Drama familiar cobra vuelo con un cuento de hadas Si bien el film del polémico realizador Francois Ozon puede desconcertar al espectador desprevenido, también tiene sus méritos. Ricky mezcla temas sociales y familiares con un cuento de hadas. La empleada de una fábrica de productos químicos (Alexandra Lamy) conoce a un español (el siempre convinvente Sergi López, de El laberinto de El Fauno) que trabaja en el mismo laboratorio. Pronto sentirán amor a primera vista y, a pesar, de que ella tiene una hija de siete años, el bebé no tardará en asomar al hogar. A través de elipsis, Ozon muestra cómo el cuidado del bebé se convierte en un problema para la pareja, que tiene complicados horarios laborales. Pero todo se revolucionará cuando el recién nacido presente moretones en su espalda. Hasta acá lo que se puede contar de esta historia que fusiona diversas aristas: por un lado, es un contundente drama ambientado en monoblocks y salpicado con problemas de relación, celos, soledad y penurias. Y, por otro, Ricky incursiona en toques fantásticos que el espectador ni sospecha. El film está basado en un cuento de la novelista inglesa Rose Tremain, titulado Moth (Polilla). Los efectos especiales (las escenas en el departamento y en el supermercado) están bien logrados y resueltos, y extrañan en este tipo de propuestas. Pero hay que estar preparado para recibir el cine del creador de 8 mujeres y La piscina, un director que siempre arriesga y juega con diversos géneros. La actriz Alexandra Lamy compone a una mujer soltera que se posterga en pos del cuidado de su hija,y empieza a experimentar un sentimiento de desconfianza hacia su nuevo amor. El margen para la duda está presente en el film, que logra emocionar y levantar vuelo con su cuento de hadas en plena ciudad, contraponiendo el drama intimista y la difusión que el "caso" toma en la prensa.
Confieso que no siempre logro dilucidar lo que proponen algunos films. Tal vez porque la capacidad de observación ha sido domesticada por el facilismo del cine norteamericano, o quizás haya alguna otra razón por la cual a veces aflora este inconveniente. De cualquier manera, no hay nada más bello que entregarse a una película con una actitud ingenua, virginal, carente de pretensiones juiciosas, y de los preconceptos que estas llevan en la mano. Aunque, es válido aclarar, cuanto más uno se entrega a propuestas ambiguas, desconcertantes o arriesgadas, más probabilidades hay que uno se empantane en el mar de dudas en el que nos puede sumergir una propuesta de este tipo. François Ozon es un caso atípico en el cine francés, porque sabe cómo jugar con las fórmulas y cómo subvertirlas en función del relato que está contando. Sabe ser perturbador sin distanciar de entrada al espectador, sin apelar a una frialdad infranqueable. Es capaz de llevarnos por caminos seductores y sinuosos. La piscina, una de sus películas más conocidas a la fecha, es un ejemplo de esto, un relato que combina misterio con una vuelta de tuerca necesaria, que no desconcierta, un giro que es un elemento más en el rompecabezas del film. Ricky, su última película, genera estupor, fundamentalmente porque no se sabe bien para qué lado va. Por un lado tenemos el realismo que se desprende del drama de la madre soltera obrera que debe poner su mejor cara a la hora de enfrentar sus problemas económicos. Por el otro, el relato fantástico, que hace su aparición desde que al bebé de la mujer comienzan a crecerle alas. Ozon narra con suma rapidez lo primero para poder adentrarse en lo segundo, partiendo del encuentro entre Katie y Paco, la relación, el embarazo y el nacimiento del bebé que vendrá a transformarlo todo. Los conflictos posteriores (los celos de la hermana mayor de Ricky, el abandono del padre del hogar por la acusación de haber golpeado al bebé, cuando Katie confunde las manifestaciones de las futuras alas con moretones), desembocan directamente en el fantástico que origina la posibilidad del bebé de remontar vuelo. Ahí es donde Ozon comienza a desorientarnos. Ahí comienzan a aparecer escenas como la del supermercado, con varios adultos intentando atrapar al bebé volador, escenas muy puntuales que pretenden generar algo de comedia pero que carecen de toda gracia (principalmente porque Ozon duda a la hora de elegir la mejor manera de filmar las aventuras aéreas de este bebé, algo que nos hace extrañar el piloto automático de Hollywood). Cuando el aspecto fantástico comienza a ostentar su dramatismo, la película se abre camino hacia la metáfora. Lo fantástico parece aludir al complejo tema de la maternidad y los conflictos que ella acarrea. Cuanto más se acerca la fantasía al drama, más esfuerzo se nota por exponer su componente simbólico. A diferencia de otros films, como La piscina, Ozon toma partido por el realismo, pero no termina de darle al relato fantástico el lugar que le corresponde, deja que ambas formas cohabiten en un mismo espacio y que conformen una nebulosa a la que es prácticamente imposible intentar desenmascararla, ni siquiera con la carta de la metáfora en la mano. Ricky posee grandes momentos cuando lo fantástico comienza a manifestarse en la realidad de Katie y sus dos hijos, volviéndose un aspecto más de ese realismo agobiante. Pero cuando la fantasía da pie al drama, Ozon se pierde en su propia propuesta, y nos vuelve víctimas de un desconcierto que se sostendría incluso si el director hubiese expuesto desaforadamente sus pretensiones en el desenlace de la película. Entre la pintura realista, las aventuras de un bebé con aires a Cuidado, bebé suelto, pero con alas y mal filmada (sólo en esas partes), y la metáfora consecuente, Ricky apunta a mucho, pero no nos entrega nada, o nos entrega un mar de dudas, lo mismo da.
Mi pobre angelito El director de 8 mujeres, La piscina y Bajo la arena no es un artista previsible (basta ver la diversidad de su prolífica filmografía), pero así y todo sorprendió a medio mundo al rodar Ricky, una historia de amor entre una madre soltera (Alexandra Lamy) y un nuevo compañero español de la fábrica en que trabaja (Sergi López), que al poco tiempo de iniciar una convivencia tienen al bebé del título. Claro que no se trata de cualquier niño, sino de uno que empieza a desarrollar alas cada vez más grandes y se larga a volar. El film arranca con un realismo crudo que remite al cine de los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne y luego da un brusco e inesperado giro hacia la comedia, el melodrama y lo fantástico/bizarro, con muchos efectos visuales incluidos. Una apuesta desconcertante, por momentos incluso fallida, pero al mismo tiempo llena de libertad, de hallazgos y de pasajes fascinantes.
Una película francesa dirigida por el director Francois Ozon inspirada en una novela de la novelista inglesa llamada Rose Tremain titulada “Moth” en la que nos narra la historia de una familia en los suburbios. La película que comienza como un drama en los suburbios lentamente nos lleva al mundo de lo onírico y el realismo mágico. Tiene sus momentos de comedía y porque no, de lo grotesco. Pero creo que no desarrolla bien ninguno de sus conceptos y a veces este cocoliche de géneros se torna inverosímil, poco creíble y un tanto ambicioso. Una madre joven que reside en los suburbios debe afrontar la crianza de su pequeña y melancólica hija. Ella trabaja en una fábrica e intenta atender a las necesidades básicas de su hija. Al entrar un día a la fábrica conoce a un inmigrante español del cual se enamora y decide comenzar una convivencia. En principio pareciera que la estabilidad había llegado a ese hogar pero con la llegada de Ricky un bebé único veremos como una anomalía física puede causar estragos en la relacione de pareja. A partir de aquí comienza la onírica historia de un bebé que nació con alas y lo que esto significa. Una madre que lucha por proteger a su hijo y evitar el conocimiento publico de dicha condición. Por momentos la adaptación a cine parece satisfactoria, pero por otros y esto es en su mayoría; aburre con dilatadas situaciones esperables o poco desarrolladas. Una escena que me pareció espectacular y que me gustaría destacar es cuando la madre suelta al bebé y lo deja escapar. Así como esta hay otras escenas cargadas de una pseudo metáfora o moraleja que quieren darle un significado por fuera de lo que estamos viendo que a veces no esta bien logrado. Las actuaciones son creíbles por momentos, dispares en otros, pero creo que esto se debe en mayor medida al guión y no a un problema de los actores. Una mención aparte se lleva la actriz de la hija que caracteriza su rol de manera convincente y pareja a lo largo de todo el metraje. Me hubiera encantado disfrutar más de esta idea, pero siento que a veces apela a la ternura del espectador en forma desmedida para matizar otras falencias.
Con reminiscencia a Toby, el Niño con Alas, aquel film español visto hasta el hartazgo en la Tv argentina de los 80s. Ricky trata sobre la concepción de un niño diferente. Concebido por una pareja de trabajadores, que se conocieron ante el eventual desempleo de la mujer, quien, con ya una niña da luz al pequeño Ricky, un hermoso bebé que comienza a despertar la atención de su madre ante comportamientos extraños en un menor. El film retoma una dirección hacia el género de thriller de suspenso, alternando hasta un drama. Los moretones aparecidos en la espalda del bebé, son interpretados como un abuso o violencia de parte del padre (Sergi López) quien desaparece de la trama y de la vida de la familia ante tal acusación. En esos meses, Ricky demuestra continuar con esas lastimaduras hasta que un dia evoluciona físicamente mostrándonos que el resultado de esos síntomas se debían al eventual crecimiento de “alas”. Por momento el film remite también a E.T: El Extraterrestre, por la persecución de reporteros y medios por lograr las últimas noticias, la inexplicable acción de la madre, en un guión muy pobre y desconcertante con el cine que hemos sabido apreciar de Ozon. Hasta el momento, su obra más fallida. Nota: Crítica publicada con anterioridad en A SALA LLENA, con motivo de exhibición en el 24º Festival Internacional de Cine de Mar Del Plata y posterior Les Avant Premieres.
Casi un Ángel François Ozon (8 mujeres, La piscina, El Refugio) es uno de los directores franceses contemporáneos que ha logrado crear un estilo único y personal que no sólo lo diferencia del resto, sino que en cada una de sus obras demuestra un ímpetu de superación que justifica la espera. Ricky (2008), su anteúltimo opus, así lo expresa. Ricky es un bebé que llega a este mundo con la desventaja de haber nacido en una familia disfuncional. Tiene una hermana y un padre casi ausente. Una mañana, su madre descubre que Ricky tiene moretones en la espalda. Ella piensa que son golpes que le propagó su esposo y lo echa de casa. Pero Ricky no fue golpeado, sino que le están creciendo alas. Como si fuera una fábula, Ozon nos va conduciendo por una trama plagada de lirismo pero que a la vez funciona como crítica a las relaciones familiares, sociales y del poder de los medios de comunicación. Ricky es un híbrido que transita por diferentes estilos narrativos haciendo que no se identifique con ninguno. Comedia, drama, fantasía, realidad. ¿Cómo clasificar lo inclasificable? Buscar un género para Ricky resulta tan difícil como la mágica historia que se cuenta. Así como el cine transitó el camino de la disfuncionalidad en las familias con comedias como Pequeña Miss Sunshine (Little Miss Sunshine, 2006) o dramas mal logrados como Preciosa (Precious, 2009), Ricky lo hace desde un lugar diferente: el de la irrealidad. Sin duda el tener alas y volar es sinónimo de libertad y en el film funciona como un claro elemento simbólico que lo atravesará de principio a fin. Todos los personajes buscarán de una u otra manera la independencia. No solo Ricky volará, el vuelo de los otros no será tan literal como su “volar”, pero funcionará más como una vía de escape que como otra cosa. Huirán de la rutina, del peligro, de la familia, de la falsa fama o de sentirse privado de la libertad. Para reflejar todo un universo plagado de simbolismos y metáforas, el realizador se nutre de una historia que en manos de cualquier otro podría haber resultado plásticamente ampulosa. Con mínimos recursos cinematográficos logra una obra concisa y perturbadora que dice mucho más de lo que a simple vista puede leerse. Saber interpretar esas entrelíneas será fundamental para poder entender a Ricky en su conjunto. Ozon nos trae un sueño provocado por destellos de talento como muy pocas veces el cine nos brinda. Una obra en donde realidad y poética se conjugan para generar algo tan único como bello. Ricky puede volar y nosotros si queremos también. Cine para el disfrute de todos los sentidos.
Un ángel que sí tiene espalda Francois Ozon conjuga varios géneros y vuelve a la película surrealista. Nuevamente, gran actuación de Sergi López. El cine de Francois Ozon es desconcertante, lo cual debe entenderse como un elogio. Ha cambiado de género como de climas, pero ahora lo hace en una misma película. Ricky comienza como una historia de amor que se bandea hacia lo trágico, y tras pasar por cierto surrealismo más propio a Buñuel, desemboca en el género fantástico. La humilde Katie (Alexandra Lamy) vive con su hija Lisa (Mèlusine Meyade) cuando en la fábrica de productos químicos en la que trabaja conoce a Paco (Sergi López). La relación se torna más o menos estable y ella queda embarazada. Cuando las miradas de Lisa -que no es Simpson, pero se las trae- empiezan a incomodar, de un día para otro Katie encuentra algo parecido a un moretón en un omóplato de Ricky, el bebé. De ahí a culpar a Paco de agredir a su hijito no pasa mucho, y el hombre se va del departamento. Es a partir de allí que Ricky cambia de registro. Porque Ozon, que es uno de los cineastas más imprevisibles de la actualidad, conjuga el cine social y la fantasía, y la poesía, con maestría. Porque otro moretón aparecerá en la espalda del bebé, y de allí le crecerán alas. Sí, Paco no tuvo nada que ver, o en verdad sí: los efectos en el niño bien pudieron ser por esos trabajos en la firma química, pero a Ozon eso le importa poco o nada. La aceptación de lo diferente pasa a ser el eje en el que el director de Bajo la arena y 8 mujeres construye su relato. Y, lo mejor, en ningún momento el filme tiene un tono de moraleja y sí alcanza una cohesión sorprendente. Cine acerca de los afectos y las relaciones, algunas más conflictivas que otras bajo un mismo techo, Ricky habla de la unidad familiar para enfrentar a lo externo. Si Katie cree que es Paco quien pone en peligro a los suyos, pronto descubrirá que la sociedad y los medios buscarán en ese pequeñito que se sube a los armarios y se golpea contra los ventanales la noticia del día. Y habrá que estar juntos para ver cómo afrontar no sólo el acoso, sino la novedad de tener un hijo que es todo un angelito. Como siempre, hay una gran labor de Sergi López, acompañado por la pequeña Mèlusine Meyade, que es todo un hallazgo. Uno puede desconfiar de Paco en más de una oportunidad, pero el actor de Harry, un amigo que te quiere bien (ver El extranjero) sabe ganarse la confianza del espectador, aunque todo lo señale como sospechoso de un hecho atroz. Entre López y Meyade, Ricky y Ozon tienen bien cubiertas las espaldas.
Una verdadera montaña rusa de emociones El amor de las parejas puede llegar de las formas más inesperadas, y a su vez los hijos de quienes se unen hacen más fuerte ese lazo emocional. Cuando Katie, una mujer común que trabaja en una fábrica, conoce a Paco, también empleado allí, ese milagro mágico sucede, ya que ambos se enamoran. No tardará la pareja en formar un hogar al que sólo le falta para completarlo con felicidad el hijo tan deseado. Y éste llegará en una personita muy particular: lentamente de su espalda le van naciendo alas, y estas se van ampliando hasta que el bebe comienza a volar. La sorpresa de Katie y de Paco es mayúscula, ya que nunca imaginaron que el hijo de ambos pudiese andar por los aires, hacer piruetas por la casa, ser perseguido en un supermercado por planear sobre las mercaderías y buscar la libertad a través de ese modo tan particular. El pequeño se transformará así en un problema para sus padres que, de pronto, se ven asediados por los periodistas, curioseados por sus vecinos y admirados por el resto de su familia. Así, entre una mezcla constante entre realismo y fantasía, sumados a algunos momentos de ironía, el director François Ozon muestra el desequilibrio que puede producir en una familia la llegada de un nuevo hijo, y fundamentalmente cuando éste es tan especial. El realizador transita aquí por una montaña rusa de géneros y si por momentos el entramado cae en algunos trazos edulcorados, no por ello la historia carece de simpatía, apoyada por los inesperados giros que el realizador (sin duda uno de los más originales de la cinematografía francesa) que otorga a este cuento imbuido de ternura y de emoción.
El realismo social y el niño con alas de pollo “Cada película en contra de la anterior”, parecería ser el lema de François Ozon. Uno de los contadísimos cineastas europeos capaces de mantener el ritmo de una película por año, al realizador de Vida en pareja le gusta pasar de la ambigüedad casi impalpable de Bajo la arena al artificio absoluto de 8 mujeres, de allí al ejercicio policial de La piscina, luego al drama íntimo de El tiempo que pasa y más tarde a la Inglaterra eduardiana de la aquí inédita Angel (2007). Le estaba faltando a Ozon una incursión en el fantástico y ese lugar viene a ocuparlo Ricky, fábula de un chico con alas. Como al realizador también le gustan las rupturas (los soliloquios musicales de 8 mujeres, la narración “hacia atrás” de Vida en pareja, las trampitas argumentales de La piscina), su opus 10 hace chocar el capriccio fantástico con el realismo social. El problema es que ni el propio Ozon parecería saber muy bien qué hacer con eso. “¿Qué te sirvo?”, pregunta Paco, señalando el pollo que ocupa el centro de la mesa, y Lisa pide el ala. Habrá que esperar un buen rato para verlo como un chiste. Durante la primera media hora o cuarenta minutos, Ricky incursiona en lo que podría denominarse “film familiar-proletario”. El tiempo restante es una suerte de farsa realista-mágica, más motivada –daría la impresión– por la voluntad de experimentar que por una idea clara de para qué. Madre separada, Katie (Alexandra Lamy) conoce a Paco (Sergi López) en la fábrica de cosméticos donde trabaja, y un rato más tarde se están echando un quickie en el baño. De allí a llevar al novio español al departamentito donde Katie vive con Lisa, su hija de 7 años (Mélusine Mayance), un solo paso. Después, los dolores en el bajo viente, la internación y el nacimiento del regordete, a quien un día le descubren unos manchones debajo de los omóplatos. Unas semanas más tarde, los manchones devienen protuberancias, las protuberancias se hacen cartilaginosas y antes del año Ricky estará haciendo chocar el tremendo par de alas contra el cielo raso. Que en un momento Ricky parezca apuntar al más tortuoso drama de abuso infantil (cuando Katie le atribuye a Paco los moretones del bebé), y que unas escenas más tarde a los clientes de un supermercado se les caiga la mandíbula cuando ven pasar al nene (como si Ricky fuera Baby Superman), revela hasta qué punto la cosa se le va de las manos a Ozon, que según dicen se tomó bastantes libertades con el relato en el que la película se basa (Moth, de la escritora británica Rose Tremain). Como un Cronenberg a medio camino, las alas del nene evocan las bandejas de una pollería, antes que cualquier incursión en la más babeante angelología cinematográfica. Por lo demás, a todos los efectos la película se mantiene fiel al realismo social-familiar. Salvo cuando a la mamá se le resbala la cuerda y el nene levanta vuelo como un globo aerostático, claro. Algo que Ozon parecería observar desconcertado, como si en lugar de factótum de la película fuera un transeúnte más, perplejo pero ligeramente aburrido.
El niño que quería ser libre Pese a que muchos críticos hayan traicionado a los espectadores revelando el secreto que esconde Ricky (este extraño opus del realizador francés François Ozon) se puede tratar de elaborar un análisis sin anticipar información, como así tampoco direccionar o condicionar la mirada del público cuando de lo que se está hablando en esta película no es ni más ni menos que de la libertad. La anécdota recae en el trillado conflicto -eso sí, con la sequedad y despojo habituales en este realizador- de la llegada de un bebé, Ricky (Arthur Peyret, de una fotogenia admirable) a la vida de Katie (Alexandra Lamy), una madre soltera que vive con su hija Lisa (Melusine Mayance, excelente) de unos 8 años y queda embarazada tras un fugaz romance con Paco (Sergi López), quien ante las primeras complicaciones con la crianza del niño huye del hogar. Hasta aquí podría decirse que el director de 8 mujeres coquetea en el terreno del drama intimista, concentrado en la ajetreada vida de una madre soltera, tomando una distancia razonable ante sus personajes y circunstancias. Sin embargo, el relato tomará un rumbo inesperado cuando se descubra que el niño padece una anomalía física que de por sí lo hará diferente y requerirá ciertos cuidados extras por parte de su madre y hermana, entre ellos mantenerlo alejado de las miradas ajenas. La peculiaridad es que Ozon toma esta singularidad para introducir en la trama al género de fantasía, no como recurso onírico o alucinatorio de uno de los personajes sino como parte constitutiva de la realidad y por consiguiente del verosímil cinematográfico. Para ello se propone respetar a rajatabla los códigos y leyes que operan al respecto. La virtud del cineasta, que se basó libremente en un relato intitulado Moth de la escritora Rose Tremain (publicado en el libro "The Darkness of Wallis Simpson"), más allá de un gran trabajo en la dirección de actores (hay que dirigir a un bebé con esa solvencia y rigor) es haber logrado un híbrido de géneros equilibrado, permeable a la impronta poética sin metáforas simples; que además se deja atravesar por la dura y ascética mirada del director con absoluta libertad de acción para introducir el humor, el drama o la reflexión sobre la paternidad, el instinto maternal y en definitiva el propósito de traer niños al mundo, con un final coherente y honesto como todo su cine.
Y una vez más el prolífico y extremadamente ecléctico François Ozon se aparece con un film que nadie esperaba de su parte. Aunque en esencia una obra fallida, Ricky (2009) resulta una ingeniosa curiosidad para los tiempos que corren: hablamos de una fábula fantástica acerca de la responsabilidad paternal y lo insoportables que pueden llegar a ser los hijos. Este bebé con una capacidad excepcional se le escapa hasta al propio realizador, aquí apenas un turista en el género. En síntesis, una buena idea desaprovechada en función de un desarrollo exiguo y un final marcado por una metáfora muy trillada…
¿Han sentido alguna vez que un director arma todo un dispositivo fílmico con el único objetivo de reírse de los supuestos conocimientos del avezado espectador festivalero? ¿Nunca pensaron mientras miran una película que el tipo que la pergeñó está imaginando nuestras atribuladas caras ante el estupor de lo impredecible? Bueno, quienes quieran someterse a esa humillante sensación no dejen de ver la última película-experimento-broma-joda de François Ozon, Ricky. La historia tiene ribetes cantetianos-dardenneianos: una madre soltera, muy mona ella, dedica gran parte de su día a sus obligaciones laborales en una fábrica donde impera la pulcritud y lo inmaculado: blanca y brillosa, la pantalla huele a desinfectante. Allí inicia un tórrido romance con su capataz, fruto del que nace un hermoso niño, muy rubión y carilindo él, al que bautizan con el nombre de Ricky. Meses más tarde, el bebé llora y llora ante la incertidumbre de la progenitora. Lo amamanta, lo alza, trata de dormirlo. Nada. Hasta que se percata de un pequeño hematoma en su hombro. ¿Papá lo golpea? Quizás. ¿El matrimonio de Vida en pareja ha tenido un vástago? Por qué no. ¿Es la hermana mayor relegada en su papel de hija única, quien carcomida por los celos tortura a Ricky? Puede ser. La película da un giro de 180 grados (o 360 o 540) y se va definitivamente al carajo. Pero no a un carajo entendido como desbarranque sino a uno feliz, lúdico y jocoso, un carajo donde se sopapea la lógica y la concordancia genérica. François Ozon, apoltronado en su sillón francés, se paladea con nuestro desconcierto.
¿Dónde estás Ozon que no te puedo encontrar? Niño mimado del recientemente fallecido padre de la nouvelle vague, Eric Rohmer, François Ozon, llegó a su décima realización. Películas como “Gotas que caen sobre piedras calientes”, “Bajo la Arena”, “La Piscina” y “Vida en Pareja” -posiblemente su film más logrado- hacían suponer un nuevo deleite cinematográfico. Lamentablemente esto no ocurre en “Ricky”. Basado muy libremente, como se aclara en los títulos, en un cuento de la británica Rose Tremain, el film cuenta la historia de la pareja entre Katie (Alexandra Lamy) y Paco (Sergi López). Se conocen, se juntan y al poco tiempo tienen a Ricky, un bebé un poco llorón y de respiración profunda, pero en una primera mirada normal. Al poco tiempo todo se da vuelta cuando Katie junto a Lisa de 7 años (su hija de una pareja anterior) descubren que el nuevo integrante de la familia tiene alas. Sí, así como leen, iguales a las que comen con tanto placer los protagonistas cuando tienen un pollo servido a la mesa. Es verdad que Ozon siempre intenta cambiar de registro. Su pieza de cámara “8 Mujeres” poco tiene que ver con “La Piscina” y su clave policial o con el desfachatado mundo Fassbinder de “Gotas...”. Ahora con “Ricky”, explorando en el terreno de lo fantástico y lo surrealista, parece haber trastabillado. Ozon, gran director de actores, le saco jugo a Alexandra Lamy y Sergi López, aunque lo mejor queda en manos de Lisa (Mélusine Mayancen, con gran futuro) que con sus acertados gestos contribuye a cierto clima de suspenso. En el final, con un buen uso del tema “The Greatest” a cargo de la melancólica voz de Cat Power, parece surgir algo del mejor cine con el que el director galo acostumbró al público argentino. De aquí a 2 meses está anunciado el estreno de una nueva película de François Ozon, prolífico como pocos, llamada “El Refugio”, se espera, desde aquí, que sea con mejores resultados artísticos.
Pollitos en fuga Tal vez lo más significativo del niño Ricky no sean las alas que le crecen en los omóplatos sino la forma en que Ozon decide retratarlo. No parece tanto una mezcla intencionada de distintos géneros, sino más bien una apuesta a un tratamiento realista de una situación que no se condice con un verosímil real -como la de un retoño medio pollo-. Situaciones comunes y bastante estereotipadas como la de perder a un hijo en el parque o en el supermercado, son desnaturalizadas por lo fantástico pero, no por eso, son expuestas de manera menos dramáticas en esta película. La sensación de desconcierto que genera esta estética realista es abonada también por un anclaje en la problemática socioeconómica de la familia en cuestión. Fuera de las alas de pollo, Ricky es un drama basado en la relación de una hija con su madre soltera, vinculo alterado primero por la aparición de Paco –noviete latino de la madre- y luego por la llegada del hermanito chicken little. El atractivo de esta película es, a las claras, este realismo con que encara un hecho fantástico. Por lo demás, Ricky es un producto más o menos poético, más o menos bien hecho, más o menos bien actuado, más o menos interesante.
François Ozon es un especialista en sorprender y movilizar al espectador con legítimos recursos, apelando fundamentalmente a la creatividad y la originalidad en ideas y tratamientos cinematográficos. Ricky es quizás el ejemplo más acabado de esta impronta del realizador de La piscina, que narra cómo una pareja de módicos recursos y aspiraciones dan sin embargo a luz una criatura fuera de lo común, un bebé mágico. Las características extraordinarias del pequeño acarrearán conflictos e ingratitudes y a la vez sorprendentes derivaciones para ambos y la niña de ella. Metafórica, teológica y siempre sugerente, Ricky vuelve a demostrar que a Ozon la resolución de los misterios no le interesan y esa es quizás la principal atracción que ejerce el film, su incógnita permanente. Algo similar, pero con una tónica más dramática y melancólica, ocurría con Bajo la arena, en el que el enigma de la desaparición de una persona en la playa nunca se resuelve. El film atrapa, propone un emotivo final de reconciliación familiar pero también desconcierta y da la sensación que pudo haber dado para más. El magnífico trío protagónico de Alexandra Lamy, Sergi Lopez y la niña Mélusine Mayance se complementa con un notable y realista –dentro de una historia irreal o acaso onírica- trabajo de efectos especiales.
Dichosos aquellos que se acerquen a esta película sin saber absolutamente nada sobre su argumento. Yo lo ignoraba todo y la disfruté mucho. Los medios han revelado demasiado, así que les sugiero leer lo que sigue sólo después de haber visto el film. La historia que narra Ricky podría ser un sueño. Ese hueco que necesitamos cavar en la realidad para no morir aplastados. Un delirio, un desesperado mentís a lo rutinario de la vida. Katie (Alexandra Lamy) ya no soporta el día a día, por eso en la primera escena la vemos pedir auxilio con su rostro cansado, los ojos suplicantes. Katie llora como nunca, porque no puede pagar el alquiler ni seguir cuidando a sus hijos. Recién después comienza el relato lineal, concreto, sin remisiones a esa escena inicial. ¿Por qué arrancar con ese prólogo, entonces? Probablemente para que lo olvidemos a los pocos segundos. Para que nos desconcertemos aún más con lo que está por venir. Así es François Ozon. Juguetón. Astuto. Goza al vernos encerrados en la disyuntiva: o lo creemos un farsante, o nos convence para que indaguemos un poco más allá. En varias de sus películas, las imágenes se construyen desde un punto de vista angustiado. Los protagonistas de Tiempo de vivir, La piscina y Bajo la arena, por ejemplo, son seres perturbados que necesitan habitar sus propios espacios mentales, ya sea acurrucándose en los recuerdos, en los deseos sexuales o en la llana fantasía. Nadie podría tolerar lo real sin emprender estas fugas, túneles alternativos que son imprescindibles aunque nos pierdan, aunque nos avergüence un poco ser sus gestores (como pasa con las pesadillas más íntimas y extrañas). Pero el director no da pistas. O mejor: da pistas falsas. En Ricky, Ozon jamás descuida el barniz realista. No impone marcaciones formales (lingüísticas, como podría ser un fundido entre planos) que anuncien el pasaje a lo puramente imaginado. Tampoco ofrece una almohada delatora de lo onírico, como la que inserta David Lynch al inicio de Mulholland Dr. La madre de Ricky no parece vacilar demasiado frente el hecho extraordinario. Se preocupa pero sigue adelante, alienada y feliz con su hijo prodigio. Ahora tiene una distracción que la evade de la soledad, la fábrica, el descascarado monoblock. Me permito especular: Katie un día cae desmayada de cansancio, consciente de que Paco (Sergi López) acaba de dejarla, como su primer marido. El eterno retorno. Otra vez sola con su hija, más un bebé inesperado. Katie empieza a soñar para escapar (¡si hasta se gana la lotería!). Suele decirse que los hijos se van de casa cuando ya pueden "volar solos". Ozon toma esta idea en su literalidad y la precipita desde el absurdo, inspirándose libremente en el cuento "Moth", de Rose Tremain. Algunos se engancharán con las simbologías religiosas de la anécdota, pero creo que esa es sólo otra posibilidad que el director aprovecha para desviarnos. Porque, en el fondo, no importa mucho si se trata de un sueño, una fábula fantástica o una simple rareza que se le antojó al joven realizador francés. Lo que prevalece es la mirada sobre la familia, los gestos cotidianos, los socorros mutuos, esa red que cada tanto se rearma, aunque en cualquier momento puede volver a quebrarse, porque alguien se aleja o porque llega un bebé que todo lo convulsiona. Los adultos ya no aspiran a entender el mundo; sólo sobreviven. Pero en este mundo también están los otros, los niños relegados, obligados a constituirse como personas sin la atención que merecerían, como la pequeña Lisa (Mélusine Mayance, espléndida). Detrás de los revoloteos de Ricky, es Lisa la que intenta tejer sentidos en la oblicua realidad. Pronto descubrirá que en los vínculos humanos no existen fórmulas mágicas, que cada mañana hay que despertar en medio de la incertidumbre. Además de despertar a mamá, que se quedó dormida y tiene ir a trabajar.
Las alas del deseo En un momento insólito, Ricky, un bebé con alas de pollo, vuela en un supermercado. Un miembro de seguridad dice: "Un objeto volador no identificado". La antepenúltima película de François Ozon es indudablemente un ovni cinematográfico: ¿Realismo mágico primermundista? ¿Una parodia metafísica? ¿Un elogio críptico y perverso del cristianismo? ¿Un retrato sobre la clase trabajadora parisina? Todo es posible, pues Ricky puede remitir tanto a una metamorfosis de un filme de Cronenberg como a un drama de Ken Loach, o a un encomio New Age (afrancesado) sobre la maternidad. El plano inicial es fundamental: una madre le explica a una asistente social, que permanecerá en fuera de campo durante la secuencia, que una vez más su "marido" la ha abandonado. Tiene dos hijos, y quiere dejar a uno de ellos en una institución. Debe tres meses de alquiler. Es una escena que puede olvidarse, pero que resulta truculenta si uno vuelve a pensar sobre toda la trama. De allí, un salto atrás: algunos meses antes, Katie (A. Lamy) trabaja en una fábrica y tiene una hija de unos 10 años (por lejos, lo mejor del filme, es la interpretación de M. Mayance). Viven solas. Un día, un inmigrante español (S. López) empieza a trabajar en el mismo lugar. Un poco de sexo, quizás amor, ha nacido una nueva familia, y un nuevo hijo llegará al hogar. La vida familiar no será fácil, y unos "golpes" en la espalda del nuevo miembro de la familia precipitarán la partida del hombre de la casa. Pero no todo es lo que parece, pues Ricky no es un bebé cualquiera. ¿Ha nacido un querubín? ¿Una deriva evolutiva? Ricky será objeto de amor y explotación, fenómeno de curiosidad científica y noticia del día. Para un director que ha llevado a la pantalla una obra teatral de Fassbinder, una película como Ricky es una excentricidad indescifrable. Sin embargo, hay una línea temática que atraviesa las películas de Ozon: el deseo (femenino). Su mejor película, Bajo la arena, no es otra cosa que un examen sobre el deseo después de una pérdida inesperada. La piscina y 8 mujeres también discurrían sobre el misterio del deseo. Ricky no es una excepción: aquí, el deseo se predica de la oposición de dos modalidades incompatibles: desear a un hombre o desear ser madre. Es precisamente en esta dualidad entre erotismo y maternidad en donde Ricky no consigue ajustar el drama social de su inicio con el tono fantástico y religioso de la segunda parte. Son dos películas en una, y sus vuelos respectivos siempre se mantienen a ras del piso.
No es lo mejor del director de la excelente Gotas que caen sobre rocas calientes y la casi perfecta 8 Mujeres, pero bien vale como muestra de un cine que busca la diferenciación desde el toque onírico, desde la originalidad bien entendida. Ricky remite de manera inevitable al clásico kitsch de 1978 Tobi, el niño con alas, porque sí, porque aquí hay un niño con alas, hijo de una pareja formada por una mujer que vive sola con su hija, y un compañero de trabajo (el siempre correcto Sergi López) que no parece estar del todo convencido con su vocación de sostener una pareja. Pero la vuelta de tuerca tiene que ver con que no se trata de un ángel, sino de un bebé con alas de ave. No hay explicaciones científicas sobre el fenónemo (imaginate lo que hubiera sido esto en manos de Hollywood) pero sí una exploración sobre los efectos en la familia del niñito. El film es liviano, sin mayor profundidad sobre la psiquis de los personajes ni momentos de alto vuelo (con perdón de la obviedad), pero el todo termina conformando una película que quizá no supere la calificación de "agradable", pero que al menos evita el papelón, en medio de un tema que bien podría haber derrapado a poco de comenzar.
Un niño con alas... mucho más que para volar Evidentemente uno de los rasgos más interesantes de François Ozon como realizador, es su ductilidad para poder pasar de una película a otra atravesando géneros con total fluidez. Recorrió desde "Gotas que caen sobre rocas calientes", el thriller psicológico "La Piscina" y la inquietante "Sobre la Arena", un homenaje al policial y a la canción francesa con el musical "8 mujeres" junto a un elenco que incluía a Catherine Deneuve, Isabelle Huppert, Emmanuelle Bèart y Fanny Ardant. Contó una mirada desolada sobre la pareja en "Vida en Pareja" con Valeria Bruni Tedeschi y el excelente drama "Tiempo de Vivir" con Jeanne Moreau. Ahora, habiendo recorrido tantos caminos, en "Ricky" mezcla muchos de los anteriores y se anima a abordar nuevas experiencias, rozando el género fantástico. Y es sencillamente lo que más se disfruta del film. Presentándose en principio como una fábula, como si fuese un cuento de hadas, conocemos a Katie, que trabaja en una fábrica de productos químicos y conoce allí a un español del que se enamora y finalmente inician una convivencia. Pronto ella queda embarazada y aparecerá Ricky en la vida de todos ellos (los dos protagonistas, más la hija de 7 años de Katie de su primer pareja). Como todo bebé, modificará inicialmente la organización familiar pero luego será un hecho particular el que al poco tiempo haga temblar a la familia: a Ricky comienzan a crecerle alas. Esto hace que un bebé hermoso comience a convertirse en una rareza, un "freak" que pretenda ser acosado por el periodismo en general. En ese momento es, quizás, cuando la historia tenga algunas derivaciones menos interesantes pero rápidamente retoma el cauce con el que el director venía trabajando el resto de la propuesta. Estas alas que lo hacen tan particular, son el vehículo para que Ozon pueda hablar de los diferentes, de la intolerancia, del sistema de salud actual, de la aceptación, de la maternidad, de la pareja..... son tantos temas que parece increíble que este director francés haya podido dar cabida a casi todos ellos en un mismo film, que salvo algunas mínimos señalamientos en el guión, logra trabajarlos a todos con dinamismo y sin perder el sentido de la historia en ningún momento. No es casual que además Ozon en Sergi López encuentre también la posibilidad de insertar aspectos sociales y sobre un tema tan candente en Francia como los problemas de inmigración. La protagonista, Alexandra Lamy, es perfecta para el papel y logra transmitir todos los estados por los que pasa Katie: desde el entusiasmo inicial de volver a recomponer su vida sentimental y formar una nueva familiar, hasta sus cambios por la nueva maternidad y sobre todo sus altibajos al recibir a un bebé tan particular. Su pareja con López logra convicción en todos los momentos y además los momentos que han logrado con el bebé, Arthur Peyret, son de una increíble belleza. Como si todo esto fuese poco, sobre el final, vuelve a girarse una vez más la trama y quedamos sorprendidos y con una posibilidad interesante de resignificar todo lo aquello que hemos visto. Nuevamente Ozon, nos deja con la certeza que estamos en presencia de un realizador en búsqueda de nuevos lenguajes, de otros horizontes. Una sensación placentera e inquietante.