Historia mínima de una pareja en crisis La referencia a Bleu que en algún momento hacen los protagonistas parece indicativa de la clase de cine con la que Tres deseos aspira a dialogar. No tanto, seguramente, con esa película en sí, ni siquiera con el cine de Kieslowski en general, sino con el tipo de cine que suele identificarse, a vuelo de pájaro, como “cine europeo”. Uno en el que la exploración de la intimidad, los conflictos de pareja sobre todo, puede dar lugar a preguntas de las denominadas “existenciales”. La pregunta es, en tal caso, si Tres deseos logra estar a la altura de esa aspiración. La respuesta debería ser que sólo en parte. Filmada en digital en la ciudad uruguaya de Colonia del Sacramento, Tres deseos parecería apuntar al intimismo desde el propio tamaño. Sólo tres actores en cámara (uno más, en una única escena), una sola cámara y, se adivina, un equipo reducidísimo detrás de ella, rodando en jornadas que tampoco habrán sido maratónicas. La historia es igualmente mínima: más que guión habrá habido indicaciones, líneas o situaciones básicas a desarrollar. Pablo (Antonio Birabent) y Victoria (en su debut cinematográfico, Florencia Raggi parece a medio camino entre el look y la interioridad) están casados desde hace menos de diez años y tienen una hija de seis. Si viajaron a Colonia durante el fin de semana, fue para festejar los 40 de ella y estar, de paso, un poco solos. Algo que hace rato no consiguen. Las cosas no andan del todo bien entre ellos y la estadía uruguaya servirá para agudizarlas. En el medio, y por una de esas casualidades a las que en una época se llamaba “de biógrafo”, a Ana, ex novia de Pablo (Julieta Cardinali), también le dio por viajar ese mismo fin de semana, a la misma ciudad. Pablo la encuentra en la playa, no le dice nada a Victoria, arregla una cita... Técnicamente impecable, alternando cámara en mano con planos fijos y planos-secuencia con otros más breves, Tres deseos es una película “de momentos”. Victoria se prueba un sombrero, Pablo se enoja por una minucia, Ana y Pablo toman algo en un bar, Victoria se reencuentra con un conocido (Javier van der Couter), Pablo se pone celoso. Son momentos más cotidianos que epifánicos, y se agradece, ya que uno de los peligros hubiera sido pretender develar el alma de los personajes en cada escena. Lo que va quedando claro a lo largo del desarrollo es que del malestar entre Pablo y Victoria es más responsable él que ella. El muchacho lee un simple folleto turístico, sentado en una reposera frente al río, con la expresión de quien aborda Crimen y castigo. Al sol y en short fantasea con su suicidio (en voz alta y frente a su mujer, por supuesto; qué gracia tendría, si no). Se pelea con la camarera por la temperatura del champagne, en medio del festejo del cumpleaños de su mujer. Imposible no preguntarse qué espera ella para patearlo. La que lo pateó es Ana: pasaron doce años y ella no se olvida. Por otra parte, Victoria es un mapa de la postergación. Inevitable pensar que alguna responsabilidad tendrá él en que ella cantara y no lo haga más. Que diseñe ropa y no la venda. Que ande filmando todo con una camarita digital, como una cineasta en ciernes, pero sin terminar de asumirlo. En una película que aspira a analizar una situación de a tres (o de a dos, dando por sentado que la tercera en discordia funciona como catalizador), se supone que repartiendo las cargas de forma más o menos pareja, esa excesiva linealidad en el dibujo del triángulo es un punto en contra. El problema se acentúa, teniendo en cuenta la dosis de afectación que Birabent les imprime a cada gesto, cada diálogo, cada pose. Porque de eso parecería tratarse: de posar, en lugar de actuar. Si a ello se le suma cierto lastre chic, con la ciudad de Colonia como fondo incómodamente typical, Tres deseos queda como un film no del todo logrado. Aunque también sería injusto suponerlo del todo fallido.
La angustia que corroe el alma Hace casi un mes se estrenó la notable película alemana Entre nosotros, de Maren Ade, que desnudaba las miserias de una pareja que se daba cuenta de la verdadera dimensión de su crisis durante una estancia estival en la isla de Cerdeña. Algo similar ocurre con Pablo (Antonio Birabent) y Victoria (Florencia Raggi), un matrimonio porteño casado desde hace 8 años que viaja durante un fin de semana a Colonia para festejar el cumpleaños 40 de ella (un poco mayor que él) y para disfrutar del primer período alejados de su hija de 6. Pero, claro, esa promesa de intimidad, celebración y descanso se convertirá pronto en una pesadilla para ambos. Vivián Imar y Marcelo Trotta (Legado) redondean una atractiva película a partir de una puesta en escena muy prolija en la que conviven con bastante elegancia largos planos-secuencia con cámara en mano (todo un desafío para sus tres protagonistas) con otras construcciones más reposadas e intimistas. Las calles, playas y construcciones de Colonia otorgan el contexto ideal para una historia que va adquiriendo un tono cada vez más melancólico, a medida que la crisis se hace más evidente con la irrupción de la angustia, de las inseguridades y hasta del desprecio y la cobardía. Si bien el film en su conjunto tiene una apuesta más cercana a los climas propios del cine de cámara europeo (francés), la aparición de Ana (Julieta Cardinali), una ex novia de Pablo, propone una subtrama que remite en su construcción al díptico Antes del amanecer/Antes del atardecer, de Richard Linklater. Irreprochable desde su apuesta narrativa y su acabado técnico, Tres deseos extraña por momentos un poco más de intensidad y de hondura a la hora de sumergirse en las contradicciones de sus criaturas, y se resiente para algunos diálogos demasiado explícitos ("la vida me pasa y yo me voy dejando llevar", Pablo dixit) que afloran cuando llega la hora de las confesiones íntimas. A nivel actoral, Cardinali ilumina el film en cada una de sus apariciones, la fotogénica Raggi sale bastante airosa del desafío de un riesgoso protagónico, mientras que Birabent (un actor al que siempre parece costarle bastante conseguir la fluidez necesaria en el cine) no desentona en una película "de" actores. De ellos también es, pues, el mérito de llevar esta historia a buen puerto. Nota: Mi hermano Nicolás figura en los créditos como coproductor ejecutivo del film (me enteré de que participó en la etapa final del proyecto hace pocos días) y el CIC -responsable de la película- pauta desde hace un buen tiempo un banner en el sitio. Ninguna de esas dos situaciones ha afectado en lo más mínimo mi valoración ni la cobertura de este estreno. Pero, ante tanta gente susceptible que hay en la industria, no está de más hacer la aclaración pertinente.
Crónica de un final dialogado Desde los minutos iniciales de este film dirigido por Marcelo Trotta y Vivián Imar queda claro que en la pareja formada por Pablo (Antonio Birabent) y Victoria (Florencia Raggi) algo anda muy mal. Apenas unos segundos del prólogo alcanzan para ver cómo la tensión entre ellos provoca largos silencios incómodos interrumpidos por rígidas frases que anuncian acciones y ocultan sentimientos. Así, en un puñado de escenas, el conflicto está planteado y sólo queda desarrollarlo. Claro que es entre la presentación de los personajes y su crecimiento dramático donde esta película encuentra sus mayores dificultades. Porque mientras caminan por la costa y las calles de Colonia, Uruguay, los personajes centrales de Tres deseos sostienen diálogos que opacan más que aclaran quiénes son y qué les pasa. El drama del final de un amor filmado con prolijidad se complica con la sorpresiva aparición de Ana (Julieta Cardinali), ex novia de Pablo, que en pocos segundos le explicará que se separó el día anterior y entablará con él un largo intercambio de superficiales ideas sobre la finitud del amor. Mientras caminan por las pintorescas calles de la ciudad y hablan, hablan y hablan, Ana y Pablo recuerdan a Celine y Jesse, de Antes del amanecer y Antes del atardecer, de Richard Linklater, claro que a esos personajes interpretados por Julie Delpy y Ethan Hawke, aunque pretenciosos, era un placer verlos y escucharlos. Aquí no pasa lo mismo. A Birabent le toca la ingrata tarea de interpretar a este hombre al que no le otorgaron ni un rasgo positivo para balancear los muchos negativos que ostenta: obsesivo, malhumorado, cobarde e infiel, cuesta creer que alguien como Pablo sea o haya sido deseado por Victoria y Ana. Especialmente por la primera que, gracias al trabajo de Raggi, consigue ser el personaje con más carnadura e interés de la película. Hacia la segunda parte de la historia, Victoria y la actriz que la interpreta crecen frente a la mirada del espectador, que puede verla más allá de su belleza y la clara infelicidad de su matrimonio. Algo que no sucede con los otros dos personajes, apenas dos bonitos globos de papel llenos de aire como los que cierran la última escena del film.
Un fin de semana solos La exploración interior y personal sobre cada uno de los personajes involucrados en la historia es la propuesta de Tres Deseos, film de Vivian Imar y Marcelo Trotta (Legado, 2004), que a pesar de las similitudes que presenta con Entre Nosotros (Everyone Else, 2009) de Maren Ade -estrenada hace unas semanas- y las posibles comparaciones que obviamente va a recibir, se despega de esta ante el mundo propio que construye. Victoria (Florencia Raggi) y Pablo (Antonio Birabent) están casados hace unos cuantos años, ambos tienen una hija en común y deciden ir a pasar un fin de semana solos a Colonia (Uruguay), algo que hace mucho no hacían y que servirá para terminar de poner de manifiesto que el amor de ellos ya había culminado hace tiempo. En el medio aparecerá Ana (Julieta Cardinali), una ex novia de Pablo, quien acaba de romper con su pareja. En un cine donde todo está signado por la velocidad de las imágenes, Tres Deseos se corre del lugar común y nos propone una estética diferente, donde el tiempo estará en función de los personajes y no éstos en función de él, para ello se recurre a la utilización de planos morosos y tomas en secuencia que nos introducirán a un mundo interior claustrofóbico, contrastándolo con un exterior despojado y tranquilo. Cada uno de los personajes se tomará el tiempo necesario para expresar –o no- sus sentimientos y que es lo que los lleva a actuar de esa manera con la persona que tienen a su lado. Sin duda, Colonia es el marco ideal, donde cada uno puede encontrarse con su yo interior tomando distancia de la voracidad del mundo urbano. El paisaje y la tranquilidad de la zona son dos aciertos en una puesta en escena en donde las palabras y los silencios son el epicentro de la historia. Casi sin actuaciones secundarias, más allá de algunas intromisiones, el film está íntegramente protagonizado por los tres personajes en juego y que serán los responsables, aún sin saber de la existencia del otro, de determinar el futuro de sus vidas. Pablo -Victoria y Ana– Pablo terminaran interactuando en el desenlace de las vidas del otro. Aunque sin duda el personaje de Florencia Raggi es el que de manera explícita dará el jaque en la partida de ajedrez que todos decidieron jugar Con una impronta poética acorde, el film toma un costado surrealista determinado por ciertos elementos fuera de su ámbito natural. La playa es un claro ejemplo de ésto, que sirve como nexo conductor entre la fantasía y la realidad o entre el presente que se tiene o el futuro que se desea. Más allá de los punto de comparación que se le puede encontrar con Entre Nosotros, Tres Deseos es un film netamente personal, donde así como el tiempo está puesto en función de los personajes, las palabras están puestas en función de los hechos, que concretos o no los personajes no se animan a exteriorizar. Una película sorprendentemente mágica.
Escenas de la vida conyugal El film de Vivián Imar y Marcelo Trotta sobre una pareja en crisis parece descansar en demasía sobre fórmulas demasiado vistas. Como si de un compendio de varias películas se tratara (la tentación invita a pronunciar la palabra “variaciones”, pero no sería del todo pertinente), Tres deseos remite, en tono, trama y objetivos estéticos, a varios films. El ejemplo más claro podría ser el referido en la nota que los protagonistas dieron a Crítica de la Argentina: Antes del anochecer, el film de Richard Linklater. Otro más difuso podría ser el lazo que sostiene con cierto cine francés. Un matrimonio en crisis (Florencia Raggi y Antonio Birabent) viaja a la ciudad uruguaya de Colonia a festejar los 40 años de ella. Es evidente que la pareja está en una encrucijada impuesta por sus ocho años de convivencia: los diálogos son ríspidos; las voluntades, atenuadas; los silencios, significativos. La desolada geografía del lugar ayuda a poner el acento en el tramo sombrío que transita la pareja, una zona de indefinición a la que contribuye la aparición de una ex novia de él (Julieta Cardinali), que por casualidad también está en Colonia. Entre reproches, arranques amorosos y vueltas atrás, la crisis se pone de manifiesto de manera implacable, algo que el binomio de directores ilustra con planos reposados y largas charlas. El problema es que así como el film se sigue con atención, también está lastrado por la falta de nervio, lo ripioso del personaje de Birabent, y ese constante recurrir –referido al comienzo– a fórmulas demasiado vistas que minan el interés y dejan la sensación de que todo lo que aparece en pantalla ya fue visto demasiadas veces.
La mitad del amor ¿HAY AMOR? LOS CONFLICTOS DE UNA PAREJA SALEN A LA LUZ EN UN VIAJE A COLONIA. Una pareja con más de una década de convivencia, y con una hija, decide hacer un viaje solos a Colonia para festejar los 40 años de ella. Se nota que su relación es tirante, fría. Pero tal vez sea la costumbre y ya se tratan así, todo el tiempo al borde de la crueldad. ¿Permitirá el viaje recobrar algo de paz, recuperar esa "chispa" perdida con el tiempo? La respuesta no es fácil y Tres deseos lo deja claro. El viaje, más que curar heridas, las saca a la luz, las hace evidentes en los fastidios constantes que se producen entre Pablo (Antonio Birabent) y Victoria (Florencia Raggi). Tras una discusión, Pablo decide irse a caminar por la playa mientras Victoria vuelve al hotel. Allí, casualmente, se topa con Ana (Julieta Cardinali), que fue su novia antes de Victoria. Ella se acaba de separar de su pareja y ha viajado sola, "a pensar". La charla se transforma en un paseo, el paseo en un café y da la impresión de que ambos se están reconectando con ese viejo amor que parecía olvidado. En su primer filme de ficción, Vivián Imar y Marcelo Trotta construyen este triángulo amoroso alejándose de cualquier tipo de registro melodramático. El conflicto se arma a partir de diálogos puntuales, malos entendidos, silencios incómodos y conversaciones acerca del amor (o de su fin) que, si bien no se caracterizan por la originalidad, son bastante realistas. El filme no se centra, del todo, en el triángulo amoroso. Ana es una figura casi fantasmagórica, un ideal, una comparación que a Pablo le sirve para confrontar lo imaginado (lo que no fue) con lo real: su relación de pareja, que sí es el tema central. Y la película tampoco ofrece soluciones fáciles para esa conflictiva relación. La ciudad de Colonia juega un rol importante en el filme, con sus calles empedradas y sus playas ventosas que son recorridas por sus personajes. El nublado permanente parece aportar a la confusión que atraviesa el trío. El resto lo da el elenco. A la acostumbrada solvencia de Cardinali hay que sumarle la revelación de Raggi, que con gestos sutiles compone a una Victoria que va descubriendo lo poco que le queda para darle a esa relación. Más problemático es el rol de Birabent: su personaje (y su composición) es tan fría y distanciada, tan amarga y cruel, que uno se pregunta qué le ven las dos chicas, más allá de su pinta. Pero, se sabe, los misterios del amor son insondables.«
Antes del crepúsculo “El fracaso es un paroxismo de la lucidez”, dice Emil Cioran. Bien podría ser el aforismo que sintetice el epílogo de Tres deseos, la opera prima de Trotta (Legado) y Vivian Imar, un drama discreto e intimista sobre la disolución del vínculo amoroso de un matrimonio de ocho años. La sentencia del filósofo rumano es precisamente lo que conquista dolorosamente en su conciencia uno de los personajes. Clarividencia de saber y poder decidir cómo conjurar a tiempo la pestilencia que sobreviene al desencanto amoroso. Tres deseos transcurre en Colonia de Sacramento, Uruguay. Es el lugar elegido por Vicky (Florencia Raggi) y Pablo (Antonio Birabent) para pasar un fin de semana, que coincide con el cumpleaños de ella (de allí uno de los sentidos del título del filme). Él, arquitecto, aunque dirige la fábrica de su padre; ella, diseñadora de ropa, inspirada en modelos de viejas películas, y quizás una cineasta frustrada. Es un viaje con agenda secreta: restituir la pareja, lo que explica por qué su hija ha quedado en Buenos Aires bajo el cuidado de sus abuelos maternos. Un hotel 5 estrellas y un lugar casi paradisíaco es un escenario de reparación. Pero el bienestar económico no garantiza bienestar amoroso. Tras un forzado monólogo existencial, Pablo, que fuma como si se tratara de un deporte oral, se enoja con Vicky y se va a caminar solo. Por azar o por predestinación (del guión) se encuentra con una ex novia, Ana (Julieta Cardinali), que acaba de separarse y se ha tomado unos días. Es un reencuentro y una nueva promesa. Vicky, Ana y Pablo, tres sujetos, tres deseos. En un pasaje, Vicky cita sin nombrar a Bleu de Kieslowski. Es una confesión estética de los realizadores y un deseo mimético. Por momentos, Tres deseos consigue enrarecer su registro como ocurre a veces en la trilogía del polaco. Los raccords (la continuidad) de las escenas desafían la lógica, los horarios internos de la película son laxos, la concepción sonora tiende a lo experimental e irrumpe sobre lo visual. Este filón experimental no siempre se entreteje bien con la voluntad narrativa, que, en las escenas entre Ana y Pablo, remite a Antes del atardecer, de Richard Linklater: caminar y conversar funciona como un método de indagación sobre el yo y sus deseos, aunque aquí los diálogos carecen de la perspicacia pop y filosófica del filme citado. Formalmente inquieta y narrativamente despareja, Tres deseos no deja de ser un debut promisorio. Su propensión a la solemnidad y al lugar común rivaliza con el poder de sus imágenes. Para quienes disfrutan de dramas intimistas. Una virtud: su veta experimental. Un pecado: el desnivel entre los intérpretes.
El lema de la peli es "En un preciso instante llega el amor... ¿en que preciso instante el amor se va?"... Si bien es una pregunta que también se hacen los protagonistas en un momento, la respuesta no esta acá, al menos no para Pablo y Victoria, que llevan ochos años casados, una hija y ahora un viaje solos a Uruguay para festejar el cumpleaños de ella. Pero las cosas no van bien entre ellos desde hace mucho y toda la historia tiene un sentido trágico, ya saben que su matrimonio no tiene arreglo, solo falta que les caiga la ficha. Y para Pablo por ahí eso le es más fácil ya que por pura casualidad se encuentra con una ex y se da cuenta que lo que dejó de repente le gusta más que lo que tiene. No es mala película en el sentido de que entretiene y hace reflexionar además de que las actuaciones del trio protagonico son muy buenas; Birabent en particular aunque tiene cara de nada le da un aire de frío y distante a Pablo que le queda muy bien. Pero fuera de eso 'Tres deseos' me pasó casi desapercibida, dudó mucho que la tenga como lo mejor del año en cine nacional que ya nos dio al menos cuatro films mucho más interesantes ('El secreto de sus ojos', 'Cuestión de principios', 'Las viudas de los jueves' y 'Horizontal/Vertical')
Humo de cigarrillo pensativo Tres deseos es una película en la que no pasa nada. La acción transcurre durante un fin de semana que una pareja pasa en Colonia para festejar el cumpleaños número 40 de Victoria (Florencia Raggi). La pareja lleva ocho años de casados, tienen una hija y este fin de semana funciona como un par de días tranquilos en los que por fin podrán reflexionar y ver en qué se ha convertido su relación. Por casualidad, al pasear por la playa después de una pelea con su esposa, Pablo (Antonio Birabent) se encuentra, junto a una barca donde están descamando pescados, con Ana (Julieta Cardinali), una antigua novia a la que no veía hacía doce años y que exactamente el día anterior se separó de su marido. Despiertan antiguos sentimientos y ambos se enfrascan en inverosímiles diálogos de exploración sobre el fin de una pareja. Mientras, la pareja de Victoria y Pablo continúa con su vaivén sobre la disolución. Esta dupla de directores había realizado ya en 2004 el documental Legado. Los tres actores que sostienen la película cuentan con una trayectoria en el cine nacional e internacional, además de la carrera de Antonio Birabent como cantante. El problema más grave de Tres deseos, siendo como es una película tan pegada a sus actores, es la actuación de Antonio Birabent (por la que, según se nos informa, recibió un premio como mejor actor protagónico en el Festival Internacional de Kiev). No solo sus ceños fruncidos de frustración/enojo/pensamiento son siempre iguales, su voz no refleja ningún tipo de inflexión, todo está dicho en un mismo tono que nunca entra con el timing adecuado. Para peores, a esto se suma un diálogo demasiado trabajado, forzado hasta rozar lo literario (en un mal sentido), que no logra despegar como artificio y al cual los actores no pueden prestar credibilidad. La propuesta en general y algunas escenas en particular nos remiten a otras películas, en especial a Antes del atardecer (Richard Linklater, 2004), en la que dos antiguos “novios” se reencuentran en una ciudad extraña (por lo menos para uno de ellos) y conversan caminando por las calles de París en un lapso de tiempo cercano a la duración de la película. Lo que en esta eran momentos de pura química entre los actores y diálogos completamente naturales (aunque no sin cierta cuota de artificio), acá son momentos (inintencionadamente) incómodos. También hay un dejo almodovariano, sobre todo con la aparición de un travesti. Al final, la película no se proponía contar demasiado y eso fue lo que hizo. No todo plano fijo con sonido ambiente es poético ni filmar a un personaje “reflexionando” constituye un cine reflexivo. Con algunas imágenes que parecen salidas de una publicidad de Secretaría de Turismo y una recurrencia monótona sobre temas e ideas visuales (es raro el cuadro en el que Birabent no aparezca fumando con mirada “significativa”). Hay un cierto realismo que rescata la película de la nada y la naturalidad de Florencia Raggi (por lejos, la mejor actuación) presta vigor a algunas escenas.
Película argentina con aires de europea que queda a medio camino entre la intención y la pretensión con algunos climas logrados y otros que ameritaban un mejor protagónico masculino. Una lástima...
En busca del tiempo perdido “Tres deseos” está impregnada de melancolía, del desasosiego de una pareja en crisis que intenta restaurar su relación pasando unos días en Colonia, la misma atmósfera que rodea a una mujer recién separada que completa el relato. Con ritmo pausado, más silencios que revelaciones y más información sugerida que datos concretos, el guión va delineando los personajes, en medio de reacciones crispadas y frases breves que intentan revelar las razones de un fracaso y de las relaciones inconclusas.
Imágenes para entender la angustia "Lo que más me gustan son los diálogos entre los personajes -apunta la actriz Julieta Cardinali-, "las preguntas que se hacen, esas preguntas universales: si sos feliz, si hay un momento preciso donde el amor se va, cómo darse cuenta". Y agrega: "los directores hacían mucho hincapié en respetar los silencios de la película, porque adentro de esos silencios hay un mundo: qué se está pensando, qué se quieren decir y no se atreven. Estos silencios cuentan tanto como las palabras" (1). En Tres deseos, largometraje co escrito y dirigido por Vivián Imar y Marcelo Trotta, los silencios se esconden tras frases comunes, de puntos suspensivos. Cercanías que se repelen y requieren. Allí, en ese momento de tensión -todo el film es este momento tenso ocurre un vaivén de incertidumbre. Hay elementos que, digamos así, nos lo intentan explicar: el matrimonio, la edad, la separación, la voz de la hija (o de la madre, o de la suegra, ese teléfono). Miradas lejanas que intentan, otra vez, el encuentro. Un film simétrico, diríamos, con el personaje de Pablo (Antonio Birabent, premiado en el Festival de Kiev) situado entre su esposa, Victoria (Florencia Raggi), y Ana (Julieta Cardinali), la novia de hace tanto tiempo. Por un lado, la necesidad de salirse, de apartarse; por el otro, lo lejano vuelto presente. Todo ello durante las vacaciones en Colonia, Uruguay, ese intento por consolidar lo que se ha agrietado. De modo tal que, al seguir los movimientos de Pablo, el film se nos asemeja a un péndulo, a un movimiento que oscila y que no se decide. Es más, podríamos también arriesgar, y casi sin equívoco, que Ana responde más a la fantasía de Pablo que a la realidad. Ana como materialización vana de decisiones pasadas, como lugar del "qué hubiese sucedido si". Recuerdo inasible, que se traduce en el beso que se posterga, una vez y otra, ya irrecuperable. "¿Cuál era esa película?", intenta recordar Victoria, mientras cita desde el azúcar y el café el film Bleu, de Krzysztof Kieslowski. Y al hacerlo traduce una angustia mayúscula, como la del personaje de Juliette Binoche, finalmente libre de toda atadura merced al destino y el accidente mortal. Libre de nuevo, para poder volver a empezar. Victoria no lo dice de manera explícita, tampoco hace falta. Más la reacción hiriente de Pablo, quizá como ninguna otra, y el intento consecuente de reordenar el daño. Victoria llorará como nunca ante el espejo del transformista y su show de escenario, mientras intenta capturar imágenes en su camcorder. Imágenes luego vueltas diseños de moda. Capas sobre capas que esconden y silencian. Por último, también agregar, cómo los personajes se miran desde la lejanía, cómo observan el llanto ajeno que, en última instancia, es también propio. El silencio, recordemos otra vez, como el protagonista de estos Tres deseos.
Pablo y Victoria son un matrimonio de clase media alta de Capital Federal que se va por un fin de semana a Colonia, para tratar de levantar un poco su estado como pareja. Desde un principio de Tres Deseos, notamos que la cosa no anda bien. Pablo es posesivo, dubitativo e independiente a la vez. Quiere a Victoria, pero ella no responde como él quiere y por tanto, anda en busca de otra cosa, una respuesta a la pregunta si debe o no seguir con ella. Por su parte, Victoria, quiere que Pablo se fije en ella, le demuestre cariño, pero no sea tan posesivo. Distantes uno de otro, ambos tratan de estar juntos deambulando por calles y playas de Colonia, pero esto deriva a que cada uno haga la suya. En medio de su vagabunda caminata, Pablo se encuentra con Ana, una ex novia de la facultad. Ana se acaba de divorciar y tiene bastante claro las razones de dicha separación: los límites del amor y el cansancio por seguir una rutina conyugal. Pablo encuentra en Ana, la respuesta que esperaba, y siente deseos de volver con ella, aunque por otro lado, no puede dejar de sentir culpa por terminar con Victoria. Lo que podría ser un drama romántico clásico, Marcelo Trotta y Vivian Imar lo resuelven como una suerte de relato intimista, austero de seres vagando por las calles y charlando acerca de lo que sienten como si se tratara de una versión argentina de Antes del Atardecer. Cotidiana pero a la vez pretenciosamente existencialista con diálogos demasiado preconcebidos, que buscan ser mucho más profundo de lo que terminan siendo e interpretaciones poco convincentes especialmente de Birabent, que habla como si fuera la voz de “una” conciencia, y de Cardinali. Cada vez menos expresiva. Florencia Raggi logra ponerle un poco de naturalismo a su personaje. La música de Ivan Wyszogrod, por momentos se hace demasiado pesada y repetitiva, aunque las canciones, interpretadas en francés por Divina Gloria, le aportan un aire nostálgico. Densa, repetitiva, y bastante monótona a nivel visual; poco aportan los planos cortos, primeros planos y detalles a dotar de un clima más intenso a la historia, para que esta tenga un mayor ritmo. Solo ciertos momentos de humor, cortan con tanta solemnidad narrativa. Sobran minutos, debido a escenas forzadamente insertadas, como la de Pablo en el auditorio devenido en ruinas. En conclusión, lo único que me generaba Tres Deseos, mientras la veía, era desear que se terminara pronto, para emprender un viaje a Colonia, porque como postal turística termina siendo efectiva.
Filmada en Colonia, narra la historia del viaje que hace una pareja un fin de semana para poder salvar el matrimonio. La sorpresa es que ambos se encuentran con sus ex-parejas que disparan amores y miradas no cerradas. Antonio Birabent, por momentos sin expresión, da vida a este marido que coquetea con su ex en un momento de reflexión frente al mar. Muy buena la fotografía y una historia que por momentos entra en un letargo del cual no termina de definirse, en razón de las múltiples debilidades del guión y del tratamiento de loa realizadores de la ópera prima de Marcelo Trotta y Vivián Imar. Los mejores valores técnicos se aprecias en la buena fotografía de Leandro Martínez que enriquece las imágenes que contribuyen a vender más que nada la hermosa Colonia del Sacramento, fundada en 1679, declarada Patrimonio de la Humanidad, emblemática ciudad de la República Oriental del Uruguay, con sus tranquilas playas y cordiales 20.000 habitantes.
La deconstrucción de una pareja “Tres deseos” pertenece al casi subgénero de películas intimistas que reflejan la crisis de una pareja, donde, al revés del género amoroso que se cuenta desde el nacimiento y posterior crescendo, la historia de amor se deconstruye, para luego -en todo caso- reimpulsarla en un nuevo contexto. Existe una larga tradición de ejemplos que tiene su modelo emblemático en el filme de Roberto Rossellini “Viaggio in Italia”, donde Ingrid Bergman y George Sander descubren lo alejados que están como pareja al recorrer Nápoles en un viaje revelador que rompe su rutina. En este caso, no se trata del sur de Italia, sino de la uruguaya ciudad de Colonia de Sacramento. Y el matrimonio está compuesto por Pablo (Antonio Birabent) y Victoria (Florencia Raggi), casados desde hace 8 años. Ellos viajan desde Buenos Aires a la turística ciudad empedrada, para festejar el cumpleaños número 40 de ella. Sin embargo, lo que se planteaba como celebración y descanso se convertirá en una situación incómoda y claustrofóbica. Desde el comienzo se evidencia el malestar de la pareja en los silencios o exabruptos, en la falta de raccord en las miradas (cada uno ensimismado en el celular o la cámara digital). Un hotel 5 estrellas y el lugar paradisíaco sirven de contraste a una situación sentimental desoladora, donde el bienestar económico no garantiza la felicidad buscada. Instalados el malestar y las discusiones, interviene el azar con la introducción de un tercer personaje, Ana (Julieta Cardinali), ex novia de Pablo, que coincide en ese lugar de descanso adonde se ha refugiado para olvidar una reciente ruptura afectiva. Ana y Pablo se descubren cuando éste se ha apartado de Victoria luego de una nueva y arbitraria pelea. Así, entablan un largo intercambio de ideas sobre la finitud del amor que remite lejanamente al díptico de Richard Linklater, “Antes del amanecer” y “Antes del atardecer”, pero sin la perspicacia ni la profundidad poética y filosófica del filme citado. La delgada línea “Tres deseos” queda como un film desparejo respecto de sus aspiraciones, aunque también sería injusto suponerlo totalmente fallido. Pero imposible no preguntarse sobre la delgada línea que separa una cosa de la otra. Sólo tres actores (uno más, en una única escena), una sola cámara, para una historia mínima, estéticamente muy cuidada y técnicamente impecable, “Tres deseos” es una película de momentos de irregular intensidad, donde cuesta perforar la cotidianidad e indagar mucho más allá de la superficie. A nivel actoral, son las actrices las que tienen más sutileza protagónica: Victoria (Raggi), convincente en la clara infelicidad de su matrimonio; la otra, Ana (Cardinali), caminando sobre el borde de un amor después del amor, pero iluminando con su belleza y su espontaneidad cada aparición en la pantalla. Párrafo aparte para el decepcionante rol masculino a cargo de Birabent, a quien le toca dar carnadura a un personaje obsesivo, malhumorado, celoso y posesivo, cobarde e infiel, al punto que no es creíble que mujeres tan interesantes como Victoria y Ana puedan prestarle atención. Es un personaje desperdiciado en sus posibilidades al no explotar su ambigüedad y construirlo al menos como un malo encantador. Tal vez por eso sus parlamentos suenan tan declamados y sus gestos tan impostados, que se reiteran como el récord de minutos en cámara en que se lo pasa fumando. Más que sobre el deseo, la película es sobre la carencia y la frustración. No hay deseo, porque no hay pasión para generarlo, algo que tiene su correlato en la no trascendencia de la pura formalidad, de a ratos más cerca de un frívolo aviso publicitario glamoroso que de un discurrir realmente profundo sobre el drama que trata.