Las cosas simples de la vida son las más importantes, aunque en el momento no se tome conciencia de lo que verdaderamente significan. Sobre esa hipótesis indaga el film de Cyril Gelblat y lo hace de una forma con la que el público se identificará. Antoine (Manu Payet) está casado y es padre de dos hijas de 5 y 9 años. Jamás se compromete con la crianza de las pequeñas porque ocupa su tiempo en la búsqueda del desarrollo profesional, mientras su mujer se hace cargo tanto de sostener la casa como la familia. Pero su realidad se modifica cuando su esposa decide dejarlo y se va de viaje 15 días, tiempo en el que deberá aprender todo lo que desconoce de su rol de padre. Todo para ser felices (Tout pour être heureux, 2016) es una película francesa para reflexionar sobre los nuevos tipos de familia, los vínculos sociales y la concreción de los sueños personales. Diversas temáticas que atraviesan a una familia común, con la que el público sentirá empatía inmediata. Gelblat logra momentos de sensibilidad y otros más duros gracias a un argumento bien planteado. La actuación de Payet es excelente porque consigue tanto la seriedad como la risa. Y cabe destacar la interpretación de las pequeñas, quienes hacen un buen contrapunto entre ellas y con Payet. Efectiva desde el inicio, lo mejor de Todo para ser felices es la relación que construyen padre e hijas. Además de generar la necesidad de preguntarse qué es lo que en realidad vale la pena.
La película francesa expone los conflictos que nacen de los vínculos familiares y alterna dramatismo con oportunos toques de humor, entre hijas revoltosas y afectos eternos. Como una suerte de evolución lógica después de Les murs porteurs, su película anterior, el realizador francés Cyril Gelblat escoge nuevamente el seno familiar para contar una historia relacionada con los vínculos alterados y la vida cotidiana. En ese sentido, Todo para ser felices logra una empatía inmediata con el espectador, no sólo por ser una historia totalmente reconocible y cercana, sino por la manera de contarla. La película alterna momentos de dramatismo con oportunos toques de humor que descomprimen la tensión del relato. Antoine -Manu Payet- es un cuarentón insatisfecho que le dedica tiempo al mundo de la música y busca apoyo financiero para su banda, pero en su camino descuida a sus pequeñas hijas de 5 y 9 años. En medio de un entorno familiar que se va enrareciendo, su mujer Alice -Audrey Lamy- decide abandonarlo y le confía a sus hijas para que las cuide durante 15 días. Antoine se encontrará en arenas movedizas y deberá transformarse para aprender su verdadero rol de padre. La pelicula extiende sus lazos al amor de pareja, al amor filial, e incluso la aparición de la hermana de Antoine, con quien empieza a redescubrir una relación que se había mantenido en suspenso desde la infancia, contribuyen a que el relato pueda crecer dramáticamente en varias direcciones. Al tono nostálgico al que se sumerge a Antoine, también se suma el desafío de convertirse en un hombre nuevo ante los ojos de quienes más quiere. El film, sin otras pretensiones que las que muestra, se enriquece en detalles, situaciones de convivencia y escenas como la del final que logran emocionar y sorprenden al mismo protagonista. Buenos intérpretes al servicio de un relato que vale la pena visitar, entre afectos eternos y parejas fugaces.
Una comedia inteligente, profunda y llena de encanto. El titulo alude a una frase que repiten amigos y familia con respecto a un matrimonio, donde la relación se resiente. Ella asumió la responsabilidad del sustento y el hace su gusto, primero baterista, ahora productor discográfico que galgea entre la posibilidad del éxito y las deudas. El divorcio planteado por ella lo pone al protagonista entre la espada y la pared. Pero también le da la posibilidad de encontrarse a si mismo, verse como realmente es y los más importante, recuperar vínculos: Con su hermana, pero fundamentalmente con sus hijas. En realidad se trata de la construcción de una relación de cariño, responsabilidad y protección, el descubrimiento del rol de padre atento. El protagonista masculino a cargo del buen comediante que es Manu Payet, muy bien acompañado por el resto del elenco le da el tono exacto a este film agridulce, con una melancolía que en algunos momentos hace recordar los climas de Woody Allen. No hay golpes bajos, si emotivos. El argumento basado en una novela de Xavier de Moulins, es del director Cyril Gelblat que pulsa con idoneidad la realidad de un hombre de 40 años que intenta reinventarse.
Una tragicomedia sobre la crisis de la mediana edad que, más allá de ciertos lugares comunes, resulta llevadera y eficaz en buena parte de su desarrollo. Antoine (Manu Payet) es un ex baterista y productor musical sin demasiada suerte como artista, empresario, marido y padre de dos niñas de 5 y 9 años. Egoista, frustrado e inmaduro, nunca se ha ocupado demasiado en serio de sostener la economía familiar, de comunicarse con su esposa (una exitosa abogada) ni de criar a las hijas. Su mujer Alice (Audrey Lamy), harta de la rutina y de tratarlo como a un chico más, le plantea la separación. Y no sólo eso: le deja a las dos pequeñas por un período de 15 días. Durante ese lapso, nuestro querible y patético antihéroe deberá compatibilizar las responsabilidades laborales (debe entregar en tiempo y forma el disco de una prometedora cantante que puede revitalizar su alicaída carrera como productor musical), un incipiente romance y las nuevas exigencias de una paternidad para la que es un auténtico despropósito. Si bien todo parece servido en bandeja para una comedia de enredos sentimentales (y por momentos algo de eso hay), la película tiene un sustrato tenso, denso e impiadoso a partir de la forma en que se exponen el desencanto y las miserias de sus personajes. Así, a mitad de camino entre la comedia liviana y ligera, y una mirada algo más seca y profunda sobre las exigencias de la vida contemporánea, Todo para ser felices logra sortear con bastante fluidez y encanto ciertos clichés y lugares comunes de las películas sobre familias disfuncionales y hombres incapaces de cumplir con los “mandatos” sociales. Un film algo menor, es cierto, pero a su manera bastante eficaz.
Problemas de pareja. “Estoy harta de sus peleas”, les dice la hija mayor a sus padres Antoine y Alice, quienes después de muchos años de matrimonio y un notorio desequilibrio en la ocupación de los deberes parentales están atravesando una crisis tan fácilmente identificable como típica. Mientras que Alice (Audrey Lamy), una abogada y jueza exitosa, sostiene no sólo económicamente a la familia, sino que atiende en gran medida las cuestiones ligadas a la crianza y el orden del hogar, Antoine (Manu Payet), baterista y empresario musical, continúa a la caza de ese gran descubrimiento que lo transforme finalmente en un productor discográfico exitoso, algo que bien podría ocurrir o no con la grabación del disco de la joven Angélique (la chanteuse Joe Bel). El hombre sigue llegando muy tarde a casa, olvidando obligaciones elementales y relegando cualquier cosa que no tenga que ver con su ansiado deseo y no pasará mucho tiempo hasta que Todo para ser felices, segundo largometraje del francés Cyril Gelblat, disponga todas las cartas sobre la mesa, aunque el principio de la separación de esa pareja dará inicio a una mezcla y nueva repartija de la baraja. Parte drama familiar, parte comedia de costumbres –ambos entrelazados sin solución de continuidad–, la película describe con toques humorísticos no exentos de cierta leve amargura algunos de los dilemas de esa edad intermedia, las cuatro décadas, en la cual los conceptos de carrera, maternidad/paternidad y realización personal comienzan usualmente a tambalear, ligeramente o con la fuerza de un ciclón. Físicamente divorciados, el hombre comienza a relacionarse con una joven admiradora al tiempo que Alice inicia una relación con otro caballero. Un viaje inesperado deja a Antoine a cargo de las chicas (de unos 10 y 5 años, aproximadamente), punto de partida para un regreso del humor, pero también de un cambio esencial en su crecimiento como padre. En los mejores momentos del film, Gelblat –autor asimismo del guion– logra reunir esos dos tonos con cierta gracia y una amabilidad que evita cualquier clase de golpe bajo, que afortunadamente nunca golpea a la puerta. La franco-portuguesa Aure Atika, en tanto, interpreta a la hermana del protagonista, al mismo tiempo ancla emocional y origen de nuevos conflictos. Manu Payet construye a Antoine con una enorme simpatía y buen talante, contrastando abiertamente con la sequedad y dureza de su ex esposa. La posibilidad de una mirada misógina quedará finalmente inhabilitada por razones que no se revelarán aquí, pero esos rasgos casi opuestos son arrastrados por el film hasta el último tercio, un problema narrativo que el film termina resolviendo sólo sobre el final. El guion ofrece la posibilidad de un happy ending pero también de su contraparte, y en esa coda apurada durante la cual comienzan a rodar los títulos de cierre se siente la indecisión última de un guión que supo desde donde partir pero se perdió un poco en el camino. Felizmente, Todo para ser felices no juzga ni mira con desprecio a ninguno de los personajes y eso termina favoreciendo a una película pensada para el gran público que, a pesar de ello, evita en líneas generales la caracterización estereotipada o el lugar común como evento dramático.
Paternidad a la francesa Todo para ser felices (Tout pour être heureux, 2016) se suma a una serie de películas francesas (Mon roi, Lo mejor de nuestras vidas) que hablan de conflictos contemporáneos asociados a la paternidad. La juventud idealizada que se extiende hoy en día a los cuarenta y tantos años de edad, se erosiona con la llegada de un nuevo integrante a la pareja y tales films lo reflejan con calidez. Antoine (Manu Payet) pasa sus días apostando su dinero a proyectos musicales que no terminan de despegar. Mientras tanto su familia –su mujer y dos nenas- sufren su desatención. Tras el pedido de divorcio de su mujer, debe convivir con las niñas durante dos semanas. La situación lo obliga a una transformación en su actitud pasando por infinidad de problemas de adaptación. Basada en la novela de Xavier De Moulins, Todo para ser felices logra la anhelada identificación del espectador, al ubicar en la piel del protagonista -por momentos despreciable en sus actos- el sentimiento de época: la resistencia a dejar de lado deseos egoístas en pos de los hijos, al asumir el rol de padre. El cine francés –y en menor medida el italiano- es el que mejor ha descrito este dilema generacional, con humor, con realismo, con naturalidad. Un lugar de encuentro a la hora de canalizar frustraciones y reírnos de nuestros propios errores. Desde los vínculos familiares, el film establece la disyuntiva entre la búsqueda hedonista y las responsabilidades sociales. La película dirigida y escrita por Cyril Gelblat no deja de ser un film acerca de un personaje sometido a una transformación con un aprendizaje en el camino. Pero también es un reflejo de varias situaciones contemporáneas que el cine como hecho artístico tiene la capacidad de sublimar. Bienvenidas sean.
Antoine es músico, aunque trabaja como productor de una banda con una talentosa vocalista femenina. Aunque ya no es un muchacho, está casado y tiene dos hijas, parece sin ganas de abrazar todas las modalidades de la vida adulta, apegado al recuerdo de sus primeras escuchas de rock, convencido de su sex appeal y empeñado en no desprenderse de cierta bohemia. Harta de sus ausencias, la esposa impulsa una separación que, aunque se concreta, no termina de limar la energía egoísta de Antoine. Hasta que su nueva vida de separado le pone por delante el verdadero desafío: ocuparse de sus hijas. La crónica de proceso de descubrimiento de los placeres de la paternidad -que es recíproco, porque las niñas también ganan un padre que apenas las registraba- es el verdadero corazón de esta comedia que con ternura e inteligencia observa a su un poco detestable protagonista. La masculinidad, y como en El Porvenir, el paso del tiempo, vistas a través de la relación de un padre con sus hijas, fuentes de afecto y risotadas que se estaba perdiendo.
Todo para ser felices: la paternidad recuperada Aunque está acercándose a la cuarentena, está casado y tiene dos hijas, Antoine no es un tipo hecho para la vida familiar, más allá de la opinión que puedan tener los que acostumbran a emitir juicios tan impertinentes respecto de los sentimientos ajenos como el que da título a esta comedia liviana que por lo menos sabe evitar tanto las pretensiones moralizadoras como los resbalones hacia lo sentimental. Al fin, Antoine, que un buen día se reconoce incapaz de renunciar a las libertades de las que disfrutaba y aspira a recuperarlas, sin considerar que cambiar de vida resulta bastante más complejo que cambiar de canal o de modelo de iPhone. Sobre todo ahora que su mujer ha aceptado la separación y que, sin ella en casa, él deberá, temporariamente, hacerse cargo de los chicos. Las cosas no le serán fáciles, pero también la forzosa readaptación tendrá su costado positivo: la relación padre-hijas ganará con ella (que beneficia también el renovado vínculo con su ahora ex esposa), sin que ello signifique ceder a la tentación del fácil final feliz. Pero eso sí: al grato film de Gelblat no le faltan pinceladas certeras sobre la vida en la sociedad de hoy.
La película de separación de parejas es un subgénero del melodrama que ha sabido aggiornarse con diferentes procedimientos que le permitieron subsistir dentro de la cinematografía mundial, y, en particular, la francesa. Hace poco tiempo “Declaración de Guerra” (2011) de Valérie Donzelli, se presentaba la lucha de una pareja por mantenerse unida frente a la difícil tarea de acompañar a su hijo enfermo, y en ese acompañamiento también percibir el deterioro y ocaso del amor. Y en “Todo para ser felices” (2016) la dolorosa afirmación del título acompaña el derrotero de un hombre que de un momento para otro decide cambiar su destino, cansado de las rutinas, de una mujer que lo mira con ojos diferentes y que asume sus ganas de cambiar. En ese cambio, en ese apartarse de aquello que lo ata y lo somete a convertirse en otra cosa que la que realmente desea, es en donde “Todo para ser felices” encuentra algunas posibilidades narrativas. No hay aquí ninguna apología sobre la separación, y mucho menos sobre el matrimonio, la mayor virtud de esta película de Cyril Gelblat es la de mostrar sin virtuosismo el desamor, la ruptura, el choque con la realidad de ese soñador que desea cambiar el rumbo de su vida de un momento a otro y jugar a ser otra cosa. Claramente el guion apunta a reforzar ideas contrarias a las que el protagonista, Antonie (Manu Payet), tenía sobre ese desprenderse, porque justamente en la imposibilidad de hacerlo, en la manera que debe asumir su nuevo rol como padre ante la sociedad y sus hijas, es en donde la atención termina depositándose. De vuelta en el “mercado” amoroso y tras comprender que su salida del mundo sentimental pudo haber sido abrupta, el hombre comenzará un camino desconocido en el que chats, cámaras, sexo virtual y el acercamiento a generaciones desconocidas para él le devolverán una imagen en el espejo que no desea ver. Basada en la novela de Xavier De Moulins, esta propuesta, además, posee la capacidad de hacer despreciar al protagonista, por misógino, retrógrado, y, principalmente, por ser incapaz de manejar durante un tiempo los destinos de sus hijas, las que, entre juegos y reclamos terminan por hacerle ver que sus fracasos en todos los planos, no tienen nada que competir ante el amor de sus pequeñas. Si “Todo para ser feliz” no termina por cerrar del todo es porque tal vez hay una exageración de algunas situaciones que no logran encajar en el verosímil que intenta proponer, una verdad forzada sobre algunas sutilezas de la vida en pareja actual. Por el resto el guion avanza a paso firme en las desventuras de Antoine, porque si bien se plantea en un primer momento como un film sobre el desamor y la ruptura, hay algo más que incita a que nada empatice con el protagonista. Igualmente en el trabajo sobre la problemática, en el plantear un espacio para debatir sobre el rol del padre en el matrimonio y fuera de él, es en donde esta película refuerza su razón de ser dentro del panorama que se mencionaba al inicio de esta crítica.
Se encuentra muy bien contada, donde la platea rápidamente toma partido con la situación y se involucra en la historia, está bastante relacionada con la actualidad de cualquiera. El film habla de la convivencia, de la familia, del amor, de los vínculos y la desdicha. Tiene humor, nostalgia, te moviliza y toca temas vinculados con lo cotidiano.
Separados con hijas Una película francesa retrata fielmente la crisis de los 40 que sufre un productor musical al que le encargan cuidar a sus hijas durante un complicado divorcio Las películas francesas siguen cotizando alto en lo que respecta a su realización, pero por sobre todo en lo referente a las historias que cuentan y la manera en que llegan al espectador. Todo para ser Felices es un claro ejemplo de cómo hacer mucho con recursos limitados y salir airoso de la situación, con una propuesta que mezcla drama, comedia y ternura sin dejar de lado la propuesta central. La historia relata las andanzas de Antoine (Manu Payet), un ex baterista y productor musical bastante inmaduro que cree que acaba de descubrir a la estrella que le cambiará la vida y por eso apuesta a ella todo su futuro, incluido el de su familia. Esta vida nocturna que lleva termina por impactar en su relación de diez años con su esposa Alice (Audrey Lamy), que lo ve como un niño más que cuidar en vez de un marido, lo que los lleva a divorciarse. Libre del “grillete” que le suponía su familia, Antoine se dispone a divertirse y dejar atrás la “crisis de los 40” que lo venía afectando cuando recibe un encargo desesperante: debe cuidar a sus dos hijas, de 5 y 9 años, durante 15 días mientras su esposa sale “de vacaciones” con “alguien”. Durante esas dos semanas al lado de las niñas, Antoine redescubrirá lo que es ser padre y también un esposo responsable aunque su situación parezca irreversible. Lo que en un principio parece una comedia de enredos, es en realidad el retrato cruel y despiadado de lo que significa para un hombre acercarse a las cuatro décadas de vida sin haber valorado a su familia y habiendo apostado a todo aquello que, en apariencia, no prospera. “Teníamos todo para ser felices”, le recuerda a Alice a Antoine mientras hacen la división de bienes en el departamento que compartían. Pero más allá, de esos detalles, la película también toca otros temas como el recambio generacional (la veinteañeras que dejan papelitos con teléfonos), la responsabilidad que conlleva traer hijos al mundo y por sobre todo cómo se pasan veinte años sin que una persona tenga tiempo de reaccionar. “Todo para ser felices” sorprende porque la propuesta parece sencilla pero va tomando otras dimensiones a medida que transcurre la trama y el protagonista evoluciona a pesar de sí mismo.
Siguiendo el estilo de una comedia dramática norteamericana, Todo para ser felices narra la vida de Antoine (Manu Payet), ex baterista devenido productor, que al mismo tiempo lleva una vida familiar normal, con una mujer y dos hijas. Los problemas empiezan cuando se focaliza en producir a una cantante hot, con potencial de ser un éxito internacional, mientras relega su rol de padre y se enfría su relación con su mujer, Alice (Audrey Lamy). Cuando la situación se vuelve insostenible, Alice abandona a Antoine, quien cree ser capaz de llevar una cómoda vida de soltero y se establece en la casa de su hermana, Judith (Aure Atika), pero pronto esa posibilidad se demuestra poco factible. No sólo le cuesta establecer un vínculo honesto con otra mujer, sino que empieza a extrañar a Alice, y se pone loco de celos tras enterarse de que sale con alguien. A propósito de un viaje de su ex, Antoine debe quedarse un par de semanas con las dos hijas, y así recompone parte de la familia que había perdido. Pero, ¿podrá recuperar a Alice? Más allá de un sinfín de lugares comunes, Todo para ser felices acierta en su descripción de las relaciones humanas, y pese a su humor ramplón incluso consigue bellos momentos.
Film Francés que cuenta la historia de Antoine un hombre de 40 años, muy egoísta e inconformista, dedicado al mundo de la música, casado con Alice. Ambos tienen dos hijas pequeñas, de 9 y 5 años, a las que nunca prestó demasiada atención, y con una esposa que siempre lo trató como a un niño. Por una aventura amorosa circunstancial, abandona su hogar. Una vez establecido en su piso de ¨soltero¨, su ex mujer deja por quince días a sus dos hijas a su cargo. Antoine (Manu Payet) se encuentra ante una situación desconocida, el rol de padre dedicado las 24 horas a sus hijas, en las que se encontrará ante la desbordante responsabilidad, e irá aprendiendo y llegando a una transformación absoluta en su forma de ver la vida. Alice (Audrey Lamy) en el rol de la esposa hace una interpretación formidable junto a Antoine, eje de esta historia, que irá sufriendo cambios muy importantes en el film. Una historia universal de familia, con un cuestionamiento profundo de nuestra forma acelerada de vivir y de no cumplir nuestros sueños en pos de relegarlos para satisfacer al otro, y la necesidad de los afectos familiares. Presentada dentro del marco del Festival de Cine Francés, es una muy buena película para divertirse y reflexionar.
Retrato de una crisis El cine francés tiene ese toque especial, como una hoja de laurel que distingue a un simple risotto de un plato gourmet. Será el acento idiomático tan sensual, que hasta distiende las discusiones, o esa atmósfera francesa que invita al romance. Lo cierto es que en este drama de Cyril Gelblat el conflicto matrimonial es el centro de la trama, así como también sus inevitables consecuencias: las mudanzas, la separación de bienes y la crianza de los hijos. Antoine y Alice deciden divorciarse y el hombre será el encargado de cuidar a las niñas de 5 y 9 años. Ella es una exitosa jueza que sostiene económicamente el hogar, mientras que él es un músico y productor que atraviesa la crisis de los 40, con fantasías de eterno adolescente. En medio de la crisis, esta ex pareja comienza a recuperar su vida después del matrimonio. Las escenas se vuelven más tiernas y muestra cómo un padre irresponsable reconstruye el vínculo con sus hijas. Si bien por momentos algunas situaciones podrían calificarse como clichés, es una película que intenta salir de los estereotipos y dotar con aire fresco y guiños a la vida cotidiana. Una historia que habla de la posibilidad de la reinvención en las familias disfuncionales.
Una película con un eficiente desarrollo que se desinfla a la mitad. La separación de un matrimonio y cuando queda en evidencia las limitaciones de una de las partes a la hora de criar a los hijos ha sido tratado incontables veces en el cine, siendo Kramer Vs. Kramer o Mrs. Doubtfire los referentes que con más facilidad vienen a la memoria. Todo para ser Felices, si bien una historia que no viene a reinventar la pólvora, hace el intento de contar su versión de este conflicto. Papá a la fuerza: Antoine es un productor musical absorbido en su propio mundo. Tal es su egoísmo que apenas ve a sus hijas e ignora completamente las necesidades de su mujer. Un buen día, la desidia de Antoine colma la paciencia de su esposa, quien le pide el divorcio y se va de vacaciones dejándole a sus hijas durante 15 días. Es durante el transcurso de este tiempo en donde Antoine redescubrirá su rol de padre. Decir que Todo para ser Felices es una historia sobre un hombre que redescubre su rol de padre sería acertado, pero uno se quedaría corto si tomamos en cuenta la visión global de la película. El tema que desarrolla es claramente el del egoísmo. Antoine es un hombre que piensa en sí mismo y en su trabajo constantemente; no registra al otro en ningún aspecto de su vida: Ni a su mujer, ni a su amante, ni a sus hijas, ni a sus amigos, ni a su socio de negocios. La confrontación de esta incapacidad y como la supera es el gran motor emocional de la película. Lamentablemente, no todo son rosas para este film. Si bien durante la primera mitad trama y tema parecen confluir a través de un conflicto claro, entrada la segunda se desinfla, se queda sin desafíos, y el personaje nunca es introducido en esa encrucijada crucial, en esa decisión entre dos opciones irreconciliables que es el paso crucial para cerciorar que este efectivamente ha aprendido algo y ha cambiado. En el caso de Todo para ser Felices el espectador claramente puede percibir, llegado ese tiempo, que el personaje era distinto que al principio. Se siente como si llegada la primera mitad de la película se cumplieran todos los objetivos y la mitad restante fuera relleno para no tener una duración de 50 o 60 minutos. Actoralmente, Manu Payet se lleva efectivamente al hombro la película como el protagonista y desarrolla una creíble química con las pequeñas actrices que dan vida a las hijas de su personaje. Por el costado técnico, tiene una fotografía y un montaje sobrios que responden a una dirección clásica sin muchos rebusques. Conclusión: Todo para Ser Felices es una comedia tierna, narrada de forma sobria. Cuenta con un tratamiento temático adecuadamente desarrollado que va a la par de su conflicto, pero que pierde fuerza y declaración a la mitad del metraje. La química entre los actores garantiza momentos de humor que hacen de la película, como un todo, algo no imperdible pero sí disfrutable.
Otro filme sobre la destrucción de una pareja luego de años de convivencia, en esta ocasión muy lejos de aquella maravillosa “Nadie se salva solo” (2015) de Sergio Castellito El problema principal que se instaura en la narración es que no termina de establecer que es lo que desea realmente, si la radiografía de un adulto, padre de familia no asumido, o de su mujer en triple función de madre, incluido su esposo al que sostiene económicamente, las frustraciones personales, el foco en los hijos, demasiados temas ninguno bien desarrollado. La segunda dificultad arranca desde el titulo, una vez finalizada la proyección, en idioma original es “Tout pour etre heureux” (todo para ser feliz), su estreno en países de habla inglesa es “Dad in training”, bastante más especifico. Rara vez ocurre que en nuestro país el titulo sea más cercana a la realidad narrada. Tal es el caso, ya que en una pareja nada es de a uno, y el filme si bien desarrolla más sobre la relación del hombre, es la mujer la que establece las direcciones. Antoine (Manu Payet) es un productor musical que todavía no tuvo su éxito, ese que lo saque del anonimato, Alice (Audrey Lami) es una fiscal que ha dejado pasar oportunidades profesionales por apuntalar a su esposo. Antoine se descubre abandonando su profesión de músico por pedido de su mujer. Es algo así como cuando Talia le pide a Rocky que deje de boxear. En medio las hijas, ambas fueron creciendo entre la desaparición paulatina del amor, los reproches de la pareja parental y su posterior ruptura. La primera temporada de ese padre, con sus hijas a solas, de manera forzada por la madre de las niñas, dará lugar a que todo entre sus hijas y él se modifique. Todo pasa a ser casi idílico. Diez días alcanza y sobra. La narración en cuanto a presentación de personajes, desarrollo de la historia, progresión dramática, establecimiento del o los conflictos, huele a clasicismo hollywoodense más que a cine francés. Demasiado superficial y plagado de giros ultra previsibles, sólo puestos para engañar al espectador. Las actuaciones son buenas, sobre todo el de las hijas, primero por la frescura de las mismas, segundo por poseer más detalles en su escritura. Pero eso no revaloriza el producto en su totalidad. De mirada agradable, no pretenda otra cosa, aunque el texto parecería ser que si.
UNA PELICULA PEQUEÑA Seré breve respecto a Todo para ser felices, una película que si uno tuviera que definir, diría que es una comedia dramática sobre un egocéntrico con crisis de mediana edad que, además, se encuentra atravesando una crisis creativa como productor musical. Lo cuenta con la solvencia necesaria para que sigamos una historia que, a pesar de su escaso vuelo formal y los clichés que sobrevuelan, pueda llegar a interesar porque no ofrece ninguna respuesta y, cuando parece ofrecerla, plantea una nueva pregunta. Después de todo, es de sentimientos de lo que habla y un tono demasiado aleccionador o moral podría hacer de esta comedia un auténtico desastre. Ahora bien, lo interesante de un film así, al que ya hemos definido, radica también en saber ver lo que sobrevuela y la forma en que se aprecia: es bastante común definir a estos largometrajes como “pequeños”, un rótulo que en su ambigüedad y falta de rigurosidad merece ser un punto sobre el que problematizar. Sí, tiene mucho de la medianía que suele verse en dramas de 5, 6 ó “buena”, o cualquiera sea la nota que lleve la película en cuestión, pero es esa medianía lo que merece una explicación y este film es un buen ejemplo. En la película dirigida por Cyril Gelblat la cuestión radica en poner el punto de vista sobre Antoine (Manu Payet), un lugar incómodo ya que el protagonista se mueve con holgura generando situaciones incómodas. Por momentos, cuando cambia el punto de vista al de, por ejemplo, sus hijas o su ex, Alice (Audrey Lamy), uno puede sentirse algo estafado por el film. En una secuencia hacia el desenlace, cuando un Antoine que ha hecho algunos cambios a su vida se encuentra intentando recuperar el amor de su ex, se intercala en paralelo una secuencia donde vemos a sus hijas celebrando el retorno de su padre como baterista y a Alice, que se había mantenido reticente a verlo, acompañando de forma entusiasta la escena mientras en la sombra mira su actual pareja y novio. Esta arbitrariedad tiene relevancia porque el film juega a engañar al espectador: si no se jugara con las expectativas de Antoine tanto como con las del espectador, la secuencia sería completamente innecesaria. La forma en que se construye la escena y la música de la banda de Antoine en primer plano juegan con esta preconcepción. El film adquiere así un carácter omnisciente algo engañoso: sólo cuando sea conveniente nos va a poner en los zapatos de Antoine, como si se tratara de un recurso narrativo. Ahora bien, esto no sucede solamente en Todo para ser felices, pero es una de las cuestiones que hacen a que la película sea “pequeña”. Lo de “pequeña” también parece estar dirigido al escaso riesgo en los recursos formales: por decirlo de otra forma, el director no se aleja demasiado de lo más llano de la televisión diaria para poner en escena su drama. Los planos largos son poco frecuentes y la percepción que tenemos sobre el otro es sobre lo que mejor aplica algún recurso el director. Durante una secuencia en el circo, el desenfoque y la profundidad de campo hacen que entendamos la relación entre Alice y Antoine. Y esto es lo único que se aleja de la solvencia narrativa que, sin embargo, no deja de ser una virtud cuando es ejecutada con inteligencia. El asunto es que cuando problematizamos en torno al uso de un rótulo, es necesario poner en evidencia por qué se utiliza. El mérito recae esencialmente sobre la forma en que es llevado el relato: el personaje de Antoine atraviesa los grises necesarios para contar un relato maduro sobre una crisis de mediana edad, dándonos diálogos que suenan naturales y alejándonos de las manipulaciones ocasionales que hemos mencionado. Es esto lo que al final cuenta para que la película resulte interesante. En cierto sentido, lo peligroso de un rótulo como “pequeña” es asumir que existen también otros rótulos que, utilizados de una forma ligera, pueden llevar a un prejuicio erróneo sobre un film. Tan sólo basta recordar la palabra “tanque” o “pochoclera” para que nos espantemos con la liviandad (y sin embargo, con un peso enorme) que se utilizan estas etiquetas.