Esta no es la guerra de la que nos hablaron. Cuando nos hablan de películas bélicas probablemente pensemos en grandes despliegues, grandes escenarios, y un elenco numeroso interactuando en medio de ese conflicto que involucra naciones. Ninguno de estos tres conceptos los vamos a encontrar en QTH, segundo film nacional en el año en tratar la Guerra de Malvinas. Con algunos arreglos, QTH podría ser tranquilamente una obra de teatro. Cuatro personajes, soldados, un espacio acotado, y un clima más bien intimista; y sin embargo habla abiertamente de la guerra, de nuestra guerra. Basada en una serie de comunicaciones reales producidas durante ese período, QTH se ubica dentro de un destacamento en el Canal del Beagle a inicios de la Guerra, cuando se creía que no habría respuesta por parte del Reino Unido a la intervención militar que el ejército argentino realizó sobre la tierra de las islas. Dos soldados marinos novatos en el Servicio Militar, uno porteño y otro tucumano, se encuentran bajo el mando de un Suboficial. La relación es tensa y con principios déspotas, propia del rango de milicia. Están ahí, dicen, “por las dudas”, para defender la zona, porque desconfían de un contrataque. Pronto aparecerá un cuarto personaje, un Cabo. Pero ese contrataque llega, y estos personajes quedarán aislados, sin una respuesta clara, y a la espera de una ayuda desde la base central. Las relaciones se irán resquebrajando y aflorarán personalidades diferentes. La filmografía de Tossenberger: Tossenberger tiene antecedentes en su cine de tomar hechos y causas reales y construir alrededor de ello un contexto de ficción. Lo hizo con la caza de ballenas en Gigante de Valdés, la situación habitacional de los internos del Hospital Borda en Desbordar, y lo vuelve a hacer acá. De alguna forma, sus películas pesan más como testimonios que como producto fílmico; y aquí radica el problema. QTH desnuda otra cara de la locura tiránica de la junta militar que nos gobernó hasta octubre de 1983, traslada esa sensación de desamparo y desesperación sufrida por este minúsculo grupo de personajes perdidos en un lugar solitario. Pero el desarrollo ficcional, a la hora de armar una historia alrededor de eso, presenta algunas fallas. Un desnivel interpretativo: El ritmo nunca termina de arrancar, el tono se estanca, y se siente un desnivel interpretativo. No hay dudas de que Osqui Guzmán es un todoterreno interpretativo, un actor de base teatral, formado en el independiente, y al que vimos componer todo tipo de personajes. La forma en que le pone el cuerpo al Suboficial, los diferentes matices con los que lo arropa serán lo mejor de la propuesta, más allá de alguna sobreactuación histriónica inevitable cuando deba demostrar su poder con sus súbditos. Jorge Sesán (como el Cabo) no cuenta con el suficiente tiempo en pantalla para desplegarse, pero en sus intervenciones convence. Gonzalo López Jatib y Juan Manuel Barrera, los dos soldados pertenecientes al Servicio Militar, son los que más sufren las consecuencias de estar donde no deberían estar. Claramente el peso protagónico recae en ellos. Ambos actores parecieran contar con pocos lineamientos para componer, y dan como resultado un peso poco convincente. Hay algunos detalles en el guión que no terminan de despegar o aclararse, y estos dos personajes quedan con poco espacio al que referirse. Conclusión: QTH es un film de buenas intenciones, con el no menor mérito de hablar de una guerra desde un lugar poco común. Se apoya en los escenarios naturales, y sabe hacer uso de recursos limitados. Sumado a la arrolladora interpretación de Osqui Gúzman, pudo ser un cuadro realmente prometedor. Lamentablemente no todos los elementos se encuentran al mimo nivel.
A treinta y cinco años de su inevitable desenlace, la Guerra de Malvinas le ha proporcionado al cine local un corpus con apenas unos pocos resultados aceptables y mayoría de los otros. Si bien aun no apareció "la" película sobre Malvinas, el film de Alex Tossenberger -que el año pasado pasó integró la sección Panorama del Festival de Mar del Plata- está un escalón más arriba que muchos otros intentos de abordar desde la ficción el conflicto armado que sacudió nuestra historia contemporánea.
A 500 km de las Islas Malvinas, se encuentra el Canal de Beagle. Su geografía pertenece a Tierra del Fuego, bien al sur de la Argentina. Los primeros planos panorámicos, aéreos y en movimiento, ubican esos paisajes enormes marítimos y nevados en donde se desarrollaron dos conflictos, uno diplomático y el otro bélico los márgenes de la Guerra de 1982 - Publicidad - El primero, conocido como Conflicto del Beagle, enfrentó a Argentina y Chile en torno a la soberanía sobre la traza de la salida Este del canal. El segundo, la Guerra de Malvinas fue un momento determinante de la historia de comienzos de la década del 80 donde Argentina y Gran Bretaña se enfrentan por la soberanía de las islas del Atlántico Sur. La historia que despliega el director Tossenberger que conoce bien esos paisajes y ese universo, la desarrolla desde los primeros momentos de la invasión de las tropas argentinas a Malvinas por Ejército argentino, cuya masa se conformaba mayormente por soldados muy jóvenes que fueron enviados sin instrucciones militares ni psicológicas para una guerra. A un destacamento de la Armada llegan dos conscriptos asignados al Canal de Beagle. Son Pablo y Ramón, el primero un estudiante de Abogacía de Buenos Aires, el otro, un tucumano que nunca había salido de su pueblo. Allí los esperan un suboficial (Osqui Guzmán) y un cabo (Jorge Sesán) con quienes vivirán todo ese tiempo de conflicto de un poco más de dos meses. Hay una acierto en alimentar un clima de violencia interna dentro ese pequeño grupo, rápidamente sometido a los caprichos y los ataques de furia del suboficial, muy bien Osqui Guzman, que según sus criterios personales someterá a castigo a los conscriptos indistintamente, caracterizados por momentos de manera algo esquemática pero que finalmente nunca terminan de desentonar con la buena actuación de Guzmán. También acierta en generar una situación de constante espera: ¿vendrán los ingleses?, ¿llegarán a ese puesto? ¿habrá cambio de guardia? Que se produzcan esos hechos dependerá siempre de algo externo, no de sus voluntades. Y hay algo que ahí también se traduce de manera interesante, sin bombas ni estallidos sino con el miedo de estar viviendo algo terrible que los afectará de la misma manera. En un escenario natural con una gran carga teatral, QTH, que justamente tiene que ver con la ubicación geográfica de los barcos en alta mar, resulta una película realmente digna sobre la Guerra de Malvinas que, como hemos dicho ya tiene una filmografía algo despareja pero bastante abundante. Mirá también nuestro comentario sobre Soldado argentino, solo conocido por Dios
Esperando al principito Cuando detrás de un proyecto de cine argentino se procura exponer ciertas aristas sobre la Guerra de Malvinas, resulta inevitable caer en expectativas al tratarse de una temática poco visitada por el cine argentino. En primera instancia, son contados con los dedos de una mano los filmes que exploraron este conflicto bélico, donde se vieron reflejadas no sólo las miserias de la dictadura militar en su etapa de absoluta retirada, sino las vulnerabilidades de los soldados argentinos, la mayoría de ellos conscriptos sin ninguna preparación para entablar batalla con un enemigo altamente superior en lo que hace a armamentos, estrategias y resistencia física. En ese sentido QTH, tercer opus de Alex Tossenberger (Guardianes de Valdés) es un film interesante porque toma el tópico Malvinas desde un fuera de campo y se sumerge en ese período de incertidumbre que generaba el inminente desembarco de tropas inglesas cuando el ejército argentino se instaló en las islas del atlántico sur para defender la soberanía, pero como parte de una trasnochada decisión de las juntas militares para permanecer en el poder y aquietar los ánimos sociales al esgrimir un discurso nacionalista con una causa que parecía común en momentos donde la división social se encontraba en su estado de mayor eclosión. El enfoque minimalista se conjuga también con una composición casi teatral, dado que la película -a pesar de mostrar paisajes y exteriores- no presenta enormes despliegues visuales y mucho menos de producción. Solamente cuatro personajes cargan sobre sus espaldas con esta historia, situada a quinientos kilómetros de las islas y en una base militar del canal del Beagle. Allí, se encuentra un suboficial interpetado de manera eficaz por Osqui Guzmán, un Cabo (Jorge Sesán) y los conscriptos Pablo (Juan Manuel Barrera) y Ramón (Gastón López Jatib), quienes tienen entre sus tareas el patrullaje del tráfico de buques en la zona. Las noticias que llegan por radio no son alentadoras y connotan la amenaza de un conflicto a escala mayor, motivo suficiente para que las tensiones crezcan, así como los abusos de poder del suboficial hacia sus subordinados. Entre la espera, la desesperación, la falta de instrucciones por parte de un comando superior y la escacez de suministros, los inexpertos soldados deben enfrentarse a los enemigos internos, los miedos, mientras a quinientos kilómetros jóvenes argentinos provenientes de los cuatro puntos cardinales y con la misma jerarquía enfrentan sus peores horas en suelo malvinense. Es cierto que los desniveles actorales juegan en contra del film, y quienes no se logran adaptar a sus personajes y circunstancias son precisamente los propios protagonistas conscriptos. También algunos diálogos resultan forzados ante la naturalidad de Osqui Guzmán o Jorge Sesán. Sin embargo, QTH logra ascender un peldaño como propuesta integral y se inscribe dentro del selecto grupo que se tomó el tema de Malvinas desde un espacio menos panfletario y mucho más humano.
Lo mejor que tiene esta película de Alex Tossenberger es mostrar la guerra de Malvinas muy lejos de las acciones bélicas. Y sin embargo en esos cuatro hombres que deben vigilar la entrada del canal de Beagle, sin armas, olvidados, sin comida, en medio de una hermosamente gélida naturaleza, están los padecimientos, angustias, falta de preparación, abandono y ultrajes del poder. Esa idea de un bello ámbito natural, alojamiento paupérrimo y la interacción entre un suboficial que descarga su frustración sobre dos soldaditos sin preparación, con el cabo como testigo, impresiona. Sin embargo, fuera de la actuación, por momentos desmesurada de Osky Guzman, los demás actores no entran en clima y allí la realización pierde valor.
Fallida revisión de los tiempos de la Guerra de Malvinas La película de Alex Tossenberger se concentra en el trato que reciben dos jóvenes marineros por parte de un siniestro sub-oficial. Se trata de una película que no aporta demasiado a la filmografía sobre Malvinas. Hasta la fecha, y aún con algunos reparos, Iluminados por el fuego (Tristán Bauer, 2005) es la película argentina sobre Malvinas que más llegada tuvo al público masivo. Es, también, la que supo narrar una historia con herramientas cinematográficas sin por ello desmerecer una causa nacional que dolió y que duele. QTH (2016) es, a priori, bienvenida; construir memoria desde lo audiovisual es un gesto noble. Pero allí en donde Bauer acertaba, Tossenberger falla. QTH (título que refiere al punto exacto en el que se encuentra alguien, dentro de la terminología militar) relata el trato que reciben dos marineros en el Canal de Beagle, espacio al que llegan las noticias sobre la inminente guerra, primero, y los terribles resultados, después. El sub-oficial es un ser perverso, que los insulta y los somete a prácticas físicas deleznables. Lo interpreta Oski Guzmán, un gran actor de teatro que encierra la paradoja de darle matices cómicos a un personaje bajísimo. Esa dualidad poco hace por el relato; se acerca peligrosamente al terreno de la simpatía. Y no es que no se pueda darle matices humorísticos a un personaje de esta naturaleza (sino, recordar al personaje de Christoph Waltz en Bastardos sin Gloria); el asunto es que haya una línea de coherencia entre lo que se quiere denunciar y la forma en la que se elige hacerlo. Más aún cuando este sub-oficial lleva sus conductas al extremo, y es el encargado de trasladar hasta allí lo peor de lo que se decía en aquel momento; “estamos ganando”, “esto el país se los va a agradecer”, etc. Y si se busca generar una “identificación ambigua”, debería darse a partir de una trama argumental más sólida y abierta a múltiples interpretaciones. Eso aquí no existe. A esos problemas de índole ideológica, si se quiere, se le agrega la torpeza con la que QTH está narrada; no hay una temporalidad interna bien definida, los fundidos a negro le quitan fluidez al relato, la música es altisonante y poco estimulante en términos creativos. Apenas hay algo interesante en el vínculo de camaradería que entablan los dos marineros; uno de Capital y universitario; el otro de Tucumán y marcadamente más humilde; un vínculo ya muy explorado y con mejores resultados. Insistimos: profundizar en la cuestión de Malvinas es necesario. Pero cómo hacerlo no es un problema menor.
Los ecos difusos de la paranoia bélica. El Canal de Beagle está en el vértice austral del triángulo deforme que dibujan los límites de la Argentina. Gracias a su ubicación en la puerta de entrada de la zona antártica, tuvo una importancia geoestratégica enorme a lo largo la historia. Basta recordar el conflicto fronterizo con Chile durante los 70. Tenía su lógica pensar en una avanzada militar inglesa durante la Guerra de Malvinas, cuyo teatro de operaciones estaba a apenas unos cientos de kilómetros. Más aún cuando se comprobó que, lejos de la pasividad soñada por Galtieri y sus secuaces, los ingleses vendrían con todo. Sobre esa sensación de incertidumbre, de tensa espera, trabaja el realizador Alex Tossenberger en QTH, en lo que es el segundo intento casi consecutivo (Soldado conocido sólo por Dios se estrenó en abril) del cine argentino por iluminar las zonas más desconocidas de la guerra. La primera escena es una larga toma aérea de paisajes sureños invernales que culmina en una base militar a la vera del Canal, acompañando el camión que lleva a dos flamantes colimbas a su lugar de servicio durante las siguientes semanas. Uno es un tucumano inocente y medio infantil, y el otro un “nene bien” universitario, porteño, evidentemente ilustrado. El suboficial a cargo es un ser siniestro, violento y amante del maltrato psicológico al que Osqui Guzmán, de probados pergaminos en el terreno del teatro y el stand-up, construye mediante una sobre gesticulación que empuja su trabajo a un terreno casi cómico. Cómico y pantanoso, porque esa apuesta despierta una simpatía por el “villano” que no se condice con el aire de denuncia que propone el film. Y además es una simpatía incoherente con el personaje, en tanto que no irrumpe como una herramienta para hacer mejor el trabajo –como en el jerarca nazi de Christoph Waltz en Bastardos sin gloria– sino como una cuestión de personalidad. Ellos tres y un cabo (Jorge Sesán) llevan adelante el día a día de la base y cumplen una misión en principio sencilla: controlar el tráfico marítimo preguntándole a cada barco su “QTH”, término que en el argot de las radiocomunicaciones refiere a la ubicación desde donde se transmite. El único contacto con el exterior es una radio. Desde allí escuchan cómo los comunicados oficiales de prensa pasan del triunfalismo a la certeza de una derrota, volviendo concreto el temor a una invasión. Pero justo cuando los ecos de las balas parecen resonar más cerca, se callan. No le hubiera venido mal a QTH más vuelo e imaginación a la hora de ilustrar desde su montaje y puesta en escena cómo la paranoia bélica erosiona las bases de la convivencia y aumenta las tensiones internas del grupo. Ir más allá de los fundidos a negro como única manera de separar escenas o los primeros planos para mostrar conversaciones. Impecable en sus rubros técnicos, QTH es una película sobre la espera y la locura a la que, paradójicamente, le falta locura.
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Un film más sobre Malvinas es -como temática- una buena noticia. El problema de éste es su convencionalismo, su previsibilidad y su falta de novedades en el modo de contar una historia conocida. Ni siquiera el talento del gran actor Osqui Guzmán logra dar aire a un estreno artísticamente desafortunado. Dirección y guión: Alex Tossenberger.
Tomar un hecho histórico real para construir una historia que no sólo entretenga sino que permita desandar el pasado desde otro lugar, no sin compromiso, pero con una verdad sobre las relaciones que trasciende sus licencias. “QTH” es un diabólico juego que reposa su potencia en el devenir de dos jóvenes soldados y sus jefes y las luchas internas por mantener el poder en medio de la nada. La comunicación, la información, el silencio, todo juega a favor de este relato que sin pretensiones brinda una mirada lúcida sobre una infame etapa y guerra.
Una nueva aproximación desde la ficción al conflicto de Malvinas. Siempre es loable que desde el cine se intente iluminar zonas oscuras de la historia, más aún si de esa zona proviene una de las heridas contemporáneas más profundas de la sociedad argentina. En ese sentido, QTH es el segundo intento casi consecutivo (Soldado conocido sólo por Dios se estrenó en abril) por abordar la Guerra de Malvinas. Visto en la última edición del Festival de Mar del Plata, el tercer largometraje de Alex Tossenberger (Gigantes de Valdés, Desbordar) muestra la guerra desde una arista si se quiere periférica. En este caso, la de los soldados que prestaron servicios en la zona más austral del país sin entrar directamente en combate. Es, pues, una película sobre la espera. La acción se sitúa en abril de 1982 en una pequeña base militar a la vera del Canal de Beagle. Hasta allí llegan dos jóvenes conscriptos para ponerse al servicio de un suboficial (Osqui Guzmán) y un cabo (Jorge Sesán). El grupo tiene la misión de controlar el tráfico marítimo preguntando a cada embarcación cuál es su QTH, término que en el lenguaje de las radiocomunicaciones refiere a la posición desde donde se emite el mensaje. Hay una contradicción entre las intenciones reflexivas y críticas de QTH y su apelación a lugares comunes para llevarla adelante. Los personajes son maniqueos, con pocos dobleces, y el nivel actoral es cuanto menos desparejo. Hasta Osqui Guzmán aparece deslucido debido a su apuesta por una gesticulación exagerada que por momentos empuja a su suboficial hacia el lado de la comedia. Teatral en su construcción escénica, el film nunca logra despegarse de los recursos técnicos del lenguaje televisivo. Sus fundidos a negro, su propensión hacia el diálogo por sobre el relato en imágenes y la abundancia de primeros planos terminan haciendo de QTH una película tan bienintencionada como bastante fallida en su resolución.
Cuatro personajes para una guerra Casi como una película de cámara en exteriores, QTH narra el preludio e inicio de la Guerra de las Malvinas desde la tensa perspectiva de cuatro personajes confinados a un puesto de control en el canal de Beagle. El director Alex Tossenberger concentra su mirada en esa opresiva convivencia entre dos marineros inexpertos, un porteño y un tucumano, un perverso y autoritario suboficial (muy buen trabajo de Osqui Guzmán) y un cabo inmerso en dudas y contradicciones, entre el deber y su propia humanidad. Sobre ellos pesan la amenaza de la flota inglesa, el desconcierto sobre el devenir del enfrentamiento, la inestabilidad de sus propias emociones. Con la guerra fuera de campo, QTH instala un malestar inusual, eco de la Argentina de esos años, que encuentra en los rumores del bosque el mejor de sus reflejos.
Esperando a los ingleses Este drama muestra a cuatro soldados apostados en el estrecho de Magallanes durante la Guerra de Malvinas. Sabido es que la Guerra de Malvinas no involucró sólo a los hombres que pelearon en las islas. También hubo muchos movilizados en el continente, que no llegaron a entrar en el combate directo pero cumplieron otras funciones. Ese es el escenario que Alex Tossenberger plantea en QTH: cuatro hombres apostados en el estrecho de Magallanes, a 500 kilómetros del conflicto, esperando que, cual Godot, aparezca el enemigo. Esa convivencia forzada refleja la desigual relación que hubo entre los oficiales y los conscriptos, pero a escala reducida. Hay aquí un suboficial a cargo (Osqui Guzmán), un cabo que hace las veces de ayudante (Jorge Sesán), y dos colimbas, uno porteño (Juan Manuel Barrera) y el otro, tucumano (Gonzalo López Jatib). Su tarea es estar atentos al radar que detecta el paso de barcos por el estrecho; a cada nave deben pedirle su identificación y su posición geográfica o QTH, según el código de radiocomunicación. Lo mejor de la película es su aspecto beckettiano, esa absurda incertidumbre de la espera. Ninguno sabe si los británicos finalmente se presentarán, pero mientras tanto se van preparando para su llegada. Esa serie de ejercicios que hacen por las dudas desnuda el sinsentido de la guerra. Son cuatro almas abandonadas en el fin del mundo, sin comunicaciones oficiales sobre el conflicto, respondiendo a órdenes invisibles, actuando lealmente a símbolos patrios que, en medio de un imponente paisaje y a la merced de fenómenos naturales, pierden todo significado. También por el marco geográfico es que resulta más chocante el comportamiento despótico del suboficial. Pero, en este aspecto, QTH no aporta demasiado a lo que ya se sabe que ocurrió, con un guión que en algunos pasajes está escrito con el diario del lunes, y en otros se arrima peligrosamente al terreno de la caricatura.
Durante Malvinas, un grupo de oficiales controla la entrada del Canal de Beagle, son cuatro personajes aislados muertos de frío, entrenando la guerra y a los gritos. Esta película se suma al cuerpo de films argentinos sobre la guerra.
Un drama bélico algo moroso Durante la Guerra de las Malvinas, un destacamento formado por cuatro soldados es asignado a atender un puesto de radar en el Canal de Beagle. Su trabajo consiste, básicamente, en determianr la ubicación (el QTH del título) y la identidad de las embarcaciones que pasan por la zona. El grupo está compuesto por un suboficial abusador y obsesivo por la comida; un cabo curiosamente humanista y dos conscriptos, un tucumano y un porteño. Mientras el suboficial cuida un hámster que tiene como mascota y prepara la comida con un delantal de cocina que a veces ni siquiera se quita al propinar "bailes" y malos tratos a los colimbas-, la guerra va tomando el curso que todos conocemos, lo que se describe a través de los comunicados del gobierno militar, que los personajes escuchan por la radio. El planteo no deja de ser original, pero lo cierto es que este drama bélico intimista daba más para un corto que para un largometraje, ya que la acción avanza lentamente sin dirigirse hacia ningún lado. Hay algunas buenas escenas y actuaciones algunas dotadas de sorprendentes toques de humor grotesco- y sobre todo buenas imágenes relacionadas con los paisajes del sur argentino.
Con el frío, vasto y bello marco de Tierra del Fuego, cuatro soldados (dos marinos, un cabo y un suboficial) deben proteger la entrada estratégica del canal Beagle. El QTH es un código exacto de ubicación que permite el control de los buques que pasan por allí. Inglaterra amenaza con luchar por las Islas Malvinas y atacar y mientras tanto ellos esperan, aguardan noticias que no llegan o sólo lo hacen de a trozos, y tratan de sobrevivir con los recursos limitados que tienen. Dos son prácticamente niños y su primera preocupación es poder avisarles a sus padres que llegaron bien. Pero el suboficial se muestra siempre duro con ellos, apela a la violencia psicológica, y resalta la importancia de lo que están haciendo por el país, cosa que ellos todavía no pueden ver. Lo interesante de QTH es que proporciona una mirada distinta a un conflicto tan conocido y explorado como lo es el de la Guerra por las Malvinas. Lejos de ser una película bélica, acá nos encontramos ante un drama intimista sobre cuatro personajes confinados y forzados a sobrevivir y relacionarse entre ellos a través de rangos y formas de ser distintas. La construcción y evolución de los personajes se trabaja principalmente desde lo psicológico. La manera en que tratan al otro, en que encuentran formas de relajarse ante tanta presión, y cómo reaccionan ante diferentes noticias o dichos. Escrita y dirigida por Alex Tossenberger, QTH sitúa a la Guerra de las Malvinas en un fuera de campo amenazador. ¿Qué está sucediendo allá afuera? Y, sobre todo, ¿qué va a suceder? Hay en el aire una tensión reinante que contrasta con la paz y tranquilidad que el bello paisaje emana. Con una notable dirección (destacando la fotografía) y una historia bien contada, si hay un aspecto que no termina de funcionar en el film, ése es el de las actuaciones. Algunas porque sus líneas se sienten algo forzadas pero en general porque no encuentran el modo de explotar frente a cámaras de un modo más natural y se siente todo algo impostado. Es curioso que Osqui Guzmán y su suboficial se encuentre entre lo mejor a nivel actoral durante gran parte del metraje pero en los momentos cumbres su histrionismo le haga perder el eje interpretativo. Una película chica y al mismo tiempo ambiciosa, atractiva, con un ritmo algo aletargado que de todos modos no hace decaer nunca el interés, QTH no sólo muestra otra cara de la guerra, sino que también nos posiciona ante un realizador comprometido con lo que quiere contar.
Abril de 1982, Tierra del Fuego. Sobre la orilla del canal Beagle se encuentra el puesto de la Armada Argentina. A ese lugar inhóspito trasladan a dos conscriptos de la marina: Pablo (Juan Manuel Barrera) y Ramón (Gonzalo López Jatib) para ponerse bajo las órdenes del Suboficial (Osqui Guzmán) y del Cabo (Jorge Sesán) con el objetivo de controlar e identificar, a través del radar, el tránsito de barcos que circulan por el canal. Ellos pensaban, especialmente quien está a cargo del puesto, que iba a ser una tarea sencilla, monótona y, tal vez, tediosa, por estar convencido de que los barcos ingleses no iban a llegar al Atlántico sur, negociarían y eso sería la solución para que la disputa no evolucione peligrosamente. Alex Tossenberger dirige esta película haciendo una libre aproximación, de lo que fue la guerra de las Malvinas desde el sector continental, que estuvieron en alerta pero que no combatieron directamente. Los cuatro personajes permanecen a la expectativa, cumpliendo órdenes realizar el trabajo asignado. Con la supervisión del Suboficial, quien, además de cocinar, constantemente da órdenes gritando a los “colimbas” para generar respeto y subordinación, y si a alguno de ellos se le ocurre hablar de más ya es motivo suficiente como para exigirlos físicamente. El film transcurre mostrando los días y las noches que pasan los militares alejados de todo, aislados, y que a las noticias del conflicto bélico las reciben vía radio, escuchando los comunicados de prensa. Ante cada novedad los personajes se ponen cada vez más nerviosos y no saben qué hacer, o lo que va a pasar. Esta obra intenta transmitir la tensión de la espera, la angustia, los miedos, la desolación, la desinformación, que se genera por parte de los mandos superiores que los tienen abandonados, sin provisiones ni armamento, a lo que se suma la nula instrucción que tienen los conscriptos, mezclado con el pseudo patriotismo que intenta inculcar el Suboficial. Todo ello da lugar a un combo de situaciones que diluye el drama que realmente fue la guerra, porque, por ejemplo, Pablo,es un estudiante de Derecho que vive en la Capital, que predice todo lo que va a suceder con mucha seguridad, y es muy poco creíble, y Ramón, es un tucumano recién salido de su pueblo, demasiado inocente y bueno como para tener tamaña responsabilidad, desbalancéan la historia. Sólo la experiencia y versatilidad de Osqui Guzmán, que sostiene a su personaje, y a la narración, la película no decae del todo porque hay muchos diálogos fuera de timming, en tanto que el resto del elenco no acompaña y hay escenas al borde de ser risueñas cuando el resultado debiera ser todo lo contrario. Por todo esto, el largometraje termina siendo desparejo y no logra su cometido como el director hubiese querido.
SABER DÓNDE UNO ESTÁ PARADO La guerra de Malvinas fue el grito ahogado de una dictadura militar que se hundía y con ella una generación de jóvenes militantes y un país entero, socavado hasta los cimientos por la violencia, la muerte, la injusticia y una deuda externa exorbitante. A 35 años de tal combate innecesario, se estrena QTH, un film de Alex Tossenberger donde se narra la historia de cuatro soldados argentinos apostados en el destacamento militar del Canal de Beagle, al sur de nuestro país y justo en frente de las Islas Malvinas. La película no explicita el tiempo de la acción: el mismo es presentado mediante los relatos entrecortados que se escuchan por una vieja radio. Estos traen la voz de los diferentes comunicados oficiales sobre el inminente desenlace, la posterior guerra y la inevitable derrota. Los personajes se encuentran bien definidos y denotan ciertos sujetos sociales de la época: dos “colimbas” inexpertos, recién arribados al destacamento y a la espera del entrenamiento ofrecido por el servicio militar obligatorio vigente en ese entonces; un oficial algo demente que entrelaza comicidad e incoherencia (encarnado a la perfección por el gran Osqui Guzmán); y un cabo que desborda humanidad por los maltratos perpetrados hacia los colimbas y por el clima de guerra. Con la exhibición de bellos paisajes de nuestro sur, la película muestra de forma idónea cómo es vivir en el extremo más austral del continente, la soledad y la naturaleza que abundan en demasía por aquellos pagos. Al mismo tiempo, es interesante el juego de información que el film representa: a los espectadores no se nos explicita de forma clara lo que sucede (por más que se deduzca), así como a las colimbas no se les explica tampoco qué es lo que realmente sucede, a la vez que se los mantiene incomunicados con sus respectivas familias. El juego de información y desinformación que tan habituados nos tienen los medios hegemónicos. Con esta temática transversal a la historia del film, el mismo se vuelve vigente: por un lado, tenemos la desinformación (encarnada por los medios de comunicación radiales y el oficial que minimiza la gravedad del conflicto) y el deseo de saber sumado a la impotencia de los más débiles (representados en las figuras de los colimbas y del cabo). Deviene entonces la reflexión punzante de la película: saber dónde uno está parado (ideológica, política, social y culturalmente) es importante para la historia de un país, ya que determinada postura marca el devenir de una nación. Traspolado al film, esta instancia está determinada por el QTH, la ubicación exacta que los apostados en el destacamento del canal le deben exigir a quienes circulan por las aguas australes. Interesante y arriesgado punto de vista sobre un hecho histórico que aún sangra en la historia de nuestro país, pero que es importante tenerlo presente, para saber dónde uno está parado, ayer, hoy y siempre.
El 6 de abril se estrenó “Soldado conocido sólo por Dios” que abordaba la Guerra de Malvinas y ahora llega este film donde se muestra otra trama pero también se relaciona con esa guerra que aun en la actualidad se mantiene viva en la memoria. La trama pasa por distintos momentos que nos llevan a criticar y reflexionar sobre aquellos días que aun duelen y creo que esas heridas jamás cerrarán. Las locaciones resultan maravillosas: Ushuaia, Puerto Almanza y Tierra del Fuego, una fotografía estupenda que nos permite ver ese paisaje desolador similar al que están viviendo sus personajes. Uno de los problemas que tiene es el nivel actoral que resulta algo desparejo, sin sorpresas, algo convencional y previsible.
Un drama psicológico, en tiempos de la Guerra de Malvinas, en un lugar alejado, pero no tanto, del conflicto, con cuatro personajes en tensión, narra QTH de Alex Tossenberger. A 500 kilómetros de las Islas Malvinas, en el Canal de Beagle, un puñado de hombres tiene la misión de controlar una zona estratégica. El contraste entre cuatro personajes: un suboficial, un cabo y dos “colimbas”, de clases sociales distintas y, a la vez, dos maneras de sentir a la patria, uno de Tucumán y el otro de Buenos Aires. En un clima de tensa espera y escasa información. Como es poca también la preparación para enfrentar a un enemigo que puede estar en camino. La sinrazón de la guerra plasmada en un lugar colateral, el estar lejos del teatro de operaciones de Malvinas y, a la vez, quizás no tanto. La intranquilidad y la locura de un oficial de rango preocupado por comer bien junto a dos adolescentes inquietos por comunicarse con sus familias y un cabo que balancea la tiranía del que debe saber más de tareas militares pero que esconde el estar tan aterrado como los demás. A todos los exceden los acontecimientos, la guerra les queda grande. Porque el gobierno militar daba su último manotazo de ahogado bajo la impopularidad imperante. Y esa contienda, además de las bajas, se cobró más víctimas en las mentes de aquellos que tenían la guerra no tan cerca. En ese sentido, uno de los aciertos de QTH es trabajar un fuera de campo aterrador en el sonido, con los comunicados militares que trasmitía la radio, del que toda la ciudadanía estaba pendiente. Alex Tossenberger dirigió y escribió este drama psicológico que es otra mirada al conflicto bélico, lejos del combate y las explosiones. Sobre el no saber dónde estar ubicado. De ahí su título: QTH, un código para determinar la ubicación de los barcos. QTH asume riesgos. No siempre sale airoso de ellos, en parte porque esta obra de cámara presenta desparejas actuaciones, o quizás porque el tono de las mismas bordea cierta locura y otras una pretendida naturalidad, en los personajes compuestos por Osqui Guzmán, Jorge Sesán, Gonzalo López Jatib y Juan Manuel Barrera.
QTH, el absurdo y lo siniestro de Malvinas Con Osqui Guzmán como protagonista, QTH suma un nuevo título a la filmografía sobre Malvinas. El absurdo le permite al actor jugar con el ridículo y componer un personaje emblemático. Basada en un relato oral. (Por Patricia Chaina. (Especial para Motor Económico)) QTH es un código naval utilizado para reportar las posiciones de los barcos en alta mar. Y también el título de la película con la que Alex Tossenberger –generación Malvinas, 1963-, le aporta variación al género. QTH escapa a la narrativa tradicional concentrada en el epicentro del TOAS (Teatro de Operaciones del Atlántico Sur): las islas y su entorno de altamar; o en la vida en el continente antes, durante y después de la guerra. QTH amplifica un hecho ocurrido en un micro mundo, una guardia costera del Canal de Beagle. Y cuenta sobre la relación entre el suboficial al mando interpretado por Osqui Guzmán y su tropa; un cabo (Jorge Sesán) y dos marines, colimbas; uno porteño (Juan Manuel Barrera) y el otro, tucumano (Gonzalo López Jatib). Sobre ese eje rueda la película. Y sobre la caracterización de Guzmán, compuesta sin fisuras entre la crueldad y el ridículo. Tossenberger recupera una anécdota de guerra conocida entre los veteranos y los especialistas. Se trata de una serie de sucesos atravesados por el puñal de doble filo que fue Malvinas: Por un lado la guerra con Inglaterra y por el otro, el espíritu homicida de nuestras propias Fuerzas. La historia pequeña lo evidencia. Cuatro personajes. Pocos recursos. Y la amenaza permanente de la invasión. Hay dolor, impotencia y muerte. La crueldad de la guerra. Y hay humor, absurdo por supuesto; un sello de Guzmán, un guiño por fuera de la escena. Porque la película no es una caricatura de época. Pero el absurdo marca su interpretación y también la tensión del relato. Su personaje rapaz y deshumanizado concentra la magia pendular del filme. Sobre él se articulan las actuaciones, el clima, el ritmo. La versatilidad de Guzmán le permite componer un personaje siniestro y dotarlo de empatía. Empatía con la composición, no con el personaje. “Esto es una película”, parece decir el actor –el nuevo Bululu-, y juega en los extremos. Su personaje advierte desde el absurdo, la ridícula y lacerante ferocidad de los mandos militares que llevaron a la Argentina a la guerra, sin quitarle peso dramático al conflicto, sino todo lo contrario. QTH afiche.jpg FICHA: Título: QTH/ País: Argentina/ Director: Alex Tossenberger/ Elenco: Osqui Guzmán, Gonzalo López Jatib, Juan Manuel Barrera, Jorge Sesán/ Música: Mauricio Annunziata/ Locaciones: Ushuaia, Almanza, Tierra del Fuego.