Escenas de la vida maternal La exitosa ópera prima de la realizadora sevillana Celia Rico Clavellino es un drama sobre las relaciones filiales entre madre e hija, las esperanzas de una vida plena, las diferencias generacionales y los cambios en los vínculos sociales a partir de las posibilidades de las nuevas tecnologías de comunicación. En Viaje al Cuarto de una Madre (2018) progenitora e hija intentan sobreponerse de la muerte del marido y padre, que les es recordada una y otra vez por la compañía de telefonía celular que les ofrece promociones que necesitan de la validación del fallecido titular de la línea. Mientras que la hija, Leonor (Anna Castillo), ha tomado el lugar de su mamá en la sastrería del pueblo apenas concluida la escuela, la madre, Estrella (Lola Dueñas), pasa sus días de jubilada encerrada en la casa familiar enganchada con las series de moda. Pero la joven Leonor se siente descolocada en su trabajo y explora la posibilidad de viajar a Londres para trabajar como niñera. La primera mitad del film trabaja los anhelos y las aspiraciones de la hija mientras que la segunda mitad se centra en el acaecer solitario de la madre. La vida por delante y la necesidad de emanciparse del seno materno de la juventud se contraponen a la falta de incentivos, la dejadez y la indolencia de la vejez, que abren una dialéctica familiar sobre dos realidades aparentemente distintas, pero que se parecen demasiado. Juventud y adultez, dos etapas del ciclo de la vida que dialogan entre sí en este film donde los silencios hablan y denotan complicidades implícitas en la relación madre/ hija. Con una historia marcada por las sutilezas, los detalles, las ausencias y el pasado no narrado pero siempre presente, el film de Celia Rico Clavellino crea ricos personajes que construyen escenas desde los gestos y los tensos diálogos entre las mujeres. En cada secuencia se percibe el malestar ante la falta de oportunidades, el temor a decepcionar al otro y la búsqueda de una salida de la vida prefigurada. Lola Dueñas y Anna Castillo realizan una gran labor, complementándose y retroalimentando una ligazón muy intensa figurada a través de la delicadeza de un guión que trabaja muy bien con la idiosincrasia española. En base a las dos actrices y a un puñado de actores secundarios, Clavellino crea un film conciso, por momentos claustrofóbico, que se desarrolla principalmente en la casa de la madre y la hija, pero que traslada la sensación de encierro a cada lugar donde las mujeres van. Mientras que la hija intenta escapar del presidio íntimo y del trauma de la muerte del padre emprendiendo un viaje de trabajo a Londres, la madre se sume en la soledad y el abuso de la tecnología para paliar la añoranza. En lugar de escapar de su estado ambas se sumergen en el malestar, reforzándolo, con resultados diametralmente opuestos para ambas mujeres. Viaje al Cuarto de una Madre analiza las contradicciones respecto de las tecnologías de comunicación y su abuso, que las transforma en fuente de desencuentros y desavenencias. La consolidación cada vez más acuciante de la sociedad del espectáculo en el hogar, las nuevas expresiones de añoranza y la falta de oportunidades en la nueva España son los ejes de una película que atrapa bajo la calidez maternal y la necesidad de afecto, dos dimensiones humanas impostergables que Celia Rico Clavellino explora en su intimidad para proponer en su primer largometraje un drama social sobre las contradicciones filiales del nuevo capitalismo.
Ausencias en el interior del recuerdo Es notoria la presencia de la ausencia en ese departamento donde Leonor (Anna Castillo) y Estrella (Lola Dueñas), su madre, conviven. Ambas, en su pequeño duelo por la pérdida de un padre y un esposo, quien ocupaba el centro de ese espacio vacío. Ambas, en plan de contención aunque sin otro horizonte que atravesar cada lugar sin mirar hacia atrás pero tampoco con los ojos hacia el afuera o delante como sugiere cualquier manual básico de auto ayuda. Ellas están ahí para paulatinamente acercarse y alejarse la una de la otra; para superponer realidades distintas, a pesar de la proximidad de los cuerpos, la distancia es evidente. Leonor apenas entiende lo que significa el tránsito hacia la madurez y esas equivocaciones necesarias que para Estrella no son otra cosa que golpes de la vida que prefiere evitar para su hija cuando advierte alguna brisa distinta en ese aire viciado de cuatro paredes que las atraviesa. Entonces salen, una afuera y lejos para entender cómo se crece sin ayuda de los padres y la otra establece una relación diferente cuando busca hacer de dos ausencias, la de su esposo y la de una hija, una sola para aceptarla y también encontrar en el ocio de la soledad la chance de recuperar el tiempo perdido. Hablar de proyectos es demasiado ambicioso para Estrella. A Leonor le ocurre algo similar en su aventura por Londres y se ve en la encrucijada de un regreso sin gloria o de una permanencia sin futuro. Viaje al cuarto de mi madre de Celia Rico Clavellino es una película que explora desde diferentes aristas no solamente el vínculo entre una madre y su hija, sino que escarba en la superficie de las emociones desde la sutileza y sin apelar a recursos narrativos fáciles ni golpes de efecto dramático. Sus armas son más que nobles y empiezan por haber elegido en los roles protagónicos tanto a la joven Anna Castillo, quien desempeña un papel de hija con conflictos internos y contradicciones, que jamás opaca el gran trabajo de Lola Dueñas en un rol que merece todo tipo de elogio por la contención de su personaje y teniendo en cuenta que la actriz española por lo general no suele sobresalir en los personajes secundarios que le tocan en suerte. No es un dato menor que ella interpreta a una madre sin haber pasado por la experiencia de la maternidad en su vida personal, doble mérito de la directora oriunda de Sevilla por brindarle tamaña aventura y creer en su capacidad intacta para comunicar desde la gestualidad contenida, los silencios y una batería inagotable de recursos dramáticos bien utilizados y con su justa medida. Estamos frente a una ópera prima de enorme potencia y que lanza un nombre distinto en el firmamento de las directoras españolas.
Lola Dueñas y Anna Castillo se lucen en la ópera prima de la también española Celia Rico Clavellino, que se exhibirá en Buenos Aires después de haber cosechado el Premio de la Juventud, el Premio Fedeora y una mención especial en el 66º Festival de San Sebastián, entre otras distinciones. Viaje al cuarto de mi madre se titula este retrato de una relación materno-filial justo cuando la hija decide emanciparse. El hogar donde las protagonistas forjaron el vínculo es el tercer gran personaje de una película que, con perdón del lugar común, podría haber sido una obra de teatro. Las actuaciones y el guion constituyen las virtudes principales de esta ficción que se desarrolla en dos movimientos. El primero privilegia la perspectiva de la hija; el segundo, aquélla de la madre (y viuda reciente). En uno y otro, los espectadores reencontramos a Dueñas en todo su esplendor y descubrimos la versatilidad de la menos conocida –al menos por estas latitudes– Castillo. También descubrimos el talento de Rico Clavellino para recrear un momento clave en casi toda relación entre madre e hija. La realizadora sevillana propone un retrato rico en matices, irreductible a la comunicación verbal y por lo tanto consciente de la importancia de los silencios. La semblanza reconoce la brecha generacional entre las protagonistas. Esta otra distancia aparece reflejada en los usos de las nuevas tecnologías (una notebook y la telefonía móvil) y en las posturas respecto del trabajo y, en el caso de la mujer mayor, de un oficio heredado. Desde el pequeño departamento donde Estrella y Leonor enfrentan la inevitable separación y reconfiguran su relación a partir de esta nueva etapa, Rico Clavellino también da cuenta de una España que parece sentirse incómoda con otro tipo de vínculo familiar, aquél que mantiene con la Unión Europa. Aunque apenas sugerida, esta observación invita a trasladar a un nivel geopolítico el agobio que la joven experimenta ante una progenitora controladora.
Una película española que plantea un interesante interrogante: ¿qué pasa cuando una madre y una hija que mantienen un relación simbiótica propone una pausa?. Viaje al cuarto de una madre retrata la vida cotidiana de dos mujeres que deben cambiar sus rutinas para sobrevivir. Leonor -Anna Castillo- quiere estudiar turismo y probar suerte en Londres pero no se anima a decírselo a Estrella -Lola Dueñas-, su madre, una costurera que ocupa su tiempo viendo series y durmiendo. El relato propone un viaje interior a las personalidades de dos mujeres cuyo mundo parece derrumbarse. El paso del tiempo queda plasmado en una película que pone el acento en los vínculos familiares y transcurre casi en su totalidad en interiores para potenciar la idea de agobio que pesa sobre los personajes. En ese sentido, el guión y la dirección de Celia Rico Clavellino da las puntadas correctas para retratar de manera íntima los mundos de dos almas que necesitan un cambio. Esa ruptura aparece cuando Estrella recibe la propuesta de realizar vestuario para un concurso de baile, lo que le abre -a priori- su panorama laboral y sentimental, mientras que Leonor planifica la vuelta a su hogar para el cumpleaños. Nunca habían estado separadas y la muerte del marido de Estrella no hizo más que profundizar su peso sobre Leonor, quien está en busca de libertad. De tono monocorde pero no por eso menos interesante, el filme tiene el atractivo de dos grandes actrices y el resto pasa a un segundo plano.
Partir y Dejar Partir. Crítica de “Viaje al Cuarto de Mi Madre” de Celia Rico Clavellino. ADELANTOS, CINE, CRITICA, ESTRENOS Leonor (Anna Castillo) quiere marcharse de casa, pero no se atreve a decírselo a su madre. Estrella (Lola Dueñas) no quiere que se vaya, pero tampoco es capaz de retenerla a su lado. Madre e hija tendrán que afrontar esa nueva etapa de la vida en la que su mundo en común se tambalea. Por Bruno Calabrese. Películas sobre gente joven que huye de la casa de la familia hay muchas, pero pocas sobre los padres que se quedan. Celia RIco nos trae un viaje íntimo y cuidadosamente sensible sobre la vida de una madre dentro del nido vacío. Gran parte de retratar una historia de estas características debe estar solventado por la carga dramática que los actores pongan en escena. Es por eso que las excelentes actuaciones de Lola Dueñas y Anna Castillo como la pareja de madre e hija, le dan mucho valor a esta película que emociona y conmueve. En una casa de pueblo, donde la ausencia del padre fallecido sigue presente a través de recuerdos familiares, viven Estrella y Leonor, madre e hija. La sincronía entre las dos es perfecta, el amor que se prodigan, su permanente preocupación de la una por la otra. A pesar de sentirse cobijada y protegida dentro de esas cuatro paredes, la chica quiere irse de la casa. Pero ese deseo quizás haga daño a su madre, y la falta de comunicación, tensa la convivencia. La premisa es sencilla y fácilmente reconocible. En base a detalles que parecen pasar desapercibidos dentro del relato, podemos ver la gran cantidad de matices que surgen en la vida familiar, en una casa pequeña y con costumbres naturalizadas, que cuando no están se sienten y mucho. Los diálogos son precisos, sobre todo entre ellas, quienes con pequeños gestos y pocas palabras logran entenderse. La puesta en escena parece fácil pero el trabajo minucioso de las actrices a la hora de componer sus roles, hace que uno se sienta identificado y reconozcamos ese pequeño mundo. Con tono cansino y mesura, sin escenas de agitación o conflictivas ni cuando la tirantez se hace presente en la relación madre e hija, “Viaje al cuarto de mi madre” refleja el miedo que puede tener uno a decir aquello que sabe que la otra persona no quiere escuchar. Madre e hija lo saben, pero también saben que no queda otra que partir y dejar partir, y quizás el teléfono funcione como una especie de cordón umbilical que hará que ambas se mantengan unidas a pesar de la distancia. Puntaje: 80/100.
La película estrenada en el último Festival de San Sebastián donde obtuvo el Premio de la Juventud es un drama sobre la soledad de una madre, Estrella (Lola Dueñas), y su hija Leonor (Anna Castillo) al perder la figura masculina en la casa. La Directora sevillana Celia Rico Clavellino se mete de lleno, en su ópera prima, en la relación amorosa, dependiente, y simbiótica entre ambas. La madre ya está jubilada y sólo se dedica a mirar series con su hija, quien hereda el trabajo de planchadora de su progenitora. Por supuesto que no está contenta con el mismo y quiere otra cosa para su vida. Una amiga le relata sus experiencias en Londres y eso despierta la ilusión en ella: otro país, otro idioma y salir de esa opresión materna. Pero que difícil resulta decírselo a su madre y que ésta lo entienda. Cuando finalmente ésto acontece, la segunda mitad del film es revelador para ambas, abriendo nuevas oportunidades impensadas, sobre todo para Estrella. Sin ánimo de contar más, para no spoilear lo que sigue, destaco el relato que comprende dos edades diametralmente opuestas cuyo vínculo pasa de amoroso a tirante, dependiendo de la situación. Filmada en su gran parte en el departamento donde conviven, lo que lo hace más asfixiante, sobresale el excelente trabajo de ambas actrices, variando sus matices y con silencios, muchos, que dicen más que las palabras. --- > https://www.youtube.com/watch?v=dGTBXjXBE68 DIRECCIÓN: Celia Rico Clavellino. ACTORES: Lola Dueñas, Anna Castillo, Pedro Casablanc. GUION: Celia Rico Clavellino. FOTOGRAFIA: Santiago Racaj. MÚSICA: Paco Ortega. GENERO: Drama . ORIGEN: España. DURACION: 95 Minutos CALIFICACION: Apta todo público DISTRIBUIDORA: Mirada FORMATOS: 2D. ESTRENO: 11 de Julio de 2019
Conmovedor relato sobre cómo en el intento de romper mandatos una hija termina por aceptar vivir en condiciones que le son totalmente desfavorables, y cómo, la madre, comienza a vivir nuevamente y a desear. Lola Dueñas, una vez más, descomunal.
Entre ellas dos Hay películas que presentan grandes relatos en torno a la historia de la humanidad, mientras que otras, nos acercan al universo interior de personas comunes. En esa última línea aparece esta producción española que narra un momento inevitable y sensible en la vida. Viaje al cuarto de una madre (2018) es una película que trabaja con elementos mínimos que, si prestamos atención, están incluidos en su título: el viaje, el cuarto y la madre. Alrededor de ellos tres circula la película. Son elementos que construyen sentido en -al menos- dos direcciones: el viaje existe pero también es la búsqueda interior, el cuarto es donde transcurre la acción pero también representa la calidez y el encierro, mientras que la madre por definición, también delata la presencia de una hija y el vínculo que las une como mujeres independientes. La película de Celia Rico Clavellino no cuenta una historia épica, simplemente narra el momento en que Leonor (Anna Castillo), la hija adolescente decide dejar el nido familiar y las emociones que repercuten en su madre Estrella (Lola Dueñas). Sin embargo, las sensaciones encontradas de uno y otro personaje (magistralmente interpretados por Castillo y Dueñas) son lo suficientemente profundas como para engrandecer al relato y trasmitir sensaciones vivenciadas por ambas. Leonor consigue un trabajo de niñera con cama adentro en Londres y debe viajar, comienza su camino a la adultez en soledad mientras se distancia de su madre (su contención, su complicidad, su seguridad). Por su parte Estrella tiene que reinventarse, reencontrarse consigo misma y dejar de depender de las necesidades de su hija. Utiliza la comunicación por WhatsApp y se dedica tiempo completo a su trabajo. La película cambia la focalización de Leonor a Estrella y de Estrella a Loeonor, para que nos identifiquemos con ambos personajes en su soledad y anhelos, pero también con el vínculo elaborado entre ellas. Un relato intimista que se recuesta en los personajes y el espacio que habitan, para hacer llegar al espectador un cúmulo de emociones asociadas a un estado de ánimo difícil de describir con palabras, pero universal en la experiencia vivida por cada individuo.
“Viaje al cuarto de una madre”, de Celia Rico Clavellino Por Marcela Barbaro La ópera prima de la realizadora andaluza, Celia Rico Clavellino, nos ofrece una historia pequeña, íntima y muy bien narrada sobre el vínculo entre una madre y su hija, quienes transitan una etapa de cambios que deberán asumir, no sólo cómo familia sino para crecer individualmente. Filmada, prácticamente, dentro del departamento donde ellas conviven, la película inicia con un plano fijo que las encuadra juntas y recostadas en el sillón de su living. Una imagen acogedora que demuestra su apego afectivo y la dependencia mutua que la une. Ellas parecen entrelazar sus cuerpos bajo un cordón invisible, que deberá cortarse. Leonor (Anna Castilllo) tiene veinte años y trabaja como planchadora en una casa de costuras, donde su madre fue una gran modista, pero no está confirme con lo que hace ni seguir ese legado. Sale con amigas, y descubre que hay otras realidades más allá de la vida en el pueblo y de su hogar. Leonor necesita dejar su casa e independizarse, pero le pesa el estado de soledad y tristeza de su madre, Estrella (Lola Dueñas), tras la ausencia de su padre. Ambas, comparten ese duelo de diferentes maneras. Para Estrella, quien parece negarlo, el deseo de su hija de irse, representará otro abandono. Asumir la instancia del nido vacío, será una nueva oportunidad para sí misma. Si en la primera mitad de la película, prevalece el punto de vista de Leonor, con sus frustraciones, sentimientos encontrados e inseguridad, en la segunda parte, lo haremos a través de la mirada de Estrella, quien acompaña los cambios de su hija, con tal dedicación y sensibilidad, que ella misma se va modificando. Casi como un juego de espejos o de causa y efecto, el amor que las une, lo hace posible. En Viaje al cuarto de una madre, la realizadora se acerca a sus personajes y los contiene en planos cerrados, dentro de un ambiente donde no hay lugar para alguien más. Trabaja con la riqueza de los gestos, con la mirada puesta en los detalles y en las sutilezas que enriquecen una narración cargada de matices. Por eso mismo, la evolución del relato que, aparenta ser mínima y apacible, responde a un proceso interno y subjetivo de las protagonistas, en relación a la maduración. En ese devenir de independizarse y afianzar la identidad que se busca, el “viaje” entre los cuartos, primero ocupados y luego vacíos, funciona como el síntoma de un proceso inevitable de libertad. A una puesta en escena minuciosa, de acciones mínimas, se suma la química entre la dupla de actrices, principalmente, a través del la gran Lola Dueñas (Hable con ella, Volver; Los abrazos rotos, Mar Adentro, entre otras), ofreciéndonos una interpretación tan natural y auténtica, que permite gran empatía con el personaje. Luego de su paso por los Festivales Internacionales, la película ha recibido 4 nominaciones a los Premios Goya, que incluye: Mejor dirección novel y Actriz (Dueñas); el Premio a la Juventud en el Festival de San Sebastián y varias nominaciones en los Premios Feroz, Gaudí y Platino. En su debut en el largometraje, la directora Celia Rico Clavellino, quien había sido premiada anteriormente por su corto Luisa no está en casa (2012), ofrece una mirada interesante sobre los roles, los vínculos matriciales y el paso del tiempo. VIAJE AL CUARTO DE UNA MADRE Viaje al cuarto de una madre. España, 2018. Dirección y guion: Celia Rico Clavellino. Intérpretes: Lola Dueñas, Anna Castillo, Pedro Casablanc, Noemí Hopper, Marisol Membrillo, Susana Abaitua, Ana Mena, Adelfa Calvo, Silvia Casanova, Maika Barroso. Montaje: Fernando Franco/Música: Paco Ortega. Fotografía: Santiago Racaj. Duración: 91 minutas.
Celia Rico Clavellino parte en su primera película de una doble idea de abandono, que acaba deparando a su vez una doble perspectiva de la soledad. Hay una ausencia de un padre que fallece, y una madre y una hija que tienen que afrontar el duelo. Y también está la marcha de esta última, que ya está a punto de abandonar la adolescencia, para trabajar en el extranjero, con lo que deja a su madre sola en la casa de un pequeño pueblo del sur de España. Donde antes había tres personas viviendo, ahora solo hay una. Pero hay un algo que ha permanecido intacto, que ha sobrevivido a estos cambios, es la mesa camilla del salón en torno a la cual se reunía la familia. Este objeto tiene algo más que una sugerente función escénica. Es también una conexión y un punto físico para las confidencias y las demostraciones de amor, como ocurre con los otros objetos que van apareciendo en el film: un acordeón sepultado en un armario, un celular que suena de manera inesperada, las cazuelas que hacen ruido en la cocina o una máquina de coser que vuelve a funcionar después de llevar tiempo parada. Todos vinculan el presente con el pasado y funcionan para reforzar la metáfora en torno a la distancia y la separación que plantea con gran acierto este film. Viaje al cuarto de una madre -doblemente premiada tras su presentación en la sección Nuevos Realizadores de la 66ª edición del Festival de San Sebastián- es una película que apuesta por contar y filmar los detalles. Trabaja sobre las expresiones de los sentimientos y los actos cotidianos para ofrecer la visión de esa doble soledad desde el punto de vista de madre e hija (emocionantes trabajos de Lola Dueñas y Anna Castillo), conformando un juego de espejos que más que reflejar la misma imagen acaba proyectando una visión complementaria, la de sus dos protagonistas. Y así invita al espectador a sentir el calor que emana del brasero bajo las faldillas de esa mesa camilla y también el frío que se respira en el resto de las habitaciones tras la muerte del padre, cuyo espectro recorre la casa como si fuera un personaje más en fuera de campo. Tras el cortometraje Luisa no está en casa (2012), la directora y guionista debuta con un film con algún tinte autobiográfico que hace de la contención una de sus grandes virtudes, pero que, sin embargo, no escatima emociones y, sobre todo, no tiene ningún tipo de pudor en mostrarlas tal y como son en la realidad. Con sus imperfecciones, sus egoísmos y también sus momentos de felicidad más plenos. Para ello resulta clave su austera apuesta narrativa, sostenida sobre planos milimétricamente compuestos, con una cámara que parece acercarse para acariciar a sus protagonistas –apoyada en unas interpretaciones repletas de matices y de gestos mínimos de las dos actrices–, a la vez que hace creíble esa atmósfera de casa de pueblo. Los trabajos de Santiago Racaj, en la dirección de fotografía, y de Fernando Franco, en el montaje, completan esta apuesta formal de la cineasta en una película que aporta una mirada nueva y repleta de verdad sobre una historia cotidiana, que ahora mismo seguro está sucediendo en alguna casa.
En su opera prima, la española Celia Rico Clavellino explora ese momento inexorable en que la relación entre padres e hijos se parece más a una convivencia forzada que a un vínculo natural. Leonor está en un pasaje clave: con su adolescencia apenas concluida, está intentando convertirse en adulta, pero no tiene claros los caminos hacia la madurez. Su madre, Estrella, lidia con sus propios proyectos truncos e ignora cómo acompañarla en ese proceso de crecimiento. Casi todo transcurre dentro del departamento que comparten; cuatro paredes desangeladas a las que tratan de darle el carácter de hogar, pero que más se parece a una cárcel o una pensión impersonal. En esa cotidianidad obligada, el vehículo de contacto entre estas mujeres es la tecnología: las junta el televisor, o el teléfono, o una máquina de coser, o una plancha, o una cafetera. Pero lo que verdaderamente las une es lo no dicho: ambas están elaborando el duelo por la muerte del hombre de la casa, marido de una y padre de la otra. Que casi nunca mencionen explícitamente el tema -no sabemos cuándo ni en qué circunstancias murió- le da más fuerza a ese fantasma omnipresente. La tristeza las carcome a las dos, pero mientras una parece resignada a un inexorable marchitamiento, la otra lucha como puede contra el desasosiego. La primera mitad de la película está dominada por el punto de vista de Leonor (Anna Castillo) y sus vaivenes: tiene la vida por delante y desconoce por dónde empezar a adentrarse en esa inmensidad. Necesita independizarse, pero es un combate sin un enemigo claro. La segunda parte tiene el eje puesto en Estrella (Lola Dueñas) y su tenue búsqueda de reconstrucción vital. Hecha de silencios, gestos y mínimas anécdotas cotidianas, Viaje al cuarto de una madre es una película introspectiva que tiene la virtud de no recurrir al conflicto grueso para marcar la complejidad de las relaciones materno-filiales. Pese al amor que se tienen, los caminos de esta madre y esta hija -de todo padre y todo hijo, podríamos decir- deben separarse por una cuestión de salud mental.
Cuando vi y pronuncié el título de dicha película pensé: ¿Qué encontramos en el cuarto de una madre? - Publicidad - En el cuarto de mi madre, por ejemplo, recuerdo cajas, cajitas, perfumes, joyas de fantasía, fotos, ropa y manualidades nuestras, de sus hijos, expresiones infantiles de nuestro amor por ella. También recuerdo espiar ese cuarto para reencontrarme con las cosas del ausente. Viaje al cuarto de una madre es una película española, un pequeño relato intimista sobre la vida de una familia compuesta por madre e hija. Estrella, la madre, encarnada por una soberbia Lola Dueñas, es una mujer de aproximados cincuenta años, abatida por una tristeza inconmensurable. Leonor, la hija, se encuentra con la imperiosa necesidad de buscar algo mejor lejos del pueblo. Entre las dos hay una relación fuerte y un teléfono que suena. Un teléfono que nos develará poco a poco ese dolor que parece reinar en el espacio. En la monotonía compartida hay encuentros y desencuentros. Como todo vínculo donde prevalece un lazo de amor. Dos mujeres atravesando el devenir del tiempo y que comparten algunas liturgias que afianzan la cercanía. Como en la vida misma, un plot twist rompe esa atmósfera de silencio y detención. Leonor quiere estudiar inglés y dejar de lado el tedio de planchar y arrendar pantalones como lo hizo su madre. La fricción aparece ante la incomprensión de una madre que no parece estar preparada para, de alguna manera, aceptar el inevitable porvenir de su hija y lo que todo ello conlleva. Salir y proyectar otra forma de vivir. Otro abandono muy pronto, parece que piensa Estrella. La emancipación de Leonor es inminente. Con algunos tirones y llantos silentes la madre entiende que debe ceder. Leonor por su parte también empatiza con su madre y advierte su fragilidad emocional. Ambas se perciben y se entienden y se disfrutan cómplices, pero sus contextos las contrapone. Una película de silencios y estados, diálogos concisos y miradas largas. Una atmósfera teñida de duelo y rebeldía. Cuando la soledad absoluta llega para Estrella, la fragilidad se expone con fiereza. Si bien asistimos a un drama, el relato tiene la capacidad de añadir algunas notas de humor que nos sacan más de una genuina sonrisa. La distancia de la hija, quien parece ya haber resuelto su futuro en Inglaterra, desplanta en Estrella un nuevo cariz para resignificar su existencia. Empieza a llenar su vida con algunos estímulos que surgen en la interacción con terceros y en el nuevo giro de los engranajes a veces se encuentra torpe. Estrella transita la maquinaria del perder. Muerto su marido y lejos de su hija la angustia florece radiante, pero el dolor no es eterno. Un hombre que aparece fugaz la anima a hacer un vestuario para un concurso de baile. Alguien repara en sus habilidades y ella toma la sugerencia como un reto sano para escapar al menos por un rato de la soledad que la carcome. En el medio de los silencios parece existir en Estrella el pensarse amada de nuevo por un otro. A pesar de la distancia, Estrella le envía a su hija periódicamente una caja con sustentos típicos de la región. El vínculo parece disiparse por la diferencia horaria, por una hija que parece haberse adaptado a la independencia y por la impertinencia de una madre que por momentos no entiende el mutismo y llama a altas horas de la madrugada. Sin embargo, el amor permanece impertérrito. Todo lo que sucede podría suceder entre una madre y un hijo. Nada extraño. La comunicación, aunque cortada, existe. Hay un detalle significativo: Estrella decide confeccionar una camisa para su hija. Camisa que al momento de empacar observa y palpa y decide suya repentinamente. Con este detalle Estrella mutará de estado. Se empieza a pensar a sí misma, no ya como la extensión de su hija, sino como una mujer independiente, con deseos y proyectos. Llega su cumpleaños y la hija retorna sorpresivamente. El amor se evidencia en un hermoso abrazo. Estrella por primera vez en mucho tiempo, decide salir, ir al concurso de baile y quizás volver a cruzar mirada con el hombre que la volvió a conectar con algo que le gustaba y tenía soterrado. Ahora es Leonor quien está sola en casa y se pregunta ¿Qué encuentro en el cuarto de mi madre? Leonor encuentra recuerdos. Fotos. Ropa. Y un bandoneón. El bandoneón de su padre. Suavemente lo abre. Contempla el fuelle y lo hace sonar. El silencio en el relato se carga nuevamente de sentido. Y allí, en la repetición de una melodía, madre e hija se reencuentran transitando y duelando. Con nuevos tirones y aflojes comparten un imaginario. Una consciencia de semejanza. Más allá de todo, allí siempre estuvieron ellas, la una para la otra. Un relato sostenido por dos actrices brillantes que se complementan de forma instantánea. Planos cerrados reparando en los microgestos de los rostros. Escenarios domésticos pasados de moda y una decidida atmósfera de sigilo. El aire cortado por la ausencia. La ópera prima de Celia Rico seduce y sumerge. No hay pretensiones ni palabrerío vacuo. Hay estados al servicio de registros emocionales.
Con el guión y dirección de Celia Rico Clavellino, en su opera prima, esta película muestra con sensibilidad, profundidad y significativos silencios que pasa cuando una hija deja la casa familiar, se abre camino en el exterior, deja ese nido confortable y cálido y se enfrenta a un mundo que seguramente será hostil. Poco se sabe de esas dos mujeres. La madre sola, viuda, que aún guarda en el placard toda la ropa del hombre que amó. La hija que rompió una relación reciente, que necesita un cambio y se deslumbra con ser baby sitter en Inglaterra. Una historia simple. Pero la directora y sus actrices muestran todos los matices de esa relación. Lola Dueñas una gran actriz (“Zama”) sobreprotectora, silenciosa, siempre dando las opciones de refugio, de seguridad, de calor, de apartarse de la vida como es su presente. Esa hija que se ahoga en el refugio tierno pero paralizante que necesita experimentar lo que vibra en el afuera de su mundo pequeño. Lo que logra la directora es construir con sencillez toda la complejidad, tejida de dolores y rechazos, miedos y angustias, soledad por sobre todo, que condimentan esa relación tan compleja entre madre e hija. Se muestra el dominio y la liberación, la dependencia y la rebeldía, el conservadurismo y las medidas revoluciones individuales. Frente a la profundidad de Lola Dueñas para vestir a esa madre, la joven Anna Castillo construye a esa mujer veinteañera que quiere salir al mundo con muchos detalles que revelan sus estados de ánimo, mezcla de temores e impulsos.
El vínculo madre e hija Viaje al Cuarto de una Madre (2018) es una película dramática que constituye la ópera prima de Celia Rico Clavellino. Coproducida entre España y Francia, la cinta está protagonizada por Lola Dueñas y Anna Castillo. El reparto se completa con Pedro Casablanc, Noemí Hopper, Marisol Membrillo, Ana Mena, Silvia Casanova, Susana Abaitua, Adelfa Calvo, entre otros. El filme obtuvo cuatro nominaciones a los Premios Goya (Mejor Dirección Novel, Mejor Actriz Protagonista, Mejor Actriz de Reparto y Mejor Montaje). A la vez, la película fue galardonada con el Premio de la Juventud en el Festival de San Sebastián. Rodada en Constantina, Sevilla, la historia se centra en Estrella (Lola Dueñas) y Leonor (Anna Castillo), madre e hija que hace poco sufrieron una gran pérdida en la familia. La joven Leonor tiene un empleo que consiste en planchar ropa en el mismo lugar donde trabajaba su madre, sin embargo con el paso de los días se da cuenta que esa labor no es lo suyo. Gracias a una charla con una amiga, Leonor descubre que podría tener otras posibilidades. A ella le gusta mucho el inglés, por lo que a través de Internet se inscribe para aprender ese idioma en Londres y estar al cuidado de unos bebés. En un principio perpleja por los deseos y accionar de su hija, Estrella deberá enfrentarse al vacío que deja Leonor al marcharse. Pocas películas logran emocionar genuinamente desde sus primeros diez minutos de duración. El debut cinematográfico de Celia Rico Clavellino lo consigue de una fácil manera: centrándose en los detalles. La película es el claro ejemplo de que no se necesita de un enorme presupuesto para contar una historia simple pero llena de humanidad, delicadeza y honestidad. A través de la rutina diaria de las dos protagonistas, al espectador se le hará casi imposible no sentirse identificado con las situaciones o diálogos del filme, en especial si se tiene una buena relación entre madre e hija. Desde ver el capítulo de una serie juntas en el sillón hasta conversaciones vía Whatsapp, el vínculo entre Estrella y Leonor contiene un realismo increíble. Esto no podría haberse dado si no se contaba con buenas actuaciones. Por suerte, tanto Lola Dueñas y Anna Castillo están excelentes en sus respectivos roles, haciendo que sea completamente natural creer en la posibilidad de que estos personajes existan en la vida real. Por otro lado, la casa ubicada en un pequeño pueblo del sur de España funciona como una protagonista más. La directora demuestra maestría en la utilización del espacio hogareño, representando con éxito cómo dos mujeres que viven bajo el mismo techo lidian con el duelo de manera distinta. Las protagonistas no necesitan de las palabras para transmitir todo el dolor y los miedos que están alojados dentro de su ser. Además, cuando Leonor viaja a Londres, el vacío que deja en la casa traspasa la pantalla, generando que percibamos de primera mano cómo se siente Estrella. Muy emocionante y sutil, Viaje al Cuarto de una Madre se convierte en una pequeña gran película que nos habla de la madurez: en cuanto a Leonor, por lo difícil que es dejar el nido materno; y por el lado de Estrella, por el recorrido que atraviesa para volverse a encontrar a sí misma como mujer. Llena de esperanza, la ópera prima de Celia Rico Clavellino rebosa de autenticidad, llegando al corazón del espectador y haciéndolo reflexionar sobre el paso del tiempo y lo complejas, pero maravillosas, que son las relaciones humanas.
La sombra de un hombre muerto Madre e hija conviven con la presencia casi corpórea del padre recién fallecido, en un film que privilegia los climas por encima de lo narrativo. España tiene tres grandes tradiciones. Una es la del riesgo, que se expresa en las encerronas de los sanfermines, en las que turbas humanas intentan escapar de las fatales cornadas del toro. Otra es la del jamón, que llega al punto de que en una ocasión a este cronista, aquejado de un malestar estomacal, una farmacéutica madrileña le recetó una dosis de “jamón York” como cura. Finalmente, la tradición del enamoramiento de la muerte, que quizás se exprese más en términos edilicios que fácticos: claustros cerrados, pasillos oscuros, aire viciado. En Viaje al cuarto de una madre, ópera prima de la realizadora sevillana Celia Rico Clavellino, la sombra de un hombre muerto tiene una presencia casi más corpórea que la de su viuda reciente e hija más que adolescente. Pero la vida sigue, ya se sabe, y de ese roce incorpóreo entre lo que está vivo y lo que pesa desde el otro lado habla la película de Rico Clavellino, ganadora de dos premios en la última edición de San Sebastián. A propósito de aquello de lo que se habla, debe hacerse una aclaración. Como en nueve de cada diez películas españolas, es más bien poco lo que se entiende de los diálogos, por lo cual esta crítica debe considerarse más tentativa que definitiva. Algunos intercambios susurrados y, sobre todo, ciertas conversaciones telefónicas resultan casi tan comprensibles como la conversación de un matrimonio mongol en la estepa. De lo que llegó a entender, más en términos visuales que orales, el crítico sonsaca que la cincuentona Estrella (Lola Dueñas, en un esforzado trabajo de composición, previsiblemente nominado a un Goya) vive en compañía de su hija única, Leonor (Anna Castillo, vista en la serie Arde Madrid) en un penumbroso departamento de alguna pequeña ciudad española que, a pesar del origen de la realizadora, no está en Andalucía. Como dos sobrevivientes, Estrella y Leonor se aprietan en el sillón del living para ver una serie que siguen. A veces se quedan dormidas allí aunque cada una tenga, como bien anuncia el algo ostentoso título, su propio cuarto. Estrella y Leonor necesitan apretarse, y las camisas de varón colgadas en el placard explican por qué. Viaje al cuarto de una madre adscribe a lo que se conoce como “film de observación”: es casi más importante la manchita sobre la mesa del living que en un momento Estrella limpia con esmero que cualquier cosa que suceda. A Rico Clavellino le importan más lo que los climas, gestos, pausas en el diálogo y encuadres transmiten. En el primer plano, por ejemplo, la cámara toma frontalmente a madre e hija dormidas en el sillón, signo visual y dramático de un estado de quietud que signa ese momento de sus vidas. Ese momento: Rico Clavellino trabaja con lo circunstancial, sin pretensiones de alcanzar algo permanente. Seguramente como consecuencia de la pérdida que las aflige, Leonor se comporta con su madre un poco como una niña, y está claro que a Estrella eso no le disgusta: ver por ejemplo la escena en la que le rasca la espalda, y que Leonor celebra diciendo “Cosquillitas”. O eso entendió el cronista. Viaje… va de lo trágico y oscuro a ciertas insinuaciones de una posible luminosidad futura. Pero no puede hablarse de ella como un crowd pleaser, en tanto el tratamiento impuesto por la realizadora privilegia el instante por sobre cualquier desarrollo en perspectiva.
Viaje al cuarto de una madre está liderado por personajes que no hablan de lo que les duele en el alma. La maestría de Celia Rico Clavellino, guionista y directora premiada en el Festival de San Sebastián por esta obra, consiste en trazar un proceso de luto con suma delicadeza, pero sin amputar las emociones de la madre ni de la hija. En este sentido, el catálogo de objetos que suplen estos silencios van a convertirse en los símbolos necesarios para siquiera esbozar una recuperación frente al dolor. Alguien ha muerto, pero no nos enteramos de esto ni por llantos estridentes, mucho menos por escenas melodramáticas donde el personaje se desnude emocionalmente. No, se trata más bien de pistas que en manos de Lola Dueñas y Anna Castillo permiten entender, de una vez por todas, cómo hacemos con la ausencia de quien nos hace falta. A partir de la omisión, la película permite que cada una de las protagonistas viva un luto diferente. Mientras que Leonor (Castillo) ‘huye’ de casa, Estrella (Dueñas) se queda. Y esto dispara distintos aprendizajes en ambas, o por lo menos, aprender a convivir con la ausencia. Rico pareciera sugerirnos que el luto no implica hablar de él. A fin de cuentas, es frente a la muerte donde mejor se evidencia que las palabras fallan. La sugerencia es que, si se mantiene cierta distancia frente al dolor, pero no se es indiferente, a algo se puede llegar. Rico, también productora del film, llega a esto a través de un uso constante, aunque no absoluto, de los planos medios. La directora nunca recurre al llanto fácil y los primeros planos escasean pero son certeros. Si la película nos conmueve, no es porque veamos llorar a los personajes, sino porque su emocionalidad está manifiesta en lo omitido. De esta manera, las pertenencias presentes en el entorno de madre e hija tienen un valor fundamental en la película. Un celular nuevo será el dispositivo que entable una alianza entre la soledad de Estrella y su hija alejada geográficamente. Es aquí cuando entra el efecto humorístico que nos hacía falta, pero no como una compensación, sino como un puente al llanto. La madre se obsesiona levemente con las facilidades del teléfono. Esto nos permite momentos de verdadera ternura y complicidad, como un breve y simple mensaje por parte de su hija cuando hay una fecha especial. Una escena clave para captar la propuesta del film es cuando Estrella intenta obtener el nuevo celular. La decisión del personaje de hacerse pasar por la persona fallecida nos brinda, a un mismo tiempo, una razón para reírnos e inquietarnos. A través de las sutilezas de Dueñas, Rico nos sugiere con la mezcla precisa de amargura y humor que, frente a quien muere, también toca adquirir ciertos gestos de la persona fallecida, sea para intenciones puntuales o para sobrellevar la carga. Prueba de ello es que tal escena da pie a otros momentos que están entre los más valiosos de la película. Pero no es sólo la telecomunicación la que se manifiesta aquí como otro camino para esbozar el vínculo entre madre e hija. Desde los zapatos que Estrella le regala a Leonor, como una pista de independencia sin discursos ampulosos; hasta el vestuario que la madre le cose al grupo de bailarines; Rico está entramando un mapa de confidencias. Y este se manifiesta entre silencios, objetos que se rompen y cosas que se entregan como un sacrificio sumamente acallado que hablará por lo que los personajes no son capaces de decir. La realizadora, quien ya había trabajado en dos guiones antes de embarcarse en este, no plantea respuestas fáciles con su ópera prima y los caminos que toma son sorpresivos, mas no lo hace con gratuidad. La decisión de Leonor de irse a Londres se modifica de una forma un tanto errática, como ocurre con los planes en la realidad efectiva. Y Dueñas no hace de la madre una mujer que castra las decisiones de su hija. Además, en la mirada cándida de la actriz, las preocupaciones de Estrella se diluyen con sonrisas leves, como si se tratara de una bondad frágil, un tanto abandonada, que lucha contra la resignación. Para terminar, es necesario detenerse en el trayecto emprendido por la película desde el plano inicial hasta el final. Así entendemos que el camino entre uno y otro estrecha el vínculo entre madre e hija. Pero la herramienta para llegar desde la horizontalidad interrumpida en la primera imagen hasta la calidez corporal de la última, es la distancia comedida entre estar derrumbadas y sentirse rodeadas por un abrazo. En el último plano, no vemos los rostros, pero el “¿lista?” maternal que antecede tal acercamiento provoca dos procesos. Por un lado, es un indicio de que toda despedida implica una serie de procesos irresueltos y siempre latentes como una posibilidad de cambio. Por el otro, nos recuerda siquiera por un segundo a la pintura “Los amantes”, de René Magritte; donde, si bien lo retratado ahí es un beso, en ambas obras la identidad de los rostros se suspende y se acentúa, (demasiado) brevemente, la fuerza de lo emocional.
Escrita y dirigida por Celia Rico Clavellino, Viaje al cuarto de una madre es un drama intimista protagonizado por Lola Dueñas y Anna Castillo como madre e hija. La ópera prima de Celia Rico Clavellino se sucede, casi en su totalidad, dentro de la casa donde viven madre e hija. Aunque hay un tercer huésped que es el padre ausente, fallecido no sabemos hace cuánto, no sabemos cómo, pero cuya presencia se intensifica cada vez que suena su celular y piden hablar con el titular que ya no va a estar disponible. Leonor es una muchacha joven que espera más de la vida que lo que ese lugar tiene para ofrecerle. Su madre, Estrella, es más conformista, se siente cómoda con sus rutinas y no entiende esa necesidad de salirse de un camino ya vislumbrado. La primera parte de la película sigue más que nada a esa joven, en un trabajo que supo hacer su madre y a ella no le sale bien porque ni siquiera le interesa. En su necesidad de salir del cascarón, busca y encuentra una oportunidad para irse a Londres a cuidar unos niños y vivir en ese hogar familiar y así aprender a hablar inglés. Cuando vuela, nosotros nos quedamos con Estrella, con esa madre que se queda sola e intenta seguir la rutina, entre comidas y series. En esos momentos, Leonor aparecerá sólo a través de un mensaje por whatsapp o de una llamada telefónica. Clavellino apuesta a un registro intimista y su relato en un principio se percibe un poco frío. Pero cuando Estrella (una enorme Lola Dueñas) se queda sola, permite que el humor surja en momentos inesperados, siempre de una manera sutil y sin que éste se coma la película. Como aquella escena en que se las arregla para renovar la línea celular de su marido fallecido, incapaz de darla de baja como si aquello fuese el entierro final. De ese tono agridulce, cálido y amargo al mismo tiempo, está impregnada esta película. La trama se va construyendo a sus tiempos, a través de detalles: como el modo en que se sientan a ver la serie, o la mesa y el sillón viejos donde se sucede gran parte de la vida en la casa. Eso permite que vayamos conociendo a sus protagonistas a través de la relación entre ellas en medio de esas cuatro paredes. Y en especial a través de lo que no se dicen, de lo que no hablan. Esa ausencia que, en algún momento, tendrá que crecer y ellas asimilarla para poder continuar. La fotografía es de Santiago Racaj, el mismo de Verano 1993, y más allá de que aquí casi toda la película sucede en interiores, logra plasmar esa misma sensación de naturalidad, aunque esté todo narrado a través de la rutina y la monotonía. Eso que se supone que no dice nada termina delineando a los personajes y la pequeña historia de superación, vivida desde dos generaciones distintas. Esto también es mérito del experimentado montajista Fernando Franco. Viaje al cuarto de una madre es una película minimalista y honesta, que al mismo tiempo logra conmover sin artificios ni golpes bajos. Una buena ópera prima además, llevada adelante por dos grandes actuaciones femeninas que se entregan al naturalismo de la película.
En una película sin subrayados ni signos de admiración, Celia Rico nos muestra cómo una madre hace frente al duelo por su marido y la inminente partida en busca de su futuro, de su hija única, Leonor. El cuarto del título es el escenario mínimo donde se mueven los personajes y hay que tener habilidad para mantener el rítmo en una hora y media de película con tan reducido campo de actuación. Seguro que también fue todo un desafío para Lola Dueñas, que interpreta a Estrella, la madre en el cuarto intentando superar el vacío y la oscuridad que la circundan. Dueñas es conocida por sus trabajos en varias pelis de Almodovar y además, por estos lares actuó bajo la dirección de Lucrecia Martel en "Zama". Anna Castillo es Leonor, la hija que trata de encontrar su lugar en el mundo, entusiasmada por ir a estudiar inglés de primera mano, cruzando el Canal de la Mancha y al mismo tiempo, sin saber muy bien qué efecto hará la soledad en esa madre que se rehúsa a salir de su "cuarto". En un principio veremos el camino de la hija, sus quehaceres en el taller textil donde antes estaba su madre, lentamente, se incorporará el elemento maternal en algunas escenas que se verán con planos a través de puertas, detalles, nunca muy amplios y con poquísimos exteriores. Rutinas que se romperan y una iluminación muy tenue, los objetos que se van transformando y que siguen cargados de sentido por la memoria. "Viaje..." es una exploración y no un entretenimiento, una pintura tranquila que se vuelve perturbadora en el encierro al que nos lleva Celia Rico. Otra muestra más de las bondades del cine español para ver en cualquier momento entre la montaña de tanques que vienen en las vacaciones de invierno.
Estrella y Leonor están plancha que te plancha cuando el alisado de la ropa es un quehacer doméstico casi perimido en el vertiginoso mundo del siglo XXI. Sin embargo, el desenfreno y la aceleración no se condicen con el ritmo de vida de ambas, además la profesión de modista de la madre y el trabajo de la hija en una cooperativa de costureras que confecciona uniformes, las induce a planchar cuanta prenda esté dando vueltas por la vivienda. Habitan juntas en un pequeño departamento, asumen a su manera la reciente muerte del cabeza de familia, disponen de tiempo, se necesitan, comparten largos momentos frente al televisor. Ninguna tiene una gran vida social, Leonor siempre termina sola en los escasos bailes a los que asiste, Estrella prefiere recluirse en el hogar y en los recuerdos. Las rutinas se repiten: preparar café para el desayuno, hacer la cama, el trabajo, la máquina de coser, la ducha, la cena, la televisión. De pronto la apacible cotidianeidad se interrumpe, cuando Leonor, con poca anticipación, le comunica a su madre que se va a trabajar a Londres como au pair porque ganará más. Una forma de cortar la dependencia. La ópera prima de la andaluza Celia Rico Clavellino transcurre en espacios interiores por los pasillos y estrechos ambientes del alojamiento, con predominio de primeros planos en un film austero, de miradas e imágenes, con pocas palabras. En la segunda mitad, Lola Dueñas (Estrella), asidua partícipe de las películas de Almodovar, carga con el peso de las acciones ante la ausencia de Anna Castillo (Leonor), gran protagonista de El olivo (Icíar Bollaín – 2016). Los timbres y los tonos de llamada de los teléfonos se suceden para dar pie a los escasos diálogos o a la aparición de personajes secundarios que nunca cobran relevancia, ya que todo gira en torno al vínculo materno-filial. Una película que demuestra que no son necesarios los grandes presupuestos para llegar al corazón del público. Sincera, humana, el espectador comparte con las protagonistas los espacios domésticos por los que transitan, sus silencios y los distintos estados emocionales por el que atraviesan gracias a las excelentes actuaciones de las intérpretes. Una pieza de cámara, minuciosa, detallista para apreciarla con tranquilidad. Calificación: Buena
Una jovencita salida apenas de la adolescencia y su madre. Las dos, Leonor y Estrella viven juntas en un pequeño pueblo de España. Ella ya tiene edad para independizarse, más ahora que empezó a trabajar. Ni su vida modesta, ni su trabajo rutinario la atraen demasiado, pero la posibilidad de viajar a otro país la entusiasma. Así, un pedido de niñera en Londres le abre las puertas a una forma de dejar la casa familiar. Esa partida final que pronto tendrá que afrontar. Con un ritmo lento y un clima denso, la directora sevillana Celia Rico Clavellino arma una historia intimista tan real y cotidiana como la vida misma. Minuciosa en el detalle, observadora serial, nada de lo que pasa en esa relación simbiótica le es ajena. La necesidad de la madre de proteger a su hija, la tranquilidad que le da el hecho que trabaje en el "espacio de plancha" en que ella se inició y donde todavía la recuerdan. Estrella está en paz cuando ve la telenovela con su niña, cuando cose para ajenos en su vieja máquina con la poca iluminación de ese departamento tan triste. Estrella es feliz cuando le prepara la comida y lucha por armar la valija para el viaje de Leonor. Estrella necesita ordenarle la ropa a su hija. Es como ordenarle la vida, Estrella muere cuando queda sola en el departamento y estará vigilando el celular, entreabriendo los cajones del cuarto de su hija para sentirla presente. EMOCIONES Filme intimista, de sentimientos intensos, de esperas y palabras que no se dicen, de sentimientos que se expresan en gestos, en aprehensión de objetos tanto en la madre como en la hija. Sólo sabremos de la posible muerte del padre por la figura de Leonor apretando algunos de sus trajes o de Estrella regalando alguno de ellos a un plomero luego de observarlos interminablemente. Hasta la necesidad de madre que Leonor siente, a pesar de su constante intentos de independencia (salida con amigos, un viaje laboral, trabajo diario), es reveladora en ese pasaje nocturno, cuando la soledad apremia y la chica busca refugio en la cama materna. Dos estupendas actrices, Lola Dueñas ("Zama") y Anna Castillo parecen haber nacido para ser esa madre e hija de la historia, tan parecidas a tantas madres e hijas únicas del mundo.
Venimos acostumbrados a querer abrir nuestras alas y despegar al mundo apenas tenemos una oportunidad, una precoz sensación de independencia. Y casi siempre, en algún momento de nuestro viaje, solemos mirar atrás y recordar con cariño ese hogar que abandonamos y que nunca dejamos de extrañar. En un mundo definido por un ritmo frenético, que no se detiene, que las relaciones interpersonales suelen ser cada vez menos profundas y duraderas; en un mundo así de enajenado nos llega este relato de una madre e hija en un pequeño pueblo y un intenso lazo entre ambas que tambalea, se transforma, cambia y evoluciona a medida que aparece la impronta de la emancipación.
Un hecho de la vida, que todos saben que va a suceder, pero que nadie está realmente preparado para asumirlo. Un marido que fallece, y en ese acto deja una viuda y una joven huérfana. De cómo cada una podrá circular la elaboración del duelo por la pérdida transita el filme. El relato se centra en la relación de Leonor (Anna Castillo) con su madre, ella quiere marcharse de casa pero no se atreve a decírselo a Estrella (Lola Dueñas), quien elige el encierro, no quiere que se vaya, pero tampoco es capaz de retenerla a su lado. Madre e hija tendrán que afrontar esa nueva etapa de la vida en la que su mundo en común se desmorono. El problema es que más allá de las muy buenas actuaciones, lo sensible del texto se torna por momentos en pretencioso desde la forma. Todo lo que puedo decir sin contarlo. Por momentos esta idea directriz cae en mesetas narrativas que impiden el avance de un desarrollo que no esta sostenido desde un conflicto totalmente explicito, es intrínseco, se respira, se intuye. Todo apoyado en la creación de un clima entre opresivo y melancólico, que no recurre a la sensiblería para emocionar, no es su intención, la misma radica en una radiografía de la correspondencia materno/filial. El título elegido es más que elocuente, el viaje que se debe iniciar desde el reducto que acoge a las personas, el lugar de la madre, el cuarto, sus objetos, su historia, de ahí que uno empieza a poner distancia para empezar a vivir la propia vida. Lo dicho, la sobresaliente actuación de ambas mujeres es lo mejor del filme. La realizadora oriunda de Sevilla, Celia Rico Clavellino, recurre a mostrar los momentos, la intimidad, los detalles, hasta la presencia de las camisas de ese hombre que denotan y pesan en ausente, es desde esa elección estética que cumple y abre expectativas futura con esta, su opera prima.
Notable opera prima realizada con una atención rigurosa al detalle que la vuelve algo así como hiperrealista. El detonante del cuento es sencillo: una hija joven está a punto de dejar su casa y tiene que decírselo, de algún modo, a su madre. Los dos personajes están constantemente en tensión, en el borde mismo de un cambio de dimensiones gigantes, y es el retrato de cómo se establece ese cambio lo notable: aparece en cada gesto sin que nada lo subraye.
Viaje al cuarto de una madre: El dolor del nido vacío. La ópera prima de la sevillana Celia Rico Clavellino es un drama intimista sobre la relación simbiótica, casi asfixiante, entre madre e hija. La película española plantea la cotidianeidad de 2 mujeres y el conocido “síndrome del nido vacío” cuando la hija decide emigrar de España. ¿Cómo se sigue con la vida a la que estamos acostumbrados ante un cambio así? ¿qué sucede con las rutinas familiares? “Viaje al cuarto de una madre” narra la historia de Leonor (Anna Castillo) y su madre Estrella (Lola Dueñas), una costurera viuda, que ocupa su tiempo viendo series y estando pendiente de su hija, con la que convive. Leonor ha tomado el trabajo, por herencia, en la sastrería donde trabajaba su madre; pero ella no es feliz haciendo eso, por lo que decide estudiar y trabajar en Londres. La película propone un introspectivo viaje a las reacciones de las 2 mujeres a partir de la decisión de una de ellas. Por un lado, los anhelos y la libertad al salir del seno materno; por el otro, la falta de motivación para seguir delante de la madre, ante la falta de su hija en casa. Los silencios lo dicen todo sobre esta relación entre madre e hija. El guion muestra íntimamente ambos mundos de estas mujeres que están en procesos de fuertes cambios, nunca habían estado separadas y la muerte del marido de Estrella había estado calando hondo en la búsqueda de libertad por parte de Leonor. Los mínimos detalles, las ausencias y los recuerdos dolorosos son protagonistas tácitos de la historia. Lola Dueñas – “Mar adentro” (2004), “Volver” (2006)- se destaca en un rol que merece todo tipo de elogio, más teniendo en cuenta que la actriz española no suele sobresalir en sus papeles, y Anna Castillo – Fuera de foco (2015), “El olivo” (2016) – en el papel de hija llena de conflictos internos y presiones por ser buena hija. Ambas realizan un gran trabajo, logrando un feedback interesante entre las necesidades de cada una, en un ambiente claustrofóbico, generando una sensación asfixiante en el departamento donde sucede casi todo, como en la relación materno – filial. La ópera prima de Celia Rico Clavellino tiene una fuerza diferente, la cual acompañan a la perfección sus protagonistas, mostrando, desde distintas aristas, la autoridad, la dependencia y una dialéctica en la que no hacen falta las palabras. Puede parecer aburrida debido a su tono monocorde, pero las grandes interpretaciones hacen interesante la película, de principio a fin. Desde la completa sutileza, sin golpes bajos, profundiza en los sentimientos y sensaciones de madre e hija, a través de sus desencuentros. “Viaje al cuarto de una madre” ahonda en la separación, por primera vez, de madre e hija, en un espacio único y agobiante, con una extenuante carga psicológica, pero sin llegar a ser ese drama que el espectador espera ante semejante situación inicial de co-dependencia materno – filial, sino una historia sobre el amor y sus mil formas de sobrevivir.
Película pequeñísima en su producción, austera en su tratamiento, pero impecable en su ejecución y conmovedora en su resultado, esta multipremiada ópera prima de Celia Rico Clavellino es una de las principales revelaciones del cine español reciente. Si bien transcurre en buena parte dentro de una casa y con apenas dos personajes, es mucho más que una película "de cámara", intimista y minimalista. Se trata de un retrato profundo y minucioso de una relación madre-hija dominada por la angustia, la frustración, la dependencia mutua, pero especialmente y sobre todo por el amor incondicional. Leonor (Anna Castillo) es una veinteañera que desea irse del sobreprotector regazo materno. El problema es que Estrella (una extraordinaria Lola Dueñas) está muy sola, frágil y triste, sumida en su impotencia y su adicción a las series. La hija no sabe cómo decírselo, pero ya es tiempo de independizarse y finalmente encuentra un trabajo como niñera en Londres y hacia allí parte. Sin rencores, pero sufriendo el vacío, Estrella se irá comunicando y siguiendo a la distancia los avatares de Leonor. Y, a partir de su habilidad para la costura, irá saliendo poco a poco del encierro interior y exterior en ese pequeño pueblo del sur de España. El riguroso trabajo de puesta en escena, la obsesión por el detalle y la capacidad para sacar siempre lo mejor de sus dos actrices en cada plano hablan de la sensibilidad y el talento de una directora para seguir muy de cerca.
DOS MUJERES EN PUGNA Una madre y una hija. Ambas conviven en un departamento algo depresivo y mantienen algunos rituales, como el de ver una serie mientras cenan: “¿Vemos otro capítulo?” dispara alguna de ellas cuando la tensión evidente parece llevar el vínculo para ningún lado; la ficción como salida. Si bien en Viaje al cuarto de una madre hay escenas por fuera de ese único espacio, la directora Celia Rico Clavellino logra que el peso del hogar sea algo imposible de sobrellevar para las protagonistas, fundamentalmente porque ahí se encuentran los rastros de un hombre que ya no está (un marido, un padre). Por eso Estrella (Lola Dueñas) tendrá esporádicas salidas al exterior, mientras que Leonor (Anna Castillo) vivirá la necesidad de abandonar el hogar como una crisis existencial. Ese es el mínimo conflicto que este film español trabajará a lo largo de su hora y media, con una habilidad manifiesta por parte de la directora y sus intérpretes por los detalles y por encontrar emociones subterráneas, que parecen no estar ahí pero lo están. Leonor trabaja en un taller de costura planchando prendas, más por herencia que por gusto; no parece ser lo suyo. Estrella está encerrada en su departamento, casi catatónica, llorando algo que suponemos pero nunca se expone, mientras los rastros de aquel hombre aparecen encerrados en cajas y en placares en forma de zapatos y camisas en desuso. Es interesante la forma en que la ropa construye sentido, así como una manta representa la membrana que mantiene pegadas a hija y madre; también un vestido que la segunda le hace a medida a la primera. Para Leonor esa ropa que plancha es un lazo que no termina de separarla del hogar familiar y es aquello que acepta por tradición; para Estrella esas prendas que aparecen son lo que la ancla a su pasado y lo que le impide, en apariencia, salir. La liberación de ambos personajes viene a partir de decisiones en relación a eso. Ojo, liberación que no representa para el relato una salida definitiva: Viaje al cuarto de una madre es de esas películas en las que lo que importa son las decisiones y no tanto lo que los personajes logran con eso. Desde lo formal, la película de Celia Rico Clavellino parece inscribirse en la estética de ciertos dramas contemporáneos que apuestan por lo bucólico y la falta de emociones, pero en verdad es un retrato casi naturalista del vínculo entre una madre y una hija, a la vez que parece ser -por vía del metalenguaje y la autoconsciencia- un ejercicio en el que ambas actrices juegan a buscar lo sensible en su interpretación y en la de su compañera. Así las dos mujeres que en el relato aparecen en pugna, tensando la cuerda de su vínculo, son también las propias actrices viendo por qué lado atacan las emociones de la otra. Y contra el manual del drama que apuesta por la explosión como seguro de calidad, en Viaje al cuarto de una madre nada termina por hacerlo. Lo atractivo es que nada luce estudiado en la película y todo fluye con una naturalidad infrecuente, de esa que se consigue cuando hay por parte de los realizadores y sus intérpretes una comunión y una química especial. El resultado en el cine está atado, indisolublemente, al proceso creativo, de la misma manera que la vida es una sucesión de decisiones atinadas o no. Clavellino, Dueñas y Castillo entendieron todo perfectamente.
En un departamento viven una madre con su hija. La joven Leonor tiene 20 años y trabaja como planchadora en un taller de costuras, su madre Estrella (Lola Dueñas, “Hable con ella”. Nos ofrece una vez más una actuación sublime), se desempeñó como costurera. El conflicto salta cuando Leonor (Anna Castillo, “El olivo”. Muy buena interpretación) siente la necesidad independizarse y buscar otros horizonte, pero el problema está que no puede dejar a su madre viuda, esta mujer se sentirá muy sola y sufrirá el llamado nido vacío. La joven sale con sus amigas, tiene sueños, inquietudes, se siente cansada de respirar siempre lo mismo y su madre siempre está pendiente de su hija, sus días transcurren en un departamento donde las vemos muy unidas sin poder cortar el cordón umbilical pero inevitablemente eso va a suceder y ellas lo saben. El film se encuentra muy bien narrado para hablarnos de los vínculos en este caso entre una madre y su hija. La cinta está llena de matices, detalles, tensiones y buenos planos. Es encantadora, tierna y te lleva a la reflexión y al debate que en definitiva es lo que aporta algo.