Hay una gran diferencia entre pedagogía y didactismo que Agnès Varda resuelve con mucha gracia cuando se trata de hablar de su obra. Gran prueba de esto es la primera toma del documental que finaliza su filmografía. Varda por Agnès abre con un plano general de la realizadora sentada a espaldas de la cámara, pero de cara a su público, quien también aparece en escena. Lo común sería una primera imagen de su rostro benévolo, con esa mirada donde picardía y sabiduría se conjugan tiernamente. Pues no, ella está entregada a sus oyentes y, para un momento posterior, a nosotros también si ubicamos su color de cabello distintivo. Ahora, detengámonos en la pedagogía para efectos de esta obra. Se trata de una ciencia que se ampara en procesos, estrategias, métodos y técnicas de educación y enseñanza teniendo como referencia lo que es beneficioso para la sociedad en pos de la formación de un ciudadano*. Es importante destacar los límites borrosos y venidos a menos entre un pedagogo, un pedante y un didacta. Si caigo en la pedantería de referir una definición, es para ejemplificar que Agnès se distancia de esta postura. La muestra de su obra en medio de una charla resulta egótica en principio, demasiada exposición de sí, pero la realizadora mantiene la humildad llamando al escenario y dialogando con sus colaboradoras. Junto a Sandrine Bonnaire o Nurith Aviv, Agnès nos habla con goce de los privilegios que alcanzó en sus películas y de las frustraciones frente a su propia dureza. Pero tampoco es ésta una masterclass para cinéfilos o estudiantes de cine. Si no, ¿cómo se explican las inquietudes recurrentes con respecto a su vida personal? En su discurso y en la edición de la obra, la directora tiende puentes entre el feminismo, el cuidado por el medioambiente, el amor, el embarazo y la muerte con la gracia de imágenes hiladas por tres palabras: “inspiración, creación y compartir”. Con su mirada, desnuda las técnicas de filmación de algunas de sus obras, como por ejemplo los movimientos de cámara que usó para grabar a Sandrine Bonnaire. Y también muestra proyectos ambiciosos como instalaciones donde la imagen se multiplica en trípticos visuales o en estructuras donde el celuloide se trasluce para componer panoramas “interactivos”. Y desde su perspectiva, tampoco está la altanería de quien pretende conocer más. Agnès, una de las autoras célebres de la Nouvelle Vague, sabe exponer su propia curiosidad por la experimentación sin mostrarse amateur y reconoce sus influencias, como la mención a Gastón Bachelard y la presencia de los cuatro elementos en la obra de ambos. Una coincidencia para nada aleatoria sino significativa es cuánto se nos muestra a Agnès caminando durante el documental, por ejemplo: en sus videos de los noventa y principios de los dos mil como camarógrafa, en su diálogo con el equipo en las filmaciones o sus paseos por las playas. El contraste con la charla de la que parte la película es visible: en gran proporción está sentada durante esas escenas. Más allá de la edad (sobrepasaba los ochenta y cinco en estas conferencias), es inevitable no volver a la etimología de la pedantería: un esclavo que camina junto a un niño para enseñarle algo apelando a la autoridad con gestos denigrantes**. Entonces, en su origen el pedante es un charlatán caminando. Ahora, si trasladamos esto a la realizadora de clásicos como Cléo de 5 a 7, La felicidad y Los espigadores y la espigadora; su caminar y su gestualidad tienden a la ternura, al humor, a la complicidad y al autoconocimiento sin lecciones. Si concedemos por un instante que como espectadores somos niños frente a ella, se nos presenta como una abuela con quien las imágenes nos consienten, nunca para empalagarnos, sino para recordar el carácter juguetón de todo instrumento. Y sí, sería terco negar que para quien haya estudiado, seguido su obra de cerca o haya ido a alguna de sus charlas, la película pueda ser reiterativa y, este adjetivo que tanto empleamos para delatar nuestra propia indiferencia, aburrida. Pero para quienes no interactuamos con ella o siquiera vivimos sus estrenos desde la “conciencia de la adultez” (¡qué paradoja!), esta obra es una despedida generosa a una artista. Es el cierre de su filmografía con la imagen de una playa solitaria, soleada y venteada, metáfora de una creadora gozosa que ya no podrá caminar sobre la arena. Hemos asistido, todo esto sin darnos cuenta, a una pedagogía de la imagen apenas auto-engañados por la ternura.
Clase maestra. Muy próxima a su última producción cinematográfica (Rostros y lugares, 2017) y a su propio óbito, la cineasta Agnès Varda (con el soporte y la ayuda de su hija) aún consigue arañar tiempo a la Parca para establecer su testamento cinematográfico, para ofrecer a la inmensa minoría cinéfila cuál ha sido su concepción del Arte en sus diferentes concreciones: cinematográfica, fotográfica, pictórica…, pues el cine es una herramienta más con la que Varda se ha enfrentado a la ardua tarea de retratar algo tan esquivo y escurridizo como la realidad, como la vida cotidiana, como la naturaleza por la que ambas discurren. Varda pertenece por derecho propio (y por contumacia y coherencia artísticas) a una corriente transgresora y vanguardista que se esforzó por romper las estrechas costuras del modelo canónico de representación para ensanchar y ampliar y dar cabida a todo un segmento de la realidad que había sido orillado por no connotar estilo, belleza, Arte. Deudora del impulso de las vanguardias históricas de entreguerras, ella y toda una generación de jóvenes cineastas europeos (italianos y franceses mayoritariamente, neorrealistas y nouvellevaguistas) se apropió del séptimo arte para llevar a cabo una labor de desnudamiento, de desretorización del modelo de representación hollywoodense, con la vista puesta en edificar nuevos edificios más sencillos, más minimalistas, más cotidianos, frente a los rascacielos de un cine industrial y genérico cuyo mayor empeño era la evasión y el beneficio económico. Obviamente, esta nueva perspectiva, esta especie de realismo crítico, respondía a una visión más o menos marxista, en cualquier caso transformadora e inconformista con el statu quo de los años cincuenta. La batalla teórica y práctica con el concepto de realidad adquiría nuevos bríos. En paralelo con ese salir a la calle, con ese asomarse a lo más práctico e inmediato que circunda la mirada del director para apropiárselo e intentar reflejarlo, surge la reflexión sobre los mecanismos más adecuados para alcanzar tal empeño especular. El metalenguaje adquiere carta de presentación no sólo como discurso teórico, sino también como discurso que puede (y debe) ser representado en la pantalla. En esta labor de indagación y buceo y transformación empeñaría Agnès Varda su capital intelectual y emocional. Había que mostrar los entresijos estilísticos y retóricos del cine como arte icónico de representación por excelencia, denunciar sus manipulaciones, trucos, falsedades, todo el entramado y la cocina preexistentes de los que precisa, no para denunciar su falsedad, sino para construir un nuevo modelo que tuviese en cuenta, que diese cabida a esa opacidad que se esconde tras la transparencia. Este autorretrato es un ejemplo consumado y aquilatado del modo de hacer cine, mejor, de la cosmovisión artística de Agnès Varda. Este documental-película está articulado como una especie de master class que la propia artista imparte desde… el escenario de sendos teatros, arrellanada sobre la arquetípica silla de director con su nombre inscrito en el respaldo de la misma. Con un formato de diálogo relajado, en la primera parte conversa con su antigua ayudante de fotografía y cámara Nurith Aviv. Varda actúa de cara a un público entregado, ávido de escuchar sus palabras, el relato de su experiencias, para aprender de las mismas (un teatro a la italiana, con jóvenes aprendices del arte cinematográfico), o frente a un público más sofisticado y maduro (y más burgués) que acude al salón de actos de la fundación Cartier para oír la interpretación que la cineasta realiza de sus últimas intervenciones artísticas (de paso se pone de manifiesto el mecenazgo de dicha Fundación y su compromiso con el Arte), mediante una conversación informal con Hervé Chandès, director de dicha Fundación. Estos sendos escenarios tan teatrales constituyen el presente de la narración a partir del cual y a través de sus propias palabras e imágenes de sus filmes (aunque no sólo) Varda ejerce de narradora omnisciente que desgrana su nacimiento al mundo artístico en su natal Bélgica, hasta elucubrar con el diseño y la puesta en escena, al modo de la buena muerte medieval (aquella elegida por el personaje ilustre, rodeado de sus seres queridos y sabedor de la finitud de sus días) que le gustaría para diluirse, entre la bruma, y reconstituirse, al lado del mar, con la Naturaleza. Provoca una sana envidia contemplar la satisfacción y admiración que despierta el trabajo de una mujer que ha dedicado más de setenta años de su vida al Cine, a una entelequia de cine abierto, sin prejuicios ni ataduras genéricas, formales o discursivas. Un cine que ha sido un reflejo de la historia y evolución de un país (Francia), de una lengua (el francés) y de una mirada sobre lo más cercano e inmediato: la calle y la casa natales, cuyo alcance y tratamiento resultan tan válidos como lo más lejano y distante y espectacular. Inventar, crear y compartir, he aquí la tríada cognoscitiva de los que parte Varda para construir su poética personal, aquella en que la ética y la estética son dos variables equivalentes e indisociables en la ecuación del cine moderno. Varda fija el relato de su trayectoria artística y del país que la acogió, a sabiendas que deja zonas oscuras en el visor de la cámara. Se cita y menciona a Godard, sujeto de comparación en sus orígenes; se agradece la labor de Alain Resnais como montador (y consejero) de su primer trabajo; se rinde homenaje al Buñuel vanguardista de El perro andaluz, pero se pasa de puntillas sobre el neorrealismo y no se hace ninguna mención de Cahiers ni de la Nouvelle Vague. Aparece una Francia sin glamour, que escarba entre los desperdicios de un mercado, pero no hay ningún atisbo de esa Francia popular, rural, antieuropeísta por defensora de su más profundo acervo cultural, votante del Frente Nacional. Se realiza, a petición del presidente Chirac, una instalación que rinde culto a los justos (salvadores de los judíos durante su persecución) en el Panteón Nacional, pero no se vislumbra la Francia colaboracionista. En fin, todo un modo de encarar el cine y la vida que parece desaparecer con sus últimos cultivadores, sin que ese país y esa filmografía herederos de su legado sean capaces de emular su ejemplo.
El testamento Sexo y poder son las palabras claves que Agnès Varda usa para describir lo que le interesa mientras habla de su carrera como cineasta, fotógrafa, artista de instalación y pionera de la Nouvelle Vague en Varda por Agnès (2019), su última película estrenada en la 69 Berlinale. 57 años después de hacer Cleo de 5 a 7, Agnès Varda lleva a los espectadores por su obra. Por supuesto, siendo la gran artista que es, rechaza un enfoque cronológico convencional, abordando su trabajo desde temas amplios y fragmentos. Tales fragmentos son películas, fotografías y trabajos para galerías. Se dividen en un "período analógico", desde 1954 hasta el 2000, y su período digital, desde el 2000 hasta la actualidad. Varda habla, normalmente sola, siguiendo el formato de una conferencia, pero a veces la acompaña un colaborador, como el galerista Hans-Ulrich Obrist, pero en ambos casos, la cineasta nos entretiene, comentando trozos de películas como Cleo de 5 a 7, La felicidad y Kung Fu Master. Sus dos documentales recientes, Visages, villages (2017) y Las playas de Agnès (Les Plages d\'Agnès, 2008), también exploran la memoria, repasando la obra de la realizadora, pero tienen un sabor cinematográfico que no está presente en Varda por Agnès. En este film, la directora quiere poner en primer plano su motivación y sus ideas, antes que su brillantez como cineasta. Lo que queda claro es que ella observa el mundo de forma diferente que sus contemporáneos. Cuando recuerda 1968, reflexiona sobre las Panteras Negras de Estados Unidos y las marchas de mujeres, y evita evocar con sus gafas rosas el papel que desempeñaron los cineastas en las manifestaciones. El sexo y la política se entrelazan en su obra: nada sucede sin ellos, aunque no se mencionen explícitamente. Lo que resulta verdaderamente encantador en esta película es que funciona tanto para aquellos que busquen una introducción a la obra de Varda como para los que lo hayan visto todo. Lo más interesante es su entusiasmo por el trabajo en la galería y su creencia de que trabajar con tres pantallas le dio una nueva forma de mirar. Pero esa es la belleza de Varda: siempre ha tenido una nueva forma de mirar, y ha sido el mundo el que no la ha mirado suficiente, rechazándola por culpa de viejos prejuicios.
Se abre el telón (de Varda por Agnès) y en el escenario de un teatro abarrotado reconvertido en cine aparece una figura familiar. La considerada como “abuela de la Nouvelle Vague” está sentada en una de esas sillas plegables que el imaginario colectivo conecta inmediatamente con la de un director o directora de cine. En el invierno de su vida, la creatividad veraniega de la cineasta nacida en Ixelles se enfría en pos de una calma, pausa y clarividencia retrospectiva… fundamentada en un muy saludable gusto introspectivo. Los títulos de crédito con los que se abre este documental autobiográfico recuerdan más bien (por formato, duración y presentación) a los de cierre de cualquier película. Así empieza Varda la crónica de una carrera alimentada por el mantra triplicado de la búsqueda de la inspiración, el amor por la creación y el gusto por compartir. Este esquema sencillo pero compuesto con piezas preciosas (perennes en la reivindicación de un espíritu vitalista que nos anima a experimentar; a descubrir) llega ahora rebajado en sus dos primeros elementos, pero elevado a la enésima potencia en lo que se refiere al tercero. Lo que pretende ahora Varda es, efectivamente, mirarse al espejo (gesto que ya insinuaba en su anterior trabajo, Visages Villages dirigido junto a Jean René) y que nadie se interponga entre ella y un reflejo que sigue estando sujeto a interpretaciones. De lo que se trata aquí es de impartir una clase magistral: volcar sabiduría, sí, pero sin dialogar con el alumnado, lo cual para nada presupone la falta de capacidad comunicativa de la profesora. Al contrario. El gusto innovador de esta incombustible artista multidisciplinar se apaga aquí para dar mayor nitidez a una recopilación levantada a partir de la máxima de que a la artista se la conoce a través de su arte. El collage de películas propias no plantea ningún reto. No está especialmente inspirado, se podría decir, pero por esto mismo es exageradamente entendedor… y por esto inspira. El compendio (de batallas, de conquistas, de ocurrencias… de lecciones) trata sobre ella misma, está manejado por ella misma, pero va dirigido a todo aquel y aquella que quiera recordar, quién sabe si hallar por primera vez. La maestra que se movía entre el tiempo objetivo y el subjetivo vuelve a hacer virguerías con las agujas del reloj, y nos hace saltar constantemente en un calendario (vital, artístico) que, como el mejor cine, nos habla precisamente de unos tiempos en permanente cambio. Arte que habla de lo que sabe para hacernos llegar a aquello que desconocemos. “Ver, pensar y no olvidar”, es la combinación ganadora que esgrime ahora Varda. Queda inmortalizado así el cine de lo efímero, cuyas imágenes e ideas están hermanadas por el propósito de permanecer. Éste es, al fin y al cabo, el objetivo final de Varda por Agnès, logrado, cómo no, por Agnès Varda. Esto es, asegurar por medios propios la supervivencia de la vida misma.
Nacida en Bélgica, Agnès Varda es considerada una de las más grandes cineastas francesas. De escasa formación cinéfila en su etapa inicial, Varda fue considerada -aún siendo muy joven- algo así como la madre, y luego incluso la abuela, de la Nouvelle Vague. Su obra de ficción, su obra documental, sus fotografías, sus retratos de Jane Birkin y de Jacques Demy, sus exploraciones sobre la política, el feminismo, los productores y vendedores de alimentos -y no solo de alimentos- es una de las más ricas y sorprendentes de la historia del cine. Este documental autobiográfico en dos partes que se exhiben juntas, estrenado en Berlín en febrero, un mes antes de la muerte de la directora, es un recorrido de lujo por su obra: Varda cuenta, analiza, interpreta, pone en perspectiva, siempre con brillo en los ojos, con el interés que siempre tuvo por mirar el mundo y plasmarlo en su cine, en sus imágenes fijas y en otros formatos en los que trabajó. Desde su propio título, Varda por Agnès nos indica que estamos ante un acercamiento personal, casi íntimo. Pero para Varda calidez no significa sentimentalismo ni blandura, y en su último trabajo sigue apostando a la lucidez, a estructuras osadas pero claras y comunicativas y también a momentos de notable creatividad expositiva, como el segmento acerca de Sin techo ni ley.
Agnès Varda, quien falleció el 29 de marzo a sus jóvenes y radiantes 90 años, fue un ejemplo de artista perseverante, imaginativa y multifacética. No solamente hizo cine, en ficción (Cleo de 5 a 7, por ejemplo) y documental (Visages villages) sino que también se dedicó a instalaciones. Y este documental, que es sobre ella, lo dirigió la propia realizadora para la TV francesa, que lo emitió apenas unos días antes de la muerte de la directora de Sin techo ni ley. En él, Varda se dirige a un auditorio, que no pregunta pero sí escucha, también habla a cámara y vuelve a locaciones donde rodó algunas de sus películas más emblemáticas. Y si no, fueron filmes que para ella significaron mucho. La película trata sobre su cine, su manera de hacerlo y de entenderlo, y hasta puede ser como una tesis sobre Varda. Así, cuenta detalles de filmaciones y abordajes varios. Cómo la inspiración, la creación y compartir son tres palabras importantes para ella. Y cómo las playas son fuente de vitalidad. “Allí están el mar, la tierra y el cielo”, dice, simplemente. “Incluso en la ficción me gusta añadir partes documentales”, se sincera. Está su paso por Los Angeles, y su corto documental Panteras negras, en 16 mm, la posición sobre el aborto en su cine, una charla con Sandrine Bonnaire sobre Sin techo ni ley, y cómo rodó los travellings de derecha a izquierda, en contra de la lectura occidental. Y también cómo rodó La felicidad (1965), en pleno auge de la Nouvelle vague que integró, con tonos suaves y delicados, música de Mozart y filmada “en verano, allí donde hicieron lo suyo los impresionistas (…) Me divertí eligiendo colores, azul, amarillo, rojo”, y lo muestra en imágenes. Habla de su película como “un durazno de verano con un gusano adentro”. Y está, cómo no, Jacques Demy, quien fue su esposo y director de Los paraguas de Cherburgo, y a quien le dedica más que un fragmento, cuando cuenta cómo lo homenajeó en vida con su película Jacquot de Nantes, en una prueba o señal de “su acercamiento extremo” al amor de su vida. Cuenta cómo Robert De Niro aprendió todas sus líneas en fonética en francés para Las cien y una noches (no estrenada aquí) y que se despertaba a las 4 AM en los Estados Unidos días antes de viajar para que no lo afectara el jet lag el único día de rodaje con Catherine Deneuve en Francia. Y sus instalaciones (donde, por ejemplo, expuso papas con formas de corazón), más su etapa de fotógrafa, que fueron sus comienzos, retratando a estrellas del cine y hasta a Fidel Castro con su famosa foto de Castro con sus alas de piedra. En síntesis, para aquellos que descubrieron a Varda por Visages villages, un resumen de todo lo que fue esta madame del cine.
La última película de la querida Agnès Varda es una especie de clase maestra en manos de la llamada abuela de la Nouvelle Vague. Agnès Varda, sentada desde una silla de directora sobre un escenario, le habla al público, en su mayoría joven, que quiere escucharla y aprender de cine a través de la experimentada realizadora. Con su conocida y agradable personalidad y sentido del humor, Varda recorre parte de su carrera y explica sus ideas y decisiones tomadas. A partir de diferentes segmentos, la directora repasa parte de su filmografía (algunas con mayor minuciosidad que otras), tanto en el documental como en la ficción, desde sus comienzos, pero también se detiene en otras experiencias artísticas que la llevaron a exponer en museos o lugares más extraños, todo en orden cronológico. Lo que nos permite comprobar su maduración como artista. Dos horas parecen pocas para una carrera tan extensa, sin embargo están bien aprovechadas y evidencian a una artista siempre inquieta y curiosa, capaz siempre de correrse de los esquemas. Esta clase maestra comienza con lo que para ella son las tres etapas principales e imprescindibles de todo proyecto artístico: Inspiración, Creación y Compartir. Esa idea abre y cierra la película, desde anécdotas sobre Cleo de 5 a 7, su cine feminista, un reencuentro con la protagonista de Sin techo ni ley, Sandrine Bonnaire, hasta la muestra Patatutopia que gira en torno a papas con forma de corazón, el homenaje que le realiza a su querido gato cuando fallece o las intervenciones artísticas con los rostros de habitantes de pueblos que visita para su película Visages Villages. Agnès se presenta generosa y honesta. Nunca pretende ponerse didáctica, sino simplemente abrirse a través de su experiencia y la sabiduría que ha conseguido a lo largo de las décadas. En algún momento dice que cree que si a una persona la abrieran por la mitad se encontrarían con un paisaje, y ella se confiesa playa. Con esas imágenes, con esa sensación de vastedad ante el océano rodeado de arena, es que se despide la eterna Agnès Varda. Varda por Agnès es una valiosa clase magistral brindada por una mujer que nunca se pone en el rol de experta. Al mismo tiempo, la mejor manera de despedirse de una directora cuyo legado seguirá vigente. Encantadora y conmovedora como ella misma, es una película que todo amante del cine apreciará.
El último legado de una maestra del cine. “Varda por Agnés” de Agnés Varda.InicioEstrenosEl último legado de una maestra del cine. “Varda por Agnés” de Agnés Varda. 19 septiembre, 2019 Bruno Calabrese En su última película , Agnès Varda, fotógrafa, cineasta, artista conceptual y pionera de la Nouvelle Vague, nos ofrece una retrospectiva del trabajo de su vida, Anclado en una (clase de) charla TED sobre lo que Varda llama escritura de cine. Varda lleva al espectador a través de sus primeros años como la única mujer que surgió junto a Jean-Luc Godard, François Truffaut y Jacques Rivette, su seminal de 1962 con “Cleo de 5 a 7 años”, y su matrimonio con Jacques Demy, director de “Los paraguas de Cherburgo”. Varda ya había decidido al cumplir los 80 años exponer sus vivencias en “Playas de Agnés, porque como ella recuerda: “Su 80 cumpleaños la golpeaba como un tren”. “Varda por Agnès” es una explicación de los aspectos lúdicos de su trabajo y porque, como ella dice: “¡Tengo 90 años y no me importa!” La película de Agnès Varda no solo es una conferencia semi dramatizada, también es un trabajo autobiográfico y autocrítico que utiliza imágenes de su discurso en varios eventos, con clips, reconstrucciones y superposiciones dramatizadas que recuerdan la notable vida y carrera de la directora. Ella habla sobre sus películas que fracasaron comercialmente, especialmente su comedia de fantasía “One Hundred and One Nights (1995)” con su elenco de estrellas, y presentando una “escena de navegación” con Robert De Niro hablando un falso francés. Incluye una sección fascinante sobre el que es considerado su mejor trabajo, de 1984 “Sans toi ni loi” (“Sin techo ni ley” ak), protagonizada por Sandrine Bonnaire, de 17 años. Las dos se reúnen ahora para esta película, hablando afectuosamente. Pero Bonnaire recuerda cuán cortante e inquietantemente grosero fue Varda durante la filmación, cuando le mostró a la directora las ampollas que había recibido al interpretar a una persona sin hogar. Varda se muestra compasiva con ella y se arrepiente de esos maltratos exclamando: “¡Debería haberlas lamido!”, resaltando la importancia de la actriz en el producto. Varda también retrata su fascinación por el realismo documental: algunos de los mejores momentos de su primera obra maestra “Cléo de 5 a 7” simplemente muestran a la gente real de París reaccionando a su personaje imaginario caminando por las calles. Varda murió en marzo de este año, y esta fue su película final. A pesar de sus largos 90 años, es difícil creer que se haya ido. Su energía parecía intacta, pero bastante controlada y cómoda, canalizada en un tono de calma y sabiduría seductora: ingeniosa, equitativa, gentil. Esta película es el legado final que nos comparte para que aprendamos porque como manisfiesta al principio, sus tres palabras principales para empezar una película son tres: Inspiración, Creación y Compartir. “Varda por Agnés” es una película imprescindible para los amantes del séptimo arte. Puntaje: 90/100.
"Varda por Agnès”, de Agnès Varda Por Marcela Gamberini Como en un juego de espejo, Agnès Varda se mira a sí misma y a su obra y cuenta y se cuenta. Una primera persona que no deja de ser emotiva, cercana y hasta respetuosamente elogiosa con su propio trabajo. El documental tiene sobre el comienzo una extensa lista de colaboradores, agradecimientos, equipos técnicos; esos créditos que suelen ponerse sobre el final y que actualmente (tal vez debido a esa suposición que reza que “nadie lee”) pasan demasiado rápido; esta lista se ubica al comienzo y se toma su tiempo. Una marca interesante que propone Varda como una clave de lectura que irá desplegándose a lo largo de su trabajo. El cine es un trabajo en equipo que va desde aquello íntimo, intuitivo – lo llama ella- hasta la realización de cada obra como un trabajo grupal, ese recorrido que va de lo privado hasta lo público que ella denomina como una travesía entre la inspiración, la creación y el compartir. Una hermosa manera de incluir al espectador como pieza indispensable del proceso creativo que para Agnès siempre es el obligado destinatario de cada obra. Desde un escenario, ella cuenta su experiencia cinematográfica a un teatro repleto de espectadores que la escuchan y la ven con suma atención, replicando su proceso creativo; desde lo íntimo hacia lo público. En este lugar inicial la realizadora repasa su obra mientras habla de ella, de su cine y de sus ideas estéticas – nunca separadas de lo político- a lo largo de su carrera. No solo de cine se habla en este documental, sino que además se releva la mirada de la directora sobre algunos temas que hoy nos ocupan por ejemplo el feminismo. Autodeclarada feminista desde siempre, Agnès no deja de imprimir este sello en sus obras como Cleo de 5 a 7su película más famosa – según ella misma – o Sin techo ni ley,Los espigadores y la espigadora o Réponses de femmes. Y no solo en el aspecto temático sino en el formal hay una mirada feminista – que no deja de ser femenina- en sus trabajos. El modo en que encuadra los rostros, las manos, los cuerpos de sus protagonistas releva su mirada sobre el tema, por ejemplo, en Cleo de 5 a 7 transforma un movimiento de cámara en una postura ideológica, de ver a la mujer como un objeto a verla en su propia subjetividad. La cámara siempre acompaña sus posturas ideológicas. Presentado como una especie de “master class” este documental biográfico se conjura como una suerte de ejercicio testamentario, como un amoroso modo de dejarnos sus pensamientos acerca del cine y de la vida en general y como un agradecimiento a sus actores, colaboradores y su público. Unos meses antes de su muerte la realizadora presenta este documental en el Festival de Berlín que finalmente ve la luz en nuestras salas cuando ella ya no está físicamente. Un circulo perfecto a sus ideas sobre el cine, siempre queda la obra. Un corpus que celebra la obra como premisa central, que celebra el trabajo, que celebra el paso del tiempo, los amores y las amistades, las obsesiones y las técnicas. Nada ha dejado de evolucionar desde que Vardá se acerca al cine por primera vez, allá sobre el final de los cincuenta y principios de los sesenta; sin embargo, estos cambios son acompañados por Agnès con alegría y con respeto. Conmueve el modo en el que la directora se va adecuando a nuevos modos de producción que suponen nuevas reflexiones acerca de la materia cinematográfica. Un gran gesto de grandeza de su parte. Tal vez, este sea uno de esos documentales en los que el paso del tiempo sea su materia esencial. Un tiempo que se tensa entre la temporalidad objetiva de las películas y el relato de la propia Agnès sobre su profesión y su vida. En esta tensión entre el tiempo de las películas y el tiempo de la vida se juega este encantador documental. Una lección de cine, un relato propio acerca de los materiales cinematográficos y su cruce con lo ideológico, un conjunto de ideas acerca de la evolución cinematográfica, la palabra de una visionaria acerca de temas que ahora – en este presente tan convulsionado- son un referente obligado, su concepción acerca de la ficción y el documental como una pareja que se invade y se respeta; quedan plasmadas afortunadamente en Varda por Agnès; un trabajo que podremos revisar cada tanto para confirmar la genialidad, la inteligencia y la emoción de una realizadora pionera en todos los sentidos posibles. VARDA POR AGNÈS Varda by Agnès. Francia, 2019. Guion, dirección: Agnès Varda, Didier Rouget. Intérpretes: Agnès Varda, Sandrine Bonnaire, Hervé Chandès, Nurith Aviv, Esther Levesque. Producción: Rosalie Varda, François Décréau, Julia Fabry. Distribuidora: Zeta Films. Duración: 115 minutos.
En esta, su última película y casi un testamento, se dedica a ser feliz y mostrarlo. Varda fue una gran cineasta. No solo por su aporte a la Nouvelle Vague sino por la manera empática, comprensiva, libre en la que registró comportamientos que, desde lo cotidiano, siempre lidiaban con lo artístico. En esta, su última película y casi un testamento, se dedica a ser feliz y mostrarlo, a hacer un gran balance y una lección de cine hablando de sus propias imágenes. Placidez y placer.
Un documental de visión imprescindible para los amantes del cine, de esta mujer leyenda que se despide de la vida con una compaginación que pasa revista a sus recuerdos, sus films, sus saberes y convicciones, sus obras de arte, sus instalaciones. Una clase magistral de vida y de cine. Son charlas y reportajes donde ella detalla sus pensamientos, sus fuentes de inspiración, como realizó sus films, sus éxitos y fracasos. Sus ficciones y documentales. Las reacciones que recogió desde el suceso a la indiferencia, de la crítica y el público. Sus reflexiones y preocupaciones, dolores y amores. Una obra conocida y admirada, disruptiva y trasgresora, su relación con el cine siempre tuvo un resultado creativo y único. Y quizás lo menos conocido tiene que ver con sus instalaciones de arte con celuloide, papas, brotes, videos, fotos. Un derroche de creatividad y juventud que la transforman en una artista audiovisual de enormes proporciones, casi una mujer renacentista. Y que ella sea la encargada de este recorrido es un amoroso e imperdible adiós.
La despedida en primera persona Pocas películas en la historia del cine habrán tenido un sentido de despedida más obvio que Varda por Agnès, repaso de su carrera que la realizadora belga presentó en el Festival de Berlín en febrero de este año, un mes antes de su muerte. A los 90, la cineasta bicolor se sienta frente al público para comentar, con ayuda de secuencias de las películas y, en ocasiones, fotos fijas, una obra que precede a la nouvelle vague y llega hasta ayer nomás (la preciosa Visages villages, su último film propiamente dicho, es de 2017). Inconfundible, múltiple, desconcertante a veces, esa obra admite todas las duraciones, formatos y registros, yendo del corto al largo y al mediometraje, del documental a la ficción y del drama a la comedia. Desde el estrado y detrás de un escritorio (una presentación escasamente relacionable con su condición de innovadora y hasta creadora de dispositivos visuales), Varda recorre su obra no en sentido cronológico (eso hubiera llevado el tradicionalismo al colmo) sino a través de ligazones más o menos azarosas, que dan la sensación de producirse sobre la marcha pero están obviamente planificadas. ¿Un teatro, un público, un estrado, un escritorio, una expositora, proyecciones? ¿Qué es esto? Bueno, una película no es. ¿Cómo calificarla? ¿Clase magistral filmada, audiovisual didáctico, sesión especial del Club de Admiradores de Agnès Varda? Fuera del cine, el formato es muy usual: se le ofrece a un cineasta conocido una reunión de un par de horas con un grupo de asistentes, durante las cuales brindará algunos “secretos” de su obra, un detrás de cámara, una serie de anécdotas, ciertas pautas estéticas si está en condición de darlas. Inexpresables en términos cinematográficos, la televisión suele ser un medio más receptivo para esta clase de propuestas. De hecho, Varda por Agnès es eso, una producción para la televisión francesa, en dos partes de una hora. Ambas partes se llaman Causeries. Causeries 1 y 2. Género netamente francés, una causerie es una suerte de miscelánea literaria o periodística, escrita más para entretener inteligentemente que para una intervención intensa. Buena parte de la obra de Varda, la última sobre todo, admite ser considerada una causerie, de ahí la referencia. La Causerie 1 tiene lugar en un teatro de aspecto convencional y revisa la primera parte de la obra de la realizadora. Hasta mediados de los 90, cuando fracasa con una película llena de estrellas, encargada para la celebración de los 100 años del cine (Las cien y una noches), y decide abandonar para siempre el cine de ficción. La Causerie 2 se ocupa tanto de la etapa documental que se inaugura con la maravillosa Les glaneurs et la glaneuse (2000) --su momento más popular-- como de ciertas formas creativas totalmente ignoradas en Argentina: Varda fotógrafa (antes de dedicarse al cine) y, sobre todo, Varda artista visual, especializada en instalaciones y creaciones multidisciplinarias. Para esta segunda Causerie la realizadora se presenta en un ámbito pertinente (el auditorio de la Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo). Lo hace en compañía del Presidente de esta fundación, lo cual le da a la charla cierto incómodo aire “oficial”. Dejando de lado que el medio más adecuado para ver esta producción es la televisión y no una sala de cine, no hay por qué negarle a nadie la posibilidad de despedirse de una cineasta que llegó a ser muy querida, asomándose de paso a obras tan poco conocidas como su corto sobre los Panteras Negras (1968), su borbotón pop (Lions Love, 1969) o su corto sobre el feminismo y a favor del aborto, que precede en 40 años las manifestaciones por el mismo tema en Argentina (Réponse de femmes: Notre corps, notre sexe, 1975). Tanto como esos “secretitos creativos” mencionados antes, en películas como Cleo de 5 a 7 (1962), el documental Daguerréotypes, sobre los vecinos de la calle Daguerre, donde ella vivía (1976), Jane B par Agnês V, sobre su amiga Jane Birkin (1988) o Jacquot de Nantes, sobre su marido, Jacques Demy (1991). Varda por Agnèspermite también asistir por primera vez a sus instalaciones sobre mujeres violadas, sobre olas de mar “entrando” a un salón de exposición o su homenaje a la papa, con setecientos tubérculos expuestos y ella disfrazada de patate.
Bon voyage Agnès Varda - La puesta en escena de su realidad Después del estreno en Argentina en el marco del FIDBA (Festival Internacional de Cine Documental de Buenos Aires) tiene su estreno comercial en nuestro país el último filme de la adorable Agnès Varda, titulado Varda por Agnès. Por Denise Pieniazek “He realizado muchos filmes diferentes en mi vida. Entonces necesito contarles lo que me llevó a trabajar en esto tantos años. Hay tres palabras importantes para mí: inspiración, creación, compartir.” Agnès Varda (Causeries/Varda par Agnès, 2019). En marzo de este año lamentablemente ha fallecido a los noventa años de edad Agnès Varda, una artista que sin dudas ha dejado una huella en la historia del arte, como así también ha conmovido a personas en todo el mundo. Tras su perdida, queda un solo consuelo: saber que su legado artístico -tanto sus instalaciones y muestras de artes visuales, como sus películas- es enorme debido a su mirada sensible y humana de nuestra sociedad. Pues ese es el poder único del arte, trascender las épocas hasta volverse eterno más allá de la presencia física de su autor/a. De tal naturaleza son los largometrajes de esta creadora, que cada vez que volvemos a verlos se encuentra algo novedoso en ellos, se actualizan en cada contemplación evidenciando la gran potencia de los ideales de dicha artista. Varda por Agnès (Varda par Agnès,2019) su último filme no es una excepción a ello, en esta ocasión nos presenta sus reflexiones finales con conciencia de ello, pero sin perder la calidez y ternura que la caracterizan. Para quienes conocen a la directora esta película es imperdible y para quienes no la conocen es una excelente forma de acercarse a su obra. ¿Por qué? Puesto que si bien ella ya había sido bastante autobiográfica e introspectiva en su documental Las playas de Agnès (Les plages d'Agnès, 2008), en esta ocasión vuelve a reflexionar sobre algunas de sus películas, tales como Cléo de 5 à 7 (1962), Sans toit ni loi (1985), Le bonheur (1965), Jacquot de Nantes (1991), Documenteur (1981), La Pointe-Courte (1955), Jane B. par Agnès V. (1988), Kung-fu master! (1988), Les glaneurs et la glaneuse (2000), entre otras, principalmente desde su concepción cinematográfica. Además de exponer el modo trabajo en sus filmes, también lo hace a partir de sus instalaciones artísticas, su puesta en escena y sobre todo su mirada del mundo y como ella lo comprende. Mediante la alternancia entre su testimonio, algunos compañeros de trabajo y su obra, Varda nos recuerda cuán importante es el deseo, y sobre todo tres conceptos de vitales para ella que atraviesan toda su obra: inspiración, creación y compartir. En consecuencia, en Varda por Agnès, Varda comparte con nosotros sus reflexiones, su concepción del arte y hasta la estructura en si misma de cada una de sus obras con total honestidad sobre el proceso creativo. A través de sus obras enuncia profundas reflexiones como la dificultad de ilustrar el tiempo, críticas a la sociedad y el concepto de felicidad que ésta construye, la inspiración espontánea y cómo a veces lo que ella capturaba con su cámara la iba guiando (*) y también que la gente -sean actores o “personas comunes”- son el corazón de su trabajo. Lo cual es muy notorio no sólo en el tratamiento cercano de sus personajes sino también en el interés por las personas que decide integrar a sus documentales. Asimismo, es cierto que en todas sus películas hay un elemento documental siempre presente. En este derrotero de su vida Varda dedica gran parte a su esposo, el director Jacques Demy, cuyo deseo cumplió al realizar después de su muerte en 1990, su proyecto biográfico Jacquot de Nantes (1991). Y otro gran segmento a un aspecto vital de su ideología, el feminismo y su lucha por los derechos de la mujer. A partir de los cuales pronuncia que ella milita y protesta a través del arte. Evidenciando que casi siempre sabía exactamente lo que hacía y tenía bien claro su propósito, y como mostrarlo, mediante creativas uniones entre forma y contenido, entre el cine y lo “plástico”, Varda concibe cada película como un todo que denomina “cine escritura”. Tanto desde su rol de fotógrafa como desde su rol de cineasta, es notoria su capacidad de escuchar a los demás y de embellecer cada relato reciclándolo hasta lograr resignificarlo, porque reformulando sus palabras “el reciclaje es alegría, el reciclaje es nueva vida”. Con humildad ella recuerda a cada una de las personas que ha conocido, y quienes han formado parte de sus proyectos artísticos valorando el trabajo en equipo y la obra de arte como colectiva. Después de dedicar toda su vida al arte, ahora su vida misma se vuelve su mayor obra, al igual que en sus documentales, la vida y la obra se funden en una misma entidad. Agnès Varda en una de sus últimas palabras nos dice “yo desaparezco, los dejo”, y debemos a pesar de ello celebrar que al menos la entrañable artista ha compartido con nosotros literalmente toda obra. (*) En varias entrevistas cita a su amigo y realizador Chris Marker: “se hace cine sin saber del todo lo que se hace”. Merino, Imma; Losilla, Carlos: “Filmar el fantasma, borrar la melancolía. Una conversación sobre Agnès Varda en elespejo de Jacques Demy” en Jacques Demy, Ed. Danostia Zinemalandia, Festival de San Sebastián, Filmoteca española, Madrid, 2011.
Autobiopic. Varda por Agnès es un documental sobre cómo hacer un documental, pero también una exquisita narración autobiográfica dirigida por la talentosa, multifacética y encantadora Agnès Varda. Esta película le significó, en 2018, los premios Donostia en el Festival de San Sebastián y el Oscar honorífico por su carrera. La legendaria directora feminista hace un recorrido por su vida y toda su producción artística, intercalando un diálogo con un público real (parte del film la muestra dando una clase magistral en un teatro y luego siendo entrevistada) a la vez que imaginario, contando las historias que inspiraron su labor como directora, fotógrafa y artista plástica, desde 1956 hasta este año en que nos dejó. En este film vemos el lazo de la vida y el cine dado por una forma de mirar el mundo de manera rebelde a la vez que extraordinaria, una especie de rapsodia de sus creaciones que van de aquella mujer reconocida miembro de la Nouvelle Vague francesa (generalmente conocida por sus directores) hasta sus preocupaciones por el medio ambiente. Filmar el amor, su amor por Jacques Demy, el matrimonio, la familia y su crítica, la playa, los pájaros, los niños, los cuerpos de las mujeres, la importancia de los colores en la composición de una escena, el azar, son algunos de los motivos que la directora resalta como característicos de su obra y que dieron cualidades únicas a su estilo. Si bien hay mucho trabajo de archivo y cita, Varda puso a jugar toda su creatividad para hacer de un documental una película, combinando los recursos cinematográficos y la reflexión sobre ellos, como si todo fuera una gran instalación completamente atrapante, que recorremos en un travelling divertido y apasionante. A través del lema “inspiración, creación, compartir”, que es el motor del relato, se van conjugando con imágenes entrañables la realidad y la representación, el movimiento y la captura visual, el tiempo objetivo y subjetivo, todos temas de esta exploración retrospectiva e introspectiva que nos ofrece Agnès. Esta película resulta un legado que reúne cinco décadas de una de las cineastas más desafiantes de la historia del cine, que ahora nos mira desde algún lugar, a nosotros espectadores, con una sonrisa tranquila y sabia.
¿Hace falta conocer a Agnès Varda para disfrutar de su última película (qué pena no poder escribir “su película más reciente“)? No. ¿Es necesario querer el cine, o al cine con perdón de la personificación? Sí, pero atención: no el cine serializado sino aquél que la realizadora belga definía a partir del triplete Inspiration, Création, Partage, que en este blog traducimos Inspiración, Creación… Compartir dada la dificultad para encontrar en castellano un equivalente al tercer sustantivo en francés. Semanas antes de morir el 29 de marzo pasado, Varda presentó Varda por Agnès en el 69° Festival de Berlín. El dato alimenta la ilusión de que la fotógrafa, cineasta, artista visual –en honor a su predilección por esta expresión– se despidió como vivió a lo largo de casi 91 años. A los admiradores nos regaló un reencuentro con su rostro, su voz, sus gestos; un recorrido por su filmografía; una aproximación a su concepción del arte, la política, la humanidad con H mayúscula y minúscula. A los espectadores que todavía no la conocen, les dejó la invitación a descubrirla tal como era: curiosa, ocurrente, activa, osada, lúcida, feminista, sensible, amorosa. Varda por Agnès comienza con los créditos y agradecimientos que por tradición aparecen cuando las películas llegan a su fin. De esta manera, la realizadora recuerda que los films son el producto de un trabajo colectivo, y prioriza su reconocimiento a quienes la acompañaron a lo largo de su carrera, incluidos su esposo Jacques Demy y sus hijos Mathieu y Rosalie. La articulación de charlas –con público presente y una a solas, muy breve, con Sandrine Bonnaire– estructura esta obra testamentaria que nos lega todo: desde el primer corto La Pointe-Courte con un jovencísimo Philippe Noiret hasta el largo co-dirigido con el muralista J.R, Visages villages, pasando por fotos, instalaciones y un fallido homenaje a Simon Cinéma en su centenario. Fiel a su espíritu generoso, Varda aprovecha este repaso para rendirles tributo al mencionado Demy, a Jean-Jacques Sempé, a Alain Resnais, a Michel Piccoli, a Jane Birkin, a Robert De Niro, a las Panteras Negras, a Fidel Castro entre otras figuras célebres. Como en todo largometraje que repone numerosas piezas de un suculento archivo fotográfico y audiovisual, en éste también la edición juega un rol clave. Con la colaboración de Nicolas Longinotti, la realizadora ilustró pasajes de sus causeries con fragmentos de sus películas, y resignificó sus películas con recuerdos y explicaciones que compartió en sus charlas. Son entonces inevitables las ganas de (volver a) ver Cleo de 5 a 7, La felicidad, Sin techo ni ley, Jacquot de Nantes, Las playas de Agnès, la ya mencionada Visages Villages. Vale imaginar que Agnès contó con la ayuda de Rosalie a la hora de elegir fotos y segmentos de films y charlas. Dicho sea de paso, la hija de la artista produjo Varda por… con Dany Boon, comediante recordado en Argentina por Bienvenidos al país de la locura, Cena de amigos, Lolo, el hijo de mi novia. Este otro dato ilustra otra virtud de la artista: apostar a la gente (más) joven. Varda se despide discretamente en la secuencia final de su última película. Los amantes del mar como ella nos sentimos especialmente conmovidos por este adiós ambientado en una playa solitaria, luminosa, atravesada por el viento.
En marzo 2019 nos enteramos de la triste noticia del fallecimiento de Agnès Varda, una de las cineastas más reconocidas de la historia del cine, que significó un gran dolor para el mundo cinéfilo. Cuando pensábamos entonces que ya no disfrutaríamos de otra de sus películas, como una as en la manga, como legado y una despedida tanto de su vida como de su obra, nos regala “VARDA POR AGNES”, este último documental donde la propia Varda repasa gran parte de su cine y se detiene puntualmente en una gran cantidad de sus realizaciones, desgranando anécdotas de rodaje, sus vivencias, el rol de sus películas en el mercado y su evolución como cineasta. Esta gran lección cinematográfica de dos horas, está inevitablemente teñida por la melancolía y la tristeza de su pérdida, pero al mismo tiempo la muestra con la entereza y la fortaleza que ha tenido para filmar y vivir día a día en el mundo del cine: una cineasta con una vitalidad que la ha acompañado detrás de la cámara, hasta momentos antes de su muerte. “VARDA POR AGNÈS” se estructura como el diálogo entre ella y su público, entre ella y sus estudiantes, entre ella y sus mentores, en definitiva, entre ella y su propio cine, su vasta filmografía y el inmortal testimonio a través de su obra. Sólo por poner un punto de inicio en este recorrido, cabe destacar que Varda ha formado parte de uno de los movimientos más revolucionarios y paradigmáticos del cine, como ha sido la Nouvelle Vague, surgida a fines de la década del ’50 en la que supo pertenecer a un grupo de cineastas de la talla de Eric Rohmer, Claude Chabrol, Jacques Rivette, Jean-Luc Godard y François Truffaut, entre otros. En un mundo que parecía destinado casi exclusivamente a los directores, ella supo encontrar su espacio dentro de ese movimiento vanguardista, imponiendo una mirada de género cuando casi nadie hablaba de un cine dirigido por mujeres. Ya desde aquel momento, comienza a tener un estilo propio y bien definido, que ha sabido sostener a los largo de más de seis década de impecable trayectoria, desde su Opera Prima, “La pointe courte”, en 1955. Si bien “VARGA POR AGNÈS” hace un repaso de casi toda su filmografía, el filme podría dividirse en dos mitades. En la primera se plantea un recorrido de sus momentos más clásicos con los que comenzó a ser reconocida a nivel internacional como fueron “Clèo de 5 a 7” “Sin techo ni ley” o “La felicidad” y al mismo tiempo devela algunas claves de su proceso creativo, las intenciones de su cine, la construcción de su puesta en escena y las diversas técnicas que utilizó para poder expresarse y ganarse ese tan preciado espacio en el cine de autor: el tratamiento del color, la elección de sus temáticas, la búsqueda de otros mercados –como sus films americanos a fines del ‘70-, sus cortometrajes y su técnica en la dirección de actores. Fundamentalmente hay un punto de inflexión que si bien no se subraya, se cita en detalle y es en el momento en el que filma “Una canta, la otra no”, cuando en pleno 1977, Varda habla de temas que recién hoy, cuarenta años después, están en plena agenda y discusión en nuestro país. Precursora, vanguardista, sin pelos en la lengua, ya en aquel momento Varda hacia un planteo sobre el cuerpo femenino, sobre las decisiones personales de cada una de las protagonistas, hablando sin tapujos de temas como el aborto y la contracepción, marcando en su obra un territorio activamente feminista, pero sin ningún tipo de planfletos ni oportunismos. Si hay algo que se resalta en la obra de Varda es lo consecuente que ha sido con su moral, sus propios ideales y la participación que ha tenido en su cine el componente político, interpretado como reflejo social, con esa empatía que ella tenía para encontrar en sus personajes, tanto de ficción como documentales, problemáticas y temas anticipados a su época. Basta ver “Los espigadores y la espigadora” del año 2000, donde ya trataba temas que se dispararon a nivel mundial mucho tiempo después: yendo desde los espigadores y recolectores del campo hasta llegar a los recolectores urbanos, retrató y dio voz a la gente que buscaba su alimento en la basura ya sea por necesidad o por filosofía de vida. El reciclado, la ecología, la recolección, el mundo de los residuos, es abordado por Varda anticipándose a todos los movimientos mundiales que posteriormente trataron estas temáticas, logrando una de sus obras más emotivas y creativas que ha dado lugar, posteriormente, a muchas de sus magistrales video-instalaciones. Pasando por sus grandes creaciones, su amor por Jacques Demy, su familia, sus hijos, el reconocimiento internacional y sus exploraciones más excéntricas como “Daguerrotypes” o “Mur Murs” sobre la calle Daguerre en donde ha vivido y el arte urbano plasmado en los muros de las grandes ciudades, “VARDA POR AGNÈS” es una enorme celebración autorreferencial sobre su obra, aun cuando para los conocedores de su cine, no aporte demasiado más que una hermosa compilación de todos sus trabajos, narrados por ella misma y presentados con la sencillez de una gran artista. Cerca de la despedida, volvemos a ver uno de sus trabajos más sobresalientes, su emotiva “Las playas de Agnès” y el excéntrico binomio creativo con el artista plástico y fotógrafo JR en “Visages, Villages” que supo acariciar una nominación al Oscar. Para cuando nos retiremos de la sala, habremos recorrido en dos horas, sesenta años de historia del mejor cine, de la mano de una cineasta que supo ser feminista cuando nadie lo era, que no transó ni se arrodilló ante ningún productor y que se supo ganar un lugar en el mercado, en los círculos más exigentes y en la historia del cine, a pura sensibilidad, talento y una coherencia interna en su obra, que muy pocos otros artistas han podido lograr. “VARDA POR AGNÈS” es la mejor despedida que uno pueda imaginarse para guardar en el recuerdo a la enorme figura de la pequeña Varda, la abuela revolucionaria del cine francés.
Entrañable documental, obra póstuma de la realizadora francesa, en la que ella misma reflexiona sobre sus películas, su rebeldía, su feminismo, su lucha por hacer un mundo mejor con cada uno de sus films y sobre los tiempos que supo conocer.
Como el propio título lo sugiere, este filme casi póstumo (Varda murió un poco después del estreno en la Berlinale de este año) no es otra cosa que una clase magistral ilustrada por toda su obra, una amabilísima clase de cine y de historia del siglo XX. El posible narcisismo que comporta una empresa en una doble primera persona se diluye en tanto que Varda siempre se sintió el punto de partida y no de llegada; ella se mostraba honestamente como un núcleo concentrado de curiosidad, del que iba hacia los otros para conocerlos y filmarlos. Toda mujer, todo hombre revestían para ella un misterio y un fulgor cinematográficos. Así filmó a las Panteras Negras, a los revolucionarios de Cuba, a los invisibles espigadores de Francia, a su propio esposo y cineasta, Jacques Demy, a todos los vecinos de la calle en la que vivía o a las feministas de los 70.
Ella es la nouvelle vague en estado puro. Con su última película realizada a los noventa años da un lúcido y emocional testimonio sobre su obra y su concepción de la vida, íntimamente ligada al arte. A partir de la exitosa "Cleo de 5 a 7", el viaje hacia un diagnóstico, que realiza la muy joven Corinne Marchand, la trayectoria de esta señora belga con un padre griego y una madre francesa, llamada Agnes Varda, abunda en destellos e insólitos virajes. No representa la realidad como pura e inasible, siempre está teñida de vida cotidiana en una eterna simbiosis de documento y ficción, cuando poco se hablaba de eso. Cortos y largometrajes desafiaban con sus contenidos, centrados en pequeños barrios portuarios con ignotos habitantes vendedores de mercado. Su preferencia por los "sobrevivientes", los marginales, los sin fama, preanunciaba su "socialismo cristiano" que convivía ya en los "50 con su posición liberal respecto del cuerpo propio y la maternidad. De todo eso habla Agnes en su película, de cómo elegir un plano o un sonido para un contenido, de cómo transformar una película en un tríptico que un amante del arte va a adquirir y que ella transformará en parte del capital para sus próximas películas, porque "siempre me costó financiarlas". JUEGO DE LA VIDA Agnes cuenta de su amor por las playas, esos paisajes mentales por los que tanto le gusta filmar; recuerda el policromismo de "La felicidad", esa preferencia por los colores alegres y brillantes, y anécdotas divertidas como la de convencer al inmutable Andy Warhol para que actores de "Hair" de la época trabajaran con ella en una película. O cómo pudo atraer a una Lolita de los "60 (Jane Birkin) para que reflexionara qué es tener cuarenta años o se disfrazara de la Maja vestida o desnuda en alguna de sus películas. El filme no sólo panea sobre algunos de los filmes menos conocidos de la directora, sino también sobre su veta de artista multimedia, generadora de instalaciones o de proyectos como "La isla y ella", que permite visitar el lugar donde reside, la tumba de su gata Zgougou o la instalación de "Las viudas de Noirmoutier", un video en el que quizás evoca su misma viudez de otro mago del cine, Jacques Demy ("Los paraguas de Cherburgo"). "Varda por Agnes" permite conocer a una adolescente contemporánea encerrada en un cuerpo que se fue a los noventa años, en el mes de enero.
La extraordinaria Agnés Varda, directora de films emblemáticos como Sin techo ni ley, Cleo de 5 a 7 o la más reciente Visages Villages, murió en marzo pasado. Dos meses antes, presentó esta película como forma de despedida y, sí, de regalo de un legado. Es, entonces, un documental autobiográfico, en el que la cineasta más loca, activa, creativa y generosa comparte sus ideas sobre la realización. Que, por supuesto, son también sobre la vida. "Hay tres palabras importantes para mí -dice-, inspiración, creación y compartir". Las imágenes de su propio cine, combinadas con su propia imagen y su palabra, son, por supuesto, una masterclass. Y no sólo para cinéfilos.
La afamada directora francesa Agnès Varda, fallecida en marzo, próxima a cumplir los 91 años, decidió realizar un último trabajo pese a su enfermedad, un documental en el que pudiera contar sus experiencias y el modo de filmar que tuvo en su carrera. Una película que ella misma dirigió y compaginó con pasión, la misma que puede apreciarse en una charla magistral que dio en un teatro a sala llena, cuyos concurrentes fueron estudiantes de cine y gente especializada en el séptimo arte. Como una suerte de legado hecho a conciencia, nos deja fragmentos de sus obras en la que explica de qué manera las creó y fue modelando en el lugar de filmación, porque muchas veces se guió por su intuición y sensibilidad al improvisar alguna escena o acción, tanto dentro de un escenario ficticio como en locaciones reales.. La charla dentro del teatro se da con algunos invitados, y también sale a exteriores para recorrer escenarios utilizados en algún film en el que recuerda, sola o acompañada por algún artista, cómo logró rodar unas tomas o pudo potenciar al máximo las actuaciones de los intérpretes. Siempre con un tono cordial, de buen semblante y amena, narra las vivencias en algunas de sus emblemáticas producciones. Pero, con la pretensión de abarcar gran parte de su larga carrera, llega un momento en que se nota la duración del documental y el interés va disminuyendo. A lo mejor porque apuntó a ser más didáctica que emotiva, la narración se torna fría y distante, por lo que no consigue llegar a tener una empatía con el espectador, a menos que uno sea un fanático de la directora. Así como en su larga vida nos dejó muchísimas películas para recordarla, con esta obra póstuma nos transmite una lección de perseverancia y conducta como bastión y motor para sobreponerse a las adversidades económicas que le dificultaron filmar, o el abrirse paso en un territorio ocupado por hombres y ganarse el respeto de ellos, para hacer lo que siempre quiso hacer desde joven: abrazar al arte en todas sus formas
Presentado en febrero de este año en el Festival de Berlín, Varda por Agnes es un repaso de tono personal por la extensa trayectoria de la icónica cineasta belga Agnes Varda, quien también supo desempeñarse como fotógrafa, artista plástica y pedagoga, entre otras cosas, y que por esos raros designios de la vida fallecería tan solo un mes más tarde, el 29 de marzo, previo a su cumpleaños número 91. Sin una estructura lineal, Varda por Agnes comienza con una charla brindada por la cineasta belga, frente a un auditorio, y la cual servirá de trasfondo, a la par de distintas charlas en distintos lugares, para las diversas anécdotas y experiencias que ella vivió a lo largo de sus más de 60 años de trayectoria, rememorando gran parte de su vasta filmografía. A lo largo de este documental, Agnes hará alusión naturalmente a algunos de los filmes claves de su carrera, como la necesaria Cleo de 5 a 7, La felicidad o Sin techo ni ley. También habrá tiempo a repasar algunos trabajos más curiosos, como su largometraje debut La pointe courte, el documental sobre Las Panteras Negras, Daguerrotipos, la más reciente Visages Villages, o la extraña película Les cent et une nuits que Varda realizó en 1995 en conmemoración al 100 aniversario del cine, y que contó con figuras de la talla de Michel Piccoli, Catherine Deneuve, Jean-Paul Belmondo, Jeanne Moreau, Robert De Niro, Marcello Mastroianni, Jane Birkin, Alain Delon, Fanny Ardant o Gerard Depardieu. Por supuesto que también habrá tiempo para rememorar al gran cineasta francés Jacques Demy, quien fuera pareja de Varda a los largo de casi 30 años. Varda por Agnes en un acertado homenaje a una de las más grandes cineastas de la historia, adelantada en muchos aspectos y siempre vinculada al feminismo, sabiéndose hacerse un lugar en un mundo artístico dominado por hombres. Sus aportes a la historia cinematográfica han sido claves, y es parte de lo que la realizadora supo plasmar a lo largo de dos horas de duración. En casi la totalidad del filme, Varda logra demostrar más sus contribuciones artísticas, sus diversos y valiosos puntos de vista a lo largo de su trayecto, que el peso de su persona, el cual resalta por si solo. Otro rasgo interesante del documental en cuestión, es que la cineasta belga opta por citar sus películas y trabajos de manera no lineal, y eso le da un ritmo interesante a la obra. El punto en contra más evidente tiene que ver con la extensión; al margen de que estamos hablando de una trayectoria de más de 60 años, las dos horas de metraje terminan siendo un poco excesivos, y algunos aportes terminan siendo algo redundantes, dejando en claro que con varios minutos menos de duración la idea incluso hubiese sido aún más incisiva. Al margen, Varda por Agnes tiene un valía enorme y se refuerza a partir del inesperado fallecimiento de la emblemática realizadora, convirtiéndose en un sentido homenaje.
Nunca fui un acérrimo seguidor de la filmografía de Agnès Varda, ni siquiera en su última etapa cuando fue nominada al Oscar por Visages Villages (2017). Varda por Agnès, su última realización, una charla coloquial sobre su vida artística, me permitió descubrir a una gran personalidad del arte. Su obra se extendió más allá del cine. Fotógrafa y diseñadora de instalaciones, las numerosas disciplinas que abarcó y con las que interactuó, enriquecieron su labor como cineasta. Sentada delante de un gran auditorio, Agnès repasa los hitos de su labor profesional, desde su obra más famosa Cleo de 5 a 7 hasta su amor por las playas (Las playas de Agnès – 2008). Se detiene en aquella joyita, una obra de cámara como La felicidad (1965), película que vi cuando se estrenó en una de las tantas salas de la avenida Corrientes cuyo nombre comenzaba con la letra ele. Le bonheur, su título original, es un film que por su temática y estilo se relaciona con La maison des Bories (Jacques Doniol-Valcroze – 1970). En ambos un tercero en discordia pone en riesgo la paz y felicidad de una familia. Sentido es el homenaje que realiza la directora a su marido Jacques Demy, fallecido con tan solo 59 años, autor de la inolvidable Los paraguas de Cherburgo (1964). Lo recuerda a través de otra gran obra, Jacquot de Nantes (1991), una evocación de la infancia de su esposo en los años treinta y su gusto por el cine y los musicales. Se ríe del fracaso comercial de Las 101 noches (1995), que contó con un elenco multiestelar, cautiva con las imágenes Jane B. par Agnès V. (1998) en la que revela toda la belleza exterior e interior de Jane Birkin. Varda por Agnès es también una clase magistral de cinematografía. Tres conceptos que son su legado para las futuras generaciones han guiado su trabajo. En primer lugar la inspiración como deseo de crear, es cuando surgen las ideas, las razones y los recuerdos. Luego la creación, en cuanto al cómo, los medios y la financiación. Por último, el compartir, ya que las películas no se hacen para verlas en soledad sino para mostrarlas. Diversos recursos cinematográficos utilizados por la directora belga como el travelling, la repetición y la fusión entre cine y fotografía, se muestran en distintas etapas de su carrera. Cabe destacar también el invalorable material de archivo utilizado y los reportajes con quienes compartieron su trabajo. Varda por Agnès es el retrato de una figura apasionada por el arte, que pone todo su amor en sus obras, una autora que debería ocupar el panteón de los directores, según aquella famosa categorización que realizó el crítico cinematográfico Andrew Sarris de los realizadores norteamericanos. Valoración: Muy buena.
La gran protagonista de este documental es Agnés Varda (1928-2019), en un gran recorrido por su carrera como artista y cineasta, resulta ideal para los amantes del cine, ofreciendo una clase magistral cinematográfica, con interesantes reportajes, diálogos, fotografías, videos, audios, anécdotas y un imponente material de archivo, además de sus pensamientos y reflexiones.
Documental autobiográfico sobre la directora Agnès Varda donde cuenta y repasa su obra. Ella falleció en marzo del 2019 y este film es, sin duda alguna, su carta de despedida. Para quienes no conozcan su obra puede ser un primer acercamiento, aunque la información sea más clara para quienes la conocen. No hay ningún lujo visual, no hay estridencias ni golpes bajos. El documental intenta ser como Varda. Ella se muestra como es y con eso le alcanza y le sobra para mostrar su enorme talento. La longeva realizadora da su último saludo en el escenario y lo hace con imágenes, como lo hizo durante toda su vida.
Uno de los acontecimientos de la última edición del FIDBA ha sido la exhibición de Varda by Agnes. El festival acostumbra sorprender gratamente y la película de apertura se ha convertido con el correr de los años en una auténtica celebración. Agnes Varda es una de las diez mujeres más importantes de la historia del cine. Con una extensa trayectoria, ha demostrado a través de sus ficciones y documentales una personalidad como pocas. Por ende, escucharla sentada en un hermoso teatro para repasar su carrera constituye un deleite donde sensibilidad, inteligencia y una especie de mordacidad encubierta integran el combo perfecto. Al comienzo, Agnes confirma los tres principios que guiaron su trabajo. Los dos primeros, inspiración y creación, son parte del patrimonio universal. El tercero, compartir, solo les compete a los cineastas generosos que entienden el verdadero destino del cine, lejos de la arrogancia y de la pose. Varda les habla a los jóvenes. En un momento les pregunta si han visto su película más famosa, Cleo de 5 a 7. Algunos levantan la mano. Ella sonríe y pronuncia “un puñado, como dicen los sureños”. Sin embargo, lejos de tirar filmotecas encima, continúa con la naturalidad de alguien cuya naturaleza consiste en el estímulo por transmitir esta pasión. Entonces se corre el velo para que aparezcan las películas y las experiencias: ¿cómo filmar el tiempo subjetivo? ¿de qué modo dar forma a las imágenes mentales?¿cómo optimizar los recursos?, entre otras cuestiones que se suman a medida que se comentan las escenas. “Amo los documentales” confiesa Agnes y asoma otro principio de su poética: filmar la propia aldea, lo que uno conoce. Daguerrotipos es un buen ejemplo para confirmarlo y para destacar que se está siempre cerca de la gente. Filmada en su propia calle, observa a los vecinos y comerciantes. También es la excusa para convocar a quienes participaron del proyecto, una manera de evocar un método de trabajo, pero al mismo tiempo, los espectros de la memoria enfrentados a las propias imágenes que transcurren detrás del escenario donde se conversa. El acto de mirar aquello que parece ser trivial se transforma a través de la lente en algo extraordinario. Otro rasgo inherente a la historia de este arte. Sin embargo, la clave la vuelve a dar Agnes: “nada es trivial si grabas a la gente con empatía y amor”. Amor. Ésta es la palabra clave que recorrerá el documental. Filmar a las mayorías silenciosas, pero también a las minorías enfurecidas. Hay un momento también para que un registro en 16mm sobre Las Panteras Negras dé lugar al feminismo y al compromiso que Varda sostuvo hasta sus últimos días. La remembranza de un largometraje concebido en el candor de la lucha donde se abogaba por la libertad de elección para decidir sobre el cuerpo, introduce nuevamente la alegría y el buen humor como elementos fundamentales del colectivo. Luego, la atención se dirige a otra lucha, individual, la de Sandrine Bonnaire en Sin techo ni ley. La exposición traza un movimiento desde lo colectivo a lo individual, de la furia ruidosa y festiva al silencio existencial. En definitiva, un montaje perfecto que da vida a las palabras. Vida y muerte. Después de ese plano terrible con el cadáver de la Bonnaire en un saco, la playa, ese otro paisaje mental desde el cual Agnes continuará su discurso. Ruptura del espacio dramático y búsqueda de fluidez para evitar la carga expositiva uniforme, otro acierto del documental. Frente al mar, la directora ratifica que el cine es para la gente: “la pesadilla de un cineasta, la sala vacía”. En todo caso, que otro se jacten del elitismo. Es la hora de Felicidad, una de las grandes películas de los años sesenta, mucho más revulsiva que otras que figuran en el canon. En medio de planos inspirados en cuadros impresionistas, la idea de pareja pasa del idilio a la duda. El verano, los paisajes y Mozart dan lugar a la angustia por romper esquemas binarios. Angustia que no procede del grito fácil ni de la histeria, sino del esfuerzo por comprender una nueva situación que pone en jaque una estructura pero que no debería resignar ese estado que reza el título. Hoy que el poliamor es una etiqueta superflua del mercado, entonces era la verdadera energía transgresora en la película de Varda. Las anécdotas y los recuerdos transcurren: Jacques Demy, el amor de su vida, una película consagrada a su memoria, el viaje a Los Ángeles, la escena hippie y el mangazo a Andy Warhol de una de sus divas. En el racconto, otro principio: el collage, una de las bases compositivas del cine de Agnes y su búsqueda por animar pinturas de Picasso, Magritte y tantos otros artistas. Pero también la influencia de los graffitis, en tanto y en cuanto una película también pueda conjugar múltiples escrituras. “La idea es que el Arte debe ser gratis para todos” dice Agnes y tal vez Visages Villages sea su máxima demostración, ese viaje emprendido con un muralista por diversos lugares de Francia. Es el Arte de los Museos, pero también el de la calle. Ese cruce también es perceptible en las fronteras nunca transparentes entre ficción y documental. El primer largo de Varda, La pointe courte, confirma la operatoria e inaugura un camino a seguir. Una historia privada con una pareja se alterna con otra historia colectiva de pescadores. La ficción de diálogos al borde de la solemnidad y espacios estilizados se confrontan con imágenes deudoras del neorrealismo. Es la matriz de una búsqueda que la realizadora jamás abandonaría. El otro campo aludido es la fotografía. “Fui fotógrafa en mi primera vida”. Esto Agnes lo dice a continuación de “la muerte del cine” tras el fracaso de taquilla que supuso una película en la que Michel Piccoli personificaba a Simon Cinema, la historia concentrada en un cuerpo. Documentar y crear, dos acciones que se corporizan en las imágenes que se suceden y dos operatorias que serían decisivas en su labor como directora. Fotografías de pintores, directores, actrices, pero también las otras, las de la gente. Cazar planos, ésa es la cuestión. El cine es un invento sin futuro, dijo uno de los Lumière. La predicción era lógica para un arte mediatizado por la tecnología. Pero Lumière pensaba como empresario. Varda piensa como cineasta. A comienzos del nuevo milenio no desdeña la tecnología ni saca a reflotar telarañas cinéfilas. Por el contrario, se acomoda y saca fruto para hacer documentales libremente. Las pequeñas cámaras ayudan para acercarse a la gente. Y esto da como resultado, entre otros hallazgos, la genial Los espigadores y las espigadoras. A la vez, la tecnología digital refuerza ese acto de registro para conocer, inmiscuirse entre las personas, para acompañarlas y no observarlas como objetos extraños. La cámara pequeña funde las figuras de fotógrafa y cineasta para perderse entre la gente. Y la realidad es para Agnes como esas papas que registra, cuyos brotes abren otras dimensiones: ahí aparece el cine. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant