Soy de cuarta. El mercado de films adolescentes se ve nuevamente expuesto con esta nueva propuesta, es el caso de Soy el Número Cuatro, una producción de Disney, al igual que los últimos productos que vinieron llegando del país del norte como la saga Crepúsculo, encontramos acá otro relato sobreexplicado, a prueba de no permitir en el espectador tener la posibilidad de individualmente ligar las conexiones argumentales que se presentan. Es así como, el numero cuatro, representa al cuarto ser de otra galaxia que vino a la Tierra a vaya uno a saber que… Hay dos bandos, que por lo visto no tuvieron mejor idea que hacer lo mismo, llegar aquí, pelearse eternamente, unos buscar el dominio del mundo y otros esconderse por años, hasta que, al ser descubiertos, pelear y seguir haciéndolo. En fin, una vida de constantes mudanzas, cambio de identidades, donde llegado un punto nace un amor. Alex Pettyfer interpreta a John, el jóven número cuatro, quien al perecer su antecesor, su pierna comienza a adquirir temperatura en uno de sus tatuajes o marcas. Este episodio indica que él sería el próximo en correr con la misma suerte. Es allí donde el personaje toma conocimiento en tiempo record de quien verdaderamente es, realiza una especie de entrenamiento y luego se dedica a huir durante el resto de trayecto y enfrentarse a quienes venían buscándolo por todo el planeta. Tampoco se escapa de una subtrama colegial, donde tiene lugar la clásica historia del fuerte y el débil, y la chica que empieza a prestar atención hacia el que defiende al estudioso. De D.J.Caruso, director de aquella burla a Ventana Indiscreta de Hitchcock denominada Paranoia y la excecrable Control Total (Eagle Eye), no había mucho mejor resultado que esperar. No me atrevería a indagar sobre la verosimilitud del relato, no es necesario, luego del plomazo que resultaron al menos para mí estas casi dos horas de duración. Dentro de los rubros técnicos, los efectos especiales tampoco tienen mucho de especial, tenemos inclusive a un monstruo referencial a un velociraptor, trasladado en una jaula que parece alquilada del parque jurásico. La música es la típica de bandas ignotas a integrar una compilación para adquirir algún tipo de notoriedad si es el caso que el film sea un éxito. Misteriosamente tambien será exhibida en cine Imax, oportunidad para la cual pueden preparase para ver este despropósito y formato por iguales, de gran magnitud.
Lo trash (y como lograrlo) Este tipo Caruso es simpático. O deberíamos hablar de la simpatía de sus películas, en realidad. Es, a su modo, una suerte de hijo menos talentoso de un Larry Cohen, el histórico rey de la clase B. La cuestión es que, dentro de una filmografía limitada a unas pocas películas, este hombre va formando de a poco un camino reconocible: sus películas (al menos con Paranoia y Control total) tienen una marca, un estilo que las hace únicas, como si en producciones adocenadas el director hubiera encontrado un tono especial. ¿De qué forma? Partiendo de lugares comunes hiper previsibles (un vecino asesino descubierto por un tercero a quien nadie cree, un joven que ve conspiraciones paranoicas gubernamentales muy complejas y casi imposibles, un extraño que debe adaptarse al contexto de tierra extraña), reuniendo todos los estereotipos posibles en torno a esos universos remanidos, dejándolos actuar durante un tercio de película y luego poniendo cuarta a fondo, sacando el freno de mano y dejando que la película entre en un espiral delirante, haciendo estallar todo verosímil posible por los aires. Aquí, en Soy el número cuatro. la propuesta no es distinta a los casos mencionados. Pero da la sensación de que todo el plan se hubiera maquinado deliberadamente para llegar a ese delirio final. Esa sensación hace que el primer visionado se la película sea agradable y sorprendente (sospechando que la película se fue al demonio), pero ante una segunda visión pueden percibirse los giros de timón. Pero… ¿acaso eso la hace menos divertida? Para nada, quizás demasiado conciente, pero sin evidenciarlo hasta bien avanzado el metraje, el gustito del film de Caruso es el de la sensación de lo trash que se paladea en la boca. La sensación de fiesta entre amigos (que recuerda al tono lúdico y burlón de esa gran película despreciada que fue Aulas peligrosas, de Robert Rodriguez) permite disfrutar de la suspensión de la incredulidad más grande que un espectador pudiera pedir. Anoten: extraterrestre que escapa de perseguidores (por ahí ronda un tono sentencioso y cursi a lo Smallville, la serie de TV sobre el joven Superman) + cacería implacable a lo Terminator por parte de alienígenas de 3 metros de altura + película de adolescentes hormonales y sensibles que se enamoran y encuentran su lugar en el mundo (una suerte de tono Dawson's Creek pero con Kriptonita) + festival de one liners (el mejor, sin lugar a dudas, el de la bebida energizante, frase del año hasta ahora) + monstruos de CGI sacados del diseño del imaginario de las primeras Harry Potter. El resultado es una delicia que tiene menos de placer culpable que de placer irresponsable. La película tiene unos veinte minutos finales hilarantes, que redondean el tono fresco e imposible de un cine que ya no se hace, que es desvergonzado, que juega a ser malo pero no es más que una arquitectura trash de insólita simpatía. Son esas cosas que suceden los jueves en que nadie quiere estrenar, cuando todos están pendientes de los Oscar. Pero la "basura", ni falta hace aclararlo, también es cine.
Puritanismo post-Crepúsculo Estudiantina superflua y pretendidamente banal mixturada con el sci-fi más clase B que Disney pueda imaginar, todo salpimentado por escenas de acción sin demasiado brillo, Soy el número cuatro (I Am Number Four, 2011) es la primer muestra del enorme daño que la saga Crepúsculo le ha hecho (y lamentablemente seguirá haciendo) al cine para jóvenes. Hermana menor de la serie Smallville, en la que el director D.J Caruso dirigiera un par de capítulos, Soy el número cuatro se centra en John, un “adolescente extraterrestre”– adolescente extraterrestre- que debe camuflarse entre estudiantes todo lo comunes y corrientes que el target ABC1 al que Disney apunta sus cañones pueden ser. Ya se han muerto tres de sus compañeros y él será el cuarto. Pero llegan las mariposas al estómago y todo intento de supervivencia quedará supeditado a la hermosa Sarah (Dianna Agron). Si la premisa de un ¿hombre? con superpoderes perseguido en la tierra remite a la serie de Warner, la última película del director de Control Total (Eagle Eye, 2007) exterioriza como pocas la velocidad supersónica con que se esparcen los paradigmas y tendencias cinematográficas en la industria norteamericana actual. Es que a más de un año del lanzamiento de Crepúsculo (Twilight, 2008), allá por noviembre de 2009, la prédica puritana, el modelo físico adolescente inflamado a anabólicos, la neutralización de la pulsión sexual y la gravedad impostada a machacazos pergeñada por la pluma de la mormona Stephenie Meyer se expande como mancha de petróleo en el Golfo de México. Ya desde la elección del casting y el avance a trancazos de Soy el número cuatro se ve el aura republicana de la saga vampírica, con el perdón correspondiente a los vampiros y sus fanáticos. El veinteañero Alex Pettyfer compite en inexpresividad con ese fenómeno del marketing llamado Robert Pattinson. Ambos son de la escuela del rostro pétreo, siempre con rictus de constipado, quejoso por los dolores de una vida que los excede y no logran comprender. Aquí y allá, son mundillos donde drama se confunde con pesadumbre. Pero no es todo: adolescente y con torneado físico inhumano –lógico, es extraterrestre-, John encuentra en la belleza angelical de Sarah un motivo más que suficiente para su primer enamoramiento. Y sí, cualquier hombre haría lo propio si ella tuviera el rostro ahora mundialmente conocido de Dianna Agron, en un papel a años luz de los matices y vericuetos de la porrista embarazada de Glee. Lejos de celebrarlo, Caruso impone la misma condena moral a la pulsión y el deseo sexual que hacía Mayer con la insufribles diatribas morales del libido Pattinson. Quizá por eso haya una discordancia entre lo que se cuenta y la forma de hacerlo, con una gravedad inusitada, como si cada acto nimio de la vida cotidiana estuviera cargado con la certidumbre de lo irrepetible. Aquí está todo rebajado la idealización adolescente: él es perfecto, ella también, se conocen, se corresponden, pero no pueden. Épica romántica para púberes. ¿Que el trailer promete tiros? Sí, un poco hay. Malas, digitales e irrelevantes (¡igual que Crepúsculo!), las escenas con perseguidores de tres metros que acosan a nuestro héroe poco hacen para salvar a Soy el número cuatro del panfleto conservador. Película imposible, donde ni siquiera el nerd parece nerd.
Una historia que combina elementos de ciencia ficción con un romance adolescente Desde hace años, los estudios de cine están buscando incansablemente la próxima adaptación literaria de una saga infanto-juvenil que ocupe el espacio y se lleve los millones en taquilla de Harry Potter. La serie que pasó de la página a la pantalla que más se le acercó al mago de J. K. Rowling es Crepúsculo . Soy el número cuatro se ubica justo en medio de esos dos fenómenos tomando prestado un poco de cada uno. Por un lado, su personaje central, John (Alex Pettyfer), es un adolescente huérfano que debe ocultar al mundo que no es humano sino el cuarto integrante de una muy especial raza extraterrestre que podría salvar a la humanidad de unos malísimos guerreros llegados de su planeta de origen. Por el otro, obligado a huir junto a su padre adoptivo, el chico llega a un nuevo pueblo donde además de intentar esquivar a los estudiantes más populares que hostigan a sus compañeros por los pasillos conoce a Sarah (Diana Agron, de Glee ), solitaria fotógrafa aficionada. Así, Soy el número cuatro cambia a los magos perseguidos por el mal y los vampiros enamorados por un extraterrestre juvenil que, entre efectos especiales y unas cuantas persecuciones nocturnas muy bien coreografiadas, se hace el tiempo para declararle amor eterno a la chica de sus sueños. Camino al póster Más allá de que el guión tenga más de fórmula que de idea original, el relato entretiene, especialmente cuando logra olvidarse de los estereotipos -no es necesario acentuar las inclinaciones artísticas de la protagonista haciéndola usar una boina todo el tiempo-, para focalizarse en las escenas de acción. Aunque hacia la mitad del film dirigido por D. J. Caruso ( Paranoia ) el romance adolescente le gana espacio a la fantasía de ciencia ficción que prometía. En ese punto, el rubio Pettyfer adopta todos los gestos del conflictuado héroe que hace suspirar a las chicas. Así, el joven actor británico ingresó en el terreno que hasta ahora dominaba su compatriota Robert Pattinson gracias a Edward, el vampiro enamorado de la saga Crepúsculo. Para darle tiempo de establecerse como ídolo de adolescentes, la película planta indicios y presenta personajes que podrían desarrollarse en una secuela que, de realizarse, debería centrarse en la número seis, la extraterrestre bella, fuerte y poderosa que interpreta la actriz australiana Teresa Palmer. Y tal vez, si la segunda parte ocurre, los guionistas podrían darle algo más que hacer a Diana Agron, que en la serie Glee demostró bastante más rango actoral que en esta película. A pesar de algunas inconsistencias en el guión -como que el chico malo del secundario corrija sus modales sin explicaciones ni consecuencias de una escena a la otra-, Soy el número cuatro tiene el encanto de un entretenimiento sencillo que a pesar de sus pretensiones no se acerca a los films de Harry Potter.
Cine chatarra El estreno de Soy el número cuatro es la prueba de cuánto depende la industria norteamericana de las fórmulas. Así como para todos los 14 de febrero se estrenan una o varias películas sobre San Valentín, para los primeros meses del año nunca falta una película de acción y fantasía dedicada a los jóvenes, generalmente basada en una novelita exitosa en Estados Unidos, protagonizada por estrellas en cierne bajo la dirección de algún hombre de confianza (lo que en Hollywood significa: alguien que filme lo que los estudios quieren, rápido y barato). Soy el número cuatro, un nuevo eslabón en esa serie, está dirigida por D. J. Caruso y estelarizada por el joven británico Alex Pettyfer, dos que ya tienen experiencia en este tipo de productos: el director fue responsable de Control total y Paranoia, ambas con Shia LaBeouf, y el actor protagonizó Alex Rider: Operación Stormbreaker. Como en años anteriores, el resultado es de manual y los atractivos cinematográficos, muy pocos. Igual que otras películas de su clase (incluyendo las sagas Eclipse o Harry Potter), que a partir de las metáforas de lo paranormal, el vampirismo, la divinidad o la magia juegan con la idea de la adolescencia como tiempo y espacio de permanentes conflictos de uno contra todo (donde todo incluye a uno mismo), Soy el número cuatro se mete en el berenjenal que faltaba: el adolescente como extraterrestre. John es un joven que parece vivir una vida perfecta de sol y playa, de amigos y chicas. Pero resulta que el muchacho es, sí, extraterrestre: uno de nueve sobrevivientes enviados a la Tierra para salvar su raza. El problema es que hay otros seres del espacio, feos y brutales, que los vienen cazando en orden: ya mataron a tres y John es el cuarto. Lo más incómodo del asunto es que cuando uno de los suyos es asesinado, el cuerpo de John despide unos rayos de luz, que esta vez le espantan a la chica de turno en el mejor momento. Huyendo de un pueblo a otro al cuidado de su protector Henri (Thimoty Oliphant), John no tiene una vida social estable y mucho menos, identidad. Es por eso que, cuando llega al que será su nuevo hogar, el amor aparecerá como un nuevo obstáculo para su supervivencia. Con un imaginario de todo por 2 pesos en pos del consumo masivo, Soy el número cuatro es al cine lo que una hamburguesa con papas fritas a un plato gourmet. En esta idea del cine como comida rápida (chatarra también le calza), la película es casi siempre un desacierto. Y no sólo por lo previsible de la historia, el CGI a reglamento, los problemas de continuidad, el humor tonto o el esquematismo moral en el que los malos son feos por defecto y los lindos siempre buenos. Hay en la película una falta de preocupación por la coherencia y la cohesión interna. Nadie pretende que haya que explicar los motivos por los que estos chicos fueron exiliados de su planeta, ni de por qué los otros los persiguen. Pero que no haya ninguno, nunca, ya parece mucho. Del mismo modo, la reducción de la adolescencia siempre a lo mismo, sin matiz alguno, resulta casi ofensiva. El lugar común de los chicos raros estigmatizados por los piolas del colegio, el amor inmaculado que nunca se consuma en pantalla, la inseguridad permanente, todo presentado sin variantes de una película a la otra termina por agotar. Mientras tanto, un film muchísimo más entretenido y original en cualquiera de los sentidos posibles, como lo es Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños, ni siquiera tuvo un estreno comercial en cines. ¿Quién lo entiende?
Otra saga para adolescentes Después del irrefutable boom de la saga Crepúsculo resulta inevitable que aparezcan productos destinados al público adolescente, la mayoría de ellos originados a partir de versiones literarias. Este es el caso de esta nueva franquicia que ha adquirido Disney/Dreamworks bajo el titulo Soy el número cuatro, que forma parte del primero de seis libros escritos por Jobie Hughes y James Frey -quienes firmaron bajo el pseudónimo de Pittacus Lore- y cuya versión cinematográfica quedó a cargo del impersonal D.J Caruso (Paranoia y Control total). Algo de thriller y poco de ciencia ficción sobrevuela la atmósfera del film que se basa en una premisa básica: un adolescente extraterrestre, John Smith (Alex Pettyfer), debe pasar lo más desapercibido posible en la tierra para que unos asesinos alienígenas, los mogadorianos, no lo terminen matando como al resto de los nueve sobrevivientes de un planeta extinto. Sin embargo, pese a las órdenes de su guardián y protector Henri (Timothy Olyphant) de no sobresalir dentro de la escuela secundaria en Ohio –nuevo destino- para no llamar la atención, el muchacho pretende ser igual al resto de sus compañeros y no estará dispuesto a vivir recluido. Además, conoce a Sarah (Dianna Agron) y se enamora, así como intenta salvar a Sam (Callan McAuliffe) de las humillaciones diarias por ser el chico diferente de la escuela. No obstante, con la amenaza latente de que los mogadorianos hallen su paradero, John irá descubriendo ciertos poderes y una conexión con los otros adolescentes de su raza, con quienes deberá unirse para acabar con el enemigo (ese es el gancho de la continuidad de la aventura en sucesivas entregas). Así conoce a la número seis (Teresa Palmer), quien gracias a su popularidad en internet lo encuentra fácilmente. Ambos saben que la próxima víctima es él, dado que los asesinatos siguen en orden numérico. El principal problema de esta producción de Michael Bay es que la parafernalia de efectos especiales y la acción prometida aparecen promediando más de la mitad del metraje. Si bien es cierto que la primera parte funciona como presentación de la historia, los conflictos adolescentes y los personajes, el relato se vuelve demasiado anecdótico sin un buen desarrollo de subtramas que quedan a medio camino. Seguramente el espectador adolescente encuentre atractivo en la pareja protagónica; disfrute con alguna que otra ocurrencia de Sam y se deleite con un final explosivo pero sin sorpresas ni nada que pueda destacarse para un producto prolijo que por tratarse de su primera presentación deja varios interrogantes sobre su futuro. Con Crepúsculo había ocurrido algo parecido y luego la saga encontró su camino, en este caso habrá que esperar.
Alien todopoderoso Filme de acción con adolescentes con, ejem, todo a flor de piel. Las ventajas que tiene John, ya desde el afiche de la película, son inocultables. Si lo desea, abre los puños y de la palma de sus manos sale una luz, azul, muy útil para iluminar en bosques nocturnos, algún sótano o escuela cerrada. No es lo único que John puede hacer a voluntad con su cuerpo: tiene una fuerza terrible, salta como si rebotara en una cama elástica y –siempre achinando los ojos, haciendo muecas y extendiendo sus brazos- logra alejar de sí objetos que desea mantener a distancia. Como explosiones, malvados o monstruos. Soy el número cuatro se basa en una novela que fue (es) best seller y es producida –aunque no en los papeles- por Steven Spielberg, y por Michael Bay, el mismo de Transformers . John, por si no lo adivinó, es un extraterrestre que tomó forma humana aunque nunca sepamos cómo, y es el número 4 porque en total son nueve los alienígenas que abandonaron el planeta Lorien cuando los mogadorianos iban a eliminarlo todo. Y como no hay dos sin tres, a esos primeros tres los mogadorianos los aniquilaron junto al guerrero que acompañaba a cada uno como una suerte de ángel de la guardia (pero con una daga con lucecita, acertó, azul). Ahora John y su custodio Henri deben cuidarse porque los malos atacan en orden, por número de aparición. Que pase el que sigue. Soy el número cuatro es la (nueva) típica película de acción con algo de romance desde el inicio de la saga Crepúsculo , en la que los personajes son adolescentes que pertenecen a mundos diferentes. John sería como el vampiro que se enamora de la chica normal (aquí se llama Sarah, es fotógrafa aficionada, y justo lo que John menos necesita es que suban su carita a una red social) y debe luchar junto a otro mortal (un nerd hijo de un obsesionado por los ovnis que habría sido secuestrado por extraterrestres) y un perrito no tan faldero contra estos invasores pelados pintarrajeados y con branquias. El director D.J. Caruso expone casi el mismo dinamismo que en Paranoia y Control total , sus dos éxitos anteriores. Presumible primer capítulo de una saga, hay que esperar que aparezca la Número 6 (Teresa Palmer) para que la cosa se ponga mejor y la acción se asuma como tal. A Alex Pettyfer, el joven inglés de Alex Rider , lo veremos de aquí en más hasta en la sopa. Con algunas frases más o menos memorables –la dedicada a una bebida energizante no debe contarse como chivo-, Henri (Timothy Oliphant, de Duro de matar 4.0 ) le aclara a John que “nosotros no amamos como los humanos; lo hacemos con una sola persona y para siempre”. Error de marketing: debieron estrenarla antes de San Valentín.
El 4 y ocho más Sospecho que, víctima o cómplice de una compleja maquinación editorial / literaria / cinematográfica, el autor de la novela que da origen a esta película (aunque cabe sospechar que ambos proyectos son conjuntos), mezcló en dosis aparentemente equilibradas estudiantinas románticas entre adolescentes humanos y no humanos – todos bellos y estadounidenses, por supuesto -, cierto aire “cool” en sus protagonistas, misterios del más allá con ramificaciones en pasados lejanos -que podrán ser reconstruidos si el éxito comercial lo amerita- una pequeña dosis de miedo soft y una contundente arbitrariedad como modo de justificar cualquier cosa que le venga bien a la historia. Cualquier semejanza con la saga vampírica de moda, y la tradicional película de secundaria estadounidense (chico popular, chica popular pero madura, chico marginal lindo y hábil, más un pobre nerd humillado públicamente), es absolutamente calculada. John Smith es el cuarto de una serie de nueve niños sobrevivientes de un lejano planeta, luego de una matanza que ellos no recuerdan. Estos jóvenes portan dones especiales, además de ser la única y remota esperanza de reconstruir lo que fue su comunidad. Pero aquellos que asesinaron a su gente están en la Tierra buscándolos para completar su mortífera tarea. Y luego, planean apoderarse del planeta. John es el número cuatro. Los tres anteriores ya han sido asesinados. Ahora van por él. Apoyado por su protector, Henri, deberá pasar desapercibido de humanos y perseguidores, con el fin de mantener su legado vigente. En esta vida pueblerina, conocerá a una joven humana con quien descubrirá el amor – eterno para su especie – y será con ella con quien enfrente el ataque mortal de sus enemigos. Junto a ellos, el típico amigo nerd y la número Seis, una sexy guerrera extraterrestre también sobreviviente, desplegarán una lucha pletórica de efectos especiales. Soy el número 4 aparece como una película interesante hasta el mismo momento en el que termina la primera toma. Luego de la misma, se reconoce la concepción puramente calculada de la historia, que está formulada exclusivamente para intentar aprovechar y reproducir éxitos editoriales–cinematográficos, a expensas de un público pre-adolescente cuasi cautivo. El guión es muy pobre, carente de imaginación y arbitrario hasta el extremo (basta comparar la muerte del guardián del número 3 y del propio 3, para advertir que ello no tienen nada que ver con 4, 6 y Henri, el cuidador del protagonista). Lo cierto es que probablemente tenga un importante éxito comercial. El segundo de los libros ya está en producción y se anticipa al menos un par de volúmenes más. Cada uno con su correspondiente película. Hasta acá conocimos a 4 y 6, con lo cual podemos hacer la cuenta de cuantas secuelas y precuelas pueden esperarnos. Aun a riesgo de sonar cabalístico, si de números se trata, recomiendo obviar a estos y refugiarse en los viejos y queridos 86 y 99.
Soy el número 4 es un rejunte de historias y realizaciones. Es inevitable ver un montón de escenas tomadas de otras películas, lo cual no es lo más condenable en una película de Hollywood... ya que es habitual. Pero lo peor de Soy el número 4 es que es aburrida y solo algunas escenas pueden mover algo. Está claro que apuntan a Soy el número 5, 6 , 7 y así seguirla hasta que les de el presupuesto/ingreso. Como para dejar en claro lo mal planificada que está la película, cuando empiezan los títulos de cierre, te das cuenta que es el primer tema musical que suena con onda... o sea... ni los clásicos temas que acompañan las películas de teens tiene. Y también le metieron un poco de humor en algunas escenas y no quedan bien encajadas. Si te gusto Eragon... posiblemente esto sea de tu agrado. Si viste cine... no mucho cine... te vas a dar cuenta que es un producto clase C, que simplemente fue edulcorado marketineramente.
Anexo de crítica: Soy el Número Cuatro (I Am Number Four, 2011) es un producto paupérrimo dirigido al público adolescente y cortesía del tándem D. J. Caruso/ Michael Bay, dos verdaderos expertos en hamburguesas cinematográficas que ni siquiera saben bien. La historia del elegido ya la hemos visto cientos de veces, la catarata de lugares comunes termina aburriendo y sólo la actuación de Timothy Olyphant merece ser rescatada de la debacle…
El hombre que cayó a la Tierra. Algo que proviene del espacio exterior, se abalanza sobre el mundo y se interna en el bosque, lanzado a toda velocidad como un animal salvaje, marca el comienzo espectacular de la película. Los sobrevivientes de un planeta invadido vienen a parar a la Tierra. Sus perseguidores también. En un ambiente de cuento de extraterrestres, la pequeña película de Caruso envuelve una historia de teenagers cuyo humilde encanto se deriva en parte de albergar clichés como si fueran los últimos vestigios del mundo conocido. La premisa de Soy el número cuatro podría ser: si nos invaden qué nos queda sino resguardarnos en estas cosas humanas conocidas, por ejemplo el paso traumático por la preparatoria, reglamentariamente odiosa para los chicos sensibles, con sus matones de esquina; o la tímida desesperación que anida en las entrañas de un pueblo chico. El director construye todo ese mundo familiar para venir a interrumpirlo con la aparición de sus fuerzas galácticas en pugna. El número cuatro del título es un chico a punto de ser cazado por sus enemigos, alguien que va hacia la adultez mientras descubre, como cualquier superhéroe al uso (pongamos Peter Parker), que tiene poderes descomunales para defenderse y que debe aprender a administrar como es debido. La diferencia es que este chico sabe desde el primer momento que su vida no puede ser como las de los demás, por lo que padece la soledad de su doble personalidad aumentada por el condimento de un desarraigo esencial. Cuando va a la casa de una compañerita y conoce lo que es una familia siente la punzada de una rara añoranza, originada en la ausencia de lo que nunca se tuvo. La película describe un vacío por oposición y con eso le alcanza para dotar a su protagonista de un aura de justa nobleza. Una pelea con un monstruo comedor de pavos que tiene lugar dentro de un aula que queda literalmente destrozada, así como la presencia siempre amenazante de un oficial de policía, parecen sindicar la prescindencia de las instituciones en lo que respecta al estupor de los adolescentes protagonistas, ya sea el de los que buscan un hogar o el de los que quieren alzar vuelo y dejar el suyo. En sus paisajes diurnos, de pleno sol, o en las escenas de noche, en calles desiertas de un barrio que duerme satisfecho de su llaneza y rectitud, la película no se priva de ofrecernos ráfagas de una melancolía irrenunciable. Buscar un hogar o irse de él. La chica se queda sacando fotos hermosas, con su familia, que es adorable pero medio plomo, aislada del resto de sus compañeros de colegio; el chico, en cambio, porque es un perseguido y no le está permitido establecerse, debe partir junto a sus nuevos amigos, conjurados en una guerra secreta a espaldas del mundo, al menos mientras dure aquello que los amenaza (que aparenta ser eterno). Soy el número cuatro parece establecer todo su moderado andamiaje dramático bajo el signo de un sentimiento de desamparo universal. Sumando lugares comunes, a veces dignos de una telenovela, y el gusto indisimulado por un cine fantástico de diseño sencillo, levemente nostálgico, la película se las arregla para emitir un modesto esplendor a contrapelo del cine industrial actual.
Jóvenes alienigenas, entre nosotros... “Soy el Numero 4” es una adaptación de la obra de ficción de James Frey y Jobie Hughes, ‘I Am Number Four’, la primera de una futura saga de ciencia-ficción que se compondrá de un total de seis tomos, y por la cual DreamWorks ha pagado una cifra de seis dígitos. Por lo tanto queridos amigos la peli tendrá su continuidad dentro de la gran pantalla, y de seguramente fans, al igual que la saga de Crepúsculo cambiando vampiros por extraterrestres. Cuando se encendieron las luces de la sala me quedo el sabor de haber visto una larga jornada de tres capítulos de la serie televisiva Smallville, pues bien investigando en la red, “Soy el Numero 4” esta guionada por Alfred Gough y Miles Millar, guionistas de la serie del joven Superman la cual lleva varias temporadas en la pantalla chica. Qué bueno encontrar coincidencias, pero como esas hay muchas en dentro del film que los invito a descubrir. John Smith (Alex Pettyfer) es un extraterrestre adolescente que intenta ocultar su verdadera identidad tras la apariencia de un estudiante de secundaria común y corriente, para escapar de unos asesinos despiadados venidos de otro planeta que quieren destruirlo. Cambiando constantemente de identidad, mudándose de una ciudad a otra bajo la supervisión de su guardián y mentor (Timothy Olyphant), John es siempre “el chico nuevo” del lugar, pero ahora la pequeña Ohio se ha convertido en su hogar, y John deberá enfrentarse a nuevos hechos inesperados que le cambiarán la vida: su primer amor (Dianna Agron), el descubrimiento de poderosas y nuevas habilidades, y una conexión especial con aquellos que comparten su destino. Hay muchos hilos sueltos dentro de la trama, personajes que aparecen sin que se les avise donde deberían encontrarse, y frases descolgadas en medio de un poderoso ataque alienígena. Respecto a las actuaciones, nada deslumbra mas de lo que nos puede dar, pero molesta mucho el mentor del muchachito protagonista, me refiero a Timothy Olyphant, el cual no se despeina peleando ni tampoco se le cae una mueca ante diferentes situaciones, para “él” todo es lo mismo. Muchas marcas pusieron sus morlacos encubiertos dentro del film desde una linda muchacha que maneja un Ducatti y opera una HP, tirando frases de Red Bull, y Xbox. Fui con mi hijo a verla, un adolescente al cual le gusto la peli, sin hilar demasiado si esto les sirve para pasar un domingo… esta entretenida.
Engendro producido por Disney Pictures cuyo mayor logro es estar muy bien promocionado, que continúa con la línea de la Saga de “Crepusculo” (“Crepúsculo”, Catherine Hardwicke, 2008; “Luna nueva”, Chris Weitz, 2009; “Eclipse”, David Slade, 2010), esto es historias de amor improbables, destruyendo una vez más el mito de “Romeo y Julieta”, lo que seguramente nuevamente hará que William Shakespeare se revuelva en la tumba. ¿De que trata la historia? En algún lugar de la “madre patria” (EEUU) se esconden seres adolescentes de otro planeta, escapados para su supervivencia, confundiéndose con los terráqueos al mimetizarse con los adolescentes comunes y corrientes hasta que sus poderes estén maduritos y puedan defenderse, mientras tanto un adulto de ese planeta desconocido será su guía personal, tres de estos ya fueron asesinados por sus enemigos, seres en conflicto provenientes de ese mismo planeta. Nosotros, los espectadores, entramos en la historia cuando el ya jovencito John (Alex Pettyfer) y su guardaespaldas devenido en padrastro se ocultan en un pueblito perdido, con el fin de nos ser atrapados por esos malos muy malos. Allí conoce a Sarah (Diana Agron), una joven solitaria, fotógrafa, algo muy cercano a un nerd, pero sin las apetencias científicas e intelectuales de estos personajes iconos de las películas hollywoodenses de teenagers. La idea primordial es que éste joven atlético, rubio, alto, inteligente, atractivo, pase desapercibido en un pueblo chico que cumple el axioma de infierno grande. Esto por supuesto es del orden de lo imposible. Amor a primera vista que se concretará en una segunda oportunidad, mire que extravagancia, la de los guionistas, ¿no? Ya instalada la incipiente historia de amor, guionistas y el realizador intentará distraernos con una subtrama de competencia por ese amor que los dos adolescentes intentarán concretar, pero a los que se sumará, como antagonista de nuestro héroe John, el ex novio de Sarah. Todo es demasiado previsible, ya visto u oído infinidad de veces con el agravante de que esos elementos, que podrían llevar a satisfacer al espectador natural de estas producciones, son de muy mala confección, desde los efectos especiales hasta las supuestas escenas de acción. Pero otro punto posible de análisis de este tipo de productos, y creo que a la postre podría ser importante señalarlo, es el discurso que intenta instalar el filme, desde la premisa que estos seres extraterrestres se enamoran una sola vez y para toda la vida, sin dar mención de una sucursal de la Santa Sede en ese planeta remoto. Pasando por lo kitch y hermoso que quedan los tatuajes en los cuerpos de los jóvenes (el personaje principal tiene marcas identificables por todo el cuerpo), dejando de tratar de profundizar las circunvalaciones del cerebro, que se realiza con el estudio y el uso de la inteligencia. Hasta la promulgación de una nueva máxima: “Mente Tonta en Cuerpo Fuerte”, destruyendo la famosa frase del poeta romano Decimo Juvenal “Mens Sana in corpore Sano”. El que piensa pierde, parafraseando a Les Luthiers
REJUNTE DE IDEAS Película que junta todos los estereotipos y todos los lugares comunes imaginables de las películas dirigidas al público adolescente y que los envuelve de una simplicidad y de una extrema poca imaginación apabullante. "Soy el Número 4" no es solo una cinta que deja la puerta abierta para muchas secuelas, sino un film en el que son muy pocos los segundos de lucimiento que aquí se desarrollan y son ínfimos los ejemplos de creatividad y de expresión original planteados durante todo el transcurso de la historia. Luego de que tres de sus "compañeros" hayan sido asesinados por un grupo de extrañas criaturas, John Smith, el cuarto extraterrestre que logró salir con vida de su planeta, va a comenzar a ser perseguido por dichos seres. Él va a tratar de matarlos y de encontrar a algunos de su tipo para que lo ayuden. La historia tiene dos planteos argumentales que en todo momento se van mezclando: por un lado la tipica historia de amor adolescente, en la que el protagonista se enamora de una mujer y que por ella no va a querer continuar con su objetivo. Esta cuestión, además de no presentar el espíritu que muchas otras películas del mismo estilo desarrollaban (aquí no se siente el amor ni esa atracción física que los une), va evolucionando con una velocidad impresionante que le resta muchísimo entretenimiento y, principalmente, verosimilitud al romance. Por ejemplo: John y Sarah se conocen en el colegio; al día siguiente él está cenando en la casa de los padres de ella, quienes lo reciben con mucha alegría; el ex, celoso, mira cómo ellos están juntos; al cabo de una noche se dan el primer beso y él, rápidamente, se enamora como si fuese la mujer de su vida. Ellos pasan de ser dos personas totalmente desconocidas a conocerse con lujo de detalles en solo unos pocos días, esto es muy poco creíble, y la manera en la que el director decidió llevar adelante todo el triángulo amoroso, desmerece totalmente el disfrute de la cinta. Por otro lado, se encuentra la historia interesante y el centro fundamental del film: la guerra entre clases de extraterrestres. Miles de veces se ha contado la historia del elegido y de las personas que tienen que tratar de salvar al mundo de la destrucción, aquí no es la excepción y, aunque por momentos la cinta se hace muy disfrutable, nunca se deja de lado la continua utilización de los lugares comunes y de la "copia" de estilos visuales de otras películas. Son muchas las tomas que pueden referir a cientos de cintas del género y demasiadas las situaciones paralelas que van alargando y opacando el eje de la historia. De un principio se sabe cómo esto termina y no hay sorpresas ni situaciones en la que el espectador quede maravillado con la manera en la que se decidieron llevar adelante las imágenes. Los villanos no dan miedo, sus voces son ridículas y en ningún momento logran mostrar la ferocidad y esa furia que los personajes tanto temen. Es más, hay dos criaturas secundarias que dan mucho más miedo que el grupo de personas encapuchadas (¿se acuerdan de Silas en "El Código Da Vinci"?). Los efectos especiales son correctos, el trabajo realizado en las manos del protagonista y, en especial, en cada una de las criaturas gigantescas que van apareciendo, es muy bueno. Las coreografías están bien filmadas, la banda de sonido es acorde a lo que en escena sucede y logra mantener el "suspenso" de cada uno de los momentos. Las actuaciones son regulares, ninguno de los actores logra destacarse en su rol. Alex Pettyfer, Timothy Olyphant y Dianna Agron, los tres personajes principales, hacen bien el trabajo en general, pero nunca logran darle la chispa de identidad a sus papeles. "Soy el Número 4" es una cinta que le faltan muchas explicaciones, que se desarrolla muy rápido, que tiene una premisa muy recorrida en la historia del cine y que nunca logra elevar al máximo, ni mostrar lo más interesante de la historia. Una película que junta muchos estereotipos y no da lugar a que la verdadera identidad de la película logre emerger. Se disfruta, pero no es para nada satisfactoria ni distinta. UNA ESCENA A DESTACAR: colegio
Personas voladoras no identificadas Existen las “típicas” películas españolas, francesas, italianas y argentinas. Imposible definirlas, pero existen. Muchos espectadores somos capaces de reconocerlas. Soy el número 4 es una “típica” película norteamericana y es más que recomendable en su género. La dirige un cineasta con no mucho cartel internacional, pero a sus espaldas acompaña Michael Bay, palabras mayores en cine de acción a gran escala. Y Soy el número 4 tiene acción, aunque también sintoniza con buena fidelidad géneros como el terror, la ciencia ficción, la comedia, el suspenso o el romance. La salvedad mayor en relación a otros productos de Bay (sin quitar un merecido protagonismo al director y su equipo) es que éste tiene a un grupo de adolescentes casi adultos como protagonistas. John, Sam, Sara o Mark son los típicos chicos que visten desde un póster las paredes de una habitación juvenil, por ser los héroes y antihéroes de esta historia que habla y muestra a extraterrestres cazados por otros extraterrestres en nuestro planeta Tierra. John está despertando a esa realidad cuando el relato está poniéndose los pañales. Vive sobre una tabla de surf en una paradisíaca playa tropical y de repente es contactado por su tutor, quien le advierte algo que él ya había sentido en su interior. Acaban de asesinar al muchacho que lo antecedía en número de orden y ahora los asesinos intergalácticos irán por él. Mudanza a un colegio secundario y a un pueblo chico, y la pretensión de llevar una vida anónima. Pero John está maravillado con los poderes que están apareciéndole, y está descubriendo aquello que los humanos llaman “amor”. Puntos a favor en este largometraje son por ejemplo los sobrios y muy buenos efectos especiales, gran banda sonora (tanto de ruidos como de temas pegadizos) y un ritmo manejado con destreza, capaz de amalgamar un momento romántico con una batalla campal con rayos láser o una persecución monstruosa, diseñadas ambas escenas con herramientas de tecnología muy actual. También destaca el ofrecimiento de una generosa batería de las emociones, entre ellas sobresaltos, tensión, expectativa, comicidad o ternura, o sea las que en general se espera de este tipo de productos. En su género, por lo alto o por lo bajo, un filme llamado a sumarse a los preferidos de esta temporada que recién empieza. Y parece que se vienen una o más secuelas.
No hace falta ser muy sagaz para notar que Soy el número cuatro se emparenta claramente con la saga de Crepúsculo. Ámbito estudiantil, chicos y chicas carilindos y atléticos, amores entre humanos y no humanos, legados sobrenaturales para honrar, enfrentamientos entre líderes juveniles antagónicos, etc. Además, ante un desenlace que evidencia sin pudores aventuras en ciernes, se asegura en principio una secuela. Al menos opta por la ciencia-ficción en lugar del terror light de los films basados en los libros de Stephenie Meyer, con su remanido desfile de vampiros, licántropos y demás deformidades que se entremezclan con devaneos teens de poca monta. El film de D.J. Caruso (que viene de hacer un muy buen thriller como Control total), combina con cierto atractivo fantasía extraterrenal con acción y romance, logrando pasajes interesantes a través de ese errante adolescente cósmico, parte de una comunidad de nueve miembros, que huyendo de enemigos interplanetarios encontrará en Ohio un lugar de pertenencia afectiva. Más allá de la inevitable y algo forzada historia de amor y sin ponerse exigente con los bonitos protagonistas, Soy el número cuatro funciona como un buen anticipo de lo que vendrá si el éxito la acompaña. Los correctos efectos visuales se guardan alguna monstruosa sorpresa en la lucha final.
Alex Pettyfer me pareció muy frío y distante en su actuación y no creo que muchos espectadores sientan mucha empatía con el personaje, ya que no es muy carismático, por no decir nada. Si no hubiera efectos o escenas de lucha, creo que la película sería un bodrio total, ya que esas secuencias son las que...
La saga “Crepúsculo” abrió el nicho en apariencia inagotable de la ficción fantástica. Para satisfacer ese mercado y diversificar la oferta entre tantos licántropos y hemotófagos, llegó “Soy el número cuatro”. La apuesta, no demasiado arriesgada, apela a la fórmula de extraterrestres camuflados, perseguidos en la Tierra por sus enemigos galácticos que los asesinan en un orden determinado. El héroe está obligado a huir, hasta que el amor se interpone en su vida. Sin embargo, la producción tomó seriamente el objetivo y dio forma a una muy bien resuelta primera parte. Detrás del proyecto hay tres tanques de la industria: Spielberg con Dreamworks, Disney y Michael Bay, productor y director “Transformers”, “Pesadilla” y “Armageddon”. Y un director que supo darle a un relato bastante convencional el tono de una aventura épica.
El hecho de que en las principales salas sólo se exhibiera I Am Number Four en castellano me hizo suponer que sin dudas se trataría de una película para niños. Cuando finalmente pude conseguir un cine que la proyectara en idioma original, sólo bastaron algunos minutos para percibir no sólo la forma en que se articula sino también hacia qué público apunta. Un joven, el tercero de nueve que lograron escapar, evade como puede a quienes lo están cazando sin respiro hasta que finalmente es atrapado y asesinado. Acto seguido, a la oscuridad del bosque donde este se ocultaba se contrapone una soleada playa en donde el protagonista (Alex Pettyfer) tiene la oportunidad de mostrar su cuerpo trabajado mientras hace piruetas con una moto de agua. Es que la película juega en un espacio doble cada vez más recurrente, entre los suspiros de adolescentes y una historia de fantasía que los encuadra. A Harry Potter le queda sólo una película, a la saga Crepúsculo también, es entonces la oportunidad de instalar una nueva franquicia que permita seguir explotando esa mina de oro. Esto que desde un principio se presenta como una posibilidad se irá confirmando a medida que transcurra el tiempo y, siempre y cuando funcione en la taquilla, habrá más números que se sumen a la saga. El director D.J.Caruso comete el error de desaprovechar a su equipo de guionistas que bien saben de géneros para permitir que Dreamworks pueda introducirse en el mercado juvenil, sector para el que también compró los derechos de Fallen, historia de amor entre ángeles caídos y chicas inmortales. Así Marti Noxon quien escribía sobre vampiros en Buffy y Angel antes de que Stephenie Meyer hiciera lo suyo en Crepúsculo, junto a la dupla de escritores detrás de Smalville, Alfred Gough y Miles Millar, se limitan a desarrollar una historia simple con personajes calcados de cualquier historia para adolescentes cuyo único objetivo parece la recaudación. El problema de este tipo de películas es que llegado el momento de privilegiar una de sus partes, terminan optando por el amor adolescente. De esta forma termina convirtiéndose en una película romántica y lo fantástico sólo un fondo para desarrollarla, cuando el planteo original, la sinopsis, pósters, trailers y demás construyen otra idea. La noción que se promueve es que se trata de cine de ciencia ficción en el que, como en muchas historias del género, se puede formar una pareja, aunque lo que importa es el conflicto y el amor es secundario. Así, esta película oscila entre un género y el otro hasta que John confiesa a su protector Henri (Timothy Oliphant) que no puede olvidar a Sarah (Dianna Agron), a lo que este contesta que ellos no aman como los humanos, ya que cuando eligen a alguien este amor es eterno. Y así con una sola frase la historia deja todo tipo de pretensión de lado y se demuestra como lo que es, otra película de amor vampiro, pero con extraterrestres.