Los trabajos y los días Hay miradas de todo tipo: miradas microscópicas, de entomólogo, como la de muchas películas de Marco Ferreri que bucean y ahondan en los detalles de la vida privada. También hay miradas globales, que miran el gran cuadro de situación, como ciertas películas de Bernardo Bertolucci, de Francis Ford Coppola, de Sergio Leone o por qué no, del mismísimo John Ford, que no reprimen la idea de fresco social, de termómetro de época. Los hermanos Dardenne, con Rosetta, dan acabada muestra de una sensibilidad que, a falta de argumentaciones más claras, daré a llamar mirada ambivalente o reversible. Ni global ni minúscula, equidistante, estrábica, pendular. Esa ambivalencia y reversibilidad tiene varios polos dentro de un tópico central en el cine de los Dardenne: las decisiones éticas. Por eso, el centro de la película tiene dos caminos: la ética de los personajes y la ética de la mirada de los directores como dos caras de una misma moneda. Veamos de qué se trata y por qué es tan importante esto en el sistema Dardenne y por qué Rosetta es un paradigma implacable. Ambivalencia ética: mirar. Los Dardenne son un ejemplo notable de coherencia: construyen una equidistancia tan noble que nunca son capaces de condenar a ninguno de sus personajes, precisamente porque adoptan un posicionamiento indicado y pudoroso con respecto a los acontecimientos. Esa distancia no es meramente la de la cámara sino la de la construcción narrativa en base a elegantes elipsis. En ese procedimiento de montaje es donde emerge la reversibilidad del ojo: saber encontrar la intensidad social en los gestos de un personaje y ver la miseria de la experiencia de la exclusión en los objetos. Ver el mundo en los detalles de la gente y ver la gente en los objetos que pueblan el mundo: un pedazo de papel higiénico, una botella de agua, unas botas, un sándwich comido a medias, un secador de pelo… Ver y no ver como un arte del parpadeo hace a la sensible reversibilidad de los directores practican con su ojo. La cámara, por su parte, está donde tiene que estar porque no es un lugar meramente invisible, sino un lugar justo. De ese modo, se construye una suerte de gran fuera de campo informativo que es imprescindible formular para no traicionar el posicionamiento ideológico de partida. En este sentido, los Dardenne nos someten a una muestra de contradicciones incómodas que nunca proponen resolver. Nos hacen ver sin enjuiciar, al mismo tiempo que lo que vemos nos pone en el terrible brete de tomar un partido: no hay manera de ser neutrales. El cine como una dilemática, un cruce de caminos. Ambivalencia ética: hacer. A su vez una segunda ambivalencia se presenta en el plano de los personajes: Rosetta hace que su lugar de víctima sea mutable. Y es mutabilidad nos descentra, nos impide la condena fácil. Es difícil querer a Rosetta pero también lo es odiarla o ignorarla. Sus raptos histéricos, sus corridas, sus decisiones abruptas nos impiden entablar una clásica empatía con ella. La delación, uno de los hechos más reprochables que hacen a su conducta, la hacen aborrecible. Pero siempre, ahí, están los Dardenne para corrernos hacia nuevos focos de tensión: nunca podemos “sintonizar” con Rosetta ni los demás personajes. De esa forma, los personajes cobran una dimensionalidad inusitada y a diferencia del cine de Robert Bresson, con el que siempre se comparó la obra de estos belgas, esa dimensionalidad es material, física, constatable. De ahí que la coartada idealista bressoniana se caiga a pedazos en este mundo de descastados. La ambivalencia moral revela así un mundo cruel y consciente de su crueldad a la vez. Esa reflexividad es extraordinaria ya que aparece en la transformación de la mirada y los gestos de Rosetta, que entrega un abanico de posibilidades frente a la mínima posibilidad de ascenso socioeconómico. Esa variación del carácter es justamente la que se presenta en su costado más perverso: la construcción de una máscara, de una víctima social, a la que no sabremos comprender cabalmente ni en el final. El último plano - claustrofóbico, sin atenuantes, ni respuestas a nuestras preguntas- es paradigmático: no hay continuidad de rasgos de personaje. No hay expectativa posible, sino, nuevamente, un parpadeo imposible de acciones explosivas. Ese arte del hacer con el cuerpo es otro triunfo de la ética de los desclasados, de los perdidos del mundo, de esos que se cayeron del catre, pero que nos hacen vivir la experiencia de la expulsión con una violencia única: esa que muestra que siempre se puede caer más. Esa ambivalencia, esa reversibilidad, es un brillante ejercicio de crueldad.
Los Miserables Finalmente llega a los cines argentinos Rosetta, primer film de los hermanos Dardenne, que no pudo estrenarse antes por problemas con los derechos de distribución. En la película, queda patentada la poética de los realizadores belgas, anclada siempre en las clases marginales cuyo conflicto gira en torno a la moral de su protagonista. Rosetta acaba de perder su trabajo, un buen trabajo según ella que la mantiene ordenada, dentro del sistema. Ella hará lo imposible para conseguir nuevamente un empleo y ganarse la confianza de un jefe, aunque ponga en riesgo la amistad con su único amigo traspasando límites morales. Si bien la película cuenta con diez años, no deja de ser actual en temática y estilo característico de los hermanos Dardenne. La cámara en movimiento siguiendo (acorralando) a su protagonista, describiendo sus acciones de cerca, con crudeza pero nunca juzgando, nos invita a reflexionar acerca de las clases marginales, sus conflictos, sus oportunidades. Los Dardenne no nos dan un mensaje, simplemente nos exponen crudamente –como si se tratara de un registro documental- a su personaje en conflicto constante con la realidad que le tocó vivir, invitando al espectador a sacar su propia conclusión. En este caso es Rosetta con quien se promueve la identificación, víctima y victimaria de la situación que atraviesa. Por ello importa y mucho la actuación de su actriz principal, Emilie Dequenne, quien obtuvo la Palma de Oro en Cannes –al igual que el film a mejor película- por su actuación. La película recae constantemente en ella, su rostro y acciones alcanzan niveles conmovedores, como la escena en que ella es despedida de su trabajo y se aferra -como si fuera su vida- a una bolsa de harina. Este elemento cotidiano alcanza niveles poéticos por su simbolismo. Aquí comprendemos el valor que Rosetta le da a su empleo, por más insignificante que sea. Los directores tienen el poder de involucrar al espectador emocionalmente en la vida de Rosetta, hacerlo sufrir por sus pesares. La realidad de Rosetta la golpea bruscamente y al espectador junto a ella. No hay en Rosetta una división de clases, no hay un espectador burgués opinando sobre las desgracias de un marginal, hay un espectador viviendo las desgracias de un marginal como propias, sintiendo impotencia frente a los golpes de la vida contra los cuales no puede reaccionar desde su butaca. Y en este movimiento hacia los extremos –impensables- es cuando el conflicto moral de Rosetta queda planteado en el film. Ahora la pregunta es ¿Qué haría usted en lugar de Rosetta?
Ser y tener Esta obra maestra de los Dardenne no perdió actualidad. Hace ya diez años que Rosetta sorprendió al mundo en el Festival de Cannes, donde los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne se llevaron la Palma de Oro a la mejor película y la jovencísima y debutante Emilie Dequenne, el correspondiente a la mejor labor protagónica femenina. Ha pasado bastante tiempo y Rosetta -que en nuestro país se exhibió en una Semana de Preestrenos organizada por Fipresci Argentina, en 2001- no ha perdido actualidad ni vehemencia. Sigue siendo una obra de arte, un alegato social, un filme sobre la humildad, un grito desgarrador acerca de cómo el entorno puede socavar el espíritu humano. A los Dardenne les bastan los tres primeros minutos para pintar a su protagonista y lo que le sucede. Rosetta es despedida de una fábrica luego de pasar su período de prueba. Ella se niega a abandonar el lugar y es forzada a hacerlo por los guardias. A partir de ese comienzo, Rosetta experimentará un espiral hacia el autoconocimiento. Y así como los directores de El silencio de Lorna utilizan la cámara en mano para promover nuestro acercamiento a la protagonista, el sonido ambiente, con los silencios que dicen más que mil palabras, y hasta la respiración de Rosetta retratan a la muchacha. Los primeros planos y los planos detalles no fueron elegidos porque sí. Hay una distinción entre lo que se quiere recortar y fortalecer en la mirada del espectador, por más que los Dardenne no cuestionen ni ofrezcan explicaciones del comportamiento, a veces díscolo, otros extremos, de Rosetta. Rosetta tiene los ojos azules más tristes del mundo. A los 17 años es víctima de una sociedad del Primer Mundo, en la que conseguir trabajo no es sencillo, pero indispensable. Para ella, tener trabajo es igual a ser un ser humano. No entiende la vida sin él, y hará todo, hasta lo impensable, para conseguirlo. Rosetta ve en la salida laboral un único camino para no caer en el hoyo en el que está su madre alcohólica, con la que comparte su casa rodante. Está sola en la vida, y cuando conoce a un muchacho, que puede quererla bien, o no, y ella puede enamorarse de él, por alguna circunstancia obrará de manera equivocada y despertará en el espectador un sentido primario más de rechazo que de comprensión. Los Dardenne, que antes de lanzarse al cine de ficción realizaron como productores o directores unos 60 documentales de tinte social, suelen privilegiar en sus personajes a los jóvenes. El tema del dinero (mejor, la necesidad de aferrarse a él para sobrevivir) ha sido central en La promesa, en Rosetta y en El niño -también premiada con la Palma de Oro en Cannes en 2005-, como evidencia de que algo les falta a esos hombres y mujeres para sentirse llenos, bien. No es que Rosetta sea ambiciosa. Sería un error entenderlo como un filme sobre las ramificaciones que tiene la avaricia, ya que Rosetta es un ser que pide, a su manera, que le den una mano. Contada desde un estilo que abreva en el neorrealismo, los Dardenne no utilizan en la columna del sonido ni un solo acorde. No hay música que adorne las situaciones o remarque actuación alguna. Todos los sonidos son de captación directa, bien al estilo documental. Parece increíble que Emilie Dequenne haya debutado con este filme, porque su labor es excepcional. Ese dolor en el estómago, recurrente en Rosetta, es un síntoma que queda en el espectador, que no saldrá igual después de ver esta película, testimonio de una época, y una circunstancia que, si bien se contó a fines del siglo pasado, tiene ribetes de dolor que permanecen, inequívocamente.
Una belleza con el sello de los Dardenne. Rosetta ganó hace diez años la Palma de Oro y el premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes. Diversos conflictos legales, tanto internos como externos, hicieron que esta pequeña gran película de los hermanos Dardenne -ganadora hace una década de la Palma de Oro y del premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes- nunca se estrenara comercialmente en nuestro país (sí se pudo ver en algún ciclo). Gracias a los esfuerzos del sello Zeta Films, que ya lanzó aquí El hijo y La promesa con gran aceptación (al igual que El niño y El silencio de Lorna , presentadas por otro sello local), este largometraje que consagró de forma definitiva a los cineastas belgas se verá finalmente en los cines argentinos y en copias en fílmico. Vista hoy, la película mantiene el interés, el rigor, la tensión, la potencia, la falta de concesiones y la mirada implacable sobre la "otra" Europa, aunque es cierto que pierde parte de su impacto si se han visto los siguientes trabajos de los Dardenne, en los que mantuvieron una línea estética y narrativa muy similar a la de Rosetta . Rosetta (Emilie Dequenne) es también el nombre de la heroína del relato, una chica algo gordita y no demasiado agraciada que vive en una casa rodante con su madre alcohólica (con la que mantiene una violenta relación de amor-odio) e intenta, sin demasiada suerte, conseguir un trabajo que la dignifique y le permita salir de su ahogo económico y existencial. La aparición de Riquet, un joven que trabaja para su mismo empleador en la venta callejera de waffles, parece ser la ayuda y quizá la contención emocional que ella necesita, pero su bronca, su angustia, su impotencia y su desesperación pueden más y, así, ella termina boicoteando la relación. Como en todo el cine de los Dardenne, con pocos diálogos (es mucho más importante para ellos el lenguaje físico) y a partir de una historia íntima, Rosetta ofrece una pintura desoladora sobre la precariedad social y una ley de la selva en la que terminan luchando pobres contra pobres. La puesta en escena apunta -también como es habitual en ellos- a la utilización de la cámara en mano, siempre pegada a unos actores que resultan aliados indispensables de los directores para transmitir en toda su dimensión la contracara y las contradicciones de la Europa opulenta.
Obra maestra en presente En Rosetta queda claro que, para los Dardenne, la realidad excede a toda posibilidad de comprensión definitiva y que el cine es, antes que un arma de conocimiento, una de desconocimiento. Pero la cámara de los hermanos lucha por conocer. Noticia de ayer: el primer día de 2010 va a estrenarse una de las películas del año. Aunque Rosetta no es una película del año próximo sino de hace diez, parecería como si en verdad fuera de dentro de diez años. O de cien. No se trata de la hipérbole de un crítico de cerebro acalorado, sino del carácter mismo de la unánimemente considerada obra mayor, hasta la fecha, de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, dos de los contadísimos cineastas esenciales del cine contemporáneo. Contemporánea: ésa es una palabra consustancial a Rosetta. Como pocas, la ganadora de la Palma de Oro en Cannes 1999 da la sensación de transcurrir en un eterno presente que, bueno es aclararlo, jamás se estabiliza, jamás se consolida, jamás es igual a sí mismo. Ese carácter –la inestabilidad, la situación de tránsito, el modo abrupto en que se establece una relación con el mundo– queda inmejorablemente definido en la secuencia inicial, a esta altura poco menos que legendaria. Una chica atraviesa, a velocidad maratónica, los pasillos de una fábrica. Parece empujada por la cámara, que la sigue con extrema ansiedad. Es interceptada por una autoridad, tiene una discusión, reclama que le den el puesto, argumentan que no es posible, forcejea, pelea, escupe, es echada. De allí en más, Rosetta (la debutante Emilie Dequenne, Palma de Oro en Cannes a la Mejor Actuación Femenina) seguirá buscando empleo. Y peleándose: con su madre, con distintos empleadores, con el administrador del camping en el que ella y la madre tienen instalada su casa rodante, con el empleado de una venta de waffles al paso, que le consiguió un puesto poco duradero. El plano final, interrumpido por la mitad –al mejor estilo Cassavettes–, muestra a Rosetta por primera vez fija, perpleja, tal vez a punto de pedir perdón. Jamás se sabrá si es así. Para los Dardenne (ver entrevista) la realidad es un exceso. Excede al cine, a la gente, a toda posibilidad de comprensión definitiva. La realidad se escapa. Al ver Rosetta podría decirse que, para los hermanos, el cine es, antes que un arma de conocimiento, una de desconocimiento. El espectador desconoce por qué no le dan a Rosetta el puesto que pide. Desconoce qué pasó con su padre, protagonista de un fuera de campo extremo. Desconoce si la chica tiene o tuvo vida sexual. “No bailo”, le dice a Riquet, el empleado de la wafflera, cuando él la invita, y el modo en que lo dice suena a virginidad. En una escena previa, Rosetta se arroja sobre el muchacho para frenarlo, lo tira de la moto, forcejean sobre el piso: es, sin serlo, el coito más salvaje que el cine haya dado en años. El espectador desconoce, también, si los dolores de estómago que hacen retorcer a la chica son producto de la tensión, de una enfermedad o hasta, por qué no, de un embarazo. Desconoce si el secador de pelo que se pasa sobre la panza es un método de cura casera, la herramienta con la que se daña o el origen de sus dolores. Desconoce por qué Rosetta está a punto de dejar morir a alguien, aunque cierta traición posterior tal vez ayude a explicarlo. Por una paradoja esencial a su arte, la cámara de los Dardenne, que es su ojo y el del espectador –y que lleva, como en todas sus películas, el extraordinario Alain Marcoen– hace, sin embargo, lo imposible por conocer. Aunque más no sea, por conocer ese centro del mundo que para ella es la protagonista. Por eso la corre durante toda la película, mientras la propia Rosetta también lo hace. Rosetta corre para conseguir empleo, para cargar con su madre alcohólica, para frenar al administrador, para visitar los varios escondrijos en los que guarda cosas aparentemente sin valor, como los zapatos que se cambia por botas de trabajo. Escondrijos: hay algo animal en Rosetta. Algo de bestia de carga, notorio cuando levanta una bolsa de varios kilos de harina o una garrafa. Algo como de liebre que escapa del cazador, como lo confirma un comentario al paso. “Ojo que hay un zorro por ahí”, le advierte en un momento el administrador del camping, como si fuera ella la que corre peligro. Desde ya que, como todas las películas de los hermanos y más que ninguna otra, Rosetta combina la fisicidad más extrema (el ruido de la moto de Riquet, fuera de campo, es uno de los más aterradores que se recuerden en cine) con el cuento moral, a partir del momento en que la muchacha comete un acto abominable. Abominable, pero –esto es esencial– no irreparable. Nada es irreparable, nada es para siempre en el cine de los Dardenne. De allí que en sus películas la palabra “moral” no esté asociada con una condena sino con una posible elección, una opción, un desafío. Consecuente con ese carácter no definitivo, Rosetta termina con un plano inconcluso, como cortado al medio, que en lugar de cerrarla la deja abierta para siempre. Esto debe ser entendido tanto en sentido concreto como, sobre todo, en sentido moral, para usar un término que, en plena posmodernidad, los Dardenne han logrado resignificar tal vez como nadie.
El cine imperecedero Tras una larga serie de intentos frustrados se estrena (¡y en fílmico!) la que probablemente sea la obra maestra de los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, Rosetta, a más de una década de su paso triunfal por el festival de cine de Cannes edición 1999, dónde obtuvo la palma de oro a mejor película y mejor actriz. El retraso es insignificante, ya que a diferencia de tantas y tantas películas que pasan sin pena ni gloria por la cartelera y son rápidamente olvidadas, Rosetta es, aún hoy, cine del presente y del futuro, como dijo Cronenberg en defensa de la decisión del jurado en Cannes que él presidía. Rosetta es una película imperecedera. Podemos decir esto porque poseemos el beneficio de la distancia temporal. Sabemos que el tiempo no suele ser misericordioso con las obras de arte, y si bien es cierto que el cine, como nos señaló André Bazin, es el único medio -junto a la fotografía- que puede apresarlo, aislarlo de su lógica destructora, lo cierto es que las películas envejecen. A pocas podríamos atribuirles la juventud eterna. Una de ellas es Mouchette de Robert Bresson, la historia de una adolescente solitaria (la Mouchette del título) de madre moribunda y familia negligente que vive en un pequeño pueblo rural. La violencia simbólica y física que es ejercida desde las instituciones (la escuela, la familia, la comunidad) sobre la muchacha despierta en ella pequeños gestos de rebeldía y la necesidad de escapar hacia ninguna parte. Y allí, enterrada hasta los tobillos en barro, caminando sin rumbo en el bosque bajo la lluvia torrencial, Mouchette se cruza con Rosetta. Las jóvenes se miran a los ojos –no se hablan, sólo abren la boca por necesidad, nunca para expresar su subjetividad- y prosiguen su camino, probablemente hacia su precario hogar, a cuidar de sus necesitadas madres (enferma la de Mouchette, alcohólica perdida la de Rosetta). No es el mismo bosque el que recorren, pero bien podría serlo: en ambas películas el bosque es el espacio de la soledad, refugio de los expulsados, último reducto de la incivilización en el mundo contemporáneo eurocéntrico. En ese sentido, hay una correspondencia entre espacio e individuo en Rosetta. Los Dardenne, ya desde sus inicios como documentalistas, se preocuparon por retratar a aquellos que quedan afuera de la representación oficial europea, los marginados por un sistema que se considera a sí mismo el cenit de la democracia y la civilización. Para ponerlo en términos coloquiales, los barridos debajo de la alfombra. Su terreno de acción es lo comúnmente denominado “cuarto mundo”, los que no pertenecen al primero pero ocupan su lugar en él. En la proximidad de la cámara con sus personajes desclasados podemos adivinar la intención de afirmarlos, de no dejarlos desvanecerse en el olvido, de acompañarlos en la terrible soledad que supone ser aislado del intercambio simbólico cotidiano. Por eso la fuerte impronta materialista del cine de los Dardenne (y también su tristeza y soledad), que se distancia en apariencia del más estilizado universo de Bresson y sus búsquedas ideales. Y, sin embargo, aún en su materialismo radical, Rosetta es una película espiritual. En esto sí coinciden los hermanos belgas y Bresson: hay un misterio por detrás del mundo, una verdad trascendental que no puede ser presentada sino simplemente sugerida. Por eso Mouchette y Rosetta resisten el paso del tiempo, ambas presentan un elemento que excede lo que sus despojadas imágenes presentan a simple vista. Bresson llega a él a través de la austeridad y la profusión de planos detalle, en busca de la revelación a la vuelta de la esquina. En el cine de los Dardenne aparece en la repetición ritual de ciertas acciones (en Rosetta el cambio de calzado en el bosque, otro elemento que la emparienta con Mouchette, cada vez que la joven vuelve del trabajo) y en el constante tópico de la delación, cuando Rosetta delata a su único amigo para sustituirlo en el trabajo, y la redención. En este punto los Dardenne les sacan ventaja a los otros realizadores del realismo social europeo, como Ken Loach, Mike Leigh, o, con la excepción de El empleo del tiempo, a Laurent Cantet: al limitarse a los fenómenos sociales y la explicación sociológica, jamás trascienden la realidad que retratan, volviéndose, en última instancia y a pesar de sus virtudes, banales y excesivamente atados a su tiempo. Los Dardenne en Rosetta afirman el lugar del desclasado europeo y, a la vez, sugieren una condición que trasciende el entorno inmediato, que se vuelve universal. Ellos, al igual que Bresson, pueden encontrar la verdad en la infinita tristeza de unas botas embarradas.
Con diez años de retraso llega a la Argentina Rosetta (1999), una de las obras fundamentales de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne. Como siempre el existencialismo social y el minimalismo expresivo se amalgaman para dar forma a un film sencillo pero eficaz, deudor del cine del genial Robert Bresson. A los señores les encanta remarcar la “gravedad” de sus retratos seudo documentales del lumpenproletariado de los países centrales, circunstancia que reproduce cual loro la crítica de pocas luces… la verdad es que les convendría hacer un poco de turismo por el tercer mundo para despabilarse...
Una demorada obra maestra A diez años de ganar la Palma de Oro en Cannes, por fin se estrena en la Argentina este segundo film de los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne. El demoradísimo estreno de esta obra mayor de los hermanos Dardenne, ganadora en su momento de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, es una gran noticia para el año cinematográfico que comienza, aunque en rigor se haya estrenado el último día de 2009. Su proyección en fílmico (y no en DVD ampliado, como tantas veces sucede por estos pagos con películas de las llamadas “de autor” o de cinematografías periféricas al mainstream), además permite asomarse con propiedad a una de las películas más importantes de la década del noventa. ¿Y por qué lo es? Porque es una muestra acabada del estilo de estos talentosos belgas, potente y austero a la vez, dueño de una capacidad para construir puestas en escena detalladas y, sin embargo, casi invisibles, de esas que no dan tregua al espectador. El film nos embute –no es una exageración: la cámara está constantemente sobre los hombros de la protagonista; y con ella nosotros– en la historia de la joven Rosetta (la notable debutante Émilie Dequenne, también ganadora en Cannes), una muchacha desempleada que vive junto a su madre alcohólica en una casa rodante ubicada en un camping en las afueras de Lieja. Rosetta quiere trabajar, o mejor dicho, quiere integrar el trabajo a su existencia. Para ella no hay horizonte que no incluya un empleo, y nosotros, testigos de su andar aparatoso y de su amarga desventura, la vemos quebrar convenciones sociales y parámetros morales sin juzgarla ni horrorizarnos, porque su comportamiento nunca es definitivo y sí, claramente, el devenir de una vida con su porvenir difuminado por la falta de esperanza. Mérito de los Dardenne, que nos la muestran como una fuerza de la naturaleza impotente en medio de una dura realidad laboral que ya en 1999 exhibía un perfil brutal e insensible. Rosetta, el personaje, funciona como una síntesis de las muchas reacciones que puede provocar la incertidumbre de no saber qué será de nosotros mañana. De ahí sus dolores abdominales, sus corridas, la costumbre de entrar al camping por un alambrado roto y no por la entrada, su comportamiento maniático, su beligerancia. Los directores de El niño y El silencio de Lorna, con la fuerza de su cine, tan cercano al registro documental, seco y realista, logran que sus discutibles actos jamás nos repugnen y sí nos interpelen. Es que el mundo acorrala a la pobre chica: desde los empleados de seguridad que la sacan a la fuerza de una fábrica que la despide después de un período de prueba, hasta su madre, que cambia sexo barato por alcohol, pasando por Riquet, el vendedor de waffles que intenta ser algo así como un novio y termina siendo una más de sus pesadillas. “Yo sólo saqué lo que sobraba”, dicen que dijo Miguel Ángel al referirse a la creación de su David. Los Dardenne, con un recorte preciso y quirúrgico, rico en elipsis y fisicidad, con una presencia capital del fuera de campo, dan la impresión de haber logrado el mismo milagro artístico aquí, escogiendo de la vida de Rosetta aquello que mejor nos habla de ella.
Una chica de espaldas que mira sus pies. Rosetta lleva su nombre bordado en la blusa como toda filiación. No hay historia ni novela familiar. Rosetta está condenada al presente. Ningún discurso sobre el personaje que nos impida conocerla, ningún comentario sobre su vida. Los directores encuentran la distancia justa para retratar a su heroína, lo más cerca posible, afirmando la necesidad de la urgencia y la permanencia. No hay un plano que no contenga a Rosetta, no hay una sola escena que no se sacuda con su figura. Esta omnipresencia es una de las grandes fuerzas de la película pero no representa un salvoconducto moral ni compasivo. Rosetta produce rechazo, es una bestia acosada, agresiva, incapaz de entrar en contacto con los otros. Sin embargo, hay algo en su búsqueda que cautiva y genera una identificación extraña. La presencia sensible de la cámara y el tratamiento depurado de la narración constituyen una disposición discursiva moderna. Rosetta pone en actos su imposibilidad de decir en palabras y gestos, utiliza el ruido ensordecedor de un ciclomotor para rebelarse. Los directores adoptan el punto de vista de esta chica que mira sus pies, que no ve a la gente ni el horizonte y permanece recluida en su cuerpo. Cine de poesía. Los Dardenne hacen sentir la cámara. Hay una contaminación estilística evidente entre el estado psíquico del personaje y la puesta en escena. Pero se trata de un cine de poesía distinto al enunciado por Pasolini, porque la cámara no es autónoma y portadora de un juicio moral sobre Rosetta. Sentimos que la acosa, la cerca y jamás la suelta, pero sin embargo no la encarcela sino que la hace vivir. La heroína arrastra a la cámara y con su actividad frenética le impide tomar distancia y emitir un juicio. No hay distanciamiento crítico posible y el pensamiento no puede establecerse según los circuitos acostumbrados. Los objetos cotidianos adquieren nuevos roles apartados de su primera utilidad, un secador de pelo puede aliviar el dolor de estómago así como es posible quebrar los huevos con la cabeza. Rosetta no es un personaje neorrealista que observa una situación insoportable sin poder actuar. Ella está sobre sus pasos y la amenaza constantemente con sus movimientos vertiginosos. Rosetta se aferra a la máquina con la que trabaja como si fuera su muñeca. Con una sola imagen los directores describen el estado del mundo con mayor justeza y contundencia que los miles de páginas escritas sobre el tema. El último plano es simplemente extraordinario: Rosetta quiere suicidarse con un tubo de gas que no puede arrastrar por su peso, y esa incapacidad física es lo que finalmente la salva. Para no abrumar al lector realzando el cine de los hermanos Dardenne (al respecto pueden leer un texto acá), sólo agregaré que Rosetta es una película soprendente que marcó la consolidación de su estilo. Su demorado estreno comercial es, sin dudas, el primer gran acontecimiento cinematográfico de este año. En tiempos de tecnología 3D y sonido estridente, es preciso ver la conmovedora escena en la que Rosetta se dice buenas noches a si misma antes de dormirse, para comprobar por dónde pasan las verdaderas posibilidades del cine contemporáneo.
Una película del futuro En un artículo reciente, el cineasta Nicolás Prividera dice: “El primer día de 2010 se estrenaron en Argentina Avatar y Rosetta, dos filmes que representan dos modelos en pugna, de cuya batalla final en el nuevo siglo resultará que el cine -ese arte del siglo XX- logre perdurar, o bien dejar definitivamente atrás lo que supo ser (un avatar esencial de la modernidad) para volver a sus orígenes como mero espectáculo de feria”. El dictamen de Prividera coincide, retrospectivamente, con el de un colega suyo, el presidente del jurado de la competencia oficial de Cannes 1999, David Cronenberg. El responsable de Una historia violenta afirmaba en el periódico Libération, a propósito de su decisión de otorgarle la palma de oro a Rosetta de los hermanos Dardenne: «Hemos elegido lo que creemos será el futuro del cine, y sabemos que aquello que hoy está en los márgenes como siempre habrá de acabar en el centro… Desde mi punto de vista es pesimista Shakespeare enamorado, pues demuestra no tener fe alguna en el cine. Mientras que Rosetta me permite ser optimista debido a que muestra que el cine puede cambiar el mundo y que posee todavía el deseo y la fe de transformarlo”. El cine de los Dardenne interpela el presente sin condescendencia alguna; sus películas son filmes-relámpagos que iluminan la tristeza y la desesperación del mundo con la pretensión de alterar, por mostrar, el orden simbólico que las produce. Y a veces lo consiguen. Justicia poética y ejemplo del poder político del cine, la ley laboral para adolescentes en Bélgica, instituida el 12 de noviembre del 2000, se llama Plan-Rosetta. Cronenberg, el lúcido, tuvo razón. Rosetta cuenta la historia de una adolescente de 17 años perteneciente a la clase trabajadora que intenta trabajar para mantenerse y para mantener a su madre, una alcohólica compulsiva. El relato se circunscribe a mostrar la cotidianidad de Rosetta (Emilie Dequenne), dividida entre rituales de supervivencia y su rutinaria búsqueda de empleo. Puede ser la experiencia de cualquier púber de Córdoba, aunque el filme transcurre en Seraing, una ciudad de Bélgica que supo ser industrial. Rosetta pertenece a una generación que desconoce la pertenencia al movimiento obrero y sus luchas sociales. Su percepción de sí es solitaria, atómica, desvinculada de una conciencia de clase. Una mónada sin historia, una existencia inmediata. Por eso, la aparición de un otro, un joven llamado Riquet (Fabricio Rongione), a quien conoce en el paso fugaz por un puesto de trabajo, le permite reconsiderar su identidad en otros términos. Debe ser una de las escenas más conmovedoras del cine contemporáneo: Rosetta, antes de dormir, repite su nombre en primera y tercera persona. Es un diálogo, un monólogo. Tiene un amigo, tiene un trabajo. No es más un fantasma ante el gran Otro. Es alguien para otro, ya no está sola, al menos por un tiempo. Diríase que los Dardenne postulan un nuevo universo laboral al que consideran una zona de guerra: conseguir un empleo es participar en un combate. Si en Die Dreigroschenoper Brecht decía que el pan viene antes que la moral (debo esta cita al análisis de Jonathan Rosenbaum respecto de este filme, publicado en Essential Cinema, 2004), aquí la sentencia adquiere una materialidad opresiva. Tal sensación es conquistada por una construcción formal subordinada al relato. La cámara persigue a Rosetta como si ésta fuera un soldado en el frente: planos secuencia, cámara en mano, nada de música extradiegética. El sentido de urgencia se materializa en la respiración del combatiente, acaso el efecto sonoro más contundente del cine de los hermanos Dardenne. La cámara sólo se aquieta cuando Rosetta consigue un empleo y un amigo. Pero en la guerra la quietud es una pausa en la disputa. Lo sabemos: el desempleo disciplina, provoca comportamientos vergonzosos. Véase la escena en la que Rosetta delibera sobre dejar hundir en el río-pantano a su único amigo o salvarlo: ¿supervivencia o solidaridad? Esta escena se repite directamente en el espacio por antonomasia en donde se lucha cuerpo a cuerpo: un puesto. El enfrentamiento entre Rosetta y Riquet, tras una táctica legítima de combate, implica en el orden de la trama una suspensión biológica de la ética, y una decisión filosófica y narrativa por parte de los realizadores para ver hasta dónde puede socavar este nuevo estado de guerra la decencia de quienes combaten, compiten. En este sentido, como lo entendiera Bresson (acaso Rosetta sea una lectura materialista y actualizada de su Mouchette) lo que se puede decir con el sonido y la imagen es suficiente. Aquí el sonido de la motoneta de Riquet deviene, en la escucha de Rosetta, en el repiqueteo musical de un redoblante perteneciente a un ejército imaginario que anuncia la cercanía del enemigo. La puesta en escena de los Dardenne es precisa y austera, pero lo que ocurre entre los planos y con los planos habla de un dominio del medio propio de maestros. ¿O no se transfiere a quien mira el peso de una garrafa, el sabor de un huevo duro, la angustia localizada en la panza, el barro que hunde? La coherencia entre forma y contenido hace que el espectador experimente con su propio cuerpo la materialidad de la película. Los Dardenne carecen de escepticismo. Creen en el cine porque creer en él es volver a creer en el mundo. En efecto, Rosetta apuesta a un tipo de dignidad condensada en el último pasaje de su trama, en donde ambos personajes son testigos, como nosotros, de una metamorfosis. Es el gesto que convierte a un animal moribundo como Rosetta en un agente libre que impugna toda injusticia.
Elige tu propia aventura Un cuento moral no es lo mismo que un cuento con moraleja. El cuento moral no deja una enseñanza sino que nos enfrenta a los valores, al sistema de principios -religiosos o sociales, según el cristal con que se mire- que nos gusta creer que nos hace humanos. Rosetta es un cuento moral. Rosetta, además, es una chica que vive en una casa rodante con su madre borracha. La cámara de los hermanos Dardenne se pega a esta adolescente nerviosa que anda corriendo por ahí. Al principio la seguimos mareados porque la chica es opaca, no sabemos quién es, qué piensa y qué siente. Pero con el correr de la película, aunque no nos diga nada, de tanto acompañarla, encarnamos en ella y ya no podemos distanciarnos de su punto de vista, estamos totalmente comprometidos a seguir su suerte. Rosetta piensa que si encuentra trabajo va a tener una vida normal. Quiere ser una persona común, pero mientras tanto tiene que sobrevivir (en la acepción más primitiva de la palabra) y para eso desarrolló un montón de pequeñas rutinas que le aseguran la subsistencia. La vemos como un animalito salvaje y desconfiado, hace lo que tiene que hacer para comer, para curarse y para que no la lastimen. Hasta que un día encuentra ese trabajo que quería, y también encuentra un amigo y nosotros no ponemos contentos, nos alegramos por la suerte de nuestra heroína finalmente realizada. Pero cuando Rosetta se convierte en un ser social, en la persona que soñaba ser, la cosa se complica, porque también empiezan los cuestionamientos morales. Cuando tenemos que sobrevivir, todos estamos de acuerdo en que hay que hacer lo necesario para lograrlo, pero fuera de ese dilema, se nos acaba la solidaridad, ya no podemos estar tan cerca de Rosetta. Empezamos a juzgar si está bien o mal lo que hace, nos subimos a un banquito para opinar sobre las decisiones que toma para mantener el trabajo que tanto le costó conseguir. Y así, cuando en la menos animal de las decisiones, Rosetta decide imponerse un castigo y suicidarse, los Dardenne nos dejan irremediablemente afuera. En el final de la película Rosetta lleva sola su garrafa en su vía crucis personal y nosotros ya no somos ella, nos convertimos en el Simón de Cirene que la comprende y la ayuda o somos uno más de los que la condenamos y hacemos más difícil cargar su cruz. Mientras éramos animales podíamos hermanarnos, pero la moral nos hace únicos e individuales, para bien o para mal. Un cuento moral no viene a traer certezas, no nos enseña nada, sino que nos plantea problemas para que nosotros encontremos nuestras propias soluciones. Rosetta encontró la suya, ¿nosotros nos animamos a encontrar las nuestras?
Luchar por vivir Tarde pero seguro, es la frase que mejor la va a esta propuesta de los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne. Luego de diez años de espera y de solucionar unos problemas legales, llegó el día de ver esta producción franco-belga en pantalla grande. Escrita y dirigida por los hermanos Dardenne, la historia cuenta los malabares de una joven de 17 años, Rosette (Émilie Dequenne), para buscar y mantener un trabajo, en un mundo donde no sobran las posibilidades, y la lucha personal para no pasar a ser una marginada más de la sociedad. Lidiando día a día con una madre alcohólica y viviendo en un lugar precario, la protagonista pondrá todo su empeño en conseguir un nuevo empleo. Con una excelente actuación de Émilie Dequenne, la cual le valió un premio a la mejor actriz, en el Festival de Cannes (1999) y otro Premio al Mejor Film, en esta producción. Rosette es una película con diez años… pero recomendada para los tiempos que corren.
Los Darlenne y Yo A medida que me acercaba a la sala cinematográfica donde se exhibiría la función de prensa de Rosetta, traté de imaginar el plano inicial de la “nueva” película de los hermanos Dardenne, ganadora de la Palma de Oro en 1999 (sí, no es error de tipeo). “La protagonista camina aceleradamente por alguna vereda medio marginal de alguna ciudad industrial de Bélgica, de espaldas al espectador, en un primer plano con cámara en mano sobre el hombro del personaje” Lógica pura, para aquel que conoce mínimamente el cine de los premiados hermanos belga. Si bien Rosetta no camina por las calles, sino por los pasillos de la fábrica para la que trabaja, el plano es tal cual como me lo había imaginado. Una película no se puede analizar de forma independiente. Sería facilista de mi parte opinar sobre la película evitando dos hechos importantes, contextuales, pero que son difíciles de quitar de la cabeza: 1º La película se estrena con diez años de atraso. Si bien, por la estética y la narración podría ser perfectamente contemporánea, hay que tener en cuenta que del 99 hasta el 09, los Dardenne estrenaron tres películas que presentan similitudes. Por tanto el impacto y la sorpresa en cuanto a la estética y la dura crónica social que retratan es menor de la que hubiese tenido en esos tiempos, aunque hace diez años, mi punto de vista, debido a la edad sería muy distinto también. 2º La filmografía de los Dardenne tiende a repetirse, e incluso confundirse invariablemente. Ver cada película de forma independiente provoca admiración y nunca indiferencia. Sin embargo, necesitan una verdadera renovación. No es suficiente con alejar un poco más la cámara y agregar elementos más propios del cine noir que del melodrama social como hicieron en El Silencio de Lorna (2008). La última obra de Luc y Jean Pierre, es sin duda, una mezcla entre Rosetta y El Niño, ambas ganadoras de la Palma de Oro. La historia atrapa y es cautivante, y pronto uno olvida la estética para meterse en el micromundo narrativo, pero no puede más que sentir un deja vú visual. No vi, La Promesa, ni las películas temporalmente anteriores de los Dardenne para juzgar la obra general. Pero no puedo mentirme a mi mismo. Rosetta me hubiese encantado más si la habrían estrenado cronológicamente, quizás es por eso, que sigue siendo El Hijo, mi película referencial de ellos. Solo, que afirmo, que no fue solo el hecho de haberla visto primera. El Hijo tiene un nivel de sutileza mayor, y una intención de impactar e involucrar al espectador, mucho menor que las demás películas. Es la menos violenta, la más contemplativa, pero a la vez, la más fuerte en la narración, la que deja al espectador con una sensación de impotencia suprema. La Fuerza de Rosetta Por otro lado, es innegable que Rosetta es otra demostración de cómo hacer un cine emocionalmente efectista, dramáticamente potente, con pocos recursos, y rompiendo moldes tradicionalmente narrativos. Al igual que las demás obras de sus autores, Rosetta no tiene principio ni fin. Empieza con el primer punto de giro y termina en la mitad del climax, por lo cual sentimos que los Dardenne nos meten violentamente en el mundo de esta chica post adolescente, enfrentando a un mundo injusto. Ella tiene 17 años. Vive con su madre borracha en un trailer en medio de un camping, al borde de una ruta suburbana. Acaba de perder su empleo, al tiempo que trata de abortar caseramente. Su única meta, parece ser, encontrar un trabajo decente y fijo. Nada de periodos de prueba o reemplazos. Ella es orgullosa y voluntariosa, no quiere prostituirse como la madre, ni recibir limosnas. Su esperanza está en un puesto de waffles, donde reemplaza provisoriamente al hijo del dueño. Se gana la amistad de otro empleado, Riquet, que se solidariza con ella y parece buscar algo más que una amistad. Pero, la necesidad de Rosetta, por tener una vida sólida, provoca que tenga violentos arranques de ira, que le traen más problemas que soluciones. Los Dardenne crean un personaje perfecto. Humilde, pero honrado, orgulloso, pero malicioso. Una víctima de la sociedad laboral. Una vida en el borde de una edad, con comportamientos adultos pero a la vez, respuestas adolescentes. Un personaje que no quiere ser marginal, quiere crecer y se ve frenada por un mundo demasiado grande, aun visto en personajes comercialmente pequeños. Sin perder nunca el ritmo ni el clima ominoso gris; o la estética: cámara nerviosa, en mano, meticulosa, inoportuna, Luc y Jean Pierre mantienen en vilo al espectador. Pero la sumatoria de golpes de efecto dramáticos y algunos bastante bajos pueden provocar cierta incomodidad, que en una película estadounidense, serían duramente criticados. La narración in crescendo, hasta llegar al final ambiguo, provoca que el espectador siga atento los desaciertos de Rosetta. Como los demás protagonistas de los Dardenne, ella intenta llegar a extremos morales para lograr su meta, pero como típica antihéroe moderna, su conciencia cumple un rol central en su personalidad. O quizás los directores, se apiadan por ella, y deciden salvarla cuando ven que su vida corre peligro. Al igual que en sus anteriores películas, la elección del elenco es fundamental para dotar de verosimilitud al relato. La, por entonces debutante, Emillie Dequenne es un rostro inolvidable. Fiera, austera, melancólica. Casi sin pestañear y con la mirada fija, uno puede entender lo que sucede por su cabeza e incluso adivinar cual va a ser su próxima acción. El espectador, impotente, no podrá detenerla. Bien merecida tuvo la Palma a la mejor actriz. Fabrizio Rongione, y el actor fetiche de los Dardenne, el excelente Olivier Gourmet, completan el elenco. Al igual que en el resto de su obra, los Dardenne, golpean a la clase industrial y ponen su ojo desde el punto de vista y la posición, de una clase marginalizada, que usualmente el cine más comercial europeo trata de ocultar. Ya no vale la pena criticar el sistema de distribución (lo hicimos con Lejano en su momento) ni que debamos conformarnos en verlas en DVD. Es un poco injusto decir que los Dardenne se repiten. Pero ahora que nos pusimos al día con su cine, podríamos ponernos un poco más exigentes, y esperar que su próxima película, sin perder la identidad de sus realizadores, nos presente un micromundo un poco distinto. Aunque sea tan utópico, como esperar un mundo más justo, noble y equitativo para todos.
Un filme de culto, luego de 11 años “Rosetta” es el nombre de la protagonista y de una película que llega a los cines argentinos 11 (sí, once) años después de su consagración. Ganador en 1999 de la Palma de Oro al mejor filme en el Festival de Cannes, el relato sobre la vida de una joven que lucha por no pertenecer a una clase excluida de las bondades de la Europa rica no tiene contexto. Se trata de una road movie urbana, una cámara itinerante que persigue a Rosetta en su cruzada por conseguir un trabajo que la aleje de la cruel imagen de su propio futuro: una madre alcohólica. Trabajado como un documental, al punto que no tiene música y sí sonido ambiente, la cinta marcó una disrupción en la tradicional forma de contar, luego retomada, por ejemplo, en “El hijo”. Aunque cualquier evaluación, luego de 11 años, es muy difícil de hacer.
De lo personal a lo social, otra aguda visión de los hermanos Dardenne Esta realización podría inscribirse en lo que se conoce como drama social, al igual que otras grandes películas como “Ladrones de Bicicletas” (1948), de Vittorio De Sica, o, más próximo en el tiempo, “Germinal”(1993) de Claude Berri, pero algo la hace diferente y la misma razón es lo que produce la indefinición del genero. “Rosetta” es al decir de sus directores una “sobreviviente” de la globalización, del capitalismo salvaje, que ha unido en la miseria a mucha gente en todo el mundo. El filme se centra en su historia en particular, que bien podría universalizársela, pero el empleo de la cámara en mano a lo largo del rodaje, siempre muy próxima a ella, mediante los planos medios y primeros planos, como persiguiéndola, da cuenta de otra cosa. Ella se encuentra en el borde de la sociedad. El trabajo dignifica, pero también da pertenencia. Una terrible imagen abre la obra, una joven es despedida de su empleo en una fábrica, ella se niega a aceptar la realidad y su obstinación provoca un incidente violento que termina cuando es arrastrada, literalmente, por dos policías, fuera de la fábrica. Esta es una escena que muestra las intenciones discursivas de los realizadores, así crudamente y sin preámbulos. Rosetta no recibe explicaciones. Se sabe una buena empleada, pero el hecho esta consumado, y se queda sin empleo. Avatares de nuestro tiempo. Vive con su madre alcohólica en una casa rodante, en un camping de algún suburbio de una ciudad al sur de Bélgica. Su vida transcurre entre los viajes a la ciudad y básicas tácticas de pesca en un pequeño lago al borde del camping. La soledad profunda es fáctica, sólo su endeble relación con Riquet, otro joven perdido en la selva de cemento, que trabaja en un puesto callejero de venta de wafles, es lo que parecería ser el único resquicio de afecto que le queda. La perdida del trabajo hará estragos en los residuos de los conceptos morales que todavía parecen sostenerse en Rosetta. La historia del personaje se nos muestra tensa, centralizada y tenebrosa desde su origen, de la misma manera que el accionar de Rosetta, quien no es más que una jovencita con una vida particular, sin lugar permanente en el mercado laboral lo que se constituye en su tragedia personal y la fuente de todos sus sufrimientos. Mirando su realidad sólo sería modificable si pudiera proyectarse en un futuro laboral duradero, pues de la manera en la que vive, y el poco tiempo en sus trabajos, no le permite construir relaciones de amistad, pero tampoco sabemos nada de su pasado, ni se lo juzga importante. La vida en el remolque, la difícil relación con su madre, el retraimiento social, su falta de cariño, ni tener donde depositarlo ni de quien recibirlo, termina produciéndole quiebres personales que se traducen hasta en dolores físicos. La propuesta se apoya certeramente en un inteligente empleo de la cámara en mano, con los consecuentes encuadres, y en Emilie Dequenne (belga, 28 años, con 20 cuando protagonizo “Rosetta”) en una labor brillante que le valió el premio como mejor actriz en el Festival de Cannes, constituyéndose en su debut como una promesa en el panorama cinematográfico internacional. Esta realización data de 1999, nos llega con demora por problemas legales, revalida, si cabe, la excelente calidad humana y artística ya ampliamente reconocida por la crítica y el público respecto la obra de los hermanos Dardenne (Jean-Pierre, 58 años, y Luc, 55 años). Se iniciaron cinematográficamente en1978 sumando 5 documentales, para debutar en 1987 en el largometraje con “Falsch” a la que le siguieron otros siete producciones, de las cuales “Rosetta” fue la cuarta, habiéndose exhibido en la Argentina las tres que le siguieron: “El hijo” (2002), “El niño” (2005) y “El silencioo de Lorna” (2008). El interés y la preocupación por los temas sociales se encuentran presentes en toda su filmografía, desde los documentales en los que se ocuparon de la resistencia antinazi en Wallonia, la huelga general belga de 1960, los periódicos “underground”, las radios libres de Europa, y de cinco generaciones de exilados polacos. Inteligencia en la selección de las temáticas y las historias, agudas observaciones en el tratamiento fílmico, consecuente estilo y áspera narrativa caracteriza las realizaciones de los Dardenne. “Rosetta” es un claro ejemplo.