Una cuestión de sabores Con el sello del director sueco Lasse Hallstrom, llega esta comedia romántica que a partir del arte culinario pone en boca del espectador una historia sobre el exilio, el choque de culturas y el amor. Con la producción de Steven Spielberg y Oprah Winfrey, la película sigue a una familia de la India que llega a una aldea parisina y abre un restaurante: La maison Mumbai. Sin embargo, el caos se desata porque a metros se levanta un resto clásico regentado por Madame Mallory (Helen Mirren). Los recién llegados, el padre (Om Puri) y Hassan Kadam (Manish Dayal) a la cabeza, tendrán que superar varios obstáculos cuando ambas culturas se integran y cambian el curso de los acontecimientos. Un viaje de diez metros tiene el denominador común de los trabajos del creador de Las reglas de la vida y Siempre a su lado: un cuidadoso desarrollo de la historia y personajes que movilizan y emocionan. El choque de usos y costumbres aparece condimentado -en la medida justa- con toques románticos que no empalagan el relato escrito por Steven Knight, sobre la novela de "The Hundred-Foot Journey". Entre fuegos artificiales y cambios de iluminación en la fachada del restaurante, están los platos con sabores desconocidos -las verdaderas estrellas- que encienden los paladares de los comensales. Se destaca, como siempre, una intérprete de lujo como Helen Mirren, bien acompañada por el joven cocinero encarnado por Manish Dayal.
El sueco Lasse Hallström es un director talentoso que en los últimos tiempos no ha acertado con sus decisiones a la hora de elegir material. Viene de conducir tres films mediocres, con estrellas americanas e inglesas ("Dear John", "Salmon fishing in Yemen" y "Safe heaven") y discretas taquillas, así que todos esperábamos con ansias este "hundred-foot journey" para comprobar que esté nuevamente en la senda creativa correcta. Para ello, Hallström elige rodar una adaptación del bestseller de Richard Morais del mismo nombre. Esta historia entonces, plantea ejes como el desarraigo,la búsqueda, el enfrentamiento de pasiones culinarias y respeto por la diversidad cultural, instalada en territorio francés. Muchos elementos (ingredientes) dentro de una propuesta fragante, en la cual se percibe que el mayor desafío es lograr un ensamble donde las intenciones se sustenten a pesar de su variedad y complejidad. Sí, porque si bien "Un viaje de diez metros" es una película que superficialmente gira sobre la comida y las diferencias culturales entre Francia e India, propone explorar en detalle algunas cuestiones más profundas . Entre ellas, la rebelión frente al poder de lo ancestral, el reconocimiento del otro como medio para enriquecer el saber propio y la fortaleza de espíritu que debe tener cualquier inmigrante que desee quedarse a vivir y trabajar en la dura Europa de estos días. Hassan (Manish Dayal) llega con su familia a territorio galo. Han dejado una vida ruidosa en Heathrow, Inglaterra (porque los "vegetales no tienen vida" ahí) y llegan a la campiña francesa a buscar un lugar para establecerse. Abandonaron su tierra natal (Mumbai) luego de un incidente que los llevó a cerrar su etapa de la peor manera. Papa (Om Puri) entonces encuentra por accidente un restaurant abandonado en una localidad del sur de Francia y fuerza a su familia a quedarse y abrir un local gastronómico hindú. El problema es que elige montarlo justo enfrente de "Le Saule Pleureur", clásico en la zona y con una estrella Michelin como motivo de orgullo. La gerenta de ese restó es la metódica e inflexible Madame Mallory (Helen Mirren), quien rápidamente intentará neutralizar el crecimiento de su rival a través de métodos lícitos y de los otros, para forzar a la familia hindú a dejar el lugar. Pero Hassan, chef estrella de la apuesta familiar "Maison Mumbai", cometerá la osadía de interesarse por la comida francesa y con la ayuda de la encantadora Marguerite (Charlotte Le Bon) apostará a su olfato y gusto para hacerse un camino entre las ollas y pasar de ser un extranjero "ruidoso", a cruzarse de vereda y enriquecer su arte en una cocina que puede darle la proyección que necesita. "A hundred-foot journey" es una cinta donde el refinamiento visual está servido a la carta. Hallström busca contrastar culturas desde el primer instante y aunque no siempre acierta, logra mostrar algunas ideas sobre resilencia y victoria, todas de larga cocción. El problema es que así como Hassan mezcla especias y abusa del cardamomo para mi gusto (lo siento, tenía que decirlo), la misma alquimia se repite el relato, demasiadas cosas suceden en poco tiempo y algunas conductas en los personajes, se modifican más rápido de lo debido. Hay poca participación para los secundarios y la acción se reduce demasiado a los conflictos internos de Hassan y la lucha entre su padre y Madame Mallory. Además, el cineasta sueco elige brasear la propuesta y dejarla reposar 122 minutos a fuego lento, para lograr el sabor que busca... Quizás un exceso (el último cuarto sobra, seguro). Es superior a los últimos trabajos del sueco, sin dudas, aunque cierta repetición de ideas conspira contra su resultado final.
Detrás de “Un viaje de 10 metros” (USA, 2014), de Lasse Hallström, no sólo está el oficio de un gran realizador que ama el cine, sino que, principalmente, con el apoyo de figuras como Steven Spielberg y Oprah Winfrey en la producción, el best seller de Richard C. Morais es adaptado con gran respeto hacia los espectadores y con buen gusto. Dentro de la corrección de Hallström, y en la línea de una narración que recupera las atmósferas que ya desplegó en “Las reglas de la vida” o “Chocolate”, por citar sólo dos ejemplos, en la historia de Hassan Kadam (Manish Dayal) un cocinero nato y autodidacta hay mucho del ideal de cumplir un sueño a toda costa y le pese a quien le pese. Escapando de India, Hassan (Dayal) junto con su familia, liderada por Papa (Om Puri) un viejo cascarrabias y muy testarudo, terminará instalándose por accidente en un abandonado restaurante en Saint-Antonin-Noble-Val, sur de Francia, lugar de aristócratas y nobleza que se sorprenderá con los recién llegados, principalmente Madame Mallory (Hellen Mirren), gerenta del “Le Saule Pleureur”, el exclusivo salón del lugar. El contraste entre la familia Kadam y Mallory (Mirren), que rápidamente decidirá recuperar el tiempo perdido abriendo frente a “Pleurer” el restaurante hindú Maison Mumbai, será el principal vector de una historia que reivindica la búsqueda personal, la amistad y la pasión por el arte culinario. Además el amor hará que entre encuentros fortuitos de Hassan con una chef del restaurante contrario llamada Marguerite (Charlotte Le Bon), que lo introducirá en la cocina francesa, y luego la incipiente atracción entre Mallory y Papa (Puri) doten de una fuerte variedad temática a la película. De dura adaptación del extranjero a un nuevo lugar, pasando por el esfuerzo por mantener la cultura bien cuidada frente al embate del otro, el amor entre opuestos y la guerra de restaurantes, todo desfila con naturalidad frente al lente de Hallström, que además aprovecha para criticar la creación de nuevas deidades que nada tienen que ver con las religiones tradicionales. Es que Hassan es presentado como un luchador nato, que a fuerza de enfrentamientos va consiguiendo todo lo que se propone, hasta el punto de traicionar a su familia y cruzar esos diez metros que separan ambos restaurantes para trabajar junto a Mallory y conseguir así el perfeccionamiento en la alta cocina francesa y las estrellas que necesita el salón para seguir vigente. Luego conseguirá el éxito y se alejará de la aldea para triunfar con la nueva cocina, tan insípida y artificial que al probar en un pasaje un bocado de comida hindú llorará como un niño sin parar. La transformación de los personajes, principalmente la de Mallory, quien de a poco verá como esos extraños ruidosos que pusieron un restaurante oloroso frente a su amado salón se irán acercando a ella sin ningún prejuicio o prurito, es uno de los puntos más altos de un filme que apuesta a recetas ya vistas sin exigencias. “Un viaje de diez metros” es un opulento plato de cine, bien presentado y con buenas actuaciones, que encontrará un público ávido en saber más de las aventuras de esos hindúes especializados en el arte de cocinar y hacer ruido (según Mallory) una fábula entretenida y bien narrada, con paisajes bellos y un exotismo que exuda desde la primera escena.
Un film gourmet Si se trata de una película donde Spielberg está involucrado, las expectativas son muy altas. Sin embargo, su rol de productor falló en algunas ocasiones como la saga de Transformers, aunque es indiscutible su labor en cada film, sea como director, guionista o en este caso productor. Basada en el libro homónimo, el film le rinde un buen homenaje a su versión literaria y sinceramente vale la pena acercarse a ambas opciones. Una historia tan simple como la competencia de dos chef, por un lado uno que busca imponer algo nuevo mientras que otra busca la conservación de una cultura culinaria, idea que domina todo el film. Imposible no tentarse con ir a comer comida hindú luego de ver la película, los planos detalle al enfocar la comida atrapan al espectador y lo hacen creer que tiene esos manjares en frente. El director Lasse Hallstrom, quien en el pasado dirigió propuestas como ¿A quien ama Gilbert Grape? (What s Eating Gilbert Grape, 1993) o Chocolate (Chocolat, 2000) supo conbinar perfectamente dos géneros tan opuestos como la comedia y el drama aunque también tiene su tiempo para el romanticismo como nos tiene acostumbrados. Se nota como Spielberg metió la mano en este film, la fotografía, banda de sonido y la historia en si es armoniosa, se nota que lo chequearon muchas veces antes de llegar a un producto final y eso no se ve muy a menudo en el cine. En cuanto al elenco, no tengo nada que objetar y el personaje más apasionante fue el de Hellen Mirren, la evolución que hace a través del film es realmente emotiva y recomiendo prestar atención a ello y ni hablar de Rohan Chand, quien poco a poco va perfeccionándose hasta llegar a la cima, un excelente mensaje en el que la perseverancia se adueña del guión. En conclusión, The Hundred-Foot Journey es una de esas peliculas que no puede pasar desapercibida, vale la pena elegirla en vez de las de ciencia ficción y adaptaciones que tanto nos tienen acostumbrados últimamente. A degustarla.
Con gusto a poco... Lasse Hallström es uno de los directores más propensos a la búsqueda de la lágrima fácil. “Especialista” en comedias/dramas románticas/os, el sueco que alguna vez filmó las notables ¿A quién ama Gilbert Grape? y El año del arco iris tiene también en su prontuario cosas como Chocolate, Casanova, Querido John, Un amor imposible y Un lugar donde refugiarse, todos exponentes en los que el cliché, la idealización y la musicalización en exceso son normas irrenunciables. En esa línea, entonces, se inscribe Un viaje de diez metros. El film comienza mostrando el derrotero de una familia india dedicada a la gastronomía. Esa locación es, como era de esperarse, la oportunidad ideal para que el sueco apelmace imágenes, sonidos y referencias tipificadas sobre la vida en aquel país. Hasta que, obligados por una persecución política o algo así, deben emigrar primero a Inglaterra y después a Francia, donde por esas casualidades propias de Hollywood recalarán en un pequeño pueblo en el que instalarán un restaurant étnico a todo trapo, ubicado justo enfrente -de allí los diez metros del título- del regenteado por Madame Mallory (Hellen Mirren), quien busca desde hace años otra estrella Michelin ¿Alguien dijo Ratatouille? Poco y nada hay aquí del clásico de Pixar, ya que Hallström no parece muy interesado en amplificar la resonancia de su film más allá del mero pasatiempo. Pasados los enfrentamientos iniciales y las disputas, ella empezará a mirar con más cariño a sus competidores, sobre todo después de que descubra que uno de los hijos de la familia, que a su vez le echó el ojo a una de las asistentes, es un auténtico crack del cucharón. Como en Julie & Julia, Un viaje de diez metros propone un paralelismo entre vida y gastronomía, equiparando las sensaciones generadas por la segunda con las vivencias de la primera. Así, entonces, Hallström se despacha con una comedia en la que nada puede salir del todo mal, un crowd-pleaser cuyo principal mérito es abrirle el apetito del espectador. El cine, pues, esta vez deberá esperar.
Felices por siempre Producida por Oprah Winfrey y Steven Spielberg, Un viaje de diez metros (The hundreed foot journey, 2014), podría ser una de esas películas con moraleja que vemos en el programa conducido por Virginia Lago, Historias del Corazón. Hassamkadam (Manish Dayal) es un inocente cocinero con un talento innato para el arte culinario que debe exiliarse de su India Natal junto a su familia. Las vueltas de la vida los traen a la pintoresca aldea francesa De Saint Antonin Noble- Val en donde deciden abrir su propio restaurante Hindú. El problema surge cuando descubren que frente a su propiedad se encuentra el prestigioso restó Francés de MadamMallory (Helen Mirren), y no pasará mucho tiempo hasta que ambos restaurantes se declaren la guerra. “El hogar está en donde esté la familia” y “Hay que cocinar con el corazón”, son algunas de las enseñanzas que el director Lasse Hallström insiste en dejarnos. Y claro, en contraste con la cocina tradicional y en diminutas porciones que ofrece Madam Mallory, la comida hindú del restaurante Maisón Mumbai, es familiar, ofrece porciones gigantescas y no siempre sigue una receta. A pesar de mantener estilos completamente distintos , ambos restaurantes empiezan a competir entre sí para ver quien consigue traer mas gente y quien cocina la mejor comida de la aldea. Madam Mallory, tan refinada ella, tan tradicional, y el jefe de la familia, Papá (Om Puri) que encarna su extremo opuesto, tienen algunas de las discusiones más divertidas cuando se esmeran en presentar ridículas propuestas al gobernador del pueblo para acabar con su contrincante, pero, como ya todos podemos anticipar, aquí se pondrá en práctica el trillado dicho que dice que del odio al amor…hay un solo paso. Para nuestra sopresa, en un determinado momento, se abandona bruscamente la línea narrativa establecida, para concentrarse en las ambiciones personales del joven Hassam y en su deseo (que jamás había expresado ni sugerido hasta que el film lo propone arbitrariamente) de convertirse en el mejor chef del mundo. En fin, más allá de todo esto, hay que admitir que los films culinarios (Chocolate, El chef, Ratatouille, y tantos otros) se caracterizan por su encanto desde lo estético, y esta no será una excepción. La mezcla deliciosa de sabores y preparaciones culinarias, algunas hindúes y otras de la frenchcuisine sumadas a la belleza del pequeño pueblo, generará una inevitable sensación agradable y logrará introducirnos exitosamente en el mundo culinario que sugiere. Un viaje de diez metros no le hace asco a ninguna moraleja empalagosa, pero todos podemos tener uno de esos días en donde necesitamos ver este tipo de films, en donde ya sabemos que al final los conflictos de todos se solucionarán y que vivirán felices comiendo… (en este caso no se trata de perdices) pero si de una de las especialidades de Hassam.
Fallida batalla de aromas y sabores Alguna vez prestigioso, el sueco Lasse Hallström (El año del arco iris, ¿A quién ama Gilbert Grape?) viene dando tumbos desde hace años en producciones de diverso tenor graso. En Un viaje de diez metros (en realidad son unos treinta, si se convierten los cien pies del título original) –producida, entre otros, por Steven Spielberg y Oprah Winfrey–, el realizador parece querer repetir el enorme éxito de su anterior Chocolate (2001). Aunque en esta ocasión sin ese dulce manjar como centro del relato, ocupado por los más diversos platos, tanto de la cuisine française como del menú tradicional indio. Cine y comida, nuevamente. Atención: tal vez la única manera de disfrutar de algunos de los ingredientes, condimentos y preparación de la película es tomarla como lo que es, una fábula con príncipes y princesas de las ollas y sartenes, villanos culinarios que no lo son tanto y decisiones de vida que se ven reflejadas en la forma en que se cocinan y consumen los alimentos. En otras palabras, más allá del curry y la salsa holandesa, que hacen su aparición en pantalla, a lo que más se asemeja Un viaje de diez metros es a un postre almibarado, esponjoso y algo (o bastante, dependiendo del gusto) empalagoso. En el prólogo del film, una familia numerosa de un suburbio de Mumbai abandona el país luego de la trágica muerte de uno de sus miembros (la película evita mencionar un dato central en las primeras páginas del libro de Richard C. Morais en el que se basa: el clan Kadam pertenece a la minoría musulmana) y termina recalando en un pueblecito francés cerca de los Pirineos. De idiosincrasia más barullera y menos afectada que los pobladores del lugar, el choque cultural llega a su apogeo cuando el pater familias de los Kadam (el veterano actor indio Om Puri) decide abrir un restaurante de comida “étnica” justo enfrente del “clásico” restó de Madame Mallory (Helen Mirren, quien nunca falla a pesar del peor contexto, hablando un inglés con perfecto acento francés). Con ese punto de partida, la batalla de aromas y sabores ocupa previsiblemente la primera mitad del metraje, aunque las cosas tienden a complicarse aún más cuando el primogénito de la familia, Hassan (Manish Dayal), es descubierto como un talentosísimo chef en potencia. Y surgirán subtramas románticas que atraviesan todas las barreras étnicas y culturales (y por dos: la obvia entre Hassan y una joven aspirante a cocinera y otra aún más insospechada), comparaciones entre la vida en el pueblo y la Ville Lumière y un acento en los buenos corazones de todos los involucrados, más allá del carácter testarudo y algo endurecido de algunos de ellos. Un pasaje puntual que detalla la cocción de una omelette remite a una famosa escena de un film animado reciente, la del crítico y su visceral respuesta al probar una ratatouille. Ante la inoxidable obcecación de Un viaje de diez metros por agradar al público en todo momento y a toda costa, la historia del ratoncito chef es, en comparación, no sólo una película llena de aristas y complejidades narrativas (que lo es por mérito propio), sino también un relato inesperadamente adulto.
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Choque de culturas en simpática fábula gastronómica Lasse Hallstrom es autor de excelentes melodramas. Los mejores: "Mi vida como un perro", "¿A quién ama Gilbert Grape?", "Las reglas de la vida", "Siempre a tu lado" (la del perro Hachiko). También es autor de buenas historias románticas, a punto de caramelo: "Querido John", "Un amor imposible", "Un lugar donde refugiarse". Y de un agradable documental sobre Abba, una película para niños, un policial bastante curioso y otras cositas, de atendibles para arriba. Encima lleva 20 años casado con Lena Olin, una sueca impresionante. Otra cosa: también hace fábulas gastronómicas. Empezó con "Chocolate", dulzona delicia donde una intrusa altera la vida y la dieta de un pueblito francés, y el hígado de su mandamás, sulfurado ante las tentaciones que provoca y las licencias que se toma la buena y hermosa repostera. Quince años después, Hallstrom ofrece algo relativamente similar: una familia intrusa, un pueblito francés, otro tipo de tentaciones y licencias, gente buena y hermosa, y una mandamás sulfurada, por cuestiones de paladar, clase, oído, y otros detalles que queda mal decir en público. A lo que se suma otro asuntito enojoso: la rivalidad comercial. Ella maneja un restaurant de clásica comida francesa, los otros instalan una cosa colorinche y barata justo en la vereda de enfrente. Ella cultiva la sutileza del sabor, los otros practican la exaltación del sabor. Etcétera. La distancia entre ambos negocios, entre la señora muy aseñorada y el jefe de la tribu vecina, es la que dice el título. Alguien deberá cruzarla, en beneficio de la convivencia, el respeto mutuo y el enriquecimiento espiritual y cultural. Y la variedad de los menúes. Linda fábula, con la inglesa Helen Mirren, nada menos, enfrentándose al veterano actor indio Om Puri, y el chico Manish Dayal, neoyorkino hijo de inmigrantes, ganándose el aprecio de la vieja y de la auténtica francesita Charlotte Le Bon, de cuyo nombre y apellido evitaremos hacer comentarios, aunque el tema los deje picando. Como alcalde, el siempre adecuado Michel Blanc. Música, Allah Rakha Rahman. Fotografía, Linus Sandgren, sueco como Hallstrom. Productores, Steven Spielberg y Oprah Winfrey. Se recomienda no ir con el estómago vacío, ni tranquilizarlo con pochoclos.
Un plato demasiado artificial y empalagoso En los primeros minutos de este film se define rápidamente el tono de lo que se verá a continuación. Al relatar la historia de su vida y las razones de su familia para ir a Europa, Hassan Kadam (Manish Dayal) le cuenta a un oficial de migraciones que su salida de Mumbai ocurrió luego de una tragedia en la que murió su madre y perdieron todo lo que tenían. Y entonces vemos los actos de vandalismo provocados por -según nos explica el joven- "una elección donde alguien ganó y otro perdió". Si el diálogo pretendía ser gracioso falló estrepitosamente, pero sí advierte sobre lo que vendrá: un relato superficial que roza temas como la xenofobia, las obligaciones familiares, la identidad y hasta la patria, pero no se detiene en ninguno de ellos ni le interesa dotarlos de emoción o profundidad. Porque acá lo que importa es la comida. "Sí, la comida te hace recordar", dirá uno de los personajes mientras unos tomates y ajíes tendrán la dudosa suerte de ser enfocados con tal cuidado que en lugar de parecer apetitosos resultan plásticos, artificiales. Tan artificiales como las emociones que provoca el relato que cruza a los Kadam, comandados por Papá -interpretado por el maravilloso Omar Puri- con Madame Mallory, la dueña del sofisticado restaurante que quedará justo a 10 metros del que abrirán ellos llevando consigo algo de los sabores de la India a un pintoresco pueblito francés. Dirigida por el sueco Lasse Hallström, este film queda bien lejos de su trabajo en Un amor imposible (Salmon Fishing in the Yemen) y, en cambio, se suma al grupo de sus películas como Chocolate, Un lugar donde refugiarse y Querido John, todas ellas, como ésta, adaptaciones de best sellers en las que el director se debate entre el empalago y la insipidez. Pero claro, Helen Mirren está ahí para insuflarle vida al film y a todas las escenas en las que participa, aunque el acento francés al que está obligada a utilizar no lo sienta. De todos modos, consigue dotar a su Madame Mallory de un espesor que eleva todo el film, especialmente cuando comparte escenas con Puri. Juntos insinúan lo que la película podría haber sido, pero no es. Es que en el afán de contar la historia de vida del genio culinario Hassan insistiendo con poco inspiradas metáforas gastronómicas -los peligros de una descuidada adaptación de la página a la pantalla- Un viaje de 10 metros termina convertido en un producto que a papá Kadam y al resto de los suyos los hubiera dejado helados.
Inmigración a la carta Un chef hindú conquista Francia. “La comida trae recuerdos”, se repite como un mantra en Un viaje de diez metros. El sentido del gusto, los olores, traen a la mente aquellas experiencias que nos pueden conmover. En este filme el alimento tiene un rol casi alucinatorio. Como el amor mismo. Hassan Kadam (gran trabajo de Manish Dayal) es un cocinero hindú de excelencia. Junto a su familia, y con su perseverante padre a la cabeza, deciden mudar el negocio familiar de la gastronomía hacia Europa. Y en esa transición se ve parte del núcleo argumental: la inmigración, con la difícil adaptación (y aceptación) de una exótica cultura culinaria en tierras de paladar célebre como Francia. La familia Kadam no tiene mejor idea que adquirir una vieja propiedad en Saint-Antonin-Noble-Val (sur galo) y darle forma a Maison Mumbai, un restaurante de cocina India, justo enfrente de Le Saule Pleureur, insignia de la cuisine con una Estrella Michelin. Esa marca de distinción culinaria es la ambición de Madame Mallory (Hellen Mirren), dueña del aristocrático restó, quien buscará boicotear a sus rivales hasta llevarlos a la ruina. “Esto es la guerra”, dice el patriarca hindú. El cineasta sueco Lasse Hallström (Un lugar donde refugiarse, Las reglas de la vida) es un gran contador de historias y un timón para los actores. Amalgama tensión y sensibilidad en sus personajes como pocos. Así sucede con Mallory, quien muta desde lo revulsivo (tirar un plato de comida a la basura) hacia lo comprensivo, como repudiar un acto de discriminación nacionalista. La “lucha” interna deshumaniza su rol, presa de la soledad de una viudez que la condiciona y obliga a romper cadenas. La disposición escénica de este filme también esconde sus secretos. Una calle que separa a los dos establecimientos puede verse como un puente entre dos culturas, pero también como una frontera que se atraviesa a fuego lento. Intimista, basado en la novela The Hundred-Foot Journey, de Steven Knight, el amor tiene el costado más infantil e inocente. La mujer -Madame Mallory o la anodina Marguerite (Charlotte Le Bon)- siempre balconea a su “Romeo”, sea papá Kadam o el exitoso Hassan. Casi shakesperiano . Atención, este es un filme para verlo comido, los planos quirúrgicos de los alimentos abrirán el apetito. Buen provecho.
Erizo Cooking in the Francia Cuando se estrenó en el 2005, Casanova fue un fracaso de taquilla tan grande que prácticamente dejó fuera de la industria al director Lasse Hallström por cerca de dos años. No fue fácil pero el sueco de a poco logró volver a ponerse de pie, apegándose a ciertas fórmulas que se probaron moderadamente exitosas. Dos películas con Richard Gere (The Hoax y Hachiko: A Dog's Tale) y dos adaptaciones de Nicholas Sparks (Dear John y Safe Heaven) lo pusieron de nuevo en el panorama. No es casualidad el hablar de recetas a la hora de referirnos a The Hundred-Foot Journey, dado que supone una vuelta al cine culinario en Francia que emprendió con Chocolat, pero que está fuertemente emparentada con la tierna Salmon Fishing in the Yemen, una de las curiosidades más notables de su etapa de renovación. El sueco propone un viaje para los sentidos por una bella región del Sur francés, retratada con gran pericia por el director de fotografía Linus Sandgren. Tierna, cálida, amable, su cámara abre el apetito de una audiencia que prácticamente puede saborear cada plato. Los colores explotan en pantalla y los ingredientes naturales son la utilería perfecta para un film que parece destinado a disfrutarse con el paladar. Las verduras brillan capturadas por su lente y no por nada un recorrido por el mercado se parece más a un paseo por una joyería. Y el compatriota del realizador no es el único que se destaca en su tarea, dado que si bien este "viaje de diez metros" es por terrenos familiares, se lo hace junto a un equipo de notables. La producción de Steven Spielberg abre muchas puertas para un proyecto de estas características, que por su naturaleza trillada podría caer en la misma bolsa que innumerables comedias románticas pero que sin embargo se destaca. El británico Steven Knight (Dirty Pretty Things) venía de tomarse un tiempo fuera de la industria después del estreno de Eastern Promises y volvió con fuerza en el 2013, con una seguidilla envidiable de proyectos como guionista y director. Redemption, Closed Circuit, la muy buena Locke y ahora este film confirman su excelente mano para la escritura, que lo ha puesto otra vez en la mira de muchos estudios como una pluma que cotiza. La música también se lleva sus méritos gracias al ganador de dos Oscar A.R. Rahman (127 Hours, Slumdog Millonaire), el hombre a acudir a la hora de poner algo de cultura india en lo que se escucha. Y con sus casi 70 años, Helen Mirren sigue siendo una hermosa mujer que reluce en cámara. Estoica y altanera como una reina, devota y amable como una madre, la británica es quien brilla entre un elenco de rostros poco conocidos (aunque hay que seguir de cerca a la bellísima Charlotte Le Bon, una canadiense que parece destinada a ser la nueva Audrey Tautou). Pero tal y como se ha dicho –el subtítulo no es casual-, se trata de un film que a pesar de preciarse de modificar recetas establecidas desde hace añares, no logra romper con sus lugares comunes. Se vincula a Salmon Fishing in the Yemen porque básicamente sigue una misma fórmula: una región apartada y poco conocida, dos extraños unidos por una misma pasión, un intento de llevar algo propio de otro país a una zona que en primera instancia lo resistirá y la figura de un hombre de fe que cree en su extravagante proyecto contra todo pronóstico. Incluso se repite el ataque terrorista (xenófobo en este caso) que busca destruir el sueño de los protagonistas. Si bien se alarga más de la cuenta –el tercer acto es más de lo que uno necesita y nunca es tan bueno como todo lo anterior- el preparado de siempre con nuevos ingredientes y especias es gustoso y se merece todas las estrellas Michelin que reciba. Bon appetit.
"Un viaje de 10 metros" es la vuelta al trabajo en equipo de Steven Spielberg y Oprah Winfrey (no trabajaban juntos desde 1985 con el film "El Color Púrpura") y el resultado es más que satisfactorio: una peli que tiene aromas que traspasan la pantalla... Su director ya nos deleitó con "Chocolat", "Safe Heaven", "Dear John", "Siempre a tu lado" y más. Helen Mirren es palabras mayores, está impecable en su personaje, sobre todo en los matices que utiliza a medida que pasan los minutos; el resto del elenco acompaña muy bien (la parejita interpretada por Manish Dayal y Charlotte Le Bon es compradora al 100%). La historia - basada en una novela best seller - cierra redonda. "Un viaje de 10 metros" es una película para toda la familia en la que te vas a emocionar, vas a reír, vas a disfrutar de buena música y sobre todo, de una fotografía acompañada por unos paisajes espectaculares que te van a dar ganas de haber formado parte del rodaje. Gran peli para disfrutar en pantalla grande.
Paris - Tandoori - Masala En más de una ocasión el cine remite a los placeres culinarios. Nadie podrá olvidar la romántica cena a la luz de las velas, con canzonetta italiana mediante, donde dos enamorados comparten albóndigas y spaghettis en “La dama y el Vagabundo”, o de los humeantes fideos en marmitas que la protagonista de “Con ánimo de Amar” (“In the mood for love” de Wong Kar-Wai) prepara antes de visitar a su amante. Sin dudas, una película emblemática es “La fiesta de Babette” el film dinamarqués ganador del Oscar o la mexicana “Como agua para chocolate” del mexicano Alfonso Arau que traslada a la pantalla una hermosa novela de Laura Esquivel. Oriente nos regala “El aroma de la papaya verde” donde se mezclan platos, recetas y sabores diferentes, con el exótico marco de Vietnam y Saigón y “Comer, beber, Amar” donde nos cuenta la historia de un viejo chef de Taipei, viudo y con tres hijas, completamente diferentes entre sí. Y desde Alemania llegan, “El sabor del Eden” siguiendo la historia de Edén, una mujer casada y con una hija discapacitada que cae rendida frente a los escritos de cocina erótica de un excéntrico chef que la ayudará a hacer florecer el erotismo en su matrimonio y “Bella Martha”, la historia de una jefa de cocina de un restaurant francés, apasionada por su trabajo, que verá cambiar totalmente su vida cuando tenga que hacerse cargo de su pequeña sobrina y sobre todo, cuando aparezca un cocinero italiano que trate de ganar su corazón. ¿Para qué tantos títulos? Porque al que le guste esta amalgama de cine y cocina, tiene en cualquiera de ellos exponentes interesantes de explorar cada uno en su género (desde la comedia al drama costumbrista) que superan quizás al estreno de esta semana. "Un viaje de diez metros" vuelve a remitir a ese mundo entre ollas, perfumes, sabores, sartenes y delantales y está dirigida por Lasse Hallström quien es el mismo director de "Chocolate" otro famoso film donde interviene la cocina y en el que Juliette Binoche aparecía con su hija en un pequeño pueblito francés alterando la temperatura de todo el vecindario cuando produce sus chocolates siguiendo una antigua receta maya. En el mismo sentido y con la una receta con demasiados puntos de contacto con la anterior (aldea deliciosa, personajes adorables, fotografía impecable) Hallström se encarga de llevar a la pantalla el best-seller de Richard C. Morais y ya desde los primeros minutos uno sabe perfectamente cuál es el camino por el que nos va a conducir: un camino conocido, sin demasiadas sorpresas -ni las pretendemos tampoco en un producto de este estilo-, pero que es sumamente agradable de recorrer. Sobre todo porque tiene la mixtura perfecta de un paisaje soñado, una familia hindú simpática y entrañable como protagonista, los aromas de la cocina de autor y la búsqueda de la excelencia en cada plata ... y como si todo esto fuese poco, se complementa con toques de comedia romántica que es la cereza de la torta. Con un marco de París que hasta por momentos nos hace recordar a “Ratatouille” de Pixar con esa torre Eiffel iluminada como ícono de la Ciudad Luz, "Un viaje de diez metros" no pretende preocuparse más allá de mostrar esta especie de fábula, un cuento sobre la realización personal y el desarrollo de un talento, un don, un sueño. Esta línea argumental servirá, por momentos, para pintar con algunas pinceladas -con un trazo un poco grueso en algunos casos- una historia sobre mandatos familiares (acentuadamente paternos en este caso); polos opuestos que se atraen (esta familia hindú abre su restaurant justo frente al que regentea Helen Mirren que quiere obtener a toda costa su segunda estrella Michelin y que es donde se reúne la crème de la crème de la región) y sobre seguir y escuchar los impulsos del corazón. Teniendo en cuenta que el primer film que se conoció de Hallström en nuestro país fue el nominado al Oscar "El año del arco iris / Mi vida como perro" al que luego se sumaron "A quién ama Gilbert Grape?" y "Las reglas de la vida" con Michael Caine, Charlize Theron y Tobey Maguire, claramente "Un viaje de diez metros" entra en el pelotón de sus últimas realizaciones como "Querido John", "Un amor imposible" con Emily Blunt e Ewan Mc Gregor o "Siempre a tu lado" con Richard Gere más simpatizando con la factoría hollywoodense que con el cine de autor. Lejos, muy lejos de sus películas iniciales, Hallström se acomoda en la receta presideñada para construir un "crowd pleaser", esas películas que le gustan a todo el mundo y van tan pero tan bien con la hora del té. Cuenta, en este caso, con un elenco sólido, sobre todo en los secundarios tan pintorescos pero cada vez que aparece Helen Mirren, inunda la pantalla de su glamour, su charme de actriz de clase, construyendo un papel que le calza como un guante, bien a su medida y se nota que lo disfruta al máximo y con el respaldo de la producción de Steven Spielberg y Oprah Winfrey. Aún con la previsibilidad del guión y una duración un tanto abusiva para un "cuento de hadas" moderno -dura un poquito más de dos horas- "Un viaje de diez metros" combina a la perfección la buena comida -las esencias y especias hindúes y la hâute cuisine francesa- un escenario perfecto, delicioso y soñado y el marco de París que la engalana y nos hace querer estar ahí aunque sea por el ratito que dura la película. De esas para ver con una sonrisa y pasar un momento agradable. No pidamos mucho más que eso...
Una familia de la India se instala en un pequeño pueblo al sur de Francia con la intención de abrir un restaurant con comidas típicas. Pero, a 10 metros, cruzando la calle, lleva años otro restaurant, regenteado por una fría mujer que se verá amenazada con la llegada de ésta particular familia. Solo el amor que se despiertan entre el joven cocinero hindú y la segunda chef de la gélida mujer podrán parar una inminente guerra entre éste choque de culturas y exquisitos platos. Siguiendo la tradición de "cine al plato", el director Lasse Hallstron, que había dirigido "Chocolate", realiza un filme con todos los condimentos para no dejar impávido al espectador. Producida por Steven Spielberg y Oprah Winfried, la exlenete película cuenta con una descollante actuación de la ganadora del Oscar, Helen Mirren(La Reina, Red) y Om Puri. La música, del ganador del premio de la Academia es de A.R. Rahman (Quien quiere ser millonario) aporta sonidos y colores que hacen de ésta comedia dramatica, una fiesta para los sentidos.
Apenas el talento de Helen Mirren en anodina producción Lasse Hallstrom tiene una larga y muy irregular carrera como director cinematográfico con veintidós largometrajes hasta el presente. A la década del ’90 pertenecen algunos de sus mayores aciertos (“Mi querido intruso”, “¿Quién ama a Gilbert Grape?”, “Las reglas de la vida”). En los últimos años sólo se destaca “Un amor imposible” (“Salmon Fishing in the Yemen”) en el medio de producciones mediocres (“Querido John”, “Un lugar donde refugiarse”, la no estrenada “Hypnotisoren”). “Un viaje de diez metros” (“The Hundred-Foot Journey”) guarda algunos puntos de contacto con “Chocolate” (año 2000) con la que comparte más de una coincidencia. Así su personaje central vuelve a ser una mujer mayor inglesa (Helen Mirren), que al igual que Judi Dench en “Chocolate” habita en un pequeño pueblo francés. En ambas propuestas la comida tiene un rol central y a la postre (valga el juego de palabras) resultan algo empalagosas y edulcoradas. En esta oportunidad el tema culinario refiere a la instalación de un restaurant de comida india enfrente del único y muy cotizado restaurant de Madame Mallory (Mirren). Quienes allí se establecen son la familia Kadam, llegada de Mumbai y cuyo padre de familia (el veterano Om Puri) descubre en su hijo Hassan (Manis Dayal) un gran potencial como chef. La primera mitad del film muestra la rivalidad entre Kadam y Mallory al que ella califica de “terco como una mula”. En algún momento cierta violencia xenofoba con graffitis del tenor de “Francia a los franceses” y un incendio provocado se desatará sobre la familia india. También habrá espacio para el romance entre la joven chef Marguerite (intrascendente Charlotte Le Bon) y su rival Hassan. Pero ya en la segunda mitad, Mme Mallory le ofrecerá a Hassan trabajar con ella, siendo su objetivo obtener una segunda estrella de la famosa Guía Michelin. El padre del joven se resistirá al principio para luego expresar la frase: “para ganar al enemigo, si no puedes únete” y acceder al pedido de Madame. Lo que la película nos ofrece en la media hora final de las dos que dura será una serie de convencionalismos que arruinarán el hasta ahí liviano pero al menos auténtico conflicto planteado. Es casi una regla de oro, entre distribuidores de cine, que las películas donde la comida tiene un rol preponderante serán éxito de boletería. Títulos tan célebres como “La fiesta de Babette”, “Como agua para chocolate” y en cierta medida la reciente “Amor a la carta” (también sobre comida india) lo certifican. En el caso de “Un viaje de diez metros” sólo el talento de la ganadora del Oscar por “La reina” logrará salvar en parte esta anodina producción.
La India es fascinante. Nunca estuve allí, pero el cine de Hollywood me la ha presentado una y otra vez. Las tramas cambian, aunque lo que queda intacto es el componente mágico que viene con lo exótico del lugar. Y cuidado, que con Francia sucede algo similar, pero cabría aventurar que sólo la exoticidad de uno de estos países es a prueba de balas. “Una aventura extraordinaria” no fue hace nada; “Slumdog Millionaire” ni tanto. Este año tuvimos “Un golpe de talento” y yo escribí sobre el manual del éxito y la fórmula bien llevada a cabo. Había algo de trazo grueso en los estereotipos étnicos, pero la frescura de los protagonistas y la solvencia de los secundarios menguaban la falencia. Además, películas como esa tienen la dosis justa de emoción. Pero Lasse Hallstrom…no podemos pretender que no hay una ‘marca Lasse Hallstrom’ en Hollywood, y allí donde los demás se detienen en la eficacia, el sueco aprieta el tornillo en busca de la emoción. No importa si el film ya llegó a su pico emotivo, para él siempre hay algo más que vale la posibilidad de una lágrima. No es una crítica negativa. Sus herramientas son nobles, y yo mismo puedo reconocer que me ha engañado (elegantemente) en sus films más exitosos (“Chocolat”, con una radiante Binoche y con lo éxotico a flor de piel) y los menos vistos (la olvidada “Un amor, dos destinos”). Seguro que ese extra de cursilería tuvo sus traspiés (el perro y Richard Gere, notablemente), pero nada le impide seguir intentando. Con 2 horas de metraje y 30 minutos de sobra, “Un viaje de diez metros” cumple su cometido: que nos compenetremos con lo que se nos está contando y que queramos un final feliz, aún notando la incoherencia y las libertades que nos conducirán hasta allí. Dicho esto -y para insistir con Hallstrom- me parece que se trata de una película en la que, para lograr los objetivos, el director se vuelve más que los actores. Se hace cargo de todo, y delinea un recorrido en el que conocemos a los personajes rápida, bruscamente, con trazos gruesos, pero los compramos. Una familia que huye de India ante la destrucción de su restaurante; padre viudo, dos hijos que daría lo mismo si no están, y el tercero, más joven y talentoso: el chef Hassan (Manish Dayal). Llegan a Francia, el auto se les avería en un pueblito y la mujer más bondadosa del mundo, Marguerite (interpretada por la deliciosa Charlote Le Bon que es la versión fílmica de mi amiga Mili Villareal) les da de comer. Abruptamente una dama (Helen Mirren) aparece en plano y pregunta quiénes son esos inmigrantes que terminarán instalando su restaurante de comida hindú en frente del prestigioso restaurante que la dama en cuestión maneja…donde también trabaja Marguerite. ¡Es un cuento de hadas! ¿No están de acuerdo? Hay otros personajes tan instrumentales como los dos hermanos de Hassan, que están allí sólo para hacer ‘tal cosa’ (tomemos el caso del chef del restaurante de Helen Mirren, por dar un ejemplo) y nada más; pero mejor que sobre y no que falte cuando todo transcurre básicamente en un único escenario (la calle que enfrenta los dos locales) y la abundancia de personajes contribuye al componente exótico que venimos mencionando desde el comienzo. Así, el marco contenido, acotado, favorece los aires de cuento de hadas, enriqueciendo las interacciones entre los dos bandos que la película enfrenta constantemente. El choque cultural es la clave y tiene que lucirse; es un elemento que nunca decepciona. No sé cuántas críticas hablaran de Helen Mirren y de cómo se la banca. Es sabido, y la queremos todos, pero creo que en esta ocasión los actores se vieron limitados por un guión que les otorgó personajes poco complejos para trabajar; y un realizador que, sin quitarles toda posibilidad de expresión, prefirió utilizar esa simpleza en pos de sonrisas y lagrimas. La historia se puede contar (yo la deslicé por ahí), pero “Un viaje de diez metros” termina por ser más un cúmulo de momentos –emotivos todos, tamizados por los sabores y olores de toda la comida que vemos en pantalla- que una trama completa a reconstruir. Momentos que tienen más de fantasía que de realidad. No digo esto de forma negativa, sino tratando de comprender cómo la película se presenta ante nosotros, y lo que pierde y gana por elegir ese camino.
Cine diet Las apariencias no siempre engañan, y es por esta razón que esos planos folclóricos del inicio de Un viaje de diez metros, filme basado en la novela homónima de Richard C. Morais, en los que se ven los pequeños locales de las calles diminutas de Mumbai, ya permite tener una idea de qué es este nuevo filme de Lasse Hallström: una fantasía occidental sobre la ingenuidad de los indios. O la infantilización de una cultura ancestral. Una familia india dejará por razones políticas su país y emigrará primero a Inglaterra y posteriormente a una aldea de la campiña francesa. Cuando logran asentarse y conjurar su destino nómada, los Kadam ponen un restaurante de comida india, pero no será fácil: Francia es el país de la gastronomía. ¿Un choque de civilizaciones? No, pero sí un enfrentamiento culinario entre dos tradiciones dietéticas extraordinarias, que aquí estará encarnado en forma de competencia. Sucede que el palacio de comidas de los Kadam está literalmente a diez metros de un restaurante de elite liderado por Madame Mallory. Un par de panorámicas en picado resaltarán el "campo de batalla", una locación un poco alejada del pueblo, acaso una suerte de limbo, más inverosímil que la existencia real del ratón de la maravillosa Ratatouille. Si bien habrá atisbos de la xenofobia francesa, la "guerra" entre los dos restaurantes se transformará paulatinamente en un encuentro con los Otros. Uno de los hijos de la familia india, Hassan, es un genio de la cocina. Tarde o temprano será el chef de ambos negocios, incluso alcanzará la cúspide de la gastronomía gala, en una época en la que el arte culinario es una ciencia. A este héroe del curry tampoco se le negará el amor, y quién sabe si el padre viudo no tendrá una segunda oportunidad con la solterona Mallory. Un viaje de diez metros está a miles de kilómetros de un filme como Amor a la carta, una película india en la que la comida también juega un facto decisivo, pero en donde se retiene la singularidad de una cultura. La elegancia de esta última brilla por su ausencia en este pastiche de lugares comunes ilustrados. Ni siquiera los planos secuencia en el momento en el que los Kadam construyen su nuevo restaurante se desmarcan de la impostura general y el deseo de agradar con los peores condimentos del cine: saturación en la paleta de colores, planos "bellos" en todo momento, música por doquier. Subrayar es la regla y, como siempre, es la peor forma para darle sabor a una película. Las razones atendibles para ver este portento del kitsch multicultural pasan por la simpatía del gran Om Puri en el papel del padre, la nobleza fotogénica de Manish Dayal y la elegancia imbatible de Helen Mirren.
Sin sentidos. Son films como Un Viaje de 10 Metros (The Hundred-Foot Journey, 2014) los que levantan los menos interesantes tipos de preguntas morales al criticismo. ¿Está bien aprobar una clase de cine que, a pesar de su falta de conflicto o búsqueda, sabe apelar exactamente al público en busca de familiaridades y nada más? La respuesta entera quedará para otro día, pero este último esfuerzo del director Lasse Hallström (cuyo historial va de dramas medidos como ¿A Quién Ama Gilbert Grape? o Las Reglas de la Vida a melodramas románticos tirados por la borda al estilo de Siempre A Su Lado, Querido John y Un Lugar Donde Refugiarse) entra en el costado decepcionante de la cuenta. Basándose en la novela de Richard C. Morais, Lasse se centra en el relato de Hassan (Manish Dayal), miembro de una familia hindú que abandona la tierra natal tras la muerte de su madre durante conflictos políticos; imaginen cualquiera, el film no se preocupa nada por ser específico. Siguiendo el camino del patriarca Papa (Om Puri, leyenda de Bollywood), todos acaban en un pueblito apenas pasando la frontera francesa. El lugar también es desconocido; de nuevo, no hay muchas ganas de explicar (y eso va también por la temporalidad: por los primeros tres cuartos de su duración, parece que la película toma lugar cincuenta años atrás, hasta que una visita a París cambia las cosas). El único lugar que pone su ubicación en el mapa es el restaurante de la rígida Madame Mallory (Helen Mirren), poseedor de la estrella Michelin y lugar habituado hasta por el presidente. Lo cual es una lástima, porque está también ubicado justo enfrente de una propiedad que llama el ojo de Papa para convertir en hogar y negocio, como local de comida rápida con sabor a India. Y con las ollas en llamas, parece que el talento como cocinero de Hassan es lo único que puede unir a estas dos facciones. hundred-foot-journey-helen--600x300 Cualquiera con un mínimo de memoria ya se habrá dado cuenta del objetivo básico de esta película: repetir para Hallström el éxito masivo de su previa comedia dramática culinaria basada en una novela sobre personajes que descargaban sus pasiones en la cocina para combatir en el medio de una pintoresca Francia. Sí, es un intento desesperado de repetir la repercusión de Chocolate. Pero si bien la anterior obra (que, aunque nuestra memoria trata de olvidarlo, incluso fue nominada al Oscar a Mejor Película) encontraba algo de personalidad en su tema del florecimiento casi sexual en una villa marcada por la represión, Un Viaje… no tiene nada más que una lista de items que chequear para apelar a una audiencia que arranca en el fin de la mediana edad. ¿Producción situada en un lugar atrapado en el tiempo? Listo. ¿Choque de culturas “exóticas” que parezca ahorrar un viaje a otro país y que apele a las taquillas crecientes de Bollywood y Francia? Listo. ¿Ataques con referencias constantes a los puntos típicos de India y Francia, partiendo de menciones al curry hasta llegar a un análisis eterno de La Marsellesa? Listo. ¿Una visión algo racista del pueblo hindú, que aparentemente puede hablar con los muertos o distinguir el alma en la comida? Listo. ¿Una anciana británica haciendo de un personaje también algo racista que hace todos los chistes de mal gusto que apelan a un público conservador, antes de ser ganada por las peculiaridades forzadas del guión? Listo. ¿Una historia de amor entre el joven protagonista y una chica local (Charlotte Le Bon, adorable), que rellena de gente bonita pero clicheada una obligatoria duración de dos horas? Listo. ¿Una narrativa donde, realmente, no hay desafíos a superar u obstáculos interesantes para el héroe en su camino a la cima? Listo. Todo se siente como un paso en una larga fórmula (o una receta, si vamos a entrar a la rutina adictiva de los juegos de palabras) para el éxito, aprovechada por los productores Steven Spielberg y, especialmente, Oprah Winfrey. Después de todo, es fácil imaginarse esto como un plan de ella (si no conocen quien es, imaginen una versión norteamericana de Susana Giménez con el poder de adquisición equivalente al PBI de un país centroamericano), entregado a su público inocente de madres, ancianos y demás audiencias que no pidan mucho. A ellos les puede parecer un plato delicioso, concepción motivada por las actuaciones decentes y la colorida fotografía. Pero cuando una película se siente como un plato rico que perdió el gusto tras tanta repetición, se comete un pecado. Si es de cocina o cine depende de ustedes.
Lo mágico de la cocina De más está decir que el amor por la cocina atraviesa Un viaje de 10 metros, pero lo interesante es cómo y qué recursos hacen percibir cómo esta actividad sale de lo común para conformar un elemento extraordinario y peculiar. Sin tomar de forma concreta elementos fantásticos podríamos emparentar a esta película con el género del realismo mágico, pensando especialmente cómo la cocina y los elementos que se utilizan toman un valor sobrenatural. Los protagonistas de Un viaje de diez metros son los miembros de la familia Kadam, proveniente de la India. En ese lugar, todos ellos se desempeñaron y adquirieron la profesión de cocineros, característica que en la película se muestra con suma delicadeza, haciendo hincapié en cómo Hassan, especialmente, aprende a amar la cocina y se inmiscuye en otras formas de ver al acto de cocinar. De chico, Hassan adquiere de la mano de su madre un lenguaje nuevo. El cocinar se llena entonces de significado afectivo porque se lo apareja a las primeras enseñanzas y cuidados maternos. Esto se apoya con colores cálidos y elementos de cocina y ambientes rústicos. Asimismo, a lo largo del film también Hassan explora otras relaciones o concepciones con la cocina. Es así que cuando logran instalarse en un pueblo de Francia, conoce una visión de la cocina como arte. Esta forma de ver al acto de cocinar se llena de precisión, perfección y obsesión por el gusto, que estéticamente se acompaña con logares ordenados, blancos en su preferencia y objetos discretos. Más adelante, cuando Hassan sale al mundo de los grandes chef, conoce a un tipo de cocina mucho más vinculada con la ciencia. Aquí vemos cómo los ambientes se traducen a oscuros, en el que predominan los grises y negros. Los escenarios se llenan de elementos al estilo de la química y las formas de cocina y hasta los platos que se hacen tienen un fuerte grado de frialdad y una estética por lo raro y perfecto a la vez. Otra de las aristas que aparece en la película, además de la historia de Hassan, es la de su familia y su enemistad con la dueña del restaurante del frente. Aquí se reflexiona por medio de la cocina sobre el choque de culturas y los prejuicios. Pero sin intención de ninguna moralidad, este aspecto se llena de comedia y drama a la vez, explotando algo que venimos viendo en muchas de las películas actuales, que es la impunidad de la vejez. Toman presencia en esto el padre de Hassan y la dueña del restaurante enemigo (Helen Mirren), que parecen mostrar posturas más tercas y cerradas que los jóvenes. Por último, lo que podemos resaltar es quizás eso que mencionamos al principio: esa vinculación que encontramos con el realismo mágico. Vemos cómo en la película los elementos, especialmente las especies que le regaló a Hassan su madre, conforman al igual que las pociones en los cuentos maravillosos sabores fuera de lo común y hasta increíbles. Lo mismo pasa con las manos de Hassan, quien pareciera contar con poderes mágicos para sacar de ellas cuanto deseara.
No hay que esperar hasta el final para sospechar que la producción es no sólo hollywoodiense, sino que sale literalmente de la “fábrica de los sueños”. Y efectivamente en los créditos la sospecha se confirma: producida por Steven Spielberg y Oprah Winfrey. Ya desde los aspectos técnicos, que pertenecen indudablemente al lenguaje audiovisual totalmente transparente del aún viviente clasicismo hollywoodiense, la producción preludia una narrativa no sólo convencional, sino reaccionaria en lo social, en lo económico, lo cultural y lo idiomático. El montaje es lineal, cómodo para que la vista siga el relato y pasaría desapercibido si no fuese por el uso excesivo de planos en grúas que hacen volar la cámara por los aires galos para enseñarnos un pueblecito idílico a orillas de un bucólico río. Tampoco la iluminación se salva, de hecho, es fantasiosa hasta rozar lo cursi: por lo extravagante, exagerada en las escenas nocturnas, y de tan tamizada y dorada, irreal en las secuencias diurnas. Claro que si reflexionamos bien, quizás busca eso, contar un cuento de princesas y príncipes, algo fantástico, que pasa en un supuesto mundo tangible, con la pretensión de hacernos creer que todos tenemos las mismas oportunidades y que si en la vida trabajamos duro, llegaremos lejos. Si el discurso ya rezuma conservadurismo en los aspectos técnicos, indagar en la narración puede ser más que revelador. Para empezar, una serie de tópicos típicos, manidos y gastados que a ochenta años de “Lo que sucedió aquella noche” (1934) ya podían ir desapareciendo. Un protagonista, varón - porque las mujeres no quedan bien en el papel protagonista -, de una raza ajena al país donde se encuentra - país que, siguiendo con los clichés, es estereotipadamente racista -, resulta ser un genio que a todos sorprende, incluso a los blanquitos que le ponían dificultades en la aduana. El chico, guapísimo por supuesto - en los cuentos los buenos y jóvenes son hermosos siempre -, alcanza su sueño y no sólo eso, le pasa por encima a su competidora (remarco la A) que, de paso sea dicho, es también su amor imposible, aclaremos que ella, joven y buena, es por supuesto hermosa. Hasta aquí ya se habría saturado el cupo de tópicos. Pero la película sigue: la mala es viuda y amargada, materialista, fría e intolerante, sin embargo, se ve reblandecido su pétreo corazón con las acciones valientes del joven apuesto y dotado para la cocina. Y, como no podía faltar, los malos malísimos que incendian el restaurante de la competencia extranjera y escriben horrendas palabras detestables sobre el muro de los foráneos. De tan maniqueo resulta no sólo vulgar, sino ofensivo el tratamiento de la xenofobia. Igual que lo machista y rancio de la trama amorosa, donde él renuncia a un sueño que de tan alto ni se había atrevido a soñar, por volver al pueblo donde vive su amada. Señores productores, que en Estados Unidos la población prefiera el individualismo del coche a las ventajas del tren, no significa que una chica en el Sur de Francia, subiéndose a un vagón de alta velocidad, no pueda pasar un fin de semana romántico con su amado en la ciudad del “amour”. Más allá de los inverosímiles y los recurrentes recurridos lugares comunes, la película es muy entretenida y al salir de la sala lo único que apetece es un restaurante hindú o francés.
AFECTOS Y SABORES Al realizador sueco Lasse Hallstron le gustan los sabores. Lo de mostró en la desabrida “Chocolate” y lo confirma ahora con esta amable viñeta sobre un mundo tan visitado hoy, el de la alta cocina. En los dos casos, son films pueriles, de lugares comunes, al que un elemento puramente decorativo (en este caso, el encantador pueblito francés Saint-Antonin-Noble-Val,) le agrega poesía a un film muy anunciado, muy elemental, insulso, con gente buena por todos lados y un final a punto caramelo. Una familia india se muda frente a un coqueto restaurante francés. Acredita una estrella Michelin y esta manejado por una dueña agria y desconfiada. Pero de a poco los recién llegados conquistarán todo. Mensaje edificante de una Europa culposa que al menos en cine mira a los inmigrantes con cariño y dulzura. Película de sabores, algo empalagosa, que está llena de buenas intenciones y confirma que las estrellas Michelin son como el super Oscar de los chefs, estrellas de estos días.
Un viaje de diez metros es una pelicula con una historia que a pesar de ser previsible se la disfruta de principio a fin. Si bien no tiene nada que la destaque entre todas las películas hermanas que mezclan la gastronomía con el amor o lo sentimental, tiene un encanto especial que se lo brinda el carisma y el creíble...
Cocinando con Helen Mirren "Un viaje de diez metros" es una de esas películas positivas, buena onda, a las que les suele ir bastante mal en taquilla. El caso de este film no fue negativo pero tampoco logró una recaudación demasiado alta, en parte por la poca promoción que tuvo y por no contar con un cast más famoso que atrajera más público previo a su estreno. Pero la pregunta es, ¿la trama realmente daba para invertir en un presupuesto más abultado y poner más caras conocidas? la jugada sería un tanto más arriesgada. Personalmente creo que no, que fue una sabia decisión mantener el presupuesto de contratación bajo y poner foco en otras cuestiones técnicas como la fotografía, que es realmente muy buena. La trama es bastante trillada, con algunos elementos superficiales que no la ayudan a tomar demasiado vuelo cinematográfico, pero así y todo el film logra salir airoso y entretener a los espectadores, aunque nunca hubiera podido posicionarse como un film trascendente. La historia nos presenta a una familia de la India, que luego de sufrir las injusticias de la pelea de etnias en ese país (gol para el occidentalismo), viaja a Francia en busca de una nueva vida. Al llegar al pintoresco pueblo sureño Saint-Antonin-Noble-Val, la familia compra un viejo edificio e inaugura La Maison Mumbai, un local de comida típica de la India en el que brilla Hassan (Manish Dayal), uno de los hijos del patriarca indio. Este joven, posee una habilidad exquisita para cocinar y sueña con convertirse en un reconocido chef a nivel mundial. Lo que la familia no se da cuenta es que se han instalado frente al Le Saule Pleureur, restaurante propiedad de Madame Mallory (Helen Mirren), una amargada y ambiciosa mujer que les hará la vida imposible para que abandonen el emprendimiento. En el medio de la guerra culinaria, el espíritu bondadoso de Hassan logrará acercarlos, enamorará a la ayudante de cocina de Le Saule, Margueritte (Charlotte Le Bon), y conseguirá la oportunidad con la que había soñado toda su vida. ¿Les suena? Como pueden leer en esta sinopsis, se trata de una película con foco en la superación personal, la amistad y el amor, algo que ya se ha visto. Lo positivo es que no llega a ser tan cursi como otros exponentes de este subgénero y mantiene una línea que entretiene y maravilla con la fotografía. Buenas labores generales del cast, destacándose la grosa de Helen Mirren que sube la categoría. Lo negativo es que no aporta nada nuevo y sigue explotando el concepto de pobre tipo de oriente que llega a occidente para lograr sus sueños. Otra cuestión que no estuvo buena tampoco, es la cantidad de cirugías faciales que se está haciendo Helen... No se arruine que va a quedar como la duquesa de Alba. Si se pueden dejar los prejuicios de lado y relajar la crítica política, se la puede disfrutar y pasar un buen rato.