La encantadora comedia documental de Brenda Taubin La virtud del cine de hacer realidad los sueños es recuperada por este simpático documental que toma una historia mínima relacionada con Malvinas y la fusiona con los deseos de sus carismáticas protagonistas. El cine invita a sumergirnos en mundos paralelos, ajenos e imaginarios. Pero pocas veces ese universo de fantasía es tan cercano a la realidad como en este film que, con un tono ameno y mucha pasión por sus personajes, logra que ingresemos en la vida de las tres protagonistas y compartamos con ellas su cálido viaje. Telma tiene 77 años y con sus dos amigas van al cine a menudo aprovechando un programa para jubilados. Durante la guerra de Malvinas su hija Lili intercambió cartas con un soldado apodado 'El tano', un joven del cual no supieron más nada. Imaginar su vida, su forma física, sus sueños y sufrimiento en el campo de batalla, moviliza a las tres mujeres a conocer su paradero junto a la directora del documental. Sin embargo Telma, el cine y el soldado (2022) no se queda con la anécdota ni el misterio alrededor del ex combatiente, sino que da un paso más en el poder de evocación del cine para enriquecer, obnubilar e idealizar los recuerdos. La fábrica de los sueños se pone en marcha, esta vez por Telma y sus amigas, para dar con el hombre en cuestión. Realidad y fantasía se fusionan gratamente. La ópera prima de Brenda Taubin se aleja de los trágicos documentales sobre la guerra de Malvinas sin dejar de lado la memoria a recuperar como tema principal. La carta es el MacGuffin de una película que se centra en sus personajes, los enaltece en sus virtudes y en sus defectos, convirtiendo el paso del tiempo en formas encantadoras, con colores, vestimentas y puestas en escena artificiales. No hay nostalgia ni melancolía, sino mucho ingenio para trasmitir el placer por el encuentro, por disfrutar el momento, por ingresar a un mundo fantástico, como solo el cine puede lograr.
Las jubiladas también pueden ser detectives La película documental de Brenda Taubin funciona mejor en los momentos de comedia bizarra que en las secuencias dramáticas. Un análisis con lo mejor y lo peor de Telma, el cine y el soldado. El deseo de Telma es tan fantástico como el placer que le genera ir a ver películas con sus amigas. Ella, una mujer de 77 años con dificultades para moverse, ansía reunir a su hija Lili con su primer amor, un soldado de Malvinas con el que se carteó durante el conflicto bélico. Telma, el cine y el soldado, documental de Brenda Taubin, propone un recorrido lineal -con algunos valiosos flashbacks con archivo de la época- por el proceso de búsqueda hasta llegar al gran encuentro, instancia no tan emocionante en pantalla como se anticipaba. Telma es una mujer obstinada que no piensa en renunciar a su tarea, aunque eso le provoca algunos roces familiares (una hija que no aprueba del todo la travesía y un yerno celoso) y trabas en el camino, como lo son el uso de nuevas tecnologías para dar con el paradero del excombatiente Ernesto Antonio Gulla, el "Tano". Sobre él se teje una red de fantasías y cariño sincero por la conexión que sienten Telma y su hija. Son tan dulces y tiernas las proyecciones e imágenes que se hacen estas mujeres, que uno como espectador quiere que les vaya bien. Y aunque la alegría llega durante el clímax, este crítico sintió desolación durante el climax y cierto desencanto. El momento final, donde se cumple la ilusión de la familia de encontrar el rostro que escribió las poderosas cartas, no tiene el matiz emocionante anticipado. Al menos lo que deja ver el documental muestra que el "Tano" no maneja el mismo nivel de entusiasmo que Telma y sus amigas. Esa epicidad dulce que Brenda Taubin logra construir en el relato -en base a una pintoresca historia, de esas que no abundan- no se mantiene durante las escenas finales. Lo que sí es realmente para disfrutar es el buen pulso para la comicidad que tiene Telma, el cine y el soldado (la directora no escatima en secuencias melosas de ternura y humor blanco). Es un cuento bizarro con final feliz.
Telma, una señora de 74 años, decide, junto a su familia y amigas, buscar a un soldado de la Guerra de Malvinas después de 35 años de su último contacto. La particularidad de ese joven, ya convertido en hombre, es que intercambió cartas con su hija Lili, quien ese entonces tenía 15 años y le escribió para que no se sienta solo lejos de casa en un contexto tan adverso. Es así como el documental «Telma, el cine y el soldado» se encargará de acompañar a la protagonista durante la investigación para dar con el paradero de un desconocido que se transformó en parte de su vida. La ópera prima de Brenda Taubin mezcla entrevistas con imágenes de la vida cotidiana de Telma, como salidas al cine, reuniones con amigas y almuerzos familiares; material de archivo sobre la Guerra de Malvinas, que aparece cada tanto para brindar un mejor contexto sobre la situación; y una grabación sobre el detrás de escena, para mostrar lo que significó ese soldado para toda la familia, que incluso 35 años después todavía resuena en su mente y alma. Aunque tenemos una infinidad de películas sobre la Guerra de Malvinas, «Telma, el cine y el soldado» resulta original y camina un terreno desconocido, ya que aborda el tema de la guerra y la dictadura militar de forma periférica, centrándose más que nada en la conexión entre dos personas y los sentimientos que todo eso conlleva. Es una historia particular y única, pero que seguramente podrá ser universal. Deben haber existido muchos soldados y muchas Lilis ahí afuera que se conectaron de forma circunstancial pero que dejaron una huella para toda la vida. A pesar de tratar un tema serio, triste y emotivo, la película en ningún momento abandona la frescura, la alegría y la gracia. No cae en golpes bajos, sino que nos acerca a la luminosidad y la celebración de la vida. Busca mostrar cómo en medio de una situación compleja había personas anónimas y desconocidas que querían aliviar el dolor y brindar apoyo y compañía a los jóvenes; como también lo que generó la respuesta del soldado en ellos. Esto recae también en la forma de ser de su protagonista Telma, quien tiene un gran sentido del humor, carisma y es muy determinada en lo que hace. El acompañamiento de la familia, y sobre todo de sus amigas, suma mucho a la hora de llevar adelante la investigación y plasmar un ambiente risueño y sentimental. La música le otorga cierta gracia al relato, como también un clima detectivesco que no se toma demasiado en serio lo que hacen. Si bien se le nota un poco los hilos y que está un poco guionado, se ve que la intención del documental era esa, no disimular el detrás de escena sino mostrar toda la construcción de manera transparente. En síntesis, «Telma, el cine y el soldado» es un documental que habla sobre las conexiones intangibles a lo largo del tiempo y en lo que una persona desconocida puede significar para nuestra vida. Con un elenco protagónico carismático, un enfoque más centrado en la alegría y la luminosidad, la ópera prima de Taubin consigue sacarnos varias sonrisas y llegarnos al corazón.
En Telma, el cine y el soldado se nota que hay amor, candidez, disfrute, no solo por el proceso de filmación y todo aquello que puede romperse y rearmarse en ese recorrido tan sinuoso y maravilloso al mismo tiempo, sino también por esas figuras que entran y salen de pantalla que, en el caso de la ópera prima de Brenda Taubin, no son simplemente objetos de estudio. Mejor dicho: no son en absoluto herramientas al servicio del relato que la cineasta concibió junto a Mariano Pozzi, sino que son figuras dignas de su admiración y respeto, las verdaderas protagonistas. Taubin nunca subestima a Telma, esa mujer de 74 años que, desde que aparece en pantalla, se gana la empatía del espectador, un punto clave a la hora de concebir un documental, incluso uno que trastoca las reglas. Telma asegura, en la primera secuencia del trabajo de la realizadora, que tiene tres sueños por cumplir, y uno de ellos será el puntapié de un recorrido de tintes detectivescos: la búsqueda de un soldado de Malvinas apodado “El Tano”, con quien su hija Lili se enviaba cartas de amor cuando tenía 15 años. En sintonía con lo que hizo Maite Alberdi con su brillante documental nominado al Oscar, El agente topo, Taubin gesta una obra inclasificable con una protagonista carismática, un objetivo claro a cumplir y un interés por cruzar ocasionalmente hacia el terreno de la ficción con ingeniosos recursos, como si nos estuviera reafirmando que lo más fascinante de un rodaje son los momentos de espontaneidad, las infinitas posibilidades, el camino que se va desplegando a medida que un director va conociendo a sus entrevistados. Taubin, sin embargo, entrevista muy poco, lo suficiente. Su película se desarrolla a partir de conversaciones de Telma con su familia y amigas del cineclub, de sus salidas, de sus ocurrencias, de sus llamados telefónicos a su hija, de su ímpetu y curiosidad. Cuando empieza la búsqueda de ese hombre, la directora retrata esa investigación amateur muchas veces exponiendo el artificio, un ejercicio osado que le juega siempre a su favor y que es la génesis de su impronta. Por otro lado, en su documental (que fue parte del Marché du Film del Festival de Cannes, del Mercado del Festival de Málaga y que se proyectó en el último BAFICI) Taubin alude a lo absurdo de la guerra con flashes de la época, pero nunca olvida que es el humor (la más honesta de las manifestaciones de su obra) lo que siempre deberá terminar imponiéndose. Asimismo, hay una revaloración de los intercambios epistolares que la cineasta aborda con una secuencia de un lirismo conmovedor mediante la cual nos retrotrae a un tiempo en el que dos adolescentes proclamaban su amor de la forma más genuina posible. Telma, el cine y el soldado es, justamente, una carta de amor a la evolución creativa, al impacto que puede tener una imagen proyectada ante una audiencia que se abstrae de su realidad. Como sucedía con ese soldado y esas cartas. Así es cómo nace un documental circular extraordinario y destinado a perdurar, como la tinta sobre el papel.
Telma D’Andrea tiene 77 años, ama el cine (integra un grupo de jubilados que se reúne todos los jueves a ver películas), pero la carcome sobre todo una gran obsesión: encontrar a un soldado que estuvo en Malvinas y que fue el primer amor de su por entonces quinceañera hija Lili, con quien intercambiaron cartas de amor durante la guerra de 1982. Con la ayuda de algunas amigas, la testaruda Telma iniciará una tarea detectivesca de la que la película se apropia haciendo siempre evidente el artificio, la construcción ficcional en el ámbito del documental, y jugando con la complicidad entre las veteranas protagonistas y la joven directora Brenda Taubin. Con reminiscencias de Las cinéphilas pero también de El agente topo, Telma, el cine y el soldado, que tuvo su estreno mundial en el reciente BAFICI, apuesta -incluso desde el uso de la música- a la comedia de enredos, más allá de que en el trasfondo está el drama de la guerra (se incluye además bastante material de archivo sobre el conflicto de Malvinas). No adelantaremos el resultado de la búsqueda, pero la película es más interesante cuando se analizan sus múltiples propuestas y materiales por separado que en el conjunto. Hay una evidente simpatía en los personajes (y empatía con la historia en cuestión), pero también algo que suena forzado, no del todo emotivo, en la mixtura de los diferentes elementos y facetas de la película.
Se presenta como una comedia documental. Pero es mucho más que eso. Es que para su primer largometraje la realizadora Brenda Taubin logró muchos méritos. Es la primera vez que se trata el tema Guerra de las Malvinas en una dimensión que merece pero con humor y ternura. Lo que parecía imposible hasta ahora, ella lo torna realidad. Taubin sabe dosificar exactamente un clima que por momentos, sin parecerse en nada, recuerda la travesía delirante de “Esperando la Carroza”, en el sentido de recuperar un humor y un lenguaje muy argentinos, pero en su justa dimensión, un camino que para otros siempre desemboca en la estridencia y la caricatura. La historia que un día cuenta Telma en unos de los encuentros del cineclub que llevo adelante durante años la directora, se transformo en la gran tentación y en una gratificante realidad. Lo que empezó con una carta escrita por una quinceañera para un soldado de Malvinas ( una práctica que incentivaban las autoridades en los medios) y su respuesta, transformó a esas palabras en un ser anónimo pero de la familia, todos se preocupaban por su destino, lo recordaban en las fiestas familiares, era un fantasma persistente. La idea de buscarlo es lo que moviliza alegremente a este film tan personal, emotivo y encantador. Un hallazgo.
La construcción de un drama alrededor de un documental con momentos de comedia ¿Cómo se construye un drama alrededor de un documental con momentos evidentes de comedia? Esto es respondido por las intérpretes de Telma, el cine y el soldado. La protagonista del título toma todo con su cierto carisma. La misiva que une a dos personas en el espacio y el tiempo es el cordón, el punto de contacto que puede formar parte de un momento incomparable en sus vidas El cine y los rostros de sorpresa que se sostienen a pesar del paso del tiempo frente a cada película se entiende y percibe como sostén en el grupo de espectadores a los que la mujer pertenece. El “Tano” es el centro de la búsqueda; un joven combatiente perdido en las islas. Desde acá, desde el continente, la comprensible distancia física y emocional abarcan prácticamente todo. En el medio una simple conexión con la historia a través de imagen documental a modo de instalación, de contexto. Lili, la hija de Telma, procura encontrar al ex combatiente, muñida de paciencia necesaria mientras descubre las herramientas para ello. El retrato es simpático y con el tono justo; descansa además en las mujeres retratadas. Un momento llamativo es la mención de una persona “que trabaja en el Congreso” a la que en teoría no se puede molestar por cosas “triviales” porque su rol supera la necesidad. Como si los requerimientos de las personas comunes no fuera importante para los señores distantes e hiper ocupados en cosas que alcanzan la comprensión de los simples mortales. Una creencia extendida, podría decir, tal vez de manera exagerada, peligrosamente. La búsqueda continúa intensa y divertida entre momentos compartidos con el equipo de rodaje, en una especie de película de enredos que bien podría ser una ficción en calve de comedia. Así es el modo en que Brenda Taubin piensa su primera y bien sostenida incursión en el documental. Para cerrar, Telma, el cine y el soldado es un encuentro recomendable pleno de emotividad y correctamente balanceado con la revisión histórica, aún necesaria.
Esta semana se estrena uno de los documentales que ha sido una agradable sorpresa dentro de la programación del último BAFICI y va a poder disfrutarse en pantalla grande: “TELMA, EL CINE Y EL SOLDADO” de Brenda Taubin, inicia entonces su recorrido en salas comerciales. Fue justamente dentro de la programación del BAFICI que apareció entre una diversidad de propuestas, y se transformó rápidamente en una de esas pequeñas películas que se recomendó “boca a boca” porque llegó al alma de cada espectador. En este caso en particular, además, demostrar que el documental no tiene por qué tener un formato solemne o enciclopedista sino que puede narrar una historia con los mismos cánones de un filme de ficción y verse potenciado pon la fuerza de una historia real. Además de asombrar por su particular sensibilidad y madurez narrativa, presenta el doble mérito de tratarse de una ópera prima. Su directora, Brenda Taubin es la coordinadora de un taller de cine al que Telma -la protagonista de su película-, acude todos los jueves junto a un grupo de habitués que se dan cita semana a semana. Es así como Brenda conoció esta historia y decide llevarla a la pantalla grande ya que sin dudas, Telma es el personaje ideal para una documental. Con su espontaneidad y su frescura, Telma es un personaje querible y encantador que todo director de documental ansía encontrar porque cuenta con el carisma perfecto para entrar en la historia con una sonrisa y decidirnos inmediatamente a acompañarla en su camino. Hoy Telma tiene 74 años y como buena cinéfila, vive su vida con aires de película y, por supuesto, sueña a lo grande. En realidad, no es un sueño propio sino que su deseo conecta más con la posibilidad de saldar una cuenta pendiente que Liliana, su hija, por un tema que sigue presente y que todavía no se ha resuelto. En plena guerra de Malvinas, allá por 1982, Liliana envió una carta a un soldado anónimo que estaba en el frente de batalla. Aún hoy Telma guarda la carta que el soldado le respondió y este manuscrito quedó como testimonio de un único contacto, habiendo perdido posteriormente el rastro por completo. Telma y su grupo de amigas se convierten de esta manera en un grupo de investigadoras que irán conectando datos y urdiendo planes para intentar llegar a dar con el paradero de aquel soldado que alguna vez le prometió a Liliana encontrarse con ella a su regreso de las Islas, guitarra en mano, para poder cantar juntos y conocerse. Pasaron casi cuarenta años y la pregunta que flota en el aire es ¿seguirá vivo? ¿Se acordará de aquella carta? ¿Cómo será su vida hoy? ¿Liliana querrá verse con él aunque a su marido no le seduzca demasiado esa idea de encuentro? Entre todas las expresiones artísticas que conmemoran los cuarenta años de la guerra más dura de nuestra historia reciente, Brenda Taubin logra un hermoso homenaje a todos aquellos soldados a través de una historia que cuenta con mucho humor, una dulce cuota de ingenuidad y con las emociones a flor de piel. Telma y sus amigas emprenden esta cruzada que es un intento soñador para una búsqueda compleja, y la cámara las acompaña, construyendo un relato que logra entrecruzar perfectamente este homenaje a nuestros solados, las historias personales, las marcas del paso del tiempo, los caminos que la vida de cada uno ha tomado, la historia familiar y las fuertes motivaciones que todavía impulsan a este grupo de la tercera edad con la vitalidad absolutamente intacta para dar con el paradero de aquel soldado. Más allá de las vividas a través de la pantalla con su amor por el cine, Telma ahora transita esta historia real –la suya propia-, poderosa, conmovedora y sensible. Como enorme plus, está narrada con la calidez y el humor que hace que justamente llegue a nuestros rincones más íntimos y nos cautive desde las primeras imágenes. Que en definitiva, es el gran objetivo del buen cine y de toda buena historia.
El día de hoy, jueves 2 de junio, llega a los cines un documental completamente hilarante. “Telma, el cine y el soldado”, se trata del primer largometraje de la directora Brenda Taubin, quien ya había ejercido el rol en el cortometraje “Whats defines me”. La película tuvo un paso por el 23° BAFICI, pero ahora busca alcanzar un público mayor. Ideal para aquellos que tengan prejuicios sobre el cine documental. Una joven Lili le escribe una carta para algún soldado de Malvinas y un tal Tano le responde, solamente una vez. Casi cuarenta años después, su madre Telma buscará reunir a su hija con este misterioso soldado del que no saben nada. Junto a su grupo de amigas jubiladas intentarán descifrar el misterio buscando en internet, interrogando gente y haciendo esta película. ¿Podrá Telma cumplir uno de los últimos sueños que le quedan sin completar?
Desde hace un tiempo el mundo parece vivir bajo una especie de sombra negativa. Más allá de los últimos eventos mundiales que hemos atravesado, hay cierta pesadez y desesperanza en las calles. Solo es cuestión de charlar un rato con un vecino o deslizar el inicio de twitter para ver que más de uno no cree en esto de los sueños. Y como siempre decimos, pasa en la vida, pasa en el cine. Es raro conseguir en las salas algo optimista. Ideológicamente parece que estamos transitando una especie de Nuevo Hollywood 2.0; mucho menos si se trata de materia de documentales, sección donde abundan hoy historias de asesinatos y causas sociales. Que quede claro, no es que esto este mal. Sin embargo, es imposible salvarse sin un poco de optimismo. Pero que no cunda el pánico, Telma, el cine y el soldado, de Brenda Taubin vino a salvarnos. “Mis sueños son tres: vestirme de bailarina clásica (ese ya lo hice), subir a una grúa y encontrar al soldado”, cuenta Telma, una mujer de 75 años que esconde un mundo entero detrás de todas sus intervenciones. Durante la guerra de Malvinas, su hija de 15 años Lili, escribió una carta con destino a algún soldado, nadie en específico. Esto era una práctica común del momento para que los militares no se sintieran solos. Un soldado, “el Tano”, le respondió la carta, le dejo datos claves como su nombre, su cumpleaños, un hobby, donde se encontraba, etc. Lo que parecía ser el inicio de una historia de amor americana se derrumbó rápidamente ya que no hubo más comunicaciones. Lili le volvió a escribir una carta, pero el Tano no respondió más. ¿Habrá muerto? ¿Estará vivo? ¿Qué hace hoy? ¿Está casado? Son algunas de las preguntas que han retumbado, no necesariamente en la cabeza de Lili quien ya paso la página, sino en la cabeza de Telma, que necesita encontrar al soldado. Para eso, ella, su cuñada, dos amigas, un amigo y el equipo de Brenda Taubin iniciaron la campaña de búsqueda. El gran valor de Telma, el cine y el soldado es la habilidad de contar todo lo que fue Malvinas bajo el relato de pequeña historia. Se puede entender lo trágico de ese suceso a través de la simple desilusión de una chica de 15 años que esperaba una carta. Y, lo que podía ser contado de una manera muy dramática, termina siendo relato muy emocionante pero gracioso. Brenda Taubin entiende que el escenario de una señora haciendo de detective es lógicamente un campo minado de ocurrencias (algo parecido al recien documental chileno nominado al Oscar El Agente Topo). Explota eso dejando a Telma ser y dejando que el cine intervenga. Telma es fanática de las películas y nunca se pierde las funciones para jubilados, parece ser su refugio. Por ello, si hay algo que parece ser de película, entonces deben estar presentes los recursos cinematográficos. Curiosamente existe la idea de que al ser mayor eres una persona más seria, más racional o con más dolor acumulado, cuando historias como está demuestra todo lo contrario. El tono con el que ven la vida es diferente, es curiosamente más optimista que el de aquellos que aún les queda mucho por vivir. Telma quiere conseguir al Tano, para eso debe usar internet, ir a edificios a buscarlos sin saber el nombre, hablar con excombatientes, infiltrarse en las oficinas de registros de soldados, hablar con una bruja, y más. ¿Por qué? Porque es optimista, porque transita un campo en el cual todo es posible. En otras palabras, Telma, el cine y el soldado es una representación del cine.
UNA HISTORIA DEL CINE Telma tiene una pasión, el cine. Todos los jueves, con sus amigas también jubiladas, participa de un cineclub y se encierra en la sala oscura para sorprenderse con alguna historia. Lo que nunca imaginó, tal vez, es que ella misma sería parte de una de esas historias proyectadas en la pantalla; que ella misma sería parte de esa abstracción, conocida popularmente como magia, que alumbra el cine. Porque Telma guarda una historia del pasado, de esas que solo parecen posibles en las películas: durante la Guerra de Malvinas, su hija de 15 años se carteó con un soldado que estaba combatiendo en las islas. Ese intercambio quedó trunco, pero Telma nunca ocultó su deseo de saber qué fue de la vida de “El Tano”, tal era el apodo de aquel joven combatiente de 19 años. Casi cuarenta años después sale a la búsqueda de aquel soldado, del que solo tiene un dato: su nombre y apellido. El carácter casi inverosímil de la empresa que ponen en marcha Telma, su cuñada y sus amigas es algo de lo que se da cuenta la directora Brenda Taubin, quien no solo construye un documental sobre esa historia, sino que además pone en escena un documental sobre el documental, donde el registro se hace evidente y la ficción, también. Cine dentro del cine, que en este caso deja en evidencia el cariño de la directora por sus personajes y también por esa historia con la que se compromete hasta las lágrimas, como se verá en determinado pasaje. Así es como Telma, el cine y el soldado es un documental, una meta-película y también un relato detectivesco, con este grupo de jubiladas llegando hasta el Ministerio de Defensa en una de las mejores secuencias, donde el fuera del campo y el sonido construyen un momento tan espontáneo como divertido. Y ahí, en resumen, el documental y el artificio (lo imprevisible y la puesta en escena deliberada) vuelven a darse la mano. Pero hay algo no menor en la película, que se relaciona con lo cultural y con la forma en que nos relacionamos con nuestra propia historia: el tema Malvinas. En el film de Taubin hay una mirada deliberadamente ligera y despojada de dramatismo, más allá que en ocasiones surja la dureza de la experiencia. Pero por ejemplo imágenes de archivo de la TV Pública de aquellos años, que en el documental 1982 de Lucas Gallo servían para construir un relato del horror y el cinismo militarista, aquí aparecen como meros planos de referencia para situar la experiencia de las protagonistas en tiempo y espacio. Habrá quienes vean en Telma, el cine y el soldado algo de banalidad al respecto, de descompromiso político. Pero la película de Taubin es clara en sus intenciones de hacer un recorte, de encontrar una historia posible dentro de las múltiples historias que se dieron en aquel contexto. No se presenta como un fresco sobre Malvinas, sino más bien como una historia de vínculos que se dan a lo largo del tiempo, que se construyen sobre la base de la suposición y donde los cuerpos apenas se intuyen y se rellenan con la imaginación. Una historia de relaciones con los códigos de hace cuatro décadas que se resuelven con las posibilidades que brida hoy la tecnología. Y también una celebración del cine como punto de encuentro. Telma, el cine y el soldado es una película muy divertida sobre aquello que fuimos y lo que terminamos siendo, pero además una luz que nos muestra el camino sobre cómo vincularnos con aquellos hechos dolorosos de la historia que de tanto cuidado se terminan convirtiendo en tabú. Con su empuje y carisma, Telma se termina llevando todo eso por delante.
La ópera prima de Brenda Taubin es un curioso y cálido documental en el que se permite jugar cruzando realidad y ficción. La historia sigue a la señora del título en busca de aquel soldado al que su hija, cuando tenía quince años, le escribió una sentida carta sin conocerlo. En esa búsqueda entra una película con ribetes detectivezcos pero con un estilo kitsch y divertido al que cada uno de sus protagonistas se suma con evidentes ganas. Era el principio de la década de los 80s y los jóvenes argentinos eran enviados a combatir por una guerra que sintieron o les hicieron sentir suya. Los medios de comunicación querían instaurar la esperanza a través de optimistas mensajes sobre el patriotismo y un éxito que nunca llegamos a ver ni a sentir. En una de esas emisiones se insta a la gente a escribirles a los soldados que arriesgaban su vida por el país, a enviarles regalos o palabras de ánimo en agradecimiento. Así, una chica de quince años elige una persona al azar y con este muchacho de 19 años llega a intercambiar sólo un par de cartas hasta que una es devuelta y no vuelve a saber de él. Una señora jubilada que disfruta de ir al cine y juntarse con sus amigas comienza a preguntarse qué habrá pasado con ese muchacho que llegó a cartearse con su hija adolescente. Una anécdota que tiene potencial de película. Así, de la mano de la directora deciden emprender una búsqueda y hacer entonces su propia película sobre ésta. Si bien estamos ante un documental, Taubin pone desde el principio el artificio en evidencia. Si la fachada de la casa de Telma no es adecuada desde lo estético, se usará la de la vecina. Lo que en un principio parecen decisiones propias de casi cualquier documental en el que se pretende contar una historia real con una mirada específica, pronto se convierte en un juego con la ficcionalización en el que sus protagonistas se prenden de inmediato, como cuando Telma y sus incondicionales amigas se disfrazan de gángsters y actúan en una de las secuencias más divertidas de la película. La hija Lili tiene un protagonismo menor pero está un paso detrás del movimiento que lleva a cabo su madre. Se prende, se divierte, y a veces duda. A la larga, la carta es una excusa para retratar a estos queribles personajes. Junto con ellas queremos encontrar a «El Tano», el soldado en cuestión, saber qué fue de él, por dónde andará y, sobre todo, si recuerda ese breve intercambio con el mismo fervor. El documental se aleja de los lugares comunes a la hora de tratar con una temática sensible como la Guerra de las Malvinas, no lo explora en profundidad pero se permite ser reflexiva y crítica en su justa medida, y lo hace con imaginación, humor, respeto, color (la dirección de arte es notable). Aun con toda esa artificialidad la película se siente auténtica y Taubin se muestra como una realizadora en busca de un estilo personal cuyo primer paso resulta exitoso y dan ganas de ver con qué más nos sorprenderá en el futuro. De esas experiencias que te dibujan una sonrisa en el rostro.
Thelma, el cine y el soldado, de Brenda Taubin ¿Qué pasó con el soldado al que le mandé una carta? La última dictadura en la Argentina (1976–1984) no fue de las más largas pero sí fue una de las más feroces. Hacia principios de los 80 ya daba señales de colapso. Ni la dictadura había podido “domesticar” la economía Argentina, la inflación se la devoraba. A pesar del encarcelamiento de gran parte del arco sindical, el 27 de abril pararon todas las fábricas del cordón industrial y los ferrocarriles Roca, Mitre y Sarmiento; el 7 de noviembre de 1981 la CGT Brasil convoca una marcha con el reclamo “Paz pan y trabajo”. La gran marcha del 30 de Marzo de 1982 con la misma causa y consigna, es destinada a ser brutalmente reprimida, los guarismos más conservadores hablan de 40 o 50 mil manifestantes en todo el país. A las 17:45 en Mendoza, un grupo de gendarmes fusila “como por accidente” al secretario General de AOMA, José Benedicto Ortiz[1], frente a las cámaras de canal 9, la represión había dado lugar en todo el país. Solamente un mes después, el 2 de abril de 1982, en un contexto de cierre de fábricas , quiebre de bancos y una inflación continua e incontenible: el gobierno de Videla tuvo 147%, el de Viola 148,6%, el de Galtieri 104,4% y luego el de Bignone 401, 7% (o sea que la inflación no es sólo democrática sino es una práctica); el Brigadier Leopoldo Fortunato Galtieri, en ese momento presidente de la Junta de Reorganización Nacional, en un acto que hoy se entiende como un “delirante manotazo de ahogado”, se lanza en una campaña de corte nacionalista a “recuperar” (eufemismo) las Islas Malvinas e Islas del Atlántico sur. En lo personal, desde el año 76, no había visto semejante despliegue de nacionalismo chauvinista. Casi todos los partidos, para no decir todos, cada uno con su correspondiente auto justificación participaron de una plaza desbordada, donde Galtieri, como un Nerón a lo Peter Ustinov, arengaba a una plaza de radiante otoño. Puedo decir también que se persiguió a los que no estaban de acuerdo, y los que dijeron que “esto huele mal” lo dijeron en voz lo suficientemente baja por las dudas; a los que no se pusieron escarapela los vilipendiaron; la gesta era de carácter nacional incluso continental, para algunos otros veían la oportunidad de torcerle el brazo a la dictadura y otros creyeron poder conducir al monstruo. Por un instante parecía que a muchos se le había olvidado o “puesto en espera” (por un bien mayor) que era esa, la misma dictadura que había desaparecido cerca[2] de 30 mil personas, cerrado fábricas e impuesto una suerte de primer dolarización, la “tablita” de Martínez de Hoz, las autopistas de Cacciatore, la destrucción o censura de libros, películas y otras cosas igualmente repudiables. Inmediatamente se organizaron “comités de solidaridad”, se retiró la música británica de los anaqueles de las disquerías. Se creó un Fondo Patriótico, donde las divas, como las mujeres de Cuyo, donaron sus joyas: Susana Giménez dio a la causa un reloj, se juntaron 40 kilos de oro incluso alguien donó Mercedes Benz, también Susana Rinaldi, Arturo Puig, Adrián Korol, Liliana López Foresi, el Bus de Pinky y Cacho Fontana para recaudar fondos al mejor estilo EEUU; con la cobertura en las Malvinas de Nicolás Kasanzew, y como había pasado en el cruce de Los Andes, donde San Martín tuvo que decir: “la indolencia de los pudientes contrasta con la generosidad de los más pobres” la gente sin nombre y apellido recaudó toneladas de alimentos y dinero. Se sabe que Carlos Clavel era el censor a cargo que revisaba y cortaba todo el material editorial siguiendo fielmente (como Eichmann dijo en su defensa) lo establecido por la “junta de reorganización nacional”. Esa generosidad de la que habla San Martín, generosidad e ingenuidad le llevó a muchos y muchas guardar (ocultar) cartas a los soldados dentro de sus donaciones; creyendo en el disparate. Finalmente, las mismas revistas que habían amplificado “la gesta” del comandante en jefe de la dictadura cívico-militar mostrando a Galtieri como un gran estadista; esas mismas revistas, partícipes necesarios del dislate, se regodearon inmediatamente después en la propia tragedia de la rendición, y en revolver el nunca pasajero dolor que produjo la guerra y su derrota a los pibes, a sus familias y a sus amigos, entre otras cosas. En una nota de tapa blanquearon algo que debían haber sabido siempre, que las donaciones nunca llegaron, que ocultaron la verdadera voz de los soldados, que la prensa fue cómplice necesaria; que los soldados fueron estaqueados, que pasaron frío, subalimentados y que fueron héroes obligadamente silenciosos (se les hizo firmar un documento de discrecionalidad); que los que pudieron volver, volvieron a un país que no los quería ver a los ojos porque veía en ellos la propia y oscura realidad de haberse dejado llevar de las narices, suspendiendo y desenfocando lo que debió ser siempre el enfocado y es que era asunto de militares resolviendo de manera militar su propia crisis. Thelma, el cine y el soldado, aún con sus dos o tres momentos bellos, pero inexplicables e inconexos, que podrían servir para cualquier historia en una playa en cualquier verano, tiene actuaciones simpáticas que arrancan a uno la sonrisa a la fuerza, pero el film no sólo parece olvidar todo lo anterior, sino que elige a un personaje como sobreviviente (si existiese) a costa de olvidar, olvidó la guerra y sus sucesos y como olvidó sus promesas de juventud, de fogón y guitarra y ahora, señores atención: se dedica con sus amigos plácidamente a jugar al golf. La post verdad, la post realidad, la post ética, parece permitir hacer válido cualquier juego y ejercicio y que cualquier alquimia sea válida porque, en todo caso, lo importante es la subjetividad. Presentar un Yuppie como asesino serial, hacer pelear a Lincoln con vampiros republicanos, parece que la post memoria, no se sostiene sobre el juego dialéctico del recuerdo y el olvido, sino en reescribir (sin prejuicio alguno) el pasado a la medida de la sensibilidad de cada quién. Herzog, a quien habría que adjudicar ser el que más insistió con lo que en aquellos antiguos pasados, los mediados del siglo XX, se denominaba “la realidad” a la que deconstruyó y junto a él, Vattimo, Deleuze y Derrida, por nombrar algunos, le dieron contexto teórico. Pero Werner, para poder decir lo que dijo, (abstracciones dentro de abstracciones, para finalmente llegar a otras abstracciones) nunca puso en duda que deconstruía la realidad para siempre: lo que él buscaba era encontrar finalmente (para todos) la verdad. Parece que la consigna de una farmaceútica que prescribe el No dolor, ha dado resultado, todo se puede reescribir en clave lúdica, siempre y cuando el dolor sea algo lejano quedado en el olvido, algo de tiempos pasados Me pregunto entonces ¿cuál es la realidad que se quiere deconstruir? ¿cuál es la verdad que se quiere decir? El film pone en clave de comedia realista una ficción con aspiraciones a entrar en el catálogo de los falsos documentales o Mockumentary; para esto parece pivotar sobre diversos acontecimientos tomados como puntos de referencia, sobre los que se apoya manteniendo un supuesto principio de realidad; sin embargo, la comedia, o autoreflexión o autoconciencia recién aparece en el minuto 8:45 donde más parece un giro que subsana un error, la aparición del micrófono en filmes como La casa de mi padre (Matt Piedmont, 2012, EEUU), Spinal Tap (This is spinal tap, Rob Reiner, 1984, EEUU) y otras ya lo explotaron in extenso. Obviamente basado en “Operación chocolate” (Carlos Castro y Silvia Maturana, Arg, 2/04/2022) un documental que sigue los pasos de Gustavo Vidal que a la edad de 7 años (tiempo en que ocurría el conflicto), mandó un chocolate, en cuyo interior se ocultaba una carta; la que tiempo después fue encontrada por una una niña en un kiosko de Comodoro Rivadavia, visibilizando así, lo que algunos ya sabían, otros suponían, pero que nadie ignoraba, sobre el manejo discrecional e incluso delictivo, de las donaciones, tanto de los alimentos, como los monetarios. La carta a un soldado en el interior del embalaje de un chocolate, aparecía como un fantasma (un exceso) abriéndose paso en la bruma de la historia, haciendo evidente, en una nimiedad, todo el aparato corrupto de las Fuerzas Armadas Argentinas. La carta en el chocolate abría, de manera reveladora, la caja de las miserias. Si una banda de rock puede ser comidilla de folletín barato, incluso Syd Barrett (1946–2006) y convertirse en un género cinematográfico por motus propio, marcando el final de una etapa de maridaje entre rock y cine, tenía al disociar la melancolía del documental de rock[3], y si la persecución nazi fue parodiada por El gran dictador (the great dictator, Charles Chaplin, 1940, EEUU) o Ser o no ser (to be or not to be, Ernst Lubitsch, 1942 EEUU) o incluso Jo Jo Rabbit (JoJo Rabbit, Taika Waititi, 2019, EEUU) no falsean la realidad, ni incluyen alguna distorsión de la misma, en este sentido el trasfondo de la guerra aunque no esté en primer plano, éste lo tiñe todo. La guerra de las Malvinas y su discusión no ha llegado a la madurez de permitirse la comedia, sin embargo y de la misma manera que me han mandado un GiF de Hitler montado con las fotos de Heinrich Hoffmann, yo hago mías las palabras del poema de Cayrol: “Mientras ahora les hablo, la gélida agua de los estanques y ruinas, llenan los huecos de las fosas comunes, así como un agua fría y opaca, con nuestra mala memoria. La guerra se adormila, con un ojo siempre abierto. La hierba fiel ha regresado de nuevo al patio de formar, en torno a los bloques. Un pueblo abandonado aún lleno de amenazas. El crematorio ya no se usa.La astucia nazi está pasada de moda. 9 millones de muertos en ese paisaje. ¿Quién de entre nosotros vigila desde esta extraña atalaya, para advertir la llegada de nuevos verdugos? ¿Son sus caras en verdad distintas a las nuestras? En alguna parte entre nosotros, afortunados capos aún sobreviven, reincorporando oficiales y delatores desconocidos. Hay quienes no lo creen o sólo de vez en cuando. Con nuestra sincera mirada examinamos esas ruinas, como si el viejo monstruo yaciera bajo los escombros. Pretendemos llenar de nuevas esperanzas, como si las imágenes retrocedieran al pasado, como si fuésemos curados de una vez por todas, de la peste de los campos de concentración, como si de verdad creyésemos que esto ocurrió sólo en una época y en un solo país y que pasamos por alto las cosas que nos rodean y que hacemos oídos sordos al grito que no calla.” En el aniversario de Malvinas, dejar de trasfondo que los ex soldados finalmente no la pasan tan mal, a pesar de las intervenciones de correcto corte documental, el chiste no cae bien parado. [1] Artículo Mendoza: homenaje a 30 años de la muerte del gremialista José Benedicto Ortiz, publicado por la Agencia Paco Urondo el 13/04/2012. [2] Digo “cerca de” porque todavía van a desaparcer algunas personas más. [3] Carlos Aimeur, valenciaplaza.com/50-peliculas-de-rock-que-hay-que-ver-antes-de-morir