Honestamente, se trata de un verdadero misterio porque Moreno hizo esta película. Una parodia a la falta de ideas, de ingenio para crear “algo”, un producto, una película en sí. Realmente me había gustado mucho El Custodio, pero Un Mundo Misterioso me decepcionó. No quiero ser cruel y reproducir en forma catártica todos los sentimientos encontrados que me produjo el film. Si hay críticos que creen que los Coen se burlan de ellos, lo cuál, creo yo, es imposible, acá Moreno hace lo mismo. Cuesta mucho hacer un film en Argentina, pera hacer uno sobre “la nada” y lo que es peor, admitirlo... O sea, ¿estamos hablando de un personaje solitario, inutil, patético en la relaciones amorosas o solamente de un pibe que no sabe que hacer y anda pregonando a favor de la vagancia con pretenciosidad? Esto no sé si va para el personaje o para Moreno. Lo que es verdad, es que se trata de una película que no es aburrida por lo misteriosa que es, y como nunca se justifica que dirección quiere tomar el personaje, Moreno y asociados, sacaron como conclusión que todo se trata de una gran chiste interno, del que me quedo ajeno, alienado, sobre un grupo de gente pretenciosa que disfruta “no saber que hacer con su vida”. ¿Hay romance acaso? ¿Hay ideas? No. Solo una gran actuación de Esteban Bigliardi tratando de comprender con esfuerzo a este personaje. No me gustó la mirada sobre las mujeres (se cuela un peligroso mensaje subliminal subestimando la inteligencia femenina), no me gustó la mirada fuera del ambiente social del protagonista, hipócrita, etc y además pienso que Moreno tomó lo mejor del cine de Rejtman, pero solamente a nivel superficial. Visualmente tampoco es atractiva, parece retrasar mal 20 años. Rodrigo, si estas leyendo esto, te digo que no entendí tu película. Te pido disculpas si soy hostil, pero honestamente no me gustó para nada. Leyendo una entrevista, me dejaste en duda si vos mismo la entendiste y espero, que tu próximo proyecto sea mejor y podamos recuperar al gran realizador de El Custodio.
UNOS MINUTOS, UN RATO, UN TIEMPO Ana le pide un tiempo a Boris porque la relación ya parece un diario viejo. Cuánto es un tiempo. Un minuto, un día, diez años… Un tiempo. Eso es lo que es. Y es justamente lo que se suspende entre Boris y los días: el tiempo. Todo da lo mismo, que sea lo que sea, besar a otra mujer mecánicamente o comprarse un auto extraído de la memorabilia soviética, viajar en colectivo o a través del Río de la Plata, ir al casino con una desconocida o escuchar a Gardel cantando en francés, comprarse un manual de atletismo o un libro de Truman Capote o Capoche como se pronuncia en portugués, reencontrarse con los compañeros del secundario o fumarse un porro. No hay tiempo cuando uno se toma un tiempo; uno se imagina la muerte pero la muerte está suspendida. Y descubre que el mundo es misterioso y diferente para los otros, para el mecánico de la otra cuadra por ejemplo, un tipo que tiene tiempo y no lo derrocha. Y si bien UN MUNDO MISTERIOSO se mira con tedio nunca ese tedio es gratuito. A medida que avance el relato se irá descubriendo que esos planos largos, fijos, exactos, esconden una emoción que Boris no se permite, o que quizás no le enseñaron a sentir o a vivir, tal vez porque nadie tiene tiempo suficiente para vivir como quiere, como debe, o como puede. Una película destinada a crecer en la memoria, con un festejo de extraordinaria sobriedad a cargo del protagonista excluyente, Esteban Bigliardi, y de un gran actor llamado Germán de Silva.
La historia de un fracaso La nueva película de Rodrigo Moreno (El custodio) aborda la historia de un fracaso amoroso, la ruptura de una relación de pareja y el posterior divague que realiza Boris, su protagonista. Esta vez, y a diferencia de El custodio (2006), el director centra el relato en un universo más cercano, más personal, distanciándose así de la clase trabajadora. Boris (Esteban Bigliardi) se separa de su novia Ana (Cecilia Rainero) en una interesante escena de cama. A partir de ese momento, naufragará en busca del sentido que lo haga sentirse pleno. Sin proponérselo, en esa búsqueda se topará con personajes de otra clase social –entre los que podría encajar perfectamente el custodio de su anterior película- perteneciente al gremio de los servicios. La historia, si es que hay alguna, pues el sentido narrativo no es el primordial aquí, es la de un fracaso. Un fracaso amoroso que queda patente en las perdidas experiencias de su protagonista. Boris melodea, busca, se topa pero no encuentra nada que lo satisfaga. Por ello el registro de Un mundo misterioso (2011) es el de la contemplación de las situaciones. Aquí no hay una sucesión de tensiones que desemboquen en tragedia como sucedía en El custodio. Aquí apenas es el vagar. La abulía y apatía son las armas en que se basa Rodrigo Moreno para construir su relato. Incluso hay una escena que funciona como intertexto de los motivos –o de la falta de ellos- en el film. En una librería se habla de un autor que había hecho un gran primer libro, un best seller le llaman, y ahora en este segundo menos interesante, pero con el éxito anterior el autor “se toma más libertades”. Otro personaje afirma que en el libro no pasa nada al que otro arremete “¿Por qué tiene que pasar algo?”. Un mundo misterioso hablando de Un mundo misterioso. Pero lo interesante es que en El custodio Rodrigo Moreno hablaba de una clase social a la cual no pertenecía. La clase social del custodio en cuestión. En Un mundo misterioso habla de una clase social cargada de conflictos existenciales e incertidumbres. La libertad les plantea esa posibilidad pero también el sin sentido constante, algo que no sucede con los personajes de la clase “trabajadora” con los que interactúa. El mecánico, los dueños del hotel de pasajeros donde Boris se hospeda, el caminonero que lo asiste en la ruta, el colectivero que tiene un recorrido fijo, etc. Todos los personajes más allá de su soledad y limitaciones tienen un sentido existencial, el sentido que les otorga el trabajo. En cambio nunca sabemos a qué se dedica Boris, lo que sí, que no tiene rumbo ni motivaciones para actuar. El fracaso amoroso le dispará una serie de fracasos personales y la deambulación constante. Un mundo misterioso de misterioso no tiene nada. El misterio queda reducido a la abulía de ese micro mundo existencial que aqueja al protagonista y, quizás también, a su director Rodrigo Moreno.
En el marco de la Competencia Argentina de esta 13º Edición del BAFICI se presentó Un mundo misterioso, la segunda película en solitario del director Rodrigo Moreno. Esta se inicia con una bella secuencia en la que Ana, con un logrado manejo de luz y sombra sobre su cuerpo desnudo, le pide a Boris un tiempo de distancia. Él, todavía sorprendido por lo repentino del pedido, pregunta la duración de ese lapso tratando de encontrar alguna explicación. Este nuevo filme de Moreno se centra en la figura del abandonado Boris y de cómo sobrelleva ese tiempo que su pareja le exige. Clásico desde donde se lo enfoque, toma soda de sifón, escucha vinilos en su tocadiscos, visita cuanto bar histórico puede y su tarde soñada es pasarse las horas en una librería recorriendo páginas de libros antiguos. Afectado por la separación, compra un extraño auto rumano, que todos confunden con un Renault 6, y deambula por una ciudad grande en busca de alguien con quien relacionarse. De este planteo se desprenden gran cantidad de situaciones cómicas, algo que se ve reforzado tras la aparición de un viejo amigo que lo lleva a una fiesta, en la que de a poco empieza a reaccionar. Un mundo misterioso se encuentra con algunos problemas, a los cuales tuvo que responder el propio Moreno en la función a la que asistí. Si bien las respuestas acabaron por ser satisfactorias, el director no va a estar presente en cada exhibición para explicar qué quiso hacer, y entonces las dificultades persisten. El literalmente quiere reflejar las sensaciones del protagonista con el manejo de su cámara, entonces por ejemplo cuando Boris deambule, su cámara deambulará y seguirá a otros transeúntes. La molestia principal en ese sentido es la excesiva duración del filme, la cual se debe a una intención por reflejar la larga espera del protagonista. Para estirar la película lo que hace es incluir muchos tiempos muertos que le hacen perder no solo gracia sino también el ritmo. Este problema de la duración acarrea otro más importante que abarca toda la película y es una cuestión de concepto. El director sostuvo que Un mundo misterioso trata sobre el tiempo, sin embargo esto no es algo que se perciba, sino que lo que vemos son sus efectos sobre Boris. Esta "falta" de tiempo se refuerza con la ausencia de toda referencia temporal hasta casi el final, lo que implica que para centrarse en el tiempo, Moreno hizo un excelente trabajo para mantenerlo oculto. Uno creería entonces que lo que se está viendo es una historia sobre un joven despechado y sus intentos por superar esa situación de soledad, pero en realidad lo que Moreno buscaba era retratar el transcurso de un período. Sólo de esta forma se puede entender entonces ese final tan cobarde que demuestra que el crecimiento del personaje era nulo, algo que no se hubiera sentido tanto si el presentador no advertía al público que esta era una película "de hombres".
Publicada en la edición impresa de la revista.
Cuando ya ha transcurrido más de media hora de relato, cuando empieza a exasperar el irrelevante limbo en el que se hunde Boris (el protagonista, interpretado por Esteban Bigliardi), cuando confirmamos que el título Un mundo misterioso le queda demasiado grande a esta película, el guión introduce el guiño para los avezados, lanzado contra ese espectador común e impaciente que no entiende nada sobre los tiempos en el cine. El diálogo cómplice se escucha en una escena que transcurre en una biblioteca, en donde un personaje le recomienda una novela al protagonista, pero le advierte que en la historia no ocurren demasiadas cosas: “Pero está bueno que no pase nada. ¿Por qué siempre tiene que pasar algo?”. Traducción: la película está hablando de sí misma. No esperen acción porque este es el cine del paréntesis, del Tiempo Estancado, de la nube metafísica/somnolienta de un Hombre en Crisis (o sea: joven al que no se lo ve necesitado de trabajar, porque le alcanza con deambular). Otro quiebre se produce en la escena de los libros, cuando irrumpe un amigo de Boris que descoloca por su hieratismo, buscando el resorte absurdo. Recién en ese momento comprendemos que deberíamos haber leído toda la película desde el prisma de la comicidad amarga, porque evidentemente ésta debió ser la intención de aquella primera conversación en la cama, escrita e interpretada para provocar algo cercano al humor. Pero en la sala nadie se rio, ni en el inicio del film ni en muchas situaciones que reclamaban la sonrisa, no sólo porque el juego dramático carece de toda frescura, sino también porque el personaje central es tan desangelado que cuesta mucho sentir algún tipo de cariño por él. El registro actoral nos lleva entonces por el camino de Sábado de Juan Villegas, hasta que aparece Rosario Bléfari (actriz de Silvia Prieto, de Martín Rejtman) para que la película pueda certificar definitivamente sus filiaciones, si bien nunca queda claro cuál es el diálogo estético que Moreno pretende establecer con los colegas de su generación. Porque algo parece querer decir con todas estas referencias mencionadas, pero el problema es que el foco no se abre mucho más allá del ombligo. Un mundo misterioso es finalmente un film rezagado, de factura prolija y reflexiones que se van poniendo viejas.
El director de El custodio construyó una comedia asordinada, que describe las desventuras de Boris (Esteban Bigliardi), un joven al que su pareja, Ana (Cecilia Rainero), le pide “un tiempo” para pensar si quiere continuar con una relación que siente demasiado previsible, sin riesgo. El protagonista (un típico antihéroe) entrará en un estado de confusión que lo hará vagar sin rumbo fijo. En su viaje (tanto interior como exterior), Boris se irá a vivir a un decadente hotel de dos estrellas, adquirirá un viejo auto rumano con el que deberá atravesar una tormenta eléctrica, visitará bares y librerías de usados, seguirá a mujeres por la calle, tendrá algún romance fugaz, irá a fiestas y al casino, viajará sin suerte a Colonia y terminará cenando con un mecánico en la noche de Año Nuevo. Con un humor negro que por momentos remite al absurdo del cine del finlandés Aki Kaurismäki, del estadounidense Jim Jarmusch o del argentino Martín Rejtman, Moreno se arriesga con un film libre hasta lo anárquico y bastante desconcertante por sus bruscos cambios de situaciones, de tono, y de personajes secundarios. Bigliardi, actor-fetiche de la nueva generación del cine nacional, resulta el intérprete ideal para el atribulado Boris, mientras que en el terreno visual se destaca la fotografía de Gustavo Biazzi en el poco utilizado (en cine) formato casi cuadrado (1:1,33).
Postales vacías. Exhibida en el Festival de Berlín y en el último BAFICI, Un Mundo Misterioso, la segunda película de Rodrigo Moreno, implicaba en la previa una examen considerable para el director, cuya opera prima El Custodio se había destacado principalmente por la impecable performance de Julio Chávez. La cuestión era comprobar hasta dónde podían llegar las aspiraciones de Moreno sin contar con semejante protagónico. El resultado final en este caso no repite el éxito de aquel debut, sino que parece reposar en una cómoda abulia. Boris (Esteban Bigliardi) convive junto a su novia Ana (Cecilia Rainero) en el departamento de ella. Un día recibe ese ultimátum tan famoso como incomprensible: “Necesito tiempo”. De repente, su vida se vacía de todo contenido. Los días de un verano agobiante pasan sin más. Librado a su suerte, pateando la ciudad de un lado a otro sin rumbo determinado, Boris fuma, se instala en un hotel de pasajeros y compra un viejo automóvil soviético medio destartalado. Mientras maneja en medio de la ruta, el coche se le pianta. Una vez en la ciudad, va a la librería de usados en busca de algún best seller barato de los que devora para matar el tiempo y se encuentra con unos conocidos que lo invitan a una fiesta. Esa noche termina a los besos con una chica. Anotación de celular mediante, quedan en encontrarse en Uruguay. Obviamente eso tampoco llegará a buen puerto. “¿Por qué no paramos con esta actuación y volvemos a estar juntos?” le plantea Boris a Ana durante un breve encuentro en un bar. El problema es que él no sabe actuar de otra manera. Persigue mujeres desconocidas por la calle para recuperar aquello que tuvo y ya no tiene. No entiende lo que le pasa, no entiende el nuevo mundo que lo rodea ni se esfuerza por hacerlo. El film se va vaciando de contenido paralelamente a la vida de Boris. Pronto todo se convierte en una sucesión de tiempos muertos. Hasta la cámara parece aburrirse del andar errante del personaje, ya que por momentos se cuelga en la observación de los extraños y los objetos. Si hay algo que Un Mundo Misterioso ilustra con éxito es el absurdo panorama de una vida de treinta y pico subsumida en el divague y el sinsentido. “Al final no pasa nada. ¿Por qué tendría que pasar algo?” le pregunta retóricamente el vendedor de la librería a Boris acerca de la resolución del libro que este está por comprar. De conocer mejor a su cliente, tal observación no hubiera sido necesaria. La propuesta de Moreno sufre por una flaqueza demasiado notoria como para ser ignorada: su duración. La última media hora es un bloque de imagen tiempo gris y sin matices. En esta instancia el relato podría terminar en medio de un diálogo o continuar por horas, sin registrarse el más mínimo cambio. En la última escena Boris cae en lo de Ana justo cuando ella está por escuchar un disco de Gardel. El cuadro se fija en el tocadiscos, y así se quedará hasta el final de la canción (y del film). ¿Volverán a ser pareja? Imposible saberlo. Lo cierto es que si ese tiempo de ruptura en que consiste Un Mundo Misterioso le podía servir a su protagonista para evolucionar o madurar, esta oportunidad fue desaprovechada por completo. ¿Era necesario extenderse por casi dos horas para dar cuenta de ello?.
El viaje a ninguna parte "Quiero que nos dejemos de ver". La frase que nadie quiere escuchar es con la que el público se encuentra en los primeros minutos de Un mundo misterioso, el nuevo film de Rodrigo Moreno (El custodio) Boris (Esteban Bigliardi) y Ana (Cecilia Rainero) pasan los treinta años de edad, conviven en un departamento desde hace seis y ahora necesitan estar solos. A partir del pedido de ella, Boris inicia un viaje que lo conduce a un hotel de malamuerte, compra un coche rumano que se descompone (al igual que la relación) y se vincula con un nuevo grupo de amigos. La película de Rodrigo Moreno transita, al igual que su protagonista, por tiempos muertos y por una historia que presenta una estructura episódica que no emociona ni conduce a ninguna parte. Película extraña si las hay, y que intenta mezclar el tono absurdo en medio de una ¿trama? alimentada por desencuentros amorosos y un viaje a Colonia para festejar el Año Nuevo. La estadía aparece enmarcada por un viejo taller mecánico y fuegos artificiales, cuyas explosiones nunca llegan al corazón del espectador. ¿Y?...
Un abanico narrativo La película de Moreno intenta abrir nuevos caminos, acompañando la deriva existencial de su protagonista, en una serie de estampas que van de lo dramático a lo cómico, de lo cotidiano a lo absurdo. Poco más de un lustro le llevó a Rodrigo Moreno completar su segundo largometraje en solitario luego de El custodio. Un mundo misterioso participó a comienzos de este año en la competencia oficial del Festival de Berlín, donde fue recibido con bastante rechazo por una parte de la crítica especializada, e integró luego la competencia local del 13º Bafici, dividiendo aguas en cuanto a sus alcances y limitaciones. Más allá de las diversas opiniones que se puedan tener sobre ella, lo cierto es que Un mundo misterioso es una de esas películas que intenta abrir nuevos caminos, aun a riesgo de tropezarse en el intento, una propuesta que en gran medida le hace los honores a su título, evitando lugares comunes y obviedades dramáticas y sacándoles el jugo a los detalles –algunos de ellos microscópicos– en cada una de las escenas, puntos de concentración de esos aires misteriosos que conforman el núcleo de su universo. Boris (Esteban Bigliardi, en estado de hieratismo casi absoluto) se levanta una mañana como cualquier otra para encontrarse con una situación atípica, de esas que pueden cambiarle a uno la vida: con las últimas telarañas del sueño aún nublando la vista, su novia le espeta que se siente asfixiada, que necesita pasar un tiempo en soledad. En esa extensa secuencia que abre el relato, la ruptura de la pareja queda supeditada a la fragmentación del encuadre y a la iluminación, tanto o más importantes que las palabras que no dejan de rebotar entre uno y otro partenaire. De allí en más, y a lo largo de poco menos de dos horas de proyección, será la tensión entre historia, diálogos y rasgos de estilo la que hará de la película un objeto particular, con ribetes por momentos inesperados. A partir de una mínima excusa argumental, una separación amorosa común y silvestre, Moreno encara el registro minucioso de la deriva existencial de su protagonista, en una serie de estampas que van de lo dramático a lo cómico, de lo cotidiano a lo absurdo, haciendo de Buenos Aires un lugar ligeramente excéntrico, enrarecido. La mudanza a uno de esos “hoteles de pasajeros” típicos de ciertas zonas de la ciudad encuentra a Boris suspendido en el tiempo y en el espacio, circunstancia ideal para realizar actividades de diversa índole –visitar librerías, ir a una fiesta, comprar un auto usado, viajar brevemente a Colonia, conocer chicas– al tiempo que intenta, al menos en un principio, volver a recuperar a su pareja. Uno de los encuentros propiciados por esta suerte de paréntesis en su vida cotidiana se produce en un bar, donde el joven conoce a una mujer tan solitaria como él; interpretado por Rosario Bléfari, este personaje hace evidente de alguna manera la filiación de Un mundo misterioso con el cine de Martín Rejtman, cuya Silvia Prieto es hoy no sólo un auténtico film de culto local sino un referente ineludible del cine argentino de las últimas dos décadas. Dotado de aires nuevaoleros, en particular en las escenas de persecución de mujeres en las calles de Buenos Aires, en otras concentrado en los detalles minúsculos de una fiesta o en los cambios de luz durante un viaje por la ruta, Moreno se atreve a realizar una película que en sus mejores tramos se abre a infinitas posibilidades narrativas. Tal vez la historia se extienda demasiado, forzando los recursos de la repetición y la circularidad, pero escenas notables como la del taller mecánico, con su giro sorpresivo que dota de un nuevo significado a lo ya visto, o el plano-secuencia del recorrido del colectivo inclinan la balanza hacia el territorio de la creatividad y el placer. Un mundo misterioso cuenta además con un notable trabajo fotográfico de Gustavo Biazzi (director de fotografía de Castro y la próxima a estrenarse El estudiante), que hace de la luz difusa de los interiores, pero también de la más cruda luminosidad diurna, un elemento esencial de la puesta en escena, todo ello enmarcado por el apenas rectangular formato 1:1.37, reliquia de otros tiempos que vuelve a enamorar a más de un realizador contemporáneo.
El camino se vuelve cada vez más dificil de andar A Boris (Esteban Bigliardi) parece que su vida lo conforma. No le gustan los cambios o vive el momento sin demasiadas preocupaciones. Todo se supone que transcurre sin novedades hasta que Ana toma la palabra. Su amiga, quizás una joven pareja de años, decide hacer un "impasse" en la relación. Se queja de la cotidianeidad que los envuelve y chau, adiós Boris, o hasta pronto. Quién sabe! Es como que son demasiado jóvenes para que todo sea tan rutinario. ¿Y qué puede hacer un argentino clase media, con no demasiadas inquietudes y menos de treinta años? Irse a vivir con un amigo, volver a la "casita de los viejos" o elegir un hotel de barrio. Boris elige un hotelito de Once, tan poco atractivo como intuimos su vida hasta ahora y con balconcito mínimo, donde uno puede asomarse a la nada, una nada tan aburrida como el sándwich cotidiano, puro pan, poco fiambre y mayonesa inmemorial. AUTO USADO Después de algunos días, Boris opta por el viaje, se compra un auto usado, venido de la debacle de la Europa del Este. Por supuesto que el "eslavo" de cuatro ruedas se le queda una y otra vez en la ruta, pero puede ser un buen compañero. Al menos es previsible, no puede hacer más que desplazarse o detenerse. No habla, no preocupa, no quiere explicaciones. Después vendrá alguna chica de momento, una fiesta anodina, alguna otra chica menos de momento que la anterior, una tormenta y hasta un viaje al "paisito", una Colonia uruguaya que no le significa nada y de la que vuelve casi sin ir. La película está bien construida, Moreno es el director de "El custodio", aquélla con Julio Chávez, cuando no era "El puntero", filme de tiempos tranquilos y silencios. "Un mundo misterioso" recuerda a "Ana y los otros" si de directores jóvenes hablamos. Celina Murga y Moreno viven sus tiempos y sopesan la densidad de la nada. Actores correctos, ninguna sorpresa argumental. Esa es la pena, porque con ese título uno se esperanza y como dice Cortázar, "se deja viajar por las cosas y espera que la esperanza suba de nuevo al cocotero del que se cayó" y le dé una sorpresa, pero ese mundo misterioso que puede querer aparecer en la Noche de Año Nuevo se guarda, quizás hasta la próxima búsqueda de Rodrigo Moreno.
El ser y la nada Un mundo misterioso, el nuevo film de Rodrigo Moreno se presenta en la competencia argentina del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires 2011. El segundo film del director de El custodio, Rodrigo Moreno, había generado grandes expectativas dentro de la competencia argentina de la 13° edición del BAFICI. Un mundo misterioso había pasado ya por la competencia oficial del Festival de Cine de Berlín con respuestas contradictorias. La película de Moreno vuelve a transitar los ritmos lentos y los silencios, pero esta vez no cuenta con la experiencia actoral de Julio Chávez, que deslumbraba en El custodio. El film comienza con el momento en que Ana (Cecilia Rainero) le anuncia a Boris (Esteban Bigliardi) que quiere separarse, tomarse un tiempo para pensar. "¿Cuánto tiempo?", pregunta él. "Un tiempo, no puedo medirlo", contesta ella. La solidez y el interés que provoca la escena no logran mantenerse en el resto de la película que mostrará el deambular del personaje de Boris por un hotel deprimente y por fiestas con viejos amigos con quienes no parece tener nada en común. El relato parte todo el tiempo desde ese hombre treintañero que de un día para otro tendrá que aprender a vivir con su soledad. Una vida simple, sin momentos de tensión ni algún hecho que pueda cambiar la estructura narrativa, que se vuelve lineal de principio a fin. Boris es un hombre que no tiene nada que hacer, su mayor acción es comprarse un auto usado que lo dejará en la ruta cada vez que quiera emprender un camino hacia alguna parte. El protagonista está aburrido de su libertad, no tiene a donde ir, no tiene un trabajo para mantenerse, no tiene nada y la película cae desesperadamente en esa nada. Un mundo misterioso se refiere de alguna forma a Buenos Aires y tal vez ese sea su mayor hallazgo. La película muestra las calles de la ciudad, las más reconocibles y las olvidadas, las internas, las que no se transitan todos los días pero que forman parte de la gran urbe. Se detiene también en sus bares antiguos, en sus portones y sus adoquines gastados, en una ciudad que poco a poco está dejando de ser. El personaje es lo que es en esa búsqueda por encontrarse también porque vive en Buenos Aires. Un escenario que de por sí genera nostalgia. El film no toma postura ni juzga a sus protagonistas, los deja ser, los muestra en su cotidianeidad, los libera de las redes de la vida laboral, descarnados, pero sin mucho que revelar. La trama recuerda a los primeros pasos que dio el llamado nuevo cine argentino, sumando elementos de humor y reminiscencias del absurdo.
El tiempo recobrado. La segunda película de Rodrigo Moreno se las arregla para encontrar un tono que se extrañaba y que parecía definitivamente perdido en el panorama del cine argentino reciente. Boris, su personaje principal, parece tocado por la gracia de la fábula y el dejo de un humor desencantado que podría provenir de un planeta lejano, más que nada si no fuera porque su figura, empeñada a la fuerza en la pasión de la supervivencia, se desliza entre las señas de un paisaje urbano reconocible. Al tipo acaba de dejarlo su novia y no le queda otra que el abismo de un tiempo vacío: una soledad desconcertante que intenta llenarse con vagabundeos y con acciones súbitas como comprarse un auto, embarcarse en coléricos ejercicios de gimnasia con un cigarrillo en la boca, adquirir gustos de lectura disparatados en librerías de viejo o toparse a cada rato con desconocidos que adquieren enseguida un aire de familia, acaso empujados también por la urgencia de una incertidumbre que no alcanza a nombrarse. Al revés que en El custodio, Moreno prescinde en esta oportunidad del menor atisbo de sordidez y violencia contenida. En vez de ello, se dedica a filmar largas escenas de las que se desprende un placer cinematográfico inusual. Su personaje no está condenado, ni sufre heridas que no puede exhibir, ni aparenta padecer tara alguna como no sea una amable torpeza corporal: Boris está cincelado de modo evidente por los signos de la deriva propios del cine moderno, pero la película tiene la nobleza suficiente como para no negarle el don de una felicidad que se vive sin estridencias en una especie de presente continuo. Un mundo misterioso tiene raptos de comedia absurda –imperdible la escena de las recomendaciones literarias en la librería y la del juego de los nombres en la fiesta, por ejemplo –que se suman a los breves guiños rockeros, explícitos mediante la presencia de Rosario Bléfari en el elenco y el simpático cameo de Juan Ravioli. También, hay momentos en los que el director se permite cambiar el tono de manera imperceptible, como en la larga secuencia del taller mecánico, un verdadero prodigio de calidez y misterio (gran intervención allí de Hernán de Silva, el que hacía del padre en Ocio) que parece construido a contramano de la carga de tensión latente que recorría de punta a punta la película anterior de Moreno. Con un sorpresivo movimiento de cámara mediante el que se encuadra un tocadiscos -del que sale la voz nada menos que de Gardel cantando en francés -, el director encuentra el perfecto corolario para una película cuya sofisticación está siempre a la altura de sus distraídos aires de elegancia y de su secreta y rotunda ambición.
El único misterio es cuándo termina el film Dos preguntas definen esta película. La primera, cuando en la larga secuencia de apertura la pareja del protagonista le dice que quiere tomarse un tiempo para estar sola. El otro da sus vueltas filosofales sobre el concepto de tiempo, y termina consultando «¿Tres días, tres meses, tres años?». La segunda, cuando ese mismo personaje pregunta por la resolución de una novela y otro le responde «No pasa nada, ¿Por qué siempre tiene que pasar algo?». El incauto que pagó la entrada bien podría contestar indignado a esta última pregunta, mientras se hace repetidamente la primera: ¿tres días, tres meses, tres años? No, sólo cien minutos. Pero es difícil que algún incauto entre a verla. Casi todo el mundo está avisado, desde su rechiflada presentación en el Festival de Berlín, en cuya conferencia de prensa un periodista preguntó seriamente «En cierto momento la cámara abandona al personaje. ¿Eso significa que hasta la cámara se desinteresa del mismo?». Es que, expulsado de su pequeño paraíso, y sin nada útil que hacer en su vida, el susodicho se dedica a vagar en un auto que también pide tiempo, charlar pavadas en tono aburrido con gente que tiene tiempo de sobra, cultivar la abulia, y, por suerte, intentar algunos arrimes con señoritas de buen porte y acceso poco complicado. Esas escenas aportan algo a favor, así como la buena banda sonora, donde por ahí se escucha un tema inhabitual de Gardel, una canción francesa que grabó aquí en 1931 con la Orquesta Grégor, y él entona con timbre propio de los nativos de Toulouse, según dicen los estudiosos. Otros méritos pueden encontrarse en el juego de reconocer los lugares que aparecen en la película, casi todos propios de la ciudad, o encontrar los parecidos entre el viejo Renault 6 y el supuesto Tohka rumano que compra el personaje, o entre esta película de Rodrigo Moreno con las de Martín Rejtman y (muchísimo más difícil) Aki Kaurismaki. Diferencias hay varias
Después del amor El deambular de un hombre que acaba de separarse. La idea del realizador Rodrigo Moreno es acertada. El final de una pareja -en este caso, brusco, inesperado- empuja hacia un territorio de extrañeza, en el que uno resulta ajeno hasta para sí mismo. Este confuso estado y la búsqueda de representarlo con un lenguaje puramente cinematográfico constituyen Un mundo misterioso : un mundo de hoteles dos estrellas, panes untados con ketchup sobre la almohada, desconcierto, vacío, viajes -a pie o en auto- hacia ninguna parte, o hacia territorios raros, desconocidos. En el comienzo, Boris (gran actuación de Esteban Bigliardi) escucha cómo su novia le dice que quiere tomarse un tiempo. Lo sabemos: las preguntas más lógicas son, casi siempre, las más absurdas. Boris las hace, una y otra vez: ¿Qué es tomarse un tiempo? ¿Cuánto tiempo es un tiempo? ¿Tres días, tres meses, tres años? Hasta que abandona su protectora (y acaso asfixiante) rutina compartida y empieza a deambular por un limbo íntimo. ¿Qué podemos hacer en un limbo salvo deambular? No es raro que Boris lo haga con un viejo auto rumano, una especie de Renault 6 comunista, vehículo de un universo que, como el suyo, se derrumbó sin preaviso. Moreno no elige un tono dramático sino una comicidad amarga, abúlica, en la todo está un poco corrido de lugar, como en un sueño. Los diálogos que entabla nuestro antihéroe, mecánico, nada demostrativo, están teñidos por cierta irrealidad entre patética y graciosa: un estilo que puede rastrearse en películas de Martín Rejtman o de Aki Kaurismaki. Muchos críticos marcaron que Un mundo... está en las antípodas de El custodio . En parte, es cierto. Pero también es cierto que ambas películas tienen un elemento central común: Moreno usa las formas para transmitir el fondo. En el drama con Julio Chávez, el protagonista estaba encorsetado en una estética rígida, repetitiva, como su vida, que lo iba cargando de resentimiento. Boris, en cambio, parece extraviado en una geografía remota, como un turista que equivocó su destino, pero quiere explorarlo. En este caso, no hay acumulación de angustia ni estallidos: apenas falta de reacción, desamparo. Lo exterior, lo nimio, representa la punta del iceberg de procesos más complejos; por decisión de Moreno, tácitos. Esta elección, la de representar un estado anímico a través de actos triviales y de atmósferas levemente melancólicas, transmite cierto tedio. La película anticipa su deliberada carencia de dramatismo. Boris pregunta por el argumento de un libro y alguien le dice: “No pasa nada. ¿Por qué siempre tiene que pasar algo?”
Debe saludarse con júbilo esta segunda propuesta de Rodrigo Moreno quien, años después de El Custodio (2006) nos ofrece un registro completamente distinto, muy a la manera de Martín Rejtman y sus toques de humor negro, si hasta le pide prestada a una de sus actrices Rosario Bléfari de Silvia Prieto. La historia es sencilla en su punto de partida. A Boris (Esteban Bigliardi), su novia Ana (Cecilia Raniero) le pide un impasse en la pareja de ambos para poder evaluar que le pasa, lo que sirve de marco para que el protagonista inicie una búsqueda de sí mismo, de sus emociones, sensaciones, preferencias, gustos, buceando más en sus falencias que en sus logros. Ese mundo, el que parece tan atractivo y atrapante desde una perspectiva exterior, es el que parece constituirse como inasible para Boris en sus reiterados intentos por aproximarse a una alternativa que lo satisfaga. El misterio del título va trocando en monotonía, soledad, vacío existencial. El desarrollo va acompañado de un delicioso humor negro y seco que nos hacen más digerible la visión de este film. En los complejos recovecos de esta propuesta parece también adivinarse la presencia del finlandés Aki Kaurismaki. Hay dos escenas para destacar: La del colectivo, maravillosa síntesis del proceso de crisis de la pareja y del grado de avance e introspección de cada uno de sus integrantes, y la sólida secuencia final, que desde su maravilloso y silencioso patetismo nos sacude de esa modorra fría para introducirnos en ese solemne paisaje de la profunda tristeza. Un auténtico Moreno en estado puro de creación.
Nostalgia del movimiento El “tiempo” que Ana le exige a Boris para abrir un paréntesis en su pareja, lejos de mantener su sentido coloquial lánguido y escapista, adopta la forma de un horizonte de peripecias abstractas por las cuales Boris transitará como si accediera de repente a un mundo nuevo, extrañado (“misterioso”); un verdadero tiempo existencial-cinematográfico en el que casi todo sucede con la misma intensidad: desayunos en soledad, cambio sonámbulo de ringtones , besos furtivos con una amante ocasional, travesías en auto a través de noches tormentosas. Pero lo que en un principio suena a otra innecesaria apología de la banalidad (a la que el mismo filme parodia, cuando uno de sus personajes sentencia “Está bueno que no pase nada, ¿Por qué tiene que pasar algo?”), es en realidad un agudo fluir, un laconismo mágico que de a ratos exhibe su auténtico propósito: imponer el simulacro, la impostura, como cuando Boris se queja frente a Ana de que están “actuando” la separación, o cuando se alude al refrán “El hábito hace al monje”: allí el filme expone su recóndita subversión, su diabólica artificiosidad. Entonces, el naturalismo del filme engaña: esta no es una historia “mínima”, un ?pequeño drama lineal estirado hasta el extremo: es más un ?girar, un eterno retorno de ?sutil nostalgia como el disco de Gardel que suena (y gira) en el plano final, y de allí esos paseos en colectivo y ese R6 azul y esas tabernas en extinción y ese apagado pero cálido hotel de dos estrellas donde se aloja Boris; para Moreno parece no haber libertad sin pasado, devenir sin anacronismo. Y por eso el motor continuo de Un mundo misterioso es la perplejidad, la sorpresa (lo opuesto a lo “banal”), patente en episodios casi surrealistas como ése en el que Boris contempla un árbol al costado de la ruta que parece una versión vegetal de la silueta de su rostro, o la escena del cuerpo muerto de Ana tras un suicidio que no sucede pero se percibe igual de real que el paisaje circundante: un rumor de alarmas, luces titilantes y abúlicos televisores que, para el que tiene un “tiempo” de por medio, puede resultar tan misterioso como fascinante.
Extrañamiento y libertad El cine suele funcionar como un formidable mecanismo normalizador de las experiencias sociales: su popularidad se afinca habitualmente en su gran capacidad para reflejar (o construir) modos de comportamiento que eventualmente pueden constituir modelos atractivos para sus espectadores. Pero el cine puede ser también, y aquí se encuentra su excepcionalidad, un ámbito de extrañamiento, un espacio donde el sentido común quede interdicto, puesto entre paréntesis, donde se abran otras alternativas a los dictados de un imaginario social y cultural dominante, y donde las certidumbres sean desafiadas por la reflexión. Claro que ese cine difícilmente se encuentre en las grandes carteleras comerciales, aunque por suerte los cordobeses contamos con un vigoroso circuito alternativo de proyección, en el que otras narrativas encuentran un lugar de exhibición y de legitimación social. El Cineclub Municipal Hugo del Carril es uno de ellos, y el jueves 20 de octubre estrenará una película argentina muy recomendable para pensar estos temas. Hablo de Un mundo misterioso, nuevo largometraje del director Rodrigo Moreno (aquél de El Custodio y Mala época), que precisamente hace aquí de la extrañeza su núcleo esencial, al apostar a una narrativa absolutamente libre, capaz de descolocar al espectador más experimentado. Y es que las formas narrativas dictan la inteligibilidad de un filme, su capacidad para producir sentidos: Un mundo misterioso se convierte en un filme revulsivo precisamente porque desafía los formatos canonizados de su especie (aunque tenga antecedentes precisos: el argentino Martín Rejtman y el finlandés Aki Kaurismäki). El filme mismo comienza por la ruptura de una normalidad, ya que nuestro protagonista recibirá apenas se despierte cierta mañana una mala noticia: su novia Ana (Cecilia Rainero) le pedirá en pleno lecho un tiempo en soledad, para repensar una relación que siente rutinaria, aburrida, atrozmente previsible. Boris (Esteban Bigliardi, en consonancia perfecta con el espíritu del filme) reaccionará con natural estupor, aunque sus argumentos no podrán torcer la decisión de su pareja. A la tercera secuencia, Boris ya estará desempacando en un hotel de mala muerte del centro porteño, arrojado a una incertidumbre existencial que se convertirá en el núcleo central de la película, que hace del extrañamiento que vive su protagonista su misma fuerza motriz. Lejos de los típicos melodramas americanos, Boris iniciará entonces una expedición por nuevos mundos tan misteriosos como cotidianos, a veces ligeramente absurdos. Comprará un antiguo Renault 6 en versión rumana, con el que atravesará una imponente tormenta eléctrica (en una escena excepcional, de naturaleza surrealista, donde se corrobora la gran capacidad del director de fotografía, Gustavo Biazzi), visitará librerías donde encontrará algún viejo amigo, se sumará a una fiesta con extraños, tendrá algún romance fugaz, irá a bares o al casino, perseguirá incluso a alguna mujer por la calle y viajará a Colonia. Todo, con la misma apatía y sin un rumbo claro ni una razón específica, pues Boris se encuentra literalmente arrojado al vacío, a un espacio donde ha perdido las coordenadas que ordenaban su existencia y donde la libertad es regla. Formalmente impecable, compuesta en su mayor tramo por planos medios fijos (casi siempre a la misma distancia de los personajes), el misterio del filme se construye a partir de decisiones rigurosas de puesta en escena: Moreno intensifica al máximo el naturalismo de su película pero trasgrede todos los formatos narrativos, ejerciendo una libertad inusual. Las escenas de transición brillan por su ausencia (o más bien toda la película puede ser entendida como una gran transición, un tanto alucinada y excéntrica), los tiempos de algunas escenas se extienden más de lo común, la linealidad narrativa es puesta entre paréntesis pues el filme se construye por episodios (que pueden pasar del drama a la comedia, del realismo a la fantasía), y mantiene en todo su tramo el mismo tono dramático casi sin variaciones, pese a lo cual la sorpresa acecha en cada escena, además de un sentido del humor fino cargado de lucidez (que revela lo absurdo de nuestra existencia), cualidades que lo emparentan directamente a Kaurismäki y Rejtman (aunque las actuaciones son ligeramente menos abúlicas que las de estos referentes). Ciertos planos y ciertas secuencias (sobre todo uno que transcurre en un colectivo, síntesis perfecta del filme) exhiben además un virtuosismo notable, y confirman que Moreno apuesta a una experiencia sensorial de la película. Estas decisiones formales sirven al fin para transmitir el estado de su protagonista, un ser arrojado a la intemperie, donde sin embargo podrá redescubrir el mundo y sus misterios.
Dentro de lo que se llamó el Nuevo Cine Argentino (y que a esta altura tiene poco de nuevo), existe una corriente integrada por nombres como Juan Villegas y Ezequiel Acuña. Todos ellos encuentran una raíz posible en el cine de Martín Rejtman, el realizador que con Rapado (1991) abre las puertas de un conjunto de películas englobadas dentro del epíteto “nuevo”. Un mundo misterioso, la segunda película de Rodrigo Moreno también parece deudora de cierta manera rejtmaniana de ver el mundo. Un modo de andar, una manera de decir las cosas -con un tono siempre recto, casi como si los personajes fueran loros que reproducen parlamentos-, y un marcado ascetismo en la puesta en escena. Personajes unidimensionales, sin matices, relacionándose con- y caminando como- máquinas: una moto, una muñeca, un Renault 12. De todas esas características, la de más difícil ejecución tiene que ver con los diálogos. Y allí quizás resida el punto flojo de Un mundo misterioso: sus líneas de diálogo son demasiado artificiales, demasiado redundantes y un tanto obvias. Las de Rejtman son efectivas porque logran un ritmo interno que no se parece a ningún otro. Tienen un timing que no sólo pertenece a la mejor tradición de la comedia sino también a una tradición literaria, de la que Rejtman también proviene (recordemos que Rapado está inspirada en un libro homónimo de su autoría). Más allá del ejercicio comparativo, que puede ser un poco malicioso, lo interesante es preguntarse sobre la manera en que Moreno renueva ese estilo para contar su historia. La película es despareja, pero el director asume algunos riesgos formales cuyos resultados terminan siendo bastante más valiosos que el de algunos directores citados más arriba. Moreno es un director preocupado por lo formal. Cada imagen genera la sensación de que todo fue planificado con suma precisión, algo que podría caer fácilmente en una estilización pero que en Un mundo misterioso se traduce en un modo seguro de mirar. En los largos momentos de silencio, Moreno va asentando un clima extraño. Desde la primera escena, en la que Ana le pide a Boris un tiempo, hasta las últimas hay un letargo que se impregna transformando todo en una larga espera. Ese mientras tanto que implica la situación desconcierta a Boris y lo obliga a divagar por ahí, sin plazo ni rumbo fijo. ¿Cuánto es un tiempo? ¿Dos días o dos meses?, pregunta Boris. Durante el tiempo que dura la película, el director tiene la pericia de hacer transitar a su personaje por un trayecto indefinido. Esto habilita la posibilidad de que en cualquier escena pase cualquier cosa y que cada plano tenga una duración no atada al dogma del ritmo. En el mientras tanto, hay hoteles, casinos, ex compañeros de colegio, un auto rumano, un mecánico que lo arregla y varias cosas más. Con el paso de los minutos, la película logra construir un misterio que le es propio, que surge en el ámbito de las relaciones íntimas y que no le debe nada a nadie.