Calamidad se avecina Algo incluso más insólito que una película catástrofe proveniente de Noruega es sin duda una secuela de una película catástrofe proveniente de Noruega y es por ello que hoy estamos ante Terremoto (Skjelvet, 2018), continuación explícita del éxito de taquilla La Última Ola (Bølgen, 2015), propuesta digna y disfrutable que fue dirigida por un Roar Uthaug que venía de entregar el neoclásico del slasher europeo Escalofrío (Fritt Vilt, 2006) y que a posteriori saltaría de golpe a Hollywood con un reboot bienintencionado y correcto hasta ahí nomás, Tomb Raider: Las Aventuras de Lara Croft (Tomb Raider, 2018). En esta oportunidad el encargado de encabezar el proyecto fue John Andreas Andersen, un director de fotografía que se pasó a la realización y que aquí cae por debajo del nivel de calidad de la obra original principalmente porque las atractivas sorpresas de antaño desaparecieron. La trama vuelve a centrarse en Kristian Eikjord (Kristoffer Joner), aquel geólogo de una estación de monitoreo de Geiranger, un pueblito enclavado en un fiordo, que se transformó en héroe por avisar acerca de la llegada de un tsunami. Con semejante título no hace falta aclarar de qué va la cosa y sólo diremos que el señor entra en alerta cuando muere un colega en un túnel de Oslo y así decide trasladarse a la ciudad capital del país e investigar de primera mano las posibilidades de un temblor en función de una documentación que el finado le envió por correo. Cada vez más angustiado por sus descubrimientos, acusado de paranoico por las autoridades y ayudado por la hija del geólogo fallecido, Marit Lindblom (Kathrine Thorborg Johansen), Eikjord tratará de proteger a su familia de la debacle pero la tarea no será fácil ya que vive torturado por no haber podido salvar más vidas en Geiranger. Como no podía ser de otra forma, el carácter taciturno y algo trastornado de Kristian lo alejó de su esposa Idun (Ane Dahl Torp), su hijo adolescente Sondre (Jonas Hoff Oftebro) y su hija pequeña Julia (Edith Haagenrud-Sande), quienes viven en Oslo y en esencia acusan al protagonista de haberlos abandonado para encerrarse en su obsesión con esas hipotéticas calamidades que se avecinan, circunstancia que complica mucho el hecho de que lo tomen en cuenta al momento de la advertencia definitiva previa a la “sacudida” de turno. Si bien se agradece la continuidad de John Kåre Raake y Harald Rosenløw-Eeg, los guionistas del film del 2015, los susodichos no consiguen lograr que la integridad dramática de los personajes repercuta en serio para bien del producto debido a la redundancia general para con los engranajes de las epopeyas catástrofe y en especial de las secuelas más automáticas. Tampoco se la puede acusar del todo a Terremoto de caer de lleno en la fórmula de siempre de los corolarios, “mucho más de lo mismo”, a pesar de que mudar el relato del pueblito a Oslo ya es elevar los parámetros de destrucción, porque la obra vuelve a tomarse su tiempo para el desarrollo de personajes y “preparar” el terreno para el sismo: aquí el problema central se condensa en ese metraje excesivo que limita la hiper necesaria parafernalia de los edificios destruidos, las muertes bajo los escombros y las secuencias de acción camufladas en plan de esquivar los peligros. El desempeño del elenco es muy bueno pero el director nunca termina de darse cuenta que tendría que haber dado más espacio a la devastación y no reducirla a la media hora final, una jugada que nos condena a interminables 70 minutos introductorios repletos de clichés que no agregan nada a lo ya visto en décadas previas…
The Quake es la secuela de The Wave, esa película noruega que la rompió en el 2015 y que demostró que foráneos pueden hacer mejor cine catástrofe que los propios norteamericanos, padres del género. Ciertamente se corre un riesgo al hacer una secuela – de que el protagonista sea una especie de superhéroe (o individuo maldito), ubicado siempre en el ojo de la tormenta y dispuesto a salvar a medio mundo cuando la ocasión lo requiera -, pero los productores de la saga saben de esto mas que nosotros y han restringido las cosas a un escenario realista. El geólogo Kristian Eikjord (Kristoffer Joner, que hace poco tuvo un papelito en Misión Imposible: Fallout y que puede seguir el camino de Noomi Rapace y Michael Nyqvist en Hollywood) tuvo su momento de gloria hace un par de años cuando apareció en todos los medios como el héroe de la tragedia del tsunami del fiordo de Geiranger… pero ahora el peso de las victimas (cuantiosas, pero en una cifra mucho menor a la que hubiera llegado si él no hubiera puesto a la gente sobre aviso) le carcome el alma e incluso ha devorado a su familia. Solo, obsesivo, al borde de la locura – con una pared tapizada con las fotos de las victimas, recortes de diario e informes geológicos -, está decidido a que la tragedia no se repita nunca más. Pero ello lo ha convertido en un paria cuyos hijos ven con recelo. Ciertamente todo indica que Joner va en camino directo a volarse los sesos tarde o temprano, hasta que un antiguo colega le manda un informe alarmante para obtener una segunda opinión especializada: algo se cocina bajo de Oslo y promete ser un terremoto apocalíptico. No se precisa llegar al 10 de la escala Richter, ya con 6 o 7 puntos puede provocar un desastre escalofriante. Lo que ocurre es que la estructura basal donde se asienta Oslo es frágil, plagada de túneles, ríos subterráneos, arcilla y otros materiales de gran fragilidad. Lo peor es que su amigo ha perecido precisamente al derrumbarse el túnel donde estaba haciendo sus estudios y, cuando Joner se va a Oslo y habla con las autoridades, lo ven como un paranoico no recuperado de la tragedia del tsunami. Juntando fuerzas con la hija de su fallecido amigo, encontrará mas reportes y pruebas que demuestran que la catástrofe es inminente. Como en el filme anterior, el componente humano es el que importa. Este es un drama donde la catástrofe solo produce un efecto catártico, sacando a luz los sentimientos que estaban escondidos. Joner es débil y padece de pánico, y su esposa vive en Oslo (qué casualidad) y lleva ella sola la familia como puede. Los hijos ven al padre como un marciano, un tipo encerrado en sus propias ideas – y es que el personaje de Joner así lo dice en un momento: en esta profesión vivís para salvar vidas…. aunque tengas que sacrificar tu vida familiar en ello – y distante. Y cuando el desastre estalla, al tipo le dejan de temblar las manos. Ya no hay ansiedad porque, lo peor que estaba esperando que ocurriera, acaba de pasar. Si hay un detalle distrayente, es que Oslo prácticamente carece de rascacielos – apenas hay un puñado en el centro de la ciudad y el resto es una comunidad antigua como los barrios viejos de Londres o de ciudades de Holanda, con casas de tres pisos coloridas pero clonadas por toda la urbe -, así que olvídense de ver una orgía de destrucción a lo 2012. El director John Andres Andersen (que reemplaza a Roar Uthaug, quien se fue a probar suerte a Hollywood con la última de Tomb Raider) toma nota de Michael Bay y de varias de sus películas de Transformers, y pone a los (pocos) rascacielos volcando y apoyándose entre sí, o mordiendo pedazos de otros edificios en la caída. Así es como se arma un tenso climax con Joner, la hija del geólogo muerto y su propia hija colgando de un pedazo de edificio doblado y pendiente en el aire gracias a un par de frágiles vigas dobladas, una secuencia que te pone los pelos de punta. PortalColectivo, tu guia de colectivos urbanos en internet: recorrido de lineas de Capital Federal, Gran Buenos Aires y principales ciudades del interior de Argentina Skjelvet no es tan pulida como The Wave. En la película previa, el personaje de Joner destilaba conocimiento técnico, acá a las perdidas aparece alguno de esos datos que te indican la sabiduría del personaje y le permiten enseñar un poco de geología a la audiencia. El centro para desastres de Noruega está lleno de palurdos, así que tenemos – como en muchas películas norteamericanas de cine catástrofe – a la burocracia como villano del filme (incluso cuando revienta todo, ni se molestan en avisar a nadie sino que salen huyendo cobardemente a buscar refugio). Los momentos familiares están ok, pero es cuando la tragedia estalla cuando el filme despliega toda su fuerza. Normalmente sería un sólido 3 atómicos pero esa secuencia final en el restaurant ubicado en el penthouse del rascacielos partido le agrega puntos, además de contar con un final que redime al protagonista… un plus humano que la califica de diferente aún cuando no sea un filme tan parejo como su antecesor.
En el año 2015 se estrenó la película Noruega Bølgen (The Wave era su título en inglés y La última ola se llamó acá, aunque no tenía nada que ver con la obra maestra de Peter Weir) que sorprendía no solo por lo poco que llega a la Argentina desde aquel país y más aún por tratarse de una película de cine catástrofe. Se trataba de una película que ponía su mayor energía en plantear el drama familiar y prepararnos de esa manera para los elementos que vendrían después. No muy alejado, tal vez, del cine catástrofe del siglo XX, pero con una mirada un poco más oscura y con un presupuesto un poco más limitado. Drama y espectacularidad con un paisaje increíble, agregando el elemento extra de que en la realidad había ocurrido algo así muchos años atrás en Noruega. Con la misma excusa argumental, en este caso contarnos que Oslo hubo un terremoto en Oslo en 1904, llega ahora Terremoto (Skjelvet), secuela de The Wave, donde el geólogo protagonista del primer film y su familia vuelven a estar en el centro de la trama. Ya no viven en aquel pueblo, ahora están en Oslo, donde ocurrirá el desastre. Aunque todos sabemos que tarde o temprano llegará el terremoto, la película vuelve a repetir la idea de crear primero un drama, para luego buscar su gran momento con el terremoto. No es necesario haber visto el film anterior, pero ayuda a entender un poco más al protagonista y su culpa. En este caso lo artesanal del primer título queda de lado y hay una muy lograda espectacularidad, aunque no sean tantas situaciones ni locaciones, lo que importa es que no se ve como una producción de segunda línea. Nada sorprende aquí, más allá de los pequeños detalles que Hollywood no tiene y un film noruego sí. Tiene un clímax muy logrado, en lo que sin duda es lo mejor de la película. Pero esa escena excelente tiene un único problema, está completamente inspirada y casi se podría decir que copiada de El mundo perdido: Jurassic Park (1997) de Steven Spielberg. A pesar de sus méritos, que la mejor escena esté sacada de otro film y que además sea excelente pero no tanto como en el original, sin duda muestra las limitaciones que tiene Terremoto.
El filme noruego es una continuación de La última ola, incluso tiene a los mismos personajes, pero esta vez se ambienta en Oslo, que se convierte en el epicentro del desastre. Con un clima oscuro y situaciones más realistas que las vistas tres años atrás en Terremoto: La falla de San Andrés, con Dwayne Johnson, la película muestra el derrotero de su protagonista en medio del caos y cómo sobrevivió después de la tragedia. La película está protagonizada nuevamente por Kristoffer Joneren el rol de Kristian Eikjord, el geólogo preocupado por el gigantesco movimiento sísmico que se acerca luego del desastre ocurrido en la ciudad en 1904. Pero nadie le cree mientras arrastra el trauma de lo vivido anteriormente. La historia pone el acento en el desarrollo del personaje central con un tono lúgubre y fiel al espíritu de la propuesta que claramente tiene otros tiempos comparada con el cine hollywoodense. Con la intención de recuperar a su familia -Ane Dahl Torp y Jonas Oftebro- de la que se mantiene alejado, la desesperacíón aparece en el segundo tramo del filme donde el desastre se vive a través de logradas escenas de cine catástrofe a pesar del acotado presupuesto. En ese sentido, hay dos momentos que mantienen la tensión hasta el desenlace: el ascensor en el que quedan atrapados Kristian y su ex esposa, y un vidrio gigantesco que comienza a rajarse por el peso de la hija que podría caerse al vacío desde lo alto de un edificio destruído.
Detrás de toda trama de película que al menos roce el género catástrofe, hay -o debería haber- una historia personal, más o menos dramática. Y Terremoto, que además cuenta con otras particularidades, la tiene. Antes de saltar a ella, marquemos las singularidades que la destacan: 1) Es una producción noruega. 2) Es una secuela, de La última ola. 3) Las escenas de terremoto recién llegan promediando la proyección. Steven Spielberg nos hacía esperar hasta los 45 minutos para verle la mandíbula al escualo en Tiburón. Es el único antecedente que recuerdo. Ahora sí, la historia personal. El geólogo Kristian Eikjord (Kristoffer Joner) sigue devastado por lo que vivió en aquella película sobre un tsunami, que casi no puede hablar con su pequeña hija. La recibe cuando ella desciende de un transbordador, pero a las pocas horas le pide que se marche. “No puedo recibir visitas ahora”, es una de sus extrañas explicaciones. Pero será fundamental esa relación paterno filial para que Terremoto entre en empatía con el público. Porque cuando la que esté en peligro de muerte sea la pequeña Julia (Edith Haagenrud-Sande), quien tampoco vive para sustos ya que sobrevivió al tsunami, la tensión del espectador se podrá, finalmente, disparar. No tiene Terremoto la estructura de un filme hollywoodense. Porque los personajes, cuando hablan, se hacen preguntas de verdad, porque las situaciones no parecen forzadas, y porque salvo cierto edificio que queda incólume es lo único ridículo que queda, valga la redundancia, en pie. Ya pasaba en otra película con terremoto en el título: Terremoto, La falla de San Andrés, ese mamotreto con Dwayne La Roca Johnson. Se sabe: los padres somos capaces de todo por un hijo/a. Los efectos visuales y de sonido son impactantes, y el suspenso, tanto sea por el comportamiento del geólogo como que todo empiece a temblar de una buena vez, no le juega en contra, sino a favor.
Terremoto empieza y termina con severas advertencias sobre la concreta posibilidad de movimientos sísmicos en Noruega. En lo que podría ser una venganza secreta de la naturaleza, esas amenazas se construyen al nivel de una inminente aparición, una ominosa presencia. El director John Andreas Andersen entiende que ahí se concentra la fuerza de su película y estructura el relato sobre la figura del geólogo Kristian Eikjord (Kristoffer Joner), héroe en el pasado (esta es la secuela de La última ola, en la que Eikjord se vio envuelto en un tsunami que destruyó la ciudad de Geiranger) que vive ese privilegio perceptivo como una terrible maldición. La primera mitad de la película se despliega entre las pistas que ha dejado un especialista en sismos de un centro de investigaciones de Oslo y los inquietantes descubrimientos que minan la conciencia de Eikjord frente a esa sentida inminencia del desastre. Andersen crea un tiempo moroso, pero cargado de tensión, logrando transmitir en la opacidad de la fotografía y las alteraciones de la normalidad (sorpresivos cortes de luz, anomalías en el comportamiento animal) el presagio de la tragedia. La segunda mitad se recuesta sobre los tópicos del cine catástrofe, vertiginoso pero también más proclive a resoluciones extremas y giros forzados. En ese promedio, la película resulta disfrutable, y con astucia construye un héroe que hace que las escenas más impactantes tengan siempre un anclaje falible y humano.
Terremoto Esta secuela del blockbuster “La última ola” vuelve a deslumbrar con una sólida puesta en escena y efectos digitales que aumentan la tensión de este grupo de sobrevivientes que deberán sortear obstáculos para salir ilesos del embate de la naturaleza y sus consecuencias.
Fui uno de los primeros que se fascinó con "Bølgen " ("La última ola" en Argentina) a poco de estrenarse en 2015 en Europa. Era realmente poco usual que un film de cine catástrofe proviniera de Noruega y que se lograra estructurar con bajo presupuesto en un género habitualmente ostentoso en recursos. Sin embargo, "La última ola" era un gran producto. Visualmente potente y honesto, el film de Roar Uthaug llamó la atención de todos por su habilidad de mezclar, el drama personal con la espectacularidad de una tragedia, épica. Lo que nunca esperabamos es que tuviera secuela. Probablemente porque... ¿Cuántos tsunamis o movimientos sísmicos se te puedan dar en la vida en un corto lapso de tiempo? Sí, ya sé. Si vivís en Indonesia o en las islas del Pacífico puede ser pero... ¿En los fiordos noruegos...? "Skjelvet" (aquí "Terremoto") es la continuación de esa historia del geólogo al que nadie escucha... hasta que es demasiado tarde. Dificultades a priori que resolver cuando se planteó el tema de hacer una segunda parte: ¿Cómo volver a instalar un escenario de devastación, con modestos recursos económicos? sumado a... ¿Qué tipo de historia esperaría el público en una segunda parte? El nuevo hombre detrás de la silla principal, John Andreas Andersen se inclinó por no innovar demasiado y plantear un conflicto casi idéntico, que se inicia con las sensaciones post-destrucción de Geiranger (la villa en la montaña que es el epicentro en la primera parte) y sus secuelas en el protagonista, Kristian Eikjord (Kristoffer Joner) quien vive una profunda depresión de la que no puede salir. Kristian en la actualidad está separado de su mujer, Indun (Ane Dahl Torp) y sus hijos y no encuentra la manera de sobreponerse a aquella gran tragedia que destruyó su lugar. Es un hombre famoso ahora, pero vive mal, no logra conectarse con lo que sucede y parece obsesionado con descubrir nuevas fallas para prevenir lo que sabemos que es, inevitable, tanto en la vida como en el cine. Es entonces cuando se produce un incidente con un colega en un túnel de una autopista, que lleva a Kristian a acercarse a su investigación: el fallecido le había enviado un sobre y lo alertaba sobre un probable evento en Oslo que podría tener severas consecuencias. Junto a la hija del científico, Marit (Kathrine Thorborg Johansen), comenzará a rastrear fuentes de información hasta entender la lógica de lo que está sucediendo: un sismo amenaza la principal ciudad noruega y el tiempo apremia. Mucho más cuando su familia, se encuentra dispersa en distintos puntos de Oslo a segundos del terremoto y alguien debe alertarlos del enorme peligro que corren... "Skjelvet" es un drama muy bien actuado, donde lo que el público espera, se condensa en un corto espacio proporcional de tiempo. No es que esperábamos "San Andreas". Para nada, aunque sospechabamos que quizás podrían adentrarse con más detalle en el momento del sismo propiamente dicho. No sucede. Digamos que el director centra su atención en explorar las heridas familiares y profesionales del evento anterior, y falla en desdibujar el detalle de la investigación y la exposición del mismo a las autoridades. Se supone que Kristian ya es un hombre destacado y si el sospecha algo, deberíamos estar haciendo las valijas para escapar... No es que falte oficio, o es una elección (el drama por sobre la espectacularidad de una Oslo viniendose abajo) o es no contar con los recursos para extender esa postal. Sea como fuere, es probable que por más sólida que sea la parte final (en términos visuales y sonoros), lo cierto es que deja gusto a poco para el público tradicional. Por eso digo que si bien "Terremoto" es presentada como una película de acción y destrucción, no lo es en esencia. Es un drama familiar, dentro del marco de una tragedia sísmica. Lo cual, ni le suma ni le resta, pero afectará a quienes busquen acción desde el primer momento. Hay mucho desarrollo de vínculos, que hacen tedioso largos tramos del relato. Ergo, no le encuentro mucho sentido a "Skjlvet", si la idea era repetir la estructura de su primer parte. Que una vez haya funcionado no significa que pueda hacerse dos veces, con las mismas limitaciones. Supuse entonces que la idea era subir la apuesta, pero no. Entiendo que no se le puede reprochar calidad de interpretaciones porque la cinta está muy bien actuada, pero hay que entender (en algún punto) que si vas a hacer cine catástrofe, tenés que jugar fuerte. Quizás una vez logres no financiar en grande la apuesta la primera vez pero... dos veces te sucede lo mismo? Parece demasiado para los estándares actuales...Sólo recomendada para fans de "La última ola", siempre y cuando vayan con moderadas expectativas.
Antes de saltar al barco de Hollywood con la reciente Tomb Raider, el noruego Roar Uthaug dirigió en 2015 la fascinante entrada del cine catástrofe La Última Ola. Con mucha pericia y dignidad, él se valió de un desastre natural para desarrollar al mínimo detalle la tragedia a través de los ojos de un núcleo familiar típico -padre geólogo, madre, hijo adolescente e hija preadolescente-. Lejos de un festín de efectos computarizados al que nos tiene caracterizados la Meca del Cine, los amigos nórdicos supieron utilizar sus recursos con ingenio y, al momento de la verdad, la ola gigante podrá haber durado poco pero sus efectos secundarios se hicieron sentir en la trama. No por nada el film terminó siendo lo más visto del año en su país de origen y la entrada oficial en la carrera al Oscar a Mejor Película Extranjera. Tres años después, la secuela a semejante éxito de taquilla no se hizo esperar y entre manos tenemos Skjelvet (Terremoto), un encomiable intento de réplica del éxito anterior, pero ya sin el elemento de la sorpresa y una adherencia a los preceptos ya utilizados en su predecesora que dañan visiblemente las buenas intenciones del equipo noruego.
Las películas de cine catástrofe corresponden a un subgénero que fue explotado con éxito en las décadas de los ’70 y ’80. Salvo algunas raras excepciones, las propuestas actuales se manejaron en el ámbito de los films olvidables, trillados y/o mal concebidos. Dicho todo esto, de vez en cuando surgen exponentes que buscan revitalizar viejas fórmulas partiendo de los clichés para evitar caer en ellos mismos. En el 2015 se estrenó una cinta noruega llamada “La Última Ola” que justamente intentó insuflar un poco de aire fresco a las películas de desastres naturales desde el punto de vista de un tsunami que se genera como producto de un derrumbe de un paso montañoso. “Terremoto” es una secuela directa de aquel largometraje que trae de vuelta al mismo protagonista que nuevamente intenta salvar a su familia y advertir a la población acerca de un nuevo e inminente peligro natural. En el año 1904 un terremoto de magnitud 5.4 en la escala de Richter sacudió a Oslo con el epicentro en la Fosa de Oslo que corre debajo de la capital noruega. En el presente, científicos comienzan a detectar señales que indican que un nuevo terremoto está en camino. Esta secuela no llega a ser tan “original” como su antecesora pero sí termina consistiendo en un digno divertimento que evita seguir la estructura clásica de una producción norteamericana. Es más, la cinta le dedica 45 minutos a la (re)introducción de los personajes, sus relaciones desgastadas en base a la vivencia anterior y las secuelas que les dejó los eventos descritos en el capítulo anterior. No obstante, esa casi mitad de película le juega tanto a favor como en contra, en especial si el espectador no vio el largometraje original. Igualmente, la audiencia no tendrá tiempo de cavilar al respecto ya que de ahí y hasta el final comenzará un thriller vertiginoso donde todo puede pasar y de hecho lo hará. Lo más interesante del relato está en el hecho de que se focaliza en las relaciones humanas y familiares de los personajes principales, haciendo que el contexto sea determinante en varios aspectos, pero no fundamental en lo que respecta a la construcción de las personalidades y las evoluciones que se van dando a lo largo del film. Respecto a la factura técnica resulta increíblemente destacable todo el trabajo de efectos visuales y en el plano sonoro, los efectos de audio que contribuyen a la atmósfera opresiva y de suspenso que busca generar el director. Por el lado interpretativo, el elenco entero demuestra estar a la altura de las circunstancias brindando actuaciones sentidas y funcionales a la trama. “Terremoto” es una digna secuela que, sin sorprender, nos brinda un entretenimiento interesante, efectista y al mismo tiempo enfocado en las afecciones. Una propuesta que no pueden dejar pasar los amantes del cine catástrofe.
“La ola” era una sólida película catástrofe sobre un tsunami en un fiordo noruego. Ahora esta secuela, “Skjelvet” es una obra maestra sorprendente dentro del género, tal vez porque lo combina con el más espeluznante thriller psicológico y el más duro drama familiar. El talentoso actor Kristoffer Joner es el geólogo que, en la primera película, trataba de salvar a su familia y a toda la gente posible de la temible ola. Poco después de la tragedia era llevado a la TV como un héroe. Pero, tres años después, se ha transformado en un pobre tipo tembloroso, separado de su familia, que ya nadie soporta su obsesión con las personas que no pudo salvar, los que aún siguen desaparecidos, y con cualquier señal de sismo o temblor que pueda pasar inadvertido antes de un nuevo tsunami. La acción ahora es más interesante porque transcurre en la modernísima Oslo, donde un simple corte de luz o unas ratas que huyen de un túnel implican una visión ominosa, que por supuesto el protagonista asume como señal del gran terremoto aunque nadie le crea. En un punto, hasta él mismo acepta estar paranoico y trata de tranquilizarse, a pesar de recibir preocupantes noticias de un colega despedido sobre los constructores de una obra gigantesca que atraviesa el subsuelo de la ciudad. Así, el clima de tensión crece durante más de una hora sin ninguna escena típicamente espectacular. Pero claro, una película que se llama “Terremoto” debe incluir uno, o el público pediría que le devuelvan la plata de la entrada. Cuando sucede hay que agarrarse, porque vienen imágenes indescriptibles. La gran cualidad es que cada detalle es verosímil, y a todos los personajes les puede ocurrir algo ya que aquí no hay figuras hollywoodenses intocables. Pero, además de ser realista, el film tiene una cualidad apocalíptica que lo vuelve rayano en lo fantástico. John Andreas Andersen es el talentoso director del thriller “Cacería implacable” (2012).
Cuando tiembla la tierra Terremoto es la segunda parte de La última ola (2015) y su trama se centra de nuevo en Kristian Eikjord, un geólogo que se ha transformado en un héroe para muchos por avisar acerca de la llegada de un tsunami. Eikjord decide mudarse a Oslo e investigar las posibilidades de un posible terremoto. El geólogo comienza a angustiarse por sus descubrimientos y volverse paranoico con el tema, nadie le cree que un próximo terremoto puede causar un desastre en Oslo. No se puede esperar demasiado de una película sobre desastres naturales. Cualquiera que haya visto El día después de mañana, 2012 o Geo-tormenta ya sabe qué esperar de la trama de este tipo de películas. Terremoto no sale ni una coma de la formula “clásica”, no hay nada demasiado nuevo o que realmente sorprenda al espectador. Las actuaciones son buenas pero la dirección no termina de aprovecharlas por completo. Tampoco ayuda el ritmo que lleva a la historia a hacerse un poco larga en algunos momentos y apresurar todo en otros. Podemos destacar que la película logra centrarse en el componente humano de la situación, los sentimientos de ciertos personajes que parecen genuinos y creíbles. Hacen que empaticemos un poco con una situación tan irreal. Terremoto es una película entretenida para ver con amigos si no hay otra cosa en cartelera. Cumple con lo que promete pero no sorprende para bien en ningún momento pero nos hace disfrutar de Oslo y sus edificios un rato, aunque esto implique verlos destruidos.
La familia disparate Hay géneros que por asociación directa, se los asimila con Hollywood. El cine catástrofe es uno de ellos. Quizás por una cuestión presupuestaria, por pensar que el cine pochoclero solo tiene que venir de Estados unidos, o por mera costumbre; nos cansamos de ver estadounidenses huyendo en masa ante peligros de la naturaleza, invasiones extraterrestres, u otra cosa que causa el pavor masivo de la población mientras todo se destruye a su paso. En 2015, La última ola (REVIEW, ACA) sorprendió por esa cuestión. Una producción proveniente de Noruega, sin estrellas estadounidenses, pero que nada tenía que envidiar al cine de Hollywood. Un gran despliegue visual alrededor de una marea descomunal que arrasaba con todo, y una historia que acertaba al centrarse en el drama de una familia huyendo. La Última ola fue un exitazo, y siguiendo con las reglas que marcan que estábamos ante cine pochoclero, la secuela no podía faltar. ¿Es posible hacer una secuela de cine catástrofe? Sí, y se llama Terremoto. Como lo adelanta su título, acá el tema no son las olas gigantes, sino la tierra partiéndose. Entonces, ¿por qué es una secuela? ¿Se acuerdan de aquella familia que huía? Volvieron, y van a tener que huir otra vez. Agrietados Hay que reconocer el esfuerzo de los guionistas John Kåre Raake y Harald Rosenløw-Eeg (los mismos de la primera) por continuar la historia con los mismos personajes pero diferente catástrofe. Nuevamente tenemos a nuestro paladín de la naturaleza y sus peligros, Kristian Eikjord (Kristoffer Joner) el geólogo que luego de advertir la presencia de un tsunami en el primer film y ver tanta destrucción alrededor suyo, quedó un poco paranoico. Sigue viviendo en el pueblo de Geiranger, donde continúa analizando muestras para prevenir futuras catástrofes. Su familia, su esposa Idun (Ane Dahl Torp) y sus dos hijos Sondre y Julia (Jonas Hoff Oftebro y Edith Haagenrud-Sande, respectivamente), se alejaron de él por volverse un hombre aún más hosco de lo que era, perseguido, y se mudaron a Oslo. Cuando un colega de Kristian muere en un túnel de Oslo, Kristian decide trasladarse allí porque sospecha que algo puede estar sucediendo bajo tierra. Primeramente, se asocia con la hija del hombre fallecido (Kathrine Thorborg Johansen), y posteriormente comenzará una carrera contra reloj cuando descubra qué es lo que sucede. Se viene un terremoto inminente, réplica del mayor terremoto que asoló a Oslo en 1904, y este promete ser mayor. Claro, ¿cómo creerle a un hombre que parece bastante perseguido? En efecto, ni su familia le cree. Ya van a aprender la lección de hacerle caso a los locos. Cuando menos es menos Básicamente Terremoto repite la misma fórmula de La última ola, una catástrofe natural, un héroe ciudadano, una familia, el drama de la huida, y una población corriendo despavorida mientras todo se va rompiendo a través de un despliegue visual importante. El problema es ese: ya lo vimos, ya lo conocemos; por lo cual, el impacto ya no es el mismo. La última ola sorprendía por mejorar lo que en las películas de cine catástrofe de Hollywood hacía agua. Centrarse en los personajes y en el drama que los atraviesa. Lograba que nos interese qué es lo que les pasaba, y no simplemente posar los ojos en ver una marea de CGI rompiendo cosas. Terremoto pretende hacerlo igual, pero no aporta nuevas características, todo lo que expone ya lo conocemos. Los personajes no crecen, y ese conflicto que se plantea en ellos ya sabemos cómo va a terminar. Sumémosle que, por más que le busquen la vuelta, la rosca para traer de vuelta los mismos personajes es un poco (muy) forzada. Por otro lado, aunque importante, el despliegue de un terremoto arrasando no parece impactar tanto como un tsunami. En el aspecto visual, Terremoto se siente más chica que La última ola. El director cambió, el experimentado Roar Uthaug partió a Hollywood a hacer Tomb Raider: Las Aventuras de Lara Croft, y en su lugar llegó el novato John Andreas Andersen. Uthaug le imprimía un ritmo que Terremoto no tiene. Así, Terremoto es una secuela que cumple, entretiene, sigue sin envidiar nada al mundillo de Hollywood, y entrega un producto de cine catástrofe rendidor. A la hora de comparar, y ante la imposibilidad de negar que ya hubo una entrega anterior, el resultado baja, y vemos que esta entrega es bastante menor.
Es una secuela de la película noruega “La ultima ola”, que mostraba el efecto destructor de un tsunami en un fiordo. Una montaña que colapsa y provoca una ola de ocho metros de altura que arrasa con toda una ciudad. En ese caso cuenta la historia de un geólogo que vio venir el fenómeno y que hizo lo posible para salvar a su familia y a todas las vidas en riesgo, que aquí vuelve a ser el protagonista. El mismo actor, Kristoffer Joner, el mismo personaje, la misma familia que quedó dañada. Un héroe nacional que comienza a sospechar que Oslo, construida sobre una fractura geológica, puede ser sacudida por un terremoto como sucedió a principios del siglo XX. La investigación de un colega que muere accidentalmente lo pone en alerta. Pero nadie le cree, es un hombre admirado, pero también sospechoso, emocionalmente quebrado por la catástrofe anterior. Este guión, co-escrito por el responsable del film anterior, no cae de rodillas frente a un festival de efectos especiales, como suele ocurrir en los films de este género en Hollywood. No se renuncia a mostrar a los personajes y sus historias, sus motivaciones y dolores, y cuando llega el momento culminante, ese terremoto impresiona por lo bien logrado y el resto es tratar de sobrevivir entre tanta ruina tambaleante con una tensión estresante y bien lograda. Cada situación que ocurre en ese agrietado y enclenque edificio parece haber sido finamente calculada para que parezca convincente y contribuya a la tensión y los grados de presión para el espectador.
Cine catástrofe, pero a la manera nórdica Si bien no son habituales las sagas provenientes de cinematografías que no sean la estadounidense –mucho menos frecuente todavía es que estas se estrenen en la Argentina–, Terremoto, de John Andreas Andersen, vendría a ser la excepción a esa regla. No es esta la única rareza de este film producido, rodado y protagonizado por un elenco completamente noruego. Se trata además de un exponente clásico del cine catástrofe, género que por una cuestión presupuestaria pertenece a Hollywood de forma casi exclusiva. Pero ya con La última ola (2015), que el año pasado tuvo su estreno local y en el cual se desarrolla el universo original que ahora tiene continuidad en Terremoto, el cine nórdico había probado capacidad técnica para desarrollar propuestas de este tipo. Terremoto representa un paso adelante en ese camino, que además sostiene las virtudes narrativas del film anterior, que no por módicas dejan de ser virtudes. Aunque acá ciertas características de los materiales de construcción comienzan a mostrar algunos signos de fatiga. Lo mejor de la película es el balance entre el suspenso del segmento que pone en escena la calma que antecede al cataclismo del título y la tensión de la lucha por sobrevivir. Kristian Eikjord es un geógrafo que se convirtió en héroe al salvar mucha gente durante un tsunami que sumergió a un pueblito turístico enclavado entre los fiordos, acciones que motorizan a la película anterior. Ahora Kristian está sumido en su propio estrés postraumático, combinación letal entre la paranoia provocada por la posibilidad de que un hecho como aquel vuelva a sorprenderlo, su sentido de la responsabilidad por proteger las vidas que podrían verse afectadas por ello y la culpa que siente por los muertos que no pudo salvar. Todo esto lo ha llevado a volverse un ermitaño con algo de mesiánico al que su familia abandonó para instalarse en Oslo, donde intentan reconstruirse luego de la tragedia. La muerte de un colega, ocurrida en un derrumbe en uno de los túneles submarinos que ordenan el tránsito entre los fiordos de la capital noruega, activan los ataques de pánico del protagonista. Andersen juega bien sus cartas, en las que la amenaza de un sismo en Oslo se confunde con la inestabilidad emocional de Kristian. Los hechos terminarán demostrando que este no estaba tan “loquito” como las autoridades pretenden. El terremoto finalmente ocurre y la película lo muestra de forma impresionante, pero con una sobriedad que dista mucho de ese redoblar la apuesta de forma constante que tienen las películas estadounidenses del género. El último cuarto del relato le hace lugar a la lucha de Kristian por salvar a su esposa y a su hija, que han quedado atrapadas en los niveles superiores de un hotel de 34 pisos que amenaza con colapsar. El final, no del todo feliz, vuelve a marcar el contraste. A diferencia del omnipotente Dwayne Johnson, Kristian es noruego: eso lo vuelve humano y, por supuesto, falible ante el poder de la naturaleza.
En junio de 2016 se estrenó en nuestro país la película Noruega "Bølgen" que acá se titulo "La última ola" dirigida por Roar Uthaug, ahora llega “Terremoto” (“Skjelvet”), secuela de aquella. La trama es la misma y los mismos protagonistas un geólogo Kristian Eikjord (Kristoffer Joner, "Misión Imposible 6: Fallout"), vive en Geiranger, se entera que un colega muere en un túnel subfluvial, cree saber que está sucediendo, ahora en Oslo investiga y es el lugar donde va a ocurrir la catástrofe. Su compañero y amigo dejo datos, la hija de este, Marit Lindblom (Kathrine Thorborg Johansen), lo ayuda a Kristian Eikjord a encontrar la verdad, juntos tienen que salvar a millones de personas, a pesar que él viene de vivir un pasado tormentoso, por ese motivo se encuentra distanciado de su esposa Idun Karlsen (Ane Dahl Torp), de su hijo adolescente Sondre Eikjord (Jonas Hoff Oftebro) y de su hija pequeña Julia Eikjord (Edith Haagenrud-Sande). Lo que sigue ya se percibe, edificios destruidos, todo lleno de escombros, horror, gritos, muertes, heridos, tensión, repletos de clichés y bien apocalíptico. Su director es el noruego John Andreas Andersen, fotógrafo de cine, quien además trabajo en la dirección de algunos episodios de la serie "Occupied".
Cuando pase el temblor Terremoto (Skjelvet, 2018) es una secuela de La última ola (Bølgen, 2015), insólito éxito de taquilla proveniente de Noruega. Al igual que su antecesora, la historia transcurre en la fría Oslo, ciudad epicentro de un terremoto en inevitable camino, que recuerda al que sufriera la misma locación hace poco más de un siglo atrás, en 1904. El director de fotografía John Andreas Andersen debuta tras las cámaras y reemplaza a Roar Uthaug -recientemente desembarcado en el mainstream hollywoodense con Tomb Raider: Las Aventuras de Lara Croft (2018) - para hacer foco en un cine de género de nula tradición en la cinematografía nórdica. El arquetipo de cine catástrofe sobre el que Hollywood ha transitado una tradición desde los años ’70 con films como Infierno en la torre (The Towering Inferno, 1974) o La aventura del Poseidón (The Poseidon Adventure, 1972) y que ha tenido una digna continuación en los años ’90 (La furia de la montaña, Volcano) ha visto banalizado hasta el hartazgo del refrito por estos tiempos (Terremoto: La falla de San Andrés es un cabal ejemplo). En este sentido, dicho subgénero encuentra en este exponente un ejemplar a la altura del mejor cine industrial. Nuestro héroe es el geólogo Kristian Eikjord, interpretado por Kristoffer Joner, y quien se encuentra peleando contra un sistema político, al que alerta de un peligro inminente, pero es desoído. El desequilibrio emocional de nuestro personaje funciona aquí como motor de la trama. Bajo esta coyuntura, Terremoto es un drama que hace foco en lo humano y en las sensaciones que afloran cuando el hombre se enfrenta a circunstancias extremas. Mostrando el trasfondo familiar del geólogo y sus preocupaciones paternales, construido como un ciudadano ejemplar (un guiño que remite al héroe en peligro del cine de Steven Spielberg, pensemos en Guerra de los mundos) se adivina fácilmente una instantánea identificación con el espectador, en donde las tensiones entre las relaciones van aflorando a medida que el desastre se avecina. Las secuencias de acción grandilocuentes que el público habitual consumidor de este tipo de propuestas suele esperar, tardarán en anunciarse. La acción propiamente dicha se ve precedida de una larga introducción a la intimidad dramática de sus protagonistas, elección narrativa que otorga al film un tono singular. No obstante y cumpliendo los mandatos del cine mainstream, el terremoto que promete una catástrofe apocalíptica, no escatimará un despliegue de efectos notables que nos colocan en el núcleo del desastre. Una buena fórmula para conjugar el enfoque humanista con un espectáculo dantesco. Ante lo cual, el desastre natural con un atractivo paisaje nórdico de fondo, garantiza esta buena propuesta.
UN MOVIMIENTO SEXY El cine catástrofe no es exclusividad de Hollywood, como bien lo demuestra este drama de acción noruego. El cine escandinavo viene pegando fuerte y no se priva de ningún género. Desde la trilogía “Millennium”, pasando por el terror de “Criatura de la Noche” (Låt den rätte komma in, 2008), las historias que nos llegan del Norte de Europa tienen mucho para ofrecer, ya sean su conflictivos personajes o sus ambientaciones oscuras y frías, tan representativas de la región. “Terremoto” (Skjelvet, 2018) no es el único exponente del cine catástrofe noruego, más bien es el más reciente, ya que la película dirigida por John Andreas Andersen funciona como ‘secuela’ de “La Última Ola” (Bølgen, 2015), otra historia de desastres ambientales que tiene como protagonista al heroico geólogo Kristian Eikjord (Kristoffer Joner). Tres años atrás, el pacifico fiordo de Geiranger se vio sacudido por la embestida de un violento tsunami. Eikjord y su familia quedaron atrapados en medio de este desmadre, pero vivieron para contarla. Eso sí, el trauma de Kristian no desapareció tan fácilmente, y todavía sigue obsesionado con encontrar a aquellos que no pudo rescatar en su momento. Para el mundo y sus seres queridos es un héroe, pero él decide apartarse de todo y refugiarse en sus propias miserias y estrés post traumático. Acá estamos, tres años después, donde a Eikjord le cuesta mantener, incluso, una relación con su pequeña hija Julia que llega desde Oslo para pasar tiempo con papá. La visita es un fracaso, pero la muerte de un viejo colega va a poner al ex geólogo en alerta, obligándolo a viajar a la ciudad para entender qué está pasando con el suelo noruego. Resulta que en 1904, un terremoto de magnitud 5.4 en la escala de Richter sacudió a todo Oslo, resultado de la falla homónima que corre por debajo de la capital. Desde entonces, algunos científicos aseguran que el fenómeno se puede volver a repetir, pero pasados los cien años sin atisbos de movimientos, muchos dejaron de preocuparse, dejando que los instrumentos más avanzados se ocupen de dar la alerta. Como dijo Tusam, puede fallar, y obvio que esta vez el golpe va a ser contundente. Mientras Eikjord se contacta con la hija del fallecido y rebusca en sus papeles para encontrar las verdaderas causas de su muerte, la ciudad empieza a experimentar extraños apagones y otras anomalías que pocos tienen en cuenta. Al mismo tiempo, intenta reconstruir los lazos con su esposa Idun (Ane Dahl Torp) y sus hijos, sin percatarse que la verdadera catástrofe está a la vuelta de la esquina. Cuando lo advierte, ya es demasiado tarde y no logra convencer a las autoridades para que tomen cartas en el asunto. Lo único que le queda es poner a salvo a los suyos, una tarea que no será nada fácil. Todo rompen “Terremoto”, como muchos exponentes de este subgénero, lidia con el desastre, mucha acción y el drama particular de los protagonistas, en este caso, agravado por las experiencias del pasado. Igual, y aunque Andersen se esfuerce en este aspecto, y sume un despliegue sideral de efectos generados por computadora, la película no logra escapar de los clichés y situaciones más explotadas del séptimo arte, y más precisamente, por Hollywood. Lo mejor de la historia sigue siendo la primera mitad antes de la catástrofe, cuando logramos meternos de lleno en la psique de Kristian y su “culpa de sobreviviente”. Esta actitud lo transformó en otra persona, y también lo paraliza cada vez que quiere hacérselas de héroe. No, acá no tenemos un musculoso Dwayne Johnson que venga a salvar el día con proezas inverosímiles. Los personajes de Andersen resultan más realistas y “creíbles”, aunque de vez en cuando se le escapa una de esas tomas imposibles para un ser humano común y corriente. Ponele que sea producto de la adrenalina, ponele. Está bien, la película tiene que encontrar el equilibrio entre el melodrama familiar y la destrucción ominosa que, en un momento, lo cubre todo con escenas mega espectaculares y rascacielos en riesgo. La prioridad del realizador y el guión de John Kåre Raake y Harald Rosenløw-Eeg, sigue siendo rescatar la humanidad de las personas en momentos de crisis, pero más aún, la unidad de esta familia que debe volver a encontrar su centro. Basta de niñitos en apuro “Terremoto” tiene muy buenas intenciones y es una gran alternativa para escaparle al cine hollywoodense y explorar otros puntos de vista, pero al final apura demasiado las cosas y toda esa tensión y dramatismo que logra construir, quedan opacados por el desastre y algunos actos heroicos de manual. Andersen no nos entrega soluciones mágicas, sino que muestra como una ciudad y una familia se recuperan del desastre, volviendo a la naturalidad del principio, que sigue siendo lo más atrayente de su historia. Lo que sacamos en claro: los científicos a cargo siempre hacen oídos sordos, los que encuentran las fallas mueres trágicamente, y los niños siempre son un obstáculo en este tipo de historias. ¿Los podemos cancelar para siempre?
UN SISMO QUE NO ROMPE ESTRUCTURAS CLÁSICAS Lo que antes era el cine indie para alternar con las películas de producción mainstream hollywoodense, ahora son las superproducciones (más modestas, por cierto, para ser tan “super”) por fuera de Hollywood que rescatan a los géneros clásicos como los de catástrofe, reinventándose para lograr algo más “fresco”. De ese modo hace unos años tuvimos La ola en la que un geólogo a punto de mudarse de una bahía en la costa noruega, ve antes que nadie cómo un tsunami de proporciones arrasa con la localidad, e intenta salvar a su familia y a la mayor cantidad de vidas posible. Y ahora recibimos Terremoto, que no es ni más ni menos que su probablemente innecesaria secuela directa, esta vez ambientada en la ciudad de Oslo, en la que, una vez más, un sismo al que nadie puede anticiparse, es detectado por el mismo especialista que de nuevo intentará un rescate casi imposible. La diferencia con películas como Terremoto: la falla de San Andres o Lo imposible, además del obvio presupuesto, es la intensidad dramática de la que se quiere dotar a la historia. Lo cual no parece un objetivo demasiado fácil de lograr para el director dado lo poco demostrativos que son nuestros amigos nórdicos para lucir algo parecido a las emociones básicas. De hecho el geólogo Kristian Eikjord (Kristoffer Joner) aparece anímicamente destrozado -luego de lo vivido en el episodio del tsunami-, básicamente por no haber podido salvar a más personas, y eso lo convierte en alguien incapaz de volver a conectar con su familia y tener una vida normal. Este conflicto se lleva casi una hora de línea argumental hasta que llega un momento que podría calificarse de resolución positiva (aunque el mismo Kristian dude de que sea así) y es interrumpido por el nuevo riesgo que acelera la acción, llegando como al rescate para que la tensión emocional no siga pareciendo tan forzada. Pero cayendo, al mismo tiempo, en el giro recurrente de la búsqueda del héroe de sus seres queridos en medio de la catástrofe. El día después de mañana se apoyaba en ese sólo hecho y sin embargo, tenía más profundidad de la que tiene esta Terremoto en las subtramas (de las cuales carece, a decir verdad). Y a diferencia de lo que uno podría esperar, la escena o conjunto de secuencias en la que sucede el tremendo sismo es bastante breve. Si bien gana en intensidad porque los momentos a puro riesgo son muy vertiginosos e impecablemente coreografiados, no deja de resultar poco para un film de estas características. El problema termina siendo que el conflicto dramático previo es bastante trillado, tanto como el hecho de que el único que parece tener conciencia del peligro es el protagonista (no puedo evitar citar al síndrome John McClane en el cual el único que sabe de algún peligro inminente es desacreditado y eso termina incrementando el riesgo) y convierte a Terremoto en una película más. Una que entretiene, una que hace que funcionen todos sus mecanismos, que maneja de manera impecable los efectos especiales, pero que no deja de ser mucho más que eso.
Con extraordinarios efectos visuales, The Quake (título original: Skjelvet) -aká “Terremoto”- es la segunda parte de la famosa película de origen noruego que se conoció en latinoamerica como “La última ola”. En aquel entonces sucede todo en un lugar de montaña cerca de Oslo, donde ahora, el protagonista, quien es considerado un héroe, vive alejado de su familia, la que se encuentra en la ciudad. No hace falta ver la primera parte para entender el tormento psicológico en el que se encuentra nuestro protagonista, quien sostiene éste estado hasta la mitad de película donde aparece realmente la acción. Sin embargo, me interesaba la propuesta de tomarse el tiempo para el desarrollo del personaje y su desesperanzado intento por recuperarse, pero con actuaciones trabadas, y escenas sólo de presentación constante, es inesperado que los personajes logren una transformación creíble. Así es como, la película sólo crece en los momentos donde se produce el esperado terremoto, justamente donde este director novel puede mostrar su verdadero arte; antes fue director de fotografía. Con escenas que te harán recordar a Jurasic Park, ésta no es otra cosa que una película pochoclera más que intenta parecerse a las producciones de Hollywood, con la marcada intención de abrirse camino internacional. (Calificación: 6/10)
Antes de que termine el año, el cine noruego se hace presente con Terremoto, la segunda parte de La última ola, film de desastres naturales que se apoya más en la credibilidad del relato que en otra cosa. El film vuelve a contar la historia del geólogo Kristian Eikjord (Kristoffer Joner) que vive recluido en las montañas sufriendo por no haber salvado más gente del desastre en Geiranger tres años atrás. Su familia que vive en Oslo respeta su decisión pero quiere que vuelva con ellos. La muerte de un colega hará que Kristian investigue lo que aparentemente es movimiento sísmico y la posibilidad de un gran terremoto en la zona. Trata de avisar a su familia y a la población pero ya es demasiado tarde. Cuando se piensa en grandes producciones de desastres naturales la mente del espectador siempre va a Estados Unidos. Pero mientras que los efectos y la acción son la moneda corriente de esas producciones, en Terremoto el foco está puesto en el drama. Más de la primera mitad de la película la historia se enfoca en la vida de Kristian, abatido por la tragedia que pasó y también paranoico por lo que pueda llegar a pasar. Esta lo distancia de su familia pero lo prepara para continuar la investigación que llevará al clímax. Pero lo interesante de esta producción es que no hay grandes héroes, sí hay casualidades y la magia del cine puede generar alguna escena inverosímil, pero los protagonistas actúan como personas ordinarias en situaciones extremas. El único personaje que queda fuera de lugar es el de Marit, hija del investigador fallecido, que acompaña a Kristian sin presentar resistencia o duda. Aunque los efectos son pocos, sí son impactantes, generan el vértigo buscado y se refuerzan con una lograda puesta en escena. Se podría cuestionar que hay una gran elipsis al final en donde los personajes salen de un edificio casi destruido, sin saber si esta fue una decisión de presupuesto o de guion.
En este último tiempo podría decirse que la lista de estrenos cinematográficos en la argentina es realmente internacional. Pareciéramos empecinados en tener una de cada país antes que termine el año y si seguimos así no estaremos lejos. Claro que este factor no implica nada, pero en la coincidencia podemos encontrarnos con aburrido cine de animación de Brasil y de Ucrania, una buena comedia agria de Francia, pésimo terror de Corea, y la que nos toca hoy viene de Noruega y es una apreciable muestra de cine catástrofe. Está claro que cuando se estrenó “Terremoto” (Mark Robson, 1974) la fórmula que combinaba espectáculo y efectos visuales con solidez narrativa iba a sentar un precedente difícil de sortear a la hora de las referencias. No es que no se hubiesen hecho de este sub-género antes, pero nunca con este estilo de producción. Así se replicaron los guiones cambiando de “monstruo” pero manteniendo los lugares comunes de las historias que giraban alrededor. Ya sea un meteorito a punto de estrellarse contra la tierra, un tsunami, un huracán, aviones que se caen o trasatlánticos hundiéndose en el océano, los ejes dramáticos que atraviesan a los protagonistas son más o menos los mismos: una historia de amor que se consuma en medio de la vorágine, o la unión de una familia separada por las circunstancias (o divorcio mediane) que a partir de la debacle externa aprende a apreciar la vida y convivir en paz. Con esto establecido como cliché, tomar riesgos argumentales puede ser una aventura para los productores conocedores de su público. “La gente quiere ver edificios cayéndose en medio de una parafernalia sonora” podría ser la frase hecha. Razón no les faltará, pero si sólo pasa eso fracasa por ausencia de consistencia. En fin, todo esto es simplemente para explicar los buenos motivos para recomendar ver “Terremoto” esta semana. Probablemente no sea fácil de asociar pero en principio, si el espectador que vaya al cine tiene una sensación someramente familiar frente al protagonista es porque estamos frente a la secuela de “La última ola” de Roar Uthaug, estrenada aquí en 2016, y en la cual el geólogo Kristian Eikjord (Kristoffer Joner) hacía lo imposible para advertir y sobrevivir a un tsunami desproporcionado que azotaba los fiordos de Oslo. En las primeras tomas de ésta segunda entrega (y aún sino vio la anterior) todo funciona igual, lo que vemos son las consecuencias físicas y psicológicas que todavía hoy operan en Kristian, un hombre que ha visto y anticipado el horror y que todavía hoy convive con la culpa de no haber podido salvar más gente. Para la TV y la sociedad es un héroe, para él hay sólo traumas que vuelven una y otra vez a su mente en esa casa en la cual vive solitario y algo abandonado en su aspecto. La muerte de un colega despiertan en él primero un temor, luego la certeza de que se viene otro sacudón peor al anterior. Entre tanto debe lidiar con algo tanto o más difícil: la recomposición familiar. Recibe a su pequeña hija Julia (Edith Haagenrud-Sande) pero le es imposible vincularse. Lo mismo con su hijo y su mujer (Ane Dahl Torp), quien trabaja en el centro de Oslo. Lo curioso de éste opus de John Andreas Andersen es la sutileza y dedicación con la cual construye el “monstruo” a través de la información que se va recopilando por virtud del protagonista. El guión de John Kåre Raake y Harald Rosenløw-Eeg tiene un tratamiento muy cercano al policial: Un geólogo derrotado sin nada que perder, pero que toma el caso que investigaba su colega a partir de su muerte con la clara idea de desenmascarar al “asesino” y redimir su muerte. Dígame si no hay un aroma a Raymond Chandler. Es tan claro el guiño que también será recién en el último tercio donde veremos la acción propiamente dicha, pero para entonces el miedo estará tan bien construido con los elementos clásicos del policial que la resolución cae (sin eufemismos) por peso propio. “Terremoto” es la historia de un villano natural e implacable cuyo daño sólo puede atinar a minimizarse con el conocimiento. Luego también, hay una familia por reconstruir que tal vez está viviendo su propio sismo a menos que se haga algo. Un trabajo sólido de todo el elenco, en especial Kristoffer Joner, aporta a una realización sin fisuras que prefiere usar los prodigiosos efectos especiales y el notable diseño sonoro como herramientas narrativas en lugar de espejitos de colores, y por eso la vertiente “policial” cobra ribetes novedosos para producciones de este tipo porque se logra que la construcción del caso sea tan atractiva como la resolución. Es cierto que el final sale por corte abrupto y carece de epílogo reflexivo, una variante que le hubiese venido bien para cerrar esta correcta y entretenida producción.
Oslo tuvo un enorme terremoto en 1904 y ahora parece -sin “parece”- que se repite, dice esta película catástrofe. Que es una buena lección para Hollywood: si ponemos un millón de efectos especiales uno al lado del otro, ninguno nos va a asombrar. Si ponemos los justos, perfectos, con personajes que nos importan, vamos a quedar impactados por el espectáculo. Sí, Hollywood lo sabía en la era clásica, y hoy cines de otros países (¿cuándo vemos estrenos noruegos acá?) son los únicos que pueden rescatarlo. Pruebe que vale la pena.