La Victoria del título (Virginie Efira) es una abogada joven, bonita y eficiente pero que acarrea una insatisfacción producto de su mala suerte con los hombres. Luego de varias frustraciones, ha ido perdiendo interés en el sexo opuesto y ahora debe lidiar con dos hijas y un ex marido que amenaza publicar un libro de "ficción" sobre -oh, casualidad- una abogada de nombre Victoria que se acuesta con jueces.
Los límites de la indulgencia El cine francés casi siempre contraataca y cuando uno como espectador considera que ya está ampliamente acostumbrado a su sustrato existencialista, su romanticismo y su propensión hacia las emociones fuertes aunque procesadas con lentitud, por lo general en algún momento termina apareciendo una película que mueve un poco la estantería ya sea para la comarca de la efervescencia narrativa símil Hollywood o para el ritmo cansino y apesadumbrado marca registrada de los galos desde hace mucho tiempo. De hecho, el mérito fundamental de Victoria y el Sexo (Victoria, 2016) pasa por incorporar todos los ingredientes nombrados sin decidirse por acentuar ninguna vertiente en particular, lo que por cierto -por lo menos en este caso- genera una propuesta bastante imprevisible a la que se puede criticar y/ o alabar por sus instantes de frialdad o por su sutil vehemencia irónica. La protagonista es Victoria Spick (Virginie Efira), una abogada penalista treintañera que se la pasa sumergida en una indulgencia en la que está completamente alejada -tanto en términos afectivos como físicos- de todo y todos, a pesar de que viene de una espiral de promiscuidad y que tiene dos hijas pequeñas producto de una relación con David (Laurent Poitrenaux), de quien está divorciada. En una fiesta de casamiento se reencuentra con Vincent Kossarski (Melvil Poupaud), un viejo amigo al que pronto su pareja acusa de haberla herido en el vientre con un cuchillo de postre durante el evento, y con Samuel Mallet (Vincent Lacoste), un ex cliente y ex narcotraficante que se transforma en su asistente personal debido a la insistencia del muchacho y porque ella no tiene a nadie con quien dejar a las nenas cuando está trabajando o con alguno de sus amantes ocasionales. A escala general la realización resulta disfrutable ya que el guión de la también directora Justine Triet sabe combinar los dos ejes principales del relato: por un lado tenemos el proceso judicial que Victoria le inicia a David en función de las revelaciones íntimas y los agravios que el hombre vierte hacia ella en su exitoso blog personal, y por el otro lado está el trabajo de Victoria como abogada defensora de Vincent frente a la acusación de tentativa de homicidio. La película adopta un tono agridulce a lo Woody Allen aunque mucho más freak y ambivalente a nivel dramático, unificando la angustia de la protagonista y el cariño que empieza a sentir por el bonachón de Samuel con los límites de su autocomplacencia e impasibilidad y las vicisitudes de su profesión, a la que a mitad del metraje debe renunciar por una suspensión temporal por haber hablado con una testigo de la causa del casamiento. Tanto el trabajo de Efira como el de Lacoste son excelentes y ambos logran imponer a lo largo del desarrollo un aura de misterio sobre sus personajes que le hace muy bien al film en su conjunto. Lamentablemente la idiosincrasia episódica de la narración a veces le juega en contra porque va construyendo un retrato por demás fragmentado de los susodichos, provocando la paradójica reacción de la sorpresa casi constante pero también un cierto desapego ante los retazos de lo que se siente una historia más amplia y enriquecedora. De todos modos, se agradecen la catarata de secundarios bizarros que se suceden en el devenir diario de Victoria (la clarividente, el psicólogo, el acupuntor, el custodio, etc.) y el lugar central que adquiere un dálmata en el juicio como el único testigo de la supuesta agresión de Vincent (hasta testifica un veterinario con aires de psicólogo canino acerca del rechazo que le genera al perro la presencia del acusado). Sin ser una maravilla, Victoria y el Sexo se ríe con relativa eficacia de las miserias y ese típico egoísmo de la burguesía profesional de las grandes urbes, amén de la placentera ridiculización del oficio de esos chupasangres adeptos a desvalijar a cualquier infeliz que necesite asesoría legal lo más pronto posible…
Tribulaciones de una mujer moderna. Virginie Efira (Elle) protagoniza esta comedia francesa que aborda el tema de la multiplicidad de problemas y preocupaciones que pueden experimentar las personas en este mundo moderno desde prácticamente todos los ámbitos de la vida. El aporte de la protagonista como así también la mirada de su directora y coautora Justine Triet hacen de esta película un relato comprometido con los problemas humanos contemporáneos desde una mirada femenina muy actual y rica para el análisis. Victoria (Efira) es una abogada de mediana edad, divorciada y con dos hijas. Que no da más. Porque no solo tiene que afrontar su papel de madre prácticamente sola sino que su trabajo, sus relaciones sociales y amorosas y casi todos los elementos que componen su mundo parecen haberse confabulado contra ella en un mismo momento. A partir de un personaje principal fuerte y bien definido, la película resulta muy dinámica cuando nos presenta todas las líneas argumentales que se propone desarrollar y que componen la vida de esta estresada abogada parisina. Su mejor amigo es acusado de intento de homicidio por su esposa y ella debe defenderlo en la corte, un ex cliente acusado de tráfico de drogas le pide ayuda y consigue mudarse al pequeño departamento que Victoria comparte con sus hijas para trabajar como su niñero/asistente personal y, como si esto fuera poco, su ex marido que hace siete meses que no cumple con los pagos de la cuota alimentaria parece haber decidido darle rienda suelta a su costado más creativo escribiendo una novela online que básicamente ventila todos los secretos, profesionales y personales, de su personaje principal, una abogada cuarentona que convenientemente se llama “Vicky”. Ahora bien, una vez establecidos todos estos frentes de batalla, algo que el relato logra con gran naturalidad y toques de comedia absurda que le dan un tinte irónico a la cuestión, iremos lentamente aproximándonos al quid de la cuestión que consiste en dos puntos fundamentales. Por un lado la película se erige como un retrato que prácticamente documenta las preocupaciones propias de esta época expresadas en la piel de una mujer que debe cargar con el peso de problemas propios y ajenos. Y si bien esto lo logra perfectamente y con esa dinámica que es inherente al personaje de Victoria y a la variedad de los bemoles que la aquejan, el segundo paso consiste en ir un poco más allá de eso para construir una protagonista que, al margen de cómo encuentra las formas de lidiar con todo lo que tiene entre manos, experimenta un proceso de crecimiento en esas circunstancias que le permiten, llegado el momento, discernir lo que quiere, lo que le importa y separarlo de lo secundario que antes tanto la agobiaba. Aunque a simple vista pueda parecer una trama muy cargada y hasta exageradamente saturada de líneas argumentales, la película realmente ofrece una simpleza muy bella mientras recorre su camino hacia esa tesis, también simple aunque no por eso carente de profundidad, que invita a la reflexión acerca de este mundo moderno en el que indefectiblemente todos estamos inmersos.
Abogada de día, neurótica de noche. Una y mil veces no hay que dejarse engañar por la elección de las distribuidoras locales al momento de traducir o adaptar el nombre de un film para hacerlo más “amistoso” a nuestras salas y potenciales espectadores. Este principio suele ser vital en géneros como el Terror y la Acción, pero en el caso de Victoria y el Sexo (Victoria, 2016) conviene prestarle su debida atención, ya que si bien el personaje al que hace mención el título es el centro del relato, su costado sexual es apenas un corolario o anotación al pie, pero seguramente las mentes del marketing pensaron ayudaría a vender la historia, incluso cuando la obra en sí cuenta con el valor suficiente para ser una propuesta atractiva sin necesidad de aditamentos gancheros. La mencionada Victoria es una abogada parisina treintañera, madre soltera a cargo de dos hijas, en plena lucha por mantenerse a flote cuando un amigo cercano pide que la represente ante la corte a raíz de una acusación de intento de homicidio que recae sobre él por parte de su pareja. En el medio de todo esto, Victoria tiene que lidiar con su ex -poeta, bohemio y padre ausente- la fragilidad de su economía hogareña y un babysitter poco convencional que le soluciona problemas tanto como se los genera desde lo sentimental. La belga Virginie Efira (Elle: Deseo y Seducción, 2016) interpreta a Victoria y en ningún momento deja de ser el imán de la narración. La directora francesa Justine Triet utiliza el hogar de la protagonista y el ámbito de la corte judicial como los dos espacios en que vemos sin filtro al personaje principal, en lo más alto y lo más bajo, al borde del colapso escena tras escena. Probablemente sea este uno de los mayores atractivos de la película, esa sensación de estar constantemente ante la certeza de que Victoria es una bomba de tiempo, a punto de explotar en cualquier momento. Como mencionamos inicialmente, ese “sexo” del título no es ni por asomo una parte vital de la historia, aunque bien podría serlo su carencia. Pero no es la propia Victoria quien lo padece, sino que todo aquel que la rodea parece estar obsesionado con su vida sexual. La idea de una protagonista que elide conscientemente el sexo y se mantiene firme ante su elección da una profundidad inesperada al personaje, uno que expone sin cursilerías cómo es la vida de una madre soltera que pone todo aquello no-esencial de lado para simplificar su vida. A contramano de la veta más popular de la comedia francesa, Victoria y el Sexo es una obra que evita los lugares comunes y asume el riesgo de meter al espectador de lleno en una historia que por momentos incomoda, por momentos nos interpela y por momentos logra destellos de profundad gracias a la fragilidad de un personaje que se dobla pero nunca se rompe.
Cuando la vida va “químicamente” mal La directora de La batalla de Solferino, que fue una revelación en el Festival de Mar del Plata unos años atrás, ratifica con su segundo largo que se trata de un talento a seguir. La locura asoma en esta ácida comedia que se toma el humor muy en serio. Confirmado: hay que seguirle los pasos a Justine Triet. Formada en el documental, esta parisina que en meses más será cuarentona tiene apenas dos películas de ficción, pero con ellas alcanza para ponerle el sello de “interés especial”. La primera fue La batalla de Solferino, proyectada en competencia en el Festival de Mar del Plata, que narraba la batalla campal entre un hombre y una mujer por la tenencia de los hijos, mientras en las calles se celebraba otra batalla, la de la segunda vuelta electoral de 2012, cuando la consigna era frenar a toda costa a Marine Le Pen. Allí todo estaba marcado por la urgencia, el tiempo límite, la desesperación, la locura incluso. Ahora llega Victoria y el sexo, opus 2 de Triet, que originalmente se llama sólo Victoria (pero el título local se justifica) y fue la película de apertura en la Semana de la Crítica de Cannes 2016. Se diría que lo único que tiene en común con su predecesora es la presencia de dos niñas, de las que a su madre le cuesta hacerse cargo. Ahora el conflicto no estalla sino que subyace larvado, como ahogado por el rostro impecablemente hierático de la bella protagonista. La primera escena sí parece un spin-off de La batalla de Solferino. En medio de un departamento en estado de caos hay dos nenas de unos tres y cuatro años que parecen libradas a su suerte. Llega, apuradísima, la mamá, una mujer rubia de cuarenta y pico, bonita, atractiva, vestida como de revista, que viene cargando su cartera, su celular y otras pertenencias. Se encuentra con un joven que la espera para avisarle que se va, que está harto, que ella le deja a las nenas y se va a trabajar, que él para ella es invisible. La mujer intenta retenerlo, le ofrece pagarle (“no soy tu puta”, contesta él), le ofrece otros beneficios, pero él no quiere saber nada. Cuando ve que no hay más remedio, Victoria, abogada practiquísima, le dice que bueno, chau, y eso es todo. Hay que ver hasta qué punto ella es consciente, pero ya allí está planteado por dónde pasa su problema. “¿Cuándo mi vida empezó a ir químicamente mal?”, se pregunta Victoria (la belga Virginie Efira tenía un papelito en Elle, de Paul Verhoeven) en el diván del psicoanalista. Hay algo que hace Victoria, que es mezclar vida laboral y vida privada, tal vez porque en Francia no se conoce aquel refrán que habla de mantener separados el comedor y el cuarto de baño. Se le fue el muchacho que cuidaba a las hijas y que de paso, por lo visto, la “cuidaba” también a ella, dos tareas que no suelen ir bien juntas. Como si no hubiera aprendido la lección, le va a volver a ocurrir lo mismo un par de veces más. A la vez decidió defender a un amigo, cosa que tampoco conviene hacer, en un juicio contra su esposa, a quien ella conoce. Cosa que mucho menos. De hecho, esa falta de límites va a costarle caro, cuando la vean hablando con una testigo, algo que está penado por ley, y un jurado la sancione con seis meses de suspensión. A la vez que mezcla vida privada y profesional, Victoria no tiene vida privada. Deseable como es, se ve obligada a concertar citas en páginas de encuentros, lo cual siempre es una lotería y da lugar a un par de escenas muy típicas de comedia, con dos partenaires bastante raritos. Como reflejo de la que circulaba por La batalla de Solferino, la locura asoma en Victoria y el sexo. Una mujer se habría clavado un puñal para acusar a su marido de intento de asesinato, una chimpanché saca fotos comprometedoras en un casamiento y el ex marido de Victoria (escritor vago, egocéntrico e inescrupuloso) no duda en exponer la intimidad de ella en un blog. Así como la locura, puede ser que en ese ex cliente al que encuentra por casualidad, ex dealer al que ofrece trabajo como nuevo secretario multiuso, Victoria tenga a mano las llaves de su solución “química”. Siempre y cuando esté dispuesta a ver a quien tiene al lado. Y aunque ella le lleve veinte años. Pero bueno, nunca se sabe, las cosas son muy locas.
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De mal en peor Los franceses se especializan en sintetizar en sus producciones cinematográficas varios géneros y estilos, caracterizándose, en muchas ocasiones, por generar híbridos como Victoria y el sexo (Victoria, 2016), una lúcida reflexión sobre la vida moderna y las posibilidades de relacionarse en ella. Comedia, drama, película sobre separación, amor, desamor, tópicos que aparecen en esta propuesta que no le escatima a su protagonista problemas y obstáculos, porque a la Victoria del título le pasan muchas, muchas cosas. Victoria vive en un departamento minúsculo, está separada de su marido, un exitoso escritor, intenta salir adelante con su profesión y con sus dos hijas, aunque a veces deba recurrir a ayudantes temporales, los que, inexplicablemente, terminan siempre dejándola de un momento para otro o enamorándose de ella, y en varias oportunidades lo único que desea es recostarse en su cama para que el tiempo pase sin más. El segundo film de ficción de Justine Triet (La bataille de Solférino) propone un juego de amor/odio con su personaje principal, una mujer adorable y detestable a la vez, que suele manipular a los hombres que la rodean, a pesar de la vulnerabilidad real que posee y que termina por debatirse entre varios planos que el guion le ofrece. Porque en la historia, también de Triet, se juega todo el tiempo con esa dualidad, la de mostrar a Victoria como una mujer aguerrida y estoica, pero que en los momentos de debilidad y flaqueza (que se multiplican, por cierto), toda esa fortaleza no sirve para mantenerse en pie ante los avatares de la vida. Victoria y el sexo fusiona géneros para sacar provecho de cada uno de éstos y amalgamar así el relato, enfocándose no sólo en la veta “judicial” o “procedimental” de la historia, sino, principalmente, en la vida amorosa del personaje. Triet prefiere “humanizar” al personaje, un rol que en manos de otra actriz hubiese caído en el trazo grueso, pero que en la piel de virginie Virginie Efira (Elle - Abuso y seducción) cobra otro sentido. Victoria sufre porque así como realiza constantemente malabares para cumplir con todas sus obligaciones, de madre, de abogada, de ex mujer, de hija, de amiga, de jefa, inexplicablemente no puede disfrutar, o imaginarse haciéndolo, del sexo opuesto. Y mientras se debate entre el avanzar en relaciones y cuidar a sus hijas, la visita recurrente de un joven (Vincent Lacoste) que se empeñará en ayudarla con el caso que debe afrontar, pero también en su vida, el relato progresa a fuerza de verdad y de humor, de realidad y fantasía, y de mantener expectante el deseo de saber qué pasará con esta mujer que sufre una serie de inexplicables malos momentos, los que, cual bola de nieve, comienzan a desencajarla de aquellos espacios conquistados con su empeño sin freno y arrasando con todo a su paso.
Victoria y el sexo: egoísmos de la vida moderna Victoria (Virgine Efira) tiene una vida complicada. Mucho trabajo, poco tiempo para pensar en sí misma, para salir de la rutina y las obligaciones. Lo que la inquieta no es tanto la preocupación por la falta de deseo sexual como la sensación de que su cuerpo se ha ido silenciando ante las demandas de su interior. Justine Triet, que había logrado un intenso retrato de los vitales cruces entre lo íntimo y lo político en La batalla de Solferino (2013), ahora se apropia de un género como la comedia romántica para nutrirlo de sus propias intenciones. Detrás de convencionales citas vía Internet, consultas a una vidente y terapias varias, concentra la mirada de Triet sobre la vida moderna, cargada de egoísmos y juicios apresurados, en la que transitar las propias dudas puede ser una extraña forma de encontrarse a sí misma.
Una mujer bajo influencia La película de Justine Triet refleja lo abrumadora que puede ser la vida actual, con acertados pasajes cómicos. He aquí uno de los pocos casos en los que el tráiler resulta una publicidad engañosa, pero no en perjuicio del espectador, sino de la película. Porque si nos guiamos por los dos minutos de avance, estamos ante otra de esas irritantes comedias francesas industriales que lamentablemente acostumbran estrenarse por aquí. Pero no: Victoria (“y el sexo” es un agregado local) es una decente comedia dramática sobre una mujer en la crisis de los cuarenta. Abogada, divorciada, madre de dos niñas pequeñas, Victoria Spick (la bella y talentosa Virginie Efira) tiene que llevar adelante su hogar en soledad, mientras intenta hacer pie en su profesión y no encuentra espacio mental para los hombres. Que sólo parecen estar en su vida como una carga: ahí está su ex marido, exitoso a partir de un blog donde revela intimidades de ella con nombre y apellido; un amigo/cliente, que le complica la existencia con un caso absurdo; Samuel, un ex cliente que está como bola sin manija y le pide asilo. Se nota que detrás de cámara hay una mujer (Justine Triet, La batalla de Solferino), pero el suyo no es un feminismo declamativo, sino que simplemente subyace a la historia. Con pasajes dramáticos que exceden la problemática femenina: Victoria está abrumada por la cantidad de estímulos y responsabilidades de la vida moderna (y dentro de ese panorama, los hijos están lejos de ser un remanso). La comicidad que llega para aliviar tanta amargura está lograda: lejos de ser brillante, es mucho más inteligente que la media de los últimos exponentes franceses del género.
Una comedia francesa disparatada y moderna que tiene en el centro de la acción a una mujer fuerte que de pronto se desmorona y busca desesperadamente una salida. Se trata de una abogada., que en una fiesta se encuentra con su ex, que luego acusado por su novia actual de violencia de género, y le pide a Victoria que lo defienda. Y ella a regañadientes acepta. En esa misma fiesta se encuentra con otro ex, en este caso un defendido por ella, acusado de tráfico de drogas, que quiere cambiar su vida y se transforma en su asistente. Pero desde ese momento todo se arremolina y alarga: la protagonista pierde el deseo, lo busca en parejas ocasionales que encuentra por Internet y se ocupa del tema con amigos, el psicólogo y hasta una adivina. Pero en su trabajo los juicios se le dan vuelta, ocurren cosas delirantes, pierde por un tiempo el derecho a ejercer su profesión y ya nada puede complicarse más. El resultado de tanta acumulación no siempre es efectivo, si bien la protagonista y el elenco en general tienen su cuota de encanto, no alcanza para redondear un buen entretenimiento.
Comedia francesa novedosa, con protagonista en ascenso (Virgine Efira), que al principio parece transitar por los clásicos carriles de la comedia romántica y en el devenir de los hechos, ofrece una mirada ácida y simpática sobre la crisis de una mujer divorciada moderna, profesional y con hijos pequeños en la Europa de los tiempo que corren. Segundo trabajo de Justine Triet (recordar "La bataille de Solferino") en el cual se ve la intención de la cineasta de seguir explorando en las tribulaciones de las féminas modernas y transgresoras, que sostienen a brazo partido la lucha por establecerse en sus espacios vitales, encontrando un camino certero hacia el amor. En "Victoria y el sexo" (el título original sólo es el nombre de la protagonista pero se ve que no era suficientemente atractivo a priori), tenemos a quien será el centro de las miradas, la señorita Spick (Efira), quien se encuentra separada formalmente de su ex, con dos chicos y muchos temas laborales por resolver. Está cansada de que las cosas no le salgan bien y encima, dará con un amigo que está en problemas y necesita su apoyo jurídico-legal (Vincent, jugado por Melvil Poupaud) porque presuntamente atacó a su mujer y además se relacionará con un narcotraficante (Sam, interpretado por otro ascendente del cine galo, Vincent Lacoste), quien servirá de apoyo y cohesión para el momento laboral y emocional de Victoria. Porque la cuestión es que ella es una mujer inteligente, ingeniosa para moverse e influir en su medio, pero que no tiene todo cerrado y su situación personal, sobre todo con sus hijos y lo que le afecta en el día a día, es inestable y volátil. Triet juega con esta dualidad (no se crea que Efira es, como pareciera desde el afiche, un clo de Katehrine Heigl) y allana el camino para que el conflicto sea atractivo y a la vez, reflexivo. Ofrece muchas aristas para la discusión los diálogos de Victoria con sus amigos , porque vemos como se trasluce el abordaje de cuestiones que a todos nos atraviesan, la pareja, el desamor, la inestabilidad, la proyección en los hijos. "Victoria y el sexo" es una comedia fresca, que juega dentro de un espacio que se maquilla como corriente, y quizás no lo sea tanto. Los fans de las rom com tendrán su parte, pero lo más jugoso de la cinta, es la forma en que presenta los conflcitos de las mujeres independientes y si bien, al final de la proyección uno lo enmarca en un viaje divertido, lo cierto que es tienen bastante peso propio y eso se nota en el resultado final. Más interesante de lo que parece. Con o sin sexo, esta Victoria es una mujer que hay que aprender a conocer.
Dirigida por Justine Triet y escrita junto a Thomas Lévy-Lasne, Victoria y el sexo es una comedia francesa sobre una mujer treintañera que intenta lidiar con los diferentes aspectos de su vida sin mucho éxito. En esta película de Justine Triet (La batalla de Solferino), Virginie Efira interpreta a una exitosa abogada cuya vida personal se cae a pedazos. Con dos hijas pequeñas a su cargo, Victoria lleva una vida desordenada. En su casa hay libros y papeles por todos lados y su oficina tiene una estructura parecida. En cuanto a lo personal, vive discutiendo con un ex que además escribe, y no de manera amable, sobre ella en un blog que se torna viral, y las noches las pasa con diferentes hombres a los que conoce a través de sitios online, pues disfruta de su sexualidad de una manera despojada. La aparición de Samuel (Vincent Lacoste) no parece generar demasiado en su vida en un principio, pero a la larga termina siendo fundamental. Sólo que, entre tantas cosas que vive, Victoria, al mismo tiempo, no suele ver cuando tiene algo distinto frente a ella. Y en este momento, su principal preocupación es el caso de un amigo que es acusado de querer asesinar a su mujer. Si bien esta subtrama gira en torno al peculiar juicio (un juicio donde el único testigo que tienen es un perro), Triet decide enfocarse y dedicarle mayor tiempo a la vida personal de Victoria. Virginie Efira se entrega a su personaje en cuerpo y alma y brinda una interpretación auténtica aún en medio de las situaciones más increíbles y absurdas. Porque Victoria es una mujer con defectos, con contradicciones y que no puede evitar cometer errores, es decir, muy humana. Entre idas y vueltas, muchas caídas, encuentros y desencuentros, Victoria y el sexo es una película en la que todo el tiempo suceden cosas, todo el tiempo le suceden cosas a Victoria, quien amenaza con terminar de derrumbarse en cualquier momento. Algo de todo ese caos, por momentos insoportable, ya estaba retratado en La batalla de Solferino pero acá se torna más íntimo (todo explota en interiores) y cotidiano y, afortunadamente, con un tono bastante menos dramático.
Esta es la segunda película de la directora y guionista Justine Triet; formó parte de la inauguración de la Semana de la Crítica en el pasado Festival de Cannes y estuvo nominada a cinco Premios César, incluidos el de Mejor Película y Mejor Actriz (Virginie Efira). La protagonista es una abogada que tiene una serie de conflictos en su vida, afectando su trabajo, por momentos es algo insegura y contradictoria, se psicoanaliza, pero va de un extremo al otro porque también puede ir a consultarle a un adivina africano. La trama cuenta con situaciones absurdas cuando en un momento complicado participa un dálmata, conejos y un mono, entre otros hechos. Nos encontramos con interesantes diálogos, se toca la crisis de los 40 en un film que resulta ácido. Esta tragicomedia resulta entretenida.
Victoria y el sexo (Victoria; 2016) es un film francés dirigido por Justine Triet. La temática se centra en Victoria (Virginie Efira), una abogada que atraviesa una crisis de la mediana edad (los 30s). ¿Quién puede culparla? A los problemas laborales hay que añadir que es madre soltera de dos niñas y tiene una ex pareja que expone sus secretos personales en un blog con excesivo descaro. Sin embargo, la sinopsis recién señalada es un puente para demostrar el verdadero problema de Victoria: el sexo. Nuestra protagonista es una workaholic que encuentra el placer en el trabajo. En una sesión de terapia la misma Victoria reconoce no tener goce, solo placer por su ocupación. El problema que ocasiona el entorno que la rodea es la acumulación de stress, ella ha pasado tanto tiempo siendo abogada que no sabe como ubicarse en otro aspecto, la ambivalencia se hace presente en su vida personal de la misma forma que en la defensa de un culpable o un inocente. Después de una suspensión de 6 meses no sabe que hacer con su vida. Al principio pasa más tiempo con sus niñas, después está al borde de la decadencia con automedicación de pastillas y termina buscando erróneamente compañía masculina por las noches. Victoria no utiliza el sexo como goce mismo sino como vía de escape y éste, se postula como una salvación en un mundo frívolo. El caos que producen los magistrados con sus casos y desequilibrados personajes (hombres, mujeres, perros dálmatas y chimpancés, todos sirven como prueba/testigo en un estrado) en contraposición al conflicto interno de Victoria y su abstinencia sexual no planeada llevan a una conclusión: las leyes son útiles más no afrodisíacas. Victoria es una mujer al borde de una crisis nerviosa cuya vida personal afecta a su trabajo y viceversa, una premisa que puede atrapar algunos espectadores.
A casi dos años de su estreno en las salas de Francia llega Victoria y el Sexo, película de Justine Triet (La Batalla de Solferino) que abarca diversos temas de la vida social y personal de su protagonista, buscando que consigamos una empatía y el poder de adentrarnos en su día a día con sus objetivos, sus virtudes y defectos, sus momentos buenos y malos.
Justine Triet que había sorprendido con su ópera prima, “La batalla de Solferino” (“La bataille de Solferino”, 2012), en la cual contaba las tribulaciones de una periodista en plena vorágine de su trabajo: cubrir las elecciones francesas del 2012, que le dieron el triunfo a Hollande, mientras lidiaba con su ex marido que la asediaba empeñado en ver a sus hijas. Casi con la misma fórmula Justine Triet se ocupa en esta oportunidad de una abogada desbordada por sus obligaciones profesionales, angustiada por su caótica vida privada, su maternidad puesta en riesgo, y sus amores que no pasan de una noche. Lo interesante de ésta realizadora es el modo de abordar lo que se llama “screwball comedy” (comedia excéntrica), que está más cerca del cine hollywoodense que del europeo, con ciertos guiños a Woody Allen al exponer neuras y flaquezas de la protagonista. Éstas la obligan a buscar ayuda terapéutica en dos direcciones, una psicoanalítica, y otra más mágica, a través de una tarotista. El mundo anárquico en el cual se encierra Victoria la obliga a luchar en varios frentes: primero en el profesional porque debe ganar dinero para mantener a sus hijas; segundo en el privado porque tiene luchar contra su exmarido que publicó un blog con todos los amantes que habían pasado por su vida y, tercero en el de su propia orfandad afectiva, porque desesperadamente necesita alguien a quien amar. Los personajes femeninos están muy bien construidos, no así los masculinos, no poseen la fuerza necesaria para oponerse a la arrolladora personalidad de Victoria. Con esa alteralidad de fuerzas la estructura del filme es un tanto endeble y el desequilibrio es evidente. Por otra parte “Victoria y el sexo” se sostiene a partir del desquiciamiento del personaje, y por escenas tan absurdas como la de hacer testificar en un juicio a un simio que está interesado en hacer selfes, y a un dálmata que ataca a quien se acerque a su dueña. Si se quería insistir en el absurdo de la sociedad actual existe otro tipo de metáforas que hubieran podido dar al filme un rasgo menos grotesco. La actriz belga Virginie Efira ('Elle') es la protagonista ideal para encarnar a éste personaje ideado por Justine Trie, que ofrece el retrato de una mujer que siempre está al borde de un colapso o un orgasmo, mientras utiliza cualquier medio para llevarnos a un lugar conocido, que por momentos recuerda esas comedias clásicas que tenían cierto sabor amargo interpretadas por Katharine Hepburn, Cary Grant, Grace Kelly o Claudette Colbert. Justine Trie no presenta un tipo de personaje a lo “Norma Rae” (1979), o a lo “Erin Brockovich” (2000) para luchar contra el sistema, en realidad la lucha de ella es consigo misma. La realizadora la presenta como un personaje falible y humano, torpe, hambriento de amor y frustrado. Luego enfoca la salvación potencial de Victoria en Sam (Vincent Lacaste, “Diario de una camarera” –“Journal d’une femme de chambre”-, 2015), quince años menor que ella, pero lo que desarrolla en ese encuentro es un cliché ya conocido. “Victoria y el Sexo” es una ingeniosa comedia romántica, fresca, natural, pero el afán de su directora de romper remanidos esquemas deja a medio camino una realización que posee diálogos inteligentes, divertidos, e incisivos. Es una producción qué, si se la observa desde otro ángulo, resulta ácidamente satírica con respecto a la supuesta libertad y empoderamiento femenino, pero a pesar de esto en él se atisba una mirada tierna hacia esos personajes tan desangelados.
El género de la comedia y específicamente la comedia romántica, suele ser elegido para llegar a un público masivo utilizando fórmulas añejas y llenas de lugares comunes. Este subgénero paga el precio de lo popular en el peor de sus sentidos, queda reducido a una serie de eventos de color como un poco de risa fácil y un poco de romanticismo cliché, utilizando algunos actores simpáticos. En este filme Justine Triet juega el juego de una comedia romántica de autor, algo que aspira podríamos decir a cierta originalidad en sus personajes o profundidad en sus textos. Algo que definitivamente aquí, no sucede. Victoria es una abogada cuarentona y bonita, divorciada y con una agenda de citas amorosas algo abultada, que termina implicada o más bien “complicada” en un caso cuando decide defender a un amigo – algo prohibido legalmente- en un caso más absurdo que dramático. A partir de este gran enredo conoce a un joven que toma como niñero y asistente personal, de quien se termina enamorando, si es que en medio de todo este caos hubiera un espacio para el amor. Virginie Efira encarna el rol de Victoria, la protagonista de esta historia. Una rubia con un estilo más yankee que francés, tanto por su ropa, su forma de actuar y hasta por el “tipo” de mujer que el personaje lleva adelante. Si pensara en su posible clon argentino, Carla Peterson sería su alma gemela. Es imposible no pensarla a ella y a la película como una copia olvidable de cualquier comedia romántica mainstream, alguna de calidad más que dudosa y made in USA. El personaje parece de cartón pintado, y algo que acentúa la desgracia son los diálogos que intentan ser inteligentes, como una inteligencia que va por encima de ellos mismos, y eso sucede en varios pasajes del filme. Tanto en las escenas de Victoria con su psicoanalista y con su Joven asistente, y ni hablar del gran monólogo del final, la pretensión queda en pura ambición sin resultados. Los personajes son simplones y caricaturizados, no nos sorprenden ni ellos ni sus vivencias, por lo que el coro que rodea a la figura central tampoco logra sumarle sal a esta narración sosa. Parece una comedia televisiva con la estética POL-KA, caras lindas, malos guiones, una movida de la cual no soy devota ni lo seré. Si realmente fuera una comedia de autor, deberían haber tomado algunos riesgos narrativos, por lo que se verían los grandes errores y los atractivos aciertos, pero no una factura de liviana prolijidad genérica. Es una película ya vista, de a instantes entretenida, pero ante todo fugaz y totalmente olvidable. Por Victoria Leven @victorialeven
Caos calmo La batalla de Solferino, el sorprendente debut Justine Triet, narraba de un modo intenso la lucha caótica por la tenencia de los hijos entre un padre y una madre que acababan de divorciarse, en medio de un caos político generalizado por las controvertidas elecciones de 2012 en Francia. En su segunda película, la directora aborda un género como la comedia romántica manteniendo su mirada aguda y singular sobre la vida moderna. Pero ahora Triet tiene el control del caos y dibuja con paciencia y precisión sus contornos. Victoria y el sexo actualiza el espíritu de la comedia screwball con humor negro, cuerpos exultantes y el agresivo exhibicionismo de las redes sociales. La esfera íntima y las declaraciones públicas se mezclan en situaciones disparatadas con ritmo justo y máxima tensión sexual, sostenidos por una actriz en estado de gracia. Con una comicidad física y verbal asombrosa, Virginie Efira es un astro que irradia un glamour sensual y combina el magnetismo de antaño con una frescura perenne. Victoria Spick es hermosa, brillante y enérgica. Una mujer de este tiempo que debe tener éxito en su vida familiar, interior y profesional. La protagonista es una abogada que se siente cómoda con el lenguaje y es consciente del dominio de su encanto y su persuasión. Sin embargo, el uso de la palabra es la primera fuente de desacuerdos. Victoria parece estar en un proceso permanente de negociación con su entorno. Para ella, hablar es a menudo fingir, causar una buena impresión, usar señales apropiadas para cierto estatus social. La abogada les recomienda a sus clientes privilegiar los adverbios. El ejercicio retórico forma parte de una temporalidad confusa: Victoria le confía sus problemas profesionales a un amante pasajero y mide la naturaleza de su relación con su niñero/asesor a destiempo. El cruce de temporalidades contradictorias se resume en la proximidad o la lejanía de los amantes. La tardía toma de conciencia de sus verdaderos sentimientos por parte de la protagonista recuerda a la ironía del mejor Woody Allen. La creatividad fructuosa de la directora se evidencia con el uso del montaje acelerado para representar una pausa en lugar de hacer avanzar la narración. Sin nudo dramático, vemos a la protagonista hacer panqueques a regañadientes con sus hijos y abrazar un aburrimiento cotidiano que le disgusta. La desarticulación del lenguaje y el desmembramiento de la palabra alcanza un clímax delirante en una gran discusión aletargada por la ingesta de sustancias con efectos contradictorios. En lugar del alegato final lleno de coraje de la mayoría de las películas de Hollywood, Victoria y el sexo pone en escena unos testigos insólitos que potencian el absurdo. Lejos de la tragedia, la desesperación sigue el curso tranquilo de la vida, sin grandes eventos creados por el guion para marcar las vueltas de la historia.
La directora de “La batalla de Solferino” vuelve con otro filme que mezcla drama y comedia absurda para retratar la vida de una abogada cuya seguridad profesional empieza a resquebrajarse a partir de aceptar un caso problemático, complicando todos los demás aspectos de su vida. Una película curiosa y original, con un excelente personaje central, lleno de contradicciones y ambigüedades. En el libro “Selección Oficial”, en el que el director artístico del Festival de Cannes cuenta, en forma de diario, un año en su vida y los preparativos para la edición 2016 del evento, este filme aparece varias veces nombrado. En algún momento, cuenta Thierry Frémaux, su comité de selección estaba interesado en esta película para la competencia pero como debía esperar a ver las otras películas francesas antes de poder invitarla, la cedió para que sea programada en la sección paralela la Semana de la Crítica, que también estaba interesada. Las idas y vueltas de VICTORIA Y EL SEXO (curioso cambio de título internacional para una película que se llama, en el original, simplemente VICTORIA) en Cannes son más ricas y complejas pero lo cierto es que el filme de Justine Triet funcionó muy bien no solo en esa sección del festival sino comercialmente. Esta “historia” es importante, al menos para mí, a la hora de entender cómo los recorridos festivaleros pueden marcar, para bien o para mal, una película. Estoy casi seguro que de haber entrado en la competencia oficial, la película de la directora de la excelente LA BATALLA DE SOLFERINO no habría salido tan bien parada y eso, quizás, podría haber afectado su posterior carrera comercial. Es que es una película pequeña, frágil, delicada, de un humor extraño que se cruza con el drama y el absurdo en los momentos menos esperados pero que no está hecha con la pretensión más autoral de, digamos, un Arnaud Desplechin, otro cineasta que tira todos los ingredientes de su cocina en cada preparación. No. Triet hace una comedia dramática, que es un poco romántica y que tiene algo de película de abogados, en medio de una situación en la que se cruzan acosadores sexuales, monos, perros, drogas, ataques de pánico, terapia, niños, niñeros, ex maridos, blogueros invasivos y encuentros sexuales online. Y, pese o a partir de todo eso, trata de conectar más directamente con el público. Ese cambalache que la película parece en los papeles se confirma cuando uno la empieza a ver. Victoria es una abogada exitosa y muy eficiente en su trabajo que se mete en una suerte de espiral decadente cuando decide defender a un amigo suyo que ha sido acusado por su pareja de haberle clavado un cuchillo en medio de una fiesta en la que ella estaba presente. El dice que no lo hizo, pero su personalidad y su historial dan a entender que bien podría haberlo hecho. Ella no debería defenderlo por conflictos de intereses –también es amiga de la acusadora–, pero él le insiste y la convence. En paralelo Victoria se analiza, lidia con un ex marido que escribe en un blog posteos literarios que están muy claramente basados en su vida con ella (y que revelan cosas privadas que pueden complicarle su carrera en la Justicia), tiene una extraña vida sexual que consiste en coordinados encuentros con hombres con los que tiene relaciones que no parecen movilizarla en lo más mínimo y, por último, algo que se irá volviendo más importante con el correr de los minutos: un ex cliente suyo ahora quiere ser su asistente y niñero metiéndose en su vida de una manera, para ella, difícil de asimilar. El título del filme es tramposo ya que la vida sexual de Victoria es casi lo menos importante de la película. El eje, en realidad, está en el progresivo deterioro de la protagonista (encarnada por Virginie Efira, actriz con un cierto parecido a Britney Spears), que empieza a perder su eje y su confianza a partir de las raras situaciones que atraviesa, incluyendo una suspensión laboral, el destrozo de su oficina y su relación con su problemático cliente (Melvil Poupaud), cuya forma de actuar –misógina, presumida, pedante, agresiva– lo transformaría en un paria en estos tiempos de acusaciones de abusos físicos y emocionales. Lo rico de la película es que nada es blanco ni negro en la historia. Victoria es muy segura en algunos ámbitos de su vida (el profesional), pero pésima en sus relaciones personales y al menos discutible como madre. Un día todo se le da vuelta y esa misma lógica cambia. Lo mismo pasa con su asistente/admirador, que pinta para stalker y luego revela ser de los personajes más sanos de la historia. Y similar situación es la de muchos otros que la rodean, a excepción del ex marido, el único claramente caricaturizado como un pseudo intelectual presumido y bastante idiota. EN LA CAMA CON VICTORIA tiene momentos humorísticos cuando uno menos se lo espera (un perro y un simio cumplirán curiosos roles como “testigos” en el juicio contra el marido supuestamente violento, por ejemplo) y los combina con situaciones dramáticas y románticas casi al mismo tiempo. Esto, que por momentos puede generar algún tipo de confusión tonal –uno no tiene claro qué película está viendo hasta que de a poco se va perfilando como un retrato de la protagonista con todas sus incertidumbres, miedos y contradicciones– a la larga enriquece un filme que puede ser visto como una versión afrancesada de una comedia romántica, una en la que se busca el mismo resultado que en las clásicas norteamericanas pero mediante vías muy diferentes. Solo la forma en la que Triet trata la sexualidad de la protagonista y cómo ella acepta y tolera la de su cliente (que enfrenta a su propia mujer y a otras que dicen haber sido abusadas por él) sería impensado en Hollywood. Especialmente ahora. En Francia, por suerte, todavía quedan resquicios para entender que las relaciones humanas incluyen por lo general un alto grado de ambigüedad, confusión, errores y arrepentimientos. No todo es blanco ni negro. Ni en el sexo ni en la vida.
Tras el deseo perdido Victoria Spick es una joven abogada, tiene dos hijas, una casa desordenada, se le complica encontrar niñera, está divorciada y su ex marido es un escritor que a través de un blog cuenta intimidades de ella con nombre y apellido. Además, un amigo con problemas de pareja la involucra en un juicio absurdo, donde hay perros y monos de testigos. Pero eso no es todo, porque lo que realmente preocupa a Victoria (la bella Virginie Efira) es su libido. Con mirada femenina, la directora francesa Justine Triet se ocupa de retratar lo difícil que es encontrar con quien tener sexo y reconectarse con el deseo, entre citas vía Internet que salen mal, borrachos que se le acercan en fiestas y aburridos que filosofan toda la noche sobre el Big Bang. La protagonista buscará respuestas en psicólogos, psiquiatras, videntes y hasta se hace acupuntura, sin saber que la clave está frente a sus ojos. "Victoria" ("y el sexo", un agregado al título original) es una comedia romántica que pone de manifiesto lo estresante y absurda que puede ser la vida moderna, entre los parámetros y las exigencias del éxito y la belleza impuestos, y la aceptación sincera del otro y de uno mismo tal cual somos.
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Victoria y el Sexo, o simplemente Victoria, es la segunda película de la realizadora francesa Justine Triet, tras su cinta debut filmada en 2013, llamada La Batalla de Solferino. El mayor atractivo de esta nueva comedia dramática francesa que desembarcó el jueves pasado en los cines del país, es sin duda alguna su protagonista, Virginie Efira, actriz nacida en Bélgica, que curiosamente en el mismo año 2016 aparece en el film Elle: Abuso y Seducción, de Paul Verhoeven, y en Un Hombre en la Altura, la adaptación francesa de la cinta argentina Corazón de León, dirigida por Marcos Carnevale. El enfoque central de Victoria y el Sexo gira en torno a los acontecimientos que transita la joven abogada penalista Victoria Spick, personificada justamente por Virginie Efira, quien atraviesa una especie de vacío sentimental, al que relaciona con un desequilibrio de química. Ella también es madre soltera, y comparte su departamento con sus dos pequeñas hijas. Tras acudir a una boda, en donde se encuentra con dos viejos conocidos, Vincent (Melvil Poupaud) y Samuel (Vincent Lacoste), las cosas tomarán un rumbo que no facilitaran el ya atormentado presente de la protagonista. Allí se presentan, por un lado la historia de Vincent, que pese a parecer gozar de un buen momento junto a su mujer, es acusado posteriormente por ella de intentar apuñalarla, y por otro la de Samuel, un ex narcotraficante que está intentando reincorporarse, y que en su momento fue cliente de Victoria, recibiendo una gran ayuda de su parte. Tras los confusos acontecimientos, Vincent pedirá a Victoria que se encargue de su caso, confiando en su amistad, y su capacidad como abogada. Pese a un rechazo inicial y la sugerencia a su amigo de buscar otras opciones, ella termina accediendo. Como consecuencia de esto, Samuel, quién está interesado en estudiar derecho, principalmente en lo referido a cuestiones penales, se ofrecerá como ayuda para asistir en el difícil caso de Vincent, así como del cuidado de sus dos hijas, y de paso solventar un poco el frágil estado de Victoria, que parece derrumbarse con facilidad. Es de crucial importancia en el desarrollo de la película, el cruce narrativo con la historia del ex novio de Victoria, y padre de las dos pequeñas, quien está empeñado en la escritura de un blog, utilizando casos verídicos de su ex mujer, sin siquiera modificar el nombre de la misma, exponiéndola en forma descarada, y dejando en claro que su intención es amedrentar a la joven. Esto sin dudas, aumentará el estado crítico de Victoria. La capacidad de Triet de combinar certeramente comedia con drama, hace que el film nunca caiga al vacío, sosteniendo momentos de humor, con pasajes dramáticos, logrando un ritmo ligeramente acelerado, pero sin llegar a aturdir al espectador. Si bien no todas las comedias francesas gozan del mismo nivel, algunas salidas que no son las habituales, escenas un poco absurdas, pero con la moderación correspondiente, y algunos chistes más lineales, pero puesto en su momento justo, hacen que Victoria y el Sexo sea una propuesta agradable, y que incluso por momentos, invita a la reflexión. La actuación de Virginie Efira, es otro de los puntos altos de la cinta, al igual que la de Vincent Lacoste, sin pasar por el alto que el reparto en general cumple con alzas. Los detractores de las comedias francesas la cuestionarán y le negaran sus virtudes, los que tratamos ir más allá de esa clase de prejuicios, y valoramos su historia intrínseca, sabremos apreciarla.