Si hacemos un cóctel de El Cartero + La Vida es Bella + Mi Gran Casamiento Griego, obtenemos un agradable pero desabrido e ilógico film como Where do we go now? (Et Maintenant on va ou?). Nadine Labaki, oriunda del Líbano, no sólo dirige sino que actúa con un carisma de mujer imponente aunque en materia de guión hay ciertos aspectos éticos y políticos que no se consolidan con la comicidad. Un pueblo donde frente al machismo reinante sólo se junta en grupo para jugar a las cartas, organizar venganzas de tipo políticas y raciales, sumado al bajo lugar donde dejan a las mujeres, quienes acceden a una especie de revolución frente a sus hombres...
Por ejemplo, la hermosísima directora y actriz libanesa Nadine Labaki, una habitual de Donosti donde ya triunfó en su momento con la simpática Caramel, presentó ¿Y Ahora Donde Vamos? película mucho menos inocente y mucho más valiente de lo que su tono ligero y complaciente puede transmitir mientras describe las cuitas de un pequeño villorrio perdido en las montañas en el que musulmanes y cristianos tratan de convivir mientras en el resto del país las guerras religiosas provocan cientos de muertes.
En un pueblito en medio de la nada, la polaridad entre cristianos y seguidores de Alá es muy fuerte y muy arraigada, llevando como moneda corriente conflictos, enfrentamientos físicos y verbales y venganzas de diversa índole. Frente a este escenario planteado, la película propone a la mujer como una vía de escape al conflicto, como el eje capaz de mover la cabeza del hombre en direcciones que esquiven el conflicto. La mujer como un nuevo tratado de paz...
Femme Fatales El nuevo film de Nadine Labaki (Caramel, 2007) es un canto al feminismo, a la seducción inteligente de las mujeres y a su mirada sobre el mundo; en clara contraposición a las formas masculinas de proceder en una sociedad dividida por la religión. A pesar de cierta inconsistencia en algunas líneas argumentales, Labaki logra un interesante film. La voz en off femenina del comienzo sitúa al espectador en un pueblo arábigo. Allí conviven musulmanes y católicos en un país desbordado de ataques entre los dos bandos. Pero la supuesta “convivencia” no resulta tan feliz para todos, específicamente para aquellos hombres que avivan constantemente el odio que rodea al pueblo. Con el fin de terminar las absurdas rivalidades, las mujeres arman una estrategia para dejar sin efecto los planes masculinos. El film presenta además una historia secundaria entre Amale (Nadine Labaki) y Rabih (Julian Farhat), quienes protagonizan un probable romance, pero que sólo podrá florecer si los odios dejan lugar al amor y la tolerancia. La película está empapada de música y buen humor porque es desde allí que la directora prefiere mostrar lo trágico e impiadoso de ciertas regiones en guerra permanente. La división religiosa por momentos se torna una excusa para dejar en evidencia las acciones desmedidas que los hombres terminan generando. La directora entonces elige un camino ya transitado por la recientemente estrenada La fuente de las mujeres (La source des femmes, 2011), en donde el género masculino aparece ridiculizado por las señoras y las jóvenes, dejando sin salida a todos los hombres que no permiten los cambios en la sociedad. A pesar de no desentonar del clima del film, algunas escenas resultan un poco naif, sobre todo aquellas que intentan burlar a los hombres y evidenciar su rusticidad y falta de sentimiento. Pero lo que quizás más falla es que la directora instala una historia de amor que luego no se trabaja lo suficiente, así se pierde una interesante línea argumental que se presenta al comienzo con seductoras imágenes. Y, si bien de esta manera queda en primer plano la lucha de las mujeres, muchas veces Labaki se dilata con situaciones poco consistentes que le restan fuerza y poesía a la película. Y ahora adónde vamos? (¿Et maintenant on va ou?, 2011) es un film que habla de un tema delicado, dramático, de países donde la muerte y el dolor parecen no tener descanso. El arte aparece para resignificar el drama, y Nadine Labaki elige la elocuencia del cine para crear y, si es posible, modificar la realidad.
Para narrar esta historia tan densa, la directora libanesa Nadine Labaki apela a la comedia costumbrista, y a la vez la fusiona con la tragedia más profunda e incluso con el género musical, lo que procede en un pastiche de géneros, anti climáticos y poco profundos. Más allá del estilismo de las imágenes y los climas de “cine de autor europeo-oriental”, el filme busca apelar a las sensaciones para bajar línea sobre la concordia de las religiones, los derechos femeninos y la humanidad de las personas. El resultado es un filme pretencioso, que se hace eterno y difícil de sobrellevar.
A esta altura ya son muchas las películas que se hicieron sobre el interminable conflicto entre Cristianos y Musulmanes en la zona árabe; y sin embargo, pareciera que siempre hay más tela para cortar, otra vuelta de rosca que dar. En esta oportunidad, es la directora Nadine Labaki (la misma de la modesta Caramel estrenada aquí hace unos años) la encargada de otorgarle nuevos bríos a un tema que, aunque es de una actualidad candente, ya puede resultar a remanido. Lo que hace particular a Et maintenant, on va où es el punto de vista de los hechos, al igual que en Caramel, el de las mujeres de la comunidad. La historia transcurre en un pueblo libanés sin nombre y ciertamente aislado de todo ya que los alrededores se hayan minados y sólo se accede mediante un puente. En ese lugar la población está bien dividida, conviven cristianos y musulmanes, y la violencia entre ambos ya es casi intolerable. No es un film de personaje fijo, sino más bien de conjunto, pero cada individuo pareciera tener su historia, casi como un film coral. Están los hombres que es sobre quienes recae el asunto del conflicto, la violencia, los hechos y actitudes irracionales. Separadas están las mujeres, también de ambos “bandos” y estas parecen ser el complemento ideal, las que pretenden la unión, las que pregonan la convivencia mutua e intentan calmar las cosas con los hombres. Y también están los niños o jóvenes, que parecen ser la carnada del asunto. Hay un lineamiento general, sobre dos chicos que son primos y se encargan de traer las provisiones desde afuera al pueblo; uno de ellos tiene un percance en la Iglesia, se cae y la cruz se parte por la mitad, un simbolismo bastante obvio y subrayado. Este hecho y el de unas cabras con los musulmanes parecen ser los que marcan el relato que igualmente sirven sólo como disparadores para mostrar la locura de una Guerra Civil religiosa en donde las excusas parecen sobrar. Repito, el foco está puesto en las mujeres y en todo lo que están dispuestas a hacer (tretas incluídas) para que el asunto no se vaya a mayores. Desde ese lado, el clima que ofrece Labaki es mucho más ameno, distendido, con un aire de comedia que relaja la tensión por la carga histórica. Pero en determinados momentos esto puede convertirse en un boomerang y descolocar al espectador, como en la escena de un cuadro musical realmente y extrapolado. Como buena defensora de sus derechos, la directora no disimula el panfleto feminista y así las cosas quedan bien claras, sino fuese por ellas todo terminaría peor de lo que está. Claro que aquí también podríamos encontrar una contradicción en esas mujeres liberales por un lado, pero abnegadas a los asuntos de sus maridos por otro. Las actuaciones son frescas y espontáneas, es más, en algunos se evidencia ese clásico de actores no profesionales frente a la cámara; todo esto suma a la distención, a un clima muy relajado. Nadine Labaki (que además es actriz y tiene una participación importante en el film) proviene del mundo publicitario occidental, y eso se nota en su filmografía repleta de imágenes fuertes, potentes, que dicen más que muchas palabras, aunque a veces caiga en el subrayado. Concebida, sin lugar a dudas, como un film ganador de premios internacionales y for export (aunque no turístico, claro está), Et maintenant, on va où cumplió sus frutos y entre varios otros cosechó premios en Cannes y Toronto, festivales muy occidentales y permeables a este tipo de relatos. Como en su anterior film, Labaki trae un tema fuerte, interesante y le otorga una mirada cálida, casi jocosa, cumpliendo con lo esperado, darle un aire renovador a lo que ya fue contado más gravemente. Puedo no ser un film perfecto, se le encuentran ciertas limitaciones, pero un logro no menor es hacernos pasar un momento liviano ante semejante crueldad inexplicable alrededor. Cada uno sabrá si es esto o no, lo que está dispuesto a ver
Las bellas y los bestias La directora oriunda del Líbano, Nadine Labaki, escribe, protagoniza y dirige esta suerte de fábula antibelicista que adapta de manera muy libre la pieza de Aristófanes, Lisístrata, traspolada al contexto del conflicto entre musulmanes y cristianos en un pueblo donde sus habitantes intentan coexistir respetando la religión y las costumbres del vecino, pero que en realidad es susceptible de caer en la provocación por cualquier piedra que uno u otro bando arroje cuando ninguno está dispuesto a poner la otra mejilla. Al drama de una historia donde las víctimas son los hijos, las madres -tanto musulmanas como cristianas- coinciden en una lucha silenciosa para torcer el brazo del machismo imperante y procurar que las bestias no apelen a la violencia y se comporten civilizadamente y en armonía, mientras en la periferia de los pueblos cercanos se matan a cada minuto. El imán y el cura también contribuyen a esta pacificación forzosa utilizando los artilugios de la religión como por ejemplo una virgen que llora sangre o que deja un mensaje a través de la mujer del alcalde, quien al igual que sus pares masculinos es bastante corto de reflejos y tiene un cerebro infradotado. Maniqueísmos como éste sin embargo no terminan de empañar las buenas intenciones de la directora en Y ahora a dónde vamos, quien trata de sumir la espesura de la tragedia en una historia de amor; teñirla de belleza y mirada femenina para terminar con secuencias musicales que intentan disipar de cierta manera tanto llanto acumulado, sea el bando que sea. Quizás la apuesta a lo ingenuo a veces molesta un poco al tratarse de un conflicto tan grave que está muy lejos de resolverse en la actualidad y que necesita un enfoque mucho más profundo desde lo político como para reducirlo a una historia de vecinos que tratan de convivir en el mismo territorio más allá de la obvia alegoría. No obstante, el humor permite a la directora de Caramel dejar abierta la puerta a la reflexión y desde ya ubicar al rol de la mujer como energía vital cuando todo lo masculino parece querer o avanzar hacia la entropía.
La paz tiene cara de mujer Hay cierto cine llegado de Oriente Medio que, a través de la fábula, intenta dar cuenta de la violencia y dejar moralejas sobre la necesidad de tolerancia. Ese cine suele celebrado por el público y también suele ser fallido. ¿Y ahora adónde vamos? , de la libanesa Nadine Labaki (directora de Caramel ), forma parte de esta corriente. Pero su mirada, ingenua y maniquea -hablamos de una fábula-, se redime con algunas osadías. Sobre todo, la de alternar géneros, tonos y registros con cierta fluidez. Del drama o de la tragedia pasa a la comedia; del alegato social, a las coreografías musicales. La historia transcurre en un pequeño pueblo del que sólo sabemos que está sitiado por francotiradores y minas enterradas. Y que sus habitantes, cristianos y musulmanes, conviven en permanente conflicto. Hablamos solamente de los hombres, quienes, al igual que los de La fuente de las mujeres , conforman un universo tosco, primitivo, machista, vengativo: generador, en gran parte, de la violencia. Las mujeres de ¿Y ahora adónde vamos? , en cambio, entienden -acaso por su capacidad para ser madres- que lo mejor es suprimir las fuentes del odio. Para esto, se unirán en una cruzada en la que no intentarán convencerlos con argumentos sino apaciguarlos con argucias. Desde fingir una comunicación mística hasta esconder un crimen; desde hacerles consumir hachís sin que lo sepan hasta llevarles -como si fuera obra de la casualidad- a un grupo de apetecibles bailarinas ucranianas. Habrá otras situaciones por el estilo, menos verosímiles que simpáticas. Se destaca una coreografía, al comienzo, con todas las mujeres vestidas de luto, indiferenciadas, en el cementerio del pueblo, donde los muertos de ambas religiones yacen separados. Una secuencia eficaz que hace pensar que acaso esta película habría funcionado mejor como un musical completo.
Fábula encantadora y una lección de tolerancia No se sabe el nombre del lugar donde transcurre esta fábula: un pueblito aislado entre montañas, cercado por terrenos minados. En él conviven dos comunidades diferentes y eso está a la vista desde el principio, cuando las mujeres, todas de negro, atraviesan una zona desértica rumbo al cementerio: unas llevan cruces, otras, el velo islámico. En esa sugestiva escena inicial van caminando al mismo tiempo que bailan, todas similar coreografía, expresiva del dolor que padecen, que es el mismo: han perdido a sus hijos o a sus maridos; también son las mismas las penurias que deben sobrellevar. Y es el mismo el enemigo al que deben desterrar: la guerra que ha dejado esas profundas cicatrices. Harán todo lo que puedan para defender la provinciana paz en la que han aprendido a convivir. Y deberán poner en práctica esa determinación cuando la televisión les traiga la noticia de que en algún lugar del mismo país se ha reencendido la mecha de la violencia entre musulmanes y cristianos. Entonces, la hostilidad rebrota entre los hombres, crece cada día con cualquier pretexto: en ellos se reabren las heridas. Las mujeres, en cambio, le han dicho basta al sufrimiento. Y actuarán en consecuencia, aunque tengan que recurrir a trampas, ardides y aun al empleo de drogas. ¿Y ahora adónde vamos? está lejos de ser un film feminista. Es una fábula que Nadine Labaki, la excelente realizadora de Caramel , construye con singular atrevimiento formal: el tono de comedia prevalece y a veces trae a la memoria la picaresca de la commedia all'italiana , pero el drama está latente. La muy bella música -de Khaled Mouzanar, marido de la directora- acompaña en unos y otros casos y a veces suma el festivo espíritu de la danza, pero la posibilidad de la tragedia, siempre próxima, se concreta en una de las escenas más conmovedoras del film, donde Claude Baz Moussawbaa, que es en realidad directora de una escuela de música en un pueblo libanés, se revela como una actriz excepcional. La elección de muchos de los intérpretes entre los habitantes de Taybeh, Douma y Mechmech, ha sido un hallazgo (sólo son profesionales el musulmán que encarna al sacerdote maronita, el cristiano que personifica al imán y la propia Labaki, que se luce como la dueña del bar; y, claro, la troupe de artistas venidas de ex territorios soviéticos que en un momento harán su aporte a la causa de la pacificación), por la autenticidad que confieren al verdadero protagonista del cuento, que es el pueblo entero. Otro acierto no menor del film -y buena parte de su encanto- proviene de los escenarios elegidos y de las refinadas imágenes de Christophe Offenstein. Pero sin duda el mérito mayor corresponde a Labaki, que consigue hacer equilibrio entre tantos elementos y amalgamarlos para superar la un poco caótica presentación de los personajes del pueblo en el comienzo y hacer que la narración avance en un crecimiento constante hasta llegar a la plena emoción de las secuencias finales, mucho más elocuentes que cualquier discurso.
Demagogia a la moda Estrenada aquí cuatro años atrás, Caramel, debut como realizadora y coguionista de la también actriz Nadine Labaki, era una película claramente de fórmula, que la directora libanesa (dueña de una belleza espectacular, lo cual no viene al caso pero salta a la vista) salvaba tanto por su fluidez y ligereza narrativas como por el sincero interés que parecían despertar sus personajes. Todo eso desaparece en ¿Y ahora dónde vamos?, que el año pasado estuvo en la sección Un Certain Regard de Cannes, ganó el Premio del Público en Toronto y fue seleccionada por su país para competir por el Oscar, aunque no llegó a hacerlo. Aquí todo es no sólo calculado sino grueso, obvio, escandalosamente previsible. Caramel pintaba el pequeño microcosmos femenino de una peluquería de Beirut, y ese carácter menor, casi doméstico, la ayudaba. No sucede lo mismo en ¿Y ahora dónde vamos?, jugada a la más elemental alegoría política y de género. En tanto fábula, se justifica que no haya mayores precisiones de tiempo y espacio. La acción transcurre en una aldea alejada, en un tiempo en el que, pasando los límites de la aldea, cristianos y musulmanes se masacran sin piedad. Si eso no sucede aún en el poblado, donde vecinos de ambas confesiones conviven sin problemas –tanto como el cura y el imán–, es básicamente por obra de las mujeres, a las que pequeñas argucias permiten mantener el lugar en una suerte de fuera-del-mundo. Tanto cristianas como musulmanas, las damas del pueblo sabotean la radio del pueblo y destruyen la emisora de TV, de tal manera que las noticias no lleguen hasta allí (discutible política del avestruz, por otra parte). Hasta que un día el viento quiebra la cruz de la iglesia, unas cabras “profanan” la mezquita y se arma, finalmente, la de San Quintín. Planteada como comedia dramática política-musical, ¿Y ahora dónde vamos? fija su registro en la escena inicial. Las mujeres, todas de luto por sus hijos muertos o desaparecidos, entonan un lamento, hasta que de a poquito comienzan a bambolearse a su ritmo. Hasta ahí, todo bien: es éticamente sano y estéticamente productivo ir en contra de lo que, se supone, el sentido común impone. Pero hasta allí llegan los méritos del opus 2 de Labaki: de ahí en más, todo está puesto en función del mensaje. Mensaje bien subrayado y bien à la page, según el cual los hombres sólo sirven para asesinarse entre sí, y las únicas que pueden impedirlo son las bravas, generosas y altruistas señoras, capaces de hacer convivir amores y servicios comunitarios. Entre comidas y canciones, a las damas (la propia Labaki y alguna otra actriz profesional comparten cartel con un montón de amateurs) se les ocurre primero importar a unas bailarinas ucranianas con poca ropa para distraer a las bestias de sus novios y maridos, y más tarde probarán suerte con unas buenas tortas de hashish, cuestión de dejarlos fuera de juego. En el medio no hay nada: ni personajes, ni historia ni ilación. Nada que se salga de la demagogia, la simplonería, la búsqueda de consenso a cualquier precio.
Conspiración de mujeres Un pequeño pueblo del Líbano, aislado del mundo por caminos en los que hay minas antipersonales, a pesar de las dificultades y carencias, vive en paz. Sus habitantes son la mitad cristianos, y la mitad musulmanes. Hace un tiempo, no muy lejano, hubo un enfrentamiento entre ambos bandos en el que murieron muchos hombres del lugar. Hijos, esposos, hermanos, todos siguen siendo llorados por sus mujeres, que mantienen una hermandad que tiene ese dolor como punto de encuentro, y que las convierte en una fortaleza que luchará por mantener la paz. Cueste lo que cueste. Esta película es inclasificable en cuanto a género, ya que, si bien el marco general es el de una comedia, hay escenas de mucho dramatismo, y otras que se acercan al musical. Esta mezcla de géneros logra ilustrar el universo interior de estas mujeres, quizás de todas las mujeres, en el que conviven el dolor, el duelo, la alegría, la fuerza, la picardía, el romance, el coraje, la esperanza. Ellas están dispuestas a todo para preservar la paz del pueblo, y por ende, la vida de sus seres queridos. De sus hombres queridos. Es un filme que, sin fanatismos ni banderas feministas, exalta lo mejor del género femenino: ubica la figura de la mujer como el ser inteligente, reflexivo, capaz de un amor que trasciende el vínculo de sangre. La directora y co-guionista, Nadine Labaki, resalta la amistad, la solidaridad entre las mujeres (incluso las que llegan de fuera del pueblo), y cómo esos sentimientos pueden ser guías para una comunidad. Los hombres, en cambio, son viscerales, actúan en base a pura reacción, sin pensar en el sacrificio que eso implica. Si hay equilibrio, es claro, es gracias al acuerdo tácito entre las damas. Un film encantador, en el que se cuela una profunda reflexión sobre las diferencias culturales y religiosas, y la violencia que pueden llegar a generar. Con inteligencia y humor, Labaki aborda el tema: al fin y al cabo, la línea entre las religiones es tan fina como el caminito que separa el cementerio cristiano del musulmán.
La actriz y directora libanesa, Nadine Labaki, nos transporta en su última película a la realidad de su país, donde conviven dos religiones tan opuestas como son el catolicismo y el musulmanismo, y nos demuestra los efectos que esta convivencia tan poco pacífica genera en un pueblo pequeño. Lo trillado desde lo local El conflicto de lo religioso en el Líbano no es una novedad, las peleas entre las diferentes culturas y etnias es moneda corriente en casi todo el mundo. ¡A esto le sumamos un poco de la famosa guerra de los sexos y voila! Tenemos una película. Parece que esa fue la receta con la que se gestó ¿Y ahora adónde vamos? La película nos muestra desde el punto de vista femenino una nueva manera de resolver un conflicto tan habitual. Situado en un pequeño pueblo del Líbano, conocemos a un grupo de mujeres dispuestas a conseguir su cometido: que los hombres del pueblo no se enteren de que en la capital del país los católicos y los musulmanes están, prácticamente, en guerra. Si ellos se enterasen de dicha situación, generarían también una importante revuelta en el pueblo y terminarían, como ya ha pasado, matándose los unos a los otros. La protagonista de esta historia es Amale, una mujer católica que perdió a su marido en un conflicto similar al que ahora está tratando de parar. Amale es la dueña del bar del pueblo, donde se juntan los hombres a beber y charlar, y está enamorada de manera platónica del pintor musulmán que realiza las refacciones de su negocio. Así que tenemos dos ejes sobre los cuales se debería basar la trama, la historia del pueblo y las religiones, junto a la historia amorosa de la protagonista. El problema es que todo queda en nada. El que mucho abarca, poco aprieta ¿Y ahora adónde vamos? es una película que se queda a mitad de camino en todo, y que parece realizarle la pregunta que lleva por título al espectador una y otra vez. No termina de cerrar las historias que abre, por ejemplo, al final del film no tenemos idea de qué pasó con la historia de amor de la protagonista. Empieza con aires de musical dramático, muta en un drama, después en una comedia, otra vez un par de canciones, drama y final feliz. Realmente es imposible generar empatía con los personajes que nos presenta, porque jamás llegamos a conocerlos en profundidad. El guión es confuso realmente y genera baches en la historia, situaciones con las que es imposible que el espectador se identifique. Hay una escena muy triste en la película que lleva al espectador a la lagrima fácil, y acto siguiente, todas las mujeres del pueblo cocinando brownies con marihuana y cantando como si nada hubiese pasado. Es poco entendible como puede suceder todo eso en una misma película, en 10 minutos. Empiezo a creer que es una cuestión meramente cultural. Conclusión No quiero ser injusta con Labaki, quien realizo al menos un buen casting y una gran dirección actoral. Creo que la historia podría haber sido una muy buena película, ya que el conflicto que plantea, desde una mirada femenina, puede funcionar; pero se queda en el ni, en el híbrido, en no ser encasillable en ningún género y querer estar en todos. Sólo puedo pensar que mi percepción occidental no me dejo comprenderla del todo.
Cómo preservar la paz hogareña Es irregular, y se le pueden observar algunos defectos de forma y de egocentrismo a la segunda película de Nadine Labaki, directora, guionista principal, coproductora, mujer del músico y protagonista a cargo del personaje conductor más lindo y lúcido de la obra. Bueno, ella no tiene la culpa de ser tan linda, pero si de lo otro, y de rodearse de mujeres tan feas. Por suerte, fuera de esos detalles, la obra es bien entretenida y bastante placentera, amén de necesaria. Aclaremos, no es exactamente una comedia en el estilo de la anterior, «Caramel». En la que ahora vemos hay muertes, situaciones graves, un trasfondo muy serio: el sectarismo, los choques entre vecinos de distinta creencia, el instinto tribal. En este caso, la acción se desarrolla en un pueblito perdido. Los vecinos tienen iguales gustos, trabajos y aspiraciones, se conocen desde siempre, y a la noche se juntan a ver televisión en el único aparato del pueblo. La única diferencia es que unos son cristianos coptos y otros musulmanes. Y el problema es que, por el noticiero de la TV, cualquiera de esas noches podrían enterarse de los enfrentamientos que están ocurriendo en el resto del país. Para que no se enteren y se distraigan en otras cosas, las mujeres del pueblo se las ingenian, hay que ver cómo. Desgraciadamente un día pasa lo que tiene que pasar. Aun así, ellas seguirán en busca de soluciones. Activan las neuronas buenas de sus hombres, y mejor todavía las neuronas zonzas, procuran hábilmente que los jefes espirituales del lugar «reinterpreten» los textos sagrados e impongan la calma y la cordura, y aplican, por supuesto, el método Lisistrata de chantaje sexual. Ese es el planteo, dicho en líneas generales. Para desarrollarlo, Nadine Labaki mezcla eficazmente comedia aristofánica de actualización feminista y viejo cine comercial árabe, amigo de entrometer canciones a cada rato. No es mala idea, si se quiere llegar a su público. De hecho, en Líbano y otros países árabes desbancó todos los grandes estrenos hollywoodenses del año. Y acá, como allá, también puede desbancar a más de una espectadora, apenas su peor es nada vea semejante belleza e inteligencia. Eso si, como jefa debe ser medio brava.
La incesante búsqueda de la paz Un pueblo integrado por cristianos y musulmanes en una zona de conflicto de Medio Oriente: la película no especifica geográficamente cómo se llama ese lugar, pero ese es el marco que elige la directora libanesa Nadine Labaki (‘Caramel’) para plantear la necesidad de la convivencia en armonía de grupos religiosos diferentes. La anécdota es simple. Ante los constantes enfrentamientos de las familias de diferentes religiones que conviven ancestralmente en el mismo espacio geográfico, las mujeres del grupo, temerosas de un mal mayor, deciden unirse y trabajar por la paz. HUMOR Y STRIPPERS Como en ‘Lisístrata’, la comedia de Aristófanes, donde el elemento femenino recurría a la abstinencia sexual para que los hombres no se enfrentaran ante el conflicto con el Peloponeso, las señoras de la aldea en cuestión, deciden utilizar pequeñas trampas para entretener los hombres y terminar con las rencillas. La directora libanesa Nadine Labaki (también protagonista de su filme, en el papel de Amale, una mujer del pueblo) elige el humor, como Radu Mihaileanu en ‘La fuente de las mujeres’, con un tema semejante, para suavizar elementos melodramáticos que podrían intensificar la aspereza temática de su historia. El recurso de las strippers rusas y la incorporación del ‘hachis’ en las bebidas destinadas al consumo masculino, son algunos de los recursos que, a la manera, de ciertas comedias mediterráneas, logran cambiar el clima de un filme. Elementos costumbristas enriquecen un relato que cuenta con un interesante plantel de actores maduros y unidos a la bella Nadine Labaki (en el papel de Amale), directora y actriz, integran una agradable reflexión sobre la necesidad de que la paz vuelva a ser una constante de sus vidas.
Sin rumbo La directora de la bastante más interesante Caramelo (también protagonista de ambos films) apela en su segundo largometraje al pintoresquismo for export, al patetismo pueblerino y al artificio (varias secuencias musicales poco inspiradas) para describir la lucha de un grupo de mujeres por aliviar las tensiones religiosas entre musulmanes y cristianos dentro de una comunidad del Líbano, que vive entre carencias múltiples y minas que pueden explotar en cualquier momento. Una tragicomedia que ha ganado varios premios en festivales internacionales (incluídos algunos del público), pero que para mi gusto resulta torpe, grotesca, caótica (con algo que recuerda al peor Emir Kusturica) y decididamente manipuladora. El riesgo, por lo tanto, corre por cuenta del lector.
UNIDAS POR LA PAZ Otra película sobre un grupo de mujeres que buscan la paz en medio de un país intolerante y polvoriento. La cosa es entre musulmanes y católicos. Como siempre, los hombres son una sarta de fanáticos que no entienden razones y sólo saben pelear. Y ellas se encargarán de explorar otros caminos. La escena inicial define el rumbo de toda la película: en un cementerio donde reposan unos y otros (la muerte siempre iguala) un grupo de mujeres baila; unas llevan velos y otras, crucifijos. Y juntas seguirán peleando para que vuelva la paz. Más allá de las buenas intenciones, el film es cursi, forzado, candoroso, una historia imposible que combina pasos musicales con apuntes costumbristas. Los personajes (sobre todo ellos) son de madera y las señoras hacen lo que pueden con sus pobres papeles. Una fábula sin gracia contra la intolerancia que quiere ser pintoresca, simpática y edificante. Pero no hay caso.
La ciudad de las mujeres El mayor problema que podría presentar este filme reside en la secuencia inicial. Se trata del segundo que se estrena en nuestro país de la directora nacida en el Líbano y educada en Francia. Esas primeras imágenes de impactante belleza visual, y melancólica banda sonora, lograrían, si alguien quisiera, y me adhiero, hasta ser elegidas para que permanezcan en la historia del cine, y al mismo tiempo podrían definirse desde lo estético–narrativo como un gran translación al cine de la obra poética de la argentina Alejandra Pizarnik (1936-1972), conocida como la poetiza de la muerte. Así de impactantes, así de bellas son. Entonces, ¿cuál sería el problema? Ante ese inicio el espectador, que ya quedo atrapado, espera más, o hasta se produce la sensación de no desear que se termine, que continúe con lo que esta mostrando. Pero no. La realizadora tiene una fabula para narrar y la encuadra en la estética de un cine convencional de estructura clásica. Esta claro que es casi del orden de lo imposible, salvo raras excepciones, sostener durante toda la narración ese nivel de excelencia. Muchas veces el empecinamiento por realizarlo obnubila la visión del director quien termina por olvidarse del público y que su obra esta dirigida a ellos. Nadine Labaki fue reconocida por “Caramel” (2007), ganador de varios premios. Ahora apuesta un texto mucho más profundo, más comprometido, si bien no deja de tener una mezcla de géneros, donde la comedia se hace presente, es de tono costumbrista. También en ese entrecruzamiento tienen preponderancia elementos tan disímiles de aquellos que pertenecen al musical de otros más cercanos a la tragedia, casi griega se podría agregar, aunque alguien pueda hacer referencia a ciertas operas como ejemplo de musical trágico. En este filme varias escenas musicales se encuadran dentro de la fantasía de los personajes, mientras que la tragedia se universaliza en cada fotograma en función de hacer avanzar al relato en forma lineal. La historia se presenta como atemporal y sin definir un espacio geográfico determinado, es identificable como de una zona rural de medio oriente, y se centra en un grupo de mujeres de diferentes cultos al que las une el deseo de proteger a sus familias y a su pueblo no sólo de las amenazas externas, sino del fanatismo demasiado arraigado en su propia cultura. Expresando una gran perspicacia y unidas por una amistad construida por la identificación sobre el dolor, se muestran como un grupo inquebrantable estas mujeres sólo tienen un objetivo: distraer la atención de los hombres del pueblo enfrentados en una guerra sin sentido por sus creencias religiosas, para que olviden sus diferencias y amalgamen sus coincidencias. Lo que podría haber sido una obra feminista, gracias a la sutileza instalada por la directora, también actriz, se transforma en un alegato contra la violencia. Todo esto sustentado en una dirección de fotografía que hace jugar a los escenarios elegidos como un personaje importante, al mismo tiempo que la música le da los tonos y los climas necesarios para terminar de constituirse como un filme a tener en cuenta. (*) Obra que Federico Fellini realizó en 1979.
Culpables de las guerras Tragicomedia sobre un grupo de mujeres dispuesta a todo con tal de impedir que los hombres de un pueblo libanes se maten entre ellos. A pesar de comenzar de la mejor manera, con mucha sutileza e ingenio, a medida que la película se va acercando a los momentos más fuertes del conflicto la trama se desborda en discursos condenatorios y resoluciones apuradas donde todo parece indicar que los hombres son todos unos animales y que las mujeres son unas santas. Lo más interesante de la historia ocurre solamente durante el comienzo. Allí es el único momento donde con ingenio y talento se van narrando los distintos hechos que van dividiendo al pueblo más y más. Cada acción y reacción se observa con atención y fluidez. Incluso es muy interesante que el desencadenante provenga de las propias mujeres quienes en su intento de tapar el clima de odio terminan provocando una reacción en cadena donde los símbolos sagrados de ambas religiones (cristianos y musulmanes) terminan siendo profanados. Debido a que toda la trama gira entorno a la pelea entre musulmanes y cristianos, es asombroso notar el marcado tono agnóstico de la película. Lo cual hace muy difícil tomársela en serio cuando vemos como continuamente los distintos símbolos y santuarios religiosos no son respetados apropiadamente. Por un momento, tal vez al comienzo, uno estaría equivocado en ser demasiado exigente en este aspecto (después de todo es una comedia), pero son los repetidos incidentes trágicos e irrupciones de violencia extrema que evitan que uno se aparte de este conflicto muy real para comprender la alegoría que la trama intenta representar. Es decir, es aceptable que el pueblo este dividido en dos y que ante el menor acto de vandalismo el otro tenga la culpa, pero sostener que unas prostitutas externas van a resolver el conflicto es absurdo. El mayor problema de la película proviene de la indecisión de como abordar el tema, por momentos estamos ante una comedia costumbrista, luego en una tragedia extrema y por último en un musical simplista. En ningún momento estos tres elementos parecen tener armonía y por ende todo se desploma. Los números musicales de baile o canto resultan pobres y fuera de lugar, la tragedia alcanza límites desmesurados donde una madre le dispara a su propio hijo y la comedia se nutre de un absurdo que a pesar de ser pintoresco no convence ni entretiene. Tal vez otro inconveniente de la película, sea la postura claramente sexista del problema. La división en géneros de un tema tan amplio como la religión debilita considerablemente a el relato. Incluso la visión pacifista de las mujeres contrastada con el mundo bélico de los hombres es una manera demasiado simple y burda de llevar la trama. Sintetizando, ¿Y ahora adonde vamos? apela a un conflicto al cual no desarrolla ni explota y para colmo lo narra de formas tan variadas como imposibles de unir.
Limbo A veces en una película la intención no alcanza para lograr completar la idea o la finalidad con la que se hizo. Es obvio que hay un mensaje, pero en la forma (y cómo se ejecuta) es donde reside el éxito o el fracaso. Con ¿Y ahora adónde vamos?, segundo largometraje de la libanesa Nadine Labaki, es posible plantearse algunas de estas cuestiones. Aquí, su audaz mirada sobre el mundo femenino en su país de residencia, elemento que demostró con mayor firmeza en su predecesora Caramel de 2007, aparece opacado por una auténtica ensalada de géneros y un tono idílico que alterna la comedia y el melodrama sin llegar a ser ni lo uno ni lo otro. El film relata cómo en un pueblo conviven cristianos y musulmanes de forma pacífica a raíz de la intervención ocasional de las mujeres y los líderes religiosos de cada religión, evitando la repetición de un derramamiento de sangre. La intervención pretende ser casi inadvertida, ya sea cambiando de canal cuando aparecen noticias que puedan fomentar el rencor entre ambos bandos o generando entretenimientos que los lleve a convivir sin marcar sus diferencias religiosas. Todo es positivo hasta que una serie de eventos complican la convivencia y alimentan los odios que se dan afuera de este pueblo que carece de denominación. Los momentos de comedia se dan cuando las mujeres muestran hasta qué punto son capaces de intervenir si los hombres comienzan a mostrar sus deseos belicosos, llegando incluso a invitar un grupo de bailarinas ucranianas para “animarlos” (un detalle casi de realismo mágico). El melodrama, el golpe bajo, aparece para mostrar la fortaleza de la decisión de evitar derramamientos de sangre a cualquier precio. El problema surge en que cuando aparece un elemento tan pícaro e interesante para la comedia, el drama parece desbaratar cada secuencia, haciendo que los personajes parezcan poco naturales e incoherentes. Esto se acentúa aún más hacia el final, donde la resolución idílica ata cabos de una forma un tanto brusca, casi manifestando un deseo de la directora que parece tener poco que ver con la película. Pero ¿Y ahora adónde vamos? no es una película poco interesante. A pesar de todas sus irregularidades, el retrato íntimo de la femineidad que construye esa hermosa actriz y directora que es Labaki cuenta con un tono personal que recién en la amalgama con géneros e intenciones se pierde en el medio de la nada. Como en el Limbo.
Una encantadora fábula que conjuga el amor y la tolerancia, y nos invita a recapacitar acerca del respeto hacia el que piensa distinto. Todo se desarrolla en una región donde habitan un grupo de personas de distintas religiones: cristianos y musulmanes, en un principio supuestamente viven en armonía, pero algo esta sucediendo: estalló la violencia en una ciudad cercana, por esta causa intervienen las mujeres para proteger a su familia ante cualquier amenaza. Hasta tal punto es la situación que vive este pueblo que en la primera escena vemos varias mujeres de distintas edades vestidas de negro, que viven su duelo, mientras llevan su cajón, con fotos de sus familiares, inclinan sus cabezas y se golpean su pecho, (aquí con una gran estética se realiza un cuadro musical) y luego vemos la división del cementerio que se encuentra bien marcado, de allí surge su título. En esta nueva historia que nos trae la actriz y directora libanesa Nadine Labaki, tiene una visión bastante femenina, como ocurría en su anterior film “Caramel”, donde nos relata como viven un grupo de personas en un pequeño pueblo del Líbano, ellos profesan diferentes culturas y religiones, y esta convivencia esta a punto de estallar. Las mujeres son las que toman las riendas de la situación, inventando estrategias, para que estos hombres se unan. Para ello primero los distraen utilizando todo tipo de maniobras, los mantienen entretenidos, porque si saben que en la capital del país los católicos y los musulmanes están casi en guerra; estos hombres una vez mas se pelearan a muerte, y ellas no quieren perder a sus hombres. Parte del plan lo organiza Amale (Nadine Labaki) dueña de un bar, y es aquí donde los hombres se van a reunir a charlar, beber y a relacionarse, uno de ellos se va a encargar de pintar el lugar y Amale aunque él no lo sabe esta enamorada. Todos ellos pasan su tiempo teniendo día a día sus mentes ocupadas. Ellas hasta contratan un grupo de coristas de Ucrania para esto e impiden que la televisión funcione para mantenerlos aislados de las noticias. Pero cerca de la región hay mucha tensión, un joven es herido y su madre Takla (Claude Baz Moussawbaa) debe esconder su dolor y dice que su hijo tiene paperas, pero esto cada vez se hace más difícil. La situación ya no se sostiene y ellas continúan manejando su ingenio. Esta historia se desarrolla en un pueblo de la montaña, aislado de todo, entre las situaciones dramáticas predomina alguna sonrisa, (mezcla muy bien la comedia y el drama), también emociona. Posee buenas coreografías y fotografía, tiene una gran estética y algo para valorar: gran parte del elenco está compuesto por habitantes de la zona y logran destacarse actoralmente.
Un modesto plan para terminar con la guerra La directora Nadine Labaki, libanesa y cristiana, imagina una historia con las mujeres como motores del cambio en "Y ahora dónde vamos". Hay muchas formas de contar un drama. La directora libanesa Nadine Labaki elige la tragicomedia en Y ahora adónde vamos para abordar el enfrentamiento entre cristianos y musulmanes. La escala es un pueblito con más cabras que hombres, en el que las mujeres están cansadas de llorar a sus muertos. La película comienza con el cortejo coreográfico de las mujeres enlutadas, con la mano derecha sobre el corazón. Van rumbo al cementerio que el camino de tierra divide según la religión que profesan. También los jefes de las dos iglesias están preocupados, porque la furia de afuera destruye la convivencia en el pueblo rodeado de alambres, en el que las minas enterradas son una amenaza constante. Nadine Labaki, que también desempeña el rol de la cristiana Amal, ha expresado en entrevistas la mezcla de amor y odio que siente por su patria, siempre sumida en conflictos fraticidas. En su segunda película (la anterior fue Caramel) cambia el tono y urde un plan disparatado, con el que las mujeres intentan frenar la ola de violencia que las envuelve. Con mucho humor, la película parece tomar el atajo de la comedia, pero, de a poco, el ambiente se enrarece. El humor es otra forma de la desesperación. El pueblo, que espera cruzar el umbral del sigo XX al XXI, cuando logran cobrar altura para la señal de televisión, se conecta con el resto del mundo por el comercio de sus productos. Es gente sencilla, trabajadora y piadosa pero cualquier chispa, en la iglesia o en la mezquita, desata una furia ancestral. Sólo las mujeres parecen convencidas de que no entregarán a sus hijos a la muerte segura. El grupo de actrices logra verosimilitud hasta en los detalles más pueriles. Son intérpretes de gran potencia dramática y la directora las deja hacer. Las mujeres del pueblo piden ayuda a otras mujeres para distraer a sus hombres. Van probando estrategias en campo minado. Hay atisbos de romance entre Amal (intensa Labaki en el juego de seducción de las miradas) y Rabih (Julien Farhat). Cuando se desata el drama, se come la película la actriz Claude Bazz Mossawbaa en el rol de Takla. Un gran trabajo que marca el punto de inflexión de la película. La música acompaña los momentos como un personaje festivo o doliente, según el caso, porque Labaki comparte muchas preguntas, sobre el destino y la capacidad de amar que exige sacrificios sobrehumanos, con el telón de fondo de las religiones y sus ritos. "No aprendieron nada de nada", grita Amal a los hombres. Hay en la síntesis y las metáforas una esperanza puesta en el género que no quiere pagar más el costo de la guerra.
La historia sin fin "¿Y ahora adónde vamos?" es una película polémica de la directora libanesa Nadine Labaki. Polémica por la temática que aborda, las tensiones entre musulmanes y cristianos en un pueblo del Líbano, pero por sobre todo, es polémica por la combinación de géneros que decidió elaborar para contar la historia. Comedia, Drama y Musical se entremezclan en un raro cóctel que cosechará amantes y detractores por montones. A simple vista, el mix de géneros no parece tan extraño, hemos visto trabajos del estilo como "La familia Savage" o la mismísima "Caramel" dirigida también por Labaki. El tema es que aquí la convivencia de los géneros se torna violenta, con cambios abruptos que pasan de una escena con humor a lo "Bridget Jones" a momentos de tensión y suma tristeza dignos de un film de Aronofsky, y de repente aparece una coreo cantada al estilo "8 Mujeres". El efecto positivo o negativo dependerá de cada una de las personas que tengan la oportunidad de verla. Personalmente creo que la cohesión ha sido un poco torpe y forzada, pero no por eso deja de ser una buena peli con algo importante para decir. La trama se centra es un grupo de mujeres que se esfuerzan constantemente, a veces teniendo que sufrir mucho, para mantener la paz entre los hombres musulmanes y cristianos que habitan el pueblo. Tratan de proteger a sus esposos, hijos, nietos, hermanos, de la locura religiosa que los lleva a estar en constante batalla, una batalla que termina tomando de rehenes muchas veces a los más jóvenes, quienes sufren las consecuencias de una guerra que parece ser la historia sin fin. Me resultó muy interesante, sobre todo porque la directora pone en pantalla la visión de las mujeres que deben lidiar día a día con este conflicto, como lo viven ellas. La cinta tiene algunos momentos realmente magistrales, algunos de comedia bien afilada y otros de drama desgarrador que pasean al espectador por una montaña rusa de sensaciones. El problema es que la montaña rusa no es para todos, algunos la disfrutan muchísimo, mientras que otros terminan mareados y con nauseas, sobre todo si los cambios de pendiente son tan abruptos como en "¿Y ahora adónde vamos?".
Tragedia y humor de una misma realidad La actriz, guionista y directora libanesa Nadine Lakabi se dio a conocer, en su país y en el mundo, con la película Caramel , donde retrató el microcosmos femenino a través de pequeños episodios que ocurrían en una peluquería de mujeres de Beirut. Luego se llamó a silencio para ser madre y cuatro años después retomó la profesión con esta nueva muestra de su creatividad, en la que combina géneros fílmicos y conjuga el drama con la tragedia y el humor, haciendo que estas variables formen parte de una misma realidad. La historia se desarrolla en un pueblo aislado, rodeado de montañas y sitiado por francotiradores que mantienen viva la confrontación entre cristianos y musulmanes. Sin embargo, en ese pueblo reina la convivencia, fundamentalmente por la intervención de los máximos responsables de ambas religiones y la acción pacificadora de las mujeres. Porque para la directora, "las mujeres son las madres de la paz y los hombres, los hijos de la guerra". Las mujeres sabotean la radio del pueblo y destruyen la emisora de televisión para evitar que las noticias sobre enfrentamientos entre musulmanes y cristianos puedan ofuscar a los toscos, algo primitivos y machistas hombres del pueblo. Inclusive recurren a otros ardides, a veces un poco infantiles, para mantener a los hombres ocupados y así alejarlos de un eventual campo de batalla. Ese panorama de relativa paz se altera cuando el viento quiebra la cruz de la iglesia y algunas cabras aparecen misteriosamente dentro de la mezquita. Y en este caso, las mujeres deben extremar sus acciones para evitar, como dice el refrán, que la sangre llegue al río. La directora comentó que la historia está inspirada en personas de su propia familia. El relato comienza con un grupo de mujeres, cristianas y musulmanas, todas vestidas de negro, avanzan a través de un campo desértico para dirigirse a sus respectivos cementerios. Una foránea del pueblo comenta que están divididos hasta en la muerte. Los personajes de esta fábula fueron asumidos por habitantes de tres pueblos y los únicos actores profesionales son los que componen al imán y al sacerdote maronita, mientras que la directora compone a la activa Amal, la dueña del bar y la más bella del pueblo. La película incluye temas y coreografías musicales creadas por Khaled Mouzanar, marido de la directora. La canción Hashishit albe es toda una celebración de la vida, a pesar de las dificultades que deben afrontar los habitantes del pueblo. La directora plantea desde el título un interrogante que sería habitual en su país y aún espera una respuesta. Y pretende que su filme adquiera la dimensión de alegato contra las violencias cotidianas y las guerras. Un propósito de absoluta actualidad.