El valor de jugar y de jugarse Nada más apropiado para el comienzo de esta película que mostrar a su protagonista –María del Carmen, una mujer que llega a los 50 años con su rol de ama de casa muy asumido– sirviendo torta, inmersa en esa especie de caos de platos sucios y botellas semivacías en el que suelen convertirse las reuniones familiares. No mucho después se la verá preocupada por la preparación de otros modestos manjares, siempre al servicio de los suyos. Cuesta recordar una película nacional que exponga de manera tan vívida la importancia de la comida en la vida cotidiana de los argentinos, así como la carga de prepararla –a tiempo y a punto–, aceptada por muchas mujeres como un sino de su misión de esposa y madre. Desde ya, es para celebrar que la directora debutante Natalia Smirnoff (1972, Buenos Aires) haya tomado como heroína para su film a una señora humilde del Gran Buenos Aires. Otra buena noticia es que la película va esquivando a su paso todos los lugares comunes que uno teme encontrar: la relación de María del Carmen con su esposo y sus hijos es buena, no la asalta ningún intempestivo rapto de rebeldía que provoque un cambio radical en su vida, y lo que la despierta tímidamente de su aletargada rutina no es un amante joven ni la infidelidad del marido. El medio que le sirve a esta mujer para comenzar a sentirse valorada e independiente es, curiosamente, la participación en un certamen de armado de rompecabezas, para lo que revela un particular talento. Ese descubrimiento, hecho de dudas y contradicciones, es mostrado sin énfasis a través de detalles: María del Carmen comienza a animarse a ver –y a verse– diferente cuando se arriesga a llegar tarde a casa, cuando no se acobarda ante un par de odiosas contrincantes, cuando empieza a sentir el placer de la aventura. Esa batalla interior está planteada con sutileza, y la realidad es que Rompecabezas tiene poco de alegato feminista y bastante de comedia con un humor sesgado, apenas irónico, suscitado por el apocamiento de la protagonista, por sus temores y sus vagos gestos de disconformidad, o por las reacciones de los personajes que la rodean. Resultan ponderables ese medio tono y la mirada comprensiva de Smirnoff sobre el mundo femenino, con lejanos, ocasionales puntos de contacto con las historias de María Luisa Bemberg (la escena en la que María del Carmen se entromete en el ámbito laboral del marido trae recuerdos de una de Crónica de una señora, película dirigida por Raúl de la Torre con guión de Bemberg). Menos comprensibles parecen el abuso de la cámara en mano y el desinterés por un tratamiento formal que le haga justicia a esa valoración por lo lúdico: la música de Alejandro Franov, así como los momentos relacionados con la irrupción de la protagonista en el universo medio excéntrico de un competidor maduro, se acercan a eso (Smirnoff reconoció que podían encontrarse allí alusiones fantásticas), pero la idea del juego como herramienta de evasión o de resistencia no se plasma totalmente en imágenes. Incluso hay pocas estrictamente destinadas a mostrar rompecabezas, por lo que difícilmente el espectador perciba la fascinación que éstos producen en la protagonista. También hay debilidades en el último tramo del relato (incluyendo un plano final más decorativo que emotivo). En tanto, es plausible la contención de los actores, afortunadamente lejos de ese costumbrismo asainetado al que nos acostumbraron el mal cine y la mala televisión (y al que las fugaces intervenciones de Henny Trailes y Mirta Wons se aproximan): hay moderación en Gabriel Goity como el marido, una exacta composición de Arturo Goetz en un rol difícil (un mundano experto en rompecabezas), y frescura en Felipe Villanueva y Julián Doregger como los hijos. María Onetto, aunque algo distante (en un registro similar al de La mujer sin cabeza), expresa las vibraciones de su mundo interior con gestos precisos y una saludable disposición a explorar su veta cómica. A ella (y a Smirnoff, como autora del guión y directora) se le deben algunas de las escenas más hermosas vistas recientemente en el cine argentino, como aquélla en la que María del Carmen se sueña importante irguiéndose como una reina egipcia, o en la que parece descubrir todo un mundo nuevo al abrir un libro mientras viaja de vuelta a su casa en el subte.
Una mujer bajo influencia Luego de una extensa carrera como asistente de dirección y responsable del casting en películas de Pablo Trapero, Marcelo Piñeyro, Lucrecia Martel, Alejandro Agresti, Jorge Gaggero, Mariano Llinás, Ariel Rotter y Damián Szifrón, entre muchos otros, Natalia Smirnoff debutó en la realización con una extraña y lograda película (por lo que es y por lo que evita ser) que tuvo el enorme privilegio de competir en la sección oficial de la reciente Berlinale y ser vendida a casi todo el mundo. ¿Qué tiene esta pequeña comedia familiar para haber generado semejante interés internacional (veremos si también en el ámbito local)? En principio, un tono muy difícil de conseguir (una historia que bordea el costumbrismo y hasta cierto patetismo, pero que los elude con singular determinación y coherencia). Además, Smirnoff se muestra como una sólida narradora, una punzante y al mismo tiempo sutil observadora, una dúctil constructora de climas y de gags que nunca lucen forzados y, finalmente, como una gran directora de actores (atributo devenido seguramente de su gran experiencia en el casting). El film narra la historia de María del Carmen (otra notable actuación de María Onetto, en las antípodas de su papel en La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel), un ama de casa servicial que se desvive por cumplir todas y cada una de las exigencias de su marido machista (Gabriel Goity) y de sus dos hijos que están a punto de abandonar el hogar ubicado en Turdera. Sin embargo, el espectador no tardará en percibir en los gestos y en la mirada de esta mujer cincuentona y contenida la carga de angustia y el hartazgo que siente. Su vida da un vuelco completo cuando descubre su pasión por los rompecabezas y, aún más, cuando conoce a Roberto (Arturo Goetz), un excéntrico hombre de clase alta con el que entrenará -en secreto- para participar en un torneo de la especialidad. Smirnoff evita caer en el subrayado y en el lugar común, en el diálogo obvio y en la bajada de línea para concentrarse en describir el cambio interior, la "implosión" -como lo definió acertadamente la propia directora- de esta mujer sencilla que descubre una pasión y un don, aunque esa habilidad no tenga demasiada aceptación ni prestigio social. Una primera película de una complejidad (ojo, la película no es nada compleja en su lectura) y una madurez infrecuentes, y ya no sólo en una cineasta debutante. Más allá de lo que ocurra con Rompecabezas en la taquilla, Smirnoff es un talento a seguir.
Juego nuevo, vida nueva La ópera prima de la directora argentina Natalia Smirnoff se presentó en la selección oficial de la Berlinale, y se proyectó en el Festival de San Sebastian. Ahora se estrena comercialmente y marca el auspicioso comienzo de la cineasta. Rompecabezas habla del cambio y de la transformación que atraviesa María del Carmen (María Onetto), un ama de casa que vive para servir y conformar a su esposo (Gabriel Goity) y a sus dos hijos. Romper la rutina no es sencillo para ella, hasta que recibe un rompecabezas como regalo de su cumpleaños número cincuenta. Ya nada será igual y nada le dará tanto placer como enhebrar cada una de las piezas que formarán una figura. Quizás como reflejo de su propia existencia. La protagonista se relaciona con Roberto (Arturo Goetz, el actor de Derecho de familia y El asaltante), un millonario que quiere competir en el torneo mundial de rompecabezas en Alemania, y entrena junto a María del Carmen. Ya no le molesta llegar tarde a su casa o enfrentar la mirada desconfiada de su esposo. La película describe minuciosamente las piezas desparramadas de una familia monocorde y egoísta que descuida a la madre y a la esposa; y desliza el "deseo de cambio" en cada uno de sus fotogramas. Narrada con madurez y ritmo (como la escenas del cumpleaños, caótica, filmada con cámara en mano, o la más graciosa del locutorio, jugada con Mirta Wons), el relato coloca en primer plano la máscara de infelicidad del personaje central. Rompecabezas convence: se trata de una historia pequeña bien resuelta y correctamente interpretada por María Onetto.
La mujer rompecabezas La ópera prima de Natalia Smirnoff aborda la disconformidad en la vida familiar desde un registro que oscila entre la comicidad y el drama. Se destaca la labor de María Onetto. María del Carmen es algo así como la versión local de Marge Simpson. Laboriosa, detallista, hasta en su propio cumpleaños número cincuenta trabaja en función de los demás. Lo exasperante está no tanto en su devoción, sino en el hecho de que este comportamiento aparezca naturalizado por el entorno. Luego del festejo se topa con uno de sus regalos, un rompecabezas que de manera más o menos inesperada logra resolver en poco tiempo. Este hecho casual la lleva a encontrarse con Roberto, un hombre de la alta sociedad (Arturo Goetz), quien la introduce al ambiente de las competencias de armado de rompecabezas, como compañera de juego. La película muestra un camino de auto-descubrimiento, la exploración de una mujer hacia un “más allá” de la convivencia familiar. Si la familia resulta opresiva, no lo es desde la violencia explícita, sino desde la omisión y el desprecio tácito. ¿Qué lleva a María del Carmen a casi obsesionarse por ese juego? El film no da respuestas obvias, pero claramente se trata de una actividad que la singulariza y la muestra por primera vez como una persona separada del entorno. Rompecabezas alterna secuencias de un clima familiar-cotidiano y otro extraño, y por ello fascinante. El notable trabajo fotográfico de Bárbara Álvarez resalta los colores primarios, enfatizando el carácter lúdico del relato. Una suerte de extrañamiento que ubica al espectador en la óptica de la protagonista, una mujer de pocas palabras y emociones encorsetadas. La estructura del film pareciera tener la consistencia de un cuento, por la brevedad y por los mínimos apuntes que definen a los personajes. Ver a María del Carmen en el entorno aburguesado de Roberto es asistir a su turbamiento y perplejidad por estar en un ambiente en el que no se reconoce, pero en donde se siente comprendida. A diferencia de su casa, se trata de un espacio distendido y depurado de incomodidades, tan misterioso como el dueño de la casa. Es elogiable la capacidad de Smirnoff de desarrollar un in crescendo en el desarrollo dramático del film. La comicidad en los diálogos no es decorativa, por el contrario, subraya la perspectiva de vida de María del Carmen, subsumida a la organización de la vida de su marido (Gabriel Goity) y sus hijos. Esta capacidad no sólo es visible en el rol de directora. Como guionista, logró definir en una economía de secuencias el progresivo devenir de la consciencia de María del Carmen hacia una zona de su interior antes inexplorada. Aquí no hay moraleja, pero sí hay una construcción valorativa del fortalecimiento de la subjetividad desde un registro poco frecuentado por el cine nacional. Una muy buena carta de presentación para una directora que promete.
El juego de los roles María Onetto interpreta a un ama de casa cuya vida cambia. En la cocina de su casa suburbana, en su abnegado lugar en el mundo, María del Carmen prepara comida y corre, hace y deshace, rechaza la colaboración ajena: es la vertiginosa anfitriona de una fiesta que retumba en el living. La cámara la sigue en su nervioso recorrido: por momentos, se detiene en su gesto esforzado, servicial, sufrido, en medio del jolgorio general. Hasta que ella aparece con una torta con el número 50 clavado y los invitados -todos alegres y relajados- la aplauden y le gritan: "No te olvides de pedir los deseos, Mamucha". María del Carmen, Mamucha, sopla las velitas. Así de sencilla, así de delicada, así de contundente es la primera secuencia (y el resto) de Rompecabezas, opera prima de Natalia Smirnoff. Lo que podría haber sido una película costumbrista sobre el encierro de un ama de casa, su gradual liberación y su creciente deseo por un hombre que no es su marido es, en realidad, mucho más. Es otra cosa: una pintura, de trazos sutiles, nada estridentes, sobre el rol que cada cual ocupa en una familia (rol asignado y convalidado por los otros y por uno mismo), sobre el descalabro que provoca salirse de ese rol (conflictividad para sí y para los demás) y sobre los nuevos intentos o imposibilidades de encastrar las piezas dispersas. Smirnoff tiene una larga trayectoria como directora de casting. No es raro que en su primer filme haya acertado. Las actuaciones son impecables. María Onetto, extraordinaria María Onetto, como "Mamucha" (que su marido la llame así lo dice todo); Gabriel Goity, como Juan, su esposo, y Arturo Goetz, como un aristócrata que juega torneos internacionales de rompecabezas y "descubre" el talento de ella. Y, lo más importante, le demuestra la existencia de goces que van más allá del sentirse reclamada por los seres queridos y de ser hacendosa. El espectador no percibe el guión, porque éste prescinde de artificios, así como la trama desestima la intensidad. Los personajes no dicen frases grandilocuentes: el filme funciona a gestos mínimos (el histrionismo de los actores puesto al servicio de una cámara) y acción, entendida como pulsión y actitud de los personajes, no como giros argumentales forzados ni dilemas altisonantes. Detrás de su simpleza, Rompecabezas no cae en obviedades ni maniqueísmos. Los personajes de Goity y Onetto se aman, a pesar de la asfixia de ella: tienen sexo, se protegen mutuamente. El, claro, le reclama el abandono del rol maternal: que esté dejando de ser Mamucha. Ella descubre placeres al margen de los domésticos, al principio con culpa. Con dos hijos adolescentes, el matrimonio siente, además, el acecho de la vejez y el síndrome del nido vacío. A partir de gestos, actitudes, cambios de ropa, observamos la transformación de María del Carmen y sentimos empatía con ella. Asistimos a su extravío y, después, a su intento de restaurar, o de descubrir un nuevo orden. El desafío, difícil, doloroso, de probar con un nuevo rompecabezas.
Un hobby que se convierte en pasión Natalia Smirnoff sorprende con su ópera prima A los 50 años María del Carmen ve transitar su matrimonio con total apatía. Sus hijos han crecido, su rol de esposa recorre una diaria monotonía y su etapa de madre protectora va concluyendo. ¿Qué le queda para el resto de su vida? Esta pregunta la perturba hasta que un fortuito regalo la acerca a una realidad desconocida: los certámenes de armado de rompecabezas. Primero lo toma como un simple hobby, pero muy pronto se convierte en una obsesión. Así conoce a Roberto, un millonario que desea competir en el torneo mundial de rompecabezas de Alemania y la incita a participar. Ama de casa de familia de clase media, todo esto representa para ella un nuevo mundo difícil de sobrellevar. A escondidas de su familia, concurre casi diariamente a la casa de Roberto para entrenar, y este acercamiento se convertirá en una inesperada pasión romántica. El, con sus exquisitos modales, la hace sentir deseada y casi indispensable, mientras ella debe urdir una serie de mentiras frente a su esposo y sus hijos. La directora Natalia Smirnoff logra con éste, su primer largometraje, inscribirse entre las más prometedoras realizadoras de la cinematografía local. A través de un guión que no necesitó de falsos intelectualismos para conmover, la realizadora muestra cómo las distintas piezas de un rompecabezas pueden armar las figuras humanas. Qué camino tomará la protagonista es la pregunta central de esta película que tuvo en María Onetto a una excelente actriz para un personaje de nada fácil composición y al que ella supo darle la más pura y necesaria ternura. Gabriel Goity y Arturo Goetz apoyan con indudable calidad a este film que habla al corazón desde sus más ínfimas preguntas.
El arte de armar la vida a pedazos El film de Smirnoff no parece creer en grandes causas ni rupturas extremas, sino en pequeñas zonas liberadas: para ello cuenta con el notable trabajo de María Onetto, protagonista “cantada” de una historia que elude los estereotipos. En cine, cuando las mujeres casadas quieren liberarse del yugo matrimonial suelen recurrir a una de tres herramientas: el sexo, la droga o el rock and roll. O las tres juntas. El caso de María del Carmen es distinto, ya que se encuentra a sí misma en los rompecabezas. Algunos dirán que es poca cosa. Rompecabezas, ópera prima de Natalia Smirnoff, sugiere que no hacen falta grandes cosas para hallar un espacio propio. Ensamblar mil o dos mil piezas tal vez sea suficiente. Suerte de épica íntima de baja intensidad, la película de Smirnoff –que ganó un premio en San Sebastián 2009 y participó de la competencia oficial de Berlín 2010– no parece creer en grandes causas ni rupturas extremas, sino en pequeñas zonas liberadas, construidas de modo que al resto del mundo tal vez le pase inadvertido. Si a la realizadora le hubiera interesado subrayar la línea que en el cine argentino de las últimas décadas lleva de la gesta heroica al cambio diminutivo, Rompecabezas podría haberse llamado Un lugarcito en el mundo. Diminutivo, pero significativo. Parece haber una correspondencia entre Smirnoff –a quien debutar como realizadora le llevó 37 años y una carrera entera como asistente de dirección y directora de casting (en La ciénaga, La niña santa, El otro y Cama adentro, entre otras)– y su heroína, que en el cumpleaños Nº 50 descubre que lo suyo es juntar piezas y armarlas. Como los grandes descubrimientos, el de ella –que tal vez no lo sea– es producto del azar: mientras sirve saladitos y canapés, un plato se le cae al piso y se rompe. En lugar de tirar los restos a la basura, María del Carmen (María Onetto) los recoge, los pone uno al lado de otro y los observa. No es raro que a la hora de abrir los regalos, el que más le llama la atención sea uno de un negocio llamado Puzzlemanía. A partir de ahí todo se arma de a pedacitos: un rompecabezas de 100 piezas en el súper, después uno de 500, el primero de 2000, el ingreso a Puzzlemanía como a un templo pagano, el aviso del tipo que busca pareja para competir en un campeonato, las prácticas precompetitivas en casa del desconocido. ¿Que de allí en más da la sensación de quemar etapas demasiado rápido? Eso es posible, sí. El aspecto de galán maduro de Roberto (inevitable Arturo Goetz), la robe de chambre que luce una mañana como al descuido y su cortesía de altri tempi, sumadas al nerviosismo de María del Carmen, sus miradas desviadas, su curiosidad latente, le adosan desde un comienzo a la iniciación lúdica de María del Carmen una incógnita sexual. Autora también del guión, Smirnoff no cae sin embargo en oposiciones fáciles. La de marido jurásico + familia carcelaria vs. príncipe azul, por ejemplo. Ama de casa barrial, aparentemente sin inquietudes y con un dejo de insatisfacción (la de María Onetto es una elección “cantada”), María del Carmen podría identificarse con el prototipo de mujer sometida. La escena más dolorosa es, de hecho, una en la que la mujer está por poner en el carrito de compras un rompecabezas que la tienta, y ante la mínima objeción de su marido Juan (Gabriel Goity) lo deja, como haría un chico tímido con un papá severo. Contrariando el estereotipo de macho dominante, Juan la insta, sin embargo, a que lo lleve. Clase media del conurbano, la familia de María del Carmen es una atada a roles tradicionales. El es el macho proveedor, ella cocina, los hijos están por abrirse de casa. Frente a ese mundo, el ambiente del puzzlismo profesional, que la película pinta como bastante tilingo, le suma un escollo de clase a María del Carmen. Manteniendo un tono de ironía sofocada, Smirnoff mantiene a raya tanto la posible mirada condescendiente como la caricatura fácil. Roza, sí, cierto costumbrismo paratelevisivo (la suegra metida de Henny Trayles, la empleada de locutorio de Mirta Wons), pero el tono asordinado que impone al relato le permite zafar de él. Ligeramente ridículo puede resultar Juan cuando le dice a María del Carmen, como mal actor de teleteatro, “gusto de vos... mucho”. Pero sus miradas cálidas y acercamientos en la cama confirman que, lo diga como lo diga, lo que dice sigue siendo cierto. En cuanto al tema de los roles, a Juan no le hace mucha gracia que la nueva obsesión de María del Carmen la lleve a descuidar las tareas de la casa. Pero tampoco es que él y los hijos dejen de apoyarla. ¿Una película que desconfía de las rupturas y apoya, en su lugar, las conciliaciones? ¿Por qué no, si eso es bueno para la protagonista? María del Carmen no busca patear el tablero, quizá no lo necesite. Sí reacomodar las piezas, rearmarlo ligeramente. Para desarmarlo, tal vez, y volverlo a armar. Lo mismo hace Smirnoff en una puesta en escena que, con coherencia sin alardes, arma con predominancia de planos cortos. En ellos el espacio da la sensación de fragmentarse, no para romperse sino para recomponerse al plano siguiente. No será una estética extrema la de Smirnoff, pero tampoco lo es su heroína.
La parte por el todo El comienzo de Rompecabezas, debut cinematográfico de la joven realizadora argentina Natalia Smirnoff (que viene de cosechar muy buenas críticas en el Festival de Berlín) la emparentan con las atmósferas opresivas de Lucrecia Martel, aunque se trate en este caso de una reunión familiar para agasajar a María del Carmen en su cumpleaños número 50. Poco sabemos -como espectadores- de ella salvo lo que se advierte al observar su incomodidad y nerviosismo, que sutilmente van ganando el centro de la escena; como si se tratara de una pieza suelta -entre tantas otras- que a veces hasta pasa desapercibida con los murmullos, las risas y la gente que la rodea. Luego, a soplar las velitas para volver a la monotonía y a la rutinaria vida de ama de casa; madre de hijos veinteañeros y esposa abnegada de un marido ferretero (Gabriel Goity). Hasta aquí, los fragmentos componen el retrato intimista de María del Carmen (sensacional María Oneto), quien por inquietud personal decide salir de las oprobiosas tareas domésticas adquiriendo como pasatiempo el armado de rompecabezas (un regalo de cumpleaños que llama poderosamente su atención). Precisamente, la falta de atención de su marido y de sus hijos inmaduros son las causas por las cuales la protagonista necesita convertirse en artífice de su propio cambio y no en mera espectadora pasiva de vidas ajenas. La chance llega con la posibilidad de encontrarse con un veterano jugador de puzzles (Arturo Goetz) que necesita pareja para competir en el campeonato mundial a disputarse en Alemania. Así, encuentro tras encuentro con este amable caballero, la protagonista descubre un mundo diferente con el consabido riesgo de no encajar jamás, no sólo por la aventura que significa viajar semanalmente de Turdera a Capital sino por la incipiente atracción por un hombre completamente diferente a su esposo. El precio de esta relación entre ambos extraños generará conflictos tanto internos como con su entorno: principalmente una familia demandante y poco comprensiva frente a los cambios de María. Sin necesidad de metáforas que subrayen y confiando en la expresividad de sus imágenes, Natalia Smirnoff narra con gran precisión y sensibilidad esta historia íntimamente femenina que habla de las postergaciones y los roles que se juegan en la vida cuando las cartas ya están repartidas; aunque nunca es tarde para barajar de nuevo.
María del Carmen –María Oneto- llegó a los cincuenta años y se da cuenta de que su vida de ama de casa no la llena lo suficiente. Con dos hijos crecidos y un marido (Juan, interpretado por Goity) acostumbrado a tenerla en casa ocupándose de los quehaceres, descubre que armar rompecabezas es un entretenimiento interesante. Muy pronto, el hobby se convierte en obsesión. Buscando uno de estos juegos con muchas piezas para comprar, se encuentra con el anuncio de Roberto (Arturo Goetz), que busca compañero para participar en un campeonato nacional, de rompecabezas. Es entonces cuando se conocen. Así, y como consecuencia de sus reuniones con Roberto, la protagonista va de a poco descubriendo que puede ocupar un nuevo lugar. Como en el mismo juego, María va armando y rearmándose ella misma, probando una y otra pieza, generando así una nueva imagen en su familia y provocando distintas reacciones. El relato es lineal y los primeros planos son fuertes y contundentes. Tanto Oneto como Goity dejan traslucir las emociones, los miedos y los sentimientos de sus personajes en un trabajo impecable. La rutina agobiante de María se refuerza en un ambiente perfectamente recreado, en el que la escenografía y el vestuario son elementos decisivos. Rompecabezas es un film inteligente que, con humor, plantea la necesidad de cada ser humano de ser valorado, sentirse libre y ser capaz de tomar sus propias decisiones. Es ágil, llevadero, divertido y profundo. Muy recomendable.
"Rompecabezas" es la primer película de Natalia Smirnoff, y está protagonizada por María Onetto, Gabriel Goity, y Arturo Goetz. El día que fuí a ver esta película, no tenía mucha idea qué iba a ver, ya que por falta de tiempo (y no de interés), no habia podido leer mucho al respecto, así que me limité a pensar que si tenía ese título, alguna relación con los rompecabezas iba a tener! Y obviamente no me equivoqué. Es raro que alguien tome como punto de partida, el interés de determinada persona por los rompecabezas, creo que es algo muy pequeño, muy simple, y que posiblemente muchos directores pasan por alto, pero Natalia Smirnoff no lo hizo, y es por eso que podemos ver en la pantalla grande esta historia. Las actuaciones en general están bien, pero creo que ninguno de los actores tiene un papel que los haga lucirse al máximo, así que simplemente considero que cada uno cumple con lo suyo, pero no mucho más que eso. Algo que me llamó la atención, es "Puzzlemanía", un local que aparece en la película, (hace falta que diga qué venden?), y que realmente es el paraíso para quienes tenemos como hobbie, armar rompecabezas! "Rompecabezas" sin dudas reavivó mi interés por mi primer hobby, pero como película no logró convencerme...
Rompecabezas, ópera prima de Natalia Smirnoff, se encamina a ser uno de los debuts más sólidos del cine argentino de este 2010. Es la historia de una mujer suburbana, ama de casa, casada y con dos hijos que encuentra ?sin buscarlo? nuevos sentidos y nuevos mundos a partir de su habilidad para y su obsesión por los rompecabezas. Smirnoff hace una película cercana a sus personajes, rigurosa en su puesta de cámara, y se mete con asuntos familiares, frustraciones, amores, hijos, con una solvencia y una seguridad que le permiten sortear con elegancia todos los riesgos grotescos o miserabilistas que podían acechar el relato. Smirnoff ?ayudada por un trío perfecto de actores como María Onetto, Gabriel Goity y Arturo Goetz? sabe generar humor doméstico y humor de diferencias de clase social y proponer una película de especial eficacia en un tono agridulce que no es nada sencillo de lograr. Rompecabezas, una comedia, también romántica y también un poco triste, también el retrato de una mujer, también una pintura suburbana y urbana, también un muy buen ensamble de personajes secundarios, es una de esas películas argentinas que confirman que este, el nacional, es uno de los cines más variados y más interesantes del mundo. O sea, no se la pierdan.
Qué buena película es Rompecabezas. Seguramente, su participación en la última Berlinale la excluyó de la competencia del pasado BAFICI e hizo que su estreno fuera más o menos rápido. Con una María Onetto cada vez más afirmada como una de las actrices más potentes del cine argentino actual: todo los planos se los lleva ella, todos los gestos, los perfiles, esta mujer sin cabeza que parece tomar algunos de los aspectos tanto de la película de Martel como de aquella película de Mausi Martínez: Nunca estuviste tan adorable. Esa ama de casa de los 50 de la obra de Daulte revive en esta ama de casa bonaerense de los tiempos actuales. Aquel marido de Nunca estuviste... era mecánico, éste es autopartista. Comerciantes de negocio propio que no entienden cómo sus hijos pretenden otra cosa que esa vida. Esta mujer tiene una lucha que pareciera de otros tiempos (vuelvo a pensar en la película de Daulte): elegir entre la sumisión en el hogar o hacer algo que le pertenezca. La sutileza del guión de Smirnoff (asistente de años de Pablo Trapero) no hace suponer que esos extremos sean excluyentes sino más bien complementarios. Su función de mujer-madre atenta y abnegada en ese hogar de hombres (perfectamente revelado en la primer secuencia de la fiesta de cumpleaños) se ve alterada por la decisión propia de enamorarse de un juego de mesa, única cosa en la que se siente buena. Ese es el lugar más interesante de la película: Smirnoff no conmina a su personaje a elegir sino más bien a entender que la vida puede tener otras cosas. Primer paso para que los demás también lo entiendan. Atención entonces con esta película y esta directora de aquí en más.
Haciendo camino al andar Film sólido, inteligente, que expone lo que quiere contar conrecursos cinematográficos. Natalia Smirnoff ha sido asistente y/o ayudante de dirección de Lucrecia Martel, Pablo Trapero, Alejandro Agresti, Jorge Gaggero y Damián Szifrón, entre otros cineastas. Esta formación la aplica en función de crear un estilo propio, que la distingue en Rompecabezas, su ópera prima. La película combina la ambición y el medio tono, en una mixtura casi paradójica, tanto en la trama como en la puesta en escena. Esto lo podemos ver desde el principio, en la primera escena, donde se festeja un cumpleaños que luego descubrimos es el de la protagonista, María del Carmen. La directora trabaja en principio con planos detalle, muy cercanos al personaje de María Onetto: va descubriéndola a ella y su entorno por partes y recortes, todos parciales, que no constituyen aún una totalidad. Lo mismo sigue sucediendo a medida que aparecen en cuadro su marido y sus hijos. De ninguno se aprecia una plena identidad, sino esta fragmentación, como si trataran de ordenar los pedazos de su vida. Con el avance de la trama van apareciendo los planos medios y hasta de conjunto, en paralelo al descubrimiento de la pasión por parte de María del Carmen. Es ese hallazgo de algo que la define a nivel individual lo que la saca, al mismo tiempo, al mundo exterior, ajeno a la casa, para contactarse con el otro y lo otro. Lo llamativo es que ese proceso se da asimismo en el resto de la familia: el marido halla en el tai-chi una forma de armonizar con el mundo; el hijo menor se enamora y se engancha con toda la vertiente budista; el hijo mayor comienza a planificar su vida solo. La tesis que emana del filme es evidentemente, el hallazgo de una pasión es lo que nos va definiendo como seres humanos y eso nos dispara numerosas cuestiones acerca de cómo canalizar esos sentimientos y las dificultades para comprender a los seres cercanos. El gran mérito de Rompecabezas pasa porque esto se desprende de la narración y el desarrollo de los personajes. Smirnoff no tiene que decirlo explícitamente. Los conflictos y la conciencia de María del Carmen de su lugar en el mundo se van configurando a nivel interno, revelándose a través de gestos y acciones. El plano general con el que se cierra Rompecabezas muestra a María del Carmen, inserta en el paisaje, pero claramente distinguible. Es el individuo asentándose en el mundo. Smirnoff, por el cuidado que le da a sus criaturas, podría haberle dado más espacio al resto de la familia. No obstante, elige a una en particular, una mujer callada, acostumbrada a resignar deseos propios en pos de los demás, hasta que elige un camino propio que nuevamente la lleva una bifurcación donde tiene que retroceder en ciertas ambiciones. Vuelve al mismo lugar donde empezó, aunque en el medio algo cambió, la autoconciencia es otra. Las diversas elecciones que hace la realizadora son también declaraciones de principios, y muy saludables por cierto.
Hay películas que pueden apreciarse por lo que no son. Películas que se destacan por –además de sus propios méritos– no caer en aquello que irremediablemente las convertiría en una más entre tantas, en obras olvidables y maniqueas, de factura televisiva y nula sutileza. Rompecabezas se encolumna en esa primera categoría: se aprecia y valora por todo eso que construye de manera inteligente, alejado diametralmente de cualquier registro banal y torpe que pudiera hacerse de los actos cotidianos, la vida, de una persona. La persona en cuestión es María del Carmen, María, Mamucha, un ama de casa que calza unos espléndidos cincuenta años. La primera escena de la película la muestra en pleno despliegue: dueña y señora de su casa, mujer pulpo que hace todo a la vez con dedicación exclusiva, sin gestos de hartazgo. Prepara y dispone las cosas para un cumpleaños rechazando cualquier ayuda que pudiera entorpecer en su espacio, su dominio. Aun en pleno festejo, sigue trabajando: trae, sirve, calienta, saca del horno, de la heladera, sonríe con ganas y sin ellas; nada demasiado diferente de lo que sucede en cualquier cumpleaños. La escena se resuelve con una particularidad: la agasajada es María del Carmen. Cuando ya todo terminó y Mamucha pidió sus deseos como si fuera un trámite en el que en realidad no se pide nada; se queda repasando los regalos que se adivinan de compromiso e inexactos, excepto por un rompecabezas con la imagen de Nefertiti. María del Carmen queda cautivada por esa imagen y por un nuevo (o viejo, no lo sabemos) pasatiempo que la desvela y en el que se desenvuelve mejor que en su casa. A partir de ese momento el universo de María del Carmen se desdobla. Cuando entra a Puzzlemanía (local dedicado exclusivamente a la venta de rompecabezas, todo un templo para los amantes de estos juegos) en busca de una nueva figura para reconstruir lo hace como si fuera un lugar sagrado, impoluto, digno de ser venerado. Allí encuentra, casi escondido, un aviso donde se busca compañero para armar rompecabezas. Ella está convencida de que es la persona indicada y así conoce a Roberto, una especie de extravagante aristócrata que sin demasiados preámbulos la sienta delante de un rompecabezas para tomarle una prueba. María del Carmen pasa a ser, allí, María. Entrenar para el torneo implica un despliegue escénico: mentir, acomodar horarios, correr de Turdera a la Capital, atender a la familia. Es en este punto que Rompecabezas descuella: el relato es de una sutileza admirable, María nunca es un ama de casa ojerosa, aburrida y relegada a las tareas del hogar con un marido que no la quiere/entiende, hijos que la desechan, y ese largo etcétera en el que ese pseudo movimiento llamado costumbrismo se mueve sin aportar otra cosa que sifones y manteles de hule. María brilla, su marido la adora y se lo demuestra, se quieren, tienen sexo, se hablan con cariño y se putean como cualquier pareja. María no se replantea que otra vida es posible, simplemente encuentra un pasatiempo al margen de su familia y de lo que haga en su casa. Descubre otro tipo de placer y goce, personal y únicamente para ella, encerrado en una caja con dos mil piezas y un compañero cautivante y encantador. Smirnoff retrata desde cerca sin remarcar, nunca se despega de María, la observa, la muestra simple y hermosa, plena, tímida y encendida, generosa y esquiva (algo imposible sin la belleza y luminosidad de María Onetto). Toda la complejidad de esta mujer y de lo que la rodea se muestra con pequeños gestos, con movimientos suaves (como el andar y moverse de María), con planos concisos: por un paneo a la cocina sucia sabemos que se siente invadida, con un diálogo insignificante con el marido sabemos qué lugar ocupa cada uno en la relación. Y cuando al final María, de alguna manera, parece implosionar para tomar un determinado rumbo, Smirnoff nos dice que no, que no es el sendero convencional de la historia de redención por el que transitará para cerrar su historia sino todo lo contrario, que la felicidad y la plenitud, muchas veces, está en esas pequeñas cosas que se disfrutan con serenidad, como comer una manzana tirado en el pasto.
La más mujer del mundo Hay dos mujeres de pelo cortito y unas cuantas décadas de edad que ahora están en la pantalla. Las dos son argentinas, de clases sociales diferentes, y lo que tienen en común, en un principio, es la pasión por los rompecabezas. Una vive en el reino de la ficción y la otra es real –de hecho estaba en el Malba a la salida de la función y pudimos escucharla cuando decía, en medio de la mucha gente que se le juntó alrededor, “Yo nací para el cine”. Bela Jordán es la protagonista de Diletante, la primera película de Kris Niklison que por estos días se da en el Malba, y además es la madre de la directora. María del Carmen es la criatura de Natalia Smirnoff en Rompecabezas (también es su primera vez detrás de cámaras), tiene el cuerpo de María Onetto, y además es la madre de muchos de nosotros, una mujer de clase media que vive un poco a la sombra de la familia que formó, y que a la vez sostiene. María del Carmen, callada, con una discreción que parece sometimiento pero que no es otra cosa que la seguridad de quien vive para adentro, apenas habla. Bela Jordán habla casi todo el tiempo, la suya es una película de frases. Si algo las acerca son los planos cerrados sobre las manos de las dos, manos femeninas, delgadas, delicadas en la manera de tomar las fichas y pegar una con otra, cuidadosamente, sin apuro, para ellas solas. Hay una frase que ahora está muy de moda, bastante abstracta, que vaya a saber de dónde salió: “Necesito mi espacio”. Parece que hay que tener un espacio, crearse un lugar propio y habitarlo, ya sea en la pareja, en la familia o en la vida. María del Carmen nunca diría esta frase tan moderna, pero Rompecabezas es la historia de cómo esta mujer, madre y ama de casa, se hace un espacio, literalmente. La primera escena de la película la muestra confinada al que supuestamente es el lugar de la mujer en la familia tradicional: la cocina. Es la fiesta de su cumpleaños, pero María no hace otra cosa que trasladarse entre la cocina y el living, donde el resto “la está festejando” mientras ella lleva y trae platos, termina de decorar la torta, prende la velita para que le canten, recoge la basura y junta un plato que se le rompió, todo el tiempo esquivando gente, deslizándose con dificultad entre los huecos que dejan los otros. No parece haber lugar para ella en esa fiesta más que en el backstage de la cocina. Pero uno de los regalos que la esperan es un rompecabezas, y gracias a ese juego María descubre algo muy simple, lo que le gusta hacer, lo de ella sola, y lo hace. Ese pequeño cambio toma dimensiones planetarias para la familia: ahora la madre se acuesta a cualquier hora, tiene la mesa ocupada con enormes cantidades de fichas, sale más, no tiene tiempo para tener la heladera llena con las cosas de siempre. Y los otros se quejan, por supuesto. Este relato, tratado por una directora menos inteligente y con un malentendido progresista en la cabeza, habría tomado una dirección bien diferente, un camino teórico y de manual que llevaría a María desde un supuesto sometimiento a una supuesta liberación. Eso hubiera implicado representar a María desde la mirada de una generación, más joven, que tiene una idea de familia muy distinta. Y sin embargo Smirnoff no ejerce esa violencia sobre el personaje, observa la vida que eligió, y le regala un rompecabezas mientras María vuelve a elegir su propia vida, pero ampliada. Porque sobre el final de la película, María, ganada la batalla silenciosa, vacía el cuartito del fondo –lugar masculino por excelencia, de las herramientas y los cachivaches- y se lo apropia para que sea su lugar, le pone una mesa, un estante con sus cosas queridas, y guarda en un frasco, escondido, el pasaje a Alemania que se había ganado en un concurso, como el símbolo de otra vida posible que elige no elegir. María del Carmen, con sus anteojitos medio modernos, reconcentrada en sus rompecabezas, se parece muchísimo a mi mamá cuando hace sus sudokus, por eso cuando salí del cine la llamé y le dije “Hay una película para vos, me encantaría que la veas”. Sé que le va a gustar. También sé que mi abuela Natalia se hubiera entendido con Bela, la protagonista de Diletante, porque mi abuela fue una diletante en los últimos años de su vida, entre los chistes que hacía en la mesa, las anécdotas que contaba, la lectura del diario y el cuidado del jardín, y me consta que la pasó bien. Y digo esto porque sé que esas personas algo dogmáticas que gustan de alambrar el mundo van a pensar “Bela puede ser una diletante porque es una oligarca”. Bueno, mi abuela tenía una jubilación propia, la mínima, una pensión por viudez y ninguna casa propia, inmigrante polaca como era que se casó con un electricista y no trabajó nunca fuera de la casa después del matrimonio, y sin embargo –ah, esto que horroriza a los que tienen horror a la mezcla- compartió muchas cosas con Bela. Esta Bela Jordán también podría ser María del Carmen treinta años después, salvando la diferencia de clase que es bien evidente, hasta en el modo de hablar de cada una (Bela no dice “rompecabezas”, dice “pásl”). Porque María es de Turdera, mientras que Bela vive en una casa medio derruida de Sauce Viejo, como una aristócrata en una ruina. Pero ojo que en Diletante de ruinas no hay nada; casi podría decirse que la misma idea de ruina se pone en cuestión, porque esa casa de paredes descascaradas es la misma que le sirve a la protagonista para vivir al lado del río, para poder mirarlo cuando quiere, y porque Bela, activa, entusiasmada, curiosa, se conecta a Internet, se sube a su tractor de cortar el pasto para ir hasta la almacén a comprar algo (recuerdo de Una historia sencilla de Lynch), compra una motosierra y la arma ella sola. Kris Niklison la filma como Bela y también como vieja, es decir, filma a esa mujer Bela Jordán, con su modo particular de ver el mundo cuando habla, y al mismo tiempo filma la vejez, en ciertos planos donde la cámara recorre el cuerpo de Bela tan de cerca que se pierde la identidad de ella y lo que salta a la vista son las arrugas, los surcos, las manchas en la piel, todo eso que en general –Bela incluida, porque agradece que la vida, sabia, le quite la buena vista a la vez que le da las arrugas- no queremos ver. Además, la mayoría de las conversaciones que Bela mantiene con Cata, la mujer que la atiende, van a parar al mismo lugar, próximo y desconocido: la muerte. Bela habla de la muerte sin tapujos, necesita quererla porque no es tonta y sabe que la tiene cerca, y sin embargo la vence –porque ella no está a la espera de la muerte, está viviendo- con el arma más poderosa del mundo, el humor, cuando se ríe del casero que tiene miedo de encontrarla muerta, o de imaginarse una muerte tan original como que la parta un rayo mientras está mirando una tormenta. Piénsenlo un poco: estoy hablando de una película protagonizada por un ama de casa de cincuenta años y de otra protagonizada por una mujer de ochenta. Tanto Rompecabezas como Diletante, que son antes que nada muy buenas películas, ponen en primer plano esos cuerpos que la televisión y la publicidad ocultan. Ni Bela ni María del Carmen cumplen con los estereotipos femeninos de esta sociedad de mierda –porque lo es, lo es, y hay que decirlo. Bela no es Mirtha, ni ninguna de esas mujeres grandes a las que el mejor piropo que se les puede decir es “Estás igual”. Tiene el pelo cortito, sin teñir, y usa pantalones cómodos para andar en su tractor. María del Carmen, también de pelo corto, coge bien con su marido, le mete los cuernos y nunca, al menos por lo que se ve, siente culpa ni tampoco ganas de volver a hacerlo. Que ellas sean mujeres no es un dato menor. Ahora que las mujeres son increíblemente, después de décadas de feminismo, objeto de las miradas masculinas más que ninguna otra cosa, Bela dice una frase que es casi revolucionaria: “Cuando llegás a los sesenta, y los hombres ya no te miran como una conquista posible, ahí sos verdaderamente libre”. Entonces: vade retro, señores, que estas chicas están ocupadas con sus rompecabezas. (Este va para mi mamá, y para las abuelas que tuve, Dunia y Natalia, con un poema, La más mujer del mundo, que puede leerse por acá, y que dice una cosa tan inquietante como cierta, en ese lugar que es solamente de ellas: “Ninguno la conoce”.)
Con un espíritu tan lúdico como el que expresa el título del film, esta ópera prima de Natalia Smirnoff propone una historia singular, con toques de comedia costumbrista y dotada de curiosas situaciones y deliciosos personajes. Las distintas alternativas de la trama van conformando una mixtura tan atrayente como el placer de lograr ensamblar las piezas de un puzzle. Smirnoff debuta como guionista y realizadora introduciéndose en un mundo desconocido, quizás nunca abordado hasta ahora en la pantalla; el de los adoradores de rompecabezas resueltos sin mirar la ilustración a armar. A partir de este punto de partida la trama descubre la presunta existencia de torneos locales e internacionales en los que se compite por parejas. No vale la pena establecer si son reales o ficticios, sí hacer referencia a que Smirnoff no se conforma con esta extraña indagación sino que también tiene tiempo de hacer una lúcida semblanza de un grupo familiar que precisa oxigenarse. A través del vínculo de la protagonista con sus afectos y con el creciente hobby que la fascina, Rompecabezas avanza con simples y pequeñas anécdotas que sin embargo revelan subtextos y complejidades varias. Con la magnética expresividad de Maria Oneto como protagonista, la película se sostiene en un sólido elenco en el que se destacan Gabriel Goity y Arturo Goetz, excelentes y minuciosos a la hora de elaborar sus roles.
Un mundo para desarmar y rearmar El trabajo de María Onetto brilla en Rompecabezas. Es una actriz grandiosa. María del Carmen el personaje que compone en el film de Natalia Smirnoff se vuelve progresivamente notoria, de voz clara. Bella, en una palabra. Madre de familia, con cincuenta años de vida y de rutina, María del Carmen comienza a salirse de sí misma y de los demás; de a poco, pieza por pieza. Desarmarse para rearmarse. Con aristas que encajan mejor donde otras ya no lo hacen. Y todo por un regalo casual: un gran puzzle con una figura egipcia. En entrevista con Rosario/12, la realizadora Natalia Smirnoff -cuyo film le ha valido distinciones en el Festival de San Sebastián y en el de Guadalajara, además de ser seleccionado por la Berlinale no duda tampoco en destacar que "el trabajo de María me resulta increíble". "Qué le va pasando a una persona cuando va sumando nuevas capas, cuando lleva adelante una revalorización de sí misma, ese fue el planteo que nos tomamos con todo el equipo de la película. Descubrir un don es hermoso, y exige un montón de cosas. Lo jugamos tanto desde el vestuario como desde con la risa", destaca la realizadora acerca de su ópera prima. En Rompecabezas, María del Carmen comienza a transitar un doble camino, y lo sostiene mientras puede. Con el alma que se le sale del cuerpo de tanta alegría, de tanta pena. Entre su marido (Gabriel Goity) y su pareja de juegos (Arturo Goetz), entre el hacer usual y el cuarto de juegos y los sabores de té. "Por un lado empecé a escribir la película cuando había sido madre de mi primer hijo y, de alguna manera, tenía que descubrirme como madre. Me interesaba mucho pensar qué le pasa a alguien cuando descubre un don. La inspiración es el juego. Creo que como adultos nos sumimos en muchas responsabilidades mientras dejamos el ocio de lado, se nos vuelve difícil. Los romanos tenían un espacio para el juego, que era valorizado, pero la era productiva nos trajo un tiempo donde todo tiene que ser útil. Por eso me gustaba el rompecabezas, como idea de lo inútil", agrega la realizadora. Smirnoff recién vuelve de París, y señala "lo difícil y contradictorio que significa estrenar en toda Argentina, mientras que en Francia la película se estrena en treinta salas, con un sistema mucho más estudiado y pensado". En este sentido, es relevante pensar que gracias a la sala de cine El Cairo se le garantiza al film su estadía en cartelera. Me alegra tener tal garantía, porque no son películas hechas para tres días, sino que llevan otro tiempo. Además, la hicimos con muy poco dinero, en cinco semanas y con mucho esfuerzo. Fue alrededor de cinco años el tiempo que me llevó hacerla. María del Carmen disfruta sobre el verde del terreno que van a vender. El lugar de algún proyecto familiar ya caduco. El dinero de la venta, ahora, para los hijos y sus caprichos. Pero, de todas formas, algo hay en ella que da cuenta de otra cosa. Un vaivén de silencio que marca un hiato. El quiebre hacia otro rumbo. La pieza faltante del rompecabezas que ya se desarmó.
Mucho se habló de la primera secuencia de esta película, quizás porque tiene una elocuencia concisa que bien podría hacerla funcionar como un cortometraje autónomo. Vemos a una mujer que está cocinando, apresada por una cámara tan cercana que termina fusionándose con su rostro, sus manos, el delantal, los bollos recién amasados, el pollo esmerilado. Cuesta un poco calibrar los ojos frente a esos primerísimos primeros planos, porque la imagen se va de foco, o porque es la mujer la que se va de la imagen, muy concentrada ella en su labor, acostumbrada a que nadie se digne a observarla en esos momentos. Hasta que llega el cine para recordarnos que, tal vez, aún no hemos aprendido a mirar. (“Tengo un catalejo, con él la luna se ve, Marte se ve, hasta Plutón se ve, pero el meñique del pie no se me ve”, cantan los cubanos del grupo Buena Fe). Porque nadie presta atención al mundanal hábito, aun cuando el hábito engendra continuas obras de arte efímero, que van del horno a la bandeja para extinguirse al instante en la boca de algún lobo. Y no, no es el snobismo de la nouvelle cuisine y sus insípidas pocas nueces, porque la mujer sabe que los suyos todavía adoran lo clásico, o sea, los platos generosos y sabrosos. Y lo que en los segundos iniciales parece ser una cena de todos los días para la familia, enseguida se revela como un gran festejo con amigos y parientes, en donde ella renueva sin cesar el reparto de pizzas y empanadas, y su hijo le grita que se acabó el salame, y su suegra le dice que esta vez la carne mechada sí le salió rica. Alguien por ahí la llama Carmen o María del Carmen, mientras ella sigue con los malabares, de la cocina al comedor y viceversa. La vemos sacar una pizza del horno mientras con la otra mano escribe un Feliz Cumple de dulce de leche sobre una torta. Jamás pierde el cronómetro en sus tareas, pero es la cámara la que muestra cómo ella se pierde entre los otros, confundida con los otros, como si los contornos de su ser no pudieran separarse de la mesada, la harina o la escoba que barre los trozos de un plato roto. Ella y los otros son un todo, una unidad a partir de un rol social. Hasta que un día, jugando, descubre lo que siempre supo: que un todo se forma a partir de pequeñísimas piezas. De cómo perderse con los años y volver a encontrarse sin dejar de ser esencialmente el mismo todo, el mismo ser. Eso es lo que la directora Natalia Smirnoff quería contar en Rompecabezas. Que no es, y esto hay que remarcarlo, la historia de una victimización. Porque a María del Carmen (una esquiva y a la vez terrenal María Onetto) no le interesa dejar de ser madre y esposa. Ahora es, simplemente, un poco menos anónima para el mundo (su mundo, el que ella sola se armó, y eso es lo que importa). Ahora ella es una parte fundamental de su propio paisaje. Y el próximo año volverá a dedicarle un día entero a la cocina para invitar a todos y celebrar el mejor de los cumpleaños. Que no será el de su hijo o el de su marido, como el montaje pícaro de la primera escena nos quiso hacer creer. Será ella quien sople las 51 velitas. Y los cumplirá feliz. “En el arte, no se trata exactamente de saber lo que las cosas son sino, más bien, de sostenerse ante el hecho prodigioso de que sean…” (Santiago Kovadloff)
Ojo que se arma Como si la cámara fuera una forma de vida, Natalia Smirnoff persigue de muy cerca a su protagonista por un viajecito encantador. María del Carmen (María Onetto) tiene una existencia común y tranquila, apenas desafiada por minucias, una felicidad calma. Se copa con los rompecabezas y su vida parece a punto de desarmarse, como si ese ejercicio un tanto obsesivo de armar figuras fuera una analogía inapelable. La cámara la sigue de cerca, muy pocas veces la saca de foco, y el resultado en el espectador es una empatía natural con la protagonista, una manera amable de asumir una identificación que en un momento, y junto a un constante anuncio de que algo terrible está por suceder, se volverá vertiginosa. Costumbrismo afectivo, la estrategia de Smirnoff para contar la vida de María del Carmen exige una afinidad con la capa de ironía que extiende esa mirada por encima de aquello sobre lo que se posa, y también cierta paciencia hasta que el relato llega al punto en el que finalmente todo se trata de una decisión. Firmadas esas reglas del juego, dejarse llevar por la película resulta al mismo tiempo sencillo y apasionante, gracias al impulso que proporciona la intriga acerca de las dimensiones que pude adquirir la ligerísima, casi imperceptible disidencia que le da forma al conflicto. Una insistencia en los primeros planos y una música demasiado obstinada en el suspenso a veces sobrecargan de significados las escenas, pero esa pequeña incomodidad pierde peso al lado de las actuaciones de Onetto y Gabriel Goity. Un humor elegante y popular, de choque de clases, una opción valiosa por los gestos cotidianos y un registro amoroso y compasivo de la situación terminan de darle forma estimulante a una película cuyas modestas pretensiones llegan algo más que a un buen puerto, al mejor puerto posible.
Desear y jugar La opera prima de Smirnoff es un estudio meticuloso sobre el deseo, y en este caso particular en clave femenina. Una mujer de 50 años, ama de casa, quien vive con su marido (dueño de un negocio del rubro automotor) y sus dos hijos ya adolescentes en el barrio de Temperley, descubre una pasión inesperada, a propósito de un regalo azaroso recibido en el día de su cumpleaños: un rompecabezas. Es naturalmente el disparador de una aptitud y un gusto sobre las simetrías y las formas ya desarrollados en sus quehaceres domésticos, pero ahora aplicados a una actividad no circunscripta al pragmatismo hogareño. Descifrar rompecabezas no sólo habrá de alterar la interacción y los juegos de poder dentro del microcosmos patriarcal en el que servir parece ser su lugar y rol en el mundo, sino también será una práctica de libertad y un método de esclarecimiento de su deseo. La clarividencia de Smirnoff le permite no circunscribir la recuperación del deseo de su personaje a una figura narrativa repetida, más masculina que femenina, en donde la heroína vuelve a vivir en la medida que aparece otro hombre. Aquí no hay sustitución de un marido por un amante, cuyo posible lugar podría ser ocupado en el relato por un aristócrata fanático de los rompecabezas, un virtuoso del tema, quien María (María Onetto)conocerá por un aviso vinculado a su nuevo interés y se convertirá no sólo en su compañero de juego sino en su facilitador simbólico: lecturas recomendadas, turismo cultural, educación dietética. Ni adulterio, ni drama familiar, Rompecabezas es puro erotismo, si por ello entendemos cómo, en este caso, una mujer, una persona “desanimada” y abandonada recompone su legítimo derecho a desear. Ver la paulatina transformación del personaje de Onetto es el discreto milagro material de Rompecabezas, aunque tanto Gabriel Goity como el marido y Arturo Goetz (uno de los grandes actores del cine vernáculo) como el partenaire de juegos, son dos compañeros dramáticos que facilitan el lucimiento de la actriz. Smirnoff, quien fue asistente de dirección de Lucrecia Martel, bien se la podría confundir como una fiel discípula: Rompecabezas, en efecto, ofrece lúcidos apuntes de clases, así como sus diálogos ostentan musicalidad y riqueza semántica. Como sucede con Martel, Smirnoff aborda un ethos, más no se focaliza en una parcela de la aristocracia decadente sino que presta atención a una clase media trabajadora y sus costumbres. Las diferencias se verifican en su concepción de puesta en escena: se privilegia (en demasía) los primeros planos; la música extradiegética suele duplicar los estados de ánimos de la protagonista; nada queda indeterminado, y menos aún, la elipsis es un eje de la narración. Lo esencial es visible a los ojos. Por último, el distinguido plano final con el que cierra el film mientras empiezan a correr los créditos posee un tenue tono afirmativo, algo que el cine de Martel suele carecer. Es que Smirnoff no es un epígono de la salteña, sino otra talentosa directora que (junto a otras realizadoras como Murga, Solomonoff, Poliak, Chen), como su personaje, destituye amablemente la falocracia cinematográfica, una tradición tan nacional como foránea.
Ningún alegato feminista Rompecabezas, la opera prima de Natalia Smirnoff, retrata la "implosión" de una mujer ante un mundo nuevo que comienza a descubrir. María del Carmen (María Onetto) es un ama de casa cincuentona que vive un suburbio del conurbano bonaerense. Felizmente casada con su marido (Gabriel Goity), tiene dos hijos y es una mujer "de su hogar" hecha y derecha, que se dedica en cuerpo y alma a su familia, y asume un comportamiento que parece naturalizado por su entorno. Pero un día, a través de un regalo de cumpleaños, esta mujer descubre que tiene un don: el de armar rompecabezas. El hobbie muy rápido se convierte en obsesión y pasa a ser el tema central de su vida. Así conoce a Roberto (Arturo Goetz), un millonario mayor que ella y también "adicto" a este juego, que aspira a participar en el torneo mundial en Alemania. El hecho de toparse con la habilidad de armar rompecabezas comienza a funcionar para María del Carmen como una liberación. Pero a la vez, el temor al cuestionamiento familiar la obliga a que los encuentros con Roberto se vuelvan clandestinos. Y será entonces cuando los modales refinados de su compañero de afición también la embarquen en una especie de despertar sentimental. Rompecabezas, de la debutante Natalia Smirnoff, se sumerge en un camino de descubrimiento personal. Su guión se desarrolla de forma lineal, con secuencias que oscilan entre la comicidad y el drama. Se destaca así la actuación de Onetto, encarnando a una mujer de pocas palabras pero a la que se le transparentan sus sentimientos. La buena dirección y la fotografía a cargo de Bárbara Álvarez ayudan a retratar ese "peligroso" renacimiento de un ama de casa, dejando como resultado un película interesante que no busca plantearse como un alegato feminista, sino evidenciar el proceso interior de una mujer que descubre un mundo. Y lo consigue: no por nada, la cinta ganó el premio Casa de América en el Festival de Cine de San Sebastián y fue recibida con aplausos en el Festival Internacional de Cine de Berlín, en Guadalajara, Gijón y Mar del Plata.
María del Carmen, ama de casa con 50 recién cumplidos, es de esas mujeres dedicadas a su hogar, a su marido y sus dos hijos varones, hoy casi adultos. En esa casa con mayoría de hombres, el trago más amargo de tener que cocinar, lavar platos y ordenar la casa, pasa exclusivamente por ella. Cuando recibe como regalo de cumpleaños un rompecabezas, se revela un talento especial: puede armarlos muy rápido. Entusiasmada, vuelve al local donde le compraron el regalo para adquirir otro rompecabezas. Allí, un anuncio llama su atención: “Se busca compañero para torneo de rompecabezas”. A partir de allí decide vivir plenamente su nueva adicción, sin importar el desacuerdo de su familia. Después de tener un paso brillante por los festivales de Berlín, Guadalajara, y San Sebastián, el filme de Natalia Smirnoff es minimalista, pero está lleno de delicados detalles, captados por la cámara de la directora de fotografía Bárbara Álvarez, que juega constantemente con el fuera de foco y con suaves movimientos; una cámara que sigue siempre a la protagonista, acompañándola en sus momentos más íntimos, permitiendo registrar sus cambios internos. Los rompecabezas suponen un pasaje que va del desorden al orden, de lo irresoluble a lo resuelto; es allí donde radica la importancia de la metáfora, como elemento que reordena la vida de la protagonista, en el cuerpo de una ajustadísima María Onetto, muy bien secundada por Gabriel Goity y el gran Arturo Goetz.
Armando la vida Una costumbre tan atractiva como lo es armar rompecabezas no dejó a nadie indiferente alguna vez en la vida. Tal es el caso de María del Carmen (genial, María Onetto), quien desarrolla un extraño hobbie con este juego y logra hacer un dúo con Roberto (también muy bien, Arturo Goetz), lo cual -contra todos los pronósticos- cambiará su vida, más allá de su marido (otro que lo hace bien, Gabriel Goity), sus hijos y su rol como ama de casa. Vale la pena reconstruir una especie de storyline para esta peli porque no todos lograron dar con ella, y realmente hay que ver este mapa de costumbres porteñas, tan de barrio, que se entrecruzan con los poco habituales rincones de una ciudad que se descubre así misma sólo porque, como dijo Le Corbusier en su venida, "le dan la espalda" a su espejo mayor, el Río de la Plata. Rompecabezas, ópera prima de Natalia Smirnoff que fue recibida cálidamente en Berlinale, es un relato costumbrista, con paisajes de ciudad intimistas y una construcción de los personajes que hacen a uno recordar que todavía existe el cine de las cuatro paredes, ese cine concebido de la experiencia del teatro que Woody Allen reivindica con su fría pero genial reciente filmografía. La cámara en mano de Smirnoff con los planos cortos, y esa fotografía tan cuidada, hacen que uno se sienta parte de una historia que se abre camino paulatinamente mientras marca un ritmo parsimonioso y bello, que se contrasta con la familia tan ruidosa que se presenta en la gloriosa introducción con la fiesta de cumpleaños. Así también lo vive la protagonista, que un día se encuentra armando su vida (todo un símbolo obvio pero acertado por parte de la realizadora) y dándose cuenta que el amor está hecho en piezas y la enseñanza familiar se costruye también desde afuera y no sólo con lo que se mama en el hogar. Los mails, los celulares, estos medios se intentan colar en una historia casi figurativa y anacrónica, que de no ser por estos indicios estaría estancada en circunstancias de tiempo y espacio bastante ambiguas, y por ende confusas. Pero no, Smirnoff introduce estos detalles también en situaciones de crisis matrimonial, haciendo referencia a la globalización y las costumbres con unos contrastes admirablemente concebidos. El ritmo puede que sea aletargado, lo cual alejará a algunos, pero no por eso hay que ignorar una cinta que se vale por una mirada muy "de acá". Ahora, otra cuestión es lo llamativo que resulta el tratamiento tan femenino del film. Rompecabezas es eso, un film femenino. De hecho, el 70% del equipo de trabajo está conformado por mujeres, lo cual reafirma esto que apuntamos. Si bien tendrá sus ratos de decaimiento en la trama, y puede que una vez más nuestro cine muestre señales de que no se dejará de aferrar nunca al costumbrismo, Rompecabezas es una película que no hay que dejar de ver por su tratamiento estético, su mirada y su reflexión final, cuando la vida se muestra como un círculo que siempre busca cerrarse, nos guste o no.
Para jugar al juego, que mejor juega y que más le gusta... Ya desde su título, "Rompecabezas", la Opera Prima de Natalia Smirnoff deja abierta la puerta para un juego de asociaciones y recontrucciones lógicas y emocionales: es la historia de María del Cármen, una mujer que durante 20 años o más se ha dedicado a su familia -su marido y sus hijos- y que descubre, casi azarosamente, una pulsión, una pasión, un deseo al que decide escuchar y actuar en consecuencia. Un simple regalo de cumpleaños de una tía, será el disparador para que descubra en ese armado, en ese montaje, en esa búsqueda de la pieza correcta, la reconstrucción de un mundo interno propio. Descubre su "don": una forma y un estilo de hacerlo únicos -tiene una rapidez y una singularidad en el armado que asombra incluso a muchos expertos-, despliega su autodidacta y se anima a arriesgarse a más. En cada rompecabezas se redescubre, abandona momentáneamente su faceta conocida, la de "ama de casa-esposa-madre" para dejarse envolver por un juego que la desestructura, que le presenta a ella misma como una desconocida, que le hace poner en juego su pasión y principalmente, que le abre puertas a otras zonas de sí misma, completamente desconocidas. Nuevas facetas, nuevas versiones para una misma María del Cármen. María Onetto es la actriz ideal para dotar de vida a este personaje en cada una de sus miradas, en sus silencios, en sus gestos. Crece a medida que avanza la trama, a medida que se deja llevar por su deseo, a medida que deja libre su espíritu de juego... y se alía junto con las fichas de cada rompecabezas -exquisitamente filmadas-, transformándose en las protagonistas excluyentes del relato. Paralelamente, ve un anuncio en la tienda de rompecabezas en donde alguien busca a un compañero de juego para una competencia de rompecabezas. Es ahí donde aparece su partenaire de juego (Arturo Goetz, otra actuación brillante), y con él, un nuevo descubrimiento, otra nueva capa, un nuevo velo que María del Cármen se anima a descorrer ... hasta soñar con una competencia internacional de rompecabezas. Una fábula de ruptura de la rutina, de encontrar una nueva versión oxigenada de una misma vida, de un fuerte despertar interior, que encuentra en la dirección de Natalia Smirnoff un timón que la lleva a puerto seguro. Una deliciosa historia con excelentes actuaciones, nutrida con diálogos y situaciones con mucho sentido del humor, con mucha inteligencia pero por sobre todo, trabajadas con la sencillez casi imperceptible con la que cada uno atraviesa estas transformaciones renovadoras.
En el día de su cumpleaños, María (Onetto) del Carmen trabaja más de la cuenta. Va de un lado para el otro, llevando y trayendo platos con comida. La cámara se mantiene pegada a su rostro y revela una cierta incomodidad cuando pasa del silencio de la cocina al quilombo del comedor, donde un gran número de personas come y conversa. Uno de esos viajes tiene un desenlace imprevisto: Carmen se tropieza y el plato con salamines que traía se estampa contra la pared, a un costado de Juan (Gabriel Goity), su marido. Luego del incidente, ella levanta los pedazos desparramados en el suelo, los lleva hasta la cocina, los apoya en una silla y se dispone a unirlos. Un rato después, cuando todos se fueron, revisa los regalos y se encuentra con un rompecabezas. Lo despliega y se sorprende del placer que le genera el proceso de unir cada una de las piezas. Allí comenzará para Carmen el descubrimiento de una nueva afición, distanciada de los quehaceres cotidianos. Rompecabezas, la opera prima de Natalia Smirnoff, cuenta la historia de esta mujer de clase media, casada y con dos hijos, que disfruta de una práctica inútil. En la vida de Carmen los pedazos que se juntan pertenecen en general a cosas que se pueden arreglar, a cosas que sirven para algo. A la gente pragmática no se le ocurriría comprar un rompecabezas para armar la figura de una princesa (primera imagen, lejana y exótica, con la que Carmen se encuentra); eso sería una perdida de tiempo. Con timidez y en silencio Carmen se abrirá paso hacia un lugar propio. En ese trayecto conocerá a Roberto (Arturo Goetz), un galán solitario y excéntrico que busca pareja para un campeonato de armado de rompecabezas. La relación entre ambos será tensa al principio, pero poco a poco la serenidad de Roberto marcará el ritmo de los encuentros y despertará en Carmen una curiosidad que va más allá de las piezas. Su familia observará, con desconcierto primero pero comprensión después, la lenta transformación de la imprescindible madre de la casa, que descuida cada tanto sus ocupaciones para escaparse a otro mundo, de piezas sueltas y desordenadas. Es que en algún punto cada uno de los miembros de la familia posee una afición, un espacio inútil, lejos de la practicidad que se le demanda a Carmen: en un momento descubriremos que Juan practica Tai Chi Chuan en una de las escenas más relajadas y festivas de la película. El grado de comprensión que demuestra Carmen y el entusiasmo de Juan cuando le explica que para conectarse con la naturaleza es bueno abrazar un árbol cada tanto, son una muestra de la manera en que Smirnoff concibe a sus personajes. En su opera prima, la directora no se propone enaltecer a una heroína feminista; la intención de Carmen no es patear el tablero, sino lograr un espacio donde apoyarlo y detenerse unos instantes para armarlo y desarmarlo. El trío protagónico mantiene un registro sólido y alejado de la obviedad costumbrista al que la película podría haber tendido, y resuelve con madurez, de la mano de Smirnoff, líneas de diálogos simples y filosas. Pero en Rompecabezas todas las piezas de la puesta en escena se arman y se desarman en torno a María Onetto. Para la búsqueda que la película propone es muy difícil imaginar a otra actriz que ella, una mujer que parece estar todo el tiempo a punto de explotar. Onetto se adueña, con gracia y un sugerente erotismo de entre casa, de la piel de María del Carmen, una mujer tímida pero estoica que construye, a base de paciencia y decisión, pieza tras pieza, su propio espacio de resistencia.