Una Cita, una Fiesta y un Gato Negro tiene exactamente eso: un plano de una cita, una escena en una fiesta y un plano con un gato negro. ¿Qué es lo que une cada cosa? La historia de dos amigas que, luego de quince años de estar distanciadas, son reunidas por la vida. Hablamos del personaje encarnado por Julieta Cardinali -Gabriela-, cuya vida adulta pareciera estar resuelta y en perfecto funcionamiento hasta que reaparece Felisa -Balcarce-, alguien que parece ser -por decirlo rápidamente- yeta.
La suerte está echada El tema de la desgracia que arrastran algunas personas fue tratado por Sebastián Borensztein en La suerte está echada, en la que casualmente trabajaba Julieta Cardinali. Ahora es el turno de la realizadora Ana Halabe, quien plasma la rivalidad entre dos amigas a partir de la "mufa" que supuestamente transmite una de ellas. Una cita, una fiesta y un gato negro es una comedia que muestra el derrumbe personal y laboral que atraviesa Gabriela (Cardinali) cuando en su vida reaparece Felisa (Leonora Balcarce), una vieja compañera del secundario. Una buena idea que podría haber tomado el camino del thriller o del terror, pero que se encamina hacia la comicidad a partir de dos seres opuestos. A Gabriela le pasa de todo: se siente engañada por su marido (Fernán Mirás), a quien le revisa el chat; le vacían su cuenta bancaria y, como si fuera poco, asaltan la pinturería que maneja junto a su esposo. El film tenía un buen material entre manos para ser explotado de la manera más graciosa, pero todo se reduce a un sinfín de situaciones (muchas reiterativas, ya entendimos que la muchacha trae mala suerte) apenas simpáticas y a personajes como el que encarna Roberto Carnaghi, quien representa a la competencia de la protagonista, y aparece en un rol menor que, por esas cosas del montaje, se lleva el final de la película como si nada. A pesar de la buena dupla que conforman Cardinali y Balcarce, secundadas por Rita Cortese y Juan Manuel Tenuta, no alcanza para tapar los baches de un relato plagado de personajes que intenta, también, burlar a la mala suerte. ¿Será el gato negro?.
Música sin espera ¿Puede la música arruinar una película? Vean Una cita, una fiesta y un gato negro y después me cuentan. No es que el guión de esta ópera prima de Ana Halabe sea un dechado de creatividad, ingenio y sorpresa, pero era un material digno para el despliegue histriónico, la simpatía y la belleza de dos actrices de indudable talento como Julieta Cardinali y Leonora Balcarce. Sin embargo, la omnipresente, tortuosa y desagradable banda de sonido (responsabilidad de la propia directora) que no sólo afecta los climas sino que además subraya y acentúa cada una de las situaciones (y lo que debemos “sentir” frente a ellas) termina conspirando contra el disfrute de una historia ligera sobre la mala suerte: la (re)aparición –luego de 15 años- de Felisa (Balcarce), una antigua compañera del secundario, en la vida de la hasta entonces feliz y exitosa Gabriela (Cardinali), transforma su vida en un infierno en apenas tres días. El film dialoga con elementos clásicos de la comedia popular (la figura del jettatore) y, si bien el eje es la relación entre estas dos “amigas” (Felisa invade y Gabriela trata de evitarla), hay un trasfondo ligado al mundo empresario (en este caso, el de las cadenas de pinturerías) y a las relaciones afectivas: Gabriela cree que su marido (Fernán Mirás) la engaña y se tienta con el padre de un compañero de colegio de sus hijos (Nicolás Pauls). La elección del casting no es mala (aunque hay grandes intérpretes no del todo aprovechados en los personajes secundarios) y la comedia es un género que el cine argentino pide a gritos en su búsqueda de reconciliarse con el público masivo, pero Una cita… termina siendo una película frustrante porque no es un producto redondo, no aprovecha en todo su esplendor el carisma de Cardinali y Balcarce, y -como quedó dicho- nos ametralla con una música torpe y berreta (no encuentro mejores adjetivos). Una verdadera pena.
Sobre la mufa y otras supersticiones En Una cita, una fiesta y un gato negro (2012) la novel realizadora Ana Halabe trabaja dentro del registro de la comedia, y a partir de éste género con un elemento que puede ser trágico y cómico al unísono como lo es “la mufa” y sus derivaciones. Gaby (Julieta Cardinali) y Felisa (Leonora Balcarce) eran amigas durante la adolescencia y hace quince años que no se ven porque Gaby le atribuye a Felisa la dote de mufa. Por una casual causalidad ambas volverán a encontrarse, y pese al rechazo de una y la necesidad de restablecer vínculos de la otra crearan una relación amor - odio. Siempre en un tono de comedia llevada a los extremos. Ana Halabe, quien también es coguionista, editora y autora de la música, logra una puesta en escena fresca, cargada de elementos visuales pop que remiten a la primera etapa de Pedro Almodóvar y su retrato del mundo femenino como Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980) o Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988). Dicha influencia también puede notarse en la forma hiperrealista que se utiliza para mostrar a los personajes protagónicos, concebidos desde una sobreactuación preconcebida que les cae más que bien y que les ayuda a no perder el tono de victima/victimario. Con una estructura de comedia americana, Una cita, una fiesta y un gato negro presenta el tema de las supersticiones desde el lado del humor, pero no burlándose de quienes caen rendidos ante ellas sino desde como pueden ser una excusa para actuar de una manera o de la otra, sobre todo cuando a raíz de una rivalidad su utilización puede ser primordial para sacarse a alguien de encima sin dar las verdaderas explicaciones de tal decisión. Una cita, una fiesta y un gato negro es un film noble a pesar de sus fallas, y también es cierto que no pretende mucho más que hacer que el espectador pase un momento divertido y vuelva a su casa con una sonrisa en la cara luego de haber visto una comedia más. Si esa es la intención que se tiene como espectador las expectativas estarán colmadas y por ende las intenciones de sus autores también.
Una joven y supersticiosa mujer, Gabriela, teme por el curso habitual de su vida ante la llegada de una ex amiga y compañera del secundario, Felisa, por ser ésta supuestamente mufa. Gabriela es exitosa, sobria, soberbia y prejuiciosa -hasta rozar la discriminación-; un cabal exponente de la clase media-alta devenida empresaria. En su vida cada pequeño detalle está determinado de antemano; aquellas personas que no forman parte de su círculo son para ella un obstáculo o a lo sumo un desafío competitivo. La protagonista encuentra su polarización en el personaje de Leonora Balcarce, Felisa, liberal y freak ochentosa cuya sola presencia desata una cascada interminable de infortunios no tan graciosos como se hubiera esperado. La desgracia introducida por un personaje considerado mufa es una temática muy explotada en las comedias que dio buenos resultados en otras películas argentinas como es el caso de La suerte está echada; sin embargo en Una cita, una fiesta y un gato negro existe una exageración del tema que termina por ser contraproducente, la historia de fondo de los personajes es muy pobre o casi ausente y se desdibuja en la sucesión casi inacabable de las malas rachas de la protagonista; y sólo al final, cuando la trama adquiere un tono moralizante, conocemos algo más de los personajes. Entre los -escasos- puntos positivos de esta comedia podemos mencionar algunas buenas actuaciones como las de las protagonistas femeninas y una atmósfera liviana y colorida. Entre los puntos negativos encontramos un guión con una incapacidad paupérrima para producir risas espontáneas en la audiencia, una excesiva musicalización de todos los momentos de la película y el mencionado final moralizante que, de manera liviana y grosera, impugna ciertos prejuicios contra los personajes considerados raros que ya sea por su aspecto, personalidad, nivel socio-económico etc. quedaron fuera del sistema. Unite al grupo Leedor de Facebook y compartí noticias, convocatorias y actividades: http://www.facebook.com/groups/25383535162/ Seguinos en twitter: @sitioLeedor Publicado en Leedor el 23-05-2012
Una comedia que es yeta No es inusual que en la industria nacional se filmen bodrios insalvables y que sus responsables logren la proeza de estrenarlos en salas comerciales. Lo mismo podría decirse con respecto a la política del INCAA que permite que una película tan chapucera como Una Cita, una Fiesta y un Gato negro sea subvencionada con los fondos del estado. Nadie en su sano juicio después de leer semejante guión puede darle luz verde a un proyecto condenado al fracaso desde el vamos. La opera prima de Ana Halabe -que demuestra no estar a la altura de las expectativas que presupone cualquier debut- bordea el amateurismo en muchos momentos y sólo el oficio de sus actores evita que la experiencia sea aún poco menos penosa de lo que en verdad es. El concepto del Jettatore que ofrece este filme producido y coescrito por Horacio Maldonado (para quien Halabe suele ejercer como asistente de dirección) viene de lejos y sobran los antecedentes en el cine, el teatro y la televisión. Pensar que hace siete u ocho años fuimos muy rigurosos en la crítica a la ópera prima de Sebastián Borensztein La Suerte está echada, que con una premisa similar pecó de ambiciosa en su planteo provocando problemas estructurales y tonales indisimulables. Aquel excesivo relato con Gastón Pauls y Marcelo Mazzarello comparado con Una Cita, una Fiesta y un Gato negro es una genialidad por donde se la mire. Con sus fallas había una búsqueda, ideas y un sentido del humor inteligente que respetaba a su público. No era perfecta pero se notaba que detrás de las cámaras existía un creador con potencial. Nada de esto ocurre con Halabe que no se destaca como autora ni como realizadora y muchísimo menos como compositora (la música parece haber sido concebida desde una notebook personal: la precariedad aquí es extrema). No hay placer en pegarle pero los lectores merecen sinceridad y claridad: su trabajo no resiste el menor análisis. El reencuentro después de una década entre dos ex compañeras y amigas del colegio secundario es la historia que narra Halabe con más torpeza que convicción. Gabriela (Julieta Cardinali) es la propietaria de una pinturería y Felisa (Leonora Balcarce) también está vinculada al rubro ya que es dueña de una fábrica de pinturas. El conflicto pasa por los malos recuerdos que guarda Gabriela de su ex mejor amiga a quien considera irracionalmente mufa. La sorpresiva reaparición de Felisa en su vida desata una miríada de calamidades que parecieran ratificar sus peores temores: la chica es un Jettatore hecho y derecho. Tras ser asaltada en su lugar de trabajo, quedar en descubierto en el banco por un embargo de la AFIP, sospechar de una infidelidad de su marido (Fernán Mirás en un papel de cinco minutos) y ser reprendida por el director de la monopólica franquicia (interpretado por un patético Roberto Carnaghi) que le aporta la materia prima para su negocio, Gabriela comienza a elucubrar un plan para que la mala suerte que irradia Felisa quizás pueda ser utilizada en beneficio propio… No hay nada más triste que una comedia que no contagia alegría, energía, risas o una simple sonrisa. En la privada para prensa de la película no se escuchó ni siquiera una carraspera. En el final, aún con la sala a oscuras, se oyó una voz anónima que musitaba amargamente: “No puedo creer que esto es un largometraje”. ¿Honestamente? Yo tampoco…
La suerte está echada Comedia argentina sobre la “yeta”. El tema del jettatore no es, desde luego, nuevo. Es anterior incluso al vodevil de Gregorio de Laferrere (1904) y a su adaptación al cine de 1938, dirigida por Luis Bayón Herrera. Ya en el siglo XXI, el antecedente cercano de Una cita, una fiesta y un gato , opera prima de Ana Halabe, es La suerte está echada , de Sebastián Borensztein, en la que también actuaba Julieta Cardinali y cuyo protagonista era Marcelo Mazzarello, que en el filme de Halabe aparece en un cameo. En principio, Una cita... (cuyo título completo no sugiere mucho ni favorece el recuerdo) cumple con un pedido más o menos generalizado que se le hace al cine nacional: probar con películas de género, populares, en especial comedias que reemplacen a una tradición de productos malos cuyo “mérito” era la masividad. Bien. Hasta acá hablamos de intenciones, que, como todos sabemos, lamentablemente no se filman. Una cita... funciona como una suerte buddy movie , aunque una de las protagonistas rehuse de la amistad. Julieta Cardinali interpreta a una mujer casada, dueña de una fábrica de pintura, que se reencuentra con una ex compañera del secundario (Leonora Balcarce) a la que considera (y la película muestra como) mufa. Desde ese instante, al personaje de Cardinali le saldrá todo mal, aunque una porción de su mala suerte será por su neurosis y su paranoia (o al menos eso intenta mostrar, a modo de moraleja, la película). Integramente acompañada por una música exasperante (de Halabe), esta comedia juega con los contrastes entre ambas “amigas” (Cardinali y Balcarce logran transmitir una química que se eleva por sobre la chatura del guión). Una -la que supuestamente trae mala suerte- es bondadosa, ingenua, generosa, estridente; la otra, temerosa de perder al marido y a su negocio, cumple con un famoso apotegma de Jauretche: no hay nada peor que un burgués asustado. Es una pena que el libro no levante vuelo, que varias puestas en escena sean fallidas, que algunos personajes secundarios sean planos, que el filme no logre instalarse como una saludable alternativa.
A veces las desgracias no vienen solas y esto lo comprenderá rápidamente Gabriela, una joven e impetuosa mujer dueña de una pinturería que, de pronto, se encuentra con Felisa, una ex compañera de la escuela secundaria que carga con el antecedente de traer consigo la mala suerte y la desgracia. Esta se muestra feliz con el reencuentro, pero Gabriela comienza a experimentar un gran temor cuando "desgracias" de diversa índole comienzan a ocurrirle. Encima, su esposo hará un imprevisto viaje para, según él, cuidar a su tía enferma, aunque ella encuentra sospechosas anotaciones en su agenda. Sin duda, piensa Gabriela que Felisa tira "malas ondas" mientras que su vida se ve cada vez más complicada. De pronto se le ocurre que su amiga la puede ayudar para enfrentar a sus adversarios y así contagiarle su mala suerte. De esta manera comenzarán una serie de hilarantes situaciones en las que se verán envueltas. La novel directora Ana Halabe logró mostrar a esos dos personajes envueltos en toda clase de infortunios de los que emanarán graciosas situaciones sostenidas por jugosos diálogos. Sin duda la realizadora se propuso echar una divertida mirada acerca de la amistad entre mujeres que se reencuentran, y a pesar de que por momentos el guión abusa un tanto de los continuos disparates, el film logra su propósito de entretener en torno de sus protagonistas, a las que Julieta Cardinali y Leonora Balcarce supieron otorgar la necesaria simpatía que pedía ese dúo. Un elenco que acompañó las idas y venidas de las dos amigas -bien vale la buena composición de Rita Cortese y las correctas participaciones de Fernán Mirás y de Nicolás Pauls-, sumado a una impecable fotografía y a una música que otorga el clima ideal a estas peripecias, convierten al relato en una agradable radiografía de una muy accidentada amistad.
Enrique Carreras, 30 años después Es tan falso asegurar que no existen las buenas películas argentinas como creer que acá sólo se produce mal cine. Está claro que la primera afirmación es muy poco habitual, porque lo que sí no existen (y está bien que así sea) son los fanáticos acríticos del cine argentino. Por el contrario, la segunda es una creencia extendida: son muchos los que desprecian cualquier producción de la cinematografía local sólo por su origen y ni locos pagarían una entrada para ver una película nacional. Aunque no sea fácil de escribir en una crítica, películas como Una cita, una fiesta y un gato negro, debut como directora de Ana Halabe, de estética anticuada y desprolija, son un poco responsables de esa conducta. Pasatista por decisión propia, esta comedia parece no pretender más que su propia ligereza y aunque eso no la redima, al menos le otorga el beneficio de la honestidad. Y es que el más grave de los problemas no es el relato en sí mismo, el fondo, sino más bien una cuestión de formas. Gabriela (Julieta Cardinali) es una chica de clase media que resignó su carrera como publicista para poner una pinturería, con la que le va bien. Hasta que aparece Felisa (Leonora Balcarce), una amiga de la adolescencia a la que dejó de ver porque contagiaba mala suerte. Se trata del viejo cuento del mufa, mito sumamente porteño, pero de raíz europea (sobre todo italiana), al que la película no aporta mucho. De hecho, Felisa se dedica al negocio de la fabricación de pintura y la marca de sus productos no es otro que Fulminex. A partir de su reaparición, la vida de Gabriela se volverá un rosario de infortunios grandes o pequeños, que incluyen desde un robo a la pinturería y el descubrimiento de una posible infidelidad de su marido, a pisar baldosas flojas y cerrar el auto con las llaves adentro. Cercano en estética al cine de Enrique Carreras, pero con al menos 35 años de por medio como agravante, Una cita, una fiesta y un gato negro intenta un humor negro demasiado lavado, que carece de auténtica transgresión como para ser efectivo y, muy por el contrario, muchas veces parece basarse en prejuicios peligrosos. Como aquellas películas de los ’70 y parte de los ’80, el film de Halabe está sobremusicalizado, sobresonorizado, fotografiado y montado de manera rudimentaria. Como broche, sobre el final la moraleja deviene moralina, complicando más el collage que conforma el relato. Más allá de estos argumentos debe destacarse la labor de Rita Cortese, quien consigue rescatar a su personaje, y reconocer a Roberto Carnaghi, Fernán Mirás, Leonora Balcarce y hasta Julieta Cardinali, que a pesar de todo dan muestras de oficio.
Supersticiones, miedos y jettatores Como comedia que se precie de tal, Una cita, una fiesta y un gato negro, opera prima de Ana Halabe, tiene un comienzo alentador con un montaje veloz que presenta situaciones y personajes, en especial el de Gabriela (Julieta Cardinali). Pero los gags eficaces languidecen luego de la primera aparición de Felisa (Leonora Balcarce), motivo central de la trama y de las obsesiones de Gabriela, ya que el reencuentro de las dos amigas en lugar de profundizar el tema central expande el argumento hacia otras zonas alejadas de la comedia de situaciones. De allí en más, las sospechas de Gabriela sobre la mala suerte que la persigue, supuestamente debido a su amiga, ingresan en un tono de comedia familiar e institucionalizada, con personajes estereotipados y de discutible interés, o en todo caso, que ya ocuparon una buena parte del cine argentino de los ’80. Más aun, Una cita…, por momentos parece una acumulación de remiendos argumentales que identificaron al género hace 20, 30 años, no sólo desde el guión sino también a través de una puesta de cámara que recuerda a la televisión en blanco y negro. Esa estética apolillada y vetusta viene acompañada por una banda de sonido invasiva y chirriante que acompaña las imágenes de manera enfática casi toda la película. Entonces, aquella originalidad del comienzo, en lugar de elegir un tono alocado, absurdo y hasta aferrado a tópicos del terror por aquello del personaje “yeta”, descansa en un criterio de puesta en escena demodé y de transparente fecha de vencimiento. Si las dudas de Gabriela por la infidelidad de su marido (Mirás) y los infortunios en su trabajo se vinculan o no con la súbita reaparición de su amiga Felisa, poco agrega a una trama narrada con poca prisa, mucha pausa y sin demasiados momentos felices emparentados con los códigos que identifican al género. Julieta Cardinali y Leonora Balcarce invierten todo el esfuerzo posible componiendo dos personajes desvaídos, como si pidieran a gritos un texto eficaz y contundente de inmediata transferencia al espectador.
Una chica con muy mala suerte Hay temas que no se tratan demasiado en el cine o en la literatura, como por ejemplo el de la desgracia. El asunto de la "yeta", de la mala suerte es poco abordado tanto en el cine como el teatro. Aunque hubo una emblemática obra teatral argentina, que tomó el tema desde el punto de vista humorístico y se convirtió en un éxito, "Jettatore" (1904) de Gregorio de Laferrère. Una nueva y joven directora se interesa por esta superstición universal en "Una cita, una fiesta y un gato negro". En su filme hay una chica linda, con un buen negocio y un simpático marido, una vida sin problemas, hasta que todo se termina ante la presencia de Felisa (Leonora Balcarce), una ex compañera de secundario, de la que nunca tuvo noticias desde que dejaron el colegio y que tiene fama de traer mala suerte. TODO ESTALLA La historia cuenta como le cambia la historia a Gabriela (Julieta Cardinali) y todo estalla. Problemas con Marcelo (Fernán Mirás) el marido, asalto al negocio, etcétera, etcétera, mientras la otra revolotea sin tener conciencia de lo que ocurre o de lo que provoca. El tratamiento formal del filme provoca simpatía, pero se agota enseguida, más cuando no hay historias paralelas lo suficientemente atractivas. Sólo una subtrama que incorpora el tema de la competencia empresarial de forma elemental y que no alcanza a interesar. La puesta es fresca y divertida, pero se reitera y la música lastima, con su agotador objetivo de no dejar a los actores en paz. Invasora y de elevado volumen, arruina algunos momentos. Es bueno el plantel de actores, encabezados por las jóvenes protagonistas Julieta Cardinali y Leonora Balcarce, Fernán Mirás acompaña bien y los veteranos, Rita Cortese, Roberto Carnaghi, Adela Gleijer y Juan Manuel Tenuta hacen lo suyo.
El estreno nacional de esta semana no mantiene el muy buen nivel de las películas argentinas que se encuentran en cartel. Parte de una idea original pero rápidamente se cae a pedazos por su obviedad. El título no tiene sentido. La escena final es ridícula y machista. La moraleja de la película parece una burla a la inteligencia del espectador. La banda de sonido resulta más difícil de tolerar que asistir a una fiesta electrónica sin consumir drogas ni agua mineral. El guión es más previsible que el final de una telenovela de Pol-Ka. Y la conversión abrupta de comedia a drama termina borrando todo lo que la película tenía de comedia. Ante todos esos problemas resulta difícil de creer que “Dos citas, una fiesta y un gato negro” no sea una de esas películas que quedan en el recuerdo por lo malas que son. Lo que sí será imposible de olvidar será la patética y potente música incidental que rompe los oídos(por ser educados) en casi todas las escenas. Afiche de la película Afiche de la película Si la ópera prima de Ana Halabe no quedará en la mente indignada de críticos y espectadores, se debe a algunos buenos pasos de comedia que sacan alguna que otra sonrisa y a un elenco que se comprometió a trabajar muy bien. Gabriela(Julieta Cardinali), quien tiene un local de una franquicia de pinturería a pesar de haber estudiado marketing, recibe la visita de su amiga Felisa(Leonora Balcarce) a quien dejo de ver 15 años atrás porque la consideraba “yeta” o “mufa”. Y cree que la reaparición de su amiga le traerá toda la mala suerte del mundo. Ante esta situación en un guión existen dos caminos posibles: explotar la comedia, lo que tal vez no produzca el suficiente humor como para llenar 90 minutos o darle una lección a la protagonista (y, de paso, al espectador). Lamentablemente se eligió la opción más molesta. Y se sabe, que las lecciones en el cine, ya están un poco demodé. Julieta Cardinali y Leonora Balcarce salen airosas de sus papeles. Julieta Cardinali y Leonora Balcarce salen airosas de sus papeles. Por suerte las apariciones de Roberto Carnaghi como el empresario inescrupuloso que quiere destrozar a la pinturería, de Rita Cortese como amiga de Gabriela, de Anahí Martella como la religiosa fanática del sexo o de Luis María Montanari, interpretando a un gigante, forzudo y buenudo que se decepciona cada vez que no hay una pelea de puños, ayudan a que la película sea digerible al menos en su primera hora de duración. Luego cuando la comedia le da paso al drama todo queda en ridículo. De pronto resulta ser que Gabriela culpaba a los otros por sus problemas y que la “yeta” de su amiga no era para tanto. Lástima que en el medio el guión se olvidó de que durante una hora había demostrado que Felisa era la persona más “mufa” del mundo. Y que por ejemplo todos los compañeros de colegio de las protagonistas se habían muerto o estaban presos por culpa de la yeta del personaje de Leonora Balcarce. Si usted tiene ganas de ahorrarse una sesión de terapia(o le da fiaca leer un libro de autoayuda) puede mirar esta película y aprender a no echarle la culpa a la gente que lo rodea sino a mirar bien en su interior. Sinceramente no hacían falta 90 minutos para aprender semejante pelotudez. Hubiera sido mejor irnos del cine por lo menos recordando algún gag. Suerte que actúan Rita Cortese y Roberto Carnaghi, dos veteranos capaces de sacarle jugo a la naranja más seca. Si algo tiene de imperdible esta película es su final con el gran Carnaghi realizando el milagro de actuar con decencia una escena injustificable.
Extraña suerte La idea no es original ni novedosa. Desde "Fúlmine" con Pepe Arias en el cine local, hasta "La Chèvre" con Pierre Richard y su remake con Martin Short, la idea del personaje mufa que complica la vida de quienes están a su alrededor ha propiciado más de una historia. En esta ocasión es Gabriela (Cardinali) la que padece a Felisa (Balcarce), una compañera de colegio a la que no veía desde hace tiempo y a quien le atribuye ser portadora de mala suerte. Lo cierto es que Gabriela tiene problemas con los proveedores de su negocio, una pinturería, y desde que se encontró con Felisa se le presentan hechos extraños, fortuitos, que la sugestionan cada vez más. Para peor, su marido está de viaje y las sospechas sobre una infidelidad agravan el panorama. El relato se anima a ensayar -sin profundidad alguna- una mirada acerca de la suerte en sí misma y sobre cómo se vive según el lugar donde cada uno se para. Es sabido que lo que para unos es bueno, para otros no, y que la cadena de consecuencias a partir de una acción es tan imprevisible como ilimitada. La historia tiene un tono de comedia ligera que no consigue despegarse de cierto ritmo televisivo, algo que se acentúa con una producción artística propia de un mal aviso publicitario. Es meritorio haber logrado que la siempre lánguida y taciturna Leonora Balcarce se muestre sonriente y vivaz en un filme, es para destacarlo; no está mal en su papel, sin descollar da vida a su personaje con gracia. Como contraparte, Julieta Cardinali es convincente como la sufrida supersticiosa. En un aparte, Roberto Carnaghi se luce con su habitual histrionismo al servicio de una comedia bien intencionada, pero mediocre.
La idea de la mala suerte, los objetos que la provocan, o las personas que la atraen, son universales. Varían según las versiones, pero el concepto es el mismo: a uno las cosas malas le pasan porque se cruzó con un gato negro, o porque le dio la mano a ese "jettatore" que es la desgracia caminando. En esa idea se basa esta ópera prima de Ana Halabe, que cuenta la historia de Gabriela (Julieta Cardinali), una mujer felizmente casada con Marcelo (Fernán Mirás), y exitosa en su negocio, que se reencuentra con una amiga del secundario, Felisa (o "la innombrable") (una sorprendentemente vivaz Leonora Balcarce), a quien siempre creyó la razón de sus malos momentos. Convencida de que Felisa es "jetta", en tres días la vida de Gabriela se transformará en una continuidad de infortunios de todos los aspectos. La comedia está muy bien actuada, se destacan la naturalidad los actores, todos muy conocidos para el público. Realmente la lista de nombres es larga, pero podemos destacar a Rita Cortese, Nicolás Pauls, Roberto Carnaghi (¿hace falta aclarar que actúa bien?), y Juan Manuel Tenuta. Esa organizacón tan descontracturada transmite cierta frescura al film, que llega al público, y permite conectar con la historia que, sin ser espectacular ni pretender serlo, funciona. Sin sofisticaciones, la película resulta así entretenida, realmente no aburre, aunque decaiga un poco hacia el final, con un ciertos detalles un poco forzados para resolver las situaciones (como la verdadera identidad de "Angelina Jolie 35", esa extraña figura que chatea con Marcelo, el marido de Gabriela, y se reúne con él todos los jueves). También tiene un aire de moraleja en el final que no combina tanto con lo que se venía narrando, y que intenta plantear la subjetividad de la noción de la "suerte", y claro, quién es responsable de lo que a cada uno le sucede. En fin, una comedia liviana pero agradable, como para pasar un rato de cine en familia.
Amable manera de reírse de las supersticiones En este pasatiempo no solo hay una cita, una fiestita y un gato negro, sino también dos buenas actrices y varios secundantes bien apreciados por el público, todos juntos con la sana intención de hacer reír un poco a propósito de ciertos prejuicios y supersticiones. Y puede que sea pura casualidad, pero justo se estrena en 13 salas. Así vemos a una joven, medio presuntuosa, y bastante prejuiciosa comerciante del rubro pinturería. Todo le va bien, en el amor y los negocios. Pero tiene un punto débil que le hace perder la razón: es supersticiosa. Y por esa sola causa, el mundo entero se le viene encima cuando, de pronto, reaparece en su ordenada vida una desorejada, desordenada, y medio friki compañera de la secundaria con fama de mufa. Esta pobre viene a ser algo así como la nieta honoraria del ceceoso Nemesio, amigo de Isidoro Cañones. Pocos lo recuerdan, pero cada vez que aparecía, con su cordial saludito «¡Qué hazez, Zidó!» al otro se le ponían los pelos de punta, enredaba los dedos y salía corriendo. Y justo por salir corriendo le pasaba algo, de lo que el supuesto mufa había querido prevenirlo. Bueno, acá la cosa es más complicada, pero el mecanismo es algo similar. Además, vamos a reconocerlo, algo de cierto parece haber en esa mala fama de la inocente compañera. Ocurren demasiados cataclismos a su paso, y ella tan campante. ¿Cómo podemos revertir tamaño imán para las desgracias? ¿Y si aprovechamos a usarlo a nuestro favor? Es lo que piensa la supersticiosa comerciante. Claro, eso sería competencia desleal, pero esto es una comedia y se acepta. En resumidas cuentas, hay una amable suma de disparates, un relato con desniveles que se deja ver sin exigencias, gente simpática, música medio cargosa, una moraleja final como corresponde, y un primer paso de una realizadora debutante, Ana Halabe, formada como asistente de dirección de Horacio Maldonado y Jaime Lozano. Se pasa el rato, y se agrega al pie de dos clásicos nacionales del tema: «Jettatore», con Enrique Serrano y Tito Lusiardo, y «La suerte está echada», con Marcelo Mazzarello y Gastón Pauls.
El valor de la amistad desde una mirada femenina. Lo mejor que puede vivir cualquier persona es encontrar un buen amigo, porque la amistad, es un sentimiento único, y uno tiene la suerte de elegirla, en cambio como se suele decir uno a la familia la hereda. En esta historia conocemos a Gabriela (Julieta Cardinali), está casada con Marcelo (Fernán Mirás) ellos aparentemente viven felices, tienen un negocio; ahora él necesita viajar a Mendoza de urgencia porque su tía se encuentra enferma y ella queda a cargo de todo. Pero la vida de Gabriela se ve afectada cuando aparece una ex compañera de colegio Felisa (Leonora Balcarce), fueron buenas amigas, tuvieron muchas cosas en común hasta les gustaba el mismo chico, pero una serie de hechos desafortunados las fueron separando. Después de quince años vuelven a reencontrarse y Gabriela vive tres días terribles, su negocio es asaltado y resulta herido uno de sus empleados, su cuenta bancaria se encuentra sin saldo, problemas con su auto, no logra comunicarse con su marido, se siente engañada por su este cuando revisa el chat y sus cosas; y todos hechos suceden con la aparición de Felisa. Casualmente una serie de ese tipo de sucesos del pasado las fueron separando, Gabriela y sus padres dicen que Felisa acerca la mala suerte y la desgracia; cuántos de nosotros no conocimos alguna vez una persona “yeta”, inspirado en esto nació “¡Jettatore!” de Gregorio de Laferrère, que fue representada en: teatro, televisión y cine; como la película “La suerte está echada, 2005” de Sebastián Borensztein con Marcelo Mazzarello casualmente el nombre de su personaje era Felipe. Las situaciones que muestra el film son muy reiterativas, pocas situaciones te sacan una sonrisa, forman una muy buena dupla entre Cardinali y Balcarce, una lástima que muchos actores estan desaprovechados: Roberto Carnaghi, Rita Cortese, Fernán Mirás, Adela Gleijer y Juan Manuel Tenuta, un flojo montaje y la música no ayuda para nada. El tema se podría haber explotado mejor, una pena.
Una película poco afortunada Esta ópera prima de Ana Halabe reúne un elenco que pareciera sacado de una telenovela de los años noventa: Fernán Mirás, Leonora Balcarce y Juan Manuel Tenuta, entre otros. E incluso, parece un capítulo largo de la actual Graduados, no sólo por lo anacrónico de las imágenes, sino también porque la historia no es otra que la del reencuentro de viejos amigos de la secundaria (en este caso, el de Gabriela y Felisa, y la eventual aparición de “Turquito”). Además de la previsibilidad de la trama, hay una recurrencia impulsiva de echar mano al conflicto central: Felisa trae mala suerte y Gabriela la quiere lejos de su vida, pero la perseverancia de la “yetattore” las une cada día más. Las desgracias que acarrea la presencia de Felisa como accidentes de autos, una cuenta bancaria repentinamente vaciada y asaltos diversos afectan principalmente y de manera cruel, a los más desamparados. Por ejemplo, a un ucraniano empleado de Gabriela y Marcelo, quien se fue de su país por la inseguridad e “irónicamente” termina recibiendo un tiro. La música constante e irritable de fondo subraya los momentos de “misterio” o los que debieran causar risa -que están lejos de lograrlo-, subestimando al espectador y haciendo que el film recaiga en la obviedad. Los momentos de humor entonces, no surten efecto y algunos procedimientos resultan poco eficaces, como cuando de manera inexplicable un guiño de ojo es resaltado sonoramente. Lo que podría haber funcionado como un ingrediente contundente en esta historia de infortunios -una posible infidelidad del marido de Gabriela-, y justificado en gran parte la falta de química entre los personajes de Cardinali y Mirás, se disipa al promediar poco más de la mitad del film. Unos episodios rayanos con lo inverosímil que hacen que Gabriela sospeche de Marcelo se transforman automáticamente en una causa noble, como la creación de una fundación para chicos desamparados. En fin, una película muy poco acertada en todos sus aspectos.
Intento logrado parcialmente de alejarse del grotesco e intentar una comedia que sea “nacional” sin caer en el lugar común, esta historia de una mujer que ve su vida a punto de destrozarse y que vincula la desgracia a la aparición de una vieja amiga que –es fama- arrastra la yeta, tiene algunos buenos momentos gracias a actores que parecen seres humanos reales, y algunas bajas de tensión cuando se busca afanosamente la moraleja. Un debut interesante de la realizadora Ana Halabe.
No es muy común que un filme que se instala en un determinado género, estructurado y sin variables o conjunciones de otro género, en un momento determinado tenga un quiebre general en todo sentido y se instale en otro género para después cerrar en un enlace de ambas estéticas, estructuras, modelos y elementos inherentes a cada uno de ellos. Esto no define en sí mismo ni define si está bien o mal, pues lo que lo determinaría sería la forma en que se aborda y la pericia para hacerlo. Hay muchos ejemplos, tal “Relajate, es sólo sexo” (1998), de P. Castellaneta, producción estadounidense independiente que comienza como una comedia de situación hasta que un quiebre del relato la transforma en una tragedia que nadie podría suponer hasta ese momento. La directora argentina de la obra que nos convoca quiso tener el control total sobre su producto, situación que tampoco debería prejuzgarse a priori, también hay en la historia del cine realizadores que se constituyeron en el mismo lugar, y nuevamente una de las variables a tener en cuenta es la maestría para hacerlo. De una muy buena idea, nada original por supuesto, bastante localista, ciñéndonos a la cultura latina, convengamos, como es el personaje del ser humano signado como “yeta”, parte el entramado de la historia que narra esta película. Hace unos pocos años Sebastian Borestein estrenaba “La suerte está hechada” (2005), en la que trabajaba, y muy bien, el mismo tema, con un plus, una historia muy lateral que ayudaba a la progresión dramática del relato, cuyo personaje estaba animado por Alejandro Awada, quien componía a este héroe menor de manera magistral. Mucho antes, allá a principios del siglo XX, el dramaturgo, periodista y político argentino Gregorio de Laferrére estrenaba su obra teatral “Jettatore”, llevada al cine en 1938 por Luis Bayón Herrera, la diferencia entre ambas es la inclusión de temas sociales en la de Bayón Herrera que casi no aparece en la aludido filme de Borenstein. En “Una cita, una fiesta y un gato negro” se intenta abarcar demasiados temas, incluido la problemática social actual, sin haber podido darle una progresión digna y menos un cierre adecuado a cada una de las cuestiones que aborda. La historia de dos amigas Gabriela (Julieta Cardinali), una empresaria en franco progreso con su negocio, cree que su marido la engaña, y tras cartón reaparece en su vida, luego de 15 años, una antigua compañera de la secundaria, Felisa (Leonora Balcarce), a quien siempre se la tomo y discriminó por considerar que su proximidad atraía la mala suerte a quienes la rodeaban. De las aventuras y desventuras de esta relación, con Gabriela tratando constantemente de evadir a Felisa en tanto ésta mostrándose increíblemente invasora al respecto, trata la historia, pero que nunca llega a definirse y al final, de manera abrupta, trastoca los elementos de comedia que habían estructurado el texto para transformarlo en un drama cotidiano. El problema de esta producción se instala, en principio, a partir de la manipulación de la información que recibe el espectador. No engaña al espectador, le miente, pero eso tampoco es demasiado grave ni definitorio como calificativo, pues el problema mayor es que Ana Halabe optó por una banda de sonido que perturba constantemente, no sólo por momentos redundante en su relación con la imagen, sino también conspira en otros a la sustentación del clima de las diferentes secuencias y su progresión, lo que termina por transmitir la sensación de una persistencia insufrible. Es una lastima, pues las protagonistas, la una más orientada, la otra más dulce, (estoy jugando con los apellidos) hacen milagros con lo que les toco en suerte, son creíbles, queribles, identificables, y demuestran ser actrices bellas y talentosas, muy bien acompañadas por casi una selección de actores, todos lastimosamente desperdiciados. La realizadora Ana Halabe pergeño un buen producto, pero mal desarrollado, por lo que el alabe quedará para otra oportunidad. Seamos justos, démosela. Ideas tiene.
Una comedia liviana con encanto, que se basa especialmente en el histrionismo de Julieta Cardinale y Leonora Balcarce, que le ponen toda la energía para contar la anécdota de dos amigas, una de ellas, supuestamente mufa, otra víctima de esa mala suerte que irradia, para terminar de manera naif el desarrollo. Dirige Ana Halabe.
Descruzando los dedos La película "Una cita, una fiesta y un gato negro" tiene ocasionales aciertos, pero no le alcanza para redondear un buen trabajo. Se toma con humor ciertas supersticiones. El blanco de la risa en la ópera prima de Ana Halabe no es menor. Cuestionar la legitimidad de las supersticiones (a menudo creencias absurdas que, vistas a la distancia, son cómicas por su ridiculez intrínseca) en clave de comedia es un gesto saludable. Aquí se trata del individuo yeta, aquel que convoca todas las calamidades del mundo y contagia a quienes están cerca. Felisa es yeta. Tiene una empresa de pintura llamada Fulminex y su supuesta mejor amiga de la adolescencia, Gabriela, a quien no ve desde hace 15 años, al reencontrarla sentencia: “Esa mina es letal”. Lo que sucede parece confirmarlo: una vez que Felisa llegue a su local (Gabriela, que es publicista, también vende pintura) le robarán, perderá todo el dinero de una cuenta, caminando con su vieja amiga los automovilistas está a punto de pasarle por encima. El mayor desastre es el descubrimiento de un posible amorío de su esposo con una tal “Angelina Jolie 35”, el nombre de chat de una presunta amante con la que suele encontrarse en un lugar llamado “El Ciervo”. Su esposo ha viajado a Mendoza a ver a una tía desconocida. Los cuernos flotan en el ambiente. Pero en Una cita, una fiesta y un gato negro, título que simplemente anticipa dos situaciones y la aparición de un gato en una plaza en un momento clave en la vida de Gabriela, nada es lo que parece, excepto el cinismo de un empresario y su machismo berreta. Es una película con giros “inesperados” y moraleja: no se trata de culpar a los demás, sí de escucharlos y de, antes que nada, responsabilizarse por nuestros actos. Después de la risa, llega la redención. Gabriela aprenderá la lección e incluso todos los personajes se unirán para mejorar la suerte de quienes viven en el desamparo. Las buenas intenciones y el amor por todos los personajes no siempre son suficientes para sostener una película. El abuso alevoso de sus espantosos subrayados musicales y cierta escenas que remiten a sketches televisivos diluyen los ocasionales aciertos.