Propuesta indecente Hace algunos meses pudimos ver el enfoque de un grupo de gente de la tercera edad (seguramente alguien que lea va a odiar este encasillamiento, pero cómo decirlo?), ingleses todos ellos, que buscaban en un supuestamente exótico hotel en la India una forma de pasar su vejez de una forma diferente. Esa película deliciosa es "El exótico hotel Marigold" (Critica aquí) con un elenco realmente soñado. Ahora, un dreamcast con mayor aroma francés pone nuevamente en el ruedo casi el mismo tema, pero planteado desde un enfoque diferente, con una vuelta de tuerca quizás un poco más apuntada a sobrellevar con dignidad y en compañía de los amigos los achaques y las cosas que van apareciendo a medida que pasan los años. Comparten también en común, el foco principal de atracción del film que es indudablemente el elenco que ha logrado reunirse para tomarse con algo de humor casi autoreferencial, que ya son actores de una vasta trayectoria, actores de la tercera edad (ups, lo dije otra vez!) y sobre todo parece aún más interesante la inclusión dentro del grupo de Jane Fonda, no solamente por la sutil rareza de verla hablar en Francés sino por la vitalidad que exuda en pantalla, tan lejana a representar una septuagenaria. Por más que tenga los años que tenga -y la cantidad de cirugías que no pueden ocultarse-, se la ve hermosa en pantalla, super fresca y vital (completamente opuesta a la macchieta de una hippie de antaño en el último film de Bruce Beresford, "Peace, Love and Misunderstanding" donde juega el rol de la madre de Katherine Keener cayendo más cerca de una caricatura que de la interpretación mucho más acertada que logra en este film francés). Y además de Fonda, están aquí también un delicioso Pierre Richard, dos monstruos del cine francés como Claude Rich -divertisimo con su lujuria senil- y Guy Bedos -el cascarrabias del grupo- acompañados por Géraldine Chaplin, todos ellos muy naturales y frescos a la hora de tomarse con un poco de humor, las penurias que deben estar pasando ellos mismos. La idea de estos sexagenarios (o un poco más...) que han mantenido una amistad por mas de 40 años, de afrontar la vejez viviendo todos juntos a fin de poder sostenerse en una especie de comunidad amistosa tiene en la lectura de Robelin algunos costados demasiado previsibles. El guión tiene una estructura clásica de los que saben combinar el humor y el drama por partes iguales y dentro del humor, elige un tono simple y directo, mostrando además a este grupo de jubilados en una contraposición subrayada y obvia con el rol que juega dentro de la trama el personaje de Daniel Brühl (a quien vimos en "Good Bye, Lenin" y más recientemente en "Bastardos sin gloria" o "7 días en La Habana"), un auxiliar que se vincula con el personaje de Fonda y de sus charlas saldrá esa conclusión adocenada que el amor, el deseo, el sexo, la pasión, el humor y las ganas de vivir están presentes a cualquier edad, por más insólito que le parezca a los jóvenes. De la otra orilla, es justamente esa simpleza y ambivalencia de la narración entre la comedia y el drama, lo que le da un valor agregado porque aún con esa "limitación" en un guión más simpático que creativo, consigue el objetivo. Y más allá del registro de comedia liviana con el que el director va narrando la historia, jamás se pierden de vista los temas que aparecen casi inexorablemente en una historia como ésta. Tanto la enfermedad, como la vejez, el deterioro, los abandonos, la tristeza, aparecen cada uno en su justa medida sin perder de vista el humor pero sin negar este sabor agridulce que también aparece. Y temas que quizás serían más complicados de sostener desde el drama más concreto, se pueden incluso tomar con humor y abrir entonces el tema sin caer en el melodramatismo. Si bien el guión tiene algunas "fallas" y cae en algunos "sentimentalismos" -dificilmente evitables por el tono elegido-, el elenco absolutamente impecable logra con su frescura, hacer de cada una de las situaciones una clase de actuación y ser ampliamente convicente en esta idea de convivencia mediante una historia liviana, fresca, muy agradable y sin dejar la reflexión completamente de lado. También el relato se estructura inteligentemente de forma tal que cada uno de los protagonistas pueda tener un momento particular de lucimiento actoral. Tanto Jane Fonda como Géraldine Chaplin, cada una en su personaje, están absolutamente aprovechadas en todas las tonalidades que les permite el juego y realmente el director sabe explotar sus potencialidades al máximo. Y por supuesto que el terceto masculino no se queda atrás. Pierre Richard (ese que nos deleitara con "Alto, Rubio y un zapato negro" "La Carrera de la cebolla" "Mala Pata" y tantas otras comedias famosas) le saca jugo a su papel, quizás el más interesante porque haciendo de este enfermo de Alzheimer un olvidadizo querible, sensible y con momentos realmente muy conmovedores, se roba las mejores escenas de la película. Claude Rich guarda ciertos secretos compartidos con las dos mujeres del equipo y es pura picardía mientras Guy Bedos, casi en las antípodas, completa el grupo con esa mezcla de cascarrabias y mala onda sin remedio. Una comedia sobre el tránsito de la vida (no importa la edad) de una forma diferente: absolutamente plena. Y uno sale renovado despues de ver "Y si vivimos todos juntos...?", renovando los votos para honrar la vida como decía Eladia Blazquez. Una película chiquita, pero encantadora.
Rebelde Way Stéphanie Robelin se anima a copar la pantalla grande con una comedia coral, tocando temas para nada seductores. Proyectada en el Bafici del año 2012, presenta la historia de cinco amigos: Claude (Claude Rich), fotógrafo y mujeriego empedernido, y los otros cuatro formados por dos parejas, Annie y Jean (Geraldine Chaplin y Guy Boedos) y Jeanne y Albert (Jane Fonda y Pierre Richard). Al verse en la última etapa de sus vidas, y luego de rescatar a Claude de una residencia para ancianos donde lo pone su hijo bajo la excusa de que va a estar bien cuidado, deciden mudarse todos juntos y cuidarse entre sí...
Jane Fonda y Geraldine Chaplin untas, en este homenaje a la amistad y a la vejez, segundo film del francés Stéphane Robelin que se estrena este jueves próximo. Después de varios años de su primer largo (Real movie, 2004) Stéphane Robelin realiza esa comedia dramática, cuyo tema es la decisión de un grupo de ancianos de vivir todos juntos con el propósito de cuidarse, para mitigar con esa unión, la decadencia física y el deterioro mental propio del inexorable paso del tiempo. Y así poder escapar de las instituciones a las que arriban y permanecen hasta su muerte. Considero bastante común en un grupo de amigos de toda la vida escuchar la expresión de este tipo de deseo. Lo que no es usual es llevarlo a cabo, hacerlo realidad. Para esto Stéphane Robelin eligió a Guy Bedos, Daniel Brühl, Geraldine Chaplin, Claude Rich , Pierre Richard y a Jane Fonda. Nuestro El hijo de la novia de Juan José Campanella. Argentina, 2001. La vida empieza hoy de Laura Mañá España, 2010. Lejos de ella de Sarah Polley, 2009. El amor de Robert, EE.UU, 2011, Las chicas de la banda de Geofrey Enthoven Bélgica 2012 y Nunca es tarde para amar. Alemania, 2009. Este último un film muy valiente y con escenas muy explícitas, sobre la sexualidad en la tercera edad. Son algunos de los films, que se han dedicado a tratar estos temas desde distintas perspectivas. Imposible no citar a Amour de Michael Haneke, Francia, Alemania Austria, 2012, reciente merecedora del Oscar como Mejor película extranjera. En este caso estamos hablando de una clase media alta con ganas todavía de disfrutar de los placeres de la vida. Una comedia que puede por momentos devenir tan trágica como cómica y donde el humor aparece en la cotidianeidad, en escenas más bien sutiles. Y lo que podría resultar dramático es vencido por la fortaleza de sus vínculos afectivos. A esta aventura se suma un personaje importante dentro de la trama. Un estudiante de etnología, que comienza como cuidador del perro de uno de ellos. Trabaja en una tesis sobre el comportamiento de las personas en la tercera edad, y a medida que la relación avanza se va a vivir con ellos y estos pasan a ser su objeto de estudio. Es importante en tanto aporta su sensibilidad para escuchar las historias personales y participar activamente en muchas de ellas. Mientras registra con su cámara la cotidianeidad de estos cinco amigos. La idea de su director es desmitificar la vejez, sobre todo en la actualidad, cuando el avance de la ciencia repercute sobre la extensión de la edad en las personas. Acá el miedo a envejecer, la proximidad con la muerte, la sexualidad y la soledad son revisadas desde estos cinco amigos. Excelentes actuaciones, y sutilidad emocional forman parte del film. A lo que se agrega un juego de imágenes que se contraponen: las que toma el soltero del grupo cuando se relaciona sexualmente con mujeres jóvenes a las cuales se les debe pagar. Y las fotos que toma en un hogar de ancianos el joven etnólogo en los días que el hijo de este mismo personaje lo ha recluido allí por un problema cardíaco. Esta serie sin lugar a dudas real- que además es posible haya sido obtenida de la realidad- resulta un exceso, en cierto modo un regodeo, que podría haber logrado el efecto deseado, con el veinte por ciento de las imágenes que se muestran. No obstante el film es agradable. Todo un homenaje a la amistad y a la vejez. Acerca del director Stéphane Robelin empezó a trabajar en cine en la década de los noventa como guionista y director de cortometrajes. Posteriormente realizó varios documentales, sobre todo para la cadena nacional francesa France 2. Su primer largometraje fue Real Movie (2004), estrenado en el Festival de Cine Underground de Danshanzi, en Pekín. “¿Y SI VIVIMOS JUNTOS?” es su segunda película.
Tratar de estar mejor ¿Y si vivimos todos juntos? (¿Et si on vivait tous ensemble?, 2011) tiene una ventaja inicial: sus actores. Geraldine Chaplin, Guy Bedos, Jane Fonda, Claude Rich y Albert Pierre otorgan a sus personajes la dosis perfecta de longevidad y juventud que necesitan. Juntarlos es la magnífica idea de un film que elige un lugar muy cálido y convincente para hablar de la vejez y la amistad. Frente a las complejas situaciones personales que les toca vivir a causa de su edad, cinco amigos desde hace cuarenta años (dos matrimonios y un amigo en común) deciden ayudarse viviendo todos en una misma casa. A esta pequeña comunidad se sumará Dirk (Daniel Brühl), un estudiante de etnología cuya tesis gira en torno a la ancianidad en Europa, y que también oficiará de ayudante y confidente de todos ellos. Cada personaje de esta historia tiene su carácter particular, sus mañas, sus imperfecciones; pero también su buen humor, sus virtudes, su alegría de vivir. La propuesta de la vida en común parece impensada al comienzo del film, pues juntar cada particularidad resultaría doblemente perturbador para cada uno de ellos. A pesar de que al principio la idea no les resulta muy convincente todos parecieran desear esta oportunidad por razones diversas y personales. Así como sucedía en El exótico hotel Marigold (The Best Exotic Marigold Hotel, 2011), que también retrataba un grupo de gente mayor, estos cinco “viejos” tampoco lo son tanto. Es decir, no aparecen representados como seres ausentes de deseos. Si bien cada uno tiene los propios, la sexualidad es un tema que por momentos adquiere bastante centralidad, y eso abre nuevas posibilidades a la historia. No sólo que se permite entrar en el tema de la vida sexual de la tercera edad sino que así la película consigue matices cómicos y distendidos más que oportunos -por ejemplo, Claude (Claude Rich) intentando conseguir viagra para acostarse con una prostituta-. Incluso historias del pasado de cada uno de ellos generarán algunas confusiones en el presente. El paso del tiempo, la muerte, las enfermedades, la amistad, el amor, son algunos tópicos que desarrolla el film. Hay ciertos aspectos que se muestran de manera más cruda, como Jeanne (Jane Fonda) buscando su propio cajón fúnebre. Aunque esto resulte algo extraño, lo cierto es que el director elige contar lo trágico de la vejez desde un lugar muy humano y sincero e incluso con algo de humor. Como si de verdad se tratase de la tesis de un etnólogo. Lo que propone el film de Stéphane Robelin es una auténtica rebelión en una sociedad marcada por lazos confusos, y con escasos indicios de solidaridad. Reivindica formas comunitarias que hoy en día muchos parecieran tener olvidadas. “¿Por qué dejar a un amigo sólo en un geriátrico si podemos vivir con él?” se pregunta uno de los personajes. Y, aunque la película muchas veces consigue momentos un poco tristes y conmovedores, nunca cae en lugares comunes ni deja lugar a los golpes bajos. Porque esta historia habla de construir, de seguir generando lazos, amor, y momentos felices aunque el tiempo dicte sus límites.
El jardín trasero de Haneke. Robelin se inspiro en una historia familiar para crear este entretenido film coral conformado por un grandioso elenco en todo sentido en donde cuenta la aventura de cinco amigos de avanzada edad que deciden irse a vivir todos juntos a modo de poder afrontar los diferentes situaciones – buenas y malas – que vivirán por el solo hecho de ser declarados “viejos” para la sociedad. Al igual que con Haneke, esta película está inspirada en una historia real y tiene a personas mayores como protagonistas, pero el film de Robelin va por un lado completamente opuesto, ya que se trata de una comedia dramática, donde predomina el humor simple y espontáneo, incluso cuando ambas películas comparten el hecho de tocar el tema de la vejez, el abandono por parte de los hijos y las enfermedades terminales...
Honrar la vida El segundo opus del realizador francés Stéphane Robelin aborda el tema de la vejez y la soledad de la tercera edad desmitificando todos los aspectos negativos y en franca apuesta al deseo de vivir cuando aún se tienen ganas de hacerlo. Los protagonistas de este film que mezcla con sabiduría momentos de comedia, humor y drama, atemperados con cierta crítica social de trasfondo forman parte de un elenco de lujo donde se destacan las actuaciones de Jane Fonda en el rol de Jeanne, quien intenta ponerle un poco de pimienta al último tramo de su enfermedad terminal para dejarle a su esposo Claude (Pierre Richard), quien padece trastorno de memoria reciente, el camino allanado junto a sus amigos de juventud entre quienes se destacan Geraldine Chaplin, casada y propietaria de una casa confortable en la que todos intentarán convivir para escaparle a los geriátricos y acompañarse mutuamente. Es de reconocer que estamos en presencia de un grupo de ancianos de clase media francesa, con recursos suficientes como para sobrellevar su situación, sin la intervención del estado o de la seguridad social, aspecto que el film no toca en ningún punto porque se concentra en las peripecias de sus personajes y en esta suerte de experimento de la tercera edad cuando la Europa contemporánea presenta mayores índices de expectativa de vida que hace unos años, experiencia que formara parte de una tesis de un joven etnólogo alemán que se une a los ancianos y registra en un documental su quehacer cotidiano. A diferencia de otras películas donde el tema de la sexualidad en la tercera edad o el deseo no se tiene en cuenta, en esta ocasión particular en Y si vivimos todos juntos aparece y siempre ligado al pasado como detonante de conflictos entre los hombres y las mujeres como parte de una subtrama que vuelve más atractiva la anécdota.
Reivindicación de los viejitos piolas El inexorable paso del tiempo no implica necesariamente el perecimiento de los ideales. Esa parece ser la idea central de varios films apuntados al público más veterano y narrados en tono de comedia. Es que, al igual que ocurría en Chicas del calendario y El exótico hotel Marigold, el asunto en ¿Y si vivimos todos juntos? pasa por la reivindicación de la veteranía. En este caso, Stéphane Robelin a través de un dream team de actores franceses y norteamericanos post-70 (Jane Fonda, Geraldine Chaplin y los franceses Guy Bedos, Claude Rich y Pierre Richard) en la piel de un grupo de amigos que se plantea la pregunta del título cuando percibe que los achaques de salud son mucho más que una amenaza. Si vivieran juntos, dirá uno de ellos, podrían cuidarse mutuamente, evadiendo las maldades inherentes a los nosocomios especializados. Claro que primero habrá que limar asperezas puertas adentro de los dos matrimonios, ya que ambos esconden una serie de secretos comunes que aquí no conviene revelar. El quinteto se completará con un joven alemán (el cada día más internacional Daniel Brühl) que está preparando su tesis doctoral sobre la tercera edad y encarna, claro, los ojos jóvenes obnubilados por la lozanía del grupo, sobre todo del personaje de Jane Fonda, que confiesa sin tapujos que aún hoy, a sus más de setenta años, masturba a los hombres tal como lo hacía en los '60. Si bien ese recurso del foráneo habla de una película bastante obvia para probar su hipótesis, Robelin logra insuflarse simpatía y ligereza a un relato leve, ameno y que sabe muy bien a quiénes le habla.
Comedia dramática francesa interpretada por adultos mayores, amena, simpática y levemente profunda, esa es la definición simple que podríamos darle a "Et si on vivait tous ensemble?", producción que trae a un cast lujosísimo... Anotá : Geraldine Chaplin, Jane Fonda, Claude Rich, Pierre Richard, Guy Bedos y Daniel Brühl (el pebete del grupo), leyendas realmente... Difícilmente semejante elenco pueda concretar una película mediocre. La ductilidad de los intérpretes abre la posibilidad de un abordaje relajado desde la dirección, ya que si bien cualquier historia ligada al destino de nuestros ancianos parece complicada (el público no elige ver este tipo de propuestas, la proximidad de la muerte, el deterioro físico y el abandono de los hijos hacia sus padres no son propuestas luminosas si el estado de ánimo no es óptimo), Stéphane Robelin elige un registro moderado, quizás poco comprometido para retratar los problemas que enfrenta un grupo de burgueses galos cuyos temas, no son económicos sino familiares, claramente. Sin embargo, es tanta la calidad individual de esta gente que termina por redondear un producto aceptable que nos hace pasar un buen momento, aunque nos deja con ganas de más... Veamos. "Y si vivimos todos juntos?" es una historia de varios amigos que llegan a los 70 y comienzan a ver que, a pesar de tener muchas cosas resueltas, los achaques y la falta de compañía y cuidado de sus hijos los afectan a tal punto que comienzan a barajar la idea de compartir hogar, para apoyarse en la etapa final de su vida. En cierta manera, el viejo espíritu setentoso de vida en comunidad, es lo que intentan recrear. Todos tienen sus temas, algunos con mayor deterioro físico, otros mental, algunos afectados desde lo relacional... Son un mosaico lindo. Sujetos cultos, unidos por un gran afecto y no dispuestos a ceder frente a lo inevitable: el cuerpo les comienza a jugar malas pasadas. Luego de una serie de problemas para poder seguir viviendo solos, tomará cuerpo la idea de que en la unión, prevalecerá la fuerza y pondrán en acto ir a vivir a una caserón con mucho estilo, desatendiendo la opinión de algunos hijos... Es entonces cuando a la banda de septuagenarios se le suma el alemán Brühl en el rol de un paseador de perros (aunque en realidad es etnógrafo) que se hará amigo del grupo, los estudiará con visión analítica y asistirá a la hora de solucionar los inevitables problemas (olvidos, accidentes, momentos de ira, etc). La selección francesa hace lo suyo con soltura. Son encantadores y están dispuestos a mostrar lo que saben. Rich, Richard, Bedos y Chaplin están muy bien, Fonda, la americana invitada (se mudó a París de joven en la historia), se apoya en su eterna juventud (es increíble lo bien que se conserva, a todo nivel) y se roba la película con su actuación. El problema con "Et si on vivait tous ensamble?" es que cuando arranca con la convivencia, elige abrir varias puntas para generar atención y evitar la concentración de emociones fuertes, con tono dramático. Elige plantear una historia de amantes antigua para instalar un escenario que minimiza el conflicto general de la película y lo empuja por caminos más convencionales. Es decir, el tema del planteo es serio. El desamparo de un grupo de europeos con dinero, pero sin soporte humano para enfrentar sus últimos años, es la cuestión que debería prevalecer. Pero Robelin comienza a desdibujar ese escenario con una historia de amor innecesaria (creemos) y la energía se va dividiendo. Incluso, las charlas entre los adultos mayores y Brühl que podrían tener mayor vuelo, se ven interrumpidas por historias laterales que le quitan profundidad. Más allá de eso, el film es agradable, delicioso para una tarde de domingo y es una alternativa más que aceptable para la cartelera de esta semana.
Gente que se hace compañía En algún rincón del corazón, los cinco "viejitos" protagonistas de esta agradable historia conservan aquella utopía que era común a muchos contemporáneos en los años 60 y 70: vivir en comunidad. Hasta ahora, cada uno siguió su camino e hizo su vida, aunque siguen siendo amigos desde hace cuarenta años y suelen reunirse en torno de alguna botella de buen vino, generalmente en la coqueta casa que tienen en las afueras Annie (Geraldine Chaplin) y Jean (Guy Bedos), uno de los dos matrimonios del caso. El otro lo integran Jeanne, una ex profesora de filosofía que parece veinte años menor (Jane Fonda), y Albert, cuya mente ha empezado a flaquear (Pierre Richard). ¿Falta uno? Sí, el solterón Claude (Claude Rich), que todavía se las arregla para seguir ejerciendo como irrenunciable donjuán, a pesar de que por sus problemas cardíacos el médico le ha prohibido terminantemente las pastillitas azules y su hijo quiere recluirlo en un geriátrico. Los achaques ya han empezado a manifestarse, como se ve, y hay también alguien que ha podido mantener en secreto la grave enfermedad por la cual su espíritu previsor le ha aconsejado recorrer casas funerarias para elegir el color del que será su ataúd. Pero hay otra amenaza que los preocupa más: la de terminar sus días en una residencia. De modo que alguien resucita aquella idea comunitaria de la juventud y formula la propuesta del título. Alguno puede resistirse en un principio a semejante cambio de vida, pero nadie duda de que la mano de un amigo va a resultar siempre más contenedora y cariñosa que la solidaridad profesional de un extraño de guardapolvo. Además, nadie va a sentirse solo con tanta gente de confianza haciéndole compañía, aunque de vez en cuando se discuta, se revuelvan viejas rencillas o se revelen antiguas traiciones. De modo que la mudanza se pone en marcha. Y de ahí en adelante habrá un poco de todo: tropiezos de salud, alguna tristeza, escenas risueñas, farsescas y un clima tibio, solidario, ligeramente melancólico, pero siempre agradable. ¿Y si vivimos todos juntos? es un cariñoso homenaje a la tercera edad, un asunto que el cine no suele frecuentar y que Stéphane Robelin trata sin ocultar su costado más dramático, pero apoyándose en lo posible en el humor, a veces farsesco, a veces ligeramente irónico (la fosa que se abre en el parque para la instalación de la piscina), a veces tiernamente poético, como en el final. Por otro lado, la incorporación de un personaje joven (el muchacho contratado para ocuparse del perro de Albert, que estudia etnografía y toma a los cinco como objeto de su tesis) abre otra perspectiva para observar la situación de los mayores, sus necesidades (incluida su sexualidad) y la relación que los demás suelen entablar con ellos. La delicadeza de Robelin y su sensibilidad ayudan a mantener el equilibrio entre la farsa y el sentimiento y evitar las apelaciones emotivas. Y el aporte del homogéneo elenco -cuyo mayor atractivo puede ser tanto la personalidad de Jane Fonda como la conmovedora composición de Pierre Richard- es, por supuesto, fundamental..
Cómo llegar a la tercera edad A diferencia del registro de Amour, el film cuenta en clave de comedia la historia de dos parejas de la tercera edad. El principal atractivo, claro, reside en quiénes encarnan el cuarteto: Jane Fonda, Pierre Richard, Geraldine Chaplin y Daniel Brühl. Exponente de múltiples tendencias del cine actual, la película francesa ¿Y si vivimos todos juntos? tiene, antes que cualquier otra cosa, varios motivos de peso para llamar la atención: los nombres del elenco. Entre las damas se cuentan dos que no necesitan presentación: Geraldine Chaplin y Jane Fonda son hijas de dos leyendas del cine que han conseguido forjarse un nombre propio en el oficio. Entre los hombres, tres franceses, dos de ellos actores (Claude Rich, que trabajó con Truffaut y Resnais, y Guy Bedos), más una leyenda (el otrora popular comediante Pierre Richard). Junto a ellos, el joven pero versátil actor catalán de ascendencia alemana Daniel Brühl (Good bye, Lenin y Bastardos sin gloria). Con semejante lista es fácil creer que esta película es de las que no deberían fallar y, si se sabe mirar el vaso medio lleno, en realidad no lo hace. Amigos de toda la vida, las parejas que forman Jean y Annie (Bedos y Chaplin), y Jeanne y Albert (Fonda y Richard), más el seductor solterón Claude (Rich), empiezan a sentir que el paso del tiempo finalmente les pasa factura. Ante la sensación de desamparo que algunos de sus amigos comienzan a manifestar, Jean, que es un cascarrabias que extraña los convulsionados pero solidarios años ’60, propondrá a todos durante un almuerzo que se muden al caserón familiar que comparten con Annie, para vivir en comunidad. Aunque la pareja está sola hace años y no recibe ni la visita de sus nietos, Annie no verá la idea con buenos ojos. Pero el marcado deterioro físico que el Alzheimer produce en Albert y un accidente cardíaco sufrido por Claude ayudan a que todos acaben conviviendo bajo el mismo techo. Aunque las situaciones se suceden casi como sketches, la narración se ordena con la aparición de Dirk, un joven estudiante alemán de antropología que decide realizar su tesis de graduación en torno del papel que ocupan los ancianos en la Europa moderna, observando la vida del grupo. Si la aclamada (y controvertida y premiada) Amour, del austríaco Michael Haneke, realiza una aproximación durísima al tema de la senilidad, ¿Y si vivimos todos juntos? lo intenta desde un registro de comedia que, sin ser ligera, busca al menos no caer en el drama y por cierto lo consigue. En ese sentido esta historia se encuentra mucho más próxima a títulos como El exótico hotel Marigold y hasta Tres tipos duros, con los que comparte aciertos y pifias. El film de Stéphan Robelin, que es además el guionista, se propone y logra no adentrarse demasiado en los rincones oscuros de los asuntos temidos, como las enfermedades y la muerte, para concentrarse en el empeño con que los personajes se aferran a la vida, incluso los que sin complejos planean el propio final a toda orquesta. Pero ese éxito no le cuesta poco a la película. El aligeramiento de esos temas provoca también cierta superficialidad que obstaculiza una conexión más profunda y empática con el sufrimiento y las alegrías de esos personajes que, aun cerca del final, demuestran una enorme pasión por seguir adelante. Otro demérito de esta historia otoñal es el uso de algunos lugares comunes para intentar una aproximación desacartonada a los dramas de la tercera edad. Sobre todo en las múltiples referencias sexuales. Aunque ¿Y si vivimos todos juntos? hace equilibrio para mantener su dignidad y mayormente lo consigue, no es justamente al final en donde esto mejor se nota. Sin embargo ver a semejante catálogo de viejos talentos del cine puede llegar a emparejar la ecuación. Todo es cuestión de cómo se perciba un vaso que tiene agua hasta la mitad.
A la vejez, amigos El promedio de expectativa de vida del ciudadano europeo ha ido subiendo, y cada vez hay mayor cantidad de población de la tercera edad en los países de ese continente. Algunos directores, como reflejo que el cine suele ser de sus tiempos, han decidido tomar ese fenómeno como punta para sus historias. En el caso de “¿Y si vivimos todos juntos?”, el guionista y director Stéphane Robelin opta por una tónica optimista aunque realista, aceptando que el tiempo pasa y los cuerpos y las mentes se resienten, pero reclamando como bastión que estos seres son adultos, no niños dependientes, y todavía tienen autonomía para decidir al menos cómo quieren pasar sus últimos años. Jeanne (Jane Fonda), su marido Albert (Pierre Richard), otro matrimonio conformado por Annie (una sorprendentemente vivaz Geraldine Chaplin) y Jean (Guy Bedos), junto con Claude (Claude Rich), que es viudo, rondan los setenta y cinco años de edad, y son amigos desde hace más de cuarenta. Se reúnen habitualmente, y comparten una vida social activa. Pero cuando el hijo de Claude evalúa internar a su padre en un geriátrico, el espíritu de la militancia de los años sesenta revive y el grupo se plantea la vida en comunidad. Cuidarse, compartir también esos años, viviendo todos juntos. Con mucho humor se habla abiertamente de diferentes aspectos que hacen a la cotidianeidad de las personas de la tercera edad, como la relación con los hijos, con el resto de la sociedad, los ideales aún vivos, e incluso la sexualidad, con la naturalidad que pueden hablar los más jóvenes. Desde la comedia se exploran las relaciones con los amigos y la pareja, la llegada de las enfermedades, las decisiones sobre la propia vida. El observador dentro del filme será el personaje de Daniel Brühl, Dirk, un alemán estudiante de etnología contratado en principio para pasear al perro de Albert. Es una película que divierte, no cae en golpes bajos, incluso cuando no evita hablar de la muerte. Por sobre todo es muy rica en cuanto a las actuaciones, y al manejo de los ritmos; resulta un interesante testimonio de que hay mucho por hacer, y con más sabiduría, aún después de los setenta años.
El estreno tardío de ¿Y si vivimos todos juntos? (Et si on vivait tous ensemble?) en la cartelera porteña me remite inmediatamente a otro del año pasado que tocaba un tema similar: sexagenarios dándole una chance más a la vida, todos juntos, como en The Best Exotic Marigold Hotel. Los cinco ancianos rebeldes de esta propuesta coral, liderados en el elenco por una impresionante Jane Fonda -extraño es verla hablar en francés, la lengua del amor- y Geraldine Chaplin, deciden no ser relegados por el sistema y vivir juntos en una suerte de comuna donde sus achaques, miedos y deseos (y su inusual sentido del humor) les harán más fuertes ante lo que se halla fuera de su casa y más allá de su última estación en la vida. Un film claramente destinado a un espectador crecido y no a las nuevas generaciones, que podrán quedarse pasmadas, sin comprender del todo su tono revolucionario. Esto le sucede a ese boquiabierto Daniel Brühl, un intérprete competente que en este caso se lo nota abrumado por las circunstancias y por actores de peso en una historia en donde actúa más como disparador y nexo que otra cosa. Fonda y compañía -Chaplin y los franceses Guy Bedos, Claude Rich y Pierre Richard- apuestan con soltura por un retrato atípico de su sector demográfico. En la ausencia de complejos físicos reside la mayor conquista de una película que comparte con las típicas comedias yanquis universitarias su esquema de humor desacatado y su previsibilidad encaminada hacia un siempre emotivo final. ¿Y si vivimos todos juntos? transcurre entre catas de vinos, comidas y cenas varias como puntales de reunión. Aparentemente sin pelos en la lengua y abordando una clase media-alta que debe hallar nuevas formas de reinventar sus posesiones y bienes familiares, el director Stéphane Robelin aprovecha el trasfondo vital de su reparto y es ahí donde la comedia sube de nivel. Acá es donde se ve a una Fonda hablando de los años de revueltas y del tópico como regla general que significa el envejecimiento, mientras que el resto del equipo parece asimismo reflexionar irónicamente sobre sus carreras y su propia vejez. Una vez que el elenco de veteranos se hace con las riendas de la situación, el personaje joven -el punto de vista de Brühl- queda de más, ya que la frescura ya fue aportada -y reinventada- por estos gigantes que se rehúsan a no dejar de exprimir hasta la última gota de vida que les queda en sus cuerpos.
Sobre la vejez con mirada realista, pero sin tristeza Jane Fonda, de 74 años muy bien llevados, no actuaba en el cine francés desde 1972, cuando participó en el contestatario "Tout va bien", de Godard y Gorin. Entonces ella también era contestataria. ¿Y sus compañeros de esta película? Geraldine Chaplin, hoy de 69, estaba haciendo preciosas obras con Carlos Saura y apariciones de buen precio en el resto del cine europeo. Claude Rich, hoy de 83, secundario de oro, ya había sido solicitado por Chabrol, Truffaut, Resnais, Mizrahi, que ahora está olvidado, etcétera. Guy Bedos, de 68, seguía en el music-hall, que era su reino. A Daniel Bruhl todavía le faltaban seis años para nacer, y muchos más para protagonizar "Good Bye, Lenin". ¿Y Pierre Richard? El gran cómico, hoy de 78, estaba en la cúspide mundial, protagonista de aquel maravilloso "Alto, rubio, con un zapato negro" que había creado Yves Robert. Ahora lo vemos haciendo de marido de Jane Fonda. Por cierto, no había tenido partenaire más apetecible desde aquella Mireille Darc que le mostraba la espalda en "Alto, rubio...". El gesto de asombro que él hacía en esa escena, provocando la risa, es el mismo que ahora hace en otra clase de escena, provocando deliberadamente una sonrisa triste. Es que la obra habla de la vejez y sus varios males, y de la cercanía de la muerte. Atención, habla con franqueza, pero casi sin tristeza. Esta es una película liviana, donde los temas "densos" se diluyen francesa, amablemente, casi a todo lo largo. Conviene reiterar el "casi". Es que hay, por lo menos, dos situaciones que pegan fuerte. Y si no pegan más, es porque el autor, Stéphane Robelin, es mejor libretista que director. Su libreto necesitaba un puestista como Dino Risi, Ettore Scola, incluso Jaime de Armiñan. Lo asumió él, y por un lado fue para mejor, si no salíamos todos llorando.
Una comedia deliciosa que se mete en el mundo de los adultos mayores y una tendencia francesa que ubica a un grupo de amigos decidiendo vivir juntos en vez de terminar en un geriátrico. Con grandes actores: Jane Fonda, Pierre Richards, Geraldin Chaplin. Mucho encanto en sus historias otoñales, sus achaques de salud y su maravillosa sabiduría.
Siempre fuimos compañeros Parejas y amigos de la tercera edad, con Jane Fonda y Pierre Richard a la cabeza Si para algunos vivir no es tarea sencilla, imagínense lo que es envejecer. Los personajes de esta comedia dramática coral rondan los 75 años y los achaques ya empiezan a formar parte de la rutina diaria. Son parejas y amigos desde hace añares, y cuando alguna descubre que tiene una enfermedad incurable (Jane Fonda), y que su esposo (Pierre Richard), que empieza a padecer Alzheimer, quedaría solo en la vida, surge, entre ella y todos, la pregunta del título. A diferencia de Amour, otra película sobre el apego y la ternura en momentos en los que la muerte está cada vez más cerca, ¿Y si vivimos todos juntos? plantea los problemas de la tercera edad con una sonrisa. O al menos con una mueca. En el grupo de amigos hay quien se mandó una infidelidad con la mujer de otro y, lo que pudo encadenar como una tragedia, pasa como una anécdota. A la comunidad que prefiere vivir así, en lugar de en una institución geriátrica, se suma un joven (Daniel Brühl) que seguirá el comportamiento en la casa en la que viven en común, para un estudio universitario, y le permitirá al director Stéphane Robelin la inclusión de una mirada, primero distante, y luego comprometida. La película se basa en esas relaciones amistosas, y no le esquiva el bulto al sexo maduro, a los temores, a la enfermedad, a la soledad y a la muerte. Así como hay un eterno seductor (el personaje de Claude Rich), hay cierta ambigüedad entre los de Fonda y Brühl, que podrían ser la abuela y su nieto. Pero todo es armonioso, digerible y sienta bien. El elenco es todo un lujo -sumar a Geraldine Chaplin y otra gloria del cine francés como Guy Bedos- en este filme tranquilo, pausado, que no se hace drama ni cuando la tragedia toca a la puerta de la residencia.
Sobre la vejez y los sentimientos La película recurre a la gracia y a la simpatía para contar las vidas setentonas de cinco personajes. Con un elenco de grandes nombres, el film francés gana en el tono, con peleas, risas y reconciliaciones alejadas de la sensiblería. El argumento podría contarse en pocas palabras, cuestión que llevaría a un sinfín de arbitrariedades y prejuicios sobre la rutinaria historia que narra la película. Sin embargo, ¿Y si vivimos todos juntos?, con la ligereza del caso, no tiene las intenciones humanas llevadas al extremo de la genial Amour, de Michael Haneke. En la obviedad, las dos películas tienen un punto en común, pero si en el matrimonio del director austríaco se profundiza la decrepitud física, la enfermedad y el amor terminal de una pareja de ancianos, ¿Y si vivimos todos juntos? recurre a la gracia y simpatía para contar las vidas setentonas de cinco personajes que deciden estar más cerca que antes. Dos parejas (Fonda-Richard y Chaplin-Bedos) junto al ex seductor al que le encantaba acostarse con todas las mujeres (Rich) perciben que están en las últimas curvas de la vida. Además, uno de ellos padece Alzheimer, otro tiene los días contados y un tercero desea rendir cuentas pendientes sobre el pasado con algunos de los amigos. Buena ocasión, entonces, para el cara a cara, los recuerdos, las ironías y las idas y vueltas de cinco vidas que aún tienen tiempo para peleas y reconciliaciones. En ese sentido, el director Robelin descansa en el quinteto de personajes, claramente delimitados con sus propias características. Sorprende escuchar el francés de Jane Fonda y no tanto sus cirugías, pero además se trata de una gran comediante. Frente al gruñón personaje que encarna Bedos se oponen los silencios de su esposa, expresada a través de la fragilidad y el rostro óseo de Geraldine Chaplin. Ver al cómico Pierre Richard, emblema del género en los '70 y '80, invita al placer y al déjà vu sin vueltas. Pero de los cinco intérpretes es el veteranísimo Claude Rich quien tiene las mejores líneas de guión, más aun cuando sus dos amigos del alma descubren, décadas más tarde, que el ex seductor y ex semental anduvo muy cerca de sus respectivas esposas. Acaso esa divertida escena es la que define el tono leve y nunca molesto de la película.
Hay películas que no por pequeñas, en términos de presupuesto, dejan de instalarse en la memoria con una bella marca de alegría o un grabado de profunda reflexión. Por fortuna en menos de un año tres títulos bajo una misma temática revisten esas características. En mayo del año pasado fue la gran “El exótico Hotel Marigold” de John Madden; hace tres semanas la soberbia “Amour” de Michael Haneke, y esta semana se suma “¿Y si vivimos todos juntos?”, de Stéphane Ribelin. La intención no es comparar unas con otras; sino puntualizar la temática que las tres abordan con distinto criterio. Hombres y mujeres mayores de edad y sus elecciones de cómo vivir lo que les queda en este mundo. A su manera, cada una se las arregla para dar su mensaje y no pasar desapercibidas. Al menos no para los espectadores con sensibilidad. Si en “El exótico Hotel Marigold” veíamos a un grupo de octogenarios hallar una salida esperanzadora “escapando” a otro país, en ¿Y si vivimos todos juntos? el director juega a encontrarla en forma interna. En una suerte de auto apoyo grupal en el cual, un grupo similar cede a sus mañas y defectos para sostener el ánimo de los otros. Una variante de que la unión hace la fuerza. Por distintas razones, las rutinas de Jean (Guy Bedos) y Annie Colin (Geraldine Chaplin); Dirk (Daniel Brühl); Jeanne (Jane Fonda); Claude (Claude Rich) y Albert (Pierre Richard) se ven afectadas ante la posibilidad de que un par de ellos termine en un geriátrico. Sucede que son amigos desde hace muchos años y claramente un ánimo repercute indefectiblemente en el de al lado como un efecto dominó. Cada uno estaba con lo suyo. Desde cultivar una huerta casi por inercia, a leer el diario al lado de la ventana que da al patio de recreo de un colegio primario. Todos espejos de la vida o la juventud que se fue. Acaso ese contraste sirve mejor a la idea de la preservación del espíritu joven que el director intenta plasmar. A estos efectos viene muy bien un reparto con tanta experiencia en esto de actuar bien para transmitir mejor. De hecho ver a un Pierre Richard contenido en su gestualidad, a una Geraldine Chaplin despojada de solemnidad en busca de picardía, o a Jane Fonda hablando libremente de los beneficios de la masturbación, le da al elenco el sano ejercicio del desacartonamiento, que se hace extensivo a la narración toda. Por el contrario de lo que podría suponerse a priori leyendo el título y el reparto, ¿Y si vivimos todos juntos? no es una “comedieta” sobre viejos jugando a ser hippies, aunque sí está presente la idea de comunidad y las consecuencias de invadir los derechos del otro. En este sentido la su realización abre una esperanza al observar con atención y precisión el deseo de nuestros viejos de no ser ni olvidados ni abandonados, sobre todo por hijos que pretenden dejarlos en un supuesto sistema de contención tan frío como indiferente. Lo hace a través del humor, muchas veces la mejor herramienta para decir verdades.
A la vejez, sin lamentos La idea no es novedosa, pero no por falta de originalidad debe ser despreciada de antemano: un grupo de viejos deciden que todavía tienen energía para seguir viviendo, evitando quedarse estancados en ese lugar que la sociedad les reserva como integrantes del colectivo denominado “tercera edad”. Pero, además -y ahí radicaba parte de su peligro como propuesta-, estos viejos son interpretados por glorias del cine francés y también universal: Guy Bedos, Geraldine Chaplin, Jane Fonda, Claude Rich y Pierre Richard. Pero por suerte el director y guionista Stéphane Robelin no hace una apología de doble faz: no nos dice que los viejos pueden ser jóvenes comportándose como tales, ni tampoco se lamenta ante el lugar que las estrellas ancianas ocupan en el universo del cine industrial. ¿Y si vivimos todos juntos? es, saludablemente y en primer plano, una comedia dramática sobre la amistad, el paso del tiempo y la distancia que ciertas relaciones necesitan para ser constantes. Que sus personajes sean ancianos es una circunstancia que enriquece mucho más al film. Este año ya tuvimos algunos ejemplos de viejos negados al paso del tiempo, tal vez el más notorio fue Tres tipos duros, donde fundamentalmente Al Pacino y Christopher Walken se lamentaban por las jugadas que la edad les pasaba. Era un film bastante llorón, que hacía lo que no deben hacer estas películas: colocaban a los vejetes en situaciones ridículas, renegando de algo tan inevitable como la vejez. Por el contrario los viejos de ¿Y si vivimos todos juntos? no buscan recuperar actividades del pasado para mostrarse jóvenes, sino que pretenden hacer del tiempo que les queda sobre la Tierra un mejor momento, con el ritmo y la lógica de su edad. El solterón Claude no quiere coger con prostitutas para negar el paso del tiempo -y de paso seguir fijando su virilidad- como lo hacía el Val de Pacino, sino porque esa actividad era algo habitual de su personalidad: perderla será comprobar que el paso del tiempo es inexorable. ¿Y si vivimos todos juntos?, como decíamos, tampoco intenta dejar un subtexto a favor de los actores de la tercera edad, al estilo de una Elsa y Fred. No nos subraya un “mirá, son viejos pero pueden seguir actuando”, sino que cuenta una historia de la tercera edad con actores que se encuentran en esa etapa de la vida. Que hayan sido estrellas es sólo una casualidad y, además, la búsqueda de un mejor camino comercial. Si el film no es mucho mejor, es porque la apuesta no deja de ser bastante poco ambiciosa y algunas resoluciones no eluden los lugares comunes más transitados: esto último se hace evidente en el personaje de Daniel Brühl, el típico joven que ve la vejez con distancia y que termina aprendiendo algo en el camino. Así y todo, el film de Robelin es una más que digna reflexión sobre los vínculos afectivos que construimos como una forma saludable de suplantar aquellos más errantes, signados por la sangre. Y eso con un humor constante y sin abusar de los sentimentalismos, cuando el territorio estaba más que sembrado para eso con enfermedades y achaques de todo tipo.
¿Y Por qué no? Livianísima comedia francesa, obvia, medio tonta, indulgente, con caras conocidas y una historia que rebosa buenas intenciones y nada más. Annie, Jean, Claude, Albert y Jeanne son amigos desde hace más de 40 años. Y rondan los 75. Y deciden irse a vivir todos juntos. Y allí surgen los pesares, alguna enfermedad, gestos fraternos y hasta una infidelidad doble que al final es perdonada, porque sólo queda tiempo para la tolerancia y el olvido. Hay rostros conocidos, escenas traídas de los pelos (los diálogos de la Fonda con el muchacho) y pincelazos sin gracia sobre el sexo, el paso del tiempo y la amistad.
Una comunidad de viejos amigos La población humana envejece, las expectativas de vida se van ampliando a medida que mejoran las condiciones y los cuidados. Hoy, los que integran la llamada tercera edad conforman un grupo importante en todas las sociedades modernas. Constituyen un colectivo con características propias, ya sea por ser protagonistas de una trayectoria histórica y cultural que convive con nuevas manifestaciones, ya sea por ser un destacado sector del mercado como consumidor de bienes y servicios especialmente diseñados para ellos. Esta realidad se ve también reflejada en el cine. Las personas mayores son espectadores asiduos, han crecido con el séptimo arte y son fieles seguidores de este hábito. Y están logrando también ser considerados protagonistas interesantes de historias que merecen ser contadas. En los últimos meses se han podido apreciar tres películas que abordan la temática de la tercera edad desde distintos puntos de vista: “El exótico Hotel Marigold” de John Madden; “Amour” de Michael Haneke, y ahora “¿Y si vivimos todos juntos?”, de Stéphane Robelin. Los temas comunes son los achaques físicos propios de la edad, la soledad, la relación con los hijos ya adultos, el duelo por la muerte de algún ser querido, la enfermedad, la imposibilidad a veces de valerse por sí mismo, el riesgo de padecer demencia senil, el fantasma de la internación en un geriátrico, los recuerdos que acechan, la falta de una idea alentadora de futuro... Las respuestas a esos desafíos pueden ser variadas. En “¿Y si vivimos todos juntos?” un grupo de amigos que transita por el último tramo de existencia en este mundo decide afrontar la cuestión juntándose en una casa, en donde se proponen cuidarse unos de otros como una familia. Eso para evitar la soledad y el abandono en instituciones. En tono de comedia, Stéphane Robelin reúne a dos parejas y un solterón que se conocen desde hace más de cuarenta años, durante los cuales han compartido ideales y aventuras inspirados en los preceptos libertarios que marcaron las décadas de los ‘60 y los ‘70. Hoy, ya todos septuagenarios, siguen siendo fieles a aquel ideario que marcó su juventud, haciendo un culto de la amistad y la respuesta comunitaria a los retos de la subsistencia. La película reúne a varias glorias del cine: Geraldine Chaplin, Jane Fonda, Claude Rich, Pierre Richard y Guy Bedos, a quienes se une el joven Daniel Brühl, en un relato ameno y cálido, pleno de humanidad y frescura, en el que no se evitan los temas más espinosos ni los más dolorosos, pero se los aborda con naturalidad y confianza, tratando de desdramatizar las cuestiones más duras. En la amplia casa de Jean (Bedos) y Annie (Chaplin), se van a reunir Jeanne (Fonda) y su esposo Albert (Richard), y también Claude (Rich). Jeanne está gravemente enferma pero decide no operarse mientras se prepara mentalmente para morir con dignidad, lo único que le preocupa es dejar solo a su marido, que empieza a manifestar síntomas de un Alzheimer incipiente. En tanto que Claude tiene muy afectado su corazón y su hijo decide internarlo en un geriátrico. Jean, viejo activista defensor de causas sociales, no soporta la idea de que sus amigos sufran y terminen en manos de extraños, entonces convence a Annie, su mujer, de llevarlos a vivir con ellos. En esa convivencia, surgirán emociones y situaciones de todo tipo, que irán desde demostraciones del afecto más profundo hasta peleas por el resurgir de viejas rencillas entre ellos. Todo eso estará matizado por la presencia joven de Dirk (Brühl), un estudiante extranjero contratado por Jeanne para pasear el perro de Albert y que de paso intentará escribir una tesis sobre la tercera edad, apoyándose en su experiencia compartida con los ancianos, viviendo en la misma casa. Así, todos conforman una gran familia y logran sobrellevar las dificultades apoyándose mutuamente. La propuesta de Robelin es delicadamente sencilla y se apoya en el humor para tratar los temas más sensibles, logrando como resultado una tierna película que se percibe como una caricia para el alma.
Para contar la vejez en el cine no basta con que los protagonistas de la historia la estén atravesando. Captarla es, además, encontrar formas para configurar ese futuro último, más o menos distante y casi completamente inconcebible en el que se encuentra (¿alguien realmente imagina su vida a los ochenta y pico?), y hacer que parezca cercano y verosímil. Pero, curiosamente, el mejor verosímil de la vejez no es otro que el absurdo, porque eso es lo que es una vida que está por llegar a su fin; alguien que violentamente dejará de caminar, toser o reírse a carcajadas, y no despertará nunca más. Entonces —y quizás para que la ancianidad sea una ficción menos absurda— los personajes de la película de Stéphane Robelin deciden vivir en comunidad. Lejos de buscar experiencias únicas y exóticas como lo hacían los protagonistas de Antes de partir o El exótico Hotel Marigold, los de ¿Y si vivimos todos juntos? no tienen otra estrategia que enfrentar la muerte con la unión y la amistad, el sexo, el humor y el juego. Gran parte de esa mirada tiene su apoyo en los personajes (impecables actuaciones de Jane Fonda, Geraldine Chaplin, Guy Bedos, Claude Rich y Pierre Richard), a quienes la película protege y desliga casi por completo de la tarea de ofrecer una visión nostálgica o incluso una enseñanza. Más bien los compromete en la generosidad y el poder de sus gestos, tonos y movimientos para construir un humor constante, tan candoroso y sutil como cada uno de ellos. Justamente en ese punto es que también se distancia de otras películas de temática similar: mientras aquellas buscan tanto el humor como la realización de sus personajes entre paisajes y situaciones exóticas, la de Robelin los encuentra en los diálogos de las sobremesas y los paseos con el perro. Pero no sólo eso. ¿Y si vivimos todos juntos? se mimetiza con sus protagonistas y observa su mundo con la misma inocencia, ternura y, por qué no, torpeza. La música lo confirma en cada una de sus numerosas apariciones. Pero también lo hacen algunos planos, que cortan o se detienen en detalles ínfimos, tal como si registraran tesoros. Uno de estos puede ser el que muestra a Claude preparando un sobre para una mujer, y que de repente corta a primer plano sólo para registrar el momento en que éste huele el perfume. Otro de los muchos es el que protagoniza Dirk (Daniel Brühl) finalmente teniendo sexo con una chica de busto generoso (como a él le gustaban), hecho que se muestra de un modo lento y expuesto, casi como si se lo intentara explicar a un niño. Al final, puede que su única falencia sea, justamente, no terminar de cerrar la trama que constituye la presencia de Dirk dentro de la comunidad y su tesis sobre la vejez en Europa. Pero la importancia de su mirada no podría haber sobrepasado todo lo demás: eso sería como volver a poner la vejez en un mundo aislado, que se observa a la distancia y que luego se plasma en un papel tal como si fuese una ficción. En cambio, ¿Y si vivimos todos juntos? nos ofrece presenciar un último paseo junto a sus personajes. Aunque gritan el nombre de alguien que ya murió, nosotros buscamos con ellos. Después de todo, aún es absurdo que alguien se vaya y no vuelva nunca más, y la película ya nos ha mostrado que, mucho más que la lógica, lo que vale son los momentos juntos.
Mudanzas inevitables La película francesa “¿Y si vivimos todos juntos?” es una alianza de estupendas actrices y actores que cuentan la historia, atravesada por el humor y la reflexión, de cómo vive la tercera edad en la Europa de hoy. La vejez, como horizonte que va acortando la distancia y exige adecuaciones inexorables al paso del tiempo, es un tema delicado que el cine aborda de diferentes maneras. La comedia francesa ¿Y si vivimos todos juntos? es, ante todo, una alianza de estupendas actrices y actores que se comprometen por partida doble: con la interpretación, y poniendo su propio cuerpo, con las huellas del tiempo que refleja el guion. Frente al embate del mundo que no tiene lugar para los adultos mayores, sobre el telón de fondo de la crisis política y social en Francia, cinco amigos deciden mudarse a la casa de Annie (Geraldine Chaplin) y Jean (Guy Bedos). Completan el quinteto, Jeanne (Jane Fonda), Claude (Claude Rich) y Albert (Pierre Richard). Los asiste Dirk (Daniel Brühl), un muchacho universitario que se acerca para estudiar la situación de la tercera edad. Gran oportunidad para un trabajo de campo de Etnología. La película de Stéphane Robelin ofrece escenas cotidianas resueltas en esa comunidad atípica, donde todos cargan con sus achaques y algunos secretos. La juventud no los ha abandonado en lo que respecta a deseos, capacidad de disfrute y esperanzas. Sobre todo a Claude, eterno enamorado de las mujeres. Geraldine Chaplin y Jane Fonda son un canto a la vitalidad, puestas al servicio de las esposas que hacen contrapeso, al activismo irrefrenable de Jean (Bedos en el rol del cascarrabias), y los síntomas de la senilidad progresiva de Albert (Pierre Richard en un registro tierno y triste a la vez). Hay cierto aire de época, similar a Amour (la extraordinaria película de Haneke), aunque con el dramatismo mitigado y lo colectivo como salida; tampoco abordan temas generacionales en el universo que fenece, como ocurría en las diatribas de Las invasiones bárbaras, la recordada película de Denis Arcand. ¿Y si vivimos todos juntos? atraviesa el tema, enunciando, al paso, conceptos tales como la expectativa de vida, la dependencia creciente ante el declinar físico, o, ser anciano en Europa. Jeanne (Jane Fonda) reflexiona sobre la paradoja de vivir asegurando todos los aspectos de la vida, y, al mismo tiempo, llegar improvisando, a los últimos años, sin cobijo afectivo. El director contrasta la realidad asumida por los ancianos con los interrogantes de Dirk. Mientras pasea el perro de Albert, el muchacho mantiene conversaciones con Jeanne y expone la perplejidad ante la dimensión de esos seres que permanecieron hasta hace poco ajenos a sus intereses, extraños bajo el mismo cielo. Daniel Brühl (Goodbye, Lenin; Bastardos sin gloria) es testigo sensible de la convivencia que su personaje registra al detalle, como un nieto que divisa el horizonte antes de iniciar la caminata.
Un mundo (no tan) feliz Más cerca de “El exótico hotel Marigold” en el tratamiento amable de los achaques que traen los años, y en las antípodas de la tremebunda y mucho más realista “Amour”, “Y si vivimos todos juntos” muestra exactamente lo que ocurre cuando esa pregunta es llevada a la práctica por un grupo de amigos que ya pasaron los 70. En lugar de internarse en un geriátrico o vivir en soledad, deciden mudarse a una confortable casa y vivir en comunidad, como un grupo de hipies retirados que se reparten las tareas y prefieren cuidarse entre ellos antes que confiar los años que les quedan a desconocidos. El abordaje del tema parte del tópico que expone uno de los personajes, “pensamos en todo, menos en lo que pasará al final”. El tono elegido es más afable de lo que probablemente ocurriría entre un grupo de personas con personalidades dispares y secretos compartidos o guardados por años. La segunda película del director Stephan Robelin lleva aire fresco a un relato que tampoco reniega de los costados dramáticos, aunque prevalezca el humor. Así, transforma en una comedia amable el relato de la decadencia inexorable, que por supuesto incluye la sexualidad. El elenco de lujo, con algunos próceres de la comedia francesa de los 70 y 80 como Pierre Richard, uno de los actores que llevaron el género fuera de las fronteras de su país, y unas impecables Jane Fonda y Geraldine Chaplin, son parte de un sólido elenco y responsables en buena medida de que lo que en la piel de otros intérpretes y otro director podría haber sido sólo desconsuelo en lugar de una mirada optimista. A pesar de todo, claro.