, en cambio, irrumpe como mandato antes que por pertinencia narrativa, dando como resultado un film irregular aunque disfrutable.
Un policial ambientado en las playa, con la dirección de José Glusman, el guión del propio director e Iván Tokman y un elenco encabezado por Darío Grandinetti, con Jazmín Esquivel, Emilio Bardi, Gigi Rua, Juan Grandinetti entre otros. Un film que comienza bucólico alrededor de solitario pescador que vive en una pequeña cabaña y un grupo de amigos que llega para instalar un parador. Ellos son: una enigmática chica que de inmediato congenia con el hombre de mar y dos amigos. Sin embargo la trama se espesa lentamente para un vertiginoso desenlace. Con cultivos de marihuana ocultos, con situaciones tensas, con secretos que solo se conocerán hacia el final, con personajes corruptos y enigmáticos. Pero por sobre todo con una historia del pasado que incluye a una abogada distinguida y sin remilgos morales, un excarcelado y policías que solo quieren su tajada aunque que tengan que esperar pacientemente. Bien llevada y bien actuada con una vuelta de tuerca final acorde. Gran trabajo de Darío Grandinetti y Gigi Rua.
Pescador, de José Glusman Por Jorge Barnárdez Santos (Darío Grandinetti) podría describirse como un típico personaje de la costa atlántica de la Argentina. Parco, un poco desaliñado, concentrado en la pesca y de costumbres rutinarias. Cerca del sector en el que habitualmente pasa las horas pescando, llega un trío de jóvenes, dos muchachos y una chica, dispuestos a darle un poco de vida en la zona: ‘algo para que la gente que no aguanta el centro se venga para este parador’, le dice uno de los muchachos una mañana en la que trata de establecer un diálogo con el solitario personaje. Durante esos minutos iniciales de película, en los que los jóvenes tratan de seducir de alguna forma al pescador, ocurre lo mejor del relato que establece una relación difícil, explica las internas del trío de extraños y también establece la oscuridad y el secreto que rodea al pescador que da título a la película. El film de José Glusman (León, reflejos de una pasión; Domingo de Ramos; Solos; Final de obra; Cien años de perdón) es un thriller costero, con algo de drama y una trama policial que va ganando espacio hasta llegar a su interesante desenlace. Grandinetti se luce, al igual que Emilio Bardi, que es un personaje que va a reaparecer en la vida del protagonista trayendo situaciones a resolver. Gigi Ruá está muy convincente en el papel de la abogada que aparece en el medio y todo el resto del elenco está ajustado a lo que necesita la historia, que realiza interesantes apuntes sobre las diferencias generacionales y que le dedica parte de la historia a la corrupta policía de la provincia de Buenos Aires. El ámbito de la costa debería ser mucho más explotado porque da muy bien en cámara. En el medio de un momento crítico de la industria, una película como Pescador, austera pero digna, que mantiene la atención del espectador y cuya resolución policial es atendible, resulta una buena oferta e incluso una idea a seguir sobre las condiciones de producción para el cine nacional en tiempos de ajuste. PESCADOR Pescador. Argentina, 2018: Dirección: José Glusman. Elenco: Darío Grandinetti, Emilio Bardi, Juan Grandinetti, Darío Levy, Guillermo Aragonés, Emiliano Díaz, Matías Marmorato y Gigi Ruá. Guión: José Glusman e Iván Tokman. Música: Fernando Iguacel y Cristian Martino. Fotografía: Nicolás Trovato. Edición: Emiliano Serra. Distribuidora: Distribution Company. Duración 80 minutos. Apta para mayores de 16 años. Salas: 20.
En un lugar apacible y desolado, vive un pescador llamado Santos (Dario Grandinetti, logra una interpretación con bastante consistencia) que quiere vivir alejado de todo, con el correr de los minutos conoceremos un poco más de su vida y su pasado, pero cuando llegan tres jóvenes Franca (Jazmín Esquivel, cantante conocida por sus temas con el grupo Los Alces), Nicolás (Juan Grandinetti, “Pinamar”) y Poxi (Matías Marmorato, “La memoria del muerto”) llenos de inquietudes y proyectos todo cambiará. Entre tantos comentarios Santos le dice que la pesca da paz, baja las pasiones y te enseña a tener paciencia. Este pescador intenta guiar y entender a estos jóvenes pero él también aprende de ellos y tiene un lindo vinculo con Franca (Jazmín Esquivel) casi fraternal. La música se encuentra sincronizada con los momentos en los cuales lo sensorial se encuentra a flor de piel. La trama contiene suspenso, intriga, tensión y un toque policial.
Mediana intriga policial con Darío Grandinetti Después de "León, reflejo de una pasión", buen retrato de León Najnudel, histórico impulsor del basket argentino, José Glusman despunta el vicio con una intriga policial filmada en la costa de Valeria del Mar, lo que le permite anunciarla como "inesperado policial playero". Efectivamente, en la playa pasa el tiempo un vecino taciturno, instalan un parador tres chicos sin experiencia, y llega un gestor chanta. En el bosque cercano alguien cultiva marihuana, una abogada sirve de intermediaria, y luego unos tipos sacan los bufosos y la cosa se pone interesante. También hay un buen flashback de un asalto medio a lo bruto, y un buen final. Eso no es todo, pero tampoco hay mucho más que eso. La idea es buena y la resolución también. La puesta en escena, en cambio, es mejorable, lo mismo que el guión y el tono general de la obra. A señalar, Darío Grandinetti, Darío Levy como el gestor que aprieta a la muchacha diciendo "Yo soy bueno con vos. Seamos buenos los dos", y Juan Grandinetti como el frustrado amigo de la muchacha. Debutante, la cantautora Jazmín Esquivel. En secundarios de apoyo Emilio Bardi, Matías Marmorato, Gigi Rua, Gustavo Garzón. Y en el mar, corvinas y algo más.
Crítica emitida el Sábado 13/1/2018 de 20-21hs. en Cartelera1030 por Radio Del Plata (AM 1030)
A caballo de otra gran labor de Darío Grandinetti, "Pescador" de José Glusmán, es un drama con tintes de policial y una historia que queda algo chica para el tamaño de intérpretes que maneja. Una playa, un grupo de jóvenes, un hombre solitario, el mar, y un pasado que esconder. "Pescador" teje un halo de misterio alrededor de una historia simple en la cual lo que importan son las relaciones humanas, más allá del entramado oscuro que se pueda tejer. Franca (Jazmín Ezquivel) llega con dos amigos (Juan Grandinetti y Matías Marmorato) a un parador playero con la idea de instalarse en el lugar y pasar el verano regenteando un bar típico. En el lugar encuentran a Santos (Darío Grandinetti) como vecino, un hombre solitario, silencioso, parco, con cara de pocos amigos, con el que les costará entablar algún tipo de contacto cordial. Primero será uno de los chicos quién infructuosamente intente entablar diálogo con el lugareño. Más suerte tendrá Franca, quien con mucha calma se acercará a Santos y comenzará entre ellos un vínculo similar al de padre e hija, teniendo en cuenta la frialdad del hombre. Podría decirse que Santos y Franca son personalidades contrapuestas. Franca se mete, es curiosa, no pide permiso, y habla hasta que el otro responda, si se quiere es algo irrespetuosa, pero también frágil. Santos es callado, escondedor, muestra lo que él quiere que se vea, no tiene intenciones de hacer amistades ni ser amable, definitivamente tiene un pasado del que no habla, y guarda una fortaleza en forma de coraza. Santos teme que la presencia de estos jóvenes altere la tranquilidad que busca en el lugar, los siente como una amenaza; sobre todo cuando Franca comience a indagar más de lo debido. José Glusmán en conjunto a Iván Tokman en el guion crean una atmosfera de calma nerviosa. Con cinco películas anteriores en su haber José Glusmán se muestra como un realizador atento a los vínculos entre los personajes, y eso es lo que resalta en Pescador, más allá de una historia que pareciera algo corta. El clima que se va creando entre estos cuatro evoluciona taciturnamente, pero con la sensación de que algo puede suceder en cualquier momento. La irrupción de otros personajes secundarios como el inspector compuesto por Darío Levy, y la abogada y el compañero de Santos compuestos por Gigí Rúa y Emilio Bardi respectivamente, suman a esa atmósfera en la que sabemos que algo está sucediendo por detrás de la tranquilidad. Santos es un pescador ¿a la fuerza? pero sabe del tema, y aplica las teorías de la pesca a la vida. Sabe que hay que ser calmo, esperar, ir sigiloso, y que una buena carnada es fundamental. "Pescador" se centra en su figura y todo gira alrededor de él, los sonidos, el ambiente, la centralidad de los planos, todo apunta a la presencia de Santos y sus movimientos. El resto de los personajes, por momentos, parecieran periféricos a él. Ante un personaje de tanto peso, es necesario un actor que lo respalde, y Darío Grandinetti es el adecuado. El actor de "El juego de Arcibel" realiza otra de sus grandes interpretaciones, con gestos y movimientos secos, permanentemente sigiloso y cauteloso. La mirada del espectador estará siempre atenta a que llegue su ataque definitivo. Gigí Ruá, Emilio Bardi, Darío Levy, y Matías Marmorato exponen toda su sobrada experiencia y acompañan correctamente. Los más nóveles Juan Grandinetti (por supuesto, hijo del actor) y sobre todo Jazmín Ezquivel, ganan presencia y hacen un interesante aporte desde lo actoral. "Pescador" pareciera ser un film que nunca arranca, su permanente calma por momentos puede abrumar, manteniéndonos esperando algo que no llega. Pero esa espera también se traduce en nerviosismo, y es ahí donde mejor se para esta propuesta, plagada de gestos y detalles a tener en cuenta. Finalmente, cuando llegue el climax, las expectativas se colmarán dentro del ámbito de un policial clásico, ajustado. José Glusmán deposita en "Pescador" toda la fe en sus intérpretes, y a la vista de los resultados, se trató de una elección correcta. Esta suerte de duelo generacional, manejado con cautela y precisión, encuentra sus mejores momentos, cuando más chica parece ser.
DECISIONES EQUIVOCADAS En Pescador podían intuirse unas cuántas potencialidades a partir de su premisa, centrada en Santos (un correcto Darío Grandinetti), un pescador hosco e introvertido que entabla progresivamente un vínculo con tres jóvenes que pretenden abrir un parador cerca de la playa donde va a pescar. Esas potencialidades estaban dadas no sólo por el trabajo progresivo sobre el misterioso pasado de Santos (que va llevando al relato hacia el terreno del policial), sino también por el peso dramático asignado al cruce de ese hombre con un trío que lo interpela en su deliberada soledad. Pero el film de José Glusman es un ejemplo cabal de cómo ciertas decisiones puntuales pueden terminar afectando el conjunto de una película. Es llamativo, por ejemplo, cómo el film consume casi la mitad del metraje para delinear los conflictos, que van principalmente por dos vías: por un lado, todo un entramado alrededor del botín que quedó de un robo millonario; y por otro, los obstáculos que afrontan los jóvenes para abrir el negocio. A Pescador le cuesta arrancar, como si la narración se contagiara de los titubeos de sus personajes, y mientras tanto acumula subtramas y va alternando entre espacios sin decidirse apropiadamente a establecer un foco que sea centralizador y abarcativo a la vez. En el medio, Pescador padece con los diálogos, plagados de remarcaciones, pero también con el diseño de situaciones forzadas y de trazo grueso, que parecen más destinadas a impactar que a consolidar de manera pertinente las lógicas internas de los personajes y sus acciones. Por ejemplo, con una escena donde el sexo adquiere características que rozan lo miserabilista. Y si la primera mitad de la película está marcada por la redundancia, los minutos finales -aunque presenten ciertas decisiones donde se puede intuir algo de riesgo- son excesivamente apresurados y hasta torpes en las resoluciones. Pescador amaga con ser muchas cosas: un policial marcado por el paisaje playero; un drama introspectivo; una lectura sobre las miserias que esconden algunos pueblos pequeños; un cuento sobre amistades rotas. Sin embargo, nunca adquiere la solidez necesaria y en todas estas posibles vías termina quedándose a mitad de camino.
En apenas tres planos, la porción de playa que introduce Pescador encierra un aura misteriosa: aves carroñeras que alimentan sus estómagos, un viento imparable que arrasa todo a su paso y un peligro que no se ve pero se presiente. En apenas tres planos, el sexto largometraje de José Glusman ya transmite esa falsa calma que presenta el sonido del mar al arremangarse una y otra vez sobre la arena. En medio de ese vacío virginal, Santos (Darío Grandinetti) -un hombre parco y ermitaño como tantos otros miles de personajes ya vistos en otras tantas miles de películas-, gasta sus días envuelto en la rutina de la pesca sin compañía más que alguna botella de alcohol y varios cigarrillos. Sin embargo, la llegada de tres jóvenes que arriban al balneario con el fin de inaugurar un parador alterará la paz del pescador, si es que no estaba alterada de antemano, mucho antes de dejar de afeitarse la barba y encoger su mundo a unos gramos de arena y unos pocos litros de agua salada. En la primera mitad el relato va tomando forma al desarrollarse el encuentro entre el pescador y los foráneos emprendedores. En un comienzo el viejo rechaza las constantes invitaciones de los jóvenes con silencios incómodos o sentencias cortantes pero a medida que avanza la trama será Franca (Jazmín Esquivel) quien con la insistencia como herramienta será la única capaz de construir algún vínculo con Santos, uno débil y difuso, pero que aunque sea permite que contemplen juntos el mar. Debajo de este disfraz de drama playero de fotografía prolija y diálogos magros, de un momento a otro, como si alguien estuviese haciendo zapping televisivo, el thriller policial se injertará con brusquedad en la historia -de hecho el filme fue publicitado bajo éste género- superponiéndose como una segunda línea narrativa sin llegar a entrelazarse elocuentemente con la trama inicial. Incluso, para que sean aún más evidentes las costuras, un extenso flashback recompondrá todo aquello que las palabras no alcanzaron a explicar. Más allá del impecable trabajo técnico, y de la actuación de Grandinetti y esa soledad desconfiada que transmite su mirada como si cualquier cosa que se le acerque pudiese ser la carnada de algo venidero, lo de Pescador es la ambición de querer pescar mucho con una red pequeña. Al final solo quedan 80 minutos disfrutables, de buen pasar claro, pero sin algo que satisfaga del todo el hambre de suspenso previamente instalado. Por Felix De Cunto @felix_decunto
Sexto largometraje de José Glusman (1), director, actor, productor y guionista, en esta ocasión coautor del guión con Iván Tokman, aborda una historia muy simple. Un hombre solitario, ermitaño, medio huraño, un pescador en su playa, en el parador, cuya vida empieza a cambiar. Con un pasado que no conocemos y que se empieza a develarse mientras las cosas se complican. Así todos estos cruces misteriosos van a desembocar en un policial negro, que no da para clasificarlo como playero, con una narración de características minimalistas. antos (Darío Grandinetti) es un solitario enigmático que se dedica a la pesca, sufre dolores de cabeza cuyo efecto le hacen hasta perder el sentido, quien, al parecer, vive de la pesca, de la cual siempre vemos la acción, pero nunca el producto, mucho menos la forma de conservarlo, aunque en una ocasión lo vemos entregarlo en un hotel de la localidad, curiosamente vacío, al encargado solitario que lo recibe y le paga, presumiblemente destinado a futuros clientes, claro que las entregas no se repiten y los clientes no se verán. Considero que, como me enseño un profesor, “lo que no está, no existe”, pero bueno, estos sólo son pequeños detalles que no tuvieron en cuenta los guionistas, y que nosotros como espectador ignoramos al finalizar la proyección, lo cual deja inconcluso el entramado del relato. A esta playa de Santos llegan tres muchachos, una del grupo es Franca (Jazmín Esquivel, en su debut cinematográfico)), quien acompañará al protagonista a lo largo de la mayor parte del desarrollo de la trama, pero ojo con la escena final y el recoger de la red, pues será una sorpresa… Juan Grandinetti, supuesto cocinero de un supuesto futuro restaurante, y Matías Marmorato, socio capitalista y cultivador de marihuana, asesorados por un funcionario amigo (con sospechosas intencione que van más allá del asesoramiento), una abogada (Gigi Rúa) defensora de Pedro (Emilio Bardi), amigo de Santos que cumple una condena en la cárcel, no se sabe muy bien por qué razón aunque luego algo se insinúa, mediante un flashback explicativo, el motivo y posterior liberación con su incidencia en la historia, lo que se supone nos prepara para el desenlace que el director tratara de hacer a la manera hollywoodense nacional, con explosiones a gran escala. De los trabajos actorales en el rol principal, y único motivo de la película, Darío Grandinetti cumple de taquito su compromiso, con la presencia de un plantel que lo acompaña adecuadamente; la debutante Jazmín Esquivel, que me recordó a Valentina Bassi, cumple con el cometido, en tanto Gigi Rúa, Emilio Bardi, Juan Grandinetti, aportan granitos de arena, tampoco se les exige más debido a la esquematización de los personajes. La presencia especial de Gustavo Garzón (joyero) en un cameo, sino lo veo en los títulos no me doy cuenta de que existe. Las escenas filmadas en las playas de Valeria del Mar, el bosque de Carillo, Pinamar, Ostende, son reiterativas y no aportan nada, ni siquiera las aves que comen los restos de la pesca nunca vista. Rodada entre octubre y diciembre el tiempo no los acompaño y la fotografía de Nicolás Trovato no pudo lucir la hermosura de esos lugares; mientras que la música de Fernando Iguacel y Cristian Martino trata de ser potente, acompañar y acentuar las acciones, y la compaginación de Emiliano Serra no ayuda en lo más mínimo para un mejor entendimiento de los 80 minutos de la obra. Claro está que el proyecto fílmico falla desde la base, es decir por un guión endeble por donde se lo considere. La sexta realización de Glusman decepciona, por lo que considero que ha quedado en deuda con el espectador, el que espera un futuro trabajo más elaborado.
Pescador (2017), de José Glusman , cuenta la historia de tres amigos que se mudan a la costa de Pinamar para abrir un paradero turístico. Ahí conocen a Santos, un misterioso pescador (Darío Grandinetti) que mantiene negocios turbios con una abogada para sacar a su amigo que sigue en la cárcel. Todo se complica, por supuesto, cuando quienes perseguían a éste se enteran de que salió libre y está vinculado con el pescador. En uno de sus textos, Barthes decía que no es la obra lo que aburre, sino que uno mismo como espectador o lector es quien se aburre y quien está en el compromiso de atender a lo que observa. Un poco ocurre eso con Pescador, que si bien es muy breve como para aburrirse mucho, carece de aspectos que la hagan sobresalir. Al menos, todos los actores brindan un trabajo creíble a la historia, sin que alguno llame la atención en particular. En general, la película cae con facilidad en el lugar común de la chica con buenas intenciones que consigue una manera casi milagrosa de resolver su vida. Y aunque parezca que no había otra salida, el guión está plagado de conflictos vistos previamente en otros filmes y con mejor resolución. Tampoco ayuda que los pocos efectos visuales sean muy pobres y generen distracción. Como si toda la película estuviera elaborada con poco interés en lo que se cuenta, ejecución acelerada para salir de la historia, un elenco comprometido pero con escaso material para trabajar, y alguna composición de planos haciendo asomar muchas posibilidades no aprovechadas. Al principio, la publicidad del filme tienta con “El mar no siempre da lo que esperas”, y sí, termina siendo cierto, además de poco probable, pero nadie en realidad estuvo tan comprometido con el mar como el pescador. Lo de todos los demás era un somero interés por subsistir frente a la soledad.
En parte, un film sobre amistades intergeneracionales, en parte, una especie de western -un hombre espera la llegada de otro con el que alguna vez ha delinquido, unos policías esperan, también, ese encuentro- y en parte, una historia sobre lo que sucede dentro de cada personaje. El todo funciona bien, Glusman sabe filmar seco y preciso solo lo que es necesario y la historia, si bien tiene algunas debilidades, se comunica de modo efectivo con el espectador. Grandinetti sabe hacer de hombres parcos, casi es lo que mejor le sale.
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En busca de su destino Los secretos se esconden mejor en una playa solitaria, con una vida aislada y la comunicación con el mundo reducida solo a la subsistencia. Pero un día ese equilibrio se rompe con la llegada de tres jóvenes que planean abrir un parador en esa playa. Darío Grandinetti interpreta a un pescador hosco, que vive de su trabajo, pero al que pocos conocen realmente. Poco a poco la mujer del trío de chicos emprendedores intenta hacer contacto con el personaje de Grandinetti. Ella es la impulsora del emprendimiento pero también la más crítica y realista cuando ve que el negocio no funciona. Sus dos compañeros de la aventura, a cargo de Juan Grandinetti y Matías Marmorato, la secundan el primero como cocinero del bar y aspirante a novio, y el otro como "socio capitalista" en base a un emprendimiento personal. La soledad y el aislamiento son el marco ideal para esta película de José Glusman que cruza dos personajes -el de Esquivel y el de Grandinetti- unidos por un futuro incierto y preguntas sin respuesta.
Desde un comienzo resulta difícil adentrarnos en el cine de José Glusman, un director de pocas referencias, reconocido por algunas actuaciones, pero que en lo referido a realizaciones poco tiene en su haber. Quizás la cinta Domingo de Ramos, filmada en 2010, sea la más próxima a modo de contextualizar, comprender si tiene alguna tendencia, y sin obviar que en esta película previa, existe en el eje narrativo cierto enfoque al género thriller, como punto en común. En Pescador, la historia gira alrededor de Santos, personaje llevado a cabo por el categórico Darío Grandinetti, un hombre enigmático, solitario, naturalmente ermitaño, al que parece imposible sacarle una palabra, y da la sensación de estar más que satisfecho con la compañía de los peces, la playa y el mar, que de cualquier ser humano. La llegada de los tres jóvenes, con la idea de abrir un negocio en la zona, en un principio parece resultarle indiferente, aunque de manera inevitable, la proximidad llevará a una sucesión de encuentros. Franca, interpretada por Jazmín Esquivel, la única mujer en el nuevo grupo, logrará en forma progresiva acercarse a Santos, con la excusa de un supuesto interés por la pesca. De algún modo, la joven obtendrá la confianza de aquel hombre solitario, y hasta podrá generar un vinculo amistoso, que con el transcurrir del metraje, derivará en una relación de mayor profundidad. Pero la historia de Santos no parece limitarse a la pesca, ya que mediante escenas breves, y de referencias escuetas, sale a flote un suceso del pasado, que quizás fue el justificativo que llevó al protagonista a recluirse de todo. En este fragmento del film, se dará un encuentro con una abogada (Gigi Rúa), que remite a un amigo preso (Emilio Bardi), y una historia previa de la cual poco se sabe, y el director se encargará de contar lo menos posible, e ir dosificando información sobre la misma, a medida que la cinta se aproxime a su desenlace. Glusman logra captar cierta esencia, ciertos climas, a la hora de enfocar la playa, el mar, y todo lo que representa un clima pacífico, solitario, pero acogedor. La música, expuesta por momentos en forma atípica, complementa esa intención, y otorga cierto lirismo. No obstante, en lo referido a la historia, las acciones se quedan truncas, los diálogos no terminan ni de reforzar, ni de cerrar ninguna clase de idea, quedando generalmente a medias, y por momentos el film mismo navega en la intrascendencia, tornándose innecesariamente denso. Si bien algunas escenas, cooperan a la hora de reforzar el entramado del relato, otras parecen haber sido hechas sin la convicción necesaria, o son directamente inocuas, de poca relevancia y no ayudan en la comprensión misma de la cinta. Al finalizar la misma, y aún considerando su cierre, queda la sensación de que las dos líneas narrativas de la película en cuestión, nunca logran fusionarse del todo, yendo cada una por su lado, quizás hasta con cierta carencia en el mismo equilibrio de la narración.