El oscuro camino a la fama Ginny (interpretada por Martina Krasinsky) es una bailarina que anhela con todo su corazón irse de su pueblo natal y está dispuesta a hacer lo imposible para saltar a la fama, sea el precio que sea. Es en un concurso de poca monta (donde el premio mayor es bailar en la tele) donde Ginny conoce a Paul (Joaquín Berthold), un representante de mucho peso que está dispuesto a darle una oportunidad en la vida nocturna de Buenos Aires. Es así como sin más preámbulos, Ginny deja todo de lado y abandona su pueblo para cumplir su fantasía, sin saber que está siendo engañada. Por otro lado, está Santos (Luís Machín), un periodista que a pesar de haber gozado de cierto prestigio en los 90, hoy en día se encuentra entre la espada y la pared y su programa está por ser levantado del aire a causa del poco rating que genera. En búsqueda de obtener respuestas para una de sus notas (las cuales ayudarían a poner a su programa de pie), Santos se sumerge en las profundidades de un boliche, en donde no solo se reencuentra con Paul (la película jamás explica cómo y cuándo se conocieron) sino que también conoce a Ginny, quien terminará siendo su amante en secreto. Es así como Sector Vip, en la primer media hora, presenta y desarrolla a sus personajes a la perfección. Los tres se encuentran en un ambiente donde la trata, la droga, y el poder son moneda corriente; y será la búsqueda del éxito (el único éxito que propone el sistema) quien los lleve por un espiral en caída libre. Acá poco importa la búsqueda del bueno y del malo; en cambio, son las emociones humanas las encargadas de ir tejiendo una historia que no decae en ningún momento. Sector Vip se puede calificar como película que se pasea entre el género policial y erótico de una manera envidiable. Su apuesta estética cargada de luces de neón y oscuridad son el punto clave de una fotografía correcta, que solo se molesta en darle protagonismo a los personajes; ya que son sus cuerpos los que atraviesan los efectos de una sociedad que continuamente los aplasta y que los llevará al peor de los desenlaces. Es así como esta película utiliza gran cantidad de recursos tanto estéticos como actorales, para mostrar una historia que entrelaza la corrupción, las fake news, la prostitución, y, sobre todo, la horrible condición que padece la mujer en el ambiente de la farándula. Sector Vip, dirigida por Ernesto Pinto y producida por José Celestino Campusano, es el ejemplo claro de que el género policial puede ser más que mero entretenimiento. En pocas palabras, estamos frente a un gran estreno argentino que no solo está bien realizado, sino que cuenta con actuaciones impecables; sobre todo el trabajo de Luís Machín y Martina Krasinsky. Muy recomendada.
De peón a rey "Cuando se desea desesperadamente la fama y el éxito el ser humano pierde la perspectiva, y se deja llevar por esas luces que encandilan. El filme plantea cómo las falsas promesas develan que aquellos, los más vulnerables, siempre fueron y serán las piezas de un juego en el que solo gana el rey." Pinto lleva a la pantalla un policial que funciona como pendular entre el cine negro, el periodístico y el drama social. Es quizá la primera parte de la película donde mejor consigue retratar personajes arquetípicos. El gran acierto es cómo el largometraje se toma su tiempo para presentarnos las diferentes historias que confluyen en un triángulo vicioso, cargado de sexo, corrupción, drogas y un dejo de amor. La fotografía y la musicalización aportan una lograda ambientación que remite a los años noventa, especialmente a la vida nocturna de la capital en los lugares reservados para unos pocos; aquellos a los que el poder y el dinero les otorga total impunidad, y los otros simples marionetas capaz de todo por conseguir lo que desean por llegar a ser. Destaca por sobre el elenco la actuación de Luis Machin, mientras que Martina Krasinsky logra con creces construir un personaje que es un poco niña y un poco mujer. "Alguien dijo alguna vez que “los peones son el alma del ajedrez”, y como bien la película de Eduardo Pinto lo evidencia, sus personajes desearan transformarse en rey o reina. Pero la partida ya tiene el destino escrito." Clasificación 7/10. FICHA TÉCNICA: ELENCO: LUIS MACHIN... Santos MARTINA KRASINSKY... Ginny JOAQUÍN BERTHOLD... Paul ANA CELENTANO... Iara (Mamá de Ginny) CARLOS PORTALUPPI... Francisco GABY VALENTI... Ana NAHUEL YOTICH... Román VICTOR SCHAJOVITSCH... Gustavo PABLO PINTO... Ricky CLAUDIO SANTORELLI... Tomás PABLO FERRARA... Charly CHRISTIAN MAJOLO... Guido PAULINA NATALIA CUENCA... Laura MAGALI SAISI... Tammy Dirección: Eduardo Pinto Guión: Rodolfo Cela Asistente de dirección: Cecilia Pinotti Director de Fotografía: Federico Jacobi Música: Claudio Miño Director de Sonido: Assiz Alcaraz Baxter Montaje: Horacio Florentín Dirección de Arte: Julieta Wagner Vestuario: Victoria Nana, Manuela Maglio Colorista: David Alexander Vargas Maquillaje: Stella Maris Jacobs FX: David Alexander Vargas Coordinación de posproducción: Horacio Florentín Productores: José Celestino Campusano y Horacio Florentín Coproductor: Víctor Schajovitsch Producción Ejecutiva: Mónica Amarilla, Marcos Izaguirre Casa Productora: Productora Audiovisual Chroma Ruta 2 S.R.L. Coproducción: Tribuna Films S.R.L
PINTO ESQUINA CAMPUSANO Por universos retratados, por geografías recorridas, por valorización de personajes habitualmente marginados y por un tipo de crudeza distintiva dentro del panorama del cine nacional, en algún momento los caminos de Eduardo Pinto (Caño dorado, Corralón) y José Celestino Campusano (Vikingo, Vil romance) se iban a cruzar. Claro que hay diferencias, mientras Pinto trabaja una mirada distante a través de los géneros cinematográficos y con una estética relacionada claramente con la ficción, en el caso de Campusano se bordea lo documental con actores no profesionales y una intención social, en un cine que busca ser verista a riesgo de caer en subrayados. Claro que hay diferencias entre ambas propuestas: ¿qué pasaría si de pronto Campusano confiara en intérpretes profesionales para jugar sus personajes extremos? Sector Vip es finalmente la intersección donde los caminos se encuentran, con Pinto oficiando como director y Capusano, como productor. Y es la película que pone en crisis algunos discursos, demostrando la imposibilidad de llevarlos a cabo por otros medios. Fácilmente Sector Vip podría haber sido una película de Campusano. Hay una generalización subrayada de determinados sectores: el periodismo, los relacionistas públicos, las chicas que quieren llegar a la fama, los tipos que merodean la noche. Todos vueltos caricaturas sin mayor sutileza. Es verdad que no suelen ser los ámbitos que el director de El azote frecuenta en sus películas, pero suelen aparecer por omisión en su retrato de criaturas marginadas y oprimidas, incluso como personajes muy secundarios. Es ese poder frívolo que Campusano repele y al que no puede darle siquiera una cara. Pinto, por contrario, suele trabajar esos contrastes, los exacerba traspasando límites que pueden llegar al grotesco y a una suerte de horror social bastante sórdido, como ocurría en Corralón. Y en su trama que cruza a una piba de pueblo que quiere ser famosa, un inescrupuloso RRPP de la noche porteña y un periodista en decadencia, Sector Vip no solo se vuelve un Pinto excesivo, sino también un Campusano que vuela por los aires. Y el poder hiperbólico de ambas miradas no hace más que construir un relato demasiado simplista sobre cómo funcionan las cosas en algunos estamentos del poder. Hay una falta de rigor que se impone por la necesidad de poner en primer plano los discursos, de señalar constantemente una corrupción sistemática que vuelve títeres a todos. Hay misantropía disfrazada de buenas intenciones, con giros insostenibles y un maratón de personajes horribles. Y si bien podría ser una película de Campusano, queda claro aquí que ese aspecto profesional de intérpretes reconocidos vuelve todo un poco más falso.
Una chica tiene sueños de fama y llega a la ciudad a trabajar de bailarina, luego de que un empresario de relaciones públicas le promete ser su manager. Se transforman en amantes mientras él la instala en un lujoso departamento y la contacta con distintos poderosos para que alcance la fama buscada. En paralelo, un periodista de investigación busca la noticia que le permita salir de la decadencia en la que se encuentra. La televisión ya no busca la clase de periodismo que él hace. Los tres personajes se cruzarán y entrarán en una trama de poder, tráfico de influencias y sexo. La película no ofrece una sola escena que no sea un lugar común o algo ya visto. Ninguno de los roles principales va más allá de una caricatura y las actuaciones están afectadas por la misma simpleza obvia. Cuando la película busca ser un policial, es mediocre, cuando intenta decir algo importante, empeora. A pesar de los elementos reales que expone, todo se vuelve demasiado forzado y nada de lo que pasa produce la más mínima empatía. Al final, la película no se priva de hacer una bajada política obvia cargada de intención política.
Noche, jet set, sexo, drogas, corrupción. Elementos que de por sí garantizan una historia interesante, sin importar su formato ni su procedencia. Tal es el caso de Sector VIP. Decidida a no hundirse de su pueblo del interior, Ginny (Martina Krasinsky) coquetea con Paul (Joaquín Berthold), un exitoso relacionista público de Capital Federal. Ella sueña con ser una artista famosa y él la ayudará. Los trabajos como modelo y actriz llegan pronto, pero también el precio a pagar: acostarse con hombres del poder y entregarse a todos los excesos posibles. En paralelo, Santos (Luis Machín), un periodista con valores de antaño pero ahora venido a menos, trata de concretar un informe sobre la contaminación del río y los oscuros manejos de los políticos involucrados. La joven y el veterano se conocen y entablan una relación más allá de lo sexual. Pero allí está Paul, quien le facilita a Santos documentación capaz de destruir a personalidades de las altas esferas. Así se conforma un triángulo desbordante de desesperación, dilemas y chantajes. Eduardo Pinto ya había incursionado en el policial con Palermo Hollywood y Caño dorado, donde demostró su buen pulso para las escenas más crudas y violentas, y sus aciertos para dotar a los protagonistas de una tridimensionalidad que permite empatizar con ellos. Basta con repasar el resto de su filmografía para notar que Pinto narra historias de sobrevivientes, de seres que buscan hacer su camino aunque le toque atravesar situaciones peligrosas. Esa línea autoral tiene su continuación en Sector VIP. Aquí el director (gracias al guión de Rodolfo Cella) no escatima en escenas de erotismo y brutalidad. Remite al cine policial argentino de los ‘80 y parte de los ‘90, pero Pinto sabe darle un vuelo propio y propone links con el mundo actual, aunque sin subrayar más de la cuenta ni ponerse tranquilizador. La ascendente Martina Krasinsky tiene el rol más desafiante de la película; un trabajo exigente desde lo físico y emotivo, del que sale muy airosa. Luis Machín nos recuerda su talento para componer a personajes atormentados, capaces de generar simpatía o rechazo, según la escena. Pero quien se roba la película es Joaquín Berthold como Paul, uno de los individuos más despreciables del cine argentino moderno; una eficaz combinación de estilo, seducción y ferocidad. Sector VIP nos sumerge en ese microcosmos de glamour, prostitución y fake news, en el que la inocencia y la verdad deben librar una batalla imposible contra un sistema degradado y degradante.
Cegados por la infamia y contaminados por el poder . Crítica de “Sector Vip” El director Eduardo Pinto estimula el cine de género con tópicos como las fake news, prostitución vip y corrupción La película dramática “Sector Vip” desprende un manantial de virtudes cinematográficas en manos de Eduardo Pinto. Una cinta con pinceladas vibrantes en un policial negro, erótico con signos de suspenso. Por. Florencia Fico. El argumento de la película “Sector Vip” se centra en el personaje de Ginny (Martina Krasinsky) una joven que viene a la ciudad con la idea de trabajar como bailarina, Paul(Joaquín Berthold) un agente de RRPP se convertirá en su representante. Santos(Luis Machín) un periodista en declive quiere encontrar una nota que lo haga resurgir. Ellos convergerán en una discoteca llamada “Sector VIP”, allí se da: trata de personas, las tensiones por el poder, drogas y negociaciones ilícitas. La dirección de Eduardo Pinto sobre la base dramática del filme incorpora suspenso, thriller erótico y policial negro. El realizador tiene el ingenio adecuado para superponer y traspasar los géneros fílmicos gracias a sus anteriores experiencias como en “La sabiduría” donde la violencia de género también se ve plasmada con western rural, a su vez en “Caño dorado” articula los personajes que transitan el bajofondo aunque también los dota de humanidad. El filme cuenta con otro experto en la exposición de conflictos sociales como lo es el cineasta José Celestino Campusano que como productor tiene la inteligencia para retratar y visualizar los sectores o temarios invisibilizados de la sociedad con una mirada crítica y reflexiva. El guion de Rodolfo Cela se amalgama de forma sustancial en la cinta con la aplicación de entramados y guiños a la marginada realidad. Se evidencia un libreto con diálogos fuertes, increpantes y en constante cambio de tono y esa versatilidad se alcanza con un gran trabajo de investigación. Cela en sus líneas manifiesta cómo la manipulación arrasa con los sujetos ya sea: el periodismo serio teñido por el sensacionalismo; o la agenda de los empresarios. Asimismo el mercado publicitario que hace diluir programas con conciencia ciudadana dando lugar a una prensa trivial de confrontación, polémica y picante. La prostitución vip también es un tópico en el filme bajo las falsas promesas de fama; un representante en éste caso Paul a una joven Ginny. Sus tácticas de persuasión para que logre sus objetivos, la violencia de género en formas psicológicas y físicas; que debe enfrentar la protagonista Ginny. La película también esboza el mecanismo de los operadores mediáticos, con la apariencia de informantes o gargantas profundas. Quienes inician un enmascarado plan que comprende extorciones. Persecución a los periodistas como lo es Santos que también se ve implicado en este círculo de ambición. Un toque típico del policial negro. Un párrafo a destacar del guion de Cela es la representación de lo subyacente, lo implícito o lo subestimado. La problemática de la contaminación que es solapada intencionalmente por noticias banales o fake news. La fotografía de Federico Jacobi despliega planos secuencia sensacionales dando esa sensación laberíntica que tiene el filme. Las capturas en cámara lenta dan cadencia a la filmación. Algunos planos cenitales y efectos de enfoque – desenfoque dan cuenta los estados anímicos de los personajes. Una toma panorámica de Ginny y Paul en un río devenido en basural en la grabación aérea es brillante. Jacobi y una metáfora del poder de la imagen y su contexto. La música de Claudio Miño emplea una instrumentación en climas de tensión o conflicto con piano o el violín. Y los ritmos electrónicos o cumbieros para ambientar los escenarios de discoteca. Hay algunos tramos con rock lo que genera más adrenalina al filme. El reparto esta compuesto por la protagonista Ginny en la piel de la actriz Martina Krasinsky quien le dio un porte bravo, seductor, sensible y muy contestatario. El actor Luis Manchín se vuelve un camaleón en su interpretación de Santos, el artista le da diversos picos de expresión y gestualidad. El actor Joaquín Berthold irrumpe con una composición explosiva, iracunda e irreverente. La actriz Ana Celentano le da vida a Iara madre de Ginny con una actitud inquietante. Y el actor Carlos Portaluppi en su papel como Francisco, dueño del canal donde trabaja Santos, lo lleva a los límites más oscuros y sarcásticos. El filme de Eduardo Pinto es un caleidoscopio fílmico donde pueden encontrarse tanto un registro realista, denunciante e intrigante. El trio actoral Manchín, Berthold y Krasinsky abren una catarata de sensaciones y pensamientos para que el espectador discuta y se interpele. Puntaje: 90
Buenos Aires brilla en su impronta de policial negro, cae la noche y se conjuga el escenario perfecto para ver debatir ambición y corrupción. Esta vez pasamos al Sector VIP, conocemos sus turbios personajes, sus historias de sed de poder y gloria. Solo por esta vez saldremos sin tener que dar nada a cambio. Eduardo Pinto retrata Buenos Aires nocturna con gran soltura (ya degustamos estas puestas en sus predecesoras Palermo Hollywood, Caño dorado y Corralón, combinación de polvos que darán lodos después, subterfugios sintéticos de prostitución. La historia tiene dos prisioneros, por un lado, Ginny (Martina Krasinsky), la carismática y ambiciosa chica pueblerina que se entrega a bailar por su sueño. Mágico inter-terror, su sonrisa oferto y vendió al más salmón de la ciudad. El rápido ascenso de Ginny a las marquesinas de calle Corrientes es la cara publica de su arduo trabajo, un mundo hiperrealista de sórdidos amos y esclavos. Por otro lado, Santos (Luis Machín) es un periodista arruinado, desesperado por las deudas y una vida familiar en quiebra. Su vocación y convicción periodística lo lleva a vagar errante entre coimas y culpas, consumando su plena decadencia al convertirse en un operador del poder. Paradójicamente todo a su alrededor lo empuja sádicamente a renunciar a su convicción para con la verdad y la justicia. Antihéroe lánguido, su villanía latente rompe con el poco decoro de su persona, consagrando la máscara de la hipocresía y la corrupción periodística. Se respira el clima de “apriete”, ese que recuerda con tanta fidelidad a Juan Carlos Descalzo, la ciudad es esa pegajosa telaraña donde los personajes se debaten moscas y arañas. Una extensa red de poder conjura el escenario para estas sórdidas tragedias, historias de títeres e irrepresentables villanos. SECTOR VIP Sector VIP. Argentina, 2021. Dirección: Eduardo Pinto. Intérpretes: Luis Machín, Martina Krasinsky y Joaquín Berthold. Guion: Rodolfo Cela. Producción: José Campusano. Duración: 109 minutos.
Joven y ambiciosa, Ginny (Martina Krasisnky), sabe que no puede tener la vida que quiere atrapada en el pueblo que la vio nacer. Por eso no duda en aprovechar la oportunidad de escapar cuando conoce a Paul (Joaquin Berthold), un supuesto representante de artistas que parece más que capaz y dispuesto en hacerla llegar a ese mundo de fama y glamour con el que sueña. El éxito no se hace esperar, como tampoco la revelación de que el precio a pagar para conseguirlo y mantenerlo va a ser bastante mayor del que esperaba. Por el contrario, Santos (Luis Machín), ya conoció el éxito pero no pudo sostenerlo. Supo ser un periodista relevante pero su carrera viene en lenta decadencia hace varios años, y cada vez su trabajo le interesa menos a un público más interesado en noticias polémicas que en investigaciones profundas. Por eso se ve fácilmente tentado cuando Paul le ofrece una carpeta con jugosa información sobre corrupción política, un informe que sin dudas lo pondrá de nuevo en el ojo mediático si es que se decide a publicarla. Que conozca el ambiente un poco más que Ginny no significa que no quedará enredado en las mismas trampas y obligado a seguir las reglas impuestas por gente tan poderosa como peligrosa, capaz de arruinarle la vida a ambos sin siquiera pestañear si es que eso es lo que mejor sirve a sus oscuros intereses. Extorsión, corrupción y esclavitud sexual son moneda corriente en el Sector VIP de ese boliche de moda donde se juntan poderosos de todo tipo a hacer sus negocios y buscar soluciones fáciles a sus problemas en manos de gente como Paul, siempre con el contacto necesario para cumplir los deseos de sus «amigos» por el precio justo. El mundo que muestra Eduardo Pinto (Palermo Hollywood, Corralón) en Sector VIP es uno del que se sospecha mucho y se habla poco, al menos con conocimiento de causa. No es un gran secreto que la droga y la prostitución VIP son moneda corriente en ese ámbito que puede costearse jugar al borde de la ley, pero en general quienes más conocen esa realidad son simultáneamente quienes controlan las herramientas para contarlo y no tienen ningún interés por hacerlo. La trama de Sector VIP toca varios temas interconectados, como la conexión entre poder político y económico, sobre cómo tienen en el periodismo a una de sus principales armas para dirimir sus conflictos y cómo entra en ese juego una industria del entretenimiento que vende mujeres jóvenes como si fueran objetos de consumo, disfrazando a la trata de personas con la elegancia de la farándula. Las dos tramas inicialmente paralelas de Ginny y Santos eventualmente se cruzan en la noche del Sector VIP, como es de esperarse, pero tarda un poco de más y cuando finalmente sucede lo hace con tibieza. No se decide a soltar la decisión de mantenerlos ajenos al sistema que al mismo tiempo los esclaviza y beneficia. La relación entre ambos es mostrada superficialmente en Sector VIP, sin atreverse a ahondar en los aspectos más oscuros y abusivos que obligarían a dejar en clara evidencia de que no están en una paridad de opciones y poder, contrariamente a lo que más de una vez se esfuerza en intentar subrayar la trama. Quizás sea eso lo que vuelve menos verosímil la contradictoria nobleza de Santos, que sigue proclamándose de moral intachable (y no es cuestionado) mientras sostiene una relación con una joven que podría ser su hija, sabiendo con bastante detalle las condiciones de semi esclavitud en las que vive. Con un guion que funciona sin grandes complejidades, un elenco que hace un trabajo correcto y teniendo en cuenta los antecedentes del director, no es una sorpresa que en Sector VIP se destaque sobre todo la propuesta visual, cómo es utilizada para narrar y no solo para mostrar. Mientras el mundo de Santos contrasta mostrándose avejentado y tan fuera de época como las ideas del periodista, el de Ginny y Paul mantiene ese código publicitario y de videoclip que tanto le gusta a una parte del cine local como sinónimo de elegancia. Y cuando lo necesita también se permite romperlo, mostrar la podredumbre bajo esa fina capa de pintura dorada que le ponen encima para vendérselo a la gente común. Faltaría que el lenguaje de Sector VIP no replique varias de las mismas cosas del sistema que denuncia (especialmente en el tratamiento de su protagonista femenina) para que no se sienta parte beneficiada de ese esquema y la crítica sea más honesta, aunque se quede en la superficie.
Limpia, negocios sucios El director Eduardo Pinto (“Palermo Hollywood”, “Corralón”) siempre ha apostado a un cine que se desarrolla en ambientes marginales, con personajes que viven al filo de la ley. Su nueva película, “Sector Vip”, no es la excepción. Los personajes principales son Ginny, una chica de un pueblo del interior que quiere triunfar en Buenos Aires a cualquier precio; Paul, un Relaciones Públicas que detrás de la fachada de un boliche maneja el negocio de la prostitución y es operador político; y un periodista (Luis Machín) venido a menos que busca recuperar la gloria perdida. Ellos forman un triángulo (no precisamente amoroso) que pone al descubierto el alto precio a pagar por dos segundos de fama, la crisis ética del periodismo y la connivencia entre la política y la trata de personas. La película persigue un tono realista y crudo, de policial negro, pero falla en muchos puntos. La búsqueda de cierto perfil psicológico de los personajes es inútil, porque la mayor parte del tiempo terminan respondiendo a un estereotipo: la chica inocente, el diablo disfrazado de seductor y el perdedor sin destino. La acción fluye pero los diálogos se traban, y hay una estética televisiva (irritante) que sobrevuela toda la película, subrayando ese costado de “actualidad caliente”. Por momentos en “Sector Vip” se notan las buenas intenciones, por momentos asoma la película que podría haber sido, pero en el resultado final el balance es negativo.
La nueva propuesta del realizador de Corralón, Eduardo Pinto, posee una fuerte denuncia sobre cómo se corrompen mujeres con el objetivo de lucrar con sus cuerpos y la construcción de fake news. Oscuro policial como los de antaño, con claras reminiscencias a Aristarain y Desanzo, y personajes estereotipados pero efectivos. CINEAR
Retrato de corrupción moral con un periodista que dice luchar contra los corruptos. Algo así propone esta película de Eduardo Pinto (Caño Dorado, Palermo Hollywood), un policial negro centrado en los siniestros laberintos de la trata y la explotación de mujeres. Cruzado con asuntos tan actuales como las fake news y las “operetas” entre empresarios poderosos, políticos, periodistas con ganas o necesidad de lucirse. Una chica que quiere largarse de su “pueblo de mierda” a toda costa, acepta la propuesta de un empresario de relaciones públicas que le promete hacerla famosa. La prostitución vip está implícita y las cosas le salen enseguida demasiado bien y demasiado mal. Su mánager la instala como atracción principal de un salón con sector vip al que es habitué el periodista (Machín), que necesita una noticia que le dé rating y lo mantenga vigente. El problema de Sector Vip, que así presentada suena a sin duda atractiva, es que nada es creíble. Nada fluye, en una narración que se empantana en cada escena, con diálogos declamatorios y personajes sin dimensión. Parecen puestos allí para hacer evidente la premisa, como si cumplieran con el guion en lugar de respirar, respondiendo a nombres como Giny o Paul. Es que demasiados clichés se acumulan sobre ellos, dibujados con estereotipos del relaciones públicas canchero y siniestro, la chica (casi) dispuesta a todo para ser famosa, el periodista que ya dijimos. La insistente música “de discoteca” tampoco ayuda a que la narración se desarrolle con algo parecido a la desenvoltura. Y todo termina por sonar a tesis anticuada, que se queda señalando con el dedo en lugar de creer de verdad en sus criaturas y lo que les pasa.